The Project Gutenberg EBook of Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3), by Fidel Guillermo Prieto This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have to check the laws of the country where you are located before using this ebook. Title: Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3) Author: Fidel Guillermo Prieto Release Date: July 3, 2015 [EBook #49354] Language: Spanish Character set encoding: UTF-8 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS *** Produced by Giovanni Fini, Adrian Mastronardi and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.)
NOTA DEL TRANSCRIPTOR:
—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.
—Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere notablemente de la utilizada en español moderno.
Por FIDEL
(GUILLERMO PRIETO)
(1877)
MEXICO
IMPRENTA DEL COMERCIO, DE DUBLAN Y CHAVEZ
Calle de Cordobanes número 8
——
1877
POR vida del prólogo! Bien pobre y bien mezquina es despues de todo nuestra naturaleza: procedemos por pautas, por patrones, por moldes; éstos se han hecho solos; pero ¡ay de aquel que se sale de ellos y se atreve á pensar con su cabeza!
¿Cómo le va á vd? para saludar:—que le vaya á vd. muy bien, para despedirse. Al comer, comience vd. por la sopa; al subir, por el primer escalón. Al escribir un libro, cuídese de aderezar su prólogo; si no, está vd. perdido.
Estas son las reglas, reglas que me tienen frito; yo quisiera blandir una espada por el medio, ensartar una aguja por la punta, vivir sin trabajar, entrar á la casa por el balcon, cambiar de sexo todos[ii] los dias, ó por lo ménos en invierno y en verano, y entónces me llamarian loco de atar; y son sabios, el que trepa en globo por esos aires sin resultado alguno, y todos los que tratan de enderezar el pelo del diablo ó sean las cosas públicas de nuestra tierra.
Vamos al prólogo.
No quiero decir al lector por qué; pero es el caso que en mi infancia, era yo el niño más cuitado y más asustadizo que vdes. quieran ver, más entumido y más desdeñado del mundo.
Flaco, cari-acontecido, lloron y triste como un buho.
En el Molino del Rey, situado en las lomas de Tacubaya, famoso en nuestra historia, pasé mis primeros años, se puede decir que ví la luz.
Es un molino de trigo con sus accesorios de campo.
Por supuesto que los niños más estimados, los jóvenes irresistibles que me servian de modelo, eran aquellos ostentosos de brío y de pujanza, diestros ginetes, hábiles cazadores, y ágiles en la lucha y la carrera.
Yo tenia las cualidades contrarias, á un grado de espantosa perfeccion; me desequilibraba con solo abrir las piernas, tenia susto frente á un caballo, porque me parecia que de repente me soltaba una[iii] palabra que me dejaba frio: me vencia cualesquiera niña, poseia la ligereza de la tortuga, apuntaba á un pájaro, y ponia en peligro la existencia del compañero que quedaba á mi espalda, y en esto de habilidades de manos, desde entónces soy un prodigio; no atino nunca con los ojales de la camisa, el nudo de la corbata es para mí el nudo gordiano y no hay tornillo que no trasrosque, ni chapa que no desgobierne, ni tapa que no apriete, ni hilo que no enmarañe, ni treta que no quede inservible entre mis dedos, punzándome, pinchándome, quemándome ó desbarrancándome en cualquiera intento de destreza corporal.
Por este conjunto de deliciosas cualidades, sobre todas la del miedo, mi sociedad predilecta fueron las viejas, y los cuentos, el alimento y el placer de mi alma.
Aquel caballito de siete colores que venia á visitar al rey niño, pasando como una mariposa sobre las rosas y claveles del jardin; aquella Cubi Cubiana que cruelmente perseguida se libraba de sus verdugos, ya arrojando frente á ellos un peine que se convertia en monte de espinas, ya dejando caer un espejo que se tornaba extenso y cristalino lago, ya poniendo en el suelo un dedal que se convertia en los vivos aires en una capilla con su ermitaño, todo me encantaba, me enamoraba de lo[iv] maravilloso, y tenia risas para las diabluras de Pedro de Urdimalas, y lágrimas para el niño hijo menor del rey convertido en morado lirio que cantaba:
Pítame mi cedacero,
Pítame con grande amor;
Me mató mi hermano el grande,
Soy espina de la flor.
Contábase una noche al calor de la lumbre un cuento; mi Nana, que era la narradora, estaba bajo una ventana, con sus cabellos blancos, blancos como copos de algodon. Lita, mi prima, que ¿qué tal seria de bonita cuando la eligieron para representar á la Virgen en un coloquio en que era yo San Miguel? esa, estaba á mi lado; mis primos, sembrados entre mis tios; y mis señores padres.... lindos, porque lo eran, sentados en un sofá á lo léjos.
En el cuento se decia que tres niñas, hermosas como estrellas y más seductoras que nuestra madre Eva, llevaban al enfermo y joven rey regalos para enamorar su triste corazon y salvar su vida distrayendo su pena.
—La niña mayor, que se llamaba Fresca Rosa.... ¿qué le llevó? preguntó mi Nana.... estos confites al que diga qué le llevó....
—Yo lo diré, clamó un chico que era la piel de[v] Barrabás. (Atención general). Le llevó tres piñoncitos: partió uno y fué sacando una camisa de hilo tan sutil y con tan lindos bordados, que tal parecia hecha por los ángeles: en estas, que parte otro piñoncito y que va sacando un manto real, como tejido de rayos de sol.
No pestañábamos: aquella relacion era maravillosa; se sentia dulce la boca escuchándola.
—¿Y qué tenia el tercer piñoncito? preguntamos interrumpiendo....
—Tenia, tenia, ¿digan qué tendria? acentuaba el triunfal muchacho.
—Tenia un pajarito que cantaba tan dulce y tan alegre, y abria sus alitas y hacia tales monerías, que asomó la risa á los labios del rey, y las hermanas rivales se creyeron perdidas.
—Caten vdes., continuó la Nana, que ese fué el regalo de la primera niña; ¿y la segunda?
—La segunda, ¿cómo se llamaba?
—Se llamaba la segunda, Granito de oro.
—Esa, ¿qué le llevó?
Lola que era una mozuela con unos ojazos negros como una vida y una frentaza como predicador, bullanguera y alborotadora como un fandango, dijo, haciéndose la gazmoña:
—La pobre le presentó un canutero de ébano, bien labrado, pero no gran cosa; el canutero tenia dentro[vi] una plumita primorosa, como de chupamirto. Pero es el caso, que la niña mandó cerrar todas las puertas para sacarla del estuchito, las cerraron y se quedaron á oscuras completamente.
Entónces la niña sacó la pluma, y alumbró de repente una luz de luna deliciosa—porque estaba por el revés la pluma—lo mismo hacia la pluma en los campos y por donde quiera.
El rey, asombrado, volteó la pluma por el derecho, y entónces fué como si hubiera alumbrado el sol....
—Eso estuvo mejor, mejor que mejor, gritaba Lolita, sonando sus manecitas de azucenas.
—Esperen vdes., que falta lo bueno.
Cuando se sacudia la pluma, alumbrando por el revés, entónces caia una lluvia de mediecitos nuevos de plata, y cuando por el derecho, escuditos de oro.
—Cabal, de su apellido, dijo una anciana, porque ella era Granito de oro.
El niño-rey tomó los escuditos y vió á la niña, y la pobrecita que quedaba, estaba al morir.
—Yo que ella no hago nada.
—Ni yo.
—Ni yo.
—¿Y cómo se llamaba la niña más chiquita?
—Se llamaba Lucero del Alba.
—Bonito nombre....
Miéntras todos habian escuchado y Pancho y Lola decian sus regalos, yo me devanaba los sesos para entrar en la palestra y pensar en mi regalo tambien.
—Bueno; ¿qué llevaba Lucero del Alba? exclamó mi Nana.
Yo no me pude contener, me puse en pié, y con la voz trémula dije:
—Llevaba una cajita que se alargaba y se encogia mucho, mucho.
—¿Y qué tenia dentro?
—Pues, señor, tenia dentro unos cristalitos que á primera vista nada ofrecian de particular....
—Habias de salir con eso, Guillermo, dijo Lolita.
—Esperen vdes. un poquitito.
—Perdió Lucero del Alba.
—En cuanto que se tomaba el cristalito con los dedos, se veia al través de ellos lo que uno queria como si estuviera presente; campos, mares, cielos, y por aquí la gran ciudad del Santo Padre de Roma, y con otro cristalito todita la Francia, y con otro todita España; pero no en pintura, sino de veras; las calles, las personas, los carruajes, todo, todo.
Si era de noche, se veia de noche; si de dia, de dia; y si entusiasmado queria uno estar en cuerpo y en alma donde se estaba mirando, no habia más[viii] sino pasarse el cajoncito de una mano á otra, llenándose de onzas de oro el tal cajoncito, que jamás se agotaba, aunque con una bomba le estuvieran sacando dinero.
Aplaudia la gente tan de buena fé, que yo me puse anchísimo: le contaron la gracia á mis señores padres.... que les ví lágrimas en los ojos, creyéndome capaz por aquella pamplina de echar el pié atrás al propio D. Quijote de la Mancha.
—Siga vd., Nana, siga vd., dijimos todos.
Y mi Nana continuó:
—Aunque hubieron sus opiniones sobre todos los regalos y los otros tal vez eran mejores....
—Y cómo que eran mejores, dijo Pancho.
—Mucho que mejores, repitió Lola, pidiendo aplausos.
—Siempre el rey se divirtió tanto tanto con los vidritos, es decir, como tenia á todo el mundo en su cajita, que se le quitó la tristeza y se casó con Lucero del Alba.
Pancho y Lola bramaron contra la parcialidad visible de mi Nana; pero sea por lo que fuere, á mí me ha quedado tal aficion á las cajitas de vidritos, que nada creo comparable á ese regalo, con las diferencias esenciales que el ménos avisado percibe.
Esta es una caja de vidritos; quien quiera ver, que se haga inocente como los niños de mi cuento.
¡Buen chasco se lleva quien busque en este libro observaciones profundas, estudios sérios, animadas descripciones, sino en descolorida imitacion los vidritos del cuento!
Los mios han sido viajes al vapor, siempre con el pié en el estribo y cantando como el soldado de la zarzuela:
Siempre sin dormir,
Siempre sin cenar;
Qué vida tan perra
La del melitar.
Es decir, se trata de charla, y charla tendrán los que quieran comprar esta cajita de vidritos.
Fidel.
Á LOS
ESTADOS-UNIDOS
POR FIDEL
DESPERTABA como de un sueño á la orilla del mar Pacífico y en el puerto del Manzanillo el 13 de Enero de 1877.
Y cuidado que el sueño picaba en historia: habia de todo, como en los dramas románticos: escursiones á caballo, lastimeras y dolientes como un de profundis, entrevistas al rayo de la luna, como parodiando las que tuvo el Ariosto con los recaudadores de equipajes en los caminos, mansiones en una especie de sepulcros de vivos, de donde habia huido para siempre el ruido y caminaban maquinalmente los cadáveres con los ojos abiertos: arcos triunfales, repiques, banquetes y entusiasmo frenético, descensos á las entrañas de la tierra,[2] sonrisas del poder, cobardía y traiciones viles, y en fin, tanto y tan variado suceso, que á ser mi objeto, formaria entretenidas leyendas y sabrosas enseñanzas para los presentes y venideros siglos.
Yo tenia la conciencia de haber visitado en otro tiempo, dulce y alegre cuando Dios queria, aquellos mismos lugares, embriagado de luz con la grande epopeya de la Reforma, y tratando de seguir las huellas, como por mi fortuna las seguí de cerca, de Juarez, de Ocampo y Degollado. Pero aunque mi memoria insistia en restablecer el cuadro que entónces se ofreció á mis ojos, no quedaba ni un fragmento, ni un resquicio, ni señal ninguna que sirviese de punto de apoyo á mis recuerdos.
Entónces (1858), mal feridos y desgobernados en nuestros rocines y llevando á cuestas el retumbante título de la familia enferma, llegamos al Manzanillo, Juarez, Ocampo, Leon Guzman, Ruiz Manuel, Cendejas Francisco, Jacinto Aguilar, Zambrano, D. Matías Romero y algunos otros, como perseguida compañía de cómicos de la legua.
Era en aquel tiempo Manzanillo una playa casi desierta en donde la fiebre se enseñoreaba, tenia el apodo de centro mercantil una tienda de lona, habitada por unos alemanes que no interrumpian su eterno sueño sino para agotar toneladas de cerveza ó hacer sus excursiones á la aduana.
Estaba enriquecida con titulo tan afianzador y conspicuo una galera sucia y sombría con el brazo tendido de una viga sobre las aguas, para afianzar los cargamentos que no habia querido recoger el contrabando, porque en cuanto á los náufragos, se encargaban de ellos los tiburones, únicos competidores en voracidad con el hambriento resguardo marítimo.
Unos cuantos jacales hundidos en la arena, como sapos y tortugas que hubiesen dejado en seco las mareas, la falda escabrosa del monte, de que parecian precipitarse enormes peñas, y un cerro avanzado hácia el mar, pomposo y arrogante, que desde entónces, á la entrada de la bocana, pide á gritos un faro, sin que nadie le haga maldito el caso.
Recordaba con enérgica fidelidad, que habiendo llegado muy enfermo y manifestando deseo de ver la bahía, Juarez y Ocampo me hicieron silla de manos y me pasearon en la playa, yendo yo orgulloso y triunfal y con el alma luminosa dentro del pecho, más feliz que sobre el primer trono del mundo: mi amado Pancho Cendejas iba por delante haciendo farsa. De repente volvia los ojos y me sorprendian las brillantes huellas que iban dejando mis conductores (eran los efectos del fósforo): alegres con mis sorpresas, los acompañantes de mis amigos restregaban la arena con las manos y la esparcian refulgente como polvo de luceros....
Ahora el puerto del Manzanillo tiene sus calles regulares, sus tiendas y valiosos almacenes, su capitanía, su cuartel, su plaza, con asientos y embanquetado, y su aduana, que es un edificio de madera con sus amplísimos corredores viendo á la bahía, que es por cierto poética y encantadora.
El Manzanillo sale de las aguas de la laguna de Cuyutlan, sacude su cabellera y se escurre entre dos altísimas montañas: parecen descender, saltando sobre las rocas, casucas alegres con sus huertecitos llenos de flores, á ver pasar á la pequeña ciudad que se asienta en la arena de la playa, entre edificios de apariencia americana, con sus ventanillas con persianas verdes, sus enverjados y sus chimeneas en alto, agitando sus plumeros de humo.
Caminaba al lado de Joaquin Alcalde, haciéndole partícipe de mis impresiones: éste, con sus ojazos negros, su fisonomía animada y su mímica vehemente, acentuaba mi relacion, produciéndome vivo placer.
Vestía Joaquin frac gris y pantalon ajustado, bota fuerte y un fieltro tan elástico y expresivo como la fisonomía del propietario.
Ibamos al acaso, cuando de un balconcillo pequeño, angosto, desdentado y trémulo de barandal, una señora frescachona, morena, alegre y de blanquísima dentadura, nos dió el alto.
—Aquí, Sr. D. Guillermo, aquí, yo soy Fermina, la que asistió á vdes. la otra vez; aquí, en este lugar, vivió el Sr. Juarez, yo tengo la silla en que estuvo sentado, y no la doy por todo el oro de la tierra.... Pasen vdes.
En dos por tres renovamos conocimientos, procuróse una cómoda instalación en una piececita aseada con sus blancas cortinas de musolina en los catres y cómodas butacas de fresca vaqueta en las puertas.
Miéntras yo hacia preguntas á Fermina y la acompañaba, tomando posesion de su casa, Alcalde, en el expendio de tabacos, anexo á la misma casa, se daba á conocer con el marido de Fermina, portugués recalcitrante, recio de carnes, flaco de costillar, con unos nervios como cables y unas venas como tubos de acueducto.
El portugués es marino consumado, atraca junto á un tonel y se queda fresco, fuma unos tabaquillos como baupré de navío y dispara unas desvergüenzas capaces de descalabrar al más pintado.
En el Manzanillo, y asistidos por Fermina y su consorte, duramos cuatro dias, hasta que el dia 17 las señales del Cerro del Fraile nos anunciaron la llegada del vapor que debia conducirnos para Mazatlan.
El vapor “Granada” en que nos embarcamos es hermoso, y se distingue entre los palacios flotantes, que con el nombre de vapores, atraviesan las aguas del Pacífico.
Sobresale del seno de las aguas el casco inmenso del buque, que apénas cabria en una de las calles que llamamos cabeceras, teniendo mayor altura.
Dos fajas de balaustrados lo ciñen exteriormente, formando corredores, y la superior que es, digámoslo así, la cubierta ó azotea del barco.
En los corredores se ven las puertecitas de los cuartitos ó camarotes.
En el interior, por pisos que comunican régias escaleras, están el amplísimo corredor con sus lámparas, alfombras y muebles riquísimos, y en el piso superior, cuyo techo es la cubierta, hay un salon espléndido con espejos y sofaes riquísimos, mesas y sillones y un soberbio piano que suele ser solaz y contento de la tripulacion, cuando el dios de las aguas echa una cana al aire.
Sobre la cubierta está la elegante estancia del capitan, contigua á un precioso gabinete destinado á los fumadores.
Sombrea la cubierta tendida lona, bajo la que están colocados cómodos asientos de bejuco, ocupados dia y noche por los que se recrean con el espectáculo siempre nuevo y sorprendente del mar.
El “Granada” mide 2,500 toneladas y está al mando de un excelente marino, que es además cumplido caballero.
Luego que hicimos nuestros arreglos de instalacion, pasé revista á mis compañeros de viaje.
Eran ladys deliciosas, entre las que abundaban personas de esmerada educacion; habia una Sussy dulce y melancólica como la estrella de Occidente cuando brilla solitaria sobre las montañas de mi patria; una Emma poética como una pasionaria viéndose en las aguas del dormido lago; una Katty bulliciosa y sensual como una inspiracion maliciosa de Lecoq, y una Lora sentimental como una melodía de Shubert.
Por supuesto no faltaba una literata que iba en pos de impresiones á la California, ni una buena esposa que corría tras del marido escurridizo, ni una víctima que iba á gestionar su divorcio de una especie de tigre feroz que habia marchitado en flor su juventud.
Habia viajeros pacíficos de distinguida clase y que viajaban en el estricto órden constitucional.
En este número se contaba un acreditado doctor homeópata y su linda esposa. Esta señora es andaluza, y á pesar de su circunspeccion y de su estado, derrama la sal de Jesus por todos los cuatro costados.
El servicio del buque se hacia á nuestra llegada con rigorosa puntualidad, y el capitan, que es un cronómetro de cachucha azul, no permitia se relajase en lo más leve la disciplina.
La servidumbre era toda de chinos. No dejó de excitar nuestra curiosidad el conocimiento con estos bípedos que están metiendo tanto ruido.
El chino no es un hombre, es un ejemplar de una obra inmensa; los chinos son como alfabetos de imprenta; el que[7] conoce una b minúscula, conoce todas las b b. El chino se produce por moldes, sus poblaciones son como paquetes de alfileres.
Cabeza obtusa con el pelo alisado y dos grandes trenzas que rematan en listones negros, y le dan en la parte posterior de los muslos, tez de amarillo deslavazado, ojos oblícuos, nariz chata, boca grande....
Una especie de solideo sobre el occipucio, una muy holgada y luenga blusa hasta abajo de la rodilla; la blusa azul ó negra de seda ó lienzo de algodon; calzones anchísimos, azules ó negros; medias blancas como la nieve, y un calzado que tiene mucho de la chalupa, con las puntas agudas vueltas hácia arriba, y una suela gruesa de tres dedos en el centro, dada de blanco como correaje de tropa. Ese son los chinos, y esos chinos componian la servidumbre del buque.
La parte masculina eran negociantes ó viajeros retraidos, aventureros alegres y buenos bebedores, y la colonia mexicana en perpétuo movimiento por todos los vericuetos de la embarcacion, las pocas horas que no hicieron amistades extrañas.
Pocos de nuestros compañeros, y por desgracia los más graves, sabian inglés, y tambien por desgracia, pocos viajeros, esencialmente viajeras, conocian el español.
A Ramon Alcalde quedó reservada la gloria de dar vida y comunicar cohesion á aquellas almas huérfanas que se consumian de fastidio.
Acercóse en la noche como distraido al piano, alzó su tapa, preludió algunas quejosas melodías; pero tan silenciosas, por expresarme así, tan ténues, que parecia que hablaba á[8] solas el piano.... en medio de aquellos rumores tímidos oiamos abrir las puertas de los camarotes, tambien con mucha precaucion. El músico requiere auditorio, se rinde á la alucinacion de la gloria.
Las teclas, al fin, dejaron piar, con coquetería indecible, la Paloma.... esa Paloma comprometedora é insurgente, que no puede escuchar con calma ningun ente de razon.
Aletea, se sacude y estallan los requiebros abrasadores de la cancion habanera. Los mexicanos, como movidos por un resorte, cercaron el piano y ensayaron el canto: de repente, surge vibrante y sonora una voz ejercitada, dulcísima, llena de aquel jaleo y aquellas cosquillas que nos sacan de quicio; era la esposa del doctor, que dejándolo con tantos ojos abiertos, siguió las notas, se envolvió en ellas, y se pronunció por México.... bendita sea su boca!.... las risas, las palmadas, el entusiasmo, se parecian al delirio.... Las ladys estaban á las puertas de sus camarotes.... retiradas, pero no esquivas; á la Paloma siguióse el Té y el Tá; habia un D. Juanito, aleman, de voz privilegiada, que regaba con excelente champaña sin cesar, que acometió el Té y el Tá, que siguió á la Paloma con desusado brío, sin interrumpir los compases, al brindarnos con su champaña.... las ladys se acercaron al piano.... amables, pero no comunicativas.... Alcalde, superándose á sí mismo, dejó caer entre una tempestad de notas incendiarias nuestro himno nacional.... hubo entonces explosiones de entusiasmo frenético.... los ojos brillaban con lágrimas, las manos redoblaban los palmoteos, alguno se pasó la mano sobre la frente por sentir como cosquillas; era el tacto de las plumas de los sombrerillos de las ladys,[9] que se inclinaban tambien sobre el piano.... Era necesario no tener pizca de vergüenza, para no estar hecho una aleluya....
Al dia siguiente, todos aprendiamos inglés, y las ladys balbutian palabras españolas que era un contento. La desciplina del buque sufrió un golpe contuso. Uno de los empleados me decia: como estás alborota los mecsicanos.
La cosa fué tal, que nadie paró mientes en que el sol caduco que llamamos luna, tenia una glorificacion sublime en el desierto inmenso de las aguas.
La navegacion del Manzanillo á Mazatlan se hace casi sin perder de vista las costas, y las nuestras en esa parte del mar Pacífico, si bien desiertas, tienen belleza extremada, por la verdura de los campos cercanos y por las caprichosas montañas que las animan y les quitan su monotonía.
Aunque muchas veces, léjos de disminuirse los peligros con la proximidad de las costas se aumentan, hay algo de arrimo con ver la tierra; se nos figura que en un siniestro viene en nuestro auxilio; sobre todo, la idea de un pronto y feliz término del viaje, envolvia las largas horas de fastidio en las distracciones de las sorpresas de los que por primera vez se embarcan.
La curiosidad de ver una ballena tenia preocupados á varios de los compañeros, desde el Manzanillo. Al dia siguiente de nuestro embarque, y cruzando las inquietas aguas de Cabo Corrientes, álguien vió aparecer y desaparecer el monstruo, como un relámpago.
Agolpámonos sobre cubierta, los conocedores rastreaban con curiosidad el rumbo; al fin vimos salir de entre las aguas una cabeza enorme, boluda, unida á un cuello largo, muy[10] largo y angosto, que como que se balanceaba, dependiente de una masa negruzca que se sumergia en las aguas.
Como la navegacion en último término es el abandono de la personalidad; como el ócio es una llama solapada que consume los jugos del espíritu; como la espectativa del acaso, luego que se prolonga produce la indolencia, que es una especie de catalepsia para el alma, cualquier accidente cobra desusada importancia en el mar.
La rama vagamunda que se balancea sin rumbo en las olas, la gaviota que sigue al barco para merodear sus desechos y nosotros la creemos cortejo cariñoso, el pájaro perdido en el rastro de humo que deja el vapor, y forma como hileras de árboles y cimas de montañas en el vacío, todo nos despierta, nos interesa, lo encadenamos al mundo que hemos dejado, lo atesoramos, como atesora el pájaro los granos de la planta, y todo lo convierte en reliquia nuestro apartamiento de la madre tierra.
Se agobia con preguntas á los viejos marinos y á los navegantes aguerridos, que por su parte se hacen los menesterosos y dan valía á sus conocimientos, viendo con cierta piedad á los neófitos.
—Ya verá vd., me decia uno de esos marinos viejos, poseido del provincialismo de las aguas; ya verá vd. si admite comparacion aquel mar encallejonado y mezquino de Veracruz, con este mar que es un señor mar.
En aquel mar se revuelven las olas como las nueces en un talego; aquí, no señor, parece que se arrancan del confin del cielo y vienen inmensas y se elevan poderosas y se rompen á los piés de vd., que ve como despedazarse un universo de cristales.
Vea vd. qué costas inmensas y desiertas con acceso por todas partes.... dígame si con dos buquecillos como cáscaras de coco y cuatro gatos de resguardo se podrá evitar el contrabando. ¡Y qué costas! Vd. no puede calcular, aunque quiera, la inmensa riqueza de ese Valle de Banderas que tenemos al frente y el partido que podria sacarse para la exportacion. Solo en maderas posee tesoros que no se pueden ni valuar; tiene vd. ébano en abundancia, Primavera, que es la codicia de los artistas, linaloé aromático, moral, huayacan y otros muchos árboles preciosos. Pero desde aquí hasta Compostela, donde vamos á llegar, el tabaco crece casi espontáneo, y bastaria un ligero cultivo para hacer de ese ramo un venero inagotable de riqueza.
¡Oh y qué atencion tan especial merecen los puertos del Pacífico! Sin los puertos de depósito en estas costas, sin las franquicias arancelarias, se perderán para siempre; no se canse vd.; la desmembracion del territorio, los compromisos de la independencia, no los procuran los yankees; los agentes de esa perdicion están en México, en las aduanas interiores, en las levas, en la bestial proteccion á la industria, que no puede tener otra más eficaz que la libertad y la seguridad.
Aquella rinconada que se ve desde aquí, es Ipala.
—Sí, señor, es el puentecillo en que han hecho tantos su fortuna.... á poco distinguimos á San Blas, encapotado sesgo entre las rocas, como si quisiera sustraerse á toda vigilancia. El clima dicen que es pésimo.
—Así, así; al que perdona la fiebre, le matan las calenturas, y al que no la disenteria; al sol se tuesta el cristiano, y á la sombra se encargan de la tarea de devorarlo los mosquitos y otros bichos.
Cuentan de un paisano que quiso venir á instalarse en ese puerto y paró en la casa de un andaluz su amigo. A las veinticuatro horas de estar en San Blas, ya ardia su alma y alzaba el grito al cielo. Quejóse con el andaluz; éste, sin chistar palabra, le tomó por la mano y le llevó al templo: le colocó frente á Señor San Blas, patrono de la ciudad; el santo está muy fresco, con su monterilla puntiaguda, su aire resuelto como el de un majo, el brazo tendido y en alto dos dedos de la derecha mano.
—¿Ve vd. ese caballero? dijo el andaluz á su amigo.
—Lo veo, ¿y eso qué me importa?
—¿Sabe vd. lo que quieren decir esos dos dedos?
—No, señor.
—Pues quieren decir.... ó aguantarse, ó largarse.
—Vdes. ven que el santo no se anda con chiquillas ni con escrúpulos de monja.
Poco despues de amanecer el 19, y en la mañana más alegre y fresca que puede darse, nos encontrábamos frente á Mazatlan.
Mazatlan se percibe á poco más de dos millas, le forma el mar una herradura inversa á la bahía que cierran enormes peñas, que dan idea como de que el mar corre entre ruinas á estrecharse con la alegre ciudad.
Las casitas blancas del puerto parece que bajan en tropel de la colina, atravesando arboledas, trepando sobre las rocas, corriendo por la playa en tumulto, llevando en alto astas, torres y banderas que flotan en los aires.
En la bahía percibimos una que otra nave; pero en cambio, multitud de botes cayucos y embarcaciones pequeñas, ya tendiendo sus velas, ya abriendo y cerrando en afanosa[13] marcha sus remos, como las largas patas de animales acuáticos.
Dirigiéronse al vapor, como parvada de aves, algunos botes oficiales, otros rodearon el buque como hormigas un terron de azúcar....
Como he dicho, contábamos con hacer pié en Mazatlan; pero los hados lo dispusieron de otra manera, y de un modo inesperado, instantáneo, nos encontramos con que debiamos seguir á California. El cambio era súbito y la cuestion de presupuesto, entre otras, se nos presentó con toda su tremebunda deformidad.
Antes de partir, visitaron nuestra embarcacion los Sres. Kelly, Ferreira y otros nobles caballeros que nos hicieron generosas ofertas y se apresuraron á aliviar la suerte de los compañeros, que no por no aceptar sus favores dejaron de reconocerlos en lo más íntimo de sus corazones.
Yo recibí especiales atenciones de mis amigos Joaquin Redo y su esposa, honra y decoro de las matronas de mi patria; á esas personas quiero consignar este recuerdo de tierna gratitud.
En Mazatlan se verificó la desmembracion completa de la familia embarcada en el Manzanillo; hombres heróicos, corazones nobles, caballeros sacrificados á la idea del deber, caian como náufragos en una playa que pudieran llamar extraña, sin recursos, sin arrimo, sin otra espectativa que la de la persecucion y la miseria, y sin haber salvado otra cosa que la dignidad del hombre y las inspiraciones de la conciencia.
Vuelta la proa á San Francisco, alzadas las áncoras, viendo perderse en el horizonte las alturas de Mazatlan, como se[14] extinguen las luces de un festin nocturno, se abatió sobre nuestras frentes la tristeza y seguimos al destino, oyendo el resoplar del vapor y sintiendo cimbrar bajo nuestras plantas el costillar del buque que cortaba impetuoso las olas.
La noche fué sombría; á deshora, D. Juanito, que se paseaba haciendo X por el salon, sin duda por el recio movimiento del buque, entonó una melodía de Shubert, acompañándose con el piano, tan tierna, tan hondamente sentida, que me pareció que habian encontrado acento todas las dolorosas amarguras, que hechas lágrimas estaban al desbordarse de mis ojos.
Llegó el momento de hacer formal conocimiento con la cocina americana.
Anúncianse las comidas con un instrumento especial que hace las veces de campana. Este instrumento es un disco de hoja de lata más grande, pero de la figura de un comal; á este disco, se golpea con un bolillo dejándolo resbalar vibrante, lo que produce estrepitosas notas; mejor dicho, una algarabía de ruidos encerrados en un solo ruido, de venirse el mundo abajo. Ese escándalo de hoja de lata, se llama gongo.
Un chino lo suspende por uno de sus lados, tomando por punto de partida la cocina, empuña el bolillo y echa á correr por todo el buque, subiendo y bajando escaleras y armando una algazara verdaderamente infernal.
La gula tiene culto especial en un buque; se toma té, se toma lonche, se come, se cena, se vuelve á tomar té y las quijadas pueden resolver el movimiento perpétuo con poquísimo esfuerzo.
La mesa está cubierta de platos y escudillas pequeñas con[15] manjares, si es que tan lisonjero nombre puede darse á esas confecciones inventadas expresamente para martirio y sonrojo de los estómagos.
Maíces fresquecitos acabados de llegar de la milpa y á medio cocer, nadando en leche, con trozos de huevo empedernido, jitomates crudos que fungen, bien como frutas, bien como materia prima para ensalada, ramas colosales de ápio, erguidas sobre picheles y jarrones, tortillas de huevo que rociadas con melaza sirven de dulce, mantequilla que se mezcla indistintamente á las frutas, á las conservas y á las más repugnantes grasas, y unos pasteles de intestinos de calabaza mezclados con ruibarbo, capaces de resucitar á un muerto si se le pasa por la nariz.
Pero este es solo el pretexto; la verdadera confeccion de los manjares reside en el convoy, ó lo que se llama las angarillas ó aceiteras y sus adminículos.
Todos los cáusticos, todos los tósigos, todos los similares del aguarrás, del álcali y del petróleo, están encerrados en botellitas que hacen temblar las carnes, con los nombres de salsas, pikles, pimientas, polvos y sazones.
Llega el manjar, y caldo ó carne todo es uno, llueven polvos, vinagres, melazas, el caos de los sabores, la Babel de los tósigos; aquello se devora y su hervor se apaga con cerveza ó se inunda en agua, varias veces nauseabunda....
La mesa era, pues, la béstia negra para mis compañeros y para mí; pero pasadas sus embestidas, renacia el buen humor y se trataba de comunicar variedad al triste encierro que nos sujetaba.
El piano levantaba los ánimos, el aprendizaje del idioma estrechaba los vínculos, y la amabilidad mexicana hizo tales[16] conquistas, que á poco tiempo los chinos ensayaban dancitas, los empleados tarareaban el sombrero ancho, el servicio se relajaba y el capitan se tiraba las barbas al ver que la fiebre mecsicana hubiese invadido su ántes silenciosa y austera mansion.
Un pasajero de la Baja California, ancho de espaldas, resuelto de mirada, pero de finas maneras, me sorprendió en la tarde dirigiendo piropos á las nubes, extasiado con el espectáculo magnífico de la caida del sol (ya es conocida de mis amigos mi manía de declamar mis versos al improvisarlos, manía que me ha valido algunos chascos).
El cuadro que yo tenia delante de los ojos era de una grandiosidad inexplicable.
Moles inmensas de nubes veíanse tendidas y como superpuestas en la dilatada extension del horizonte; sobre aquella gradería aérea se condensaban grupos de nubes formando árboles, arcos, pirámides, cabezas de monstruos con garras y alas, caballos, columnas, ancianos de profusa barba y dragones gigantescos: de las extremidades de ese horizonte amplísimo colgaban cortinajes caudalosos de púrpura, que se revolvian ó se derramaban sobre las gradas: el sol, primero apareció como en el centro de un pórtico fantástico y fué descendiendo tras la gradería, trasparentándola, tiñéndola de escarlata, bordando de oro los cortinajes, circuyendo de ráfagas, árboles, arcos y columnas, dejando como en la sombra, rocas, ancianos y monstruos; descendió más y el globo inmenso de fuego tornó en raudalosas cataratas de llama las gradas, apareciendo el astro rey ahogándose en el infinito de luz que reproducian las aguas como incendiándose, en tanto que vislumbraba la luna en Oriente como[17] inundada en lágrimas al presenciar la agonía de su hijo, el padre del dia.... El cuadro, aunque desnaturalizado por mi pluma, era magnífico, la tripulacion entera asistia á él, ébria de deliciosa admiracion. Yo estaba aislado, y como digo, declamando no sé cuantos disparates.... sentí á mi espalda un ruido y era el pasajero que me decia:
—Continúe vd., señor.... continúe vd., yo rezaba tambien como vd.
El pasajero es amigo del Sr. Pedrines, vecino de la Baja California, con quien por tal motivo contraje relacion.
—Allí tiene vd. mi casa, esa es la Baja California, yo poseo unos ranchos cerca de San José. Cierto es, continuó, que la Baja California no tiene los tesoros que la Alta; pero es opulentísima, son innumerables los ganados que sustenta, de sus minas tienen vdes. noticias bastante exactas por los escritos de los Sres. Esteva y Castillo, el comercio de la orchilla podria hacerse fecundísimo, la pesca de la ballena es ramo que ha producido cuantiosas ganancias y no tengo noticia de que se haga la pesca de la perla, que produce cuarenta y cincuenta mil pesos anuales, en mejores condiciones que aquí.
Sobre todo, hay islas no explotadas que encierran inmensas riquezas. ¿Vd. no tiene conocimiento del proyecto del Sr. D. Guillermo Andrade para enlazar por medio de comunicaciones rápidas, Guaymas, es decir, Sonora, la Baja California y San Francisco ó mejor dicho, para comunicar varios pueblos por el Golfo de Cortés?
—No, señor; pero debe ser de importancia, porque el Sr. Andrade es hombre calculador y audaz para los negocios.
—No sé los pormenores del Proyecto, aunque anda impreso[18] en varias manos; pero sé que se reduce á pedir subvencion para las comunicaciones frecuentes entre esos puntos que á vd. digo, por medio de vapores que conduzcan pasajeros, carga y correspondencia.
Como complemento del Proyecto se pide la habilitacion como puerto de altura al de la Libertad, hoy solo de cabotaje, y el de San Felipe en la Baja California, cercano á los valles de la Trinidad, Santa Catarina y los placeres de oro que ahora se tienen que surtir de San Diego, con perjuicio de los intereses nacionales.
—De solo harina, continuó uno de los que estaban cerca de mi amigo, se consumirian más de 50,000 pesos al año. La harina de California, puesta en San Rafael, cuesta de cuatro á cinco pesos quintal, ó sean de doce á quince pesos carga; abierto el puerto de San Felipe, tendriamos carga de harina del Altar, por ocho pesos.
Lo propio que digo de la harina podria decirse del azúcar, manteca, jabon, tabaco, aguardiente, sal, maíz, frijol y otros artículos.
—Tiene vd. razon; yo he oido decir que artículos nacionales, como panocha, mezcal, sombreros, sillas de montar, zarapes, etc., tienen primero que ir á San Francisco, donde pagan derechos, y despues venirse á vender á la Baja California.
Esa tendencia á unirse una parte de Sonora en intereses con San Francisco, depende de las pésimas disposiciones fiscales, y el gobierno protegeria con solo no oprimir al trabajo.
Medio de oro hubiese yo dado á mis vencedores los proteccionistas de México, porque hubieran aprovechado las[19] lecciones sábias del Sr. Pedrines, á quien apedrearian sin duda los capataces de nuestros buenos y crédulos artesanos.
En estas conversaciones íbamos al frente del Cabo de San Lúcas: allí, en una humilde barca de pescadores, resuelto, y sin arrimo ni otra proteccion que la del cielo, ganó la playa nuestro caballeroso y leal compañero Antonio Gomez, que se separó de nosotros siguiendo la ruta que le marcó su sino.
La sencilla y majestuosa celebracion del domingo me conmovió profundamente.
Sin antecedente el más ligero, uno de aquellos caballeros, que en nada se diferenciaba de los demás, fué resultando sacerdote. Por supuesto que jamás le ví al lado de sobrinitas cariñosas de parecido perfecto del siervo del Señor; nunca le escoltaba un creyente de fisonomía humilde y estúpida; nunca manifestó esa superioridad del que por creerse en relaciones con el cielo, puede hacer de la tierra cera y pábilo.
El comedor se adicionó con una mesa cubierta con la bandera americana, y sobre la mesa un libro.
Detrás de la mesa estaba el sacerdote: en las bancas, y al rededor de las mesas se sentaron los creyentes; niñas primorosamente vestidas, señoritas adornadas con elegancia extraña, jóvenes y caballeros entre quienes reinaba el silencio y la compostura.
Nada más sencillo que aquel cuadro; pero el recogimiento, la seriedad y el espíritu religioso preponderante, convirtieron en augusto templo aquel departamento del buque y dieron solemnidad al que á primera vista parecia trivial espectáculo.
En determinado momento, el sacerdote inició, y los circunstantes formaron coros tan acordes, tan llenos de majestad,[20] que me encantaron; y cuando por las ventanillas del buque distinguia el hervor de las olas de oro que cortaba la proa, y cuando en los intervalos del canto se oia el respirar esforzado de la máquina titánica, domadora de las aguas: en algo de vago y de infinito, tendia sus alas el espíritu, sintiéndose como enaltecido y purificado por la manifestacion del Hacedor Supremo en aquel desierto, en que como algas leves flotaban nuestras vidas en la inmensidad del Océano.
Despues de los coros, pusiéronse los circunstantes en pié y el sacerdote hizo una invocacion sublime, que conmovió profundamente.
Terminada la ceremonia, unas damas pasearon sobre cubierta, otras se refugiaron al salon, y yo, acurrucado en mi camarote, de pié y haciendo que una tablilla puesta sobre el colchon fungiese de mesa, improvisé los siguientes versos:
AL MAR
Te siento en mí; cuando tu voz potente
Saludó retronando en lontananza,
Se renovó mi ser, alcé mi frente,
Nunca abatida por el hado impío,
Y vibrante brotó del pecho mio
Un cántico de amor y de alabanza!
¿Te encadenó el Señor en estas playas,
Cuando Satán del mundo
Temerario plagiando el infinito,
Le quisiste destruir, y en lo profundo
[21]Gimes ¡oh mar! en sempiterneo grito?
Tú tambien te retuerces cual remedo
De la eterna agonía;
Tambien como al sér mio
La soledad te cercan y el vacío;
Y siempre en inquietud y en amargura,
Te acaricia la luz del claro dia,
Te ven los astros de la noche oscura.
A mí te ví venir como en locura
Desparcido el cabello de tus ondas
De espuma en el vaiven, como cercada
De invisibles espíritus, llegando
De abismos ignorados y clamando
En acentos humanos que morian
Y el grito y el sollozo confundian.
A mí te ví venir ¡oh mar divino!
Y supe contener tanta grandeza,
Como tiembla la gota de la lluvia,
En la hoja leve del robusto encino!
Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
Recogiendo las alas fatigadas
Se prosternan á tí desde los montes.
Prendida de tus hombros la luz bella,
Forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
Se perciben los tumbos de tus ondas,
Cual de hermosa en el seno palpitante
Los encajes levísimos de espuma.
Si te agitas, arrojas de tu seno
En explosion tremenda las montañas,
Y es un remedo de la brisa el trueno,
Terrible mar, si gimen tus entrañas.
¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
[22]Como mujer celosa,
En medio de tu marcha procelosa
El escollo tus iras desafía?
Vas, te encrespas, le ciñes con porfía,
Retrocedes rugiente,
Y del tenaz luchar desesperada,
Te precipitas en su negro seno,
Despedazando tu altanera frente.
En tanto el viento horrible,
Arrastrando al relámpago y al rayo,
Cimbra el espacio, rasga el negro velo
De la tiniebla, se prosterna el mundo
Y un siniestro contento se percibe
¡Oh mar! en lo profundo,
Cual si con esa pompa celebraras,
Entre el eterno duelo,
Tus nupcias con el cielo!
Cansada de fatiga, cual si el aura
Tierna te prodigara sus caricias,
A su encanto dulcísimo te entregas,
Calma tu enojo, viertes tus sonrisas,
Y como niña con las olas juegas
Cuando te dan su música las brisas.
Tú eres un sér de vida y de pasiones:
Escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
Nos sobrecoges de terrible espanto,
Embriagas de grandeza y enamoras.
Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
Me ví junto de tí, como tocando
El borde del magnífico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
Y Dios, me pareció que proclamaban
[23]Las ondas, repitiendo mi alabanza.
Entónces ¡ay! la juventud hervia
En mi temprano corazon, la suerte
Cual guirnalda de luz embellecia
La frente horrible de la misma muerte.
Y grande, grande el corazon, y abierto
Al amor, á la patria y á la gloria,
Émulo me sentí de tu grandeza
Y mi orgullo me daba la victoria.
Entónces, el celaje que cruzaba
Por el espacio con sus alas de oro,
De la patria me hablaba.
Entónces ¡ay! en la ola que moria
Reclinada en la arena sollozando,
Recordaba el mirar de mi María,
Sus lindos ojos y su acento blando.
Si una huérfana rama atravesaba,
Juguete de las ondas, cual yo errante,
Léjos de su pensil y de su fuente,
La saludaba con mi voz amante,
La consolaba de la patria ausente.
Si el pájaro perdido iba siguiendo,
Rendido de fatiga, mi navío,
¡Cuánto sufrir, Dios mio!
Su ala se plega, aléjase la nave,
Y se esfuerza, y se abate y desfallece,
Y convulsa, arrastrándose en las ondas,
El hijo de los bosques desparece.
En tanto, tus inmensas soledades
La gaviota recorre, desafiando
Las fieras tempestades.
Entónces, en la popa dominando
La inmensa soledad, me parecia
[24]Que una voz á lo léjos me llamaba,
Y acentos misteriosos me decia:
Y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿de la creacion olvido
Te quedaste sus formas esperando
Engendro indescifrable, en agonía
Entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo,
En tus entrañas refugiaste el caos?
¿O mágica creacion, rebelde un dia
Provocaste á tu Dios, se alzó tremendo:
Sobre tu frente derramó la nada
Y te dejó gimiendo
A tu muro de arena encadenada?
¿O promesa de bien, en tus cristales
Los átomos conservas, que algun dia
Cuando la tierra muera,
Produzca con encantos celestiales
Otra luz, otros séres, otro mundo,
Y entónces nuestro suelo
A tus plantas se llame mar profundo
En que retrate su grandeza el cielo?
⁂
Hoy llegué junto á tí como otro tiempo
Siguiendo ¡oh libertad! tu blanca estela;
Hoy llegué junto á tí cuando se hundia
En abismos de horror y de anarquía
La linfa de cristal de mi esperanza,
Y hoy como en otro tiempo la voz mia,
[25]En himno se tornó de tu alabanza.
Porque tú eres un poema de grandeza,
Porque en tí el huracan sus notas vierte,
Luz y vida coronan tu cabeza,
Tienes por pedestal tiniebla y muerte.
⁂
Nadie muere en la tierra; allí se duerme
De tierna madre en el amante pecho:
Velan cipreses nuestro sueño triste
Y riegan flores nuestro triste lecho.
Solitaria una cruz dice al viajero
Que pague su tributo
De lágrimas y luto
En el extenso llano y el sendero.
En tí se muere ¡oh mar! ni la ceniza
Le das al viento: en la ola que sepulta
La rica pompa de poblada nave
Nada conserva las mortales huellas,
Se pierden.... y en tu seno indiferente
Nace la aurora y brillan las estrellas.
A tí me entrego ¡oh mar! roto navío,
Destrozado en las recias tempestades,
Sin rumbo, sin timon, siempre anhelante
Por el seguro puerto,
Encerrando en mi pecho dolorido
Las tumbas y el desierto....
Pero humillado no; y en mi fiereza,
A tí tendiendo las convulsas manos,
[26]Sintiendo en tí de mi alma la grandeza,
Y ahogando mi tormento,
Le pido á Dios la paz de mis hermanos:
Y renuevo mi augusto juramento
De mi odio á la traicion y á los tiranos.
Enero de 1877.
A bordo del “Granada” en el mar Pacífico.
Guillermo Prieto.
El amor irreflexivo de padre me hizo enseñar mis versitos, y cátenme vdes. en posesion de la más molesta, perjudicial y engorrosa para mí, de todas las reputaciones: la reputacion de poeta.
A ella debo que mis estudios más sesudos se hayan graduado de quimeras; de ello ha tomado pié la maledicencia para pintarme como un sér insustancial y soñador; por ella cualquier quídam me hace objeto de sus sátiras y soy el tema obligado de todas las detracciones y calumnias. Ella me hace la mina inagotable de las gracejadas de todos los necios, y el objeto predilecto para los desahogos de los pedantes y malvados.
Yo tengo aversion al título de poeta, entre otras cosas, porque no lo merezco: doy todos mis laureles por una gota de olvido de mi manía.
Pero no hubo remedio. Joaquin Alcalde y yo fuimos los poetas del buque; en ménos que canta un gallo, se nos volvieron todas nuestras compañeras de viaje, literatas y sentimentales, llovieron álbums y aquello fué una gloria.
A persona tan circunspecta y retraida como Francisco Gomez del Palacio, le asediaban pidiéndole traducciones de[27] nuestros versos, y este buen amigo pegaba el grito al cielo por la tarea que le imponian nuestra facundia y los deberes de urbanidad.
La fiebre poética se apoderó hasta del sexo fiero, y no faltó bigotudo que se hiciera conducir á mi presencia con su intérprete, diciéndome que cuánto podia bajarle en el precio de una pequeña cantidad de versos de tristeza y de amor.
Pero tal circunstancia estableció la confianza, menudeaban las confidencias, se hacia comunicativa la alegría y era de escucharse un palomo coreado por las lindas hijas de Guillermo Penn y de Washington, con sus medias lenguas.
La aurora del 25 de Enero nos saludó anunciándonos nuestro pronto arribo al puerto de California.
El buque tenia más aseo y estaba más engalanado que de costumbre; los chinos, desde las tres de la mañana, habian hecho maniobrar sus bombas, y chorros y cataratas de agua habian dejado la embarcacion como un espejo.
En todos los cuartos se hacian líos y se preparaban los objetos pertenecientes á cada individuo para su fácil trasporte, corrian los niños vestidos de lujo, por corredores, escaleras y cubierta, salieron á luz canarios, guacamayas y perritos falderos, y damas y galanes, guapos como para asistir á un baile, esperaban con sus sacos, bastones, paraguas y sombrillas al lado, el deseado momento del desembarco.
Solo el grupo de mexicanos, asaz tristes y derrotados, veian aquel que para los demás era término, como principio de desdichas y como confinacion, algunos al destierro y acaso á la miseria.
La navegacion habia sido un paseo, sin una sombra de[28] peligro; el capitan se habia hecho acreedor á nuestra sincera estimacion y gratitud.
El mar estaba terso y reluciente con el sol, como un inmenso lago de acero y oro fundidos; comenzamos á percibir buques en todas direcciones, ya cruzando arrogantes por en medio de las aguas, ya en tragin perpétuo, cercanos á la costa. A los primeros se interrogaba con la vista: ¿cuál es tu rumbo? ¿qué destino te prepara el cielo? á los segundos se les veia como de casa, como la servidumbre de la entrada de los palacios, con la que se quiere uno informar de las costumbres de los amos y de las poridades de familia.
Los veteranos del mar, los conocedores de las costas, iban nombrando las rocas y designando los accidentes del terreno.... La bulla crecia, la tripulacion de nuestro buque coronaba la cubierta y los corredores vestida de gala, viéndose en los balaustrados del exterior como orlas de rostros humanos, sorbetes y sombrillas de todos colores.
De un grupo de buques que parecia venir á nosotros se desprendió el práctico, sonaron los pitos de los vapores, como el relincho de dos caballos que se reconocen.
En semicírculo inmenso fueron desplegándose las rocas, los árboles y las alturas de la bahía. Por el centro del pórtico que parece formar al descubrirse, sobre olas de nácar y de llama, se distinguian bosques de mástiles, entre los que negreaban las chimeneas de los vapores, arrojando torrentes de humo blanco y negro que subia vago y se tendia dorándose con el sol. Cordajes y banderas de todas hechuras y colores, formaban redes en los aires, y surcando las aguas, se agitaban embarcaciones de todos tamaños con sus velas hinchadas y sus remeros alegres.
Forman gigantescos peñones como inmenso pórtico á la entrada de aquel mar interior que se llama la bahía de San Francisco, una de las más grandes y más bellas del mundo.
La bahía de San Francisco tiene grandiosidad sin ejemplo, porque es realmente una cadena de bahías, eslabonadas por las peculiaridades de un terreno cuyos accidentes forman una sucesion de prodigios.
El puerto es propiamente la Puerta de oro del Pacífico; dilatadas costas se extienden á sus lados, forman un estrecho promontorio de rocas, que parecen penetrar en las nubes, y enormes peñascos le forman pórtico y la decoran.
Islas, fuertes y montañas, forman el cañón de su entrada, y al extenderse como que aparta la tierra empujándola y se dilata diez y ocho leguas. Los bordes de esta inmensa bahía, tranquila y de limpias aguas, están decorados en uno y otro márgen por pueblos, fábricas, molinos y estancias circuidas de árboles y por sementeras risueñas que casi tocan las olas.
Cuando uno cree que se terminó la bahía porque se tocaron sus confines, se interna y se percibe una isla que como que la limita; pero al trasponerse la isla, ve abrirse y dilatarse el panorama magnífico de la bahía de San Pablo, encerrada entre fertilísimas tierras, ceñida de árboles gigantes y circundada tambien de habitaciones de campo, que blanquean entre los trigales y al través de los sombríos emparrados. Ebria de tanta hermosura se quiere como reposar la vista, y entonces ve como partidas las montañas y que se precipitan á su espalda en ese cañón profundo, los rios de San Joaquin y del Sacramento, trayendo en su corriente parvadas de embarcaciones que penetran por esa sucesion de bahías y se extienden y como que juegan en las aguas hasta dispersarse[30] en la gran bahía, como una legion de aves acuáticas.
Y cuando se ven como perdidas en aquella inmensidad tres mil y más embarcaciones de todos los países, entónces parece trivial el cálculo de que aquellas bahías pueden encerrar la marina de todo el universo.
Un jóven amabilísimo de la familia del Sr. D. Guillermo Andrade (Manuel Gonzalez), con quien habiamos contraido muy buenas relaciones, se encargó de ser mi cicerone luego que nos acercamos á la bahía.
El jóven á quien me refiero, perfectamente educado y de buenos estudios náuticos, me habia instruido en las riquezas de la costa, se habia extendido en hacerme explicaciones sobre el importante buceo de la perla, la pesca de la ballena, el cultivo de la orchilla y otros ramos de riquísimo comercio, de la Sonora y de la Baja California.
A grandes rasgos, y sin pretensiones de pedagogo, más bien con la pasion de mexicano patriota, me decia:
—¡Ah, señor! qué tesoros perdió nuestra patria; este es un suelo divino, acaso destinado para una sorprendente revolucion en la gran metamórfosis de las nacionalidades americanas, cuando despedazados los miembros del coloso del Norte, adquiera vida propia cada uno de ellos.
La California está limitada al Norte por el Oregon, á los 42 grados de latitud setentrional; al Este por las Montañas Rocallosas y la Sierra de los Mimbres; al Sur por Sonora y la Baja California, que acabamos de ver; al Oeste por el Océano Pacífico. Su extension de Norte á Sur es de cerca de setecientas millas; de Este á Oeste de seiscientas á ochocientas: su superficie de 400,000 millas cuadradas!
Levántase en los mares de Occidente California, como apoyándose en las abiertas costas de México; desde el Ecuador le tienden los brazos y la cortejan como á una reina las Américas hermanas; las islas de Sandwich y la Australia romancesca, la ven aduladoras y le envían sus frutos: el istmo de Panamá la aclama el gran depósito de los efectos de Europa; el de Suez le sonríe tras los horizontes como celebrando sus nupcias con el mundo antiguo, y el Japon y la China con los encantos de la leyenda, y las tradiciones de la cuna del mundo, la lisonjean, con todo lo que tiene de más grandioso el espectáculo del porvenir de la humanidad.
—Yo, replicaba casi avergonzado de mi ignorancia, todo lo que sé de California es que fué descubierta en 1548 por Cortés y explotada por el navegante español Juan Rodriguez Cabrillo. Treinta años despues la visitó Francisco Drake, quien le dió el nombre de la Nueva Albion, y que colonizada por los españoles en 1768, formó parte de una de tantas provincias de la Nueva España.
—Ya estamos en la entrada de la bahía, me dijo Manuel; vea vd., forma horizonte, parece un mar interior; diga vd. francamente si tenia idea de un tumulto, de una aglomeracion de embarcaciones semejante; y en tal movimiento, ¿ve vd. esa isla asentada en el centro de la bahía?—Es la isla del Alcatráz.
Estos lienzos de roca que parecen precipitarse en el mar, por los que sin embargo hay caminos que culebrean de alto á bajo, son fortines y campamentos para las tropas. El lugar ó entrada por donde estamos pasando es Golden Gate (puerta de oro). Vea vd. entre esos promontorios de rocas ese palacio como volado sobre el mar: es Cliff House, casa pública de[32] recreo magnífica: ¡qué balaustradas y qué espléndidos corredores! ¡y cuán concurrido de damas y caballeros! Al frente, en esos arrecifes, están los famosos leones marinos, que viven bajo la proteccion de la ciudad. Las falúas de la capitanía del puerto, del cuerpo de sanidad y del correo estaban abajo de nuestro buque, tambaleándose en las olas, multitud de negociantes, de agentes de periódicos, de amigos y curiosos se nos acercaban: numerosos botes proclamaban sus asientos y medios de trasporte, y por entre los viajeros circulaban en enjambres con sus tarjetas en las manos, personas que nos brindaban hospitalidad en hoteles, restaurants, casas de huéspedes y paraderos infinitos. El “Granada” avanzaba por un laberinto de buques sobre los que flotaban banderas de todos los pueblos del globo, se oian acentos en todos los idiomas conocidos, y se veian los trages variadísimos del chino, del danés, del ruso, del austriaco, del europeo y del americano.
Aturdian los mil ruidos, deslumbraba el sol reverberando en las olas inquietas, embriagaba la multitud.
Ibamos viendo como ascendiendo á las alturas las calles de la vasta ciudad, rozábamos multitud de corredores de madera que daban á inmensas galeras bajo las cuales habia coches, ómnibus y carros en número sorprendente: eran los muelles; en los claros que éstos dejaban, veíanse regados y amontonados tercios, maquinaria de fierro, madera en montañas y tragin de carga y de descarga.
En las posas que hacia nuestro buque ántes de acomodarse en su respectivo muelle, se hablaban los amigos, los esposos se decian ternezas, los niños desde los brazos de las madres tendian sus bracitos inquietos á los autores de sus dias.
Algunos, impacientes, tomando en sus manos una especie de morillo con muescas terminado en gancho (bichero), le afianzaban á la orilla del buque, trepaban de sorbete y paraguas por sus costados como una lagartija, y caian entre risas y lágrimas en los brazos de personas queridas.
De mis compañeros y de mí se habia apoderado un recaudador de viajeros y nos condujo al hotel Gaillard; hotelito para la gente de mediana fortuna, pero en el que se comia á la francesa, recomendacion poderosa para los que traiamos el estómago en un hilo á causa del plan ó sistema americano.
Rompiamos un mar de transeuntes y carruajes, nos deslumbraban por todas partes edificios magníficos de donde entraban y salian raudales de gentes bien vestidas, y venciendo cuestas y trepando alturas, llegamos al suspirado hotel y quedamos oficialmente instalados.
El hotel, como la mayor parte de las casas, está construido bajo el tema de buque.
Son grandes cajones de madera dentro de los cuales, y siempre bajo de techo, se superponen pisos de cuartos, comunicados por escaleras de caoba con escalones forrados de metal, los cuartos tienen ventanillas á la calle ó se alumbran con tragaluces de variadas formas. No se conoce lo que llamamos patio, y esto empuja á las gentes á la calle como temerosas de la asfixia.
Por lo demás, aunque nuestro hotel fluctúa entre la segunda y la tercera clase, no faltaban sus alfombras y su gas en los tránsitos, ni en los cuartos su cama matrimonial, sus cómodas con mármol, su tocador, su perchero y su mesilla exígua para escribir ó refrescar.
El comedor está situado en el primer piso que da á la[34] calle, tiene sus mesillas como nuestros cafés, su mostrador tras el cual yacia como embutida la monumental directora de escena y un sirviente jorobado, de sesgos ojos azules, sarcástico y pacienzudo como un jefe de glosa del antiguo régimen.
Percheros en las paredes, avisos de teatros colgando acá y acullá, un espejo vergonzante, retratos de héroes ó bailarinas, ese era el comedor que se veia á la entrada y frente por frente de la cantina y despacho del hotel, en donde el Lager beer impera, los coptails abundan, verdeguea la yerbabuena y está tendido patiabierto el libro colosal en que los mismos viajeros inscriben su nombre al instalarse.
Hay sus mesillas para los bebedores sedentarios y su mesa de billar para que maten el fastidio los devotos del trago.
Al recomendar mi escaso equipo á un sirviente francés, de charlar inagotable, patilla de contrabandista y empaque de teniente de dragones enamorado, me dijo:
—Aquí no hay ladrones; no estamos en México.
Acababa de hacer esa reminiscencia de mi cara patria, cuando pasaba un compañero caritativo y supo acentuar con un puntapié tan á tiempo la frasecilla del francés, que jamás se borró de su memoria, conservando hácia mí, sin motivo alguno, especial antipatía.
Al frente de la ventana de mi cuarto está un hospital y templo chino, las bocacalles próximas dan á la opulentísima calle de Kearny, asciende la vista por un extremo hasta perderse en la altura silenciosa y poco poblada de la calle de Pine y desciende hasta emborucarse en el tropel de calles y vericuetos, que como que se atropellan buscando la orilla del mar.
Descansaba en la noche en mi cuarto, cuando en la esquina próxima brotó un desaguisado de tambora, tambores, trompetas, platillos y triángulos, que me conmovió como golpe eléctrico.
Asoméme á la ventana, fijé la vista y era una orquesta entre hachones, que alumbraban en carteles estupendos, danzarinas, negros, caballos, y no se cuántas figuras más, con el nombre de Circacianas.
Descendí para ver de cerca la gresca, la concurrencia se agolpaba al borde de una escalera que conducia á un subterráneo, que era un verdadero abismo de luz vivísima.
Sin más averiguacion, me descolgué por aquella escalera y me encontré en un saloncito pequeño, con su mostrador al rededor del cual, hervian fieltros y sorbetes, levitones y chaquetas de punto, y gente, ya con lo abigarrado del desórden y la dejadez, ya con cierta pulcritud, que certificaba el guante, la cadena del reloj y el bastoncillo pretencioso.
En los extremos de la salita hay dos entradas: una para el salon del espectáculo, la otra para los palcos. Yo nada de esto sabia, ni entendia palabra de lo que á mi alrededor se hablaba.
Fuí literalmente despojado de medio peso y me empujó suavemente uno de los empresarios á un corredor angosto y no muy alumbrado, que corre á la espalda de los palcos.
Entré á uno de esos palquitos cuyo techo casi tocaba con la mano. Son de reducido espacio, tienen hácia el salon una cortinita que se cierra y se abre discretamente.
En el palco, y guiados por un mismo impulso de curiosidad impertinente, se encontraban, Alfonso Lancaster, Pablo Ibarra y Manuel Alatorre, de la comitiva mexicana el primero;[36] los otros dos, mexicanos, pero personas independientes, bien acomodadas, ligados á nosotros por sus afectos á Lancaster y el deseo de servirnos personalmente.
Mi contento fué extremo. Ellos estaban muy sérios viendo el salon. El tal salon está cubierto de bancas de madera pintada, sin más atavíos ni adminículos; es casi cuadrado, de techo bajo y ancho de extension. En el fondo se levanta sobre gruesos vigones un teatrito, tan escurrido y apocado, que se avergonzaria si se encontrase al frente de nuestros más humildes teatros caseros de casa de vecindad. Unos picos de gas pegados á la pared, un candilillo en el centro á cuarta parte de haber y una hilera de mecheros en el palco escénico, en que no se conoce la concha del apuntador: este es el salon.
En cuanto á la concurrencia, masculina en su inmensa mayoría, ya hemos visto algunos bosquejos á la entrada; pero con la luz del gas se ponian en relieve aquellas barbas amarillas como untadas de cera, aquellos cuellos largos y empedrados de poros escarlatas como el cuello de un guajolote, aquellos ojos pardos, pequeños y llenos de penetracion y de audacia, y aquellas concatenaciones de trapos de todas las formas, de todas las procedencias, de la ruina de todas las hechuras, salpicados con botones de vidrio, cadenas de acero, anillos de doublé y todos los caprichos de la mercería, y estos narigudos, cuellilargos y burdos personajes, envueltos en espesas nubes de tabaco de puro ó de pipa, que ponen la atmósfera de poderse cortar con un cuchillo.
El telon estaba levantado y se representaban cuadros animados de no sé cuántas atrocidades mitológicas, históricas y bíblicas.
Seguian servilmente la desnudez de las mujeres, ajustadas carnes de finísimo punto; en los hombres habia mayores economías sin ofender el pudor.
Pero es de advertir que la propia especulacion y la abundancia de hermosas, hacen que se soliciten por los empresarios mujeres de rara belleza, de suerte que independientemente de la exactitud histórica, la simple exposicion de aquellas damas esclaviza y enamora.
El foco en que aparece el cuadro se ilumina con luz eléctrica, miéntras el gas disminuye su fulgor, quedando casi oscura la pieza.
Acababa de presentarse el cuadro de Sanson y Dálila; el teatro se hundia á palmadas y gritos.
Echóse el telon, blasfemó la música no sé cuántas cosas, y quedó casi desierto el salon, por ser la hora, segun despues supimos, de las grandes libaciones.
Nosotros, siguiendo las costumbres que veiamos, corrimos la cortinilla de nuestro palco para fumar con mayor comodidad.
Apénas hicimos esto, cuando sin más antecedente y de manos á boca se encontró el palquito invadido por las deidades bíblicas del sexo contrario, que tanto habian encantado al público.
Mandaba la guerrilla de hermosas, una matrona gravedosa que conducia cerveza y Champaña para obsequiarnos.
Alatorre habla inglés perfectamente; dió las gracias, brindamos asientos á aquellas criaturas que parecian salir del baño, tomamos una copa y llamó una campanilla á la escena á nuestras bellas visitadoras.
Por más que ninguno de nosotros tuviese una aureola de[38] inocencia, la visita nos sorprendió altamente, por la excesiva economía en los trages de nuestras favorecedoras.
En medio de nuestra sorpresa, no habiamos notado que las hijas de Eva habian despabilado lagos de Champaña. La matrona austera llegó á cobrar una barbaridad por el obsequio que nos habia hecho (dos onzas de oro).
Continuó la funcion: á la entrada del proscenio habia unas sillas de palo y en ellas sentados negros y negras, falsificados con perfeccion; los unos tocaban el tambor, otro agitaba una pandereta con cascabeles, el otro tenia unos palillos pequeños entre los dedos, los que sacudiendo fuertemente la mano, castañetean, repican y forman una ruidera espantosa. Todos, cuando el caso llegaba, zapateaban de punta y talon, azotando la pata á trechos con ímpetu desaforado.
Estos negros son el alma de la funcion, que no sé por qué se llama de Ministrils; ellos dicen gracejadas obscenas, ellos se dan puñadas y se derriban de las sillas; pero con tan extravagantes contorsiones, con tan descompasados gritos, con puñetazos y patadas tan soeces, que nuestros payasos más desastrados se ruborizarian de semejantes émulos.
La escena suele representar un matrimonio mal avenido, con un nene de á dos varas, á quien vapulan, poniendo el reverso de su cuerpo en espectáculo, ó bien le dan papilla en un lavamanos y con una cuchara como una pala. Ya es un negro sirviente de un doctor que le usurpa sus funciones en sus ausencias, equivocando recetas y poniendo á la muerte á los clientes, quienes se vengan á porrazos; ya un chino camarista de su señora, que se ostenta más frio y estúpido,[39] miéntras ella es más abandonada, y que sin la intervencion del telon, único representante de la decencia, yo no sé hasta dónde habria llevado sus libertades.
Pero esta farsa indigna es el regocijo de la canalla, silba desaforadamente, que es un modo peculiar de aplaudir, golpea las bancas, grita, aulla y hace que se repitan las escenas más repugnantes, exigiéndolo con frenesí.
Apénas terminó el acto, cuando oimos los pasos de las negritas; entónces cerramos el palco, atrancamos con sillas, pusimos verdaderas barricadas; ellas empujaban, de hacer retemblar el cancel, escalaron el tabique y sacaban sus negras caras y sus lanudos cabellos por encima de las tablas; nosotros permanecimos impasibles, atrayéndonos al fin no sé cuántas injurias.
No era posible resistir más; en la primera coyuntura, abandonamos el campo, no obstante la curiosidad de viajeros y á pesar de que el espectáculo suele prolongarse hasta la una ó dos de la mañana.
Cuando al siguiente dia impuse á Francisco Gomez del Palacio de mi primera aventura, reprochó altamente mi excursion.
—¿No sabes que á esos teatros subterráneos, cafés cantantes y salones de baile les llaman los infiernos? ¿No sabes que esos son los receptáculos de la gente más perdida, de la que hay en grande abundancia en esta tierra? ¿Ignoras que noche á noche en esos lugares hace grandes colectas la policía?
En efecto, á los dos ó tres dias de nuestro primer estudio en el teatro de las Circacianas, supimos que Dálila, Sanson y la comitiva de Filisteos y espectadores estaban en la cárcel,[40] de donde nunca debieron haber salido segun sesudas opiniones.
La ciudad de California está construida al E. en línea oblícua á la Península, sembrada en su centro de colinas elevadas de tierra pobrísima y de arena; en las ondulaciones rebajadas y aplanadas desde 1846, y en las cuencas de los valles, la vegetacion se ha forzado y se ven algunos árboles tendiéndose en pequeños jardines, follajes pomposos de enredaderas de infinita variedad; á todos los vientos y por donde quiera que se alcanza una altura, se divisa la bahía, que siempre bella, siempre poblada de multitud de buques, ó sorprende nuestra vista con su febril tráfico, ó deja ver á lo léjos melancólica y poética la inmensidad del mar.
En el ángulo N. E. de la ciudad se halla el cerro del Telégrafo, á 294 piés de alto; en el ángulo S. E. el cerro Kincon, y al O. la Montaña Rusa, á 360 piés de altura.
La parte plana de ese terreno que da al mar y se halla en contacto con la bahía, es la de los grandes almacenes, la de los barqueros y pescadores; se asciende, y es el tráfico en toda su opulencia; se aleja de la bahía, y el terreno se deprime: son las estancias aisladas ó formando calles silenciosas, las grandes casas, los palacios de los banqueros y las mansiones de las familias de la clase media.
Porque es de saber que comerciantes, banqueros, letrados, y en general, los hombres todos de negocios, asisten á despachos ú oficinas al interior de la ciudad y residen en mansiones campestres, rodeándose de todo género de comodidades, que se llaman residencias.
Al caminar por el interior de la ciudad se asciende, se desciende ó se camina como hundido en una barranca, siempre presentando regularidad las casas. Pero en las bocacalles, esencialmente en las que se retiran de la bahía, las perspectivas son magníficas; son montañas de casas de campo, palacios y templos; son hondonadas con risueñas mansiones y parques opulentos, y son inmensos horizontes que forma el mar, ya desierto, ya cruzando sus olas una barca aventurera en pos de las posesiones rusas ó la China, ó aisladas barquillas de pescadores.
La ciudad puede llamarse naciente: por todas partes se ven señales de propiedades que están esperando el ecsurge de la arquitectura para saltar de entre la arena como Vénus de las ondas; grandes huecos como tanques que serán almacenes, salones y lugares de placer, y esqueletos descarnados como peines, como huacales inmensos, como ordenadas osamentas, cartílagos y fibras, que se envolverán en ricos tapices, se engalanarán con cuadros, espejos y candelabros y se revestirán de una capa de cantería ó granito hecho polvo, pero que á la vista y al tacto consuman la suplantacion del mármol y la cantera.
Y no obstante que esas jaulas de madera tienen un valor tres ó cuatro veces superior á nuestros edificios de piedra, los creemos roperos habitados, casas de chanza, falsificaciones que no podemos hacer formales por más que queramos.
Por otra parte, la vejez de esas casas es verdaderamente espantosa. Si no se tiene sumo cuidado, las persianas se desarticulan, pierden su quicio cornisas y columnas, vuela un pedazo de lienzo como denunciando un fraude, y de los[42] techos se ven próximos á caer, tablones ennegrecidos por la tierra, el sol y la lluvia, latas desclavadas, costillares al descubierto, balcones desdentados y gateras y tuseros que son el harapo, la hilacha, la piltrafa y la zurrapa de la humana habitacion.
Las calles de dia.—De noche.—Los carruajes, wagones y carros.
COMO al desembarcar en California aturdido con la grandeza de la bahía se encuentra uno sin transicion en las principales calles, es decir, donde está establecido el tráfico y donde se palpan, por decirlo así, las formas de la niña gigante, la inmensa aglomeracion de gente, los tropeles de coches, ómnibus y carruajes de todas hechuras, la amplitud de las calles, que es de veinticinco á treinta varas, la de las banquetas que es de cinco ó seis, la elevacion inmensa de los edificios con sus ventanas, formando hileras superpuestas, sus pórticos y sus aparadores de cristales de siete y ocho varas de largo en no interrumpido muro, y la extrañeza y el lujo de las damas y caballeros, hacen creer que se encuentra uno en una ciudad encantada. El acrecimiento ha[44] sido tan rápido y tan estupendos los trabajos, que en los lugares en que todavía en 1846 podian anclar grandes navíos, hoy se pisan calles opulentas perfectamente adoquinadas.
Las calles de Kearny, la de Montgomery, la del Mercado (Market), California y Sacramento, son características por su magnificencia y riqueza.
La primera tendrá dos millas de extension. El primer piso le forman esos vidrios gigantescos, detenidos entre columnas airosas de fierro, de suerte que parece una portalería espaciosa de cristales, sobre la que descansan las masas de los edificios, que están como en el aire. Estos constan de seis pisos: en las paredes se abren, con uniformidad constante, ventanas en hileras, unas sobre otras, del mismo tamaño y hechura, con sus persianas verdes; ó se destacan como aparadores y nichos salientes, unos sobre otros como sartas, si se ven verticalmente; como sogas, si se buscan las líneas paralelas, y esos nichos tienen cristales, molduras y verdaderas filigranas de madera y de hierro.
De trecho en trecho se interrumpe la monotonía para dejar sobresalir atrevidas columnas, elegantes pórticos, aéreas construcciones de aspiraciones griegas y romanas, jarrones, fuentes y estatuas, que si no fueran de tan leve material, serian milagros del delirio arquitectónico, provocado por la fiebre de lo opulento y lo fantástico.
Junto á estos sorprendentes edificios hay casucas siempre puntiagudas y singulares, de la más pobre apariencia, del aspecto más repugnante, y son la carrocería ó el establo, casas de lavanderas ó almacenes de grasas y de pieles pestilentes, de donde brotan endriagos enmarañados y haraposos, fantasmas de falla y borceguíes, y duendes en camisa con chorreones que escandalizan la vista y el olfato.
La espalda de esos palacios son callejones inmundos, desahogo de bebedores, muladares asquerosos sin banqueta, con alumbrados exíguos y transeuntes patibularios.
Pero el primer piso de esas calles principales es la exposicion perpétua de cuanto el arte, la ciencia, el buen gusto y la riqueza pueden mostrar con más orgulloso alarde.
Tiendas de ropa hecha en que se verifican intempestivas metamórfosis, casas de modistas de inconcebible profusion de trages, chales y tocados, cajones de ropa en multitud, que como la Casa blanca sola, contiene mayor riqueza que las de nuestra calle de Plateros juntas, y joyerías que el solo Palacio de los diamantes con sus espejos, con sus aparadores forrados en terciopelo negro, ostentan en centellas de luz, de ópalo, de esmeralda, perlas y oro, por valor de catorce millones de pesos.
El lujo que en general gastan caballeros y damas, tiene razon de sospecharlo de fabuloso el que no lo haya visto con sus ojos.
Llegamos en el corazon del invierno: el frio era intenso. Los hombres, porque no podiamos, ni pude jamás distinguir clases ni posiciones, vestian de paño negro, llevando al brazo, ó puestos, paletos riquísimos.
Las damas, con generalidad que degeneraba en vulgar y monótona, caminaban cubiertas de paletos de paño ó de pieles de nutria ó castores; algunas de esas talmas ó burnuces, valiosos en trescientos ó quinientos pesos, con sus gorrillos con flotantes velos blancos, azules, verdes y negros, y sus inseparables sombrillas. No ví sino muy contados mendigos,[46] y éstos ayudados de un organillo, de un violin, de un ramo de flores ó una cajilla de fósforos, y esos entes aguardientosos, trapudos y abigarrados, y esas mastodontas de schal, esas elefantas de delantal y zapato desgobernado, solian pasar por el centro, como el mal olor donde solo se respiran perfumes.
La afluencia de la concurrencia de ladies, en las calles de Kearny, Montgomery y el Mercado, es perpétua, sin variar ni interrumpirse á ninguna hora. La ladie pur sang vive en la calle, y ya se sabe que está en todas partes, y en todas partes se la recibe con preferente atencion.
Por otra parte, aunque se dice que New-York es el emporio de la hermosura americana, yo ni teniéndolo presente me imaginé jamás un conjunto de mujeres más bellas ni seductoras, que tienen derramados en sus formas tales visos de alegría y de fiereza, y es tan suelto y desembarazado su porte, que no el vejete que esto escribe y está turbado y descolorido con cerca de sesenta duros á la espalda, sino la flor y la nata de los primeros donceles del mundo, quedaria ante ellas con un palmo de nariz....
A las orillas de las banquetas y frente á las grandes joyerías ó cajones, hay postes para que desciendan las damas ó para que los dependientes alcancen cómodos á las portezuelas; en los hoteles tienen entrada especial las señoras; en los restaurants, hosterías, etc., hay departamentos preparados con particular lujo para ladies, y en el carro Pullman hay gabinete de aseo reservado para las damas, en donde se agotan las previsiones de la más exquisita galantería.
La mujer está en posesion plena de su supremacía social; va apoyada en el inviolable respeto de toda la nacion....[47] la circuye una aureola de consideracion, fundada en la fuerza y en la dignidad del hombre. En las intimidades esa mujer será digna del anatema y del castigo; pero en la calle, en sociedad, esa mujer, por solo serlo, tiene el amparo del hombre y de la ley.
En la noche se renueva la vida en el centro de la ciudad, en que se ven como rios y piélagos de llama; tan viva así es la iluminacion de algunas calles, como la de Kearny, tantas veces citada, el Mercado (Market), Montgomery, Dupont y alguna otra.
Muchas tiendas permanecen abiertas y concurridas, y como todas están profusamente alumbradas con gas, pueden llamarse diáfanas las paredes; tanta así es la generalizacion de los cristales enormes y las luces de los aparadores; en la calle se hace luz de dia y se cree una continuidad de festin el movimiento nocturno. Las tiendas se cierran uniendo los cristales de las puertas con una aldabilla, que proclama muy alto la seguridad y la confianza en el pueblo y en la autoridad.
La iluminacion de las calles se debe al tráfico; en las que éste no impera, hay oscuridad y tristeza, aglomeraciones de casas sombrías y lugares desiertos, en que apenas con latas hundidas en la arena se marca la division de propiedades.
Los puestos de frutas, las fondas, los muchos teatros y cafés cantantes, los vendedores de varios objetos y los prestidigitadores y caballeros de industria, usan teas y luminarias para atraer la gente que se agolpa curiosa, pendiente de la charla.
La constitucion material de que hemos hablado en un[48] principio, hace que en las noches la vista de la ciudad sea singular. A mí en cada casa me parecia que habia baile.
Desde cualquiera de las alturas que dominan toda la ciudad, las luces muestran en relieve sus accidentes, se marcan con cintas y firmamentos de llama, como que se tienden bajo nuestros piés; en los valles, los reverberos de luz, ó corren en caprichosas ráfagas, ó surgen salpicando las sombras entre los árboles y los grandes edificios, derramándose en las plazas y la orilla del mar.
Los carros y carruajes son en gran número, de todas formas y tamaños, comenzando desde la carretilla de mano, teniendo por sentado que no hay sér más resistente que el yankee para eso de llevar á cuestas una carga, y este tal vez es resultado de un sentimiento de dignidad, benéfico en alto grado, bajo todos sus aspectos, para un pueblo.
Apénas sale de la humilde fortuna un particular ó una familia, cuando aspira á tener un vogue, es decir, un cochecito de dos asientos, tirado por un caballo, con el que transita por todas partes y se hombrea con las personas más opulentas.
Pero hay más; el panadero, la lechera, la vendedora de verdura, el labriego más infeliz, aspiran á tener un carruaje; en él conduce su mercancía; pero á su familia tambien, que entra sin sentirlo por la puerta del trabajo, al goce de las comodidades sociales.
En los coches del sitio hay verdadera riqueza; son landós ó carretelas tirados por soberbios frisones, cubiertos con sus camisas y esmeradamente cuidados.
Frecuentemente el cochero es dueño del coche y viste elegantemente; su trage de paño fino, su sorbete, su reloj y[49] sus guantes. Va en el pescante con las piernas envueltas en ricas pieles, y cuando deja el puesto de auriga, se introduce en un café, visita un banco ó se instala en un teatro, relacionándose á veces con lo que parece más encopetado de la sociedad. Los carruajes transitan á todas horas del dia y de la noche; pero ¡ay de aquel que no se ajusta con el cochero! porque ese será irremisiblemente su víctima. Por supuesto no han llegado al estupendo progreso de México, de limitar ese tráfico ni hacer una oficinita con un administrador y un regidor y alguaciles para los coches, no se cuidan de que tengan ó no tengan cordeles los carruajes, ni si los caballos son gordos ó flacos; dejan que el público que paga califique.
Y en esto de trenes, no me sorprendia su riqueza y compostura, porque en México habia visto muy buenos: me sorprendía el número. En México se cita el tren de Barron, el de Iturbe, el de Rubio, el de Mier, y otros cuatro ó cinco: en San Francisco hay tantos, que no se pueden particularizar ni colegir de ellos las fortunas de sus dueños. Lo mucho, lo vulgar en la opulencia, es lo que deslumbra y admira.
Los ferrocarriles pecuarios cruzan las principales calles, y llevan á distancia de cuatro y seis millas á los pasajeros, por el uniforme precio de cinco centavos.
Varias son las empresas de estos wagones, que compiten en comodidad y exactitud de servicio.
Los varios empresarios se combinan de modo, que los billetes de una carrera pueden servir para varias, pudiéndose comprar en junto, con ventajas como abonados.
Los wagones pueden contener hasta veinte personas cómodamente;[50] pero se admiten todos los que se quieren ó pueden acomodar, de pié, aprensados, colgados, hechos racimos ó aglomerándose como una torta, eso no es del caso: á las señoras se da lugar preferente; pero desde que las ladies exigieron esa distincion, desde que se daban con orgullo por bien servidas, la cortesía se resfrió y ahora son más tibios los varones y mucho más atentas las damas.
Entre los wagones, dos clases de ellos llamaron mi atencion.
Los unos, de figura completamente esférica, como quien ve sobre ruedas caminar un globo de lotería, accesibles á todos los vientos y por todas partes, corren con un solo caballo: en el término del viaje hay un círculo de madera incrustado en el suelo que hace girar caballo y carruaje y lo pone en direccion opuesta á la que traia, con todo y pasajeros, que entran y salen como en su casa.
Los otros carruajes son más originales: se ven andar por en medio de la calle de Clay y Sutter sin mulas, ni máquina, ni cochero, ni nada, como por sí mismos, acarreando pasajeros y subiendo y bajando cerca de dos millas de distancia.
El mecanismo del movimiento consiste en unas canales paralelas á los rieles, en donde giran cadenas de fierro con horadaciones que recorren unas uñas fuertísimas. A los extremos de esas cadenas está la máquina de vapor, y los carruajes se paran, aceleran ó modifican el paso, segun la voluntad del conductor, que realmente no tiene sino muy poco que hacer. Esto me han dicho: veré y contaré.
Pero la impresion que producen esos wagones es rara, y si aplicado el mecanismo á terreno quebrado parece tan fácil,[51] mucho más lo seria en los terrenos planos de muchas de nuestras ciudades.
En 1846, la poblacion era de mil almas. Entónces comenzó el influjo del Este, y en Diciembre de 1850 era de 25,000 habitantes. En 1860 se computaron en 56,802; en 1870, en 149,473, y en Abril de 1876, las autoridades locales estimaron el número en 272,345.
Visitas.—Los reporters.—La poblacion.—Los mexicanos.
EL arribo del grupo de mexicanos que aventaba la fortuna á California, produjo alguna sensacion. Los reporters ó noticieros de periódicos nos asediaban desde el buque, cercando al Sr. Iglesias que era nuestro compañero de viaje, y el nombre más proeminente entre nosotros.
Este tipo del reporter merece una descripcion especial: es la parte activa, el resorte del escándalo, lo más importante acaso de un periódico.
Es un sér curioso y acomodaticio, sagaz como la zorra, escurridizo como el viento, movible como el azogue.... rastrea como el perdiguero, se lanza sobre el rumor, el chisme ó la noticia, con la avidez del gavilan sobre su presa, y salta del duelo al baile, del baile al teatro, ó á la tertulia literaria,[54] ó al banquete, ó á las carreras de caballos, ó á la riña de la calle, con sorprendente facilidad.
La prensa anunció con sus cien trompetas la llegada de los mexicanos, las autoridades locales visitaron al Sr. Iglesias, dándole testimonios de sincera simpatía y estimacion.
Algunas coplas habian llevado mi nombre por aquellas regiones, y á poco me encontré rodeado de personas generosísimas, que me colmaron de agasajos y finezas.
Entre las personas que nos visitaron y se particularizaron más especialmente conmigo, debo mencionar al general D. Mariano Guadalupe Vallejo.
El general Vallejo es un hombre de más de setenta años; pero tan expedito y robusto, como si estuviera en la flor de la vida.
Ancho de espaldas, firme de piernas y de andar desembarazado y ligero, tez morena, ojos negros, ardientes y atrevidos, pelo negro sin una sola cana, patilla negra y borrascosa como de curro andaluz, y una boca que ríe oportuna, y suelta sabrosa la palabra.
Vallejo nació mexicano y se distinguió en las armas; dueño de varias propiedades en California y partícipe en el descubrimiento del oro, tendria colosal fortuna; pero es hombre de singular desinteres y ha gastado parte de ese caudal en buenas obras y en que se le ponga su nombre á una calle, á un templo y no sé á qué otros lugares.
El general reside en Sonoma, cerca de San Francisco; antigua mision de ese punto, es hoy poblacion risueña, rodeada de fértiles campos y llamada á un opulento porvenir.
Al general suelen darle sus visitadas las musas retozonas, y con ese motivo me declaró su compañero de armas poéticas,[55] iniciándome en excelentes relaciones y llenándome de elogios cada vez que se mencionaba mi nombre.
Vallejo ha visto nacer, por decirlo así, á California, conoce los accidentes todos de su fortuna, se recrea en sus recuerdos, es su historia viva, se enorgullece con sus gracias, le lisonjea que la llamen bella y se extasía de júbilo considerando en su porvenir.
El general Vallejo ha escrito en elegante y castizo estilo la historia de California y enriquecido con preciosos manuscritos y curiosísimas noticias la librería de Banckroff, la más numerosa y rica en documentos de México, de cuantas tienen los Estados-Unidos y tal vez México mismo.
Aunque entrado en la nacionalidad americana el general Vallejo, la sangre hace su oficio, defiende á su patria natal, habla de sus glorias con entusiasmo, conserva sus costumbres y se interesa vivamente en cuanto corresponde á México.
Un compañero suyo á quien llamaré D. Vicente, quien aferrado á su nacionalidad mexicana hace de ella alarde, renegando de los americanos y exagerando sus defectos, me decia:
—Aunque le cuenten á vd., California es cierto que ya no es México, pero es California; estos no son los Estados-Unidos: en cualquier mostrador en que se venden ostiones, le preguntan á vd.: ¿de los Estados-Unidos ó de California? Al partir un buque, decimos todos, si toma aquel rumbo, va á los Estados-Unidos.
El pueblo será americano por nacimiento ó por conquista; pero aquí hay multitud de ingleses, irlandeses, franceses, alemanes, italianos, españoles, mexicanos, hispano-americanos,[56] escandinavos, dálmatas y chinos. Tiene vd. periódicos, franceses, alemanes y españoles. Teatros é iglesias pertenecientes á los mismos diversos inmigrantes. La ciudad da abrigo á veintiocho iglesias protestantes, diez católicas, dos judías y varias buddistas.
Hay muchas asociaciones de placer, de beneficencia y comercio, así como logias masónicas en que entran y se estrechan los vínculos sociales en el sentido de la confraternidad.
De las conversaciones del general Vallejo y de otras personas pensadoras y atentas al desenvolvimiento de la California, pude colegir lo siguiente.
Cuando la fiebre del oro (1848), es decir, despues que la noticia de su prodigioso descubrimiento se propagó como el relámpago, produciendo ese delirio universal, esa rabia provocada por la sed de improvisar opulentas fortunas, el desquiciamento social fué completo; apareció activa y omnipotente la idea de que el oro es la riqueza por excelencia y se desencadenaron en breve tiempo y en un corto espacio, los tremendos resultados de ese absurdo.
Abandonaban los padres de familia sus hogares, sin cuidarse de sus hijos, los labradores huian de los campos, los soldados desertaban de sus cuarteles, los marinos saltaban á tierra, quedando las embarcaciones á merced de los vientos, y todos acudian en tropel, hostilizándose, abriéndose paso con los puños ó con las armas, á los campos de Sacramento, en donde manaba entre las aguas, en partículas de rayos de sol, ese metal con que creian forjar la llave para abrir de par en par las puertas de la felicidad.
En aquel sentimiento comun de enriquecerse, se confundian los sexos, las edades, las religiones, las nacionalidades;[57] se forjaban instantáneas alianzas, repulsiones tremendas, colisiones y complicidades de los hombres de todas las regiones del globo.
Entre tanto estrépito, entre tan inaudito tumulto, las leyes inmutables de la economía enarbolaban su cetro de bronce, haciendo sucumbir y plegando todos los ensueños y todas las aspiraciones, á la necesidad. Cobraron valor fabuloso los artículos de preciso consumo; se daban puñados de oro por los comestibles, por los abrigos, por los zapatos y por los instrumentos de trabajo.
Me ha dicho el general Vallejo que un zarape del Saltillo se vendió por valor de catorce mil pesos, libra de abalorio por libra de oro, un espejillo ordinario de pacotilla por diez pesos, por más de veinticinco, unas pinzas.
—Yo he visto, me decia mi amigo Escalante, el encuentro de un negro y un buscador de oro.
El segundo traia un mal fieltro escondido casi bajo del arca derecha, lleno de onzas de oro. El primero llevaba en la mano una botella de wiskey.
—¿Cuánto quieres por esa botella?
—No la vendo, es muy cara.
—¿Cuánto quieres?
—Lo que pueda tomar con esta mano, de su sombrero.
—Trato hecho.
El negro metió su manaza en el sombrero y la retiró llena de oro.
El buscador se fué muy contento con su botella, y los dos vieron el trato como la cosa más natural del mundo.
Ningun barbero hacia la barba por ménos de una onza de oro.
Cuando una camisa se ensuciaba, no habia más que tirarla, porque tenia mayor costo la lavandera que el de una camisa nueva.
Un intérprete exigia cantidades enormes por poner en inteligencia dos personas prontas á devorarse por no entenderse; el pintor, el carrero, la servidumbre, se solicitaba en vano muchas veces con el oro en las manos.
La violencia y el crímen despues, llegaron á imperar despóticamente: el que atesoraba tenia en espectativa y como que soñaba en las delicias de Paris y de Italia; pero le acompañaba su revólver, en la mesa, en el lecho y en todas partes, como si temiera encontrarse momento á momento con la muerte.
Al potentado se dirigian envidiosas miradas; el asesinato, el envenenamiento, la traicion y el robo le seguian como su sombra.
Valia una vaca 400 pesos, un barril de aguardiente 700, la libra de carne 3 pesos; un comerciante llamado Jhones, compró millon y medio de pesos á razon de seis pesos la onza de oro.
Los improvisados millonarios se tenian que dar bola á sus botas, que lavarse la ropa y que hacerse la comida, por falta de criados.
Cuando estaban en todo su auge el desórden y la matanza, roto todo freno, desconocida toda autoridad, asentada la orgía en medio de ese tumulto de codicia y locura, se anunció la llegada de un cargamento de carne salada de cerdo.
Acude en tropel la multitud con el oro en las manos para calmar el hambre, rómpense algunos barriles, y la gente espantada[59] reconoce miembros humanos despedazados, para servirse en aquel banquete de furias infernales.
Hechos como este despiertan los sentimientos de órden y de bien, dormidos en todos los corazones; se lanza una convocacion á los hombres honrados, sin distinguir colores ni castas, ni nacionalidades, y se forma la santa alianza del bien, contra aquel desencadenamiento de maldades.
Los tumultos se sucedian, las olas desencadenadas que formaban los malvados, se estrellaban en la ley linche y en el comité de vigilancia, que amontonaba y suspendia ajusticiados para escarmientos.
El desórden se apacigua, y de aquel caos surge como un sol el derecho, con el prestigio y con las bendiciones de todos los buenos.
A la luz de esa victoria del bien, se encontraron en la noble confraternidad de la revindicacion de la ley, unidos con vínculos estrechos, el inglés, el ruso, el italiano, el chino, el hispano-americano, el aleman, los hombres todos, la gran familia humana, en la cuna de la regeneracion y el progreso.
En San Francisco no avanza un pueblo, es la humanidad la que marcha; no es el francés, ni el inglés los que fundaron la sociedad; es el hombre, y el hombre invocando el derecho como primer elemento de salvacion y de vida.
Esta circunstancia hace esencialmente variar en su fondo y esencia, los puntos de vista sociales y económicos y hace que la libertad sea una condicion de existencia, que en vano las leyes convencionales y los intereses del Norte pretenden embarazar y restringir.
Antes de que la transfiguracion de que hemos hablado se[60] verificase en 1849, se citó una convencion y se adoptó de pronto en Sonoma la constitucion del Missouri, reuniéndose la convencion en Monterey, y señalándose allí á San José como capital del Estado.
San Francisco se vió como un punto de depósito y centro del tráfico, y de ahí su inverosímil importancia y desarrollo.
En San Francisco tenian varias posesiones los mexicanos.
El lugar donde está ahora la ciudad era como una sucesion de médanos; sin embargo, M. John S. Hittel, que es en mi juicio de los escritores más eminentes de aquella region, dice en un momento de exaltacion patriótica: “Roma tenia siete colinas: la metrópoli de California tiene muchas más.”
La península se forma de tres anfiteatros enlazados entre sí y á cual más bello, encerrándose cada uno en su cordillera de hermosas colinas. La Yerbabuena, que dió su nombre á todo el distrito, al Este, rodeada de lo que llamamos Montañas Rusas: el anfiteatro de Spring Valley (Valle de Primavera), al Poniente, y el anfiteatro de la Mision, al Sur, á donde desemboca la calle de Pine. Nada más poético que esos valles, esas colinas invadidas por palacios, sombreadas por árboles y arrulladas por las blandas olas de la bahía magnífica.
Esos accidentes del terreno se prestan á mil inesperadas bellezas: la quinta opulenta, la humilde cabaña, el paseo espléndido, el cementerio melancólico, todo se realza y arrebata al alma á los espacios del ideal y del ensueño. Yo querria escribir como mi querido M. Hittel, que con la pluma de Hugo Foscolo, pinta estos cuadros; pero cabalgando en mi humilde prosa, diré que en la época del sistema colonial,[61] casi á la orilla del mar, se encontraba el Presidio ó puerto militar, instituido para la defensa contra los gentiles ó indios bárbaros, conforme á los sabios reglamentos de D. José de Galvez. A corta distancia del Presidio, y á la orilla de la playa desierta, se hallaba la mision de Dolores, servida por frailes franciscanos, y á su lado, en una corta extension, la ranchería.
El presidio no pudo establecerse sino hasta 1822.
Verificada la independencia de México, y en las épocas en que rigió la federacion, figuró la Alta California como territorio.
Los lotes que se enajenaban ántes del descubrimiento del oro en los arenales en que hoy está construida la ciudad, valian nueve pesos cinco reales, inclusives los costos del documento de venta. Ahora esos mismos lotes se han dado por setenta y ochenta mil pesos.
Los mexicanos poseedores de esos lotes se encontraron fácil y legítimamente dueños de opulentas fortunas y en elevada posicion social, atrayendo así otros paisanos y formando la unidad de la raza más poderosa que cualquiera otra nacionalidad.
El idioma, la religion, las costumbres, el recuerdo de la patria perdida, creó un ideal que embellecia México, fanatizando á sus hijos por él, creando patria en aquella trasformacion del suelo.
Las familias mexicanas, sin perder su fisonomía, se enlazaban con americanos, franceses, rusos y alemanes, y los hijos que nacian y nacen de esos enlaces, cobran un tipo especial; tienen culto por México, sus héroes, su idioma y costumbres, y visten como americanos, y comen como alemanes[62] ó franceses, y se expancen y florecen al soplo vivificante de la libertad.
Este espectáculo ha formado contraste con las mezquindades económicas de nuestra patria, sus aduanas interiores, sus levas, su persecucion al capital, los odios de algunos militares contra todo lo que es razon y derecho, sus contribuciones excesivas, su desierto, sus malos caminos y sus ladrones.
Multitud de sinaloenses, sonorenses é individuos de la Baja California emigran dia á dia á California, donde el lujo, la seguridad y todos los goces, los esperan; y lo sorprendente es que esos hombres ansíen por volver á nuestra patria y se consideren como desterrados en aquel país que realmente suele servir á muchos de refugio.
Los hijos de estos mexicanos adoptan la leyenda de los poéticos sentimientos de sus padres; pero su idioma, su creencia, su trage y su espíritu son de California, haciéndose esfuerzo por tener afinidades con sus paisanos, que verdaderamente no admitirian como sus padres ni en su servidumbre.
De aquellos mexicanos distinguidísimos por su patriotismo, por sus talentos y por su caballerosidad, son los Sres. Gaxiolas, D. Guillermo Andrade, Shleidem, Loaiza, y otras familias como la de Cima y Concepcion Ramirez, Godoy, Gutte Lhose, Labiaga, José Carrascosa y otras muchas que nos colmaron de atenciones y empeñaron viva y profundamente mi gratitud.
De José Carrascosa quiero hacer mencion particular.
Hallábame mústio y cabizbajo en una casa, en espera de Gomez del Palacio que iba á un negocio particular.
Desconocido, en espantosa inopia, cuellicaido y mal pergeñado[63] de vestido, esperaba en una pieza solitaria cercana al lugar en que hablaba mi amigo.
De repente paróse frente á mí un chico con una fisonomía rubicunda como un sol y alegre como un fandango.
Ancho de carrillos, blanca dentadura, ojos pequeños y retozones.... Robusto pecho, pronunciado abdómen.
—Hombre, con un diantre, me dijo, toma ese trago de coñac.
—Para servir á vd....
—Qué tiquis, ni qué miquis; tú estás cabizbajo, hombre; tú no tienes un cuarto, Fidel mio, dame como cinco ó diez abrazos; pero menudealos, pedazo de tarugo.
—Pero ¿quién es vd.? á quién tengo el honor....
—¡Cáspita! siempre el mismo: ¿no te acuerdas de cuando eras escribiente en la aduana, de aquel gachupincillo de abarrotes que partia contigo sus almuerzos....
—¡Pepe de mi corazon! vengan cien abrazos. Echaremos el primer trago.
—Pues así como así, prosiguió Pepe radiante de bondad y satisfaccion: dicen que yo tengo mis cuartos: se acabaron tus penas; mis criados, mi casa, lo poco que valgo, todo es para tí, hombre.... pero echa otro trago.
Ese hombre y esa familia fueron mi familia y el consuelo de mis penas; al rendirles, así como á Concha Ramirez, Shleidem y Cima, mi gratitud, pago un tributo lleno de espontaneidad y de ternura.
Las familias que he mencionado llenaron á los mexicanos de obsequios y atenciones; nos crearon una atmósfera de patria y familia y nos hicieron olvidar las penas consiguientes á nuestra situacion.
Hoteles.—Casas de huéspedes.—Comidas.
CON motivo de nuestra invitacion, tuvimos empeñadas discusiones sobre los alojamientos, en que hay lujo espléndido.
En esas ciudades americanas, el hotel es el emporio del lujo, el palacio de la vida, el camarin en que se hace el hogar al viajero y se le mima, porque saben que el hombre es la primera de las riquezas de un pueblo.
El hotel es la aspiracion á la confraternidad, la asimilacion del extraño, la tendencia humanitaria á la formacion de la gran familia humana, la expresion más alta de la civilizacion, entronizando la igualdad aunque sea en la vida íntima de un dia. Dios nos libre de esa hospitalidad en que conoce uno que molesta, y en que le dicen cuando quiere pagar....[66] lo que vd. guste, para concluir por dar lo peor y más caro, tratando al extraño como á enemigo.
Segun las relaciones, pude dividir los hoteles en tres clases.
1ª CLASE. | 2ª CLASE. | 3ª CLASE. |
— | — | — |
Palace-hotel. | Comercial-hotel. | Gaillard. |
Lick-House. | Cosmopolitan-hotel. | California. |
Great-hotel. | Nevada. | |
Occidental-hotel. | Arizona. | |
Pacif. |
En los hoteles de primera clase se pagan desde tres á quince pesos diarios.
En los de segunda, de tres á seis pesos, y en los de tercera, de dos á tres pesos.
Hay casas de huéspedes en que se alquilan cuartos y se come por ocho pesos semanarios.
Un lunch ó almuerzo económico puede conseguirse por diez centavos: esas son las casas en que se dice que se paga lo que se bebe; pudiéndose comer un trozo de beesfteak, carnes frias, pan y queso.
En la calle de Montgomery hay una fonda en que por 25 centavos se sirve:
Sopa.
Beefsteak.
Roast-beef y frijoles.
Hay una casa en el barrio de Green, en que se da alojamiento y comida regular por cuarenta y cinco centavos diarios.
Yo tuve ocasion de visitar el Palace Hotel y no habia visto en mi vida grandeza semejante. La área que ocupa es de 96,250 piés cuadrados.
El edificio ocupa un paralelógramo de 275 piés en un frente, y en el otro 350: tiene siete pisos, en que hay 755 cuartos lujosos para huéspedes: el terreno y edificio, con los principales muebles, tuvo de costo 3.250,000 pesos.
El patio, singularidad que distingue al hotel, puede contener diez ó doce coches que se muevan con holgura, bajo una techumbre deslumbradora de cristales.
Por el interior se ven siete filas de corredores sostenidos por gruesas columnas, alfombrados todos, llenos de espejos y consolas, jarrones y estatuas, y reproduciendo incontables lámparas de gas que despiden vivísima luz que hiere la vista como una basílica, como si estuviera hundida la mole inmensa en un abismo de llamas.
La parte inferior del edificio la componen salones, oficinas de ferrocarriles, despacho del hotel, telégrafos, escritorios para los huéspedes, etc., etc. El depósito de agua contiene 630,000 galones, hay dentro el edificio cuatro pozos artesianos. El edificio se construyó en 1875 y fué el arquitecto J. B. Gaynor.
Por divertirse con mis impresiones, Iglesias y Gomez del Palacio me introdujeron en una piececita perfectamente alfombrada y tapizada, con sus lámparas y sus cómodos asientos: yo creia que era alguna antesala y seguí hablando; de repente, poniéndome á la puerta de la piececita me dijeron, dando unos pasos fuera: asómate.... estuve al dar un grito de espanto: habiamos subido sin sospecharlo yo siquiera al último piso, más alto que el primer cuerpo de las torres de[68] Catedral y me producia vértigo aquella altura. Aquel cuartito es un elevador.
Lo sorprendente para mí fué hallarme en aquella elevada region con un jardin espléndido, con profusion de deliciosas flores, fuentes, estatuas, asientos, kioskos y cuanto habria podido inventar la poderosa imaginacion del autor de las Mil y una Noches.
En cada uno de los pisos hay sus Parlors ó salones, para la recepcion de visitas, y en esos salones se ven los tapices de blanco y oro, con fuentes, aves del paraíso, palmas y cascadas realzadas; se admiran los bronces airosos, figurando guerreros, trovadores y reinas; nos encantan las lámparas como un manojo de soles suspendidos de la techumbre de filigrana; nos convidan sofaes y sillones; nos arroban los magníficos pianos; nos seducen mujeres como deidades que sonríen y como que derraman sus encantos sobre cútis de alabastro y rosas; nos alegran niños juguetones vestidos con elegancia y haciendo flotar en sus carreras sus cabellos de oro, y nos hechiza la reproduccion de tanta belleza en los espejos colosales, en que parece que dejó á guardar el dia sus fulgores.
Las galerías interiores ó claustros que conducen á las habitaciones de los huéspedes, tienen tambien rara elegancia. Se ven tapizados y alumbrados perfectamente.
Los departamentos de los huéspedes más pudientes constan de salon, una ó dos alcobas, escritorio, gabinete de aseo y baño, con agua fria y caliente.
Embutidos en los marcos de las puertas están los botones para llamar á los criados, y los tubos de guta percha para comunicar órdenes al despacho, sin moverse de su asiento ó su cama el huésped.
El comedor corresponde á tanta opulencia: es un salon de cien varas cuadradas, cubierto de mesas de todos tamaños, con lo necesario para el servicio.
De trecho en trecho hay grandes aparadores con porcelana y cristal, espejos por todas partes, consolas y una servidumbre que es un ejército sobrevigilado por caballeros ceremoniosos, que designan los asientos, cuidan de la exactitud en todos los criados y llenan de atenciones á los concurrentes.
Ya se deja suponer lo que serán las cocinas y las dependencias todas del hotel.
Por la negociacion, tal como yo la ví, me aseguran que ofrecian en aquellos dias los chinos siete millones de pesos.
Cuando yo creia que se habia dicho la última palabra en materia de opulencia, me nombraron El Baldwin House, que estaba al estrenarse cuando yo salí de California, y es mucho más extenso y rico que el Hotel Palace.
El comedor del Lick House está considerado como el más elegante de los Estados-Unidos. Se halla bajo una inmensa cúpula formando elipse, con columnas, pórticos y bellezas arquitectónicas de primer órden. El salon, calculado para contener quinientas personas, está alumbrado por colosales ventanas que forman en su conjunto como un gigantesco capelo de cristal.
Cubren el suelo grandes mesas, en las paredes hay gigantescos espejos, y corona la pieza en su altura una amplia galería en que se coloca la música en los dias de festin, y asiste numerosísima concurrencia á disfrutar del espectáculo de los banquetes y escuchar los bríndis, á que son muy afectos los americanos.
“Hay muchas posadas, donde pueden conseguirse, dice una guía, alojamientos cómodos, por veinticinco y cincuenta centavos cada noche, siendo de esta clase el más frecuentado el What Cheer, en la calle de Sacramento, que fué primitivamente el mejor hotel de la ciudad.
“Los restaurants son una peculiaridad notable y característica de San Francisco: ninguna otra ciudad de los Estados-Unidos puede comparársele en esa línea.
Restaurants Chop-houses, literalmente casas de chuletas y rotisseries, abundan en cada manzana. Muchos de ellos son de primera clase, y todos á tan igual altura, que es difícil hacer una eleccion. Las Chop-houses y rotisseries difieren de los restaurants en que sus cocinas están dispuestas á un lado del salon, y cada uno puede escoger su racion de carne, y hacérsela preparar á su vista. Hay numerosas mesas redondas, en las que pagando cincuenta centavos puede uno comer y pedir todos los manjares puestos en lista, incluyendo el vino. “Martins,” en la calle del Comercio, cerca de Mongomery, es notable por sus excelentes cenas.”
Bar-rooms.—Salones en que se venden ostiones.—Salones de baile.—Aguas minerales.—Dulcerías.
EN San Francisco no hay cafés á nuestra usanza, es decir, salones en que se sirve café, chocolate, helados, refrescos y comidas, cuando están en punible ayuntamiento el café y la fonda.
Estancias de vagamundos, residencia de politicastros, alfolies de chismes, fábricas de crónica escandalosa, centro de novelerías, desahogo de vejetes verdes y de beodos de levita, reinado del periódico y teatro de las primeras hazañas del calavera temeron y del pollo capense ó subteniente. Eso no lo hay. Tampoco hay expendios exclusivos de licores, á la manera de nuestras vinaterías.
El bar-room pur sang es una pieza con su celosía ó alambrado á la calle, su mostrador con su indispensable pico de[72] gas para que enciendan dia y noche sus tabacos los bebedores, ó su fosforero, y su botecito con limpiadientes de palo.
Contra la pared, y á espalda del mostrador, corre una repisa con vasos y botellas, y sobre ella su espejo y su reloj de madera, teniendo á los lados un cuadrito que señala la fecha y un calendario ó directorio de viajeros.
Debajo del mostrador se encuentra listo un enorme barril de cerveza.
Entra el marchante, suelta sus cinco centavos y se marcha en un abrir y cerrar de ojos, no sin visitar la oficina tributaria de que está provisto indispensablemente todo bar-room.
En estos establecimientos hay, sin embargo, su variedad; ya estimulan á la detencion órganos, valiosos algunos de ellos en veinticinco ó treinta mil pesos, á los cuales se les da cuerda y tocan oberturas, marchas y variaciones preciosas; ya una música de la murga ó un piano, halagan á los devotos de Baco, y ya unido á la murga se tiene una servidumbre femenina capaz de despertar la sed en una piedra.
En las casas citadas, hay sus mesas, se destapan botellas á montones y se estacionan los borrachines armando gresca y fumando sus pipas, que nublan la atmósfera de humo pestilente.
Cuando las damas intervienen, es otra cosa; la servidora se sienta bonitamente junto al forastero ó forasteros, llama á sus amigas para que no haya nones y se aumentan prodigiosamente los consumos.
Cuando los marchantes son caprichosos y quieren aislarse, no faltan sus piececitas en alto, up-stair, en que se bebe y se conversa con mayor holgura.
Hay sitios, sin embargo, como el de La Fuente, que es[73] subterráneo y elegantísimo, que tienen bastante semejanza con nuestros cafés; se toman ostiones, licores ó helados y se goza de la compañía de personas distinguidas.
El restaurant mencionado, que toma su nombre de una lindísima fuente con peces de colores que tiene en su centro, es el punto de cita de los banqueros.
En una de las paredes del edificio, como si un delgado chorro de agua cayese, se desprende una tira de papel que culebrea y se asienta en un canasto que está en el suelo: mucho llamó mi atencion que multitud de personas llegasen á consultar la tirita de papel. Esa tirita para mí fué un prodigio: contiene noticias de todo el mundo, llegadas momento á momento y sirviendo como de resorte para todas las grandes transacciones mercantiles: es el cable submarino. No sé por qué aquella servidumbre del rayo, su objeto, sus consecuencias, el modo sencillo con que sin aparato se verificaban confidencias hasta el otro lado del mar, me produjeron tanta impresion. La unificacion de todos los intereses del globo, fiados con seguridad á una tira un poco más ancha que una canal de cigarro.
Abundan los bar-rooms cantantes y los salones de danza; pero esos generalmente se instalan en calles poco frecuentadas y en subterráneos.
Para comprender el subterráneo es forzoso tener presente que lo primero que se hace en una fábrica es un salon subterráneo, al que se comunica con la calle por una escalera cuyo último escalon es la banqueta.
Así es que el primer piso ó bassement figura en la calle asomándose á la banqueta; esos subterráneos tienen sus tragaluces incrustados y cubiertos como de celosías de fierro y[74] rueditas gruesas de cristal; tendidos en las banquetas con la luz artificial, se ven como pozos de llama por esas celosías; se pasa sobre ellos y dan á las banquetas cierta originalidad.
En cuanto á los salones de danza, el pretexto son las damas para encarecer los licores; por lo demás, los cantos son desaforados, los bailes tienen mucho del tropel y el tumulto, y á veces la policía desciende á poner en paz esos con tan justa razon llamados los infiernos. El café ó salon danzante es el trait d’union del restaurants de baja clase y el teatro de Ministrils ó negros falsificados.
Hacen contraste con estos pecaminosos comercios, las dulcerías, pastelerías, á la vez expendios de aguas, de Vichy y de Soda, y las casas en que se venden ostiones que constituyen una especialidad de San Francisco.
El amor y la gula están siempre de gorja en la capital del Pacífico.
Visita á la Sra. Godoy.—Sus hijos.—Casa de Moneda.— Album.
ENTRE las personas que nos favorecieron con sus atenciones, debo mencionar al jóven abogado Godoy, hijo del Sr. D. José Antonio Godoy, periodista notable en México, con cuya suerte se identificó cuando la invasion francesa, siguiendo al Gobierno de la nacion, y despues nombrado cónsul mexicano en California.
El jóven á quien me refiero es de selecta instruccion y su primer deseo fué presentarnos á su familia.
Habita la distinguida familia Godoy una modesta casita en la calle de Sutter, con su escalerilla al frente, sus enredaderas colgando del airoso pórtico y las conveniencias de una decente medianía.
Tocamos la puerta, depositamos en la antesala en un mueble[76] ad hoc que existe en todas las casas de los Estados-Unidos, sombrero y paraguas, y penetramos al salon, casi á oscuras, porque eran más de las seis de la tarde.
La Sra. Godoy, que aunque no es como sus hijos nativa de México tiene verdadera pasion por nuestro país, nos recibió al Sr. Gomez del Palacio y á mí con finas atenciones y con la dulzura seductora de las señoras de nuestro país. La Sra. Godoy trabaja á la par de su hijo, dando lecciones de música é idiomas.
Como he dicho, al entrar estaba el salon casi á oscuras: á poco de estar en él se encendió el gas y vimos una reducida estancia adornada con exquisito gusto; alfombras, espejos y cuadros, un buen piano en el fondo de la pieza; pero yo apénas me fijé en esos accesorios, porque la luz bañó la cabecera de la sala y me conmovió lo que ví.
Cruzadas dos banderas mexicanas formaban pabellon á tres hermosos cuadros con los retratos de Juarez, Zaragoza y Ocampo: al pié de Juarez está otro cuadrito con Degollado y fotografías de mexicanos ilustres.
El conjunto forma una especie de altar en que hay acomodadas chucherías de México, muñequitos de barro de Guadalajara, figuritas de alabastro de Celaya, con tal amor, con tan voluptuoso esmero, como puede arreglar una madre el tocador de una hija adorada.
Respirábamos mexicano, teniamos inesperadamente una entrevista con la patria: la señora recordaba todas las calles, todos los paseos y á todas las personas notables. Atropellábanse preguntas y respuestas, se encendían los ánimos: nos entregamos al culto de la patria.
La señora se colocó frente al piano: el saludo era de rigor,[77] el Himno nacional, que escuchamos con íntima emocion y recogimiento; despues.... ya conocen mis lectores mis flaquezas, me atreví á solicitar un recuerdo para los sonecitos del país, que como es de suponerse, pusieron como almíbar mis labios y armaron fandango dentro de mi corazon.
La conversacion se animó extraordinariamente.
—No vaya vd. á pensar, me decia la Sra. Godoy, aquí en muchas casas se tiene este fanatismo por nuestra patria. Hay un barrio mexicano, en que las tiendas, las fondas, los guisos, son al estilo de México.... Vd. verá: nuestro templo mexicano es provisional, porque la iglesia grande está en obra. El templo está dedicado á la Vírgen de Guadalupe, se predica en castellano y hace los oficios el señor obispo, que ahora se encuentra aquí.
En los dias de gloriosos recuerdos para nuestros hijos, reunidos ó aislados, pero todos tributamos á México nuestros homenajes. El 16 de Setiembre, el 5 de Mayo, el 2 de Abril, no faltan sus diversiones, porque al fin la sangre habla, y habla muy alto, en aquella patria de mis hijos.
Yo me contenia; estaba al cometer una barbaridad, mandando traer Champaña ó pidiéndolo; pero me volvia serio este Pancho Gomez, que no olvida jamás los reglamentos de la circunspeccion.
El jóven abogado se ofreció á ser mi cicerone en las excursiones que le anuncié para conocer algo de California.
La visita de la familia Godoy ha sido de las impresiones más agradables que yo tuve en California: es una familia modelo de finura y honra de México.
Al despedirnos me anunció la Srita. Godoy que me remitiria[78] su Album para que escribiera yo cuatro palabras; y aunque me vinieron ímpetus de ponerme de rodillas para que olvidase mi manía aquella que en el buque me dió tanto en qué pensar, no hubo remedio.... el álbum aquel fué motivo para que me llovieran Albums por todas partes y yo soltara granizadas de versos á troche moche, como un espirituado.
A los dos dias de esta visita, el jóven Godoy, con exquisita cortesía y despues de invitar al Sr. Iglesias, pasó á mi cuarto para que fuésemos á la Casa de Moneda.
Copiaré mis apuntaciones hechas al paso y á pulso en aquella excursion.
“Estamos al frente del edificio de la Casa de Moneda, y no le doy epíteto alguno, porque lo colosal y lo gigantesco son términos vulgares, aquí donde lo titánico y estupendo sustituye muchas veces á lo grande y á lo bello.
Amplio y tendido pórtico de correcto estilo griego y robustas columnas de cantería, reciben que no sorprenden al viajero.
Está el edificio situado en la 5.ª calle y Mission, y se penetra por una corrida escalera de granito.
A un empleado que parece tener el exclusivo objeto de recibir á los viajeros, hicimos los saludos oficiales.
Miéntras se daba parte al superintendente de nuestra llegada, descansamos en un salon calentado por una gran chimenea, al frente de la cual un gentleman en cuclillas y poniendo el reverso al fuego, apénas se apercibió de nuestra llegada.
Al entrar al salon nos presentaron un gran libro para que escribiésemos en él nuestros nombres, como es la costumbre.
El superintendente ó director del establecimiento es el capitan Lagrange, jóven robusto, desembarazado, rubio, de nariz roma y de amabilidad extrema.
Materialmente nos colocó el director nuestro guía en la locomotora de su voluntad, y comenzamos un viaje de huracan recorriendo la Casa de Moneda.
Imposible me será dejar aquí en claro mis impresiones recogidas al vuelo. Es un laberinto de salones inmensos, en los que el ruido ejercita todos los tonos, la máquina todas las actitudes, la ciencia todo su poder y el oro y la plata toda su fascinacion deslumbradora.
Volaba que no corria el inteligente conductor; seguíale el Sr. Iglesias, imponiéndose sesudo de sus explicaciones y yo las asgaba jadeando y á pedazos, entendiendo algo que me trasmitia el Sr. Godoy, lleno de deferencia y bondad para conmigo.
Va diciendo me hacia notar mi guía que siempre hay aquí gran depósito de plata y oro procedente del Oregon.
—Aunque está vd. mirando, continuaba el guía, tan multiplicadas operaciones, solo hay empleados en él ciento veinte hombres y sesenta mujeres.
Siempre corriendo, me decia al oido Sr. Godoy:
—El gobierno nombra cuatro empleados de categoría, de los que uno de ellos es el director; estos cuatro forman Consejo para decidir de los asuntos árduos y cada uno preside un departamento, siendo libre en su esfera de accion.—Ande vd. más vivo.—Esas galerías espaciosas que vd. está viendo, son pertenecientes á la fundicion.—Inclínese vd.—¿Ve vd. ese chorro líquido que flamea? Es el oro. Esas son oficinas de refinacion.—Ande vd. aprisa que están nuestros[80] amigos frente á la maquinaria.—Yo me limpiaba el sudor, y seguia.—Esas máquinas, decia yo, merecian ponerse bajo un capelo: ¡qué limpieza! ¡qué finura de piezas!—Esa máquina grande tiene una fuerza de ciento veinte caballos.—Allí se verifica el apartado.
—Advierta vd., me decia sin detenerse mi guía, que estos salones tienen doble piso: uno terso, compacto, de fierro, como una sola lámina; otro de fierro dividido en fracciones y compuesto de agujeros como de celosía, que se quitan para barrer, y con las que no se pierde ni la más leve partícula de metal, recogiéndose fácilmente y con seguridad las monedas que caen al suelo, sin que los vigilantes lo perciban. Más adelante se hacen los rieles.—Dése vd. prisa: Sr. Iglesias va muy léjos.
—Estamos donde se opera la acuñacion, y no me fijo en detalles porque todas estas operaciones se hacen en México con mejor órden y más perfeccion que aquí.
—Un poquito más ligero.—Caballero, me estoy ahogando: ese director es un torbellino.
Sin oirme, me siguió diciendo Sr. Godoicito:
—Esta casa acuña cincuenta millones de pesos anualmente.
En todos los Estados-Unidos solo hay tres Casas de Moneda, que dan perfectamente abasto: ésta, la de Filadelfia y la de Nevada, que es la verdaderamente opulenta.
—Le dan á vd., me hizo advertir Sr. Godoy.—Tiene vd. en la mano el famoso Trade dollar (peso de tráfico).—Yo no estoy cierto, añadió mi guía, pero diré á vd. su orígen. En el tráfico con China, compitiendo con los pesos mexicanos, perdian los Estados-Unidos el 8%. El cambio que hicieron[81] en México de tipo, abatió su precio en el Japon y China: entónces se inventó aquí el peso de tráfico con su águila á la mexicana, para el comercio chino.... Vd. lo está viendo: este peso, así como está, pesa ahora más que el mexicano. Con este peso se hace un tráfico con China calculado en treinta millones.
En solo el mes pasado (Enero de 77) se enviaron á China ocho millones!!
—¡Hermoso salon! dije á mi compañero, sin alcanzar resuello, y lo que es más, lindísimas muchachas.
—Esas ladies, continuó mi buen guía, están haciendo el pulimento de los pesos; cada una tiene su balanza al frente y su lima en la mano: ¡qué silencio! ¡cuánta decencia y compostura!
—Aquí, me dijo deteniéndome Sr. Godoy, se cuenta. Vea vd.
En efecto, sobre un tablon dividido en pequeños carriles formados de rieles paralelos de laton, ví llover como al acaso una granizada de pesetas. Un empleado cernia el tablon, las pesetas se acomodaban como por sí mismas en los rieles, y en un abrir y cerrar de ojos, con exactitud infalible, se habian contado doscientos cincuenta pesos.
Existe en otras partes otro mecanismo para contar los pesos.
Es una especie de tolva en que se depositan los pesos. Estos caen sobre un plano inclinado dividido por rieles pequeños de laton y cerrados por una faja. Al caer se acomodan, se levanta la compuerta y se precipitan en un talego; así se cuentan en minutos miles de pesos.
La maquinita para contar monedas en otras partes, de cinco[82] y diez centavos, tiene la hechura de un molinito de café, cuyos dientes tienen el hueco para contener la monedita; se llena de pequeñas monedas la taza, se agita el manubrio y caen contadas las monedas, señalándose la cantidad en una especie de reloj que está en el tornillo que afianza el manubrio.
—Entre vd. á esos pequeños cuartitos de fierro, me dijo mi guía.
Estaban casi oscuros; pero la luz del gas alumbró á nuestra entrada y me ví cercado de pilas de barras de plata y oro y algunas tortas de cobre, que reverberaban como espuma de oro salpicada de esmeraldas.
—Habrá aquí, me dijo mi guía, tres millones que están á disposicion del gobierno federal. El mes pasado dispuso de ocho millones.
Al decir esto iba descendiendo las escaleras mi guía, como arrebatado por una máquina de vapor, y nos detuvimos en el primer piso del edificio, en los grandes almacenes de leña y de todos los útiles de la negociacion.
Hay allí extensos talleres en que se fabrica y repara la maquinaria: hicimos parada al frente de un inmenso pozo artesiano, de donde manan cada veinticuatro horas 25,000 galones de agua.
El pozo costó á la negociacion 1,600 pesos, y produce un ahorro de 8,000 pesos al año.
Pero nuestras observaciones se hacian por vapor: de trecho en trecho estábamos al dejarnos caer de fatiga; al fin nos derribamos en unas muelles poltronas en el despacho del director.
Amplio salon con grandes ventanas rasgadas á todos los[83] vientos, larga y despejada mesa en el centro con recado de escribir, lujo espléndido con el dejo y el buen tono de sencillez admirable.
Ardia la chimenea. El director puso el dedo sobre un timbre que resonó obediente y apareció como brotando de la pared un negro vestido elegantemente, conduciendo en una charola de plata espumosas copas de Champaña helado.
Bebimos á la salud del director, y éste, en los términos más corteses, correspondió al bríndis, apurando su copa por México y por el Sr. Iglesias.
Despues se nos repartieron unos cuadernos, que son las Memorias anuales del estado que guarda la casa.
Nos despedimos llenos de gratitud y prendados de la finura y complacencia de los Sres. Lagrange y Godoy. Al volvernos, como para despedirnos del grandioso edificio, pregunté su costo y me dijo un empleado que habia sido de 1.600,000 pesos, y que todo él era de bóveda y estaba á prueba de fuego.
Al volver de la expedicion de la Casa de Moneda, y como por vía de descanso, escribí en el Album de la Srita. Godoy lo siguiente:
EN EL ALBUM DE LA SEÑORITA MEXICANA ADELA GODOY.
Tú tienes una patria, niña graciosa,
Que pisa siempre alfombras de frescas flores,
En donde el aura pura cruza amorosa,
[84]
Cantando amores.
——
Tú tienes una patria, que como una Hada
Hechiza la existencia con sus halagos;
Que cual á cisne mecen limpios cristales
De mansos lagos.
——
Le rinde el liquidámbar dulces aromas,
Sombra dan á su frente verdes manglares,
Y se miran los nidos de sus palomas
Desde sus mares.
——
Las aves á sus aires les dan conciertos,
Y pompa del espacio son sus volcanes,
Sublimes atraviesan los huracanes
Por sus desiertos.
——
Da el trigal á sus campos matices de oro,
Y el algodon vellones de blanca espuma,
El árbol de sus frutos con el tesoro,
Cruge y se abruma.
——
Las montañas desparecen en el vacío
Cabelleras inmensas de humo y de llama,
A sus plantas torrente se torna el rio
Que ronco brama.
——
Cuando Vieron absortos tanta grandeza,
De la tierra se hundieron en las entrañas
Los metales, que buscan patrias extrañas,
[85]Como riqueza.
——
Y son sombra de sueño tantos primores,
Y recuerdo de un sueño tantos placeres,
Comparado al encanto de los amores
De sus mujeres.
——
Ellas son luz de aurora de nuestra cuna,
Alivio, encanto, hechizo de nuestra suerte;
Ellas son en las ondas de duelo y muerte
Rayo de luna.
——
Ellas la aura perfuman cuando suspiran;
Ellas nos acarician con sus desvelos;
Infiernos de dolores tornan en cielos,
Cuando nos miran.
——
Y porque no me digas que por galante
Trovador mexicano, te forjo un cuento,
Frente á imparcial espejo puesto el semblante,
Dime si miento.
San Francisco California, Febrero 5 de 1877.
Guillermo Prieto.
Las calles de dia y de noche.—Remates.—Embaucadores.—El parque.—Casas de placer.—Calle de Dupont.—Barrio Chino.
HEMOS indicado cuánto es el movimiento, cuánta y cuán viva la animacion en las calles centrales del comercio y en las próximas al muelle. De dia hacen ostentacion de estas cualidades las calles de Kearny y Montgomery, con sus efectos de lujo; las de California y Sacramento con el movimiento imponderable de sus bancos; la de Battery y otras con la carga y descarga de sus efectos en los almacenes, y todas con la mezcla de placer y de los negocios que dan al conjunto una fisonomía alegre de bienestar y contento.
Lo que no es describible es el conjunto, por más que muchas veces lo haya intentado. Esas masas gigantescas de edificios austeros, atrevidos, uniformes y pesados en su parte[88] superior, descansando sobre nichos de cristales inmensos sostenidos por ligeras columnas; esa especie de fabricacion aérea, esa luz que corre bajo el macizo de la construccion de siete y ocho pisos, y que forma como bosques de lienzos, de joyas, de muñecos, de tocados, máquinas y figurines, eso es lo que se necesita ver para formar aproximada idea de lo que se quiere describir.
Atraviesan sin cesar las calles carros y carretas de todas formas y dimensiones, desde el vogue con sus dos colosales botes de hoja de lata del vendedor de leche, hasta carretones que llevan montones de tercios y de baules. El pan, la verdura, la carne, la cerveza, la soda, todo se conduce en carros y se proclama en todos los tonos, con insistencia grande, aunque en acento desgarbado y monótono.
El negociante atraviesa en su quitrincillo tirado por un caballo y sube y baja haciendo su negocio; trepa el ómnibus las cuestas afanoso, llevando de trasporte familias enteras; wagones innumerables se cruzan rápidos con un tumulto de viajeros á su retaguardia, y en landós soberbios y carretelas abiertas van las damas, recostadas entre pieles negligentemente y dando al aire los velos blancos que revuelan sobre las flores de sus primorosos gorritos.
Negrean las calles de los bancos con caballeros uniformemente vestidos de negro, y como para una gran festividad, con sus sobretodos al brazo como si estuvieran á la entrada de la ópera, culebrean y se agolpan los chinos vestidos de azul, con los brazos abiertos en actitud de vuelo, azotando las trenzas su espalda, dejando ver sus medias blanquísimas como nieve y sus zapatos ó babuchas de chalupa, con los que andan muy desembarazados, y entre ese[89] gentío se abre paso con su sombrilla la lady vestida, con deslumbradora elegancia, de pieles, terciopelos y sedas, reverberando de soguillas y pedrería, ágil, risueña, quemando, desesperando á los inexpertos hijos de Adam.
Se deslizan y caracolean en todas direcciones vendedores de diferentes artículos, que excitan ambulantes el apetito, y atacan insolentes los bolsillos.
Cajoncitos con ramos de flores: cacahuates y naranjas en carritos de mano; cortaplumas, botones y corbatas, limonadas y refrigerios, en cajones sobre tripiés.
El sentimiento de igualdad se lleva tan al cabo aquí, que hasta las que yo habia tenido como naturales categorías de las mercancías, desaparecen. Entre una joyería y una tienda de modas, invadiendo la banqueta, esperan marchante las frutas, el apio, los botes de conserva, el jabon y los zapatos. Interrumpen las hileras de tápalos, casimires y sombrillas, sendos cuartos de carnero ó de res pendientes de sus clavijeros y tirando del schal ó la mantilla á los transeuntes. Una iglesia deja escuchar sus himnos gravedosos al lado de un establo en que se forcejea con la curacion de un cuadrúpedo. Junto al portátil despacho de aguas minerales, están los periódicos en todos los idiomas, con sendos rubros de sus novedades, y lado á lado de la juguetería de los niños, hay figuras anatómicas anunciando á un cirujano ó á un dentista.
La botica constituye un ramo de comercio sui generis: hay con profusion cajitas de píldoras, botes y botellas que todo lo sanan, que prolongan la vida, que reconquistan la fuerza y la hermosura; pero en la botica se expenden toallas, corbatas, perfumes, protectores para el pecho, ojos de vidrio,[90] bragueros en número estupendo y no sé cuántas cosas más.
Es de rigor que las boticas ostenten suma elegancia y que sus gigantescos botellones con aguas de colores sirvan de guía en las noches, como faros á distancias inmensas. Los aparatos de mármol para las aguas minerales heladas, suelen valer dos y tres mil pesos. En México hay uno de estos en la botica de la calle de Tacuba.
En este país inquieto, voluntarioso y movedizo, los remates tienen importancia especial. La gente, al trasladarse á otro punto, todo lo abandona, cambia de localidad como la víbora de piel, sin retener ni reservar nada; parece que desea abandonar hasta sus recuerdos; pero eso sí, sacando partido.
Por todas las calles hay remates.
Congréganse carros y carretas, colchones, cuadros, pianos, útiles los más inciviles de la vida íntima; y así como todo lo deja el emigrante, todo se apropia sin el menor escrúpulo el que queda, sin cuidarse de la procedencia y haciendo uso inmediato de los desechos que remata. Lo mismo sucede con los sombreros, con los zapatos y con la ropa que llaman de segunda mano.
Todo el tragin que hemos procurado bosquejar de dia toma en las noches otro tipo, sin dejar su actividad febril, á lo ménos en las calles principales.
Pero la noche es el misterio y lo fantástico con que se complica admirablemente la luz artificial.
En varias esquinas, en alto y á la luz de las antorchas, se miran los mil suertistas, embaucadores y charlatanes en que tanto abundan estos lugares.
Ya es un hombre que traga á puñados copos de algodon y por la manga de la levita le sale hilo de la mejor calidad, vendiendo sus carretes á alto precio. Ya es un sabio que hace funcionar su máquina eléctrica para hemorragias, reumatismos, dispepcias y qué sé yo cuántas lacras y achaques de la triste humanidad. Ya el propietario de unos pajaritos que predicen el futuro, acarreando papelitos de diversos colores en el pico. Una gitana dice la buena ventura á unos labriegos, miéntras un espiritista denuncia sus conversaciones con el alma de Señora Santa Ana ó de Booth, el asesino de Lincoln. Un Arago callejero explica los fenómenos celestes al frente de un telescopio por donde todos ven oscuro, y un perro sabio adivina lo que tiene uno en el bolsillo y la chica que más le confronta de la concurrencia.
Los cafés cantantes, los teatros de Ministrils, los totilimundis y los saltimbanquis, se anuncian con músicas de viento, sin cesar por ello los cilindros, haciéndose rajas con los carcajeos de Offembach ó las salidas picarescas de la Fille de Mad. Angot, miéntras tres desgalichaos músicos de la Murga con su arpa y sus violines, sus sorbetes y sus levitas raidas, gimen sus himnos á Garibaldi, con un sentimentalismo como de quien no ha probado bocado en todo el dia.
En las noches de luna, los parques y jardines son muy concurridos, viéndose en el parque, en Cliff House y en otras casas de campo, concurrencia hasta muy entrada la noche.
Pero donde se concentra una animacion nocturna que sorprende al viajero, es en la calle de Dupont y sus alrededores.
Esa seccion de la ciudad, en una extension como de tres[92] millas y con muy contadas excepciones, se compone de estancias habitadas por elegantes sirenas, que atraen con sus cantos y sus hechizos á los frágiles mortales.
Las bellas habitadoras de esas mansiones se exponen dia y noche en las ventanas de sus habitaciones, cuyo interior se percibe desde fuera.
Alfombras, espejos, candelabros, estatuas y el indispensable piano en perpétuo ejercicio, se distinguen en esos templos del ocio.
Las hermosas en las noches suelen estar á la puerta de su negociacion, vestidas de fantasía. Sultanas, sacerdotisas, griegas, amazonas, divinidades olímpicas, alternan en todos los idiomas, invitando al viajero á tomar descanso y encareciendo las grandes recomendaciones de los establecimientos.
En algunas casas las escalerillas que dan á la calle están llenas de jóvenes de deslumbradora hermosura, y se oyen de lo alto de los escalones todos los idiomas, como divertida parodia de la torre de Babel.
Inglesas, francesas, chinas, españolas, rusas, americanas, parecen con el destino único de alimentar el bien parecer y la sociabilidad, y en enjambres los viajeros acuden á hacerse cargo de esa instruccion al aire libre, competentemente encerrada por la policía en determinados límites.
Pero yo no sé: cuando entre nosotros se lanza una infeliz á esas distracciones, la miseria, el desengaño, algun móvil que se relaciona con misterios del corazon, son determinantes de su fatalidad. En lo poco que yo pude estudiar de estas desgraciadas, no es así: disponen de sus gracias como de una mercancía, se trata de su venta como un expendedor[93] de licores ó de lienzos, el tráfico es en frio.... descarnado, calculado, se valúan los cambios.... y se lamenta ó se aplaude la alza y baja de la demanda, como al tratarse de la melaza ó del tabaco.
De este modo, en la joyería, en la fonda, en el hotel, en el baile, se sazona con la presencia de una hermosa el comercio, como si se tratara de conducir allí una caja de música ó una bombilla de cristal con pescados de colores.
Siguiendo las calles de Dupont y las de Jackson, se van viendo en las puertas los nombres de Miss Emma, Miss Virginia, Srita. Adela, para que no quede duda y para que no extravíe direccion aquel que suele recibir una tarjeta en medio de la calle.
En unas de esas quiebras de las calles Dupont y Jackson, residen las chinas.
Sabido es que las chinas de alguna distincion no ven la luz pública, y que las aventureras que han logrado fugarse del celeste imperio son de la peor ralea.
Se compone su vestido de un saco y una enagüilla. Tienen como zorongo y abultados bucles de cabello cerdoso y reluciente sobre las sienes.
De tez amarilla, chatas, de ojos en diagonal, que parecen arrancar desde la frente, boca grande y labios delgados, con pintura escarlata en los carrillos: esa es la china. No lleva sobre sí harapos, ni denuncian rasgones su mala fortuna; pero hay algo del ocre y de la cera de Campeche en su atmósfera, que repugna.
Por lo demas, la china es el sér más atrevido, más desvergonzado y repugnante de cuanto se puede imaginar.
Habita cuartitos sucios y desamueblados que constantemente[94] están cerrados; pero tiene en su puerta unos boquetes cuadrados con su puertecilla constantemente abierta; por allí asoma la china su fisonomía aplastada y saca sus dientes teñidos de colorado, con una raíz que masca y le comunica ese color de sangre que repele.
Pero muchas chinas no se conforman con su encierro: se posan en el medio de la calle y se abalanzan al viajero, agarrándole del vestido; uno de nuestros amigos, entrado en años y circunspecto, dejó, parodiando á José, la solapa de su levita en descomunal batalla con una de esas paisanas de Confucio.
Leed lo que escribia en mi cartera el 2 de Febrero de 1877, y que pinta mis primeras impresiones en el Barrio Chino.
“Saliamos contentos algunos compañeros y yo de la fonda.
Los recuerdos de la patria, las evocaciones á la juventud, y el vino y el rompope, tenian alegres nuestros corazones y traiamos á las vueltas la historia antigua y moderna de México, la crónica escandalosa, las ilusiones perdidas y las esperanzas al perderse, cuando sin antecedente alguno, del modo más repentino y más inesperado, al doblar una calle, como por mágia, estábamos en China.
En las aceras van corriendo en giros encontrados dos raudales de hombres y mujeres, vestidos de una manera imperturbablemente uniforme. Amplio pantalon azul, calzado ó babuchas como chalupa, con la punta hácia arriba, y una franja blanca ántes de la suela, blusa azul hasta la rodilla y anchas mangas, largo y bien rasurado cuello, rapada mollera, con un islote de cabello espeso en el centro, de donde se desprenden para enroscarse en la propia cabeza ó flotar á la[95] espalda, luengas trenzas de más de vara, con su mota de cordon ó seda en la punta. Esas trenzas se equivocan con la cola del mono, no sé por qué.
Las casas de tráfico, con pocas excepciones, están como amontonadas al ras de la calle, ó en hondos subterráneos húmedos, mal alumbrados, llenos de embarazos y suciedad.
Ya son fruterías con naranjas colosales, nueces de figura de riñones que saben á la vez á coco y á nuez: unas raíces de preparacion particular, que tiñen los dientes y la saliva de color de sangre, y en tiendas más elegantes, á la usanza americana, chucherías mil, de marfil, de ébano, de bambú y madera comun, con barnices deliciosos.
Joyas de oro, tejidos de seda con los matices y la levedad de los colores del íris, y pájaros desecados y pinturas que asombran por la perfeccion del trabajo.
Todo esto lo veiamos en una especie de tumulto, entre gritos como ladridos, y desesperándonos la algarabía de instrumentos en que el rechinar de la carreta y el tirabuzon, rozando con aspereza el corcho, nos habrian parecido arrullos de tórtola.
En medio de aquella balumba, en que perdia para mí toda su reputacion filarmónica el celeste imperio, alcé los ojos.
Los terrados, las flores, las personas, no ofrecen diferencia alguna con las pinturas que vemos, creyéndolas fantásticas, en tibores, biombos, cuadros y muebles chinos.
Son los balcones salientes y como encerradas sus puertas en cuadros ó jaulas formados por las celosías.
Lámparas con grandes borlas ó colgajos de seda carmesí[96] los adornan, y flores importadas con especialidad del Japon las embellecen.
El lirio japonés, que es aquí muy comun, tiene sus tallos como la azucena, se conservan á la sombra, se desarrollan entre pedrezuelas que se humedecen y producen flores como de cera.
Los artefactos son muy variados y me producian extrañeza, aunque conocia algunos, desde los juguetes de los niños, hasta los trages de los mandarines y sacerdotes.
Para los niños hay trompos á los que se da cuerda, y al bailar se deshacen en variedad de trompitos de colores que bailan á la vez.
Hay caprichosos ejercicios de paciencia para combinar los colores y para vencer dificultades, como los nudos mágicos y el freno del gato.
La porcelana se ha docilitado entre los japoneses á un punto que parece imposible. Se enrosca, se escurre, se volatiliza casi, y al trasparentarse, revela colores ignorados á la simple vista.
La madera en sus barnices y su levedad, que la confunde con el carton, presenta mil bellezas.
Pescados que plagian á los naturales con perfeccion, y adornan charolas, azafates y platos, bandejas, picheles y tazas con flores y pájaros realzados, desesperacion del pincel, del bajo relieve y el buril, y partes en que parece se ha condensado la espuma para que en ella se realcen edificios, árboles, navíos, hombres, mujeres y niños.
Me llamó la atencion, entre mil cosas, la filigrana, emulando el cabello por su flexibilidad y sutileza en muchas joyas. Diré en este particular, para desahogo de mi orgullo,[97] que mostré en una tienda unas mancuernas de filigrana que poseo, obra de mi querido amigo y compadre José Carrillo, que tiene su taller junto al núm. 30 de la calle de Ortega, y produjeron admiracion entre aquellos artistas, ofreciéndome por ellas alto precio.
Ví unos bastones de caña, ligerísimos como plumas, que encierran otros y otros que se desenvainan hasta prolongarlos de un modo increible.
Admiré barcos, jarrones y columnas de marfil como tela de huevo, llenos de paisajes deliciosos.
Por último, me extasié al frente de la cabeza de un pájaro hermoso, en cuyo pico, que tiene la figura del de la guacamaya, se esculpió un bajo relieve aprovechando las plumas y los accidentes de aquella cabeza, para producir un edificio fantástico en miniatura, de maravillosa perfeccion.
No habria salido jamás de aquel laberinto de primores, si no me hubieran conducido mis compañeros á la fuente del ruido incesante, que se oia por todas partes vibrar y repercutirse, producido por dos enormes círculos de metal, extension gigantesca de los platillos de nuestras músicas de viento, y que forman la boruca más aturdidora, sin dar tregua á la algazara un solo instante.
Estábamos en el teatro; apénas pude ver el recinto medio oscuro azuleando de chinos, fumando opio ó tabaco, con sus fieltros echados hácia atrás, dejando ver las pieles amarillas, las narices aplastadas, las bocas enormes, el conjunto pasguato y desgoznado. En México hay muchos que tienen caras de chinos.
En el conjunto de aquella concurrencia me hacia esfuerzo[98] para conocer á las hembras, que se me resiste llamar bello sexo.
El teatro es semicircular, con una sola galería, como una gran cornisa saliente.
Esto apénas lo distinguí, porque me dediqué de lleno á ver la representacion.
No tiene telon ni decoraciones el proscenio; en el palco escénico, al frente del espectador, está una mesita de madera blanca, entre dos puertas, y á su lado la orquesta que consiste en el gongo ó comal de metal, y unos bolillos de palo sonorísimos, que golpean contra piedras. Una especie de violines de la hechura del mango de una guitarra y algun caracol ó trompeta; esa es la orquesta, cuyo conjunto forma cuanto puede inventarse de más rasposo, horripilante y asesino en materia de ruidos.
Entre aquel golpeo embriagador del gongo, se ven carreras desaforadas, gesticulan caras estrambóticas, se encogen y desplegan actitudes de verdaderos demonios.... Atencion, me dijeron, se está verificando la batalla....
Sale por ejemplo un caudillo con sus alas blancas, con su túnica riquísima de sedas de colores y oro, con su casco y su espada, dirigiendo á unos hombres desnudos de medio cuerpo.
Encuéntrase este grupo con otro, que sigue á distinto caudillo; si aquellos hombres del primer grupo tenian la parte superior del cuerpo desnuda, éstos tienen la inferior. Embístense las legiones, luchan, se ruedan por el suelo, dan machicuepas, se revuelcan como unos frenéticos. La victoria se declara por el primer caudillo, que es una caricatura de San Miguel Arcángel.
Los chinos victoriosos desfilan con una celeridad que apénas puede seguirse con la vista, corriendo, dando brincos increibles y vueltas en el aire, completándose en el vuelo circular que remedan, la parte desnuda de los unos con la parte vestida de los otros, como si estuvieran pintados en una rueda que diese vueltas en alto.
Los vencidos, en medio del tragin, ponen obstáculos á la festividad vertiginosa; obstáculos que consisten en amontonar mesas y sillas, sobre los que se precipitan los retoños del celeste imperio, como si se desensartaran de un hilo multitud de cuentas azules que rodaran sobre planos inclinados en todas direcciones.
El ruido no cesa, y á su golpeo, que no se puede llamar compás, salen diversas cuadrillas de combatientes, entre las que me deslumbró por la riqueza de sus vestidos, una que remedaba padres con casullas y dalmáticas de seda y oro y de bordados espléndidos, que valuaron los conocedores en muchos miles de pesos.
Nuestra completa ignorancia de la representacion hizo que pronto degenerasen en monótonos los saltos, los alaridos, el ir y venir y las posturas puntiagudas, cuadrangulares y diabólicas de los actores.
Segun mis confusas reminiscencias, aquella era una representacion histórica, en la que un erudito habria encontrado rastros de las religiones orientales y de la nuestra; pero aunque la ignorancia es atrevida, en mí, no lo es tanto que me arriesgue á indicar mis conjeturas, y dejo las cosas de tal tamaño.
Mi cicerone me aseguró que aquella representacion duraba muchas noches, siempre atrayendo igual gente.
En efecto, en los intervalos de los saltos, los grandes personajes hablaban, y entónces se notaba en el concurso viva atencion, señales de interes y aun lágrimas.
Las mujeres se sitúan en la galería, separadas de los hombres.
Durante la representacion, circulan entre los espectadores, gentes que venden bizcochos, dulces, tabacos y refrescos.
Salí del teatro atarantado, como si hubiera estado en un campanario durante un largo repique.
Apénas habiamos dado unos cuantos pasos en la calle, cuando nos detuvimos frente á una puerta, de la que arrancaba una escalerilla de palo angosta, pero cómoda, y nos encontramos al acabar de ascender, en un elegante salon chino. Era un restaurant.
Tiene dos pisos el restaurant. No daré cuenta del primero, porque estaba cuasi á oscuras. Nos instalamos en el segundo piso, que se iluminó convenientemente.
Las mesas son redondas, color de café oscuro, con ese barniz peculiar á los muebles chinos, que semeja al barniz de nuestras jícaras.
No usan sillas, sino unos banquillos, que cuando no están de servicio, se hacinan en un rincon.
En las paredes están como sobrepuestas celosías de madera con pinturas exquisitas, y sobre las puertas hay cornisas y goteras con labrados, que figuran frutas, flores y árboles de notable perfeccion.
Muebles, adornos, manteles y lámparas, todo es rigorosamente chino é importado de aquellas regiones.
En este particular es tan estricta la observancia de consumir[101] todo del país, que muchos comestibles son chinos. Hay en almacenes hacinados patos que parecen cachuchas dobladas y que se inflan y ponen en venta: los cerdos llegan barnizados como de madera fina, como guitarras, y muchas frutas y legumbres empacadas.
Pedimos té, que genuínamente se pronuncia Cham: tendió el sirviente el mantel y nos pusimos en tren de hacer la libacion Asiática.
Colocaron en la mesa panecillos y dulces: los panecillos del mismo sabor y figura que los que conocemos con el nombre de polvorones; uno de los dulces sabia á dátil, los otros tenian parentesco con las pinturas de aceite y los menjurjes de botica.
Colocó el doméstico frente á cada uno de los compañeros una pequeña tacita al ras del mantel, y á corta distancia una especie de dulcera con su tapa. En aquella ánfora pusieron gran cantidad de hojas de thé y le vertieron encima agua hirviendo. La tapa de la tetera se desvía para dar salida al thé, que corrió á nuestras tazas perfumando el salon.
Alegrísimos se pusieron los chinos con nuestras señales de aprobacion, advirtiéndonos que aquella era la primera toma, que seguirian la segunda y la tercera, haciéndose más concentrada y aromática la bebida.
Nuestros sirvientes, acompañados del dueño ó encargado del establecimiento, nos hicieron ver minuciosamente el salon.
Antes nos explicó uno de ellos la manera de servirse las comidas.
En una mesita de las que veiamos, é igual á la en que estábamos sentados, se colocaban los convidados. Del frente[102] de cada uno de ellos parte una fila de platos con manjares; los platos son de mayor á menor, formando el conjunto como los rayos de una rueda, mejor dicho, los platos y platitos forman una estrella. Los platos grandes son para los manjares, los pequeños para los dulces. Sobresale entre las bebidas el sabor del agua-cola, y entre las comidas el de la asafétida. Con eso queda hecha la apología de la cocina de los chinos.
Véamos el salon detenidamente.
Grandes arcos y cornisas de madera calados, figurando pájaros, pescados y flores: lianas que cuelgan de las puertas y parecen temblar con el viento.
En la gotera superior, en delicadísimos bajos relieves, vimos figuras y caractéres que nos dijeron referirse á la vida de Confucio, á episodios de sus viajes y la traslacion de sus sábias máximas.
Al subir del primero al segundo piso para retirarnos, nos detuvimos frente á un mostrador en que se encontraba el director de la negociacion y el dependiente principal.
El primero de estos personajes fumaba su pipa, de pié, pero recostado en el armazon de aquella especie de cantina.
Tenia el director entre sus labios su pipa como de ébano, con boquilla y preciosos adornos de plata. La pipa consiste en un tubo delgado, como de una tercia de largo, y remata en una pequeña cazoleta donde apénas cabrá la yema del dedo meñique: allí está ardiendo una bolita poco mayor que un garbanzo: ese es el opio, que constituye la delicia y que consume la existencia de los chinos.
En el fondo del salon se ven unos pequeños cuartitos con[103] sus cortinas: dentro, sobre tarimas, hay grandes cojines; allí se encierran los fumadores de opio.... á olvidar la realidad de la vida.... soñando cosas encantadoras.... Pues, señor.... ¿eh?....
El dependiente tenia entre sus manos una especie de bastidor con alambres horizontales, y en ellos, ensartadas unas cuentas de palo. Eso se llama abaco.
Empujaba las esferitas aquel chino, como una rezandera ejercitada las cuentas de su rosario.
—Así hacen sus cálculos estos hombres, nos dijo nuestro guía, y resuelven las más complicadas operaciones de la aritmética.
Aventuramos pruebas haciendo preguntas al dependiente, y quedamos sorprendidos de la celeridad y exactitud de los contadores.
A mano derecha del dependiente estaba un pincel y en un trastecito pequeño la tinta de China con que escriben, poniendo unas abajo de otras, letras y palabras en líneas perpendiculares, como todos conocemos.
Al despedirnos, el obsequioso sirviente nos dió las tarjetas del establecimiento, en inglés, pero con su traduccion en chino, para mayor claridad.
El 13 de Febrero es el dia de año nuevo entre los chinos.
Se saluda el dia con salvas, que se hacen quemando manojos de cohetes forrados en badana, que ya conocemos, y que producen el ruido de una matraca, ó como en nuestros fuegos artificiales cuando se quema la parte superior del castillo (bouquet).
Pasean los chinos las calles sacando á luz sus más ricos[104] vestidos: los de los personajes y mandarines valiosísimos.
El Barrio Chino está extraordinariamente animado ese dia; atraviesan sirvientes con largos bambous, de cuyas extremidades cuelgan canastas con viandas y verduras.
Como ya he dicho, al frente del hotel en que habito hay un hospital. Al lado del hospital se ve una pequeña capilla.
Ese dia de año nuevo chino, visitan la capilla. En su centro, y en una especie de altar, dominaba un ídolo negro.
A su frente hacian varias genuflexiones los sacerdotes.
Uno de ellos agitaba en su mano una especie de cubilete, lleno de unos palillos delgados como limpiadientes: despues de agitar el cubilete para que se revuelvan los palillos, los arroja por alto, y al caer, ó por la postura en que se colocan, que suelen formar letras del alfabeto chino, ó por su número, marcan tal augurio, que interpreta el sacerdote y apunta en un papel, hasta que concluido su cálculo, arroja el papel al fuego. Si el augurio es feliz, entónces hay cantos y demostraciones de regocijo. Si es desgraciado, exhorta el sacerdote á la conformidad ó á la penitencia.
En la noche el Barrio Chino está iluminado. En varias tiendas hay una especie de altares que visitan todos los que quieren.
Los chinos se muestran complacidos de las visitas, y obsequian á sus amigos con dulces, bizcochos y Champaña.
Yo entré á una botica china que tiene el aspecto de nuestras malas boticas mexicanas del año de 30. Muchos cajoncitos, botes de barro vidriado y botellones de vidrio ordinario.
En el fondo de la pieza estaba la figura, de Khoing-Theseu ó Confucio, con su bonete de dos altos, su luengo bigote y su barba rala y tendida como una cortina.
A los lados del altar me pareció reconocer á Hoase, madre de Fou-hi, de quien cuenta la leyenda que siguiendo los pasos de un hombre la circuyó el arco-íris y dió á luz al gran rey. El seductor tenia el cuerpo de serpiente y la cabeza de buey.
Díjome el boticario, que hablaba francés con bastante soltura, mostrándome otro retrato: este es Chin-noung, inventor de la medicina, y éste, Hoaug-ti, que escribió sobre ella libros admirables.
Por último, enseñándome con sumo respeto otro muñeco, me dijo: conozca vd. al gran Yu, uno de nuestros reyes más sabios.
El altar, no sé por qué, me recordó á nuestras ofrendas de dia de muertos.
Habia en el altar dulces, panecillos, toronjas de tamaño colosal: entre los dulces y las frutas habia tres candeleros con sus velas de cera, teniendo por pábilo astillas de sándalo. Todo esto se veia al través del humo del incienso, que se quemaba en un braserillo colocado frente al altar.
Esta excursion la hice acompañado de la estimable familia Cima, distinguida más que por su posicion, que es brillante, por su finura y excelentes cualidades.
El boticario nos brindó con unas pipas de hechura particular; constan de dos cajoncitos de metal y un pico levantado por donde se fuma. En uno de los cajoncitos se pone tabaco, en el otro agua hirviendo. Nosotros rehusamos el obsequio, pero dicen que es muy agradable.
El farmacéutico, que parece hombre de instruccion poco comun, invitó á las damas para que hablasen con su señora y sus hijas; pero mostró gran reserva con los hombres, porque los extraños no ven jamás á las chinas de categoría.
En otra vez hablaré de la poblacion china de California, y su significacion en las cuestiones económicas y sociales.
Las religiones.—Los templos.—Los clubs.—La asociacion.
YA hemos indicado cuánta es la libertad religiosa que se practica en California, los muchos y benéficos templos y la generosa emulacion que mueve á los sacerdotes de los diferentes cultos para acreditar sus creencias, difundiendo la instruccion, procurando el alivio y derramando beneficios en la sociedad en que viven.
En California, cinco familias promovieron, en 1849, la ereccion de un templo protestante, y despues se multiplicaron sus subdivisiones de Episcopales, Metodistas, Evangelistas, Presbiterianos, etc.
La religion protestante puede dividirse en dos grandes categorías. La primera contiene el Episcopalismo, el Congregacionalismo, el Presbiteranismo. En la segunda, el Metodismo y el Bautismo.
La primera categoría es la de los viejos creyentes, la de la tradicion y la preeminencia; las segundas se dirigen á las masas. Cuentan los metodistas con la simpatía de las mujeres del pueblo, y en la cruzada que formaron contra la embriaguez, tuvieron ocasion de ostentar su prestigio. Entre los medios de accion de que se sirven los metodistas, están los rewals (despertadores religiosos), y los camp meetings (asambleas al aire libre).
Se entiende por rewals una visita de la gracia divina, un despertar á los afectos santos, una resurreccion de la fé en el alma, segun la voluntad de los confidentes del Señor y acaso conforme á las necesidades del presupuesto del cielo.
Entónces es cuando estallan en los templos esos gritos, esas convulsiones, esos escándalos, que determinan en poblaciones enteras mil casos de locura y de suicidio.
El camp meeting, nacido tal vez de la necesidad de dirigirse á los peones del campo ó á los habitantes de pequeñas aldeas, hace sentir á los creyentes el soplo divino, cantando y bailando, y tienen la analogía, con las antiguas misiones, en que el enemigo malo no suelta sus presas y suele colocar su copita de ambrosía, como si dijéramos, entre la calavera y la disciplina.
Pero en California, por lo que ví, está en completo descrédito el martirio. Pasaron para siempre en esos lugares felices las lides religiosas; y si hay algo característico, es la indiferencia de las masas á esas cuestiones que no dan pesetas sino á reducido número.
Los creyentes tienen sus círculos y sus influencias, sus caballeros de industria y sus especulaciones; pero el comercio no puede compararse á ninguno de los ramos favoritos de especulacion.
En cuanto á los católicos, más compactos, con mejor disciplina, mucho más ilustrado y tolerante que el nuestro, su crédito, ha sabido aprovechar la emigracion europea, sobre todo la irlandesa, y puede asegurarse que seis millones de habitantes de la Union son católicos.
En uno de los dias en que los recuerdos caian como sombras en mi espíritu, busqué el apartamiento de la ciudad, encumbrando una de las calles centrales.
Llamó mi atencion un templo con su torre en el centro, y el aspecto de una extensa galera descansando en groseros estribos de cal y canto, rodeada de un bello jardin circundado por un barandal de fierro.
Espié hácia el templo; estaba completamente solo, se oian mis pisadas resonar en el pavimento de madera, y el eco de mi tos moria en la altísima bóveda.
Volví el rostro á todos lados: dominaba en el altar la Vírgen María; al lado del altar ardia la lámpara; era un templo cristiano con todos los adornos, accidentes y particularidades que un templo de México.
Tal vez la disposicion de mi alma, acaso la soledad y el silencio, que es una solemnidad para el espíritu, no sé, pero el conjunto me produjo intensa conmocion.
Sentia en mi oido el acento de mi Santa Madre como encaminando mis pasos al cielo por la senda misteriosa de la oracion, poblaban mis recuerdos los altares, algo de la blanca luz de mi risueña infancia coronaba las simas negras de mis desengaños y de mis dolores.
Yo dudo de todo lo que puede haber inventado el ingenio[110] humano para hacer de Dios un objeto de tráfico; mi razon protesta contra esa fé que consiste en volar en el caos como los arcángeles malditos de Milton; pero yo siento á Dios y él da luz á mis fibras y canta mi sangre dentro de mi corazon sus alabanzas.
Yo estaba prosternado: mi patria descendió á mí en espíritu, en recuerdo, con los afectos de los que amo, con las memorias de los que esperan mi regreso sobre sus lechos de piedra.
Algun rayo de sol que reverberó en el oro de las molduras del altar, el gorgear de alguna ave que cantó en las ventanas del templo, huyéndose alegre, me volvió de mi arrobamiento.... y me dispuse á salir.... en la puerta del templo habia una mujer anciana que pedia limosna en español.... vestida como las mujeres pobres de nuestra clase media, de mi clase.... no sé lo que pasó por mí.... se me figuró que era nuestra raza entera refugiada cerca de los altares, como una barca náufraga tras una roca bienhechora.
Voy ahora á dar cuenta á mis lectores de mis impresiones en la Sinagoga.
A gran distancia percibimos la Sinagoga Emmanuel; brillaban al sol las voluptas de oro colosales en que terminan sus dos torres ó almimbares. El templo levanta su pórtico como un nicho sobre dos elevadas escaleras, y ostenta el arco de su pórtico sostenido por macizas columnas del órden compuesto.
Sobre el arco se ve uno como segundo pórtico formado por tres arcos ó nichos, y coronado por una gran cornisa saliente de la que parecen arrancar las torres hasta su mitad, cubiertas en el interior por espesas celosías.
La parte exterior del templo puede dividirse en tres cuerpos: el primero, compuesto de grandes ventanas coronadas de respiradores ó tragaluces circulares de gran tamaño; el segundo lo compone una colosal arquería con vidrios de colores, como los tragaluces, pero de forma gótica los bastidores, y el tercer cuerpo, el techo en declive por ambos lados, como un caballete cercado de pilares de tamaño proporcional á la mole estupenda del edificio.
Al penetrar al templo nos hallamos casi á oscuras; la luz se modifica en sus rasgadas ventanas por los vidrios de colores, arabescos de exquisito primor en que el nácar, el azul y el naranjado, sobresalen y se combinan con deliciosa belleza.
El templo es como un gran salon; componen su techumbre grupos de bóvedas, recogidas como un cortinaje azul, sembrado de estrellas.
Sobre el pavimento de madera hay tres hileras de lujosas bancas, separadas por cómodos pasillos para que la concurrencia transite con holgura.
En las bancas, de madera fina, con muelles cojines, se encontraban con sus adornos variados, sus gorros, chales y mantillas, las hijas de Abigael y de Ruth, que son morenas, de ojos negros, nariz aguileña; en una palabra, de una hermosura que rinde el alma.
Los caballeros estaban sentados con sus sombreros puestos, lo mismo los niños; pero todos leyendo en el mayor silencio y guardando la más reverente compostura.
En el fondo del templo, de sobre el presbiterio arranca un arco gigantesco que casi toca el techo: en su clave está colocado el órgano, y á los lados, tras balaustrada riquísima, cantores y cantoras.
Debajo del órgano se desplega un segundo arco y penetra la vista en una especie de capilla interior, á cuya entrada cuelga una profusa cortina de color oscuro.
En el centro de la capilla se alza una especie de plataforma, á la que se asciende por dos amplias escaleras. En medio de la plataforma se ve un gran bulto de figura cilíndrica, cubierto de terciopelo carmesí.
A los dos lados del arco del presbiterio estaban dos hombres de pié con sus sombreros puestos.
En la barandilla que limita el presbiterio, que está en alto, se veia un gran atril y en él varios libros.
Frente al atril, y á uno de sus lados, se percibian dos sacerdotes; el uno leia, el otro escuchaba atento; ambos vestian ropas talares, percibiéndose sus camisas, corbatas y trages de caballeros. Cubrian sus cabezas unos como gorrillos griegos.
El sacerdote, que leia en hebreo, es de arrogante figura, como de treinta y cinco años, alto, blanco, de negra y espesa barba y de un metal de voz sonoro y dulcísimo.
Leia con gran fervor el Rabino ó Doctor de la ley y escuchaba el auditorio conmovido. A veces se ponia de pié el concurso y como que pasaba invisible sobre él el espíritu de Dios.
El aura recogia el acento melodioso del Rabino, y entónces, léjos, muy léjos, entre los rayos trémulos de aquella luz crepuscular, se oia una música de notas celestiales.
Fuese como acercando aquella música que descendia, como gotas de lluvia heridas por el sol, de regiones sublimes, y entónces, voces de arcángeles, que no de mujeres, se desataron en cantos dulcísimos empapados en ternura infinita.
El sacerdote que estaba de pié, al acercarse el canto, abrió sus labios y escuché la voz de barítono más grandiosa, más augusta y más tierna de que puede tener idea el sentimiento humano.
Era un idioma extraño, un canto que no tiene analogía con la música religiosa que prestó sus alas á mi espíritu cuando niño, y que sabe trasparentar la queja y el ruego; no, era el canto que nos conduce en la arrobacion del éxtasis, á las contemplaciones de lo infinito y de lo eterno.
Me sentí conmovido en lo más hondo de mi alma; fué aquella para mi espíritu una aparicion de la inmortalidad en su más esplendente seduccion.
La lectura, la deprecacion y el canto, se siguieron alternando entre los sacerdotes, el auditorio y las melodías en las alturas.
Unas hermosas judías que estaban frente á mí, lloraban, y se limpiaba sus ojos y su barba blanca un caballero que estaba á mi lado.
De pronto se rasgó el velo que oculta dentro de la capilla el Sancta Sanctorum: los torrentes de armonías del órgano descienden como en cascadas sonoras. En los cielos, en la tierra, en todas partes resuenan cánticos sagrados. El auditorio entero hacia vibrar como una sola voz el himno triunfal del Dios de Jacob.
Los sacerdotes ascendieron por las dos escaleras del fondo de la capilla que conducen al tabernáculo, y uno de ellos colocó en sus brazos el bulto forrado en terciopelo carmesí, de que hemos hablado.
Descendieron del tabernáculo los sacerdotes: lo que conducian eran las Tablas de la Ley.
“¡Aleluya! ¡Aleluya!” clamaba el acento henchido de acentos de la multitud, entre las vibraciones metálicas del órgano.
Se hizo ascender á un niño al presbiterio, repitiendo como una leccion la voz del sacerdote la lectura del Decálogo.
Moisés, los Profetas, los truenos y relámpagos del Sinaí, los tiempos bíblicos de la comunion íntima del hombre con su Dios, palpitaban, irradiaban en mi alma.
Al Dios de Sabahot, honor y gloria;
Cantemos su poder y su bondad, etc.,
repetia yo maquinalmente con la voz trémula y los ojos llenos de lágrimas.
He asistido á los templos cristianos y á los protestantes, he escuchado la voz de las catedrales y los cantos rústicos de la iglesia de la aldea ensalzando al Dios de mis padres; y jamás mi alma ha sentido una impresion más intensa, con ciencia más patente de la Divinidad, que la que me poseyó en la Sinagoga Emmanuel de California.
Fuí invitado y concurrí á otro templo en ciernes, dedicado á la Vírgen de Guadalupe, favorecido por las familias mexicanas.
En efecto, el domingo que yo asistí la concurrencia era numerosa. El templo es casi subterráneo, oficiaba el señor obispo de la Baja California, al que escuché una plática doctrinal dicha con pretenciosa prosopopeya y muy vacía de sentido.
El templo presenta el aspecto de cualquiera de nuestras parroquias de pueblo, con la sola diferencia de las hileras de bancas, lo que siempre da á la concurrencia cierto aspecto de formalidad y compostura, que una vez vista, se echa mucho de ménos en nuestras iglesias.
Aquella anciana oronda que hace plaza y ocupa los tránsitos; aquella madre de familia que se aplasta, recoge los sombreros de sus hijos y los deja retozar sin cuidado, distrayendo y molestando á los circunstantes; aquellos devotos que atraviesan como haciendo equilibrio para llegar al altar mayor, y aquellos sacristanes cuchicheadores, entrometidos y diestros para cruzar entre los ruedos de los túnicos y de las enaguas que tapizan el suelo; aquellos grupos de hombres recargados en las puertas, brujuleando y formando biombo á los que de rodillas ven á su espalda, eso no se conoce en ningun templo de aquí, por infeliz que sea.
Respecto al servicio de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, aunque el templo tiene un carácter de muy provisional, deja mucho que desear.
—Y qué, ¿no ha oido vd. predicar, me decia un paisano, á un padre G*** que se chupa el dedo para eso de la elocuencia? Hace dos domingos nos predicó un sermon, poco más ó ménos en estos términos. Se hablaba de lo efímero de la felicidad mundana:
“Dios Nuestro Señor es muy bueno: no seré yo quien hable mal de Su Divina Majestad, ni quien le ponga tacha; pero no lo vayan vdes. á creer, un Juan de buena alma, que aguanta carros y carretas.
“Ve, por ejemplo, á un ladron, y haciéndose disimulado, dice: “Buen provecho, tú las pagarás todas juntas.”
“Se le pasea por los bigotes un borrachin, que le hace tanto caso como si estuviera pintado, y él dice para sus adentros: “Goza, borrachito, goza, que no me la has de ir á penar.”
“Se pavonea con su madama uno de estos amancebados que parece que no lo merece la tierra, y el Señor se está como si tal cosa, ya clavado en su cruz, ya recibiendo azotes en la columna, ya con la mano en la mejilla, como quien dice: “Véamos hasta cuándo se hartan estos pecadores.”
“Pero un dia se levanta con todo lo Dios en la cabeza y dice: “Ahora se hizo la mia,” y entónces, allá va una tempestad, allá va un temblor, allá una epidemia, por aquí suelta una apoplegía, por allá un insulto, por acullá una peritonitis de momento, y entónces todos aquellos pecadorcitos que hemos visto, van sin zumba, sin alcanzar resuello, á los apretados infiernos.
“Amados fieles: no hay que andarse con chiquillas ni que aturdirse: amar á Dios sobre todas las cosas y á tu prójimo como á tí mismo: así se gana la gloria, que os deseo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.”
Mucho me temo que el sermon del padre G*** sea invencion de mi amigo; pero sí me consta que por el estilo son los rasgos de elocuencia que me han referido personas muy sensatas.
Insistiendo en la importancia del culto católico, se calcula que la iglesia de Santa María, de que hablamos al principio, y es considerada como la Catedral, San Patricio y San Ignacio, han costado 175,000 pesos la primera, 100,000 la segunda y 160,000 la tercera.
Son más de cuarenta los establecimientos que subsisten de la caridad cristiana, como conventos, colegios, escuelas y hospitales.
El colegio de San Ignacio, para niños exclusivamente, es un establecimiento de educacion de primer órden. El número de alumnos que tiene la escuela es de seiscientos.
El sentimiento práctico de igualdad, el respeto á lo ajeno, y sobre todo, cierta altura de civilizacion, provocan en este país á las asociaciones, que centuplican la valía del hombre, aumentan su inteligencia, procuran su perfeccionamiento y combaten enérgicamente el socialismo, porque la libertad es el vínculo de esos empeños fraternales.
La asociacion cria el capital, emancipa el trabajo, funda bajo sólidas bases el crédito y prepara al obrero solaz y consuelos en las enfermedades y la vejez.
Uno de los resortes más poderosos de la grandeza de los Estados-Unidos, acaso el mayor, son esas asociaciones que en lo científico, en lo industrial, y de todas maneras, impulsan el inmenso desarrollo de los elementos de prosperidad de los pueblos.
La civilizacion ilustra al hombre y duplica su importancia, luego que otro hombre, que á la vez es un capital, se une á él: la moralidad mantiene la balanza de los intereses entre los asociados: el espíritu de igualdad impide las explotaciones ventajosas y embota los avances de la mala fé y de la especulacion vedada. Cuando un pueblo ó una reunion de hombres no pueden armonizar sus intereses, búsquese la[118] causa en cualquiera de los motivos que dejamos anunciados, y no culpemos exclusivamente á la educacion y á la raza, como solemos hacerlo. El mal radical de nuestra sociedad mexicana está en que no es armónica. Piénsese mucho en esto.
Favorece en gran parte en los Estados-Unidos la asociacion, que no hay cuestiones religiosas, ni se indaga para favorecer á un hombre cuáles son sus creencias. Se ven frecuentemente tan felices enlaces entre protestantes y judíos, entre cristianos y turcos, que es un hábito respetar el ajeno sentir en estas materias.
La política, por otra parte, á nadie divide; el país está constituido y se desconoce el terreno de la conspiracion: los polyticians se ocupan de intrigas y de aspiraciones; pero esto es aparte, es como lo poco que se cuida el público de que haya maromas por San Pablo y ejercicios en la Villa de Guadalupe: maromeros y devotos hacen su negocio; pero á la masa del público no le afecta ni le conmueve que un maromero se descoyunte, ó que un devoto gane con una salve ochenta años de perdon de sus culpas.
Pero no solo en lo científico ó en lo literario, en las grandes empresas industriales y en la beneficencia y caridad la asociacion opera sus milagros, sino en reuniones de puro contentamiento y distraccion: el Club estrecha las voluntades y calienta los corazones extendiendo la órbita de las relaciones y los placeres.
Hay, no obstante, quien asigne al Club influencia perniciosa, diciendo que enfrian los afectos de familia, arrancando á los esposos del hogar y encendiendo en su corazon las propensiones á la soltería, la intemperancia y el despilfarro.[119] Acaso sea cierto; acaso sea uno de los motivos del apartamiento del hombre de negocios del bello sexo, haciendo insustancial á la mujer y amiga de las aventuras: yo no sé, ni es mi objeto entrar en semejante análisis; el hecho es que el Club tiene vida activísima, y los de California son centros en que se disfrutan las delicias de la buena sociedad.
Los más selectos Clubs son la Union, el Pacífico, y el Club de California: tiene merecida estimacion el Club aleman, la asociacion y el Club Hispano-Americano, de que hablaré despues.
El Club se instituye á expensas de los socios y se rige por sus reglamentos particulares.
Dispone el Club en general de grandes y elegantísimos salones en que hay su cantina con exquisitos vinos, sus mesas de billar en salas separadas, mesillas para jugar ajedrez y departamentos para los aficionados á la música y á las conferencias científicas y literarias.
Los amigos se agrupan ó se aislan acompañados de aquellos con quienes tienen mayores simpatías, se congregan los artistas, los dados á la lectura encuentran selectas bibliotecas y periódicos de todo el mundo, y muchas veces, sin pretenderse, se ajustan entre dos copas negocios, y se celebran transacciones que tal vez habrian sido difíciles fuera de aquel lugar.
Yo asistí al “Bohemian Club” (Club de los Bohemios).
Su reglamento particular acoge periodistas, artistas y gente de todas las naciones, con tal de que las aliente el espíritu de confraternidad y el buen humor.
Tiene mil prácticas extravagantes dirigidas á hacer más cordiales que lo comun las relaciones de los socios y quitarle[120] á la reunion la tiesura y las etiquetas, que son á veces incompatibles con la franca alegría.
Cada vez que se renuevan los oficios, el presidente pronuncia un discurso al frente de una enorme tetera que se pasea en procesion, y se rinden honores á un buho que se mantiene vivo y lleno de atenciones en uno de los salones del Club.
Pero en medio de esta gresca se verifican interesantísimas lecturas y conferencias que honrarian á los más encopetados cuerpos científicos y literarios.
Aunque el Club tiene el nombre de aleman, en el vulgo, hay socios de todas las naciones, y cuando la caldera de la cantina eleva el vapor, se produce en miniatura una torre de Babel, que no hay más que pedir.
Mi compañero en esas excursiones era el Lic. Pablo Newman, aleman al decir; pero que pertenece á la alta aristocracia del universo que se llama del talento y la virtud.
M. Newman habla español como Fígaro y conoce los modismos de México como el Pensador, tararea en francés un M. de Framboisy como pudiera hacerlo la Aimé, y se da cierto chic y sazona con su sal y pimienta las canciones de la Estudiantina Alemana.
En los negocios nadie es más grave y sesudo que M. Newman; pero luego que encuentra un resquicio para dar un puntapié á los códigos y á los comentadores taciturnos, desplega un carácter franco, jugueton, y es el bebedor más alegre y divertido, sin dejar nunca la finura de cumplido caballero.
Rubio; con unos desordenados rizos que se columpian sobre su ancha frente, nariz chata, boca grande, con dentadura[121] temeraria de blancura y de fuerza, regordete y de movimientos listos: tal es M. Newman.
Le veia una noche hacer más piruetas que de costumbre.
—Muy alegre está vd., le dije....
—¡Oh amigo, eso no es de mi cuenta! Es esta pierna (mostrándome una de sus piernas) que se acuerda de su orígen campestre....
En efecto, era una pierna de palo la que se regocijaba, con total independencia de su humanidad.
El Bohemian Club hizo al Sr. Iglesias la acogida á que es acreedor por su sabiduría y finura, distinguiéndose entre otras personas el Sr. Lohse, amigo entusiasta de México, que es uno de los ornamentos más preciados del Club de los Bohemios.
Pero lo que ha dejado en mi alma más vivos recuerdos, es nuestra visita al Club Hispano-Americano.
Es una preciosa estancia compuesta de cuatro salones y dos pasadizos, en uno de los cuales está como en modesto retiro una muy bien surtida cantina.
En el centro está el salon de tertulia.
A un lado se extiende la sala de billares, y al opuesto uno en que se suelen ajustar juegos de cartas, y el contiguo que funge de gabinete de lectura.
Españoles, hijos de las Américas hermanas y mexicanos, formaban la animada reunion.
Un jóven español, cuyo nombre, si mal no recuerdo, es Arrillaga, y un aleman, ambos eminentes profesores, hacian cantar divinidades al piano que adornaba la sala.
En la aurora del entusiasmo, llegaron dos caballeros vestidos de negro, que parecian retraidos.
Al rincon en que estaban llegó una arpa, y en pos de ella una guitarra, con cuyos instrumentos hicieron conocimiento los recien llegados.
A poco se oyó el cuchicheo de la arpa y el primer carcajeo de la guitarra: M. Newman estaba en medio de la pieza radiante de alegría.
Aquellos eran eminentes artistas; sus instrumentos expresaron el requiebro y la zandunga, y el clamoreo sentimental, y el suspirar apasionado por la patria ausente.
Apareció el Champaña desbordándose, como tendiéndonos los brazos, escoltado por M. Newman, los Gaxiolas, Pepe Shleidem, Andrade y no sé cuántos más.
Nos rodeamos á una mesilla que estaba en el centro de la sala, donde se colocó el Champaña, y un caballero nombrado por todos los socios del Club, nos dió la bienvenida en los términos más elocuentes y sentidos.
Habló el Sr. Iglesias con la correccion y elegancia con que sabe hacerlo, hablaron Gomez del Palacio y Velasco, y yo dije cuatro atrocidades de piés cortos, que se publicaron en los periódicos.
Estaba en su colmo el contento: Labiaga queria torrentes de Champaña hasta para los que paseaban en la calle.
Nuestros amigos Salvatierra y Ferrer, que eran los artistas de arpa y guitarra, nos convertian en armoniosos y divinos los recuerdos de México; Benitez con sus modales finísimos se aislaba con unos amigos, formaban grupos, enlazados de los brazos, americanos, mexicanos y españoles, y Carrascosa me llamaba aparte para echar un trago entre carcajadas y palabras extra-diccionario, por nuestras memorias juveniles, como Cleto y Venancio en la Gallina Ciega.
—¿Te acuerdas de aquellas costurerillas de que éramos los Tenorios?
—¡Cállate! ¡cállate!
Despertóse á varios la impaciencia de que yo hiciese versos sin cesar: en medio de aquel barullo, yo comencé el que sigue, apuntándolo con un lápiz sobre la rodilla y arrebatándomelo de las manos sin concluir para darle lectura, porque lo que importaba era dar pábulo á la comun alegría, y allá va:
Más vino á mí: que mi razon se finja
El ruido atronador de los festines:
Que mujeres de faz de querubines
Me den sonriendo el tósigo á beber.
Que produzcan los ecos del contento,
Ráfagas de huracan, notas extrañas:
Bebed! bebed, que se arden mis entrañas
Y tiene el labio inextinguible sed.
——
Bebed! bebed; pero á la vez ansiosos,
Vosotros ilusiones, yo el olvido,
Bebed, para que apague mi gemido,
El ruidoso tumulto del gozar.
Y en esas olas en que envuelve el íris
Entre el oro del ópalo, la llama,
No mireis que furtivo se derrama
Con llanto acerbo de mi pena el mar.
——
¿Dónde estoy? Esas calles, esos ecos,
Esas bellas.... sus gracias y su lloro,
No son tuyos ¡oh patria á quien adoro!
[124]Nada me dicen, para mi alma á mí.
¿Dó están las hadas que en mis negros sueños
Fúlgidas pasan, mis dolores viendo,
Y á mí sus brazos, con amor tendiendo,
Porque tal vez por siempre las perdí?
——
Que alce el Yankee palacios en los mares;
Que de férreo tendon doten al viento,
Para que tenga cuerpo el pensamiento,
Rieles el éter, el espacio voz.
Que entre el triunfal hosanna del trabajo
Levanten los alcázares su frente;
Que pase sobre el cuello del torrente
Envuelto en humo rápido el vapor....
——
Todo lo pueden ellos; ellos pueden
Convertir en espléndidas naciones
De mi patria infelice los girones,
Botin de engaño, presa de baldon.
Todo lo pueden ellos; mas no pueden
Arrancar á mi patria su nobleza:
Ni robar á su espléndida belleza
Su heróico, su divino corazon.
——
Más vino á mí, ¡bebamos! á la patria,
Que más se adora, cuánto más ausente....
Que disipen las sombras de mi frente
Sus recuerdos dulcísimos de amor....
Que se desplegue el lábaro latino
Refulgente en los cielos del progreso....
Copa de mis amigos.... en mi beso
Recoge con ternura.... mi ovacion......
——
No estoy cierto si he descifrado con fidelidad los garabatos medio borrados del lápiz, pero ellos alentaron el contento; Carrascosa me los aprobó sorbiendo sin tiquis ni miquis, como él dice, una copa en que se podia bañar un cristiano.
Hemos visto, bajo el aspecto que parece más trascendental y frívolo, la asociacion; pero si la consideramos con sus verdaderos caractéres, veremos que ella realiza esas obras gigantescas, esas empresas titánicas que como que borran en la historia los recuerdos de Egipto y Babilonia.
Surcan los vientos, comunican los mares, taladran las montañas, encadenan el desierto, ahogan la distancia entre los dos brazos de los rieles.
En la ciudad, la asociacion derrama sobre la cabeza del pueblo las aguas puras de la instruccion, recogen al huérfano, alivian los dolores del enfermo, ofrecen apoyo al anciano, desposan en alianza bienhechora al capital con el trabajo, y decoran como morada del placer, el triste asilo de la muerte.
En San Francisco hay más de cien sociedades de beneficencia, excluyendo las sociedades masónicas, que son muchas, y de que no pude tener conocimiento.
Los caballeros de Pitias tienen una firme organizacion, con doce logias que le están subordinadas (1869).
El antiguo órden de los Hibernianos que cuenta nueve (1869).
Asociacion de socorros mútuos de los hombres de color (Reed Men).
Idem de la Grande Armada, organizada en 1867 para socorro de soldados y marineros.
Antigua órden de Druidas, para socorro de forasteros desvalidos.
Casi todas las congregaciones religiosas sostienen instituciones de beneficencia, generosamente dotadas por los creyentes.
La Sociedad de Jóvenes Cristianos es una de las que procuran mayores beneficios á California: cuenta con una magnífica librería.
La asociacion para alivio de muchachos y muchachas desamparados, ha contribuido muy eficazmente á mejorar la condicion de la juventud en San Francisco.
Para no cansar al lector copiando la larga lista de los establecimientos de caridad, de educacion y de mejora, diré que casi no se ha manifestado una necesidad que no haya procurado socorrer la asociacion, desde la casa en que el niño se inicia en la vida, hasta la tumba en que descansan los restos de los mortales.
El Parque.—Cliff House.—El Woodward’s Garden.
APROVECHANDO los accidentes del terreno, las hondas cuencas, las empinadas lomas que corren desde el centro de la ciudad, como los pliegues caprichosos de una lona mal desdoblada, hasta la orilla del mar, se ha formado el Parque, sembrando de árboles las sinuosidades y laderas, convirtiendo las hondonadas en jardines y cruzando con amplias calzadas de menuda arena el recinto bastante espacioso, que remeda un laberinto de árboles y flores limitado por el mar, que se rompe en la orilla á veces, y á veces como que se retira para que transiten en la playa carruajes y caballos. El conjunto de la perspectiva es de una belleza superior á todo encarecimiento.
Al caminar por las cañadas que forma el terreno, flotan sobre nuestras cabezas las copas de los árboles, y vamos[128] admirando su relieve en el cielo azul. Al ascender, como que avasallamos á nuestros piés aquella naturaleza fecunda, y al recorrer los tendidos horizontes que nos cercan, vemos en las lomas distantes casas como rostros alegres que nos espían, apoyándose unos edificios como en los hombros de los otros, y es un tumulto de árboles, estatuas, flores, balcones, ventanas y azoteas que siempre nos sorprenden, y percibimos en las llanuras casas que como que van corriendo entre los árboles, ya aisladas, ya en grupos, á unirse al conjunto que primero deslumbró nuestros sentidos.
Ya hemos hablado de la importancia del carruaje en su más humilde acepcion. Digamos algo del carruaje aristocrático.
La calesa abierta, el landó, el troiquart, el faeton, son comunes y abundan; pero el vogue es lo característico.
El vogue es un quitrin de dos ruedas, ligero como pluma y más barato que un saludo; el vogue es como complemento del pollo que algo se respeta y del hombre de negocios. Es una adicion á la personalidad del yankee, que lo convierte en más movible y ligero. De ahí la predileccion extraordinaria.
Por otra parte, un vogue decente con su caballo bien guarnecido, podrá tener de costo doscientos ó doscientos cincuenta pesos, nuevo, y de segunda mano mucho ménos. El vogue tiene dos asientos, y como el propietario arrienda, el asiento sobrante es del amigo íntimo ó la querida.
Para el aislamiento con esta última es admirable, por la estrechez de la distancia, por la independencia que se disfruta y porque en las cuestiones de seguridad, un brazo amigo es siempre un delicioso respaldo.
Es de advertir que en casas de recreo y particulares, así como en fondas y restaurants, hay columnillas con sus argollas para asegurar los caballos, y escalones para que las señoras desciendan, sin distraer al encargado de las riendas.
Pero el vogue, en su acepcion más poética, es cuando funge como relicario, como nido, como la concha en que brillan dos deidades como dos perlas.
Sea vogue, ó sea calesa, la señorita es quien maneja las riendas casi siempre, con rara destreza, y parece que el frison galante se somete humilde á la mano encantadora que le guía.
Nada más bello que ver dos gentiles damas envueltas en sus capotas de pieles, con sus gorrillos, dejando flotar al viento las blancas gasas del tocado, festivas, alegres, atravesar hasta perderse en la playa, en la bruma del mar.
Allí, con temerario arrojo, azotan al corcel, compiten con otras amigas, entretanto que enfurecido el mar, se rompe en tumbos estrepitosos contra las ruedas del carruaje, pareciendo que éste levanta las olas en su vertiginosa carrera.
Nada más bello que el correr de los ginetes, entre cientos de veloces carruajes, como en vuelo fantástico, y verse esa hilera ó cordon de paseantes al través, de la bruma, tomando algo de aéreo, de sobrenatural, ese capricho en que el amor y el placer cierran con besos los ojos de la temeridad.
El gentío se agolpa, y carruajes y ginetes, ya aparecen en las alturas, ya se precipitan en los bajíos, ya tascando los frenos los caballos en competencia, los aurigas se persiguen en las alturas, compiten en las curvas, y buscando la arena endurecida por las aguas, hacen gala de despreciar el peligro,[130] como las deidades fabulosas que pasaban sobre las olas sin hundirse.
En las quiebras del Parque hay casas de recreo y restaurants en que está previsto el aislamiento, porque nada más típico en la naturaleza de un yankee que asumir su soberanía y emanciparse.... Ya me dirán los lectores que tengan pizca de vergüenza, si en esto tienen razon....
El término del Paseo del Parque es Cliff House, que con ayuda de Dios voy á describir.
Desde lo alto de una elevada montaña cuya base bañan las olas del mar, se ha precipitado una vereda tan pendiente, que parece, culebreando, que es el surco que abrió un rayo: despues de descender la vereda se pierde en una ciudadela natural, saliente sobre el mar, y se abren al abandonarla dos caminos: uno que sube en cómodo terraplen al Parque, que está á un costado de la montaña; el otro que, separando las peñas y apoyado en un borde salvaje, parece caer en el mar.
En la plataforma ó ciudadela saliente, está construido lo que se llama Cliff House.
Es un vasto edificio de fierro y madera apoyado en piés derechos que entran en las aguas.
El edificio, que es un cuadrilongo imperfecto, consta de tres secciones.
La primera es un amplísimo corredor techado, del ancho de diez varas, y su airoso balaustrado guarnecido con lujosa sillería, que da sobre las aguas del mar.
La seccion intermedia se compone de lujosísimos gabinetes privados, con sus persianas, en que se aislan parejas y familias.
La tercera seccion es el paradero de carruajes y caballos, en donde hay abundantes criados para recibir y despedir á los viajeros.
A los lados del edificio hay dos extensos salones. Uno con grandes espejos, pianos, candelabros, estatuas, sofaes y sillones, para tertulias, conciertos y bailes, y en el opuesto extremo, están la cantina que por sí constituye una negociacion cuantiosa, la opulentísima fonda y mesillas para refrescos y licores.
En este departamento existe un órgano valioso en veinte ó treinta mil pesos, movido por una cigüeña que comunica accion á un cilindro, y cuyo órgano hace los oficios y remeda los instrumentos de una orquesta completa.
Extraordinario es el gentío elegante y el movimiento que se nota en Cliff House; lo que tiene de más espléndido la moda, de más seductor la hermosura, de más lujoso los grandes trenes de la riqueza, todo se da cita para concurrir determinados dias á aquel sitio encantador.
Una de las particularidades que distinguen á Cliff House, es que al frente del tendido balcon, que ve al mar, se levanta entre el choque de las aguas un promontorio de rocas, nido, estancia y palacio de los leones marinos.
Estos animales monstruosos, con su piel lisa y reluciente como de tafilete pardo, sus cabezas como cabezas humanas, sin pelo, sus ojos redondos, y sus labios partidos, cayendo en arco á los lados de la enorme boca, se arrastran sobre las rocas, descienden y como que ladran, aullando de un modo espantoso. Esta es la diversion. La ciudad ha tomado bajo su proteccion á los monstruos, y ha dictado penas severas á los que los molesten ó persigan.
El edificio lo construyó en 1863 el capitan Foster.
El paisaje que se admira desde la balaustrada saliente de Cliff House, haria la reputacion del pintor ó del poeta que lograran trasladarlo al lienzo ó al papel. Por una parte la bahía con su animacion sorprendente; por el otro, el mar con su majestad augusta; al frente las islas, las alegres sementeras, los ganados y las montañas.
En los barandales que rodean el edificio, en los corredores, en los salones, sombrillas, gorros, paraguas, mujeres como arcángeles, caballeros y niños, dan al conjunto un aire de fiesta indescribible....
Yo todo lo queria ver, queria fijarme en todo y sacar las consecuencias más absurdas de mis primeras impresiones.
Mis amigos, que sabian que acumulaba datos y hacia apuntaciones, me procuraban medios para que hiciese á cada instante nuevos conocimientos.
—No deje vd. de apuntar en su cartera que en esta tierra se come sin cesar un instante, y que se podria navegar en la cerveza que se consume aquí diariamente.
—Hombre, ponga vd. que estas judías con su tez apiñonada, sus ojos negros, su nariz aguileña, fueron las que realmente crucificaron á Nuestro Señor, que los usureros de los judíos estaban demasiado ocupados en sus negocios, para andarse de Herodes á Pilatos.
—¿No ha visto vd. al médico espiritista? ¿ni al frenólogo? La charla de los franceses es una reputacion usurpada;[133] los verdaderos saltimbanquis y charlatanes, aquí los tiene vd.
—Hombre, dí que aquí todas las mujeres son divinas y amigables: las ves, y te ven más; sonríes, y ellas se desmorecen; les tiras un beso.... y mete la mano en el bolsillo, porque te enganchan á su brazo y te meten á tomar ostiones, que tú pagas por supuesto, y te despabilan los pesos con una habilidad extraordinaria.
—Ahora me perteneces, decia uno; vas á saber lo que son las Matinés.
—Yo estoy comprometido á que vaya, clamaba otro, á ver el barrio de California.
—¡Eh, Fidel! gritaba Carrascosa cuando me asomaba á la ventana. Hoy es la cita para ver el Depósito.
—Toma tu sombrero, replicó al fin Francisco, que esos señores esperan á la puerta para llevarnos á Woodward’s Garden, y con esta son tres veces que los dejamos plantados.
Me separé de los amigos colaboradores, y cátennos vdes. en marcha para el Célebre Jardin, ornamento de San Francisco.
Como ya tengo dicho, despues de las calles principales se halla uno entre iniciativas de calles figuradas con latas, en las que hay, sin embargo, régias mansiones, falta de banquetas, tablazon y escombros, y parques, y jardines encantadores, solares abandonados, con montones de arena, en que los muchachos juegan á la pelota, con sendos garrotes en vez de chacuales; y ladies preciosas con sus botes de hoja de lata, que fungen de cestos, y sus libros debajo del brazo, marchan solitarias á su negocio, ni más ni ménos que un corredor de número.
Ocupa el Gran Jardin que visitamos un terreno espacioso sembrado de árboles y de exquisitas flores, entre las que las enredaderas envuelven profusas los muros de los varios edificios que contiene el Jardin, de formas gótica, arabesca, china y judía.
Sobre cada pabellon, kiosko ó galería, flotan banderas, sobresaliendo y prodigándose la americana, con vanidosa ostentacion.
Frente á la entrada del edificio, nos llamó la atencion un arco dentado de figura extraña: me dijeron que era una quijada de ballena ó monstruo marino.... Yo abrí tantos ojos, y no dije oste ni moste.
Lo primero que recorrimos fué lo que llaman el Museo, formado de varios estantes incrustados en la pared y cubiertos de grandes cristales.
Las colecciones geológica y mineralógica son extensas y variadas, pero muy léjos de competir en riqueza con las de nuestro museo.
Las cristalizaciones y petrificaciones son muchas, colocadas con esmero; pero sin gusto, ni grande escrupulosidad científica, segun algunos observaron.
En una seccion de ese departamento existe una coleccion de minerales del Japon, formada por el japonés Jacques Kaderly, bastante conocido en el mundo científico.
Los gabinetes que forman el Museo que da al jardin, circuyen lo que se llama el pabellon y el restaurant.
El primero es un salon elíptico con su valla y sus gradas capaces de contener como mil personas. Allí se dan bailes públicos esplendidos; en el pavimento de madera, terso como el acero, patinan en invierno las hermosas, y cuando yo[135] lo visité habia en el centro una orquesta alemana, de gran reputacion y nombradía.
Contiguo al salon se ve el restaurant, con su armazon, su mostrador, sus mesillas, sus bebedores y sus periódicos, distinguiéndose entre espesas nubes de tabaco.
El departamento zoológico lo forma un inmenso patio, en que se ven por una parte jaulas para fieras y para aves; por otra, establos; por otra, largos corredores con jaulas, como celdillas con rejas, residencia de los monos, y en el centro un pozo en cuyo fondo se solazan los osos, teniendo la facultad de ascender á una plataforma bastante distante en el brocal del pozo, cuando se quieren dar en espectáculo.
La multitud recorre aquel lugar para conocer al tigre feroz, á la pantera inquieta y alevosa, al gato montés amenazador, al leopardo ágil y atrevido.
En el establo se examinan búfalos, camellos, bisontes, llamas, zebras, caballos de diferentes razas y algunos burros indiferentes á cuanto les rodea, como cualquier filósofo de primer órden.
El lugar más concurrido de la menajería es el de las jaulas de los monos, y confieso que yo disentí del general parecer.
Ese plagio carnavalesco de la figura humana; ese juego grotesco de la fisonomía del hombre; esa especie de demente ó de idiota que nos provoca con su semejanza y humilla nuestro orgullo con el miedo de la certeza de su paternidad; ese parecido á personas que tienen rango social y á las que tendemos la mano de amigo ó llamamos parientes, todo eso, lo confieso, me mortifica, me horripila, me hace estar inquieto y humillado frente á un mono.
Hay monos de todos tamaños, glotones, atrevidos, impúdicos, que nos interrogan con la mirada y quieren establecer inteligencia con la accion; los muchachos se perecen de gusto con estos borradores de hombrecillos; les pinchan, les tiran frutas, les azuzan y les irritan.
El pozo de los osos es sombrío, está coronado de gente. Los animales, cabizbajos y taciturnos como un juez íntegro, suben á la plataforma, hacen sus maromas y suelen presentar espectáculos poco adecuados para las señoras y para los niños.
—De todo esto ha visto vd. mucho en México, me decia un amigo: lo que puede que le ofrezca algun interes es el acuario; pase vd. por este costado.
Atravesamos el primer patio, en que nos detuvimos á ver un leon marino, con el que se entretenia la gente arrojándole sendos trozos de carne que devoraba, y nos detuvimos al frente de una cueva oscurísima.
La cueva parecia abierta en la roca viva: es bastante extensa, y á algunos pasos del cañon de la entrada, se abre una especie de salon circular de bastante amplitud.
En ese punto, habituados los ojos á la oscuridad, comienzan á percibir como lampos de luz en las paredes, hasta aparecer del todo iluminadas, y cercándonos por todas partes.
Entónces, recuperados de la sorpresa, á nuestros lados y sobre nuestra cabeza, como si estuviéramos sumergidos en el agua, vemos pasar pescados de todas formas y colores, con sus caras de sordo, sus hocicos aguzados ó redondos, conservando abiertos sus ojos saltones é inmóviles.
Van, vienen, ascienden, se precipitan, se agrupan, riñen y se separan.
El cangrejo despatarrado y torpe, la anguila escurridiza, el pez espada bélico, el tiburon con su aspecto de sargento serrano hecho general de brigada, y todo como se palpa a través de los cristales, y como que se abre para el hombre el misterio de los mares y completa su señorío del universo.... Esta iniciacion en la vida íntima de los peces me agradó infinito, y es uno de los espectáculos que más llamó mi atencion en San Francisco.
Divagaciones.—Visitas.—Convites.—Tipos originales.—Northons.—Casa ambulante.
SAN Francisco es una ciudad que tiene regularidad en sus calles, salvo una que otra diagonal no muy católica; un solo nombre guía al viajero de uno al otro extremo de la poblacion: el reparto de la numeracion en pares de un lado y nones del otro, no da lugar á dudas; además, de trecho en trecho, en los faroles se ven escritos los nombres de las calles; cocheros, vendedores y transeuntes, son comedidos al extremo, para señalar el sitio á donde el extranjero quiere dirigirse, y por último, los policías tienen deber estricto de conducir al viajero á su destino, siempre que se le requiera.
Los wagones que transitan por todas las calles, tienen los nombres á donde se dirigen; además, lo indican con sus pinturas,[140] y en las noches, el distinto color de los faroles, al hombre más torpe del mundo le dan rumbo y le advierten de cualquiera extravío.
¿Ya ven vdes. todo eso? ¿Ya se han fijado en que mucha gente habla español ó francés ó italiano, de modo que yo estaba en plena aptitud de comprenderlos? Pues bien; mi estancia en California fué un perderme incesante, una eterna desviacion de mi objeto, una tergiversacion como una enfermedad, porque no solo confundia las calles sino las casas, y no solo las casas sino las personas, dirigiéndome á unas por dirigirme á otras, con una diabólica perseverancia.
En cuanto á las calles, queria dirigirme al Sur, y de fé resultaba muy orondo en el Norte; queria remediar mi error, y resultaba atascado por unos médanos del Poniente.... iba al teatro, y héteme de manos á boca á la entrada del cementerio; tomaba entónces un wagon procurando elegir el que creia tener conocido: andaba, andaba, y cuando ménos lo esperaba, habian acabado las calles y me hallaba á una legua de distancia de mi objeto. Al fin, ébrio de ira contra mi propia barbarie, con el sombrero hundido hasta las orejas y cara de simple, sacaba una peseta del bolsillo y al primer muchacho vendedor de papeles que cruzaba le decia:—“Gaillard Hotel,” y me dejaba conducir por él como un ciego, hasta la puerta del hotel, donde producian la hilaridad de mis amigos, haciéndose proverbiales mis distracciones.
Respecto de las casas, como hay muchas de una uniformidad desesperante, como hechas con molde, las equivocaciones eran más patentes. Tomaba á cada paso una por otra, tocaba la campana, me entraba de rondon, me encontraba caras extrañas, bigotudos con apetencia de descrismarme,[141] señoras no vestidas para recibir visitas, que me ponian moro.
Y esa imperturbable corbata blanca, y ese eterno vestido negro, y ese desbarajustado sobretodo al brazo, me hacian tender la mano al más pintado y dejarlo estupefacto cuando le iba soltando un abrazo de esprimirlo.
Nada digo de los chinos: con esos se confunde todo el mundo; son como los pericos, fotografías los unos de los otros, se tiran ejemplares, se producen bajo el tema de vestidos de municion.
Con la mayor sangre fria del mundo, confiaba mi ropa, para que me la lavase, al primer chino que se me ocurria. El chino, en algunos dias, ni su luz. Entónces yo, frenético, salia á la puerta del hotel y arremetia con todos los hijos del celeste imperio, reclamándoles mi ropa.... unos ladraban explicaciones que jamás entendí; otros se enojaban; yo poseia la evidencia de que tenia entre mis manos al lavandero.... pues, señor, iba yo saliendo con un sacerdote ó con un médico.
Pero á esta enfermedad, porque no puedo darle otro nombre, que me acometió en California, daba realce y la convertia en única y en monumental, mi torpeza infinita para articular el delicioso idioma de Byron.
Habia aprendido unos cuantos nombres: tenia la necesidad de pedir agua, y decia yo, en inglés, sombrero: se reian á mis barbas, yo insistia; el yankee, muy pacífico, quitaba mi sombrero de la percha, y lo colocaba entre los platos; entónces mi furor no tenia límites, ni tenia límites la risa y el buen humor de los que me rodeaban; no habia en semejante extremidad, sino echar las cosas á la broma.
Mi carácter se sublevaba contra tanta contrariedad, y entónces se empeñaba en mí la lucha de dominar aquella situacion á fuerza de audacia; pero mi lengua se empeñaba en no ayudarme y las gentes en no entenderme, constituyendo yo solo un espectáculo grátis, una diversion ambulante.
En un dia en que me era preciso decir unas cuantas palabras á una persona que salia para México, me informé bien del nombre del muelle que yo creí saber, me lo escribieron en mi cartera y me pusieron en la calle por donde debia pasar el wagon para conducirme.
Pero es de saber que en California hay cientos de muelles y wagones por docenas, que parecen brotar de las piedras.
La hora de la salida de los vapores tiene una diabólica exactitud.
Tomé un wagon y me llevó derechito á la puerta de una iglesia en que habia millares de almas justas encomendándose á Dios. Hecho un demonio me aparté de aquel lugar; atravesaba un cupé, paré al auriga, le enseñé la cartera; el tiempo avanzaba, faltaba media hora para el plazo fatal; el coche corrió como seis cuadras, me paró en un muelle, habia gran movimiento, el cochero me pidió dos pesos y medio por haber andado diez minutos; resistí, porfié, clamé al cielo.... dí los veinte reales, me fuí al costado del buque.... ladies encantadoras, chicos riendo, canastos de almuerzo, música, aquello era un paseo en el mar.... Un chiquitin caravanista y risueño, francés por más señas, celebró mi llegada, aprestó su botella de coñac, que llevaba con un cordon atravesado á un costado,—-es vd. de los[143] nuestros ¡que viva!—me queria presentar á todo el mundo. Yo le hice presente mi afliccion, le mostré mi reloj; por fin, lo tomó á lo serio y me endilgó con uno de los coches de retorno: yo no sé lo que le dijo al conductor, en el desastrado inglés de su uso particular; yo habia tomado las señas del muelle; ví que el cochero me extraviaba entre el tumulto de la carga y descarga de los muchos muelles; iba volando, pero me extraviaba: tiré del cordon; ni por esas; toqué, pateé, saqué medio cuerpo, y nada; el tragin lo detuvo un instante: yo lo aproveché para saltar del coche y echar á correr: el cochero dejó el coche, y culebreando por entre los carros, corria tras de mí; forcejeo.... me toma del brazo, resisto: al fin, me arranco de sus garras. La hora iba á sonar.... Atravesaba un italiano vendedor de verdura en su carrillo, en la direccion del muelle.... faltaban tres minutos.... detuve el carro, hablé al vendedor para que me llevase corriendo en su vehículo. Ir botado entre nabos y lechugas, se me resistia, entre otras cosas, porque me habria empapado. Le pedí ir en el pescante; pero el pescante era una reata atravesada de uno al otro lado del carreton: allí me senté en peligro de muerte; el carro corria dando tumbos y al desbaratarse: yo me caia; me monté á caballo en el lazo.... el italiano azotaba el caballo con fuerza.... yo abracé al auriga con un entusiasmo desconocido para las Julietas y Romeos.... coles, nabos, rábanos y lechugas se estrellaban contra mí: así entramos triunfales al suspirado muelle: banqueros y gente de buen tono que presenciaron aquel arrebato, alzaron mi nombre al cielo; y aquella atrocidad ¡quién lo creyera! fué motivo de buenas y cordiales relaciones con gente de verdadera importancia.
El círculo de nuestras amistades se extendia, y se hizo general la opinion de finura y respetabilidad de los mexicanos, entre la gente de buena sociedad. Por supuesto independientemente de mí y de la aventura de las lechugas.
En las casas del Sr. D. Guillermo Andrade, mexicano; en la de las Sritas. Rotausis, encantadoras italianas; en los salones de las señoritas francesas y judías, habia animadas tertulias, en que se tocaba, se bailaba y se tenian los goces todos de reuniones de personas distinguidas.
La frecuencia del trato con extranjeros; la conviccion íntima y universal de que la amabilidad es la primera de las cualidades de todo hombre ó señora que están en sociedad; la vulgarizacion de la riqueza; la filosofía que engendra el espectáculo de fortunas que se improvisan y fortunas que desaparecen, comunican cierta bondad á las reuniones de que no tenemos idea.
Por otra parte, la abundancia increible de mujeres hermosas, llenas de gracias y dinero, la generalidad en el bien vestir, y más que nada, la conviccion íntima de que una mujer gana mucho y adquiere una posicion social casándose, hacen que no exista esa gente uraña y montaraz que vemos por otras partes; esta muchacha aferrada á su título de rica y encastillada en su tren y en sus talegos, no se conoce, mejor dicho, seria el borron y la sombra de una buena sociedad.
Entre esas casas en que tan especialmente fuimos favorecidos, se distinguió la de la Sra. Doña Concepcion Ramirez.
Es la Sra. Ramirez, de treinta años, morena, gentil y de una grandeza de alma y una inteligencia que como que iluminan[145] su fisonomía, como el sol cuando deja caer sus rayos sobre la nube que lo medio oculta en Occidente.
Habla el inglés con rara perfeccion, y lo que la hacia y la hace estimable á todos los mexicanos, es la exaltacion por México, que la vió nacer.
No hay mexicano desvalido que no tenga acogida en su casa; no hay enfermo infeliz que no la vea prodigándole consuelos á la cabecera de su cama; no conoce dolor del que no solicite el alivio; no ve lágrimas que no procure enjugar.
Para Conchita, la llegada de los mexicanos fué un acontecimiento y una ocupacion preferente; á todos les dispensó servicios, queria que todos disfrutásemos comodidades, que nuestras habitaciones fuesen las más sanas, nuestros sirvientes los mejores.
En su casa se nos dió la bienvenida con una tertulia espléndida.
El elegante salon en que recibe se iluminó á giorno, las jóvenes más lindas de California le daban vida, las flores más exquisitas la adornaban.
En el bassements ó piso subterráneo se sirvió el banquete.
Manjares que habrian honrado una mesa dispuesta por Brillat de Savary, vinos deliciosos, mujeres divinas, música, flores, luz: ni en la gloria.
Alternaban las marchas nacionales. La inglesa, casi religiosa; la Marsellesa, pasion y entusiasmo; la italiana, clamores y lágrimas; México, al fin, heroismo y gloria: las señoras se pusieron en pié, los caballeros tenian en alto sus brazos con sus cálices de Champaña. Conchita descubrió un objeto que estaba en el centro de la mesa, envuelto en[146] un espeso velo, en un momento dado y.... apareció como un sol la estatua de Juarez, con la bandera nacional en la mano.... México.... ¡hurra México! repetian alemanes, franceses, españoles, judías: era como el Tedeum triunfal cantado á nuestra patria por todos los acentos del mundo.
Cuando ménos lo esperábamos, Joaquin Alcalde, encaramado en una silla, formulaba en un bríndis los sentimientos de la patria que se estaban desbordando de todos los corazones.
Las lágrimas, las risas, el repicar de las copas, el frenesí, cubrieron las últimas palabras de Alcalde, que con la instrumentacion metálica de su voz y con su accion, tan elocuente como su palabra, supo ponerse á la altura de la situacion.
Despues de Alcalde, brindamos otros muchos, en todos los idiomas, y cada bríndis era como la refaccion riquísima del placer.
—Estos mexicanos son como algunos muchachos traviesos; en la casa ajena son deliciosos.
Yo me ponia como un pavo, como tia vieja que tiene sobrinas hermosas.
Quién me elogiaba la modestia y sabiduría de Iglesias; quién la apostura y modales aristocráticos de Lancaster; quién la caballerosidad de Gomez del Palacio; quién la viveza y las simpatías que sabe granjearse Alcalde; quiénes la elegancia y la urbanidad de Alatorre y de Ibarra, y todos, el comedimiento y el buen trato de todos los otros muchachos, que, la verdad de Dios, á mí mismo me cautivaban.
Conchita cooperó muy eficazmente á abrirnos las puertas de la más culta sociedad de California.
No hay ni para qué decir que yo tuve que cargar mi cruz.[147] Al dia siguiente de la fiesta, más de treinta albums estaban esperando sobre mi mesa las caricias de mi pluma.
Y ya que estamos en familia, como por vía de sobremesa y entre sorbo y sorbo de café, para no dormirnos, platiquemos algo de esta preciosa mitad del género humano, que á pesar de mis años, como dice la zarzuela de la Gallina Ciega, repertorio el más rico de mi erudicion, me hace tilin, tilin......
Advierto que son mis primeras impresiones, es decir, parciales, insustanciales, compuestas de las observaciones de amigos aguerridos en eso de dimes y diretes con las bellas.
—Hombre, ni te metas en esos apuntitos de pipiripau, me decia Carrascosa; si aquí, como en toda tierra en que se anda en dos piés, la mujer es el freno del gato; quítate de tapujos y de circunloquios; si son malditas, ó si no, pon:
Artículo primero: en esta tierra, mujeres y hombres, blancos y negros, muchachos y viejos, hacen cuanto se les antoja, es decir, hacen de sus cuerpos y de sus almas cera y pábilo, con tal que no estorben el paso á nadie.
Un sonorense sesudo que escuchaba atento, añadia:
—Eso que parece mentira, es la pura verdad.
—Para mí la dificultad consiste, replicaba un tocayo á quien mucho quiero, y que sin preciarse de ello, es muy entendido, en que cada grupo conserva su nacionalidad, sin dejar de participar de las que ya son manías de la tierra: va vd. al barrio francés, y está en Francia; toma su trompinell y canta su M. de Framboisy, toma tabaco el señor, y un jesuita mete la cola en la familia; pero la niña va á la matiné y deja el idioma de Racine por contestar á un my dear (mi querida), con toda su sal y pimienta.
Sazona sus macarrones la italiana y se enternece con los recuerdos de Garibaldi frente á su madona; pero como le ha escrito su swethear un precioso papelito, revuelve el diccionario inglés para endulzar la vida del nietecito de Washington.
Y la mexicana, dispone para la mesa mole poblano y chiles rellenos; pero encarga que no pique, porque su maestro de francés brama con los guisos aztecas, y bufa el yankee banquero, patron de su primo idolatrado.
—No te lo he dicho, exclamaba Carrascosa, déjate de apuntes.
—Hombre, si solo quiero hablar de la sociedad selecta.
—Maldito! aquí no hay selectos ni repulgos de monjas; aquí hay ricos y pobres.
—Pero la gente fina.
—¿Qué millonario no se vuelve fino en cuanto le pega la gana?
—Y los que han aprendido en Europa.... A esos les retienta el leage beer y el jamon á la hora ménos pensada.
¿Ya oyes todos esos sermones de la educacion de la mujer, y de la inocencia, y de la conservacion de la moralidad por la confusion de los sexos en las escuelas?.... pues, chico, todos esos son embustes; embustes del tamaño de una bala de á treinta y seis.
¿Ya las ves chiquitinas, con su gorrito como una hoja de col ó como una cazuela boca abajo en las cabezas?.... pues eso es cajeta; á los doce años tienen el novio en la escuela, y son capaces de llevarse un hombre en cada bolsillo del delantal, como si fueran dos perones.
Salen de vareta en cuanto Dios echa su luz; eso sí, como[149] unas vireinas de lindas y de guapas: la que no tiene por lo bajo tres vestidos para cambiar en el dia, es mujer al agua.
Si aprenden música, nada de escalas, ni de piropos, ni de ejercicios de paciencia; no, señor: la cancioncilla por aquí, la ária por allá, lo que tiene salida para los novios.
Al papá se le paran de gallo á la primera observacion....
—¿Y la mamá?
—Anda por su lado y se hombrea con la hija para vestir y acicalarse más que ella.... porque aun declarada vieja, procura sobrenadar, aunque sea como un zoquete de corcho, en las olas de la juventud.
—Eso de gobierno de casa, y de repaso de ropa y de cocina, eso para ella es casi lo estúpido.
—Entremos en cuentas, mis amigos, decia uno de los circunstantes, muy dado á los estudios sociales. Esta es una sociedad, en que no se puede presentar una fisonomía única, porque es sociedad de extranjeros, en que cada cual sigue sus costumbres como le acomoda, y no puede presentar un conjunto ó tipo regular, como la española á que estamos acostumbrados. Entre españoles, franceses é italianos se pudiera hallar la señorita á nuestra manera; entre las otras naciones, no.
Comience vd. porque el sentimiento de la emancipacion se respeta y su desarrollo es poderoso y rápido.
Desde muy temprano, el niño y la niña asumen la responsabilidad de sus acciones; se le suelta, es cierto que cae, pero es cierto que confía en sus fuerzas y las mide para no caer segunda vez. Esto produce extravíos, pero comunica virilidad, independencia y reflexion al niño desde sus primeros pasos.
El niño mexicano tiene ayo que cuida sus pasos; á poco andar se vuelve su cómplice. Se apega al árbol paterno y se nutre con los mimos de familia; pero ese sér menesteroso y raquítico, confiado en las ajenas fuerzas, amigo del ócio, será femenil en sus aspiraciones, corromperá la vida íntima, acabará por casarse para que le mantengan á su mujer.
Eso no concibe el americano; en sus juegos finge atravesar los mares y recorrer los desiertos, juega con costalitos de tierra en que descarga café, conduce fierro ó plantea un ferrocarril, y á los quince años, es carpintero, ó voluntario, ó quiere marchar á China, ó resulta perniquebrado, ensayando dar direccion á los globos; pero ese es un hombre y un hombre útil á la sociedad; miéntras el niño nuestro, es un muñeco que cuando más aspira á ser del Colegio Militar ó diputado, es cierto; á ser mantenido de la nacion, ya que no por sus padres.
La sociedad americana se cuida mucho de los delitos, es decir, de las acciones que perjudican á los demás; no se cuida de los pecados: á esto llamamos nosotros inmoralidad; lo otro constituye un gobierno de trabas y de chisme, que degrada y envilece á los pueblos.
En cuanto á la mujer, se siente desde que nace rodeada de respeto: una niña, una señorita, puede atravesar de aquí á Nueva-York, de dia ó de noche, sin que nadie la importune; va con la conciencia de ser protegida de cuantos la rodean.
La niña se educa, ilustra su razon, se desarrolla, y protegida por la universal consideracion, aspira á la libertad; para mí todo eso es excelente: la parte delicada de esta educacion es que, en mi juicio, no se le inculca bastante la idea de que se[151] tiene que educar para madre de familia, es decir, con aspiraciones adecuadas, con la subordinacion á una voluntad superior.
La educacion, á fuerza de extraviado engrandecimiento, pretende hacer de una mujer un hombre, y la educacion de la mujer debe ser el perfeccionamiento de la mujer. No puede ser perfeccionamiento el hermafrodismo intelectual.
La mujer, con ese falso principio desarrollado en sistema, busca los medios de vida propia é independiente, y como ni su organizacion, ni su naturaleza la sostienen en su tarea, termina por explotar sus gracias, y semejante mercancía atenta contra la familia y hace la desdicha de la misma mujer.
Es cierto que amparando esa independencia, se abren la oficina y el taller; pero la oficinista y la obrera son séres masculinos, sin sexo, y de esto siempre nacen aberraciones sociales.
—Alto, chico! clamó otro españolito, amigo de Carrascosa, todo eso bien pudiera ser: ¿quién quita de que estos salvajes blancos son tan pazguatos y tan friones, que ellas, pues, vd. me entiende, se dan sus mañas para no pasar la vida tan triste, y vienen con nosotros que somos más amorosillos?
—Sí, muy amorosillos, replicó con ironía mi tocayo; nos derretimos en una mesa ó en una tertulia, brota una flor de cada una de nuestras palabras; pero le faltamos al respeto al lucero del alba, no nos paramos en pintas para una seduccion, y mil veces se recuerdan con lágrimas nuestras dulzuras en las casas honradas....
—Eso es la fuerza de la sangre, dijo el españolito.
—No, amigo; es en el hombre el respeto al derecho[152] ajeno, y es en la mujer el sentimiento de su propia dignidad.
—Hombre, hombre, interrumpió otro concurrente, vdes. se están metiendo en honduras de esas de que se escriben cientos de libros, sin que se le encuentre punta á la hebra, y yo queria hablar de la lady, de esa que no tiene padre ni madre, que es linda como una estrella, que viste como una reina, toca, canta, sonríe, endulza la vida, y el dia ménos pensado toma un bebistrajo que la despacha al otro barrio, de guante de cabritilla y capota de riquísimas pieles.
—A propósito, dijo uno de los amigos, á uno de los compañeros de vd. acaba de pasar un lance que parece de novela....
—Que se oiga el cuento.
—¡¡¡Atención!!!
—Vd. tiene la palabra.
—Silencio....
—¿Vdes. conocen á P. Y. G.?
—Como á mis manos, repliqué yo, es nuestro íntimo.
El muchacho es gallardo, elegante y hombre de mundo, aunque muy reservado y duro de aspecto.
Convidóle el capitan á una cena, en Lit-House, de esas fincas entre árboles y flores que habrá vd. visto á la orilla del Parque.
Grandes salones con columnas, colgaduras y espejos, magnífico piano, candil soberbio, decoraban la estancia.
Departamentos como claustros y habitaciones propias para cambiar de direccion á cada instante, y un comedor con todos los adminículos que exige el buen tono cuando impera la gula.
Eran de la partida cosa de siete garzones como almendros, y otras tantas bellas, realizaciones del ideal de los bardos más enamorados.
Cantóse, tocóse, danzóse, y se deshojó la flor de la vida, dejándola caer en agua cristalina con esencia de rosa.
Aislábanse las parejas al pié de las estatuas, en sofaes magníficos.
Parece que veo á P. con sus ojos negros, su rizado cabello, su dentadura que al sonreir despide luz. Leila estaba á su lado, con su vestido de seda blanco, atravesado por unas lindísimas sartas de rosas.
¿Conocen vdes. á Leila?
Leila triunfa en su perfeccion de la Vénus de Médicis; entre una cabellera de espuma de oro, aparece su semblante como una glorificacion del ideal; en la atmósfera que la rodea se mece la voluptuosidad; sus movimientos acarician, sus ojos embriagan y atormentan. Su conjunto es como un canto, su andar es el himno. Si cerrados los ojos pasara á nuestro lado, sentiriamos como nadando en luz nuestra alma......
Esa mujer hablaba con P. Y. G., y su brazo de alabastro descansaba sobre su cabello de ébano, á los piés de una estatua de Apolo, como completando un grupo de Fidias.
P. la reprochaba su tristeza.
Ella le decia que cumplia con un compromiso estando allí; que tenia una amiga moribunda; que le parecia escucharla; que no tenia sosiego; y se abandonaba melancólica, escondiendo su labio de carmin en un cáliz de rosa blanco, que parecia rendirse y abrir sus pétalos con avidez, para recoger sus besos.
P. fijó atentamente los ojos en aquella mujer, erguió su cuerpo sobre el sofá, y con un aire de finura y atencion irresistibles, y con un ademan en que habia respeto, súplica y mandato, se quitó una de las riquísimas mancuernas del puño de la camisa, y le dijo:
—Hágame vd. favor de ofrecer á su amiga ese recuerdo; yo libraré á vd. de todo compromiso; vaya vd. á su lado: mi coche está listo.
Atravesaron el salon los jóvenes, no sin que los siguieran algunas maliciosas miradas.
Habló P. con el dueño de la casa, y condujo á la hermosa al carruaje.
—Está vd. á las órdenes de la señorita, dijo al cochero, y se retiró sin demostracion alguna, sin un movimiento que indicase interes.
—El nombre de vd., caballero? le dijo, con el pié en el estribo del coche, aquella divinidad.
-Soy un mexicano, respondió P.
El coche se perdió en las sombrías calzadas del Parque.
La preciosa Leila no habia mentido: fuése del convite á asistir á la amiga moribunda que estaba en la miseria.
—Esos demonios son así, exclamó el españolito, gastan cada dia los cientos de pesos en alhajas y aventuras, y van á un hospital.
Apénas alumbró el dia, fué Leila á realizar la mancuerna. Sin titubear, le ofrecieron quinientos pesos.
Sea por la riqueza de la dádiva, sea por la originalidad de la aventura, sea por el poco interes de la recompensa manifestado por P., lo cierto es que Leila se apasionó perdidamente: corria las calles preguntando por Mr. Pibl, y[155] nada de diversion ni de amoríos. El mundo elegante estaba asombrado con la conversion de Leila.
P., sea que realmente se propuso hacer una buena accion sin recompensa; sea que sus amigos le retrajeron de un empeño que pudiera haberle sido funesto; sea capricho, evitó las ocasiones de ver á Leila y se encerró en su reserva.
La linda mujer de que hablo era sin duda una de esas jóvenes de opulentas familias que caen en las redes de la disipacion y pierden para siempre nombre, padres y hogar.
Conocia su situacion, se sentia abyecta, despreciable; los puros sentimientos, sepultados en su vanidad y su locura, despertaban, alumbrándole el hondo abismo de su infelicidad; era una mártir de quien la presencia del resultado de sus extravíos, constituian su suplicio.
Una tarde recibió P. un billetito muy perfumado, en que Leila le invitaba á un té en la bahía, á bordo de un buque.
Decíale en qué punto deberia hallar un bote que lo condujera, y hacia alusion á la hermosísima vista de la bahía, á la luz de la luna, viéndose á distancia y fantástica, la ciudad con sus luces artificiales, reverberando, esparciéndose y agrupándose en todas direcciones.
P. se forjó una novela, y asistió á la cita: en el comedor del buque, á cierta hora, notó algun tragin y subió sobre cubierta, oyó los silbidos del vapor y vió movimiento como de marchar.
Preguntaba por señas qué era lo que sucedia: nadie le daba razon.
Con mil trabajos, y despues de mil gestiones, supo que en aquel momento partia para China la embarcacion.
La congoja de P. fué extrema; tratábase de un plagio:[156] habló, protestó, gritó, pidió socorro; y al fin, por milagro, se hizo entender; detuvo su curso el buque, y descendió.... dejando á la nueva Dido, que siguió su marcha, conducida por la desesperacion al celeste imperio.
—Saben vdes., dijo el españolito, que la broma estuvo pesada?
—Más pesada está la del paisano D., que queriendo hacer una de las nuestras con una chica, dió cartitas, hizo promesas, regaló anillos, como de juguete, y ahora, que quiera que no quiera, lo casan, y ni toda la corte del cielo le quita de encima el ¡¡oh José, divino esposo!!
—Oiga vd., me dijo mi tocayo, si en las hembras tiene vd. tipos tan originales, entre los machos puede vd. contar primores.
—Otra vez nos ocuparemos de las relaciones de los chicos de ambos sexos, con divorcio, matrimonio y todo su acompañamiento.
—Echa líneas, chico, me decia Carrascosa, echa líneas para ejercitar el pulso.... y solo cuando te encuentres muy diestro, emprende el retrato.
—Pues, por ahora, te obedezco, contesté: dejo en tal estado mis primeros perfiles.
Depósito de seguridad.—Telégrafo.—¡¡Fuego!!
EMPIEZA este capítulo con un prodigio: Northons, que es un loco frison como una casa, y una casa ambulante, se quedaron en el tintero.... y ni su luz.... si es gana, eso de los compromisos me asesina: ya hablaremos del loco y de la casa.... Hablemos ahora del Depósito de Seguridad.
¡Suntuoso edificio! clamé entusiasmado un dia en la esquina de Montgomery y California, al ver una fábrica que tiene en el primer piso arquería de cristales de seis varas, diáfanos hasta dudar los ojos de su existencia: cinco pisos, séries de arcos con molduras y columnas, y una caprichosa torre con su aguja, que parece penetrar en las nubes.
—Magnífico es realmente y corresponde á su objeto, me[158] dijo un amigo que me acompañaba: este es el Depósito de Seguridad, de que acaso habrá vd. oido hablar.
—Sí, señor, contesté, me han hecho grandes elogios de él: dicen que este es el relicario que guarda el corazon de California.
—Ese es un chiste, replicó mi amigo; pero sí es cierto que este depósito encierra grandes riquezas.
—¿A qué se reduce el depósito? pregunté yo.
—Se reduce, dijo mi amigo, á que una riquísima Compañía ofrece toda especie de garantías para la seguridad de las escrituras, papeles, secretos, alhajas, dinero y valores de cierta clase, y que esta es una institucion de alta importancia en pueblos en que los incendios son frecuentes y desastrosos; en que los extranjeros son muchos y pueden hallar al momento de su arribo, seguridad para sus intereses, y en que los ladrones están á la altura del progreso y de la audacia de estas gentes. Ya habrá vd. sabido de una Compañía de ladrones ingleses, de los que solo las herramientas valian más de cincuenta mil pesos.
—Y esas cajas de fierro que se pintan como una maravilla de seguridad y que lo son en efecto......
—Lo serán tal vez en México.
—Y cómo que si lo son: antiguamente las barras de plata que se enviaban del Mineral de Catorce para San Luis Potosí, iban en carros custodiados por numerosa escolta, y á cada momento habia asaltos y encuentros sangrientos.
Se supo un dia que la conducta de Catorce caminaba sin escolta alguna; cantaron aleluya los ladrones, y fueron á cortar el paso al carro que llevaba la plata. Llegan, le rodean, y la Sra. Plata venia muy oronda en su caja de fierro.
Los ladrones, volvieron y revolvieron la caja, como un dado, le dieron golpes y martillazos, y la burla fué completa: prendieron fuego para derretirla, pero todo fué en vano: hasta con los dientes querian forzar la caja: en estas y las otras, llegó la policía y los halló como á canes que hubieran querido hacer banquete de bolas de billar. Hizo la policía gran cosecha.
—Pues si hubiera vd. dejado la caja cerrada cerca de New-York, no tarda vd. cinco minutos sin verla de par en par: así es que este depósito disfruta, con sobrada justicia, del favor público. Venga vd. conmigo, porque es digno de que lo examine vd. con detenimiento.
El frente del edificio ocupa 1,372 piés de la calle de Montgomery, y 68 de la de California. Lo ideó J. C. Duman y fué el arquitecto William Potton, de merecida nombradía.
El cimiento del edificio está abierto con grandes obras que penetran en las aguas del mar que llegan allí, y ligado al techo por medio de fuertísimas barras de hierro.
Estábamos mi amigo y yo en la calle de Montgomery; me dejó un momento para solicitar el correspondiente permiso, lo cual es obvio en toda clase de establecimientos cuando se trata de extranjeros, y volvió diciéndome que pasase.
Descendimos tres ó cuatro escalones, en que forma al edificio gruesa muralla la misma calle, y nos hallamos en un amplio corredor, frente á una extensa puerta formada de varas de hierro.
A los lados del corredor habia dos empleados en sus escritorios.
Abriónos la puerta un caballero, así deben llamarse á los dependientes custodios, por la escrupulosidad de su eleccion[160] y sus elevados honorarios, y nos puso al frente de un edificio, encerrado en el edificio en que estábamos, que todo me pareció de acero y bronce, y es, en efecto, de un metal á prueba de fuego, que tiene esa apariencia.
El edificio interior figura por todas partes grandes puertas; entre columnas, y de trecho en trecho, estatuas colosales de bronce y acero, figurando guerreros con sus corazas, lanzas y atavíos de la edad média, sobre sus pedestales de mármol.
El interior de ese edificio, incluso en el edificio exterior, se comparte en calles angostas, pero regulares, formadas de paredes compuestas de 4,600 huaricos ó cajones grandes y pequeños.
El techo, ó mejor dicho, la bóveda, es hecha de fajas fuertísimas de acero, superpuestas y cerradas por planchas del mismo metal; el piso es de bronce y acero.
El costo de esa parte del edificio fué de 207,000 pesos, y el valor total del establecimiento es de dos millones de pesos.
Cada individuo de los abonados tiene á su disposicion una caja en que guarda papeles, alhajas y dinero.
Posee una llave el inquilino, hecha por herrero especial, con tan ingeniosas combinaciones, que no hay dos ni semejantes, dando el artesano seguridades de todo género y completándose las guardas de la chapa tan sagazmente, que no se ha dado caso de falsificacion.
Todo el edificio está á prueba de fuego, y lo que es más, á prueba de burglar proof (ladrones nocturnos), en donde están agotadas realmente las previsiones de la malicia humana: hay en el interior de la chapa, segun dicen, vidrios[161] gruesísimos, que cuando se forza, se rompen en astillas que frustran toda combinacion de violencia.
La bóveda se compone de treinta arcos de acero superpuestos, enlazados y sostenidos por pilares, que solo ellos constituyen un admirable monumento.
Los nichos ó huaricos son de distintas capacidades y se dividen en clases de primera á cuarta clase, pagándose desde dos hasta veinte pesos mensuales.
Ningun arrendatario puede penetrar solo á registrar su nicho; le acompaña constantemente un empleado que para nada ve ni escudriña lo que hace en la localidad que le pertenece.
Dia y noche arden lámparas en la pequeña ciudad de acero y bronce, y rondan incesantemente de esos policías de fianzas y recomendaciones, que son distinguidos caballeros.
Por último, hay un departamento para señoritas fuera del gabinete, llamado Bóveda de plata, por ser de ese metal, que es una joya de riqueza y esplendor.
Actas de nacimiento, contratos matrimoniales, disposiciones testamentarias, escrituras, secretos los más íntimos de la vida del hombre y la mujer, joyas de todo género, cuanto hay de más importante para una sociedad en sus más recónditos misterios, todo lo contiene el Safe Depot, que se calcula en muchos millones; y su presidente, M. Eugene Casserly, lo mismo que el vice y secretario, M. M. Raymond y Le Warne, han sabido dar cierta grandeza y seguridad á sus actos, que inspiran la más completa confianza.
El transeunte; la obrera económica; el opulento banquero; el anciano infeliz; el representante del que llega á la vida, y el que se dispone para el viaje á la muerte, todos[162] emprenden sus relaciones con el Safe Depot, como si fuera confidente de todos los dolores, de todas las esperanzas y consuelos.
Se dice que se ha apurado tanto el ingenio en materias de seguridad, que la maquinaria del reloj colocado en la puerta, no permite que se abra ésta sino á cierta hora de la mañana, y que en el lugar en que está depositado el tesoro, se le forzara la doble puerta; por un mecanismo, que se guarda con sigilo sagrado, se volverian á cerrar las dos puertas, se verificaria un efecto neumático, y los ladrones quedarian allí hechos momias para escarmiento de malvados.
La Compañía comenzó á funcionar en 1875, y cada dia disfruta mayor crédito.
Otro de los establecimientos que me parecieron de utilidad suma para el público y de excelente organizacion, es el Telégrafo Americano, del distrito de San Francisco.
El objeto de la Compañía que se encuentra al frente de este negocio, es comunicar, por medio de un aparato telegráfico sencillísimo, á toda clase de personas con los puntos en que pueden encontrar satisfaccion las necesidades que los aquejen.
En la oficina central, dispuesta por Mr. Jas. Gamble, existen tantos nichos pequeños cuantos abonados tiene el telégrafo, con sus nombres y sus registros correspondientes á los llamamientos convencionales de la persona que se sirve de la Compañía.
Cada habitacion ó residencia de los abonados se relaciona[163] con el sistema nervioso, digámoslo así, de la accion central.
En las paredes de la casa, junto al mostrador del bar-room, á la cabecera de la mujer enferma, se ve pendiente de un clavo una especie de carátula de reloj, que tiene escrito en su círculo, bien marcado y dividido:
y los números 1, 2 y 3 para advertir que es primera, segunda, ó tercera llamada.
En el centro de la carátula descrita, se ve una manecilla que se hace girar sobre el letrero que corresponde al deseo que se quiere manifestar: ésta oprime uno de los alambres que están en la cajita que contiene la carátula, y la oficina central recibe el aviso y corresponde al llamado.
La renta de la caja avisadora es de veinte reales al mes: al mensajero se pagan quince centavos por el primer llamado, y precio convencional por la comision que se le encarga ó el mandado que se quiere que haga.
A la policía nada se le paga porque acuda, lo mismo que á los encargados de apagar incendios.
De esta suerte, los más infelices, en el último barrio de la ciudad, están acompañados, asistidos por ese establecimiento poderoso, y parece cosa de mágia ver aparecer en medio de una riña en una casa particular, á la policía, ó acudir al médico, ó llegar un caballo listo para que nos sirva cuando se acaba de hacer el llamamiento convencional, con solo mover la manecilla mágica.
El telégrafo del distrito se estableció en 1875, y puede asegurarse que no hay un diez por ciento de edificios que no hayan acudido á sus beneficios, dispensándole toda clase de personas universal proteccion.
Despues de Mr. Gamblé, M. Greenwood, superintendente del telégrafo de alarmas, es tambien superintendente de este telégrafo, con universal aceptacion.
Hay otro servicio telegráfico, cuyas señales se ven en las montañas y en las lomas, y sirve para dar aviso de los arribos de buques, que es tambien de suma utilidad y disfruta del favor del público.
La generalidad de las construcciones de madera, su altura, su aglomeracion y el número de personas y de intereses que encierran, dan á los incendios importancia espantosa y colocan á los que los combaten, en primera línea entre los bienhechores de aquella sociedad, captándoles, con justicia, la estimacion universal.
La aureola espléndida que circundaba en otras edades al trovador y al paladin; las seducciones que embellecian al caballero[165] temerario en las lides y diestro en los torneos, son nada comparados con el prestigio del Bombero: cultiva el lirismo de la accion, vulgariza el heroismo, prodiga su existencia en el torbellino de fuego y horror que le circundan, y arranca á las llamas al anciano moribundo, á la jóven desfallecida y al niño inocente, delicia de los autores de sus dias.
El amor, hasta el olvido de su propio sér; la audacia, hasta confundirse con el delirio; la bondad, hasta no poderse distinguir de la pasion; el sublime, hasta irradiar en los más leves accidentes de un drama terrible.
Parece que aquellas naturalezas frias de aquellos adoradores del oro, se conmueven y despiertan al sentimiento, en un instante dado; que se funde la costra de hielo sobre los corazones y las fisonomías, y aspiran con la llama, la plenitud de la vida, aquellos romancescos hijos del peligro.
Las oficinas ó establecimientos para extinguir el fuego, en todos los puntos de los Estados-Unidos, están montados con verdadera riqueza; pero como el primero que yo veia era en San Francisco, atrajo mi profunda admiracion.
La Brigada de Bomberos consta de 250 hombres, al mando de M. Rossell White, de Boston.
Tiene á su servicio cincuenta caballos y las máquinas y útiles correspondientes, que son una riqueza.
Devenga la Brigada anualmente cerca de trescientos mil pesos.
Los departamentos de Bomberos, en general, constan de tres secciones principales.
En alto las habitaciones de los oficiales y dormitorio de los soldados de guardia. En la parte baja, en contacto con la calle, las bombas, escaleras y demás útiles para apagar[166] el fuego, é inmediatamente atrás, el establo y sus dependencias.
El dormitorio tiene sus camas correspondientes y su despertador estrepitoso.
El vestido, el modo de ajustarlo con pequeños ganchos, se prestan tanto á la celeridad, que el bombero está listo en ménos de dos segundos.
En el departamento en que se hallan las bombas, se ve el telégrafo y el timbre de la alarma.
La bomba tiene ganchos, guarniciones, todo lo necesario á punto de servir.
En el establo se encuentran constantemente enguarnecidos los caballos, que son siempre escogidos y notables por su hermosura, su brío, y sobre todo, por estar perfectamente enseñados y ser de rara inteligencia.
Al toque de alarma ó vibraciones rapidísimas del timbre á la vez, y con una celeridad que permitiria ver todo lo que pasa con la luz de un solo relámpago, los caballos cabecean y se desprenden por sí mismos del pesebre, corren furiosos y se acomodan á la bomba, donde uno ó dos movimientos los enganchan, miéntras se han vestido los bomberos y están en sus puestos; una trampa del techo se abre, y por unos cables descienden soldados y conductores, y parte la máquina al sonar el mandato dictado con el timbre.
Los rapidísimos instantes en que esta revolucion se efectúa, están los caballos con las orejas inquietas, los ojos despidiendo llamas, inteligentes, indagadores, poseidos de su mision, parecen prevenirlo todo y adelantarse á los deseos de los jefes y de los compañeros de peligros.
Dáse la señal: desbocados materialmente los caballos,[167] arrastran como un torbellino las bombas, que corren, al clamoreo de sus campanas y entre el tumulto, al lugar del peligro.
El edificio que se trata de salvar está envuelto en las llamas.... Unos bomberos en escaleras altísimas, que recargan á las paredes, penetran al lugar de la catástrofe; otros ajustan mangas á las ventanas para salvar enfermos, niños y muebles; algunos, escalando por un cable ó una asta, derriban techos y se hunden con ellos para incomunicar el fuego, y entre los alaridos, las escenas de horror y las corrientes caidas y crujidos de la llama, pasea el bombero su heroismo, y es como el génio del bien y de la salvacion.
A veces el incendio cede á los esfuerzos de estos generosos custodios de la ciudad, y entónces, con las ropas desgarradas y rastros del incendio, polvosos, escurriendo agua, se organizan, se forman, y vuelven cantando con entusiasmo su marcha favorita, que es como el himno del bien y de la fraternidad triunfante.
Los niños siguen á los bomberos, las jóvenes aplauden y los saludan, agitando sus pañuelos, y los hombres se descubren conmovidos y orgullosos en presencia de aquel espectáculo lleno de grandeza.
Vida externa.—Pick-nic.—Un paseo á la orilla del mar.—La mision de Dolores.—Fort-Point.—El Alcatraz.—La bahía.—El peñon.
LA CONSTRUCCION de las casas sin patio ni balcon, dan idea, á primera vista, de la poquísima importancia que tiene la vida íntima, la residencia ociosa, en una ciudad americana.
El patio, recuerdo del serrallo, se engalana con flores primorosas y con pájaros cautivos, juegan los niños en sus corredores y recibe el anciano las caricias del sol.
El balcon es como el aparador en que las bellas se dan en espectáculo: anima el muro, sirve de atalaya á la vieja curiosa y á la criada diligente; en los países calientes es el punto de reunion en que se anima la tertulia y se reciben los halagos de la brisa.
En la casa americana, se come, se duerme, se baila, se cura, se muere; pero no se puede decir que se vive.
Tal vez depende la circunstancia en que me he fijado, de que la primera necesidad de estos pueblos es el movimiento.
Fomenta la benéfica tendencia á la accion constante, la afluencia de extranjeros, que es á la vez renovacion y purificacion de la sociedad; esa oferta de trabajo más barato y más inteligente; esa emulacion, no se traduce en odios y repulsiones, sino en competencia de mejora, y esto es fundamental, en mi juicio, para aquellos pueblos.
Las naciones débiles, como los animales débiles, son celosas; en ciertos países se expía toda superioridad como si fuera crímen: cuando un hombre descuella, cuenta con la insurreccion de las medianías. En estos pueblos no: cuando álguien sobresale, se procura superarle, se ponen los medios para avanzar más; pero sin deprimir al adversario: entónces viene la competencia que perfecciona, el invento que eleva la industria, la supremacía legítima del mérito. La intriga y las envidias, se estrellan en el buen sentido universal.
El espíritu de emancipacion es otro motivo de la virilidad de ese pueblo. El niño aspira á hombre, ama la vida propia, le humilla la dádiva, y en la espectativa de la independencia, el trabajo se le presenta con las manos llenas de preciosos dones, y el peligro mismo le sonríe.
Es raro encontrar un americano de quince años al cuidado de un criado, pidiéndole á papá, no solo para sus necesidades sino para sus vicios: es raro ver que pase del presupuesto doméstico al presupuesto del gobierno, aunque sea como escribiente; y mucho más raro que forme una familia[171] parásita al lado de sus padres ó de sus suegros, teniendo en nada la dignidad y la vergüenza.
No seguiré, por amor á mis lectores, este fecundo tema; básteme decir, que uno de los rasgos más salientes de la existencia americana, es la propension á la vida externa.
Al niño, al mes de nacido le pasean en su carrito por calles y plazas: el niño y las niñas se dirigen solos á sus escuelas, sin escoltas, cómplices ni cuidadores; los hombres corren á sus negocios y toman su lunche al paso, en el restaurant ó la cantina, sin perder su tiempo; la obrera abandona su domicilio y lo cambia por la vida del taller.
La lady finge negocio para estar en la calle perpétuamente, y la vieja, temblando por quedar confinada al secuestro y al rezago, se acicala, se adereza, acude á su corsé como á un salvavidas, empuña su sombrilla y flota en las aguas de la animacion general.
A todas estas causas reunidas se debe que negocios que no se pueden ajustar en la lonja, se emplacen para el bar-room y para el restaurant, y que las plazas, los parques y los teatros, sean lugares de citas y contento.
La construccion de las casas y su falta de patio quitan el alimento á la crónica escandalosa y al chisme.
En el patio de la casa de vecindad se ponen muy de manifiesto, las libertades del muchacho ordinario, las reyertas del matrimonio mal avenido, las comidas del artesano sin trabajo, las visitas misteriosas de la viuda recatada, pero fresca y graciosa. En esta especie de colmenas, cada persona tiene su celda, sin cuidarse de los que viven juntos, á veces por años enteros, desconocidos.
Como es de suponerse, el ideal para personas que así se han educado y así gozan, es el Hotel.
El provee de servidumbre al alojado; en su seno hay derecho de reprochar por igual el mal servicio y hacerlo mejor; nadie nos acaricia ni nos consuela, pero nadie nos pone mal modo ni nos molesta; no se hace agradable nuestra comida con los halagos y las atenciones delicadas de la mujer, pero no se amarga con el celo y con las impertinencias domésticas.
Esta y otras costumbres nos parecen intolerables, y lo son en efecto; pero es necesario tener en cuenta que nosotros lo juzgamos todo desde el punto de vista de nuestros hábitos y de nuestra educacion, que son para nosotros una segunda naturaleza. ¿Cómo juzgaria un pato, me pregunto yo, de las constumbres de un asno? ¿qué papel haria un cerdo á los ojos de un pájaro, columpiándose y dando chillidos en una rama?
Muchas de las singularidades de los yankees, dependen de que los juzguemos en nuestra calidad de patos ó de cerdos, y este es un principio realmente ilógico y falible.
Entre las constumbres de esta vida externa, el Pick-nic es de las que me simpatizan, con perdon de vdes.
El Pick-nic es un paseo en comun, y se divide en dos clases: ó es por empresa, ó es por asociacion.
Si por empresa, los empresarios, que suelen ser dependientes de algun establecimiento de beneficencia ó caridad, toman á su cargo un buque, lo engalanan, le dan el atractivo de una orquesta y anuncian excursiones á cualquiera lugar favorito de damas y caballeros, donde se baila, se come y se solaza el prójimo.
A veces el Pick-nic se cita para un jardin en que se dispone algo como nuestras jamaicas, y es de excelente efecto.
El Pick-nic por asociacion tiene un carácter íntimo y suele dar lugar á expansiones deliciosas.
Se reunen siete ú ocho amigos: cada uno se cotiza con un plato para el banquete campestre; otro da el pan, otro los licores, el otro la música, el de más allá los vehículos de conduccion.
Como se deja entender, el amor anda con tanto ojo en todos estos aprestos, y desde la deliberacion sobre el punto de reunion y sobre las comidas, es deliciosa.
—Iremos al mar, decian las muchachas, hablando del Pick-nic á que voy á referirme, y ojalá nos toque un nortecito, verán qué bien arriamos velas y manejamos el timon.
—No, por María Santísima, clamaba yo; yo no soy animal acuático; vdes. quieren tener la satisfaccion de vernos ahogados.
—No, á la montaña! á la montaña!....
—Nos va á dar una fiebre.
—El lugar está elegido: vamos á Fort Point, dijo un doctor, que sabe unir á una profunda sabiduría, una amabilidad perfecta.
En efecto, fuimos invitados y tuvimos nuestro Pick-nic, en Fort Point.
La estimable familia que nos invitó al Pick-nic, es mexicana de orígen; pero la señorita de la casa nació en San Francisco, de madre mexicana, y se educó en Alemania; el doctor, que ya ha tomado la palabra, nació americano; pero ha vivido constantemente en México y es un generoso ranchero del Bajío; habia dos mexicanos, uno de ellos de[174] educacion inglesa pur sang; otras señoritas de California, es decir, de todo el mundo, y coronaba la reunion un polaco, que así pespunteaba un fandango andaluz, como se extasiaba recitando el célebre monólogo del Manfredo, de Byron.
Eramos representantes netos del mole poblano y el pulque de piña, una señora esposa de un amigo mio, apreciabilísima, y yo, que me he exhibido bastante para tener necesidad de presentar aquí mi fotografía.
Llegaron los carruajes, coronaron el ómnibus los canastos y cajones con los pertrechos de boca, y se acomodaron nuestras compañeras con sus sombreritos de campo, sus flores, sus sombrillas y sus vestidos de lienzo leve, pero elegantísimos.
El jóven polaco, sentado en un albardon como una uña, cabalgaba al lado del coche, diciendo chistes y amenizando la concurrencia.
Recorriamos médanos y colinas áridas, interrumpidas por deliciosos jardines, régias estancias y chozas entre árboles, rodeadas de ganados.
Veiamos, como esqueletos de pié, armazones de casas, con trazos hechos con latas, de departamentos que deberian alojar á la comodidad y al lujo, y se recreaba nuestra vista en paisajes cuyo último término lo forman las sierras, si no tan levantadas y romancescas como las nuestras, sí de grande belleza y majestad.
El doctor, á la vista del edificio de adobe del antiguo presidio, aprovechado ahora para una pequeña guarnicion, conservando su tipo español, me decia:
—Ya vd. ve lo que es el mundo: la gloria de la conquista de estos lugares se atribuye generalmente á Cabrillo, sin recordar[175] al asesino Jimenez, que de resultas de la muerte que dió á Diego Becerra, tocó en la Paz en 1533; ni á la famosa expedicion de Cortés; ni á las tropas que mandó en 1564 D. Luis Velasco, miéntras otras tomaban posesion definitiva en las islas Filipinas; ni siquiera á las correrías del pirata Francisco Drake, que aunque vino á California, 37 años despues que Cabrillo, quiso poner á California la Nueva Albion y arrogarse la gloria del descubrimiento.
Al ver esa humilde iglesia, aunque de construccion muy moderna (1822), continuó señalando la mision de Dolores, no puede dejarse de recordar el zelo apostólico de los padres franciscanos primero, y de los jesuitas despues.
—Pues en México, dijo uno de mis compañeros, mexicano, acaso porque lo más precioso de nuestra historia se encuentra en las crónicas de misiones y conventos, las personas estudiosas conocen las relaciones de Clavijero, Gomara, el capitan Sebastian Vizcayno, el derrotero del P. Escobar, el del almirante Anson y los minuciosos detalles del P. Torquemada.
¡Qué divino P. Salvatierra! qué P. Piccolo tan lleno de espíritu de caridad! qué ingenioso P. Ugarte! qué ardiente fervor del P. Luyando! cuánta sabiduría muestra el P. Sedelmayer en su reconocimiento del rio Gila!
Muy satisfecho se mostraba el doctor de los conocimientos de mis amigos, y se hubiera convertido en Liceo el ómnibus, si las muchachas no apagaran con sus cantos las voces de los sabios, con aplauso general.
A poco de que esta interrupcion acontecia, y despues de pasar al frente de los corredores de lo que fué presidio, y de la iglesia con su fachada que termina en triángulo, sostenido[176] por gruesas columnas, pararon los carruajes, descendimos todos, tomaron los criados el rumbo de la playa inmediata, y nos detuvimos frente á la entrada de la inmensa fortaleza que no ofrece accidente alguno, sino muros lisos, formidables, con sus ventanas y troneras.
En la fortaleza no habia nadie absolutamente: uno de nuestros amigos se dirigió al Presidio, hoy residencia de la guarnicion, y solicitó permiso para que unos extranjeros viesen Fort Point: al momento se obtuvo la licencia, presentándosenos para darnos entrada é instrucciones, un jóven sargento, con sus llaves en la mano.
Abrió el sargento una puertecilla ancha y del alto de dos varas á lo más, y penetramos en la fortaleza.
Desde la entrada de la bahía se percibe la fortaleza que vamos á describir, como un punto saliente en una línea de obras estupendas que van siguiendo las sinuosidades del terreno: cerca de una milla tendrá ese conjunto de obras, y en ella existen veinticinco baterías. Despues hay troneras á corta distancia en que se ven de dos en dos cañones de grueso calibre, teniendo á la retaguardia un bien provisto almacen cada batería, incrustado en el muro fortísimo, de más de tres varas de espesor.
El cañon del punto más saliente es una exageracion, una paradoja de bronce.
El tránsito á cada batería está dispuesto sobre el glácis del parapeto, formando unas garitas que sirven de refugio á los defensores.
Los parapetos tienen treinta y siete piés de ancho y algunos de ellos más: las bóvedas de las travesías miden cinco piés de espesor.
Todo el edificio de piedra está construido á prueba de bomba y de fuego, y presenta la solidez del granito.
El centro de la línea que parte de la batería está provisto de doce colosales morteros.
El fuerte descansa en un gran cimiento ó peana, que combinada con la configuracion del mar, es capaz de resistir á la artillería de mayor calibre.
La inmediacion del fuerte al mar es tal, que se rompen las olas constantemente en el muro exterior, y los arrecifes son en aquel lugar tantos y tan erizados, que no digo un esquife ó un bote, pero ni un hombre los podria atravesar fácilmente.
Desde la altura de la batería se domina la bahía, y los paisajes que se descubren tienen inmensa grandiosidad.
En la bóveda del fuerte, con el mar al frente, con el movimiento inexplicable de las embarcaciones, con los campos cercanos cargados de mieses, con las fantásticas serranías que limitan y embellecen el tendido horizonte, Fort Point es un punto encantador.
—Siga vd., me decia el doctor, la línea toda de las obras de fortificacion; fíjese vd. en aquella otra fortaleza no ménos formidable que ésta: es Old Fort.
La puerta principal, que es de fierro, está flanqueada por dos gruesos cañones que tienen esculpidas las armas españolas, el nombre de Cárlos III y la fecha de 1760: esos cañones, continuó nuestro amigo, formaron indudablemente parte del armamento de la fragata concedida á los jesuitas. El fuerte es de ladrillo y tiene una triple hilera de cañones. La Puerta de Oro (Goldem Gate), que ve vd. al frente, y Punta Caballo que se distingue á un lado, cierran la cadena[178] de fortificaciones, que hacen la bahía realmente inexpugnable.
Pero en medio de aquellos gigantes edificios que parecen encerrar en palacios de granito las formidables divinidades del mar; entre aquellos monstruos de piedra que aparecen coronados de bronces estupendos, que encierran la tempestad y están prestos á lanzar el rayo; entre aquellos prodigios de solidez, que como que compiten y desafian el empuje de las olas, la amenaza tremenda del arrecife y las iras del mar, en que se pierde como átomo la pretensiosa representacion del hombre, nada más grande que la fortaleza del Alcatraz, imperando como sobre un trono de escarpadas rocas en aquella magnífica bahía.
Circunda á la fortaleza el mar. Está asentada sobre una isla que por sí sola forma muralla caprichosa y ciudadela. El fuerte que corona la isla se tiende arrogante y como que se empina para dominar el mar, alcanzando ciento diez y nueve piés sobre su nivel. Yo no he visto ostentacion más grande de poder. La bandera que saluda á los pabellones de todos los pueblos del mundo, que están á sus piés, es como una promesa de bienaventuranza y de luz, en un mundo que está despertando á una nueva creacion.
El Alcatraz es una prision militar, que tiene una organizacion perfecta, y en la que están establecidos talleres que producen gruesas sumas al establecimiento y á los presos.
Mucho hubiéramos querido aprender con el doctor sobre la fortaleza del Presidio Yerbabuena y otras; pero nuestras compañeras no fueron del propio parecer, y subiendo y bajando por toda la fortaleza, con celeridad increible, nos invitaban para el almuerzo, entre la bulla, el tragin de las señoras y la algazara de los chicos.
Se habia hecho lumbre á la orilla del mar y á la sombra de empinadísimas rocas. Circuian la lumbrada los sirvientes y las mismas damas, expeditas y alegres, despojadas de sus sombrerillos y sus guantes.
Sobre la arena, y siempre al abrigo de las rocas, se tendieron los manteles, blancos como la nieve, dando lucimiento á hileras de botellas, con sus corazas de plata y oro, á cristalería riquísima y á porcelana reluciente.
Rodando piedras, se suplió la sillería, y fueron llegando, humeantes, en alto y en procesion, los manjares, preguntando por nuestro apetito que esperaba con tanta boca abierta.
Se sentia el halago, la confianza estaba como derramada en la atmósfera, el contento buscaba pretextos para estallar en centellas mil, que llevaban por doquier el regocijo. Competian las damas en amabilidad, los jóvenes en galantería y finura.
De la manera más espontánea daban á luz sus gracias los que las poseian, y los que no, de su inutilidad misma sacaban partido.
Se cantó en todos los idiomas, se hicieron suertes de prestidigitacion, á que son muy afectos, y una morena de ojos como dos soles, y de una sal de Jesus que quita el sosiego á las piedras, nos dijo la buena ventura, remedando una gitana, que como quiera, se llevaba prendidos pedazos de corazon entre sus gracias.
Pero lo que me tenia realmente como lechuza en maitines, era la relacion de aquellos pollos sin pizca de barba.
Quién estaba acabadito de llegar de China, á donde se fué en un barco lleno de cadáveres de chinos, en un cementerio flotante, tripulacion la más quieta del mundo, á correr aventuras.
Otro chico venia de Australia y nos pintaba caballos color de zafiro, perros de tres cabezas, guajolotes azules, cosas estupendas.
Ese yankee, tan pronto está en una carrocería, como es médico ó se ajusta como ingeniero en un ferrocarril; pone una tabla de carnicería y la suelta para ocupar un asiento en el congreso; le desaira el voto público y se reune á unos funámbulos que exhiben fieras, y se arranca de las jaulas de los monos para componer el cuerpo diplomático de Francia ó de Turquía....
La comida fué una abreviatura de las bodas de Camacho; algunos se entregaron á esa inmovilidad de la necesidad satisfecha, que es como el éxtasis de la gula; las jóvenes corrian y se lanzaron en busca de un bote para dirigirlo y pasear.
Los muchachos saltaban entre las rocas, y yo buscaba, por la primera vez de mi vida, con ternura, á las ancianas, porque cada muchacha era un peligro de muerte.
¡Qué soltura para escalar las más escarpadas eminencias; cuánta destreza y cuánto arrojo para correr sobre las angostas citarillas que caen al mar; qué agilidad para equilibrarse sobre las crestas de los arrecifes, rompiéndose y empapándose los vestidos! Aquello era para mí como sentirme condenado á muerte: cada invitacion me parecia una red tendida á mi existencia....
Tomé una resolucion desesperada: me oculté á todas las miradas, y lo diré aunque me cueste un sacrificio de amor propio.... me dormí profundamente.
Un ruso furibundo.—Pregones de vendimias en las calles.—Los teatros.—La Maison Doré.—Los extranjeros y su influencia.
LOS MEXICANOS nos dividimos en grupos, y cada quien, con excepcion de Sr. Iglesias, corria por aquellos mundos surciéndose relaciones, procurándose paseos y entretenimientos y dedicándose á estudios especiales, ó á sus gustos.
A la hora de la comida nos reuniamos en mayor número, y nos dábamos cuenta de nuestras impresiones.
El uno se habia hallado una fonda de marinos alegres, barata, y en que era el condimento excelente; pero bufaba de ira y no podia soportar los movimientos bruscos de los que entraban, se empinaban en su tripié, empujando á todo el mundo, y devoraban, dejando, como cerdos, un basurero[182] de fragmentos de carne, migajas y chorreones de cerveza.
Un músico de nuestros compañeros venia sordo y escandalizado de un concierto de pífanos, trompetas y tambores, que habian extasiado á los yankees, y á él le tenian á dos dedos de la epilepsia.
Tal, estaba frenético contra una lindísima lady á quien vió descender de un coche; hizo una seña, se aceptó la libranza telegráfica, tomó su mano, vió ella un anillo que llevaba en el dedo, clamando: veri fine, esplendid: dijo él: “muy á la órden,” y sin más ni más, la lady se lo puso en el dedo.... y se marchó.... Era el anillo de la señora de sus pensamientos....
Alguno llegaba medio loco, porque un espiritista le dijo quién era, por qué iba á California y que probablemente la hija ausente se le habria casado con un perdulario.
Unos noveleros ensalzaban á los cielos cuanto veian, pintando á nuestras mexicanas, chiquitinas, gazmoñas y encogidas, ceremoniosas, llenas de vanidad y de celos.
Miéntras otros estaban reñidos con las extranjeras por su brusquedad, criticaban su espíritu mercantil, su flexibilidad de carácter con el primer transeunte, y su aire vagamundo y masculino, y nada sacábamos en limpio, y todo era disertar, y todos y ninguno teniamos razon.
Yo frecuentemente me acompañaba con Alfonso Lancaster, Pablo Ibarra y Manuel Alatorre.
Melancólico, aunque finísimo, el primero: reservado, pero lleno de nobleza, el segundo; y Manuel, condescendente y delicado.
Por supuesto, tenian que buscarme dia á dia mis amigos,[183] como con linterna, por aquella enfermedad de que ya tengo dada cuenta á mis lectores. Porque eternamente me perdia al salir de la casa, al torcer una esquina, al saludar.
Se estacionaban dos en una magnífica fonda de la calle de Sutter, y otro iba en mi busca; al cabo de tiempo, volvia conmigo, mal perjeñado, aturdido, polvoso.... era que me habia sacado de unas barracas de gitanos, donde me habian llamado á danzarme una tarantela.... ó bien, en la inteligencia falsa de que era mason, me querian comprometer á que instalara con unos franceses un taller, negándose á creer que soy un profano de lazo y reata.
En uno de los dias de cita, me encontré que no almorzábamos en el salon comun, sino en un departamento reservado, dispuesto para corresponder con un espléndido almuerzo, el convite de un ruso que nos habia llenado de obsequios y atenciones.
Esos convites privados se hacen con toda perfeccion en los restaurants americanos; pero es preciso confesar que los franceses se llevan la palma y conservan en alto la bandera de la supremacía gastronómica.
Cómodos sillones de terciopelo; la luz vertical penetrando entre ondas de gasa blanca y color de oro; espejos, divanes, flores, con extraordinaria profusion.
Yo me habia figurado los rusos velludos, de anchos hombros, de largas cejas y ojos hundidos: un ruso como los representados en grabados en madera.
Nosotros esperábamos inquietos: á cierto tiempo, el criado anunció á nuestro convidado, que era un hermoso jóven vestido con exquisita elegancia. Pero yo apénas me fijé en el ruso, porque llevaba como colgada de su brazo la criatura[184] más poética y angelical que puede imaginarse: sin más averiguacion, declaré en mi interior que las rusas eran las mujeres más lindas del universo.
Los rayos de sol disueltos en una atmósfera divina; la sonrisa de los cielos refugiándose en las llamas de los labios; el amor, palpitacion y vida; la ilusion hecha mirada; la pasion, encerrándose en las formas del arcángel; la voluptuosidad de la Vénus, escondiéndose tras de la inocencia del niño. Eso era aquella mujer, que nació despues de Eva; porque Eva se hubiera muerto de celos al ocupar el paraíso, si la hubiera encontrado allí.... y para colmo de sorpresa, aquella no era rusa, sino una vision celeste escapada del cerebro de Víctor Hugo, su compatriota, para mi ejercicio y mayor corona.
El ruso aquel, que me hizo abrazar incontinenti el partido de los turcos, nos presentó, con la mayor naturalidad, á su querida.
Por fortuna, el ruso elegante no hablaba palabra de español; se entendia en inglés con su adorado tormento, y nosotros hablábamos con la hermosa convidada en español.
¡Qué alegres y decidores nos pusimos todos! cómo se hizo comunicativa la alegría, y qué infieles traducciones llegaban al ruso de nuestros piropos y galanterías!
Objeto Desiré de las más delicadas atenciones, se declaró por México con frenesí, y yo, á pesar de mis años, la declaré más mexicana que á la Malitzin.
Una de mis exclamaciones entusiastas hizo hablar á mis compañeros de mi lacra poética, y fuí hombre perdido. El ruso aquel cobraba cierto aspecto feroz.
La jóven habló á un criado al oido, sacó una tarjetita, escribió y despidió al criado.
Sirviéronse los postres: me parecia que el ruso me veia cara de turco; pero bebió conmigo y mis compañeros: me dijeron que su fijeza en el mirarme era por curiosidad de conocerme y que decia mil cosas lisonjeras para mí.
Yo me tranquilicé; pero Desiré era tan espiritual, tan amable, sabia decir cosas tan seductoras, que los Moctezumas estábamos lelos de admiracion.... y sin perder de vista al ruso....
Hablóse de caballos, de libros, de caza, de marina, de armas. En este punto, el ruso habló divinamente: eso de escribir un nombre con balas, de poner puntos á unas ies, de clarear los pequeños círculos de un siete de oros, eran para el maldito ruso como beber un vaso de agua.
El criado de la tarjeta llegó conduciendo un álbum, que era un verdadero prodigio artístico.
Desiré se dirigió al ruso, y éste, con la mayor finura, me suplicó rendidamente, por medio de un intérprete, escribiese allí algunas palabras, y que le hiciese la gracia de que fuese en aquel momento, porque tenia que partir de un dia á otro para las islas de Sandwich.
Pedí permiso para retirarme á una pieza contigua á escribir en el álbum.
Los jóvenes quedaron en medio de la algazara, las risas y las copas.
Yo me sustraje al ruido y comencé á hojear el libro, distraido, porque realmente, no tenia humor de escribir.
El precioso libro contenia miniaturas encantadoras, paisajes deliciosos y versos en varios idiomas.
Era aquel álbum como un altar en que la gracia, la inspiracion y el talento artístico habian colocado las más ricas ofrendas.
Oia yo como á lo léjos las risas, y no sé por qué me sobrecogió inesperadamente rara tristeza.
Seguia hojeando el libro y me fijé en unos versos, escritos de mano de mujer; pero los escribia una mano enferma, trémula: ví con más atencion, y en el papel habia huellas de lágrimas.
Los versos ocupaban las últimas hojas del libro: entre ellas habia un pensamiento hermosísimo, perfectamente desecado.
Aquellos versos, ¿quién lo creeria? son de la madre de Desiré, elocuentísimos, sublimes de bondad y de virtud.
Eran los versos un contrasentido en aquel libro. Eran un llamamiento á la virtud, con los recuerdos de la infancia, frente á la tumba del honrado padre que habia derramado su sangre por la patria; eran la representacion de la vida apacible del hogar, rodeada de los encantos de la inocencia, y formando la niña las delicias de la madre, que la idolatraba.... Era una apelacion á su corazon; era una retencion en el camino del bien, bañando sus manos de lágrimas, cubriendo de besos su frente todavía pura......
Las risas y el contento que llegaban hasta mí en ecos interrumpidos; la soledad de aquella estancia; la confidencia de dolor de aquella madre, hacian en mí profunda revolucion, y por un capricho inexplicable, tomé la pluma y derramé en el papel cuanto encerraba de amargura mi alma, cuantos sollozos íntimos estaban contenidos en mi pecho, secundando ardiente aquella imprecacion maternal, que era[187] como un alarido de angustia que llevaba el presentimiento de la perdicion de un sér querido.
Yo no sé cuánto tiempo duré escribiendo: cuando terminaba las últimas estrofas, mis amigos se habian levantado de la mesa, y yo, concluyendo de escribir, puse al salir á la calle el álbum en manos de la deslumbradora Desiré.
Al siguiente dia, mis amigos entraron á mi cuarto azorados.
—¿Qué demonios has hecho?
—¿Qué atrocidades fuiste á escribir en el álbum de Desiré?
—¿Pues qué es lo que pasa?
—Pasa, que vas á tener un lance muy desagradable con el ruso; que te busca frenético para una reparacion.
—¿De dónde te ocurrió esa predicacion de misionero en un libro de galanterías y de chistes?
—¿Pues qué ha pasado?
—Que Desiré se retiró á su casa, leyó los versos, los releyó, y ha manifestado al ruso su resolucion de volver al camino de la virtud, al lado de la madre que la llama inundada en lágrimas, junto á la tumba de su heróico padre, y toda la sarta de barbaridades con que te quisiste lucir en tus versitos.
El mundo se me vino encima con esta relacion: yo veia rusos por todas partes.
—¡Vamos! no tiene más remedio que desconvertir á Desiré.
El lance era terrible.... solicité una entrevista con aquella criatura.... y nada, ella estaba abrazada á su cruz de redencion, con un entusiasmo, que ni Santa María Magdalena....
El ruso bufaba, la deidad aquella, era una fortaleza inexpugnable.... Jamás me ha hecho mayor daño la virtud de una mujer.
Maldecia yo mi aptitud de ganar almas para el cielo: mis amigos dejaron al ruso que habia salido al campo.
Por fin, el ruso hubo de marcharse para las islas, y Desiré se embarcó para Francia.... Yo confieso que tuve dias pesadísimos, y que á eso debo tal vez mi exaltada simpatía por la causa de los turcos. ¡Permita Dios que en este desfiladero de Shipka que disputan, dé al traste con su alma el convidado de la fonda de Sutter!
Miéntras duró la aventura del ruso, no me acompañé con mis amigos, vagaba al acaso por las calles, siempre perdiéndome y siempre resultando rumbo opuesto á aquel á que queria dirigirme.
Aunque hay movimiento inmenso por las calles centrales, se nota la preocupacion del negocio: hay mucho mayor silencio, aun cuando se formen grupos.
Rios de gentes desembocan de las banquetas de Montgomery, el Mercado y Kearny; cuelgan en las afueras de las tiendas sombreros, zapatos, lienzos y plátanos. Se roza la gente con los cuartos de carne puestos en los clavijeros; tropieza con las frutas, los cestos y los botes que están á la entrada de las Groseries ó tiendas mestizas, y no tienen las calles, con todo su gentío, el ruido que se nota en México en las calles centrales.
En las calles de California y al rededor del Sacramento,[189] se atropella la multitud de personas vestidas de negro, que entran en bancos y depósitos: van, vuelven, transan, disputan y se pierden en la multitud, siempre corriendo, y siempre codeando y apartando á los que les interceptan el paso.
En algunas partes están regados ó amontonados muebles en medio de la calle, y entre jaulas, colchones, roperos y carruajes, se encarama un yankee, martillo en mano, haciendo un remate entre ladies y labriegos, potentados y carreros.
En tal esquina, un prestidigitador come lana y arroja llamas; en otra muestra un charlatan, con un microscopio, los arcanos del cabello ó las curiosidades de una gota de agua; allí se ven trabajar á las abejas en un panal cubierto de cristales; adelante un mono sabio dice la buenaventura á los transeuntes, y en medio de la calle, sobre un cajon de vino, boca abajo, un demócrata furibundo pone de oro y azul á las autoridades, y grita en todos los tonos que Hayes, el presidente, es un pícaro redomado.
Pero este México cantante, esta voz de las plazas y de las calles que se armoniza con el aire y la luz; que cambia con las estaciones y hasta con las horas del dia, eso extrañaba tanto cuanto no es decible.
El tenor que pregona las manitas; el agudo grito de carbon sioó; los barítonos de la cecina, y el melado y el requeson; los tenores de los mosquitos; el contralto de la sebera y la vendedora de nueces, el bajo profundo de las tinajaaas, dan voz especial á nuestras calles, educan nuestro oido de un modo particular.
Las diligencias retumban en nuestros empedrados; los simones, acentuando con la llanta floja su ruido, nos avisan[190] su tránsito á distancia; las partidas de mulas, los carneros y los soldados mantienen en perpétua inquietud la poblacion.
En los mercados parece que las gentes riñen; ruega la india, invita como amenazante el ranchero, el varillero charla y arma plaza, el órgano congrega á los muchachos, y el cartelon de la esquina á los artesanos de poca fortuna, y á las garbanceras.
Allí los traficantes callejeros se sitúan en las esquinas, y no gritan, sino que hacen invitaciones á los que pasan.
Vénse canastos con frutas, y sobre perones y manzanas, piñas ó plátanos empapelados, fijado el precio de cada pieza.
Sobre un asiento de tijera descansa un cajoncillo con ramitos de flores ó con pasas, ó con cortaplumas y portamonedas, proclamadas por un italiano, aunque las frutas son el comercio principal de los compatriotas del Dante; otro cajoncito contiene juguetes ó candís (dulces) para los niños.
En la noche, en algunos puntos, á la luz de colosales teas, suele verse una gran caja dominada por una calavera: dice el rubro: “El mejor amolador de toda la ciudad! Remedio infalible para los callos.”
Vése atravesar un hombre tirando de un carrito, sobre el que estriban dos morillos y un cordel, formando columpio entre unos cencerros. El conductor grita con voz desmayada: “Wags, sochs, botls.”
Es un recaudador de hilachas y botellas vacías, que no penetra á las casas, porque no hay ni zaguanes, ni patios, como ya tenemos dicho.
Entre los carros de verduras, pan, leche, naranjas y simples avisos, que se anuncian ó con campanas ó con roncas[191] y disonantes trompetas, una vez llamó un carro mi atencion.
Era un gran carro silencioso, tirado por cuatro caballos; el interior era un salon bien alfombrado, con un pequeño mostrador en uno de sus extremos, y botes, botellones y cajas de hoja de lata.
Al lado del mostrador, habia un hombre venerable de larga barba, envuelto en una especie de sotana negra, con su bonete griego de terciopelo, sobre su reluciente calva.
Por fuera del carro habia letreros en todas direcciones: Dr. Kinswelbourg. Las universidades de Alemania y Paris. El gran confidente de los espíritus. El rival de Mesmer, en descubrimientos magnéticos. Naturalista, botánico. Enfermedades incurables. Raíces de Arabia para las lombrices.... Hiel de la serpiente. “Goatsichen” de Australia para las enfermedades del espíritu.
El carruaje marchaba lentamente, y el mágico iba recibiendo consultas por medio de un intérprete que estaba en el pescante del carro, y expendiendo sus drogas: jamás ví un más estupendo charlatan en mi vida.
El allegro de las calles, es el muchacho vendedor de periódicos: pocas veces tiene más de doce años.
Cruza las calles dando carreras y saltos y gritando desaforadamente; descalzo, con los pantalones remangados hasta cerca de la rodilla, en mangas de camisa. Ese muchacho, con el cabello á la frente, y el sombrero, que es un muédano ó un remolino de arrugas, con afinidades con el trapo, fuma cigarro y bebe wiskey, se ingiere en la política y está al tanto de las peripecias mercantiles.
No siempre ese muchacho es un perdulario; mantiene algunas[192] veces su familia; jamás pide limosna ni estafa en sus tratos, y suele tener sus economías en la caja de ahorros.
Otro de los comercios callejeros es el de los que dan bola á las botas: los hay ambulantes, que con su cajita en una mano y el cepillo en la otra, interceptan el paso y obligan al transeunte á mantenerse equilibrado en un pié, miéntras comunican lustre á su calzado, y los hay sedentarios, que poseen una especie de garita de tablas, con su empinado sillon, su espejo y sus periódicos.
Una vez paseaba con J. Alcalde: seguíamos con la vista un carruaje abierto, espléndido, en que dominaba una matrona lindísima, é iban entre las olas que formaban las pieles, sacando sus cabecitas rubias, unos niños como arcángeles.
Detúvose el carruaje frente á una de esas garitas, y la dama saludó afectuosa á uno de esos tiznados boleadores, que en mangas de camisa y con su pipa en la boca, subió al estribo del coche: los niños se abalanzaron á su cuello, pidiéndole (five cents), cinco centavos. Creimos que aquel era un criado.... Era el padre de aquella preciosa familia.
El boleador ha hecho en su pedestre oficio una fortuna de más de doscientos mil pesos, jugando al Stock; pero se honra con ejercer su profesion!!!
Además de los vendedores ambulantes que hemos mencionado, hay vendedores como los que propalan naranjas de los Angeles y otros, pero con un grito único, triste y desairado.
A estos californios á quienes nada distrae de su negocio; que tan guapos son en tierra como en la mar, y que así se encaraman aislados sobre una roca, sin más comunicacion que la de las aves y las nubes, como se sepultan en las entrañas de la tierra; estos californios, digo, son los chicos más bobos y los más afectos á las diversiones públicas.
Un vagamundo con su cilindro y su mono, una música de la murga en que rasca el arpa, chisporrotea un violin y una flauta asmática, destrozan al artista más pintado; unos perros sabios, un equilibrista, los sacan de quicio.
Y el mismo hombre que para no distraerse saca su navaja y desbasta un palito miéntras hace un negocio, pierde horas enteras curioseando y sintiéndose el mortal más feliz.
No se puede fijar el número de salones de espectáculos, teatros, etc., porque estos caballeros, con el desplante mayor del mundo, y en ménos que canta un gallo, convierten un templo en salon de baile, y el salon, en dos por tres, en jardin, y el jardin en establo; pero todo en ménos de cuarenta y ocho horas: se quitan bancas y reclinatorios, y se cubre el suelo de césped, y se trasportan árboles; desaparecen los árboles, y se ven los pesebres y las jaulas de fieras.
Todo parece de armar y desarmar; todo parece de desenvolver; todo parece conducido en latas y en botes, desde el otro lado del mar.
Y para mí lo más singular era, que así como me parecia que para los diversos espectáculos se desempacaban las decoraciones adecuadas, así me parecia que venian en botes los actores, y ya devotos, ya bailarines flamantes, ya pescadores, y ya volatines y saltimbanquis.
En un principio, es decir, por los años de 1848 y 1849,[194] era el Circo la diversion favorita del público, sea por la clase de espectadores, sea porque realmente sobresalen estos hombres en tales ejercicios.
En estos espectáculos se lleva hasta la temeridad el arrojo; la agilidad solo reconoce igual en el peligro; se domina el imposible; se confunde el salto con el vuelo; el hombre parece que ha encarnado en gutta perca ó en budruz.
La mujer hace ostentacion del poema de sus formas: se enrosca, se hace fugaz como la brisa, palpita como la ola, se volatiliza como el éter. Y la cascada de cabellos rubios que flota á su espalda, y los ricos trages sembrados de estrellas, con voluptuosos flecos de oro y plata, y el columpiarse convirtiendo en verdad la fábula, y convirtiendo en palpable el ensueño, hacen el arrobamiento, la fascinacion, el éxtasis en lo sublime; y en lo plebeyo, las cosquillas, el calosfrio y el calambre....
M. Rower fué quien primero dió asilo estable á los volatines en la calle de Montgomery.
M. Pipes y M. Masset, no sé cómo se apoderaron del único piano que habia en la ciudad (1849, hoy es incontable el número de pianos), y amenizaron la diversion con cantos y recitaciones.
Yendo y viniendo dias, pasaron por aquellos lugares unos cómicos ingleses, y ahí tienen vdes. que M. Rower los atrapa, y con el auxilio de aquellos hombres, se instala realmente el teatro.
—No conmigo, dicen los reyes del histrionismo, y una Compañía francesa de aficionados interpreta á Molier y á Sardou.
Brotaban por todas partes los teatros.
M. Backer salta á la palestra, y Miss Matilde Heron levanta el arte á una altura en que compite su teatro con los mejores de la Union Americana.
En 1869, el Teatro de California, cuyo costo fué 125,000 pesos, eclipsa todo lo que se conocia en materia de teatros.
Y por fin, el Teatro de la Opera, pone el sello á las aspiraciones de grandeza y elegancia de los californios.
El Gran Teatro se abrió en 17 de Junio de 1876: tiene 110 piés de largo, por 275 de alto.
Puede contener cómodamente, segun los inteligentes, más de cuatro mil personas.
La arquitectura exterior es de estilo romanesco é italiano: en las cornisas descansa suntuosa balconería, adornada de jarrones y estatuas. El corredor principal termina en un gran vestíbulo: en el centro del vestíbulo se ve una preciosa fuente de cristal, que en los dias de grandes funciones vierte agua de Colonia.
En la parte interior pudiera decirse que el lujo agotó sus tesoros y dijo su última palabra.
Al teatro que yo asistí mayor número de veces y con el que hice más amplio conocimiento, fué el Teatro de California.
El gran salon de este teatro forma perfecto semicírculo. El patio se divide en tres secciones, una en que está colocada la grande orquesta, cerca del proscenio, separada del público por un gran corredor de fierro: la segunda, las que llamamos nosotros lunetas, ó silloncitos de tafilete ó terciopelo con asientos movibles, para facilitar los tránsitos; y la tercera, lo que conocemos por plateas, que son graderías de sillones.
Sobresaliendo de los palcos volados sobre la concurrencia del patio, se ve un corredor con sillones espléndidos.
No hay palcos á nuestra manera: son corredores con escaso número de columnas y con asientos siempre formando gradas, hasta la galería, en que las gradas se apiñan hasta tocar el techo, que es de una altura sorprendente.
Esta manera de construccion, tiene, por decirlo así, montada al aire la concurrencia, comunicándole singular animacion, y completando su pompa, el lujo, la pedrería, las plumas y tocados de las damas, que ya hemos dicho que vulgarizan la magnificencia.
El techo del salon se hace admirar por sus adornos y bajo-relieves.
A los lados del palco escénico sobresalen gigantescas columnas, y entre ellas, altas puertas con profusos cortinajes de musolina, terciopelo y seda. Esos son palcos privados, generalmente ocupados por viajeros distinguidos, cortesanas deslumbradoras ó cortejos de las actrices, que en algunos teatros convierten en retretes de tertulia íntima sus palcos, y con la proteccion de las cortinas, se platica dulcemente y se toma Champaña helado.
En el centro del teatro, y suspendido del altísimo techo, se ve el candil, que tiene más de doscientas lámparas de gas y que inunda en torrentes de luz el salon.
El palco escénico es soberbio: forma su boca un arco inmenso que estriba en robustísimas columnas.
El telon es un cuadro de bastante mérito, que representa las caravanas de los primeros emigrantes, con mucha propiedad.
No hay concha, y en la representacion aparecen los actores como hablando de su propia cosecha.
Al cambiarse la decoracion, no se hace por medio de[197] telones, como nosotros; tiene unos rieles el piso, y por ellos, en dos secciones, corren las vistas, puestas en sus bastidores de tablas, con suma celeridad.
La escena se sirve con grande propiedad, y en punto á maquinaria, los teatros de California puede decirse que no reconocen rivales en los mismos Estados-Unidos.
Por meses enteros se está dando una misma representacion, y hay actor que con la interpretacion de uno ó dos papeles, haya hecho su fortuna.
Asistí, como digo, al Teatro de California, á la representacion que se dió por meses enteros, de La Vuelta al Mundo.
Antes de entrar al salon hay un gran patio de mármol, en cuyo centro se admira una lindísima fuente.
En el mismo patio se recogen los boletos, se alquilan anteojos, se suelen vender las fotografías de los actores y actrices distinguidos, y sale á fumar la concurrencia en los entreactos.
Todas las puertas están forradas de valleta verde, giran para atrás y para adelante y no chocan ni producen jamás el más leve ruido; en ellas hay sus óvalos de cristales que permiten ver la representacion.
La Vuelta al Mundo está tomada punto por punto de la novela de Julio Verne, que lleva ese título, sin más, que para comunicarle unidad é interes, se hace depender el éxito de la apuesta del inglés, de su matrimonio con una simpática muchacha, y que se hace uno de los personajes principales un yankee valiente y generoso.
Por supuesto, que en esa revista de todos los países; en esas campañas con los salvajes; en esos tránsitos de la locomotora[198] entre las rocas, haciendo saltar el hielo, aquel público, se ve, se siente, pasan á su vista escenas de que está siendo actor y es infinito para ellos el interes del espectáculo.
Domina lo tremebundo y exagerado, sea en lo trágico, sea en lo grotesco: riñas, tiros, puñadas, empellones y agonías, se hacen muy á lo vivo.
Se desatan los estusiastas en silbidos furibundos, y hacen que les repitan los trozos más de su agrado, sean muertes, ó bailes, ó lo que se fuere.
En lo grotesco, sucede lo mismo: un policía que persigue á sol y sombra al protagonista, se disfraza de negro con toda perfeccion; el criado de ese personaje principal lo sospecha, y en un momento dado, le pasa por el semblante una toalla empapada y se pone de manifiesto el engaño.... El público pedia la repeticion, y se tiznaba y destiznaba el actor, que era un contento.
En la farsa, las payasadas me parecieron intolerables, y no muy de acuerdo con el respeto al público; pero el servicio de la escena, la parte de maquinaria, es sorprendente.
En la Vuelta al Mundo, que ya tengo dicho que es un embrollo dramático, sin piés ni cabeza, hay dos escenas, que con razon iba mucha gente solo por admirarlas.
Una representa el ferrocarril del Pacífico, atravesando mares de hielo entre inmensas rocas; abismos espantosos y desfiladeros que sobrecogen de terror.... En uno de esos puntos la máquina aulla, presa entre la nieve, los viajeros asoman las cabezas, algunos tratan de huir de una muerte inevitable, y entónces, descolgándose por entre las rocas, caen sobre los viajeros los salvajes, y se emprende encarnizada batalla de puñaladas y pistoletazos.
La otra escena representa la mar enfurecida y el célebre naufragio, que se verifica ántes que el protagonista, que no recuerdo cómo se llama, llegue al término de su viaje.
El viento arrebata en ráfagas impetuosas la obra muerta del inmenso navío, los marinos se entregan á la maniobra con audacia inconcebible, se oyen á lo léjos los gemidos y las deprecaciones de los viajeros de la nave que se hunde.
El vaiven del buque es tremendo; destrozado, abiertos sus costados, lucha aún; pero en medio de esa lucha se levanta en torbellino la llama; el magnífico navío se incorpora una y dos veces como un guerrero moribundo que rodeado de enemigos busca sus armas.... y al fin vacila y se hunde con estrépito, oyéndose un desgarrador gemido entre las olas desencadenadas.
Y es tan cierto cuanto pasa y tan magnífica la representacion, que yo, viejo; yo, gastado; yo, olvidando que estaba en el teatro, grité de espanto y me sentí inundado en sudor, de la congoja que la vista de aquel siniestro me produjo.
Es de advertir, que durante la representacion el salon del espectáculo casi queda á oscuras, el gran candil se sube y oculta en la linternilla del techo, los globos de gas casi se apagan y la iluminacion del palco escénico, que es vivísima, presenta como en relieve la representacion, y es de grande efecto.
En los entreactos se ilumina el salon, suena la orquesta, y en general, señoras y señores, abandonan sus asientos y se dirigen á los corredores exteriores, que son salones magníficos, con alfombras, espejos, sofaes y á veces mesillas en que se sirven á las damas refrescos.
Frecuentemente, despues del teatro, cuyas representaciones[200] terminan á más de las doce de la noche, mis amigos y yo pasábamos al restaurant llamado la Maison Doré, calle de Kearny núm. 117; establecimiento malamente comparado con el Delmónico de New-York.
No obstante, la Maison Doré es el punto en que se reune el mundo elegante, y en que son exquisitos los manjares y esmerado el servicio.
Para emplear la noche las veces que no asistia al teatro, me instalaba en un agradable bar-room, situado en un jardin pequeño, pero perfectamente cultivado, que se llama el Tívoli.
Son dos grandes salones en figura de martillo, hundiéndose en su conjuncion otro saloncito que forma altura y en que se coloca la orquesta.
Los salones de que hablo están en su totalidad cubiertos de mesillas redondas acompañadas de sillas, dejando estrechos tránsitos entre mesa y mesa.
El consumo principal en el bar-room es cerveza, comunmente de muy buena calidad, siendo el valor de un vaso, cinco centavos. El expendio debe ser considerable, puesto que costea la caudalosa renta del local, más de veinte sirvientes y una orquesta que en aquella época era el atractivo de la concurrencia.
En el saloncito que ya hemos descrito y sobresale de los otros salones, estaba la orquesta. Componian esta orquesta diez ó doce jóvenes alemanas; pero de tan notable hermosura y de habilidad tan extraordinaria, que noche á noche estaba el Tívoli inundado de gente, complacida al extremo de asistir á los sobresalientes conciertos.
Lo más selecto de la música antigua y moderna, forma el repertorio de esa orquesta.
No se exigia pago alguno á la entrada de los salones, y se podia permanecer escuchando sin hacer ningun consumo.
Los asientos más codiciados eran los cercanos á la música.
Los amateurs se limitaban á depositar ramos de flores á los piés de aquellas beldades encantadoras, sin que jamás traspasasen los aplausos los límites de la más respetuosa galantería. Y las artistas eran bellas y graciosas, y casi confundidas con el público, que tampoco pisaba la línea casi imaginaria que dividia la orquesta del auditorio.
Era de ver entre el humo espeso de las pipas y de los puros, hervir cabelleras y sorbetes, y sobresalir, corriendo en todas direcciones, á los criados diligentes que hacian el servicio.
Era de admirarse la compostura y el silencio, miéntras se escuchaban las sentidas melodías de Shubert y las sábias notas de Wagner, y el tragin, el estrépito y la confusion en los entreactos.
Las damas de la orquesta vestian con suma elegancia y eran modelos de señorío: ganaban su vida honradamente, y merecian el respeto universal.
Yo no sé, acaso es cuestion de sentimiento no sujeta á reglamentacion; pero esas señoritas me cautivaban, y no podian merecer mi propia estimacion las jugadoras de billar, las acróbatas y las parlanchinas del amor libre.
En la mesita á que yo asistia constantemente se sentaban un griego, un danés, un turco, un inglés, un polaco; es decir, no nos entendiamos sino una que otra palabra, y no obstante, reinaba la cordialidad, la alegría y las recíprocas[202] atenciones en la accidental reunion: mis compañeros mexicanos no podian explicarse aquella amalgama en que yo entraba, nacida de la espontánea simpatía: el polaco, sobre todo, era un apasionado á quien quise mucho. Nos encontrábamos en el paseo, nos tomábamos del brazo, fumábamos sendos puros y nos retirábamos siempre afables y con deseo de volvernos á reunir, sin habernos entendido palabra muchas veces.
—No se canse vd., me decia un español, aquí no hacen letra ni tienen cabida más que los hijos del país: esto de vd. es una rareza.
—Pero, hombre, ¿no ve vd. que aquí todos los hijos de Adam son hijos del país?
—Siempre es la media lengua la que se hace camino; pero españoles y americanos están por los suelos.
—En México decimos lo contrario; decimos que los hijos del país no hacemos letra y que de los extranjeros son las consideraciones y el dinero. Vd. lo ve: millares de españoles hacen su fortuna en México.
—Pues por lo mismo, amigo, la raza: estos son money, y no hay para ellos otro Dios.
—Eso lo que quiere decir es que nosotros somos un tanto cuanto más perezosos y más llenos de vanidad que vdes. Los españoles en México tienen monopolizados varios comercios: las tiendas de abarrotes, casi todas están en poder de españoles: en el comercio de panadería, apénas se menciona uno que otro mexicano; y las tiendas de empeño son para exclusivo lucro de vdes.
Diga vd. y acertará que nosotros aspiramos á ser los niños finos; queremos ser senadores, generales, diputados, empleados,[203] abogados, médicos ó ingenieros á lo más, pero siempre con sus conexiones con el presupuesto.
Ocupados en frustrar aquello de: “comerás con el sudor de tu rostro,” dejamos el comercio exterior á los alemanes, las fondas y las modas á los franceses, á los indios el pequeño tráfico, y reservamos el trabajo á la gente ordinaria y mal vestida, porque en cuanto el artesano tiene siquiera chaqueta y más de dos camisas, piensa en el club y en ser por lo bajo protestante, ó regidor, ó cuando ménos frac-mason.
—Así es que en esta tierra, decia un venezolano, muy estudioso y entendido en materias sociales, la influencia extranjera es altamente benéfica. Esas oleadas de gente de todas las naciones verifican una trasfusion completa, renuevan la sangre, vivifican el cuerpo social. Urgidos por el hambre y aconsejados por la audacia, establecen competencias en todos los ramos, despiertan la emulacion, crian, se elevan, borran su orígen con su posicion y se incorporan á la masa comun formando vínculos poderosos.
El residente del país, que sabe que el hombre es una riqueza, léjos de repeler al extranjero, le abre las puertas del municipio, es decir, le sienta á su hogar, le presenta en espectativa lisonjera, escuela para sus hijos, templo para sus creencias, hospital para que cure sus enfermedades y sepulcro en que descansen sus restos.
¿Ve vd. á los chinos? Los ve vd. objeto al parecer de la persecucion; los ve vd. repelidos y presentados como una degradacion de la especie humana? Pues ya quisiéramos que el indio de México estuviera en la posicion del chino. Por otra parte, si tienen mala posicion y no produce aquí[204] tanto bien, como debiera, su presencia, es precisamente porque son perseguidos.
El chino viste, calza y come á su manera, regularmente; casi todos leen y escriben, cuentan con ahorros para sus necesidades, viven en casas, asisten á espectáculos y tiene cada uno de ellos dos ó tres ejercicios para ganar su subsistencia.
La grandeza de este país consiste en que por un encadenamiento de circunstancias muy difíciles de explicar en una conversacion del momento, el trabajo repelido de los otros pueblos, cuando no estaba revestido de formas aristocráticas, la subsistencia de hecho de las clases y distinciones sociales, sostenidas por la tradicion de siglos; en una palabra, lo que se llamó la canalla, aquí se llamó pueblo, y abrió de par en par las puertas á todo el mundo, y brindó paz, respeto y consideracion al hombre por ese solo título.
Nosotros, que del punto de vista de la sangre y los fueros, el monopolio y el privilegio, asistimos á este espectáculo, nos repugna, nos avergüenza, porque nos sentimos despojados de nuestro oropel de supremacía, y el niño fino español y el caballerito mexicano, valen ménos, porque son ménos útiles á la sociedad, que el carrero, el limpiabotas y el limpiador de chimeneas americano ó de la Suiza.
Bruscos dicen á los americanos. Pues qué, ¿el destripa terrones de ayer, puede tener las maneras del caballero de industria de la alta sociedad europea? Pero ese herrero, ese carpintero que se suena con las manos y enarbola su pataza sobre una mesa, es más formal y más cumplido que ese trapacero vizconde y que ese general cuya esperanza de ascenso y de fortuna es que le den á mandar una brigada, ó hacer un pronunciamiento para salir de apuros.
Ese refinamiento social que con justicia nos halaga y que existe en la culta sociedad americana, no puede ser á la manera nuestra, por esa afluencia perpétua de extranjeros y porque las condiciones de igualdad hacen que se posponga cualquier otro título á los que dan el trabajo y la honradez. No nos cansemos: el hombre es sociable, la comunicacion de las ideas es una fuente de perfeccionamiento y de rápido adelanto, y las armonías universales no pueden ser ni estables ni fecundas, si no se apoyan en la libertad y si no encierran en un círculo de goces comunes, á todos los hombres.
La librería de Bancroft.—Las escuelas.—La alta sociedad.
ENTRE las personas distinguidas con quienes nos dió conocimiento el Sr. general Vallejo, fué de las más agradables el de M. H. H. Bancroft.
Los hombres estudiosos de México tienen conocimiento de este literato eminente, por la publicacion de su obra monumental titulada: “Sobre el orígen de las razas, etc.”
En efecto, tal obra es por su profundidad de miras, por su correccion y elegancia y por la vastísima erudicion que encierra, una de las más preciadas joyas de la literatura americana.
Antes de pasar adelante, diré que es necesario no confundir á M. H. H. Bancroft con M. Jorge Bancroft, nacido en 1800 en el Estado de Masachutes, autor de la excelente[208] Historia de los Estados-Unidos, desde el descubrimiento de América hasta nuestros dias, impresa en Boston en seis volúmenes, desde 1844 á 1855, y uno de los principales redactores de la Northon American Review.
La publicacion de la obra de M. H. H. Bancroft da idea de la magnitud de sus empresas.
En el quinto piso de la librería que lleva su nombre, está instalado el sabio escritor.
La Biblioteca, de que hablaré despues, tendrá cincuenta varas de extension, dividiéndose en secciones abiertas que la comparten en varios salones, y dos departamentos privados para copistas de ambos sexos y para el Sr. Bancroft.
En la Biblioteca existe una oficina en forma, con empleados superiores y escribientes, ocupados en hacer extractos de las obras que tiene el sabio en estudio; éste forma el conjunto del estudio y escribe, alcanzando así una suma maravillosa de datos.
Además, tiene secciones de correspondencia con varias naciones, y caballeros especialmente expensados en Europa y América para que registren los archivos y le comuniquen noticias.
Es el Sr. Bancroft un hombre de cuarenta y cinco á cincuenta años, perfectamente conservado, y de notable gallardía y finura de maneras.
Alto, rubio, de frente despejada y ojos claros, de una profusa barba como de oro, que se abre bajo su labio inferior y cae sobre su pecho en dos raudales luminosos.
La esposa del Sr. Bancroft es muy jóven y habla perfectamente español, así como su hija, ideal de perfecciones y de gracias.
Presentónos el Sr. Vallejo á M. Bancroft: nos embarcamos en un elegante elevador, y surcando el viento, nos encontramos en dos minutos en los espléndidos salones de la Biblioteca.
M. Bancroft da animacion y como que comunica luz á aquel establecimiento magnífico. Grandes y numerosas ventanas dan luz á los salones: por todas partes se ven atriles con libros, bastidores con mapas, de mecanismo sencillísimo, copiadores y útiles de toda clase, para economía de trabajo y celeridad de todas las operaciones.
Lápices con gutta perca en el extremo opuesto, para borrar; libros en los que se escribe, sacándose dos y tres copias á la vez; reglas, broches, tintas, pinceles y papel de todas clases y tamaños.
Tragaluces, cortinas para modificar la luz, veladores, y no sé cuántas cosas más, para que el pensamiento gire libre y la parte mecánica no lo distraiga ni entorpezca.
Mostrónos el Sr. Bancroft diez y ocho tomos de apuntaciones curiosísimas de solo California, con multitud de anotaciones, hijas de una inverosímil erudicion.
Yo escuchaba con orgullo y con admiracion al Sr. Iglesias y á Gomez del Palacio, ampliar las notas, apuntar las incorrecciones, y verter, sin pretensiones y con la mayor modestia, raudales de erudicion que sorprendian al auditorio, dejando complacido al extremo á nuestro sabio cicerone.
Con especial agrado, y haciéndonos notar mil particularidades y bellezas, hojeó M. Bancroft á nuestra vista la historia inédita de California, escrita por el Sr. general Vallejo, y que es un tesoro de curiosidades científicas y literarias.
¡Qué claridad de estilo! ¡qué sencillez tan limpia y tan llena de verdad!
Vimos muchas preciosidades bibliográficas, entresacadas de cerca de veinte mil volúmenes.
Al fin, nos detuvimos en un saloncito muy esmeradamente cuidado y en el que existirán como cuatro mil tomos, y allí, con la mayor sencillez, nos dijo M. Bancroft: “Examinen vdes. con atencion: todo lo que vdes. ven, habla de México.”
Iglesias, Gomez del Palacio, Alcalde y yo hicimos el registro más minucioso de aquella Biblioteca Mexicana, sin duda la primera en su género en los Estados-Unidos, y acaso, con vergüenza lo confieso, del mismo México.
Autores ignorados; otros apénas conocidos de nombre; ediciones rarísimas, desde la época de Juan Pablos; crónicas de conventos; colecciones de periódicos, desde las primeras Gacetas; folletos; relaciones de viaje manuscritas; diarios curiosos de individuos particulares; autógrafos, y todos los historiadores, desde Alva Yxtlatxochil, hasta nuestros dias.
En cuanto á biografías de mexicanos, el número de las que posee el Sr. Bancroft me sorprendió. No mencionábamos ninguno de nuestros hombres célebres, del que no nos diese detalles, siendo en general rectas y justas sus apreciaciones.
Por halagarnos, y con exquisita galantería, nos mostró el Sr. Bancroft la historia de la guerra americana, en que el Sr. Iglesias y yo escribimos bastante, mis Indicaciones sobre las rentas generales, y mis Viajes de Orden Suprema, diciéndome para Fidel, cariñosos cumplimientos. Es de advertir que yo hace tiempo busco esa obrita para tenerla y no la he podido conseguir.
Dió el Sr. Bancroft al Sr. Iglesias mil testimonios de estimacion, haciendo la justicia que se merecen, su vastísima erudicion, su claro talento y su recto juicio.
Aquella visita fué una aparicion en espíritu de nuestros amigos más queridos; era la asistencia al juicio de la posteridad que les fingia la distancia.
Es dulce encomiar el bello clima y los claros cielos en que vimos la luz; nos enorgullece y como que se citan timbres de nobleza, cuando maravillas de la creacion se ostentan en la patria; pero nada enaltece ni ilumina al alma, como el elogio á nuestros compatriotas eminentes.
Se siente uno bañado en los rayos de sus altas inteligencias, les rinde espontánea admiracion, como que los vemos vengados del desden y de la mala suerte que frecuentemente los aflige.
Sin sombra de envidia; sin las reticencias con que suele el celo amenguar el elogio; sin la realidad de los defectos que suele exagerar nuestra pequeñez; sin los cambiantes colores con que el prisma político nos hace contemplar los objetos, se goza del astro el brillo, de la flor el perfume, del sér sublime la esencia inmortal, vencedora del tiempo; nos hacemos el grandioso apoteósis de esos obreros del Progreso, que son al fin los más grandes blasones de gloria de los pueblos.
Despues de examinar á nuestro sabor la librería, nos invitó el Sr. Bancroft á que por vía de paseo, en nuestro descenso, viéramos el establecimiento de librería que contiene el edificio, uno de los más grandiosos de la calle del Mercado (Market Street).
La librería y sus dependencias, de que nos vamos á ocupar,[212] está situada en la calle de Montgomery, y cuando se proyectó trasladarla á la calle del Mercado, entre la tercera y cuarta calle, en 1869, estaba de tal manera despoblado aquel rumbo, que los burlones decian con cierto chiste: “Bancroft se lleva sus almacenes al campo.”
En ménos de seis años, la humilde calle del Mercado es una avenida de palacios.
El edificio ocupa 170 piés de frente entre las calles del Mercado y la de Steveson.
Los negocios que comprende la librería son por mayor y por menor. Leyes, educacion, billetes de banco, impresiones, música, litografía, etc.
Hay más de doscientas personas empleadas en las diversas oficinas.
El subterráneo ó bassement, contiene local para las manipulaciones estereotípicas, y un gran pozo artesiano relacionado con todos los pisos para caso de incendio.
El salon del primer piso, que está al ras de la calle y al que se entra por arcos con cristales de cerca de siete varas de largo, y tan trasparentes que chocaria uno con ellos si no viera á su través papeles suspendidos de sus marcos, tiene 170 piés de largo (56⅔ varas), por 35 piés de ancho (11⅔ varas).
Están las paredes completamente tapizadas de libros, y en el centro forman calle dilatadísimos mostradores con libros y curiosidades para escritorio. Este piso es el destinado á la comunicacion con el público, y al comercio por mayor y al menudeo.
El segundo piso se ha reservado á la fabricacion de libros en blanco, siendo extraordinario el número de máquinas,[213] rayadores, etc., y forjándose por cientos esos libros de baratura extrema y de inmenso consumo. En ese mismo departamento existen las oficinas relativas á la impresion de música.
Ocupan el tercer piso la imprenta y la litografía, y en esto hay tales adelantamientos y se ha llegado á tal perfeccion, que me aseguraron los conocedores, que despues de haber recorrido aquellas oficinas, no me sorprenderian, en cuanto á los prodigios de la mecánica, las grandes oficinas del Herald de New-York, ni la misma casa de Appleton, que disfruta de nombradía universal.
Todo lo relativo á encuadernacion existe en el cuarto piso, que es un salon lleno de preciosas ladies ocupadas en sus labores, y en cuyo local reinan el aseo, el silencio y la decencia.
El quinto piso es en el que nos recibió el Sr. Bancroft y donde tuvimos nuestra agradable entrevista con nuestra patria.
En toda esta dilatada excursion, en que nos llenó de atenciones nuestro cicerone, no dejamos de admirar su erudicion inmensa, su talento perspicaz y una dulzura y sencillez de carácter que cautivan tanto ó más que su inteligencia.
Un amigo nuestro de Sonora nos decia al salir de la librería de Bancroft: “Ya vdes. verán otras librerías y otras imprentas, y se formarán idea del movimiento intelectual de California.”
—¿Se han fijado vdes., continuó, en un edificio ancho, macizo, que se encuentra en la calle de Bush, entre Montgomery y Samsone?
Forman la fachada nueve elevadísimos arcos superpuestos,[214] que tienen otros arcos laterales en intercolumnios, coronando el todo del edificio un bastion de zinc, circundado con su barandal de fierro.
Esa es la que se llama la Librería Mercantil: contienen sus salones, librería, gabinetes de lectura para damas y caballeros con separacion, cuartos para escribir, para platicar y fumar, y un riquísimo museo.
Una asociacion de negociantes fundó este establecimiento por suscricion, que llegó en su principio á la suma de dos mil quinientos pesos. Esto pasaba en 1868.
La asociacion, aunque con nombre mercantil, está al servicio de toda clase de personas, sin distincion de nacionalidades, ni de edad, ni de sexo.
Los socios se han aumentado al número de 2,135, que por medio de muy módica suscricion, sostienen aquel establecimiento, honra del pueblo de California.
Hoy cuenta la Librería Mercantil cincuenta mil volúmenes en los departamentos de ciencias y literatura.
La mayor parte de las obras son en inglés; pero hay muchos libros franceses, alemanes, españoles y de todos los idiomas conocidos.
No me fué dado calcular siquiera en aquel gran número los volúmenes de periódicos políticos, científicos, etc., que á más de los cincuenta mil volúmenes, están á disposicion de los concurrentes á la librería.
La Sociedad de Particulares de San Francisco, costea una librería que tiene treinta y dos mil volúmenes.
Hay otras muchas librerías que tienen objetos especiales, del peculio de las asociaciones privadas, como la librería de Obreros, la de la Academia de ciencias, de Jóvenes cristianos,[215] la librería Militar y la de la Asociacion de los Abogados, que es muy numerosa y escogida.
Además, casi no hay una calle en que no haya una librería, y en puntos de educacion, puede decirse que los libros se esparcen en los vientos y se riegan en las calles.
Los libros usados y los de educacion primaria, abundan á dos y tres centavos, y el zapatero, el sastre, el boticario, dan por vía de halago á sus marchantes, una guía, una historia, un almanaque, cualquier libro curioso, sin contar con los itinerarios de ferrocarriles, que se dan grátis, y con los que se podrian formar cursos completos de historia y geografía.
A pesar de lo expuesto, el espíritu fiscal, siempre mezquino, y el sistema prohibitivo, siempre salvaje, tienen impuestos á los libros que no son americanos tan altos derechos, que hacen su circulacion difícil é influyen no poco en cierto atraso en materias literarias y teorías.
Las personas estudiosas siempre compran los libros extranjeros; pero la misma carestía impide el empleo de sumas en los libros nacionales, resultando que sin beneficiarse esa industria, se perjudican los adelantos.
De ahí es que en lo práctico, mejor dicho, en lo mecánico, los avances son asombrosos; no así en los demás ramos en que se conoce el orígen europeo, dándole cada dia más aprecio la prohibicion, que llama en su auxilio al contrabando, contra esa estúpida legislacion.
—Vdes. no imponen derechos á los libros, me decian los americanos ilustrados; basta ese rasgo para vindicar á vdes. del atraso en que tan injustamente se les supone.
Extractamos por vía de complemento de este capítulo, algunas[216] noticias tomadas del Evening Post, y que se refieren á la suntuosa librería de Bancroft:
“Desde 1868, dice el periódico á que hacemos referencia, se hallaba M. Bancroft en posesion de cinco mil volúmenes, incluyendo los panfletos.
“En ese año recorrió Madrid, Roma y Viena, aumentando su coleccion.
“En 1869, dejó los negocios mercantiles bajo la direccion de su hermano, y se entregó de todo punto á las tareas literarias, atesorando dia á dia preciosidades bibliográficas.
“Despues de ese tiempo tuvo noticia M. Bancroft, de que en Lepsik se encontraba la Biblioteca del Emperador Maximiliano, formada por el Sr. D. José María Andrade, en un período de más de cuarenta años. Bancroft escribió á Lóndres, puso en juego sus relaciones y recursos, y adquirió más de tres mil volúmenes de curiosidades bibliográficas sobre México, raras y altamente apreciadas en aquella nacion. Entre estos libros hay preciosísimos autógrafos de mexicanos ilustres.
“La librería, de resultas de las nuevas adquisiciones, contaba diez y seis mil volúmenes, en fines de 1869, sin entrar en este cálculo, folletos, periódicos, manuscritos y autográficos de todos los hombres notables de América.
“La librería consta ahora de veinte mil volúmenes, habiéndolos entre ellos de mucho costo: un solo tomo titulado: “Exploracion de las Costas de los Estados-Unidos,” ha tenido de costo 1,000 pesos. La librería se ha valuado, tal como se encuentra, en 60,000 pesos (1872).
“La mayor parte de las obras están escritas en inglés; pero hay como una tercera parte de libros españoles, franceses,[217] latinos, portugueses, alemanes, rusos, aztecas y de varias lenguas indígenas.
“Los libros españoles, las crónicas de los conventos mexicanos, y los manuscritos, forman sin duda la parte más valiosa de la coleccion; entre esos libros se encuentran las “Noticias de las Californias,” del V. P. Francisco Palau, tan codiciadas de los hombres estudiosos.
“Las ediciones más raras de todas las obras sobre California, de Clavijero, Ugarte, Venegas, Gomara y otras, se encuentran en esa librería.
“Hemos visto allí la obra titulada: “Navegacion especulativa y práctica del Almirante Cabrena,” así como los “Viajes de Navarrete y Fages,” y es de muy alto precio sin duda la “Coleccion completa de todos los Concilios Mexicanos.”
“En cuanto á manuscritos, nada tiene tanto valor en la librería de M. Bancroft, como los recuerdos históricos y personales del Sr. general Vallejo.”
Joaquin Alcalde, que es en su trato íntimo, amabilísimo, condescendente y servicial, me acompañaba frecuentemente en mis estudios sobre instruccion pública, que durante mi viaje fueron ocupacion á que me entregaba con particular placer, con la esperanza de sacar de mis tareas algun provecho para mi país.
Antes de tocar materia tan delicada, diré las ideas que yo tenia en general, y que he podido ratificar despues sobre la instruccion pública en los Estados-Unidos. Y advertiré de paso, que estas son muy superficiales apuntaciones, pues me[218] propongo escribir sobre esta materia un libro especial, con el detenimiento que merece.
Para la nacion americana, la libre escuela ó la escuela comun, es el asunto de todos los ciudadanos, como si se tratara de empeño personal; cuidar la escuela es proveer á la subsistencia de la patria y del suelo en que se vive: por esto el americano no hace distincion marcada en este punto, entre lo que debe á sus hijos y lo que debe á los demás; el niño es la semilla comun; el cuidado es de todos, porque ese niño ignorante podria producir el mal de muchos: esta aspiracion en comun me parece á mí que es el elemento fundamental de la grandeza de la escuela, aunque en esto no hayan pensado escritores eminentes, dedicados al estudio de la instruccion pública en los Estados-Unidos.
Las escuelas se sostienen de los productos de las tierras afectas á esa obligacion, de las contribuciones que se imponen entre sí los ciudadanos y de los donativos de ricos particulares.
La instruccion y la educacion se confunden en la escuela, y se confunden para servir de sávia á las instituciones políticas en que descansa la sociedad.
En la escuela está la patria; allí se identifica el niño con ella, se amamanta á su seno, hace indivisible su vida del bien y la prosperidad de aquella.
La escuela tiene de dar ciudadanos aptos para entender en sus destinos; en la escuela se produce el hombre y sale de ella como armado de todos sus derechos.
Esta materia prima de la sociedad se elabora en la escuela; de ahí los cuidados físicos; de ahí la escrupulosidad moral.
Antes que sabios se quiere que sean honrados; aspiracion[219] distinta de la nuestra, en que no nos detenemos en que se corrompa el niño, con tal de que se distinga en el púlpito, en la tribuna, ó en el foro.
Los españoles que perseguian en la Nueva España el trabajo, lo primero que instituyeron fué una Real y Pontificia Universidad.
La instruccion tiene por objeto en los Estados-Unidos procurar á todos los discípulos, indistintamente, arbitrio para que al salir de las escuelas se puedan aplicar á las diversas profesiones de la vida, dando lleno á sus deberes de ciudadanos y ciudadanas de la República.
El depósito general á que todos los niños tienen accion en las escuelas, es el conocido con los nombres de Instruccion Primaria y Superior, con solo una parte de la enseñanza clásica, que más bien se dirige á las literaturas griega y latina.
De este modo la instruccion es la gran toma de aguas del saber, en que cada cual se provee de lo que necesita, sin coto para tomar ménos que cualquier otro; no hay distincion social, la masa es una y para todos.
La enseñanza, que en España, que en Francia, y en general, en todos los países latinos, era de la gente decente; esa enseñanza á que los hijos de los pobres no podian llegar sino por favor, esa, está en este gran surtidor para todo el mundo, y esta es una peculiaridad esencialísima.
Así, las grammar schools y la alta escuela son pocas, á las que llegan todos los que tienen fuerzas para ello, sin que la autoridad los detenga en su camino.
Es la instruccion primaria como un paradero de ferrocarril, á donde pueden llegar todos, grátis, y tomar despues el[220] derrotero que le parece, á cada uno, segun sus personales aspiraciones. La democracia, en su expresion más íntima, involucrada en el entendimiento y la conciencia, está en la escuela.
Se calculaba en 1868, que se empleaban 450 millones de pesos en el sostenimiento de los establecimientos de enseñanza, en todos los Estados-Unidos; que habia una escuela por cada 180 habitantes; que el número de preceptores y preceptoras era de 350,000, sobrevigilados por más de 500,000 ciudadanos elegidos por el pueblo.
La escuela tiene por objeto apoderarse de los niños, de las mujeres y de los hombres que ingresan de nuevo á aquella sociedad, y asimilarlos á ella, confundiendo sus intereses con el interes comun. Es como un molde en que cobran formas semejantes las masas que se depositan en él, aplanando y borrando las desigualdades, para que no opongan obstáculos á la felicidad comun.
El negocio de instruccion pública, legalmente es del municipio, bajo la vigilancia del gobierno general: el municipio tiene el deber de que se mantenga un número de escuelas proporcional á los niños de la Comuna; este deber es tan estricto, que si fuera posible que se rehusara á un niño la enseñanza, el padre de familia tendria derecho á demandar daños y perjuicios al ayuntamiento por semejante falta.
Pero en este punto la accion del pueblo es tan poderosa, que el propio municipio no hace sino seguir el impulso de los padres de familia, y el cuerpo de enseñanza no es sino una asociacion popular con funciones determinadas, para el objeto exclusivo de la instruccion.
La enseñanza, como se ha visto, es gratuita, y en cuanto[221] á la obligatoria, nadie pone en duda que se trata de los derechos del niño, sin que pueda existir entre las prerogativas paternales el hacer de un niño un bruto; por el contrario, el deber del Estado es hacer de un niño, no solo un hombre, sino un buen ciudadano.
Por esta razon, el cuidado del Estado, en su calidad de tal, es la instruccion primaria y no otra, porque las carreras profesionales no pueden considerarse como elemento fundamental para la prosperidad pública; mejor dicho, no pueden incluirse entre los deberes del Estado.
Como hemos dicho, las escuelas se dividen en tres clases: primary schools, grammar schools, high schools: estas escuelas se recorren en doce años, y en ellas se aprende:—
Lectura, escritura, dibujo, música, gimnasia, gramática, lengua materna, lenguas extranjeras, geografía, historia, aritmética, álgebra, geometría, trigonometría, física, química, historia natural.... Este es el conjunto de conocimientos puestos al alcance de todo el mundo, y que sirven á su vez para entrar á cualquiera de las carreras profesionales.
Además de estas escuelas, las hay nocturnas, dominicales, y con determinados objetos, entrando en esto la competencia de las sociedades de beneficencia, corporaciones religiosas y aun asociaciones mercantiles é industriales.
Siempre el local en que se sitúa la escuela es un local ad hoc, bien ventilado, y en que se atiende á la vez á las condiciones físicas y morales de los niños.
El presupuesto de la ciudad de New-York para la conservacion y mejora de las escuelas, se eleva algunas veces hasta tres millones de pesos.
Hé ahí mis ideas mal expresadas sobre la instruccion[222] pública, es decir, los conocimientos que tenia á mi llegada á California; faltábame ver la práctica, y con este motivo me acompañé de Joaquin Alcalde para visitar la escuela de Lincoln, á cuya visita fuimos invitados por el caballeroso jóven Godoy.
La escuela de Lincoln es un grandioso edificio de dos pisos, coronado por extensa cornisa y rematando en almenas airosas.
El primer piso se compone de una série de salones para las distintas clases, divididos por amplios corredores que reciben las escaleras del primer piso, que es exactamente igual.
La fachada es maciza y severa; pero la alegran vistosos árboles y plantas, y la circunda un elegante barandal de fierro.
A la derecha del espectador, al pié de la ancha escalera del pórtico, se levanta dulce y llena de majestad la estatua de Lincoln, en ademan de invitar á que pasen al establecimiento.
Cuando nosotros entramos eran las nueve y media de la mañana: la persona que nos iba á mostrar la escuela, y es uno de los maestros de mayor categoría, cuyo nombre siento no recordar, se ocupaba en un pequeño despacho en que está la portería, en preparar una leccion sobre objetos.
Abandonó el preceptor su ocupacion, y nos dijo:
—Falta poco ménos de media hora para que los niños tengan sus ejercicios gimnásticos; pero les llamaremos como alarma de fuego, para que vdes. vean á los niños reunidos y juzguen en parte de la disciplina del establecimiento.
Subimos al primer piso y se dió la señal de alarma; oimos al instante un ruido tremendo sobre nuestras cabezas y en el primer piso; pero no desordenado, no tumultuoso, sin que á nadie se escapase un grito, ni hubiera señal del más leve desórden.
Sonaron dos golpes precipitados; entónces, por todas las escaleras que de distintos puntos se desprenden y vienen á convergir al lugar en que nos hallábamos, para derramarse y salir á distintas puertas, salieron rios de muchachos que se precipitaban; pero en hileras, en marcha uniforme, viendo á todos lados, como inquiriendo el lugar del incendio.
Eran cerca de mil los niños que, como raudales, veiamos descender de las alturas; niños desde ocho hasta doce años, perfectamente aseados y peinados, con sus amplias chaquetas, sus holgados pantalones y su lustroso calzado.
La marcha continuó acelerada, porque todas las operaciones se habian verificado en instantes, hasta tocar los niños en las puertas, sin ningun accidente.
—Vea vd. lo que es el órden: bajando en peloton estos niños por las escaleras de madera, me decia Alcalde, habria habido lastimados y atropellados, y habrian tardado doble tiempo.
—Nosotros, dije á Alcalde, en odio al militarismo, vemos de reojo estas formaciones dentro de las escuelas: ellas se prestan á las monerías, empujones y juegos de los niños; pero no tenemos razon: basta solo con la ordenacion de los movimientos, la compostura en el andar, el brío y el despejo de la marcha, para recomendar tal sistema.
Impacientes esperaban los chicos en las puertas, tal vez el toque de salida y dispersion, cuando la campana, porque con[224] campana se daban las señales, llamó á la turba á los patios del gimnasio.
Cesó la alarma, en la misma formacion; pero con la alegría en todos los semblantes, volvieron los jóvenes á los patios, en donde entraron despues de ciertos toques, saltando, gritando, confundiéndose, llenos de contento.
El gran patio del gimnasio se divide en dos secciones, por un gran jacalon central que forma caballete á la altura de las ventanas del primer piso.
Por una de esas ventanas saltó el preceptor, y en pos de él, un ágil muchacho que se terció al hombro la correa de que pendia un tambor, y tocó llamada desde el caballete.
Los chicos se formaron en hileras y por tallas, en ambas secciones del patio, y á los toques comenzaron en un lugar, distintos ejercicios de cabezas, de piés, de manos, de inflexiones y escorzos violentísimos.
Ya corria la luz en los movimientos de los piés, como haciendo olas en los claros que les dejaban los pasos; ya se veian las manos en alto como que aleteaban palomas blancas en tumulto singular; ya parecian los brazos partes componentes de una maquinaria que se estiraba y se encogia; ya los movimientos de las fisonomías centuplicaban las caras y habia como naufragios de ojos, de sonrisas, en mares de cabellos negros y rubios.
Alcalde se habia encaramado á la ventana contigua al caballete, y con su fisonomía animadísima y con sus movimientos, seguia los de los niños, haciendo yo acaso lo mismo, porque el Sr. Godoy nos advirtió á ambos que no nos cayésemos de la ventana.
A un toque, volvieron los niños á ordenarse y entraron en sus clases.
La escuela de Lincoln es grammar schools, es decir, escuela de perfeccionamiento de la instruccion primaria.
Los departamentos son varios, y en todos ellos hay un preceptor particular, combinándose para cada seccion de enseñanza, niños más y ménos adelantados.
En las paredes de todos esos departamentos, hay cuadros con dibujos de ornamentacion, figuras geométricas y retratos de los hombres eminentes de los Estados-Unidos.
La clase de deletreo es muy escrupulosa, porque no pronunciándose el inglés segun se escribe, para escribir propiamente se necesita un muy perfecto conocimiento de las letras con que cada palabra se escribe, y este ejercicio es aun de las clases que pudieran llamarse superiores.
Para la lectura se acostumbra mucho que todos los niños atiendan al mismo texto; uno lee en voz alta, y el maestro interrumpe, cerciorándose así de que los niños prestan la debida atencion.
En varias clases de aritmética está abolido el pizarron: con una pasta adecuada, se forma al rededor del cuarto una especie de guardapolvo (como de hormigon), á la altura de los niños, y esto permite que muchos á la vez hagan la misma operacion. Este pizarron no estorba á la vista y facilita mucho la enseñanza de la lectura, haciendo que los niños escriban letras, sílabas y palabras.
En cada departamento, la preceptora ó preceptor están en una plataforma que domina, tras un barandal de madera semicircular. Al entrar los niños, se ponian de pié: se nos presentaba á la preceptora ó preceptor, éstos hacian que los[226] niños mostraran sus conocimientos y despues nos invitaban á que les dirigiésemos la palabra, á lo que accediamos alternativamente Alcalde, ó yo, sirviéndonos de intérprete el Sr. Godoy.
Despues de recorrer varias clases, descansamos en el cuarto del profesor, á quien agobiamos á preguntas, lo mismo que al Sr. Godoy. De esto, y de algunas lecturas, formé las ligeras apuntaciones que van á ver mis lectores, siempre que Dios les dé paciencia para ello:
El número total de niños registrados en las escuelas del Estado de California, de 5 á 17 años, es de | 130,930 | ||||
Asistencia constante, término medio | 78,027 | ||||
Niños que no asisten á las escuelas | 39,646 | ||||
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Ingreso anual para la instruccion pública | $ | 3.390,359 | 00 | ||
Egresos | ” | 2.701,863 | 34 | ||
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Número total de escuelas en el Estado | 2,190 | ||||
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Valor de la propiedad de las escuelas de San Francisco | $ | 5.068,678 | 30 |
La administracion de la instruccion pública en San Francisco se compone de doce miembros, de los que se cambia un tercio cada año, con un superintendente de escuelas, un diputado, un secretario, un escribiente, un copista y un mandadero.
La poblacion total en la ciudad de California se estimaba, en 1875, en 234,000 habitantes, y niños aptos para concurrir[227] á las escuelas, 41,029. De éstos habia registrados en las escuelas públicas, 32,175, y en las privadas, 6,094.
Los sueldos de preceptores y preceptoras son, desde seiscientos á cuatro mil pesos, permitiendo estas altas dotaciones el ingreso al profesorado de la primera enseñanza, de personas altamente notables. En California hay la profunda conviccion de que sin decentes dotaciones á los maestros, es imposible la buena enseñanza. Nosotros solemos dotar maestros, sirviéndonos de norma el salario de los cocheros.
Hay escuelas conocidas con el nombre de Cosmopolitas, en que se da la instruccion á un tiempo, en francés y aleman.
Las escuelas nocturnas, en que se admiten, sin distincion toda clase de personas, sea el sexo, la edad y la procedencia la que fuere, hacen mucho bien. Hay maestros de dibujo y de música, para los que da el Estado 10,500 pesos.
El costo del edificio de la escuela de Lincoln en las calles 5.ª y Mercado, cerca del edificio de la casa de Moneda, fué de 125,000 pesos.
—Bueno será que deje vd. sus apuntaciones, me dijo un polluelo alegre que habia ido en nuestra busca; eso, continuó señalando mi escrito, para tratado es muy diminuto, y para apuntaciones al correr la pluma, dan sueño.
El chico tenia razon: despedímonos del preceptor que nos habia guiado, significándole nuestro profundo reconocimiento, y quedando realmente admirados y envidiosos de la grandeza y de la importancia que da California á la instruccion pública.
—No todo ha de ser Valle de lágrimas, ni todo Fidel, estar como un santo de piedra sin despegar los ojos del libro: ¿no sabes tú que hay máscaras? ¿no sabes que el dios de la locura agita su sonaja y hace repicar los cascabeles de su cucurucho? Disponte, que esta noche se arde el teatro y la vida es bastante amarga, para desperdiciar la ocasion de echarle unas gotitas de miel.
—¿Con esas á mí, eh? ¿con esas? Pues voy al baile, y llevando esta mismísima cara, hago un máscara á pedir de boca: cuenten vdes. conmigo.
Esto dije á mis amigos, Lorenzo, Manuel y Pablo.
Ocupado con tan sério compromiso, me dirigí á la casa de las Sritas. S. y C., como lo tenia pensado; ardia el mundo de entusiasmo, y los preparativos estaban en todo su ardor.
En general, los saloncitos de recepcion de las casas tienen como pared, bajo un elegante arco, dos lienzos corredizos de tablas, que retirándose, se convierten en un salon elegante en las circunstancias graves, y para el ordinario servicio, uno de los saloncitos funge de comedor, asistencia ó gabinete.
Las piezas estaban de telon corrido, viéndose por un extremo, mesa, aparadores, cuadros y muebles de un comedor elegante, y por el otro, piano, sofaes, espejos, consolas, cuadros, candelabros y floreros para salon.
La juventud y la hermosura reinaban: veíanse por aquí afanosas costureras pegando listones y sembrando flores en los trages, que en abultadas ondas caian de los sofaes á la alfombra; por el otro extremo, chicos de buen carácter arreglando sobre la mesa del comedor, cascos y plumeros, mantos de templarios y luengas cabelleras.
Las señoras en un rincon preparaban, para las niñas, peinados, joyas, guantes y cuanto su vanidad maternal les sugeria, para la compostura de las hijas.
Ya se deja entender la animacion de los diálogos, las monerías de las presumidas, que con todo les parecia estar mal y ponerse en ridículo: los recuerdos de las ancianas, los planes de los primitos y los amigos íntimos.
Y al pedirse del hilo, y al valuar el colorete, y al dame ese carrete, y dónde están las tijeras, se interponia una copita de chericordial ó de rompope, ó circulaba un vaso de coptail entre los polacos, ingleses, italianos y mexicanos, que formábamos el grupo masculino.
Es de advertir que por aquellos dias estaban en toda su boga los Valentines: estos Valentines son obsequios de principio de año, por todo el mundo hechos, y recibidos por los papás y mamás más cerriles.
El obsequio del Valentin ó cortejo consiste en cajitas, cuadros y chucherías, envueltas en papeles picados, y llevando en su centro sentencias, versos, ardientes declaraciones de amor y sátiras más ó ménos picantes.
La gracia del Valentin es conservar el más riguroso anónimo, y esto da lugar á chanzas y pesquisas, de que sacan inmenso partido, el amor, el placer y la inocente amistad.
Como es de suponerse, hay Valentines intencionales, y entónces son valiosas cajitas con dulces y alhajas, porta-bouquets de concha, caracoles, nueces y huevos con ricas joyas, ó por el contrario, algun chistoso envía un rizo de canas, una disciplina, ó una caricatura que hace ver estrellas á la obsequiada.
Por supuesto, á las muchachas en cuya casa estaba les[230] habian llovido Valentines. A Ernestina le enviaron una cajita deliciosa, con unos versos ingleses lindísimos, pegados á una áncora de oro (sospecho que era un marino el Valentin); á Virginia, que es como un dulce de agradable, le dirigieron, entre otros Valentines, un guante trunco y un letrero que decia: “Busca el compañero,” y una judía, Raquel, seductora como la beldad bíblica de quien lleva el nombre, recibió en una cajita de ébano un pensamiento, y en el centro un riquísimo diamante, figurando una gota de rocío. En la cajita estaba incrustado, en menudísimas perlas, este nombre: “México.”
Y á la muy linda muchacha Mery le dispararon una caricatura en que acariciaba á un vejete su galan, á quien la preciosa niña profesaba especial antipatía, por meloso y farsante.
La niña lloraba de cólera y se hacia mil conjeturas.
Los Valentines daban especial atractivo á las máscaras.
A las diez de la noche la comparsa estaba lista.
Pusiéronse en marcha los disfrazados, y las mamás y yo tomamos rumbo diferente para no denunciar á nuestras amigas.
El baile se verificó en el gran salon de Platt, calle de Montgomery: brillaba el edificio como un incendio, formaba ráfagas y labores el gas en la techumbre, y reverberaba en globos de cristal apagado y en lámparas y vasos de colores.
La orquesta, desde el palco escénico, derramaba á torrentes la armonía. En un extremo del proscenio se veia un dosel magnífico: bajo él habia majestuosos asientos.
Aquel lugar debian ocuparlo, á cierta hora, los jueces ya nombrados, que debian adjudicar premio á la dama mejor[231] vestida, al máscara que mejor caracterizase su papel y al bailarin ó bailarina que más se hubiera distinguido en el arte de Terpsícore.
A la entrada del teatro se encontraban los que recibian los boletos, los que recogian sombreros y abrigos, y los comisionados del buen órden del baile, con luengos listones con flecos de canutillos pendientes del ojal del frac.
En el fondo del salon y en uno de los costados, se veian grandes cuartos con cantinas y espléndido servicio de licores, refrescos y cenas.
El conjunto de la concurrencia era espléndido, los corredores y galerías estaban llenos de gente, que no se mezclaba con las máscaras, y sí en las bancas que rodeaban el salon.
Odaliscas, rusas, gitanas, garbosas andaluzas, druidas y hadas vaporosas, cruzaban por aquella atmósfera de luz, armonías y perfumes, entre guerreros, sacerdotes, caballeros de la edad média y figurones grotescos, con caras de perros, de patos y de leones.
Pero no habia bromas de carnaval; tal cual francés, vestido de mujer, con insolente descoco daba patadas y hacia cabriolas; el yankee se ahogaba, tiraba la careta y seguia andando con su vestido carnavalesco, como si estuviera en sus negocios.
Un vejete de calzon corto y sombrero de tres picos, con un farolillo en la mano, iba, como Diógenes, en busca de un hombre.
Las ladies provocaban con sus llamamientos á verdaderos autómatas, y no ví nada de más soso ni de más desgarbado que aquel baile de máscaras.
Iban á dar las doce de la noche, las cantinas estaban llenas[232] y el salon vacío. Se anunció la marcha de los premios; tomaron sus asientos los jueces; los máscaras, con gravedad oficial, emprendieron su paseo.
¡Qué magnificencia de trages! ¡qué lujo de atavíos! ¡qué esplendor de formas en las damas! ¡qué indiferencia y qué frialdad en la mayor parte de los machos!
Cesó la música, y se proclamaron los nombres de los premiados.
Una bella italiana vestida de reina, obtuvo el premio de la elegancia; premio que consistia en un schal de seda y una bandeja de plata.
Se escuchó caluroso aplauso de parte de los hombres; un rumor sordo de descontento contra la parcialidad de los jueces.
Al viejo del farol, modelo de sandez y de tiesura insulsa, le adjudicaron como recompensa, un reloj de oro. Y el premio lo recibió en medio de aplausos irónicos, que contribuyeron no poco á extender el buen humor.
Por último, el lauro del baile lo otorgaron á una lady sacudida y despierta, que fué resultando hombre al recibir un precioso anillo con un zafiro.
Dispersóse la concurrencia; pero se dispersó para agolparse al rededor de un máscara que concentraba la atencion universal y merecia unánimes aplausos.
Tenia el máscara bien asentado sobre la espaciosa frente, un sombrero blanco, ancho, con gruesas toquillas y flecos de oro. Chapetas de diamantes que figuraban águilas, y ribetes de galon de oro.
Caia sobre sus hombros finísima chaqueta de ante, con botonadura y agujetas de plata, llena de bordados y alamares[233] como dolman, y una pantalonera de casimir café, con botoncitos de filigrana de oro, de los que cada uno podia pasar por una joya.
La camisa, las alhajas, el calzado, y sobre todo, las maneras, decian que aquel payo era un distinguido caballero mexicano.
El ranchero mexicano hablaba inglés, francés, italiano y español perfectamente, sin serle desconocido el aleman, aunque no hablaba en ese idioma. Era el mexicano chancero y alegre; pero encerrándose en la más delicada finura, usaba de chanzas discretas con los jóvenes, á los viejos decia palabras sesudas, y era tan galante con las damas, que le hicieron su favorito y fué el rey de la fiesta.
Yo estaba encantado: lo inesperado de la aparicion me tenia lelo y orgulloso; el jóven era mexicano, conocia nuestra vida en lo más íntimo; pero no sospeché siquiera quién fué quien nos dió aquella sorpresa de carnaval.
Entónces tuve motivo de conocer á la multitud de gente de California que ha estado en México, que ha hecho en él su fortuna y que ha dejado en todos recuerdos agradables.
El mexicano fué conducido en triunfo á la cantina, se destapó Champaña, se dijeron bríndis, se vitoreó á México, y no lograron, ni la cortesía, ni la hermosura, ni la confianza loca, alzar el velo del extraordinario personaje.
Despues de mucho tiempo, en una tertulia privada, invitaron á la linda judía Raquel á que tocase el piano.... cuando lo estaba pulsando, reconocí en uno de sus dedos de marfil, hecho anillo, un botoncito de filigrana con una piedrecita preciosa en el centro, y tal me pareció que pertenecia al equipo del rancherito mexicano.
En cambio, otro de mis compañeros se empeñó en seguir á una circasiana espléndida; salió con ella del baile.... y en los extremos de la ciudad.... se quitó la deslumbradora vision la careta, y era.... una negra, feroz, desastrada, amenazadora, hombruna, ronca, que le hizo correr á todo escape hasta el hotel, donde llegó como quien se ha salido de las garras de un tigre.
El correo.—La aduana.—El Hipódromo.—Caballos trotadores.
ENTRE las calles de Battery y de Washington está colocado el correo, en conyugal armonía con la aduana, lo que no concuerda con la grandeza que tienen en general las construcciones de California.
Es un edificio aislado con avenidas á los cuatro vientos, con escalinatas y columnas á cada frente, y que pasaria por un bello edificio si no estuviera en California.
Poco tiene que ver el edificio en los corredores que sirven de despacho, porque formándole altas paredes los cajoncitos de apartado, la comunicacion entre el público y los empleados, ó son buzones con las diversas carreras de correspondencia, ó son postigos en los que se venden estampas,[236] se requisitan certificados y se dan las poquísimas cartas que se ponen en lista.
Las operaciones de cambio y situacion de dinero están en otra oficina separada, aunque conexa y en el mismo edificio del correo.
Pero si es cierto que no llamó mi atencion el edificio, sí me pareció muy digno de atencion y de alabanza el servicio postal, por más que se noten grandes abusos.
En la conciencia del gobierno y en la del último de los ciudadanos está que la comunicacion es la respiracion, que el servicio postal debe estar al alcance, no de la última aldea ni de la última choza, sino del último de los ciudadanos.
Despues de levantada del suelo la colonia naciente, entre la primera y segunda casa, hay una lata, una piedra, una carreta, en que está escrito Post office, y no importa que no haya comunicacion ni que se derroche en el aprovechamiento de los especuladores: la balija lleva el hilo misterioso que une todos los vínculos sociales con aquel ó aquellos hombres que parecen olvidados en los desiertos.
Se cree que donde está un hombre asiste la patria entera, para darle á entender que pertenece á la gran comunidad social.
La bondad del servicio del correo se mide por la extension, la regularidad, la seguridad y la violencia de los servicios que presta, no por sus rendimientos.
En México tuvimos un administrador de correos, que formó á su antecesor una reputacion de despilfarrado, porque extendió varias líneas de comunicacion, y el muy bárbaro se jactaba de tener catorce mil pesos en caja, sin pensar en crear una sola vía nueva para la correspondencia. Lo[237] singular es que el gobierno y el público aplaudian á dos manos al inservible pero honradísimo administrador.
El solo condado de California tiene más de mil administraciones de correos, y Nuevo-México más de cien, con todo y ser un país casi desierto.
En la naciente ciudad de San Francisco se distribuyen de cuatro á seis mil cartas diarias, y veinticinco mil, tambien diariamente, en todo el Estado. Además, mensualmente se dirigen á China y al Japon seis mil cartas, cinco mil á Australia, á la América central cuatro mil, y sobre seis mil se reparten entre las islas de Sandwich, Alasca y otros puntos.
Para la proteccion de carreras extraordinarias, se gastan veinticinco mil pesos por semana.
El número de periódicos que se reciben es enorme, y se calculan por toneladas para la valuacion de los fletes.
Un pequeño ejército de empleados da cumplido lleno á las diferentes labores del correo: cincuenta y cinco se emplean en lo que se llama servicio de puertas, es decir, recibir y repartir la correspondencia en el interior de la oficina, treinta fungen como agentes y escribientes, y cuarenta trabajan con la denominacion de mensajeros ó colectores (carteros).
El servicio de la ciudad se hace por pequeñas cajas de fierro, fijas en las columnas que sostienen los faroles del gas. Tres veces al dia recogen la correspondencia de esos buzones los carteros, y tres veces reparten las cartas con la mayor puntualidad.
El cartero deja las cartas á los porteros, y cuando no hay porteros, usa un silbato para avisar su llegada á una casa, y que estén pendientes los que en ello tengan interes.
La proteccion al correo es decidida; no hay circunstancia alguna, por grave que sea, que embarace su tránsito, y cuando el cerco es más riguroso, por ejemplo, en un incendio, el correo se abre paso con solo anunciarse.
A veces, mejor dicho, con mucha frecuencia, se llenan las cajas ó buzones de la correspondencia que están en las calles; el público no se detiene por eso, continúa poniendo cartas y periódicos sobre la tapa de la caja, á la vista y al alcance de todo el mundo, sin que se dé el caso de que se pierda una carta, ni de que nadie se atreva á tocar aquellos papeles, puestos bajo el sagrado de la confianza pública. Este solo rasgo hace la apología de un pueblo.
Ya hemos indicado que del edificio de la aduana no se puede hacer una descripcion especial, confundida, como está, con el correo, y teniendo las oficinas un carácter provisional y una adicion en otro edificio que está á la espalda del correo.
Por lo demás, la aduana de San Francisco se considera que ocupa el cuarto lugar en importancia entre los Estados-Unidos, siendo solo inferior á New-York, Boston y Baltimore, pero superior á Filadelfia y Nueva-Orleans.
Las embarcaciones que entran en el puerto anualmente, son 45,000, que miden más de millon y medio de toneladas anualmente.
Las embarcaciones proceden de Europa y los mismos Estados-Unidos, China, Japon, Indias Occidentales, Polinesia, Sur América y casi todos los puntos del globo.
Se calcula el importe de los derechos aduanales solo en San Francisco, en ocho millones de pesos anualmente, y el valor de las exportaciones es de veinticinco millones por dicho puerto, y las extracciones de todo el Estado cerca de sesenta.
Por supuesto que en esa suma están incluidos los productos minerales. Pero la sorprendente grandeza de California se debe en gran manera á su puerto de depósito, del que no me ocupo, porque ya ven mis lectores que voy con la maleta debajo del brazo y escribo mis apuntaciones sobre la rodilla. Por lo demás, en mi obrita de economía política he tratado con la extension debida esta materia, repitiendo hasta el fastidio que los puertos de depósito son una necesidad imperiosa para todo el país, y para los pueblos de Occidente una tabla de salvacion......
—¿Y qué me quieren vdes.? dije á mis amigos que entraban por mi puerta, dejando libros y poniendo á un lado los números que tenia en rigurosa formacion para escribir sobre la aduana.
—Queremos, me dijo Pablo, con su hosquedad que no lo abandona jamás, que cumplas tu palabra á los amigos á quienes tenemos esperando en el Hipódromo.
—Te sobra la razon; van á ser las doce y á las once fué la cita: si de que me veo con ciertos librejos delante, me pongo cerrado de mollera, como guarda de garita ó lector apasionado de El Flos Santorum. Allá voy.
Y diciendo y haciendo, zambullí la cabeza en el agua, me[240] pasé los dedos por entre los cabellos, que es en lo que consiste mi toillet, y fuí á acabarme de vestir y á ponerme la corbata á la puerta de la calle, como lo tengo de costumbre, cuando no se me olvida la tal corbata.
Instaléme con mis tres compañeros en un carruaje abierto, cubriéndonos muslos y rodillas con voluptuosas pieles de lobo marino, y partimos para el Hipódromo, que se halla á un lado del Parque, por donde hemos paseado ántes de hacer conocimiento con Cliff-House.
El Hipódromo es de la propiedad y está bajo la direccion del Jockey Club, asociacion instituida para el desarrollo y mejoramiento de la raza caballar.
La parte exterior del Hipódromo es un segmento de círculo, en donde se ven tránsitos, corredores y escaleras para distintos departamentos.
La entrada es como la de nuestras plazas de toros.
El segmento de círculo que hemos visto exteriormente, está ocupado por cuádruple galería de amplios tránsitos comunes, asientos ó bancos, y lumbreras con asientos para señoras.
Corona el lugar que describimos una amplísima galería llena de sillas, y en el extremo derecho lujosos asientos y privilegiados lugares para los individuos del Club, porque aquel es su departamento especial.
Limitando la galería se perciben ricos salones, cantina bien surtida y gabinetitos para comidas y refrescos.
Casi en la base de la gradería, y de uno y otro extremo, se encuentran situados los departamentos para caballos y ginetes, teniendo la preferencia los primeros, porque se trata de verdaderas alcobas, perfectamente entablonadas, con[241] sus lechos de paja, sus mantas, sus cortinas, sus útiles de aseo, su cuarto para el veterinario, y sus remedios para los casos que puedan ocurrir.
El Hipódromo tiene figura elíptica y su extension es de una milla, de amplia calzada, perfectamente terraplenada de arena menuda, y corriendo entre dos cercas de tabla que forman valla. El ancho del carril serán diez varas.
En la elipse interior que forma la valla, se levanta el tablado de los jueces, con vista á todos lados, y bajo su techo una mesa, reloj, ampolleta y recado de escribir.
Al rededor del tablado, y en el amplio espacio que deja la cerca del Hipódromo, discurren los facultativos, los íntimos y los que ensayan sus caballos y ajustan sus partidos.
Al dirigirnos al Hipódromo, en competencia con multitud de carruajes y caballos, distinguiamos á lo léjos, en todas las alturas que rodean el circo, un gentío inmenso, que realmente hacia desaparecer lomas y colinas, sobresaliendo en la figura de las eminencias, y siguiendo su forma, lujosas calesas, ágiles tilburis, arrogantes faetones y caballos lindísimos.
En la parte interior del Hipódromo formaba masa compacta la concurrencia: los hombres permanecian de pié en las gradas. Las damas formaban orlas encantadoras entre sus trages de pieles, flores y plumas, y la luz jugaba en las sombrillas, en los velos y en los rizos de las hermosas.
No habia carreras; la competencia se habia anunciado con caballos trotadores, con tales particularidades y con circunstancias tales, como si se tratara de los héroes de la Iliada.
El orígen de caballos y yeguas, sus retratos, los caballos históricos que habian ilustrado la genealogía de cada corredor, con altas proezas y referencias á sus títulos de nobleza ó blasones escrupulosamente registrados.
El programa de la funcion á que asistiamos era igualmente minucioso. El peso de los vogues, el de los aurigas, el nombre y color de cada cuadrúpedo, la cantidad de las apuestas, los nombres de vedores, de jueces y de árbitros, todo se contaba en el programa, con especiales detalles y con una formalidad, como en el negocio público de mayor trascendencia.
Reinaba la confusion: á nuestra entrada, la concurrencia vagaba de los establos á los lugares de las apuestas, al tablado de los jueces, á las lumbreras y las gradas: de pronto se presentaron en la escena los primeros lidiadores.
El vogue es un quitrin de dos ó cuatro ruedas y caja de dos asientos; pero la diferencia entre el vogue comun y los corredores, consiste en que está suprimida la caja y hay en su lugar uno como asiento de albardon que sirve al conductor. La construccion de estos vogues es tan leve, las varillas del juego tan delgadas y ligeras, que parecen de alambre ó de hilo; se le figura á uno que desenredándose, se podian contener en un carrete. Hay vogue que pesa únicamente setenta y cinco libras; el peso comun son noventa libras.
Aparecieron, como digo, los campeones con sus cachuchas de prolongada visera, sus chaquetillas de seda, coloradas, verdes, azules, amarillas y otros colores, pantalon blanco de casimir ó punto, y borceguí á la pantorrilla, cubriendo el pantalon.
El Jockey, ó corredor, se sienta en la uña central del juego, abre de par en par sus piernas, las apoya en las varas que carga el caballo, é inclina su cuerpo hácia adelante; la figura que forma el conjunto, es grotesca, es como un pinacate cabalgando en una araña.
Los caballos eran lindísimos: cuello tendido, leve cintura, anca redonda; las piernas delgadas y ligeras como cañas de la India, el ojo ardiente, la nariz abierta, y las crines tendidas.
Cinco eran los adalides, sobre cinco rúbricas de fierro, moviéndose con tal ligereza y haciendo giros tan vistosos, que con razon animaban la concurrencia.
Los conocedores saltaron cerca de la valla; veian si el caballo metia el pié; si tenia puesto el forro para no chocar con la tierra dura el pié ó la mano; si el arnés estaba seguro; si el freno era adecuado, y entónces llovian las apuestas y tenian expansion las simpatías.
Fueron á las voces de mando encarrilándose los cinco campeones; los caballos, inteligentes, se observaban, husmeaban, inquirian con inteligencia suma el sonido de la campana, piafando, conteniéndose apénas.... en un momento inesperado, sonó la campana.... la concurrencia toda se puso en pié.... al fin partieron....
Confundiéronse los carruajes: en las sinuosidades del terreno, muy calculadas, aparecian los competidores para perderse y reaparecer de nuevo: los espectadores seguian con inquietud extrema la competencia.... un caballo negro hacia punta, seguíale un alazan.... despues un bayo; los otros caballos quedaban muy atrás.... se acercan.... se oye golpear la tierra con las herraduras de los corceles.... ya[244] llegan.... se duda si el alazan ó el prieto pisará la línea; al fin, el prieto cruza.... desembarazado, arrogante, victorioso.... la concurrencia aplaude con entusiasmo, las damas agitan sus pañuelos, el nombre del Jockey afortunado se proclama entre vivas y bravos!
Así se entablaron varias competencias hasta anunciarse la última, en que una yegua, cuyo retrato y biografía circulaban con profusion, saltó á la arena.
A la presencia de la yegua, abandonaron sus asientos los amatteurs y fueron á cortejarla como á una reina; la veian, la acariciaban, le prodigaban elogios, le decian: “encantadora señorita.”
El hermoso animal parecia comprender y se mostraba contenta de sus adoradores.
Se anunció la carrera, se cruzaron las apuestas, y casi sin esfuerzo venció la gran señora de las yeguas, marcando con un nuevo lauro su alta posicion.
Al terminar esta carrera, algunos de los individuos del Club nos invitaron á tomar una copa, y penetramos en los grandes salones, en donde habia distinguidas señoritas.
Yo no sé por qué singularidad de mi fortuna, uno de los más afamados conocedores me creyó inteligente, y por más que le protesté mi ignorancia, y no obstante llamar testigos para probar mi inutilidad, luego que concluyó la carrera, me llevó á la caballeriza de la yegua, donde recibia como una prima donna en su cuarto.
La yegua estaba arropada con una rica manta, se le daban paseos cortos, despues se le sirvió agua con los tragos contados.
El amigo accidental que me deparó la fortuna, se empeñó[245] en instruirme en lo que él creyó á pié juntillas mi especialidad.
—Hasta 1852, me decia, no se pensó en California en introducir caballos de raza pura procedentes del Ohio y el Kentucky; á la vez que llegaron los primeros caballos, tuvimos el gusto de recibir aquí á la famosa yegua llamada Blak Swan (cisne negro.) Esta dama corrió una carrera de diez mil pesos, pagaderos en ganado, contra un caballo mexicano cuyo nombre era Zarco, por cierto, soberbio animal.
Al comodoro Stockton somos deudores del primer caballo de las grandes razas inglesas, llamado Longfelow, porque ya vd. sabe que los caballos célebres tienen nombres de personajes célebres; un potrillo, su hijo, le acompañaba como si fuera príncipe heredero.
Ashlan, caballo finísimo, vino á vivir entre nosotros: los caballos de esas razas se vendian á diez mil pesos en el Sacramento, y llegaron á alcanzar de velocidad en la carrera, cuatro millas en 7 minutos y 30 segundos.
En 1864, M. Alexandre pagó quince mil pesos por Lexington, que era un caballo ilustre y ciego como Milton; cuando le burlaban decia que los hijos de Lexington valdrian tanto como sus hijos del comprador.
Por aquellos tiempos se verificó la famosa carrera de Norfolk y Lodi: corrieron esos caballos tres millas; el primero, en 5 minutos 27½ segundos; el segundo, en 5-29½: el vencido siguió disfrutando la consideracion que se habia sabido conquistar.
—Muchos progresos han hecho, continuó mi instructor, en cuanto al desarrollo de las más escogidas razas de los Estados-Unidos y Australia. Hoy por hoy, podemos lisonjearnos[246] de que la raza de California es de las más sobresalientes. Pero en lo que sí podemos tener ventajosa competencia con cualquier país del mundo, es en cuanto á los caballos trotadores. El Occidente, que es el primero de nuestros caballos de este género, trota una milla en 2 minutos 16¾ de segundo, y en tres millas, un caballo de carrera no le sacará de ventaja dos minutos.
Un viejo.—Comercio.—Recuerdos históricos.
PASEANDO una hermosa tarde, á pié, por las orillas del extenso Parque que conocemos, formamos corrillo, en la esquina de una calzada, varios mexicanos.
Nos rodeaban altos médanos: en una de aquellas quiebras que hace la arena, un carromato desvencijado, una tienda de lona, un caballejo flaco, haciéndose las ilusiones de pastar, y un grupo de mujeres, hombres y muchachos, sucios, abigarrados y siniestros, nos llamaron la atencion. Eran gitanos. Una mujer de tez morena, gruesos mechones de cabellos á la frente, ojos grandísimos y apasionados, y una boca guarnecida de blanquísimos dientes, con harapos flotantes sobre su arrugada frente, nos llamaba para decirnos la buena ventura.
Al extremo opuesto de la gitana, y á la entrada de unas elegantísimas calzadas del Parque, hay un bar-room espléndido, y en la esquina que forma, se veia cabizbajo un viejo inclinado sobre su baston, y pendiente de nuestro grupo que estaba muy cerca. El aspecto del viejo era como el de nuestros militares retirados, adorno del Zócalo y de los arbolitos.
Mugroso sorbete, arrugado pantalon de lienzo, y cabellos grises alborotados sobre la frente, y descolgándose sobre el cuello de la levita.
Como de costumbre, lamentábamos las desdichas de nuestra patria. Uno decia:
—Vea vd. esta tierra; para nosotros era desconocida, nadie le hacia caso, y no bien sale de nuestras manos, llueven sobre ella las bendiciones del cielo.
—Yo apénas sabia que existia la tal California; oí decir que habia un rincon de la tierra por aquí, en que frailes y soldados hacian cera y pábilo.
—Ahora es el paraíso; todos los encantos de la vida; todas las riquezas de la tierra, y un porvenir de grandeza que apénas alcanza á concebirlo la imaginacion.
—Es porque nosotros no tenemos hechura; cuando existia California para México, se sabia por los situados de Mazatlan y por los mordiscos que todo el mundo le tiraba al fondo piadoso.
—No seamos injustos; los presidios eran el gran medio de civilizacion del indio, ayudado por los misioneros.
—En eso hay su más y su ménos, decia otro: muchos dicen que léjos de mejorarse la suerte del indio, se empeoraba.
—Lo cierto es, hacia notar otro, que cuando la guerra de Tejas, ya muchos aventureros americanos, por sí y ante sí, habian tomado posesion de mucha tierra, y el puerto de Monterey habia tenido una invasion en forma.
El viejecito del baston, aunque disimulando, habia seguido con vivo interes nuestra conversacion, y más de una vez le ví en ímpetus de levantarse y tomar la palabra en nuestro corrillo; pero se reprimia y se fingia como dormitando.
Nuestra conversacion continuó bajo el mismo tema: nos dispusimos á retirarnos, y yo torcí solitario por la calle de Franklin, para la casa de la Sra. Cima, donde frecuentemente tomaba té al caer la tarde.
Apénas habria yo andado treinta pasos, separado de mis amigos, cuando noté que me seguia el viejecito del baston: suspendí mi marcha y le esperé, creyendo que llegaba en solicitud de un socorro.
Sin más preámbulo, y fijando en mí sus pequeños y animadísimos ojos, como dos chipas, bajo los tejados blancos de sus cejas, y abriendo su bolsuda y desdentada boca, me dijo:
—Todo eso que han hablado sus amigos de vd. es una sarta de mentiras, que prueban su ignorancia de la historia y su ingratitud para con los hombres que luchamos porque tuviera patria toda esa maldita canalla.
Yo veia atónito al viejo, me imponian respeto sus años, me subyugaba su mirada, me atraia el tono de majestuosa verdad que revestia aquella conmovida palabra.
Animado con mi atencion, continuó:
—Desde el tiempo del gobierno español se dió suma importancia á California; se dotaron las misiones, se protegie-ron[250] los presidios, se vió como rica joya y como llave del mar Pacífico.
Es una impostura histórica, continuó el viejo, pintar al indio amamantado por el cristianismo, entrando al goce de la civilizacion: el indio era tratado como esclavo, se le enervaba con el vicio, se le embrutecia con el fanatismo y se le degradaba como á la béstia.
El cepo, los azotes, la crueldad más impía se ejercia con esos hombres, cuya posicion aferraba á los salvajes en su libertad.
Ese Fondo Piadoso de California, léjos de servir para la conversion y alivio del indio, conforme á la mente de los fundadores, era instrumento de tortura, cebo de codicia y elemento de asquerosa corrupcion.
En California se dejaron frailes y soldados, que no eran ya los misioneros apostólicos, ni los jesuitas fervorosos que menciona la historia.
En cambio, el soldado no era el aventurero ávido, ni el asesino implacable.
La riqueza de California era ya conocida en 1844 y denunciada al gobierno.
El Sr. D. Manuel Castañares, digno representante del Departamento, decia al gobierno: “además de las minas de plata, se ha descubierto un placer de oro de treinta leguas de extension, y muchas minas de carbon de piedra.”
Yo vine á esta tierra de maldicion para México, decia con acento doloroso el anciano, con el patriota, con el sabio, con el gran general Micheltorena.
El, en las horas de corto descanso que nos daban las fatigas militares, nos instruia como un padre y nos hacia notar[251] que el trigo da seiscientos por uno, el maíz mil, el frijol quinientos.
El alentaba á los indios al cultivo de la caña, de donde sacaban azúcar que se exportaba.
Del cultivo de la jarcia daban testimonio las embarcaciones todas del Pacífico; del lino, nuestros vestidos y los de los habitantes de las misiones.
La nutria y el castor de California se enviaban de regalos á los magnates de México, y los periódicos europeos estaban cansados de llamar la atencion del mundo sobre la pesca de la perla y la ballena.
¿Queria aquel gobierno y todos los que le sucedieron más noticias? Diga vd. que en México, por la fatal organizacion de aquella sociedad, los que estaban fuera del presupuesto luchaban para derribar á los que estaban dentro de él, y que en esa tarea infame los ha de hallar la pérdida de la nacionalidad.
Miéntras aquella puja y aquel tráfico del poder, única industria de aquella clase média y de aquellos magnates ignorantes, fátuos y corrompidos, se efectuaba, habia aquí un puñado de mexicanos, con el general Micheltorena, sacrificándonos por la independencia.
Aquel jefe tenia á sus órdenes, para contener la rebelion, de hijos del país y aventureros, 195 hombres, de todo punto desnudos, con armamentos de diversos calibres, con cuatro paradas de cartuchos por plaza, con treinta pesos para dar de comer á toda la tropa, y veintitantos oficiales en el puerto de Monterey, sin tener quien les diera al crédito una sola libra de carne.
El general Codallos, antecesor del general Micheltorena,[252] fué modelo de honor y sufrimiento: éste hizo cotidiano el heroismo. Jamás le oimos exhalar una queja, nunca desmayó en las fatigas, su palabra elocuente nos reconciliaba con la patria, que parecia habernos condenado á la vergüenza y al abandono.
¿No se encuentra la Baja California en posicion semejante? ¿No tenemos las costas del Pacífico en peligros análogos? ¿No escucha vd. en los desiertos el grito de la locomotora llamando á los pueblos á la participacion del Progreso? ¿Quedarán Sonora, Sinaloa y la California como los príncipes del cuento indio, atados á sus columnas de bronce, de espectadores, retorciéndose de hambre, miéntras se entregan sus vecinos á los placeres en brazos de la opulencia?
¿Legitimará esta situacion la moral? ¿La humanidad? ¿No es hacer del patriotismo una virtud de pigmeos y de idiotas?....
La luz del sol poniente daba al viejo de espalda y presentaba sus contornos luminosos.... era terrible y bella para mí la presencia del viejo.
—Y no piense vd., continuó, que yo creo en ese paraíso que pintan sus menguados amigos. Yo trato con injusticia á este suelo, lo detesto, porque es para mí como la hija que se prostituye y nos insulta con su riqueza en brazos de su raptor.
Hay políticos venales como en parte alguna, al robo se le llama comercio, las niñas se embriagan y cambian el Champaña por el arsénico en el dia de su infortunio. El yankee dice á su hijo: si puedes tener dinero bien habido, tenlo; y si no lo puedes tener honradamente, tenlo tambien.
Pero hay en el fondo de esas iniquidades ciertos principios de vida propia, ciertos cimientos de derecho universal, cierta inviolabilidad del derecho, un acatamiento ciego á la ley, tanto, que esa espuma, esa borra impura, esas inmundicias, pasan sin perturbar la vida en sus condiciones esenciales.
Se alzará más y más el coloso en la inundacion de los pueblos; su grandeza misma lo derribará, y de las piedras que se esparzan nacerán pueblos, como nacian hombres del diluvio de Pirra......
El viejo se alejó hablando á solas.... y le pude oir: “México.... México,” con acento de ternura infinita.
Corrí tras el anciano, á quien ya queria y veneraba.... acerquéme á él.... le pregunté su nombre.... Vaciló un momento.... despues, con voz resuelta y bronca, me dijo: “Quede vd. con Dios”.... y siguió su marcha, proyectándose en el camino su sombra gigantesca, con su baston.
Preocupado con la conversacion del viejo del baston, promoví en mi visita conversacion acerca de lo que me habia hablado, y uno de los huéspedes de la casa, marino inteligentísimo y noble amigo de México, me prestó un folleto titulado: Coleccion de documentos relativos al Departamento de Californias, publicados por el ciudadano Manuel Castañares, diputado por aquel Departamento. Impreso en México en 1845.
En ese folleto encontré confirmados todos los conceptos emitidos por el viejo, y ellos forman la apología del ignorado representante de California.
En una nota del Sr. Castañares, fecha 2 de Agosto de 1844, dice:
“La revolucion acaecida en California en 1836, se verificó[254] por los hijos del país, pero instigados por los americanos y apoyados por el llamado capitan Green, que á la cabeza de un respetable número de rifleros, secundó el movimiento que, sin este auxilio, no hubiera podido triunfar de las tropas del gobierno; pero aun hay más en contra de la pequeña seccion militar que existe en California, y es esto: en el interior del Departamento se encuentran al pié de dos mil americanos armados, que en su mayor parte viven al pié de la Sierra de Santa Cruz.”
Hablando de la riqueza del país, y bajo el rubro de “Pesca de pieles,” se expresa en estos términos:
“Es incalculable la riqueza extraida de Californias en este ramo. La abundancia de la nutria de agua salada era en tal extremo, que los marineros de los botes, al tiempo de pasar sobre el zargazo, las mataban con los remos. Es admirable la exportacion que se ha hecho y aun se hace del castor, nutria de agua dulce y otras pieles. Respecto de la nutria de agua salada, calculan los marinos, que hace muchos años recorren aquella costa, que puede llegar al número de cincuenta mil pieles las extraidas en los años de 1830 á 40. Del castor y nutria de agua dulce es incalculable, porque éste lo sacan los hijos del país, los extranjeros establecidos en él, porcion de compañías americanas y canadenses, que vienen á Californias con este exclusivo objeto; y las tribus bárbaras hacen tambien caza de pieles para cambiarlas á dichas compañías por los efectos que traen, y que tanto halagan con ellos al salvaje.
“Don Cárlos Augusto Sutter, dueño del establecimiento de campo conocido con el nombre de la Nueva Helvecia, situado en las márgenes del rio Sacramento, fué nombrado[255] por el Sr. D. Juan B. Alvarado, juez de paz de su establecimiento y comandante militar de aquel rumbo casi desierto.”
Continúa el Sr. Castañares:
“Puerto de Depósito.—Desde el año de 1825 se ocupó ya de este asunto una junta nombrada por el supremo gobierno para proponer los medios más conducentes al progreso, cultura y civilizacion de las Californias. Desde entónces se conoció la importancia que podria cobrar esta península mexicana por su situacion topográfica en el comercio del Asia, haciéndola el centro de las especulaciones que las diferentes partes de Europa emprenden con la China. Se propuso por aquella ilustrada junta el establecimiento de una compañía de comercio directa con el Asia por el mar Pacífico en el puerto de Monterey, que deberia denominarse: “Compañía Asiático-Mexicana, protectora del fomento de la Península de California.”
Por último, como un grito de desesperacion terrible; como una profecía espantosa; como un anatema, se repite en ese cuaderno, hablando al gobierno: “Si no atendeis pronto á California, se pierde sin remedio!”
¡Cuán dolorosas reflexiones me sugirió la lectura del interesante cuaderno á que acabo de referirme.
Nuestra inmensa costa del Pacífico propicia como las Californias al comercio con las otras Américas y con el Asia, se encuentra en completo abandono. Sus desiertos, su sistema fiscal, sus caminos, todo la condenan á la absorcion de los Estados-Unidos, y á ello coopera la ceguedad de los gobiernos y su respeto á los bastardos intereses que mantienen en sus puestos á los politicastros de la capital.
No hay remedio: si en la lucha indeclinable de intereses con los Estados-Unidos está de nuestra parte la barbarie, la repulsion y la indolencia, y de parte de ellos la civilizacion, la confraternidad y el trabajo, la derrota será nuestra, pronto, y lo que es más doloroso, con aplauso de la humanidad entera.
Si tiene un inmenso puerto de depósito San Francisco, convirtamos nosotros en puertos de depósito, desde la Baja California hasta Acapulco; si llama San Francisco la colonizacion por medio de sábias leyes y de franquicias, mejoremos esas leyes y séamos más liberales; si aquellos inquietan á los chinos, llamémoslos nosotros con mayores atractivos.
El arancel americano es absurdo y sacrifica á la codicia del Norte y del Este los intereses del Sur y del Oeste; en esa tarifa hay una cotizacion insostenible: declaremos libres de todo derecho los artículos gravados por ellos, y veremos efectuarse una revolucion que nos sorprenderá á nosotros mismos.
La creacion del ferrocarril de Veracruz, tiene dividida á la República y condenados á los Estados distantes de la vía á la miseria y á la muerte, entre tanto los Estados de Occidente oyen los gritos de la locomotora del Pacífico ofreciéndoles salvacion. No volvamos la espalda á esta situacion, atendamos á esos Estados, porque se perderán sin remedio, como decia hablando de California su diputado Castañares.
Muy loable es el empeño para extender la línea de ferrocarriles, ligando al Atlántico con el Pacífico; pero en mucho se esterilizarán esos esfuerzos, si no se procuran cambios, si los ferrocarriles no dan consumidores; si esas arterias no[257] llevan sangre, ¿de qué servirán? La cuestion hacendaria de México es su cuestion social y política, y solo un conjunto de medidas sábias puede proveer á las necesidades del Occidente y de nuestras fronteras.
Pero ya se encargará algun rábula de algun Club de proponer la panacea para nuestros males públicos, exagerando el proteccionismo.
Fijemos sobre todo nuestra atencion en que esas familias y esos capitales que ingresan á San Francisco procedentes de Sonora, Sinaloa y la Baja California, aunque parecen abandonar nuestro suelo accidentalmente, quitan vigor, trabajo y recursos de subsistencia á los pueblos que abandonan, presentando contrastes que ceden en mengua y en empobrecimiento de nuestra patria.
Esos hombres han emigrado por el pésimo sistema de impuestos, por las extorsiones de los jefes militares, por los robos oficiales que se llaman préstamos forzosos, por el plagio oficial que se llama leva y por el estúpido provincialismo que repele y ahuyenta todas esas poblaciones, que al principio escuchaban con espanto y odio los amagos de anexion al Norte, y que hoy han perdido mucho de su energía patriótica.
Muy tristes consideraciones me sugirió el cuaderno del Sr. Castañares, y quién sabe hasta dónde las habria extendido, con riesgo de dormir á mis lectores, cuando tocó á mi puerta Gomez del Palacio.
Laborio de minas.—Un almuerzo.
VEN, Guillermo, oirás una conversacion de unos mineros, de la que puedes sacar partido para tus apuntaciones: están en mi cuarto, y les he dicho que iba á tener el honor de presentarte.
Diciendo y haciendo, me puse al lado de Francisco y entramos á su cuarto.
Rodeados á la pequeña mesita que fungia de escritorio de mi amigo, se encontraban tres personajes, que por ser característicos, me voy á dar el trabajo de bosquejar.
Era el uno Mr. Wood, de nueve arrobas de tara, con cada dedo como un morillo y con cada pié como una canoa traginera; de la piel de su cara escarlata habria podido salir una tambora.
La frente aplastada y ancha, los ojos azules, parapetados[260] en los carnudos pómulos, el cabello blanco, cayendo en hilos separados sobre sus hombros y espaldas.
Negro leviton, con la figura de un baul á medio abrir, y uno de esos sombreros puntiagudos, desgobernados, de ala ancha y accidentada, que solo se ven en la cabeza de un yankee.
Ese tosco campesino; ese hombre de carcajada franca y estrepitosa, con una dentadura de marfil luminoso, con su pipa de palo apagada en la diestra, y su pulgar de la mano derecha negro de tabaco; ese tiene más de tres millones de pesos, su casa es como un palacio y se trata como un príncipe.
El otro que está á su lado, con la espina dorsal doblada, dando su rostro casi sobre sus rodillas, cayendo su pelo castaño como una cortina sobre su rostro, con una enorme navaja en la mano, puliendo, como distraido, un palito, volviéndose á cada instante para escupir el negro tabaco que masca grosero; ese, es Mr. Keen, accionista de minas, que en los Stokes ha perdido y ganado inmensas fortunas; hombre de negocios, manejador de plata.
El tercero, de sombrero blanco, elegante porte, rica cadena de oro, pálido, rubio, nariz puntiaguda, boca pequeña, escasa patilla y barba rasurada. Es ingeniero de minas: está con el pié derecho sobre el sofá, inclinado sobre la mesa, tiene una de sus manos en el bolsillo del pantalon, cuyo bolsillo encierra llavero, lápices, medidas, compases, navajas, y no sé cuántos útiles que suelen sacar las narices y desaparecen en aquel antro que hemos titulado bolsillo. Este ingeniero, á quien llamaremos Mr. Swift, es hombre de números, y por consiguiente, encanto de los negociantes.
Los caballeros con quienes acabo de dar conocimiento á mis lectores, iban á consultar al Sr. Gomez del Palacio sobre una escritura de Compañía, porque es de advertir, para orgullo nuestro, que el Sr. Gomez del Palacio es conocido de toda la gente de valer de los Estados-Unidos, no solo como eminente jurisconsulto y hombre próvido, sino como muy entendido en negocios y como hombre que escribe con la mayor cultura y correccion el idioma inglés. Por otra parte, un hombre tan distinguido y considerado como Mr. Cushing, es el amigo de Gomez del Palacio, amigo á quien mucho estima, y esta es una gran recomendacion en aquellos países. Muchas de las consideraciones que yo merecí en los Estados-Unidos á las personas de la alta sociedad, las debo á mi amistad con el respetable Mr. Bryant, eminente poeta, y uno de los hombres más dignos y más ilustres de la patria de Washington.
La consulta habia concluido muy satisfactoriamente, reinaba el buen humor, se atizaba el coptail y la cerveza, con alguna economía del tabaco, porque á Francisco le endiablan los fumadores.
M. Wood me flechó, nos hablamos un inglés españolizado que hizo soltar la risa al concurso, y á poco, el comerciante de granos y ganados y yo, hubiéramos hecho la envidia de Pílades y Orestes.
El ingeniero que tenia la palabra cuando fué á llamarme Gomez del Palacio, fué invitado á continuar despues de la interrupcion que produjo mi llegada.
M. Swift habla perfectamente castellano.
—Decia yo, continuó el ingeniero, que la conmocion producida por el descubrimiento de los placeres de oro de Calfornia,[262] no ha tenido igual en el mundo, no obstante que la Australia, tres años despues, daba tanto como California, y que la fábula misma no se habria atrevido á inventar bonanzas como las de la Nevada, más productivas en pocos años que las riquezas de las Américas en tres siglos.
—Incluyendo por supuesto, dijo el de la navaja, el Colorado, Idalio.
—Bien, bien, decia M. Wood; pero de 1848 á 1873, dió California mil millones de pesos; siempre este está bonita, y Montañas, Arizona, Nuevo México, trescientos millones.
—Era de verse, continuó el ingeniero, llegar aventureros de todas partes del mundo, lo mismo los que doblaban el Cabo de Hornos que los que atravesaban el Istmo de Panamá; lo mismo los que saltaban sobre las Montañas Rocallosas que los que se aventuraban en los inmensos llanos del farwest, donde muchas veces perecian de hambre las caravanas.
Instalábanse los buscadores á la orilla de un arroyo, sin más útiles que una barreta, una criba, y la batea mexicana para lavar el oro. Cuando eran muy pequeñas las partículas de oro, se empleaba el mercurio.
Se tomaban el agua y las arenas, y el oro quedaba en el fondo.
Despues de esto se introdujo la cuna, es decir, un tamiz de esa figura en que se depositaba la arena, y meciéndose, se hacia el cernido: este sistema producia tres tantos más que el anterior.
Por último, se adoptó el sistema de tubos, que exige gran número de trabajadores.
Los chilenos tambien plantearon su método, que consiste[263] en poner la arena en un patio enlosado. Allí se deposita al arena, se echa agua, y al descender la arena por un plano inclinado, queda el oro.
Hubo tambien un método que se llamó hidráulico, que produjo los mejores resultados.
—Eso fué, dijo M. Wood, de un hombre del Conneticut; el método consistia en dirigir un chorro de bomba contra las rocas en que se esconde el oro, y así sale el gato amarillo á toda prisa.
Algunas veces los lechos de la arena se tenian que profundizar; abriéronse hondísimos pozos en que los buscadores se hundian.
—Y bien que se hundian; uno se hundió tanto, que dejó allí el cráneo, dijo el de la navaja; y vea vd. las cosas: yendo dias y viniendo dias, un sabio, M. Wetney, halló el tal cráneo, y dió y tomó que era un cráneo fósil. Las sociedades científicas hicieron grande escándalo, se escribieron libros, se nombraron comisiones y no se habló de otra cosa que del hombre prehistórico, que era en resumidas cuentas un pobre diablo desbarrancado en un pozo.
—Despues de esto fué el beneficio del cuarzo, ¿no es así? le pregunté al ingeniero.
—Sí, señor; y aunque hoy las minas de cuarzo están muy en boga, al principio se decia que no costeaban. En el centro de la Nevada tiene vd. hoy á Allision Banck, que debió haber hecho millonarios á tres irlandeses ignorantes que lo descubrieron y le abandonaron el año de 1851, que fué el mismo año del descubrimiento.
—Los tiempos heróicos del oro, replicó el de la navaja, son de 1848 á 1859.
Un mormon Marshal, soldado licenciado que habia estado en la guerra de Mexico, y de paso para Utah, se empleó momentáneamente en la máquina de aserrar madera que tenia el capitan Sutter á las orillas del Sacramento, y éstos, por verdadera casualidad, descubrieron los placeres de oro.
—Al decaer la bonanza del oro, notó el ingeniero, muchas familias estaban aquí establecidas, y los naturales del país, en once años, habian dado gran desarrollo á sus industrias.
La viña, las cereales, las maderas, constituian ramos de riqueza tan valiosos como los placeres.
—Y más que todo, dijo alegremente M. Wood, la Nevada, el Colorado, los montes de Wahsath, son vacas que dan plata y oro.
—No, dijo el ingeniero entusiasmado, con una mímica grotesca y especial al yankee. Ahora es el tiempo heróico de las minas, se han hecho inventos maravillosos, se ve á la ciencia armada con la clava de Hércules, arrancando á la tierra sus tesoros, guardados por la sombra y el abismo.
Apénas se sospecha una veta, se le ponen diques, se le circunscribe, se sorprende con grandes túneles debajo de la tierra, se descuelga dentro de ellos el dia por la lámpara del gas, se abren espacios en figura de cruz, se rellenan de barriles de pólvora ó dinamita, se escurre entre ellos el hilo metálico conductor del rayo, y se envía la chispa eléctrica; la explosion es espantosa, vuelan como polvo y como hojas secas las piedras y los inmensos peñascos, se derrumban masas enormes de granito, se desgarran y riegan las entrañas del abismo; entre ese humo, esa llama, esa granizada de fragmentos de montaña, se precipitan los monitores, bombas[265] de agua estupendas, del empuje del ariete y del proyectil del cañon; la respiracion de esas bombas llama con terrible pujanza 3.800,000 litros de agua.
Vencida, pulverizada la roca, deja al descubierto heridas profundísimas, se abren extensos arcos, surgen pirámides y pilares de la superficie plana de la roca; al terminarse este cataclismo.... alumbra el gas y la reverberacion de rayos de sol de oro, anuncia la bonanza y corona una lucha en que el peligro ha sido contínuo, y la muerte ha estado vacilando entre la eleccion de sus presas.
Ahora, para que vdes. se formen idea de una de estas negociaciones, les citaré la de Noorth Bloomfiel, que es de la que hay mejores noticias.
La Compañía posee 635 hectaras de terreno aurífero.
En un angosto valle ha construido un gran dique para formar un receptáculo que en 21 metros de altura deposite el agua.
El volúmen de agua encerrado en el cañon que describimos, es de 15 millones de metros cúbicos.
El canal que va del dique al terreno aurífero tuvo de costo 500,000 pesos.
Desemboca el acueducto á trescientos metros sobre las minas, y allí se encuentra un segundo receptáculo.
—Gigantesco! estupendo! exclamé sin poderme contener.
—Pues no ha oido vd. todo: la Compañía tiene en obra otro canal que reunido á este, le dará posibilidad de trabajar todo el año; habrá entónces muchos puntos de ataque, se verán dos infiernos, uno de piedras y otro de agua, y tendrá la Compañía en caja, como quien dice, 380 millones de litros de agua. La Compañía es dueña de 150 kilómetros[266] de agua empacada, que puede dejar caer desde lo de alto las montañas, bañar los picos de nieve de la Sierra y convertir en lagos los valles que se extienden á sus piés.
En los bancos hay varios pozos de trecho en trecho y sus túneles: hay cerca de 300 millones de metros cúbicos de tierra aurífera, que se cree contienen, mejor dicho, que contiene cientos de millones de pesos. El ingeniero de esas obras titánicas se llama M. Hamilton Smith.
—Usted que es compadre de las musas, me decia M. Wood, habia de ver esos inmensos canales que llegan en todos los terrenos metalíferos á 10,000 kilómetros, con lo que se podria hacer una faja á la cuarta parte del globo, y las ruinas de esos antros son una maravilla: montañas desbaratadas, moles gigantescas en tierra, laberintos de granito y de cuarzo, el desórden, la desarticulacion, el caos de la piedra, los despojos, la osamenta de los montes gigantescos, vecinos de las nubes.
La Nevada, Calaveras, Amador, Joulumne, presentan espectáculos nuevos, terribles, de desquiciamiento y muerte. ¡Cuando se abandonan esos trabajos y la soledad impera en aquellos sitios, se ve algo semejante á lo que será el cadáver del mundo en el seno de la Eternidad!
—Bien, muy bien, M. Wood, dijimos todos: un hombre del Kentuky, poeta, eso es más raro que los canales de que se nos habla.
Yo seguia con interes sumo la conversacion de los amigos de Francisco, y ellos me alentaban en mis apuntaciones, haciendo que éste me tradujese lo que yo no podia entender; pero léjos de molestar á aquellos caballeros, mi curiosidad les complacia, se esperaban á que yo escribiese,[267] me repetian lo que habian dicho, con suma deferencia y finura.
—Hoy, me dijo el ingeniero, la atencion se concentra en la explotacion de los placeres subterráneos. El oro no aparece ya en deslumbradoras pepitas como en otros tiempos felices. Es muy raro aquel que amaneciendo pobre anochece rico, como sucedia cuando Eldorado.
Los rendimientos son ménos fecundos, y ya no se prestan al romance: en cambio, están permanentemente organizados; esto hace que la poblacion del Estado sea de cerca de un millon de habitantes.
La tierra, como celosa de las minas, abre su seno vírgen y convierte en cuento mezquino la fábula preciosa del Cuerno de Amaltea. Las cereales y la vid producen cosechas abundantísimas: el año de 1874 dieron los campos 150,000 hectólitros de vino.
Las maderas se exportan para los más remotos pueblos; 18 millones de kilógramos de lana han producido nuestros carneros, que se crian lo mismo que en Australia, y ya vd. ve, en cuanto á los negocios, algo dirá á vd, Mr. Keen, que se ha estado callado como un muerto.
Mr. Keen dió un tajo al palito que tenia entre sus manos, pronunció un old rigt estrepitoso, y habló en estos términos:
“En varios puntos de los Estados-Unidos se produce la plata, aun cuando no todos tengan la nombradía de la Nevada, Utah, el Nuevo México y la parte del Arizona que se relaciona con el Estada de Sonora.
Utah fué ménos explotado que aquellos distritos; mejor dicho, no fué explotado sino hasta 1870, porque el Papa de los Santos, así es llamado el Jefe de los Mormones, odia el[268] contacto de los gentiles, así llamados á todos los que no pertenecen á su comunion.
Las minas juntas de México, Chile, Perú y Bolivia, no producen lo que una sola mina de la Nevada. Los rendimientos de aquel solo distrito fueron en 1875 sesenta millones de pesos.
La vena más rica descubierta hasta ahora está en Virginia-City, y se llama Comstok.
El descubrimiento y las peripecias de esas minas, aunque no tan estrepitosas como los placeres de oro, pusieron á prueba el carácter del aventurero; muchos de éstos tuvieron que andar entre la alta nieve de las montañas, emprendiendo increibles trabajos, y muchos murieron con la palabra Go ahead (Adelante!) entre los labios. Socavones de 1,200 piés, pozos insondables, todo se intentó y la tierra arrojó tesoros de su seno sobre los atrevidos trabajadores. La cantidad de metal desprendido de solo la mina de Ophir, se calcula en 150,000 toneladas.
El juego de alza y baja de las minas para valorizar sus productos, se hizo objeto de las especulaciones de los banqueros, quienes no solo hacen adelantos al minero sobre los futuros productos, sino que creen esto más fructuoso que las operaciones de descuento, y en este juego, si bien algunos improvisan fortunas colosales, otros, y son los más, se arruinan espantosamente.
No obstante, esa excitacion, ese juego de azar empeña á hombres emprendedores de los Estados-Unidos y de Europa.
Se propala el descubrimiento de una mina ó de una veta, se encarecen sus frutos, se publican opiniones de peritos,[269] y la prensa echa á vuelo todas las campanas de la publicidad. Ha habido vez que la prometida bonanza se realice: entónces son los grandes paseos, el juego y las orgías, al punto que unos negociantes de Chile tuvieron una bonanza de cerca de un millon de pesos, y al mes no lograron reunir dinero para comprar dos burros en que volverse al puerto.
La charla, la codicia, la prevision, los anzuelos para atraer á los incautos, se ponen en juego en aquella lotería peligrosa de que resultan verdaderos desastres.
Los banqueros de San Francisco, más prudentes que otros, hacen generalmente sus préstamos á las Compañías, con un tanto de premio, lo que es ménos expuesto.
Se forma la Compañía, se emiten Stokes ó acciones, y la alza ó baja de los Stokes constituye el juego.
El Banco de California, que quebró hace poco estrepitosamente, hacia, como ninguno, la alza y la baja de los Stokes. Se hallaba á su cabeza el célebre Ralston, que puede citarse como el tipo del negociante americano.
Marinero subalterno, llamó la atencion por su porte y audacia. El banquero Garrison le dispensó su proteccion y le encargó en Panamá de sus sucursales del Banco de San Francisco: en 1855, cuando tenia veinticinco años, Garrison le llamó á su lado y le interesó en todas sus empresas.
En 1864, ya Ralston volaba con sus propias alas, y fundó con esplendor el Banco de California.
Ninguna empresa minera, ni industrial, ni de mejora importante para la costa del Pacífico, dejó de contar con la cooperacion de M. Ralston.
Se valuaba su fortuna en cien millones de pesos.
Su casa es sin duda alguna la más espléndida de California:[270] tenia constantemente sobre cien convidados á su mesa, y habia departamentos lujosísimos para huéspedes.
Abria para sus amigos las puertas de las elecciones públicas. En las minas, sus indicaciones eran órdenes. Fué padrino y se hizo cargo de la mitad de los costos del Palace Hotel, uno de los primeros del mundo.
Ralston tenia un rival, Mackay, poseedor de una fortuna de setenta y cinco millones de pesos. Es uno de los directores de la mina Consolidatet Virginia, California y Ophir.
Dos de los asociados de Mackay son de orígen tan humilde como el O’Brien y Flood, que empezaron su carrera como dependientes de taberna.
Ralston murió ahogado: cuenta la maledicencia que habiendo determinado suicidarse y verificarlo descaradamente, quitaba á su familia el derecho de seguros: entónces fingió una excursion en el mar, y allí borró la huella de su atentado. Juzgo que no sea cierta esta version; pero el cálculo pinta al yankee. San Francisco le hizo funerales como á un monarca. Muchas personas vistieron luto y se pronunciaron notables discursos fúnebres en su honor.
El Banco de California cerró sus puertas, y se consideró tal acontecimiento como una calamidad pública.
El 3 de Octubre de 1875, un telégrama anunció al Times de Lóndres que el Banco de California abria de nuevo sus puertas al público.
Hubo hurras, bravos, y contento como en un dia de fiesta nacional: la gente bebia y brindaba en las calles; la multitud rodeaba al Banco como se rodea con entusiasmo un monumento de gloria.
Lo singular en todo esto es que los ingenieros, los mineros, en una palabra, todos los hombres de trabajo de las minas, permanecen como indiferentes á cuanto ocurre al rededor de ellos y sobre sus cabezas, dedicándose con perseverancia extrema á sus ocupaciones.
La dinámica, la química, las ciencias todas, hacen progresos para la más fructuosa extraccion de los metales, y cuando todo parece agotado, se envía la tierra metalífera á Swance, en el país de Gales, y á Friburgo, en donde los más económicos procedimientos sacan partido de los desechos de las minas.
El año pasado y parte del presente han producido las minas todas de la Nevada, entre plata y oro, cien millones de pesos. La Australia, la Siberia y las Américas reunidas, no llegan á esa suma.”
Aunque dilatada y no muy amena la relacion de M. Keen, la escuchamos todos con vivo interes, esencialmente en lo relativo á los Stokes, que tanto influjo tienen en la sociedad de California.
Quedaron charlando y fumando mis nuevos amigos en compañía de Francisco, y yo me dirigí á mi cuarto, donde me esperaban mis viejos compañeros.
—Comes con nosotros, me dijo Pablo; estarán en nuestra compañía el bravo capitan Heigs y D. Lino Patiño, aquel viejecito español que tanto blasfema contra los yankees.
A la una de la tarde estábamos en el gran Restaurant de la calle de Sutter, en el salon inmenso que da á la calle, desde[272] donde se ve el mostrador de los marmitones, y donde la servidumbre tiene todos los matices y está en posesion de todos los idiomas del globo.
La mesa albeando, jarrones con flores, jarras con gigantescas ramas de apio, unos panes sacados de trozos de masa cuadrada, como grandes zoquetes de madera.
Comimos alegremente: D. Lino me veia de reojo, porque me habia oido elogiar lo que me parece digno de elogio en los americanos. D. Lino es un carlista recalcitrante, bilioso, de ojos verdes, patilla gris, y un fruncimiento de labios que recrudece su palabra y hace incisivas sus malas razones.
—Instruccion pública, instruccion pública, decia D. Lino, que el sol así, que la luna asado, que esa yerba es lanzácea, y no conocen la O. Ginacio, hombre, retozo y manoteo, y unos angelitos como unos chivos, y unas niñas como gañanes.... y no es eso lo más, sino liebres corridas desde chiquitinas. ¿Union de los sexos? Como el diablo, hombre; cada escuela es una cena de negros.... Hombre, por la Santísima Vírgen esto es una condenacion!
Yo reia, y D. Lino queria comerme con los ojos; mis amigos le azuzaban llevándole la contra.
—El señor habla como adolorido: que le cuente á vd. su aventura con Lulú.
—Hombre, ese no es cuento de broma, replicó D. Lino; no creo que vdes. quieran que me dé cabezadas contra las paredes.
—Cuente vd.
—Cuente vd., repetimos á una voz.
—Pues, señor, yo soy viudo y con tres hijas, cristianas y[273] educadas á mi modo, gracias á Dios! Vine á esta California ó Calinfierno á recoger unos cuartos de un tio minero.
Don Lino, ¿un paseito por Cliff-House?—D. Lino viene á su negocio y no pasea.—D. Lino, ¿una visitadita al Teatro de las Circasianas?—D. Lino no visita, y que esas doncellas se la pasen como puedan.
Un dia fuimos á Oklan; esos ferris son como demonios, se embaula gente hasta el tope y todo el mundo está de bromilla; yo no soy enamorado, pero tampoco un pedazo de atun: ví á unos amigos con unas señoritas; ¡qué graves y qué circunspectas! una de esas señoritas cargaba un envoltorio enorme: al salir del ferro tomó el tercio aquel en brazos ¡pobrecita! y luego era tan linda.... por negada que sea una persona, se comide en tales lances.... cargué el envoltorio, ella no sabia palabra de español.... tomó un ómnibus, y yo fuí, cargando, hasta depositar el bulto en el coche.... como no tenia rumbo, allí me quedé.... y llevábamos el estorbo aquel entre los dos.... thank you, muchas gracias, decia ella.... y yo contento.... llevaba un anillo en mi dedo.... ella me tomó el dedo.... y á mí se me fué la mano.... veia y examinaba el anillo.... y decia: very fine, very nice, esplendide.—A la órden, señorita, y ¿lo creerán? me lo fué safando del dedo, y ahí te quiero ver.... por recobrar el tal anillo, me perdí.... á los tres dias éramos amigos. Pero yo dije: “Lino, aquí paras”.... me informé; aquella no era una mujer pública, era una preceptora de idiomas... Vamos, con mil diantres, sea vd. maestra de mis hijas!
Va á la casa, les enseña este gury gury, y á mí ¡pícaro! á decir: “Mi querida señorita, mi esposa,” y.... ¡quién sabe cuántas tonterías!
Pícales el celo á mis hijas y despiden á la preceptora....
Lo perdido, perdido, dije con mi conciencia limpia, y quedamos en paz.
Pero amigos, ¿cuál fué mi asombro, cuál mi espanto, cuál mi estupefaccion, cuando me van notificando que me case con Lulú? ¿Yo con Lulú? hombre, si no estoy dejado de la mano de Dios; si poco me falta para tomar una calavera y una disciplina!
—Que se case vd., que no hay remedio, ó cien mil pesos por indemnizacion.
—¿Indemnizacion de qué? ¿qué pedazo de territorio le he quitado á esa furia?
Me llevan á una conciliacion, muestra mi anillo, ríe el auditorio, le digo al asno del abogado que yo no habia tenido dares ni tomares.... grito, charlo, nadie me entiende. A los tres dias de esta escena, voy viendo un periódico ilustrado, y allí estaba yo en estampa, sin que me faltara pelo ni señal, debajo de un árbol, dando un anillo á Lulú. Pues, señor, aquello era causa célebre: mis hijas empezaron á saber no sé cuántas cosas. Lulú tenia tios, primos, apoderados, abogados, y todos con las uñas clavadas en M. Lain Pastaino (eso quiere decir Lino Patiño, ese soy yo), que bufaba por estas calles. ¿Pero una prueba? La ley quiere que se esté al simple dicho de la mujer.
—¿Pero si yo no tengo aliento ni para verme?—Que afiance Mr. Pastaino.
—Hombres, pero si yo nada he afianzado ni quiero afianzar.
Entre tanto mis retratos volaban por el orbe: ya viene un reporter con quien me doy de puñetazos por venirse á[275] meter en lo que no le importa; ya quiere un fotógrafo sacar ejemplares de mi individuo, en no sé cuántas actitudes; ya un frenólogo me quita el sombrero en la calle para reconocerme la amativité, y yo por aquí riño, por allá bufo, y por todas partes reniego, muriéndome de vergüenza al entrar en mi casa y encontrar á mis hijas con mi retrato y el de Lulú, como dos tórtolas, en el periódico!
Para no cansar á vd., la mitad de la herencia del pariente, se fué en pitos y flautas de jueces y escribanos, y en pagar á Lulú su inocencia, que llevaba tres gachupines desplumados!!
Descuídense vdes., descuídense; hagan lo que en México, diciendo palabritas, dando anillos y haciendo protestas á la primera que pasa, y les dan una secuestrada que el alma les arda.
Aplaudimos á D. Lino, y apuramos por su salud nuestra última copa.
Excursiones.—Prostitucion.—El juego.—Una escena de la vida íntima.
PARA nosotros que tenemos como frases características aquello de: ¿qué anda vd. haciendo?—Hombre, pasando el rato.—¿Qué es de la vida de vd.?—Ya vd. lo ve, vegetando.—¿Qué vino vd. á hacer por aquí?—A dar una vuelta, á matar el fastidio; para nosotros, que tan paladinamente confesamos el imperio del ocio, no se conciben esos tropeles de gente que van, vienen, suben, bajan, escriben en sus carteras, corren, se encaraman en el pescante de un coche, saltan á un tren y se escabullen en una embarcacion; no se conciben personas que vuelan unas en pos de otras á alcanzar el ómnibus que parte, y á asaltar el wagon que va corriendo: va uno como perdido entre gente que huye de un incendio ó á quien agita una conmocion popular. Si en[278] una casa ruedan tercios, en la otra celebran un remate, y de otro edificio salen volando los que llevan noticias al barco que parte.
Se entra uno en un almacen, nadie se distrae, nadie saluda, á nadie importa lo que hacen los demás; se cuela uno en una tabaquería, enciende su cigarro, ve, inspecciona, y á nadie se le ocurre detenerlo ni despedirlo. De este modo, el ente sin ocupacion alguna, está como aislado y se le figura que le señalan con el dedo.
Pero con todo y todo, así vagaba yo entre la multitud, cuando me tomó del brazo mi apreciable amigo el Sr. Gaxiola, y me subió á su despacho, en un vuelo, porque á tanto equivale subir á cualquiera parte en elevador.
Tienen para un mexicano cierta novedad esos edificios en que los hombres hacen el despacho de sus negocios, independientes de toda familia y destinados ad hoc para asuntos.
Desde la calle, en los claros que hay de escalon á escalon, se leen letreros con los nombres y las profesiones ó negocios que tienen los varios departamentos.—Mad. Lilí, modista, núm. 14.—Mr. Raff, Atorney, núm. 18.—Mr. Thetti, dentista, núm. 9, etc.
El elevador va haciendo posas en cada piso, como un wagon en cada bocacalle, y salen y entran viajeros que es una gloria.
Por supuesto que no se ve ese letrado de gorra griega y bata, con la bordada chinela, que recibe pretensioso, con quien juega el faldero, carga al nene para conceptuarse de padre amoroso, ó le llaman de parte de la señorita, que está inquieta por las clientes buenas mozas; no distrae de los[279] asuntos al capitalista salir al patio á ver los caballos de los chicos, ni al agente de negocios, las resistencias del párvulo para ir á la escuela; nada de eso, cada quien está en sus asuntos, y el número uno me lo tengo yo.
Subí, pues, con el Sr. Gaxiola á su despacho, que consta, como todos, del mostrador, el enverjado, la caja de fierro y los escritorios, y me dijo: esperaba á vd. porque almorzamos juntos.
Así fué: á dos pasos del despacho, en la calle de Montgomery, y sin grande apariencia, se encuentra uno de los más espléndidos restaurants de San Francisco: manjares exquisitos, riquísimos vinos, departamentos como relicarios de belleza.
Cada uno de los departamentos es aislado: consta de una pequeña sala de desahogo y del salon del comedor, lleno de espejos y cortinas.
Me esperaba una agradabilísima sorpresa: en el comedor estaban mis amigos Shleiden, Iberri, Andrade, Carrascosa y no sé cuántos más, que nos instalamos al entusiasta grito de “¡Viva México!” Se comió, se bebió, se cantó y nos mecimos en los recuerdos de la patria ausente.
—A propósito, Fidel, me dijo uno de los amigos, cuidado con los estudios de costumbres por esos desastrados barrios del norte de la capital, ó como si dijéramos: “Barbary Coast.”
—¡Cómo! replicó otro, ¿se ha atrevido vd. á penetrar por esos antros?
—Tengo gran curiosidad de verlos, dije yo; es mi costumbre en México: lo más que me ha costado es la diatriba de la gente gazmoña de la aristocracia de doublé y garbanzas,[280] que es tan asustadiza como corrompida, y de los malquerientes que nunca faltan, y muchos de los cuales merecen un grillete, como San Antonio una vela.
—Pues por estos mundos es otra cosa; nadie se meterá con vd., porque el chisme, que es nuestro pan cotidiano por allá, tiene poca boga donde hay poca gente ociosa; pero en cuanto á peligros de otro género, es muy diferente.
—Hoy han disminuido mucho esos peligros; pero ántes, en esas encrucijadas que parten de la calle de Dupont, se enmarañan en el mercado chino, cuelgan y como que se escurren por Stockton y otros puntos, se anidaba todo lo que hay de más nauseabundo en el vicio y de deshonroso para la especie humana.
—Era imposible penetrar por esos barrios, aun de dia: las descripciones de la Cité, hechas por Victor Hugo y por Eugenio Sué; lo escrito en los Misterios de Lóndres, sobre aquellos prófugos del patíbulo; aquellos harapos, aquellas voces aguardientosas de mujeres; lujuria, miseria y putrefaccion sobre el vicio insolente, son sombras comparados con esto.
—El gargarismo rasposo de la palabra alemana, el chillido del chino, el salvaje gruñido del yankee, una música que aulla, unas bebidas que queman, unas mujeres que azotan la piel con su mirada, como la ortiga, ojos destilando aceite, pechos con maque de alcohol, brazos de momia, vientres salidos de quicio, tabernas como infierno, el humo, el tifo, el absurdo, la contradiccion social, el asco y la muerte.
—Es natural; entre los aventureros poderosos viene esa borra, esa gusanera que se recoge y queda como la hez de esta sociedad heterogénea y temeraria.
—La blasfemia, el asesinato, el abortivo, la sangre, la sombra, la formacion de un caos de los desechos de la desorganizacion social.
—En esos barrios habia como una muralla en que se estrellaba la policía; muchas veces tuvo ésta que retroceder, repelida por ese conjunto de buitres, de víboras y de panteras.
—Allí se forjan instrumentos sutilísimos para horadar techos y forzar cerraduras; allí se confeccionan venenos; allí se idean instrumentos con que se produce la muerte, borrando la huella del crímen; allí se halla listo para todo infernal servicio, el salteador, el incendiario, el falsificador y el supuesto heredero; allí se escandalizaria Satanás, si tuviera valor de penetrar.
Y como han solido precipitarse en esos abismos grandes damas, personajes opulentos, letrados eminentes, se ven harapos sociales en que se reconoce la seda y la gasa, el esmerado lenguaje y las maneras pulcras en hombres medio desnudos y asquerosos, y nos repugna, como nos repugna el mono, porque somos nosotros mismos en degradacion y en caricatura espantosa.
Allí se ven patentes los efectos de esa educacion masculina de la mujer, que rompe todo vínculo, que ahoga todo afecto, que la aisla y emancipa.
Allí se palpa esa propension á la esterilidad artificial que suprime estorbos, pero que pudre el corazon de la infanticida.
Allí retrocede espantado el hombre de corazon, de esa conciencia, que es el todo de esta sociedad, en que domina encarnado el positivismo. Allí, por último, se rebaja mucho[282] la admiracion por el respeto que en lo ostensible se rinde á la mujer, cuando tan fácilmente se abandona y se le entrega á su suerte, frente á frente del vicio y el suicidio.
—Pero bien, esta sociedad en que se depositan esos elementos disolventes, no solo vive y florece, sino que asombra por sus adelantos.
—Esa prosperidad cabalmente se debe á ciertos principios fundamentales inviolables, y que están en la conciencia de la nacion, que forman parte de su mismo sér.
La soberanía local, que impide que la tiranía se propague y consolide, el respeto al hombre, como tal, la propiedad inviolable, la inmigracion de gente trabajadora y honrada, que se incorpora y robustece las virtudes sólidas de los primitivos fundadores de la República y de los sacerdotes de las varias religiones, sobre todo el respeto á la ley, restablecen el equilibrio social.
Y son tan poderosos y enérgicos estos elementos, y han creado tan desembarazada corriente, que esos vicios y esa corrupcion no impiden la marcha social, son como la espuma y las basuras que caen en un inmenso rio, que enturbian é inficionan á trechos sus aguas, pero ni detienen su corriente, ni impiden que fecunde las tierras.
—Hasta ahora, Fidel, ha visto vd. el anverso de la medalla; falta que examine vd. el reverso.
—Todavía no ha fijado vd. bastante la atencion en lo que llamamos el peso omnipotente. La sed de dinero que impulsa y atormenta al yankee y que hace que todo lo posponga á la riqueza, es cierto que es el resorte de esta actividad asombrosa, de esas empresas inverosímiles, de esa superabundancia de fuerzas que levantan montañas y suprimen obstáculos.[283] Pero eso mismo da, aun á sus cuestiones de honor, un colorido altamente repugnante para nosotros.
En general, y con pocas excepciones, todo lo que se puede vender se vende; lo mismo el sufragio que la curul; lo mismo la vara de la justicia que la vigilancia aduanal.
En dinero contante se puede apreciar y se aprecia, la honra de la vírgen, una injuria, una bofetada.
En la balanza del amor, ponga vd. seducciones y adulterios, con tal que mantengan el equilibrio en el platillo opuesto, los billetes de banco.
En todos los Estados-Unidos no se pregunta: ¿quién es ese hombre? sino ¿cuánto vale ese hombre? y ese solo rasgo caracteriza la sociedad. Por supuesto que en todo hay excepciones.
La pobreza tiene mucho mayor vilipendio que el vicio. Pocos, muy pocos son los que preferirian ser pobres á ser criminales.
La malaversacion es poca cosa: la estafa no se ve como entre nosotros; si se hace con viveza, importa una recomendacion.
Se provoca el incendio por trasmano para cubrir una quiebra ó para jugar una mala pasada á una Compañía de Seguros.
Entre comerciantes que pasan por próvidos, los hay que hayan tenido cuatro y cinco quiebras. La política, la religion, son negociaciones mercantiles en el fondo.
Las sociedades por acciones difunden la esperanza de riqueza hasta las últimas clases. M. Jaunet valúa en dos mil quinientos millones el monto de las acciones de minas y caminos de fierro, en el año pasado. Esta cantidad se doblará ántes de dos años.
Estas sociedades se prestan á especulaciones desastrosas: es muy comun que los empresarios poderosos acumulen acciones y pongan la ley á los débiles. Este juego se llama regar el capital (stock watering): se calcula que en el año pasado, veintiocho compañías pusieron en juego 400 millones de pesos!!
“Se ha notado, dice un escritor americano, que los privilegios de las compañías están en razon directa de los recursos con que cuentan para comprar diputados.”
El esplendor con que viven los capitalistas, el hábito de ver caer y levantar á los especuladores, cierta aura, cierto renombre que rodea á los hombres atrevidos, suele producir crísis como la del año de 1869.
Los derroches, los despilfarros, la falta de probidad, se quiere equilibrar ó dicen que se equilibra con las instituciones caritativas, que tienen con esto el complemento de aquella máxima de: “Bueno es encender dos velas, una á Dios y la otra al diablo.”
El juego, como es de suponerse, es la manía, la locura de California, aunque se dice que está prohibido: tal circunstancia influye para que las casas de juego no tengan la apariencia ni el lujo que otros establecimientos análogos; pero en cambio, el consumo de licores exquisitos es extraordinario en esos lugares en que se improvisan y se pierden grandes fortunas.
Cuando terminó el almuerzo, álguien propuso un paseo á pié por el Parque, que fué aceptado con entusiasmo.
El panorama que se veia en aquel lugar delicioso, era encantador.
A nuestra espalda se hundia el sol, sin sus rayos, como[285] un inmenso globo de oro en un hirviente piélago de llamas.
A nuestra izquierda y á nuestro frente estaba apiñada la ciudad, y se veia como los semblantes de una multitud que invade una altura y se empina para ver pasar algo á sus piés. A nuestro rededor habia colinas llenas de árboles, y flores, y ondas, que formaban altos médanos y hondonadas de arena, y en una de esas cuencas descollando las delgadas puntas de los pinos, las cúpulas de los robles, y dejando percibir entre los troncos y el follaje, los blancos sepulcros y las soberbias estatuas del cementerio.
Yo caminaba con un anciano español, muy conocedor de las costumbres americanas: viendo mi preocupacion y sabiendo la causa, me dijo:
—¿En qué piensa vd., que le he dirigido dos ó tres veces la palabra y no me contesta?
—Pienso, le dije, en esto que han platicado vdes. sobre el OMNIPOTENTE DOLLAR; ni afectos, ni artes, ni moral, ni nada es posible donde todo está metalizado.
—Hay muchas y muy honrosas excepciones, esencialmente en el Sur; pero en general, es exacta la pintura.
—Figúrese vd., continué yo, que en mi tierra puede decirse que se peca por el extremo contrario. Contigo pan y cebolla es comedia que se representa con más frecuencia que la conveniente; es característica y universal la fórmula de la madre de familia respecto de su hija: Yo quiero para mi hija un hombre de bien, que la ame mucho. Nada más frecuente que la espera de cinco y seis años para que mejore de fortuna el amado del corazon de una jóven. Nada más vulgar que en los frecuentes cambios de fortuna, consecuencia[286] de las vicisitudes políticas, ver trasformar á la mujer exigente y antojadiza, en sufrida y llena de abnegacion; nada nos parece más cotidiano que la pasion vehemente de una beldad llena de encantos, por un escribiente de oficina, sin un cuarto, miéntras la rodean con sus seducciones los hombres del poder y del oro; no, en ese punto, México es adorable, y sus mujeres, las primeras de la tierra.
—Pues para que vd. vea, dijo el español, hasta dónde destruye los vínculos más sagrados el amor al dinero, voy á contar á vd. una de mis primeras y más hondas impresiones en los Estados-Unidos.
Visitaba con cierta intimidad, en uno de los Estados del Norte, una familia compuesta de cinco personas. El padre de la casa, agente de negocios; la mamá, frondosa y frescachona; dos hijas como dos perlas, Katy y Mary, y Jhon, jóven elegante, de los típicos del mundo elegante.
Tomábamos juntos el the todas las noches; el papá se iba al Club, en seguida, con sus amigos: una chica se acuartelaba con su novio en un extremo de la sala; la otra tocaba al piano con desgano; dos ó tres amigos leian sus periódicos, tendidos bocarriba sobre sus asientos.
La noche del suceso que voy á referir á vd., despues de tomar el the el papá en la mesa, sin mantel, con una pequeña servilleta blanca y encarnada y unos cuantos bizcochos, se sentó en cuclillas, dando la espalda á la chimenea que ardia.
Jhon estaba á poca distancia del papá, y el reflejo de la chimenea daba en sus lustrosos botines, cosidos en la pala con seda, haciendo curiosas labores.
—Rico calzado, dijo el papá, dirigiéndose á Jhon, y debe ser costoso.
—Muy costoso: yo lo sé, puesto que á mí solo me cuesta mi dinero.
—Es brusco el muchacho, nos hizo notar el papá.
—Oh! no, señor, es franco, dije yo.... mortificado de la respuesta, y queriendo borrar su impresion.
—El es así: gasta, dijo su padre; pero en la casa come desaforadamente, mortifica á sus hermanas, que todo se lo hacen de balde, y es insoportable con los criados.
—Como que no habrá vd. visto casa como esta, me dijo Jhon, ni mujeres más abandonadas, ni comida más detestable, ni criados más estúpidos.
—Eso tiene un remedio, hijo mio: el hotel. Vete por allá y serás servido á las mil maravillas.
Oia yo con infinito disgusto aquel diálogo, sin saber cómo cortarlo.
—Por supuesto, que si desde ahora me voy al hotel, figure vd.: por veinte reales, buenas piezas, excelente comida, baño, entrada libre. Queda vd. entendido, querido papá: me marcho al hotel.
Reinó profundo silencio despues de este diálogo: yo, sacando fuerzas de flaqueza, hablé de viajes, de modas, de teatros; pero suponia que estaban al hacer explosion los disgustos, que como negras nubes, estaban amontonadas en aquel sitio.
Jhon se acababa de poner los guantes, tiró de su cordoncillo del puño para sujetarlos, tomó su baston y su sombrero, y se despidió, tarareando alguna cancion entre dientes.
La mayor parte de las casas americanas tienen el porton á la calle, y una escalerilla que da á la banqueta: pisaba ésta Jhon, cuando el papá, desde el primer escalon, le decia:
—Jhon?
—Papá.
—¿Cuánto me dijiste que ibas á dar en el hotel?
—Veinte reales.
—Oye, si quieres quedarte en la casa por doce reales, puedes hacer cuanto quieras, y á más se dará bola á tus botas, sin cobrarte de más.
—Oll rihgt, dijo Jhon, y el padre y el hijo quedaron los mejores amigos del mundo.
—Eso no tiene nombre, dije yo, agarrándome la cabeza con las dos manos.
Tabaquerías.—Personajes célebres.—Salones aristocráticos.—Un entierro.
ENTRE la multitud de avisos con que se pretende llamar la atencion del público, sobresalen los de las tabaquerías, que además del aparador con cajas de polvos, pureras, bolsas de budruz, mechas, eslabones, cajitas de tabacos, etc., y además de la enorme pipa suspendida en la puerta, que puede distinguirse á media legua, hay una estatua enorme sobre su pedestal de madera, que invade la banqueta y casi tira de la ropa á los transeuntes.
Estas estatuas, verdaderas blasfemias de la escultura, representan indios bravos, con su penacho y su cendal de plumas, marinos barrigones y abiertos de piernas, con su sombrerillo de paja y su enorme puro entre los lábios, negros[290] que corren con un mazo de puros en las manos, soldados y contrabandistas de navaja al cinto y de fusil terciado.
La mayor parte del comercio de tabacos está en manos de habaneros y españoles, siendo innumerables estos establecimientos en los Estados-Unidos, merced á la prohibicion, que convierte el contrabando en extraordinariamente lucrativo.
Las tabaquerías están adornadas con verdadero lujo, y hay negociantes que tienen invertidos en ellas cuantiosos capitales.
Como accesorios de los tabacos se venden en las tabaquerías, pipas de todas clases y tamaños, entre las que tienen la primacía las de espuma de mar, valiosas muchas veces en cincuenta y cien pesos; pureras, bolsitas de tabacos y otros muchos útiles pagados á alto precio por los buenos fumadores.
El consumo del cigarro y del puro habano es el más lucrativo, aunque se comercia en grande escala con el tabaco de mascar, que se rebana en panes como el jabon, y del que se hacen grandes marquetas.
En los tabacos hay grande variedad, teniendo aprecio el tabaco turco que se expende en cigarros y en hebras para pipa, y el habano, que se elabora en todas partes.
Para eludir los altos derechos, se compra el tabaco habanero y el papel aparte, haciéndose los cigarros donde se quiere; esto burla la tarifa y permite á los contrabandistas hacer impunes introducciones por la imposibilidad de inspeccionar cigarro por cigarro.
La renta que produce al erario el tabaco es enorme, y[291] sin embargo, cualquiera conoce que si se disminuyeran los derechos produciria doble, con mucha menor extorsion del pueblo.
La circunstancia de estar las tabaquerías en manos de españoles y cubanos, hace que cada uno de esos establecimientos sea agradable tertulia de cuantos hablan español, y por consiguiente, reniegan del yankee y sus costumbres.
A una de esas tabaquerías de la calle de Kearny concurria yo frecuentemente.
En uno de tantos dias, me llamó la atencion en una cajetilla el retrato de un personaje grotesco, de gran baston, plumas sobre el sombrero y un rubro abajo del busto, que decia: “Northon, emperador de California y protector de México.”
—¿Cómo andamos ahí? dije sorprendido.... quién es este bicho? ¿Tenemos un protector y está en México?
—No, amigo, me dijo el Sr. López, dueño de la tabaquería, ese emperador de California, protector de México, está en San Francisco, paseándose muy fresco.
—¿Quién es ese hombre?
—Northon es un personaje célebre, de esos que suelen tener las grandes ciudades y aun los pueblos, como vdes. tuvieron su loco Santa María, San Luis Potosí su Juan del Jarro, y su Tlaco de risa, Puebla; con la diferencia que éste, ni pertenece á familia distinguida como el primero, ni sabe de memoria el Calendario como el segundo, ni comparte sus limosnas con los infelices como el último.
Nació en Inglaterra y estuvo empleado en la marina mucho tiempo, haciendo sus viajes por el Cabo de Buena Esperanza. Establecido en California, entró en grandes negocios;[292] con rara habilidad, hizo una gran fortuna y despues la perdió en uno de tantos vaivenes de este mercado.
Entónces le hirió la monomanía que le preocupa, esto es, que es el emperador de California y protector de México.
Su tema es la paz universal; en la cuestion Franco-Prusiana, se le oia constantemente hablar contra los horrores de la guerra. Entraba á las redacciones de los periódicos y suplicaba se publicasen sus observaciones, ya respecto de las operaciones militares, ya sobre los proyectos de la paz.
En la cuestion actual de Rusia y Turquía exhorta á la reconciliacion; pero en el fondo, es ardiente partidario de los turcos.
Fuera de su monomanía, habla con acierto y es rara su instruccion en materias históricas y científicas.
Anda en las calles de una á otra parte, entrando en talleres y tiendas, almacenes y gabinetes de lectura.
Viste leviton azul, pantalon blanco, lleva las botas siempre lustrosas y en buen órden, y solo se sospecha su trastorno mental por las plumas de gallo que pone en su sombrero.
Jamás arma pendencia ni importuna á nadie. Todas las puertas de San Francisco están abiertas para el emperador, sin que nadie le moleste.
Recoge abundantes limosnas, y cuando por casualidad su erario está exíguo, decreta una contribucion entre sus súbditos, lo que le da siempre excelentes resultados. Se citan muchas agudezas de Northon, y aun los periódicos suelen publicar originales algunas de sus singulares producciones.
—No todos los personajes populares de la ciudad tienen el tipo del loco Northon; otros, como Thomas Star[293] King, James Lic y Jack, son característicos de esta sociedad.
El primero de estos personajes es el tipo del sacerdote evangélico. Su vida es un modelo de honor. Su actividad para el bien forma sus títulos al aprecio universal y conserva California verde su memoria, como él deseaba, porque aún fructifica la semilla de sus inmensos beneficios.
La vida de Star tiene poca semejanza con la de nuestros padres católicos, segun nosotros los ensalzamos, dijo despues de una pausa el español que tenia la palabra.
No aparece interiorizándose é influyendo en la vida íntima de las familias, por medio del confesonario: no se jacta de haber conducido al claustro jóvenes inexpertas que despiertan en la desesperacion, encadenadas con el voto de esposas del Señor; no reviste con formas piadosas, cotidianas especulaciones que solo aprovechan á los mercaderes del templo; no desliza consejos ó preceptos en la hora suprema de la muerte, que se vuelven en el testamento cosechas de los vivos. Oigan vdes. esa vida:
Nació en 1824, perdió á sus padres á los once años: ganó desde luego su vida como escribiente y como profesor de primeras letras, sin abandonar el estudio, en que hizo rápidos progresos.
A los veintiun años predicó su primer sermon, y fué tan elocuente y tan sentido, y sus palabras fluian tan llenas de uncion y de amor al pueblo, que fué llamado á la Iglesia Unitaria de Boston, donde ejerció su ministerio, siendo consuelo de los desvalidos, luz de los ignorantes y amparo de los desgraciados.
La fama de sus virtudes llegó á California, y fué invitado para hacerse cargo de la Iglesia Unitaria.
Continuó en esta ciudad sus tareas evangélicas, contrarestando con su fervor y con su ejemplo, los progresos de la corrupcion, que tanto cunde en esta turbulenta sociedad.
En sus horas de solaz se dedicaba á la literatura, y publicó obras deliciosas, en que resplandecen elevadas dotes poéticas y una moral purísima.
No he leido todas esas obras ni soy voto para calificarlas; pero aseguro á vd. que su “White Hills,” sus Leyendas y Poesías, son de muchísimo mérito.
Atento á las necesidades de su grey, dió en su Iglesia luminosísimas lecturas sobre agricultura y laborío de las minas, en que no se sabia qué admirar más, si lo profundo de la ciencia ó la tersura y claridad de un estilo que se hacia comprender hasta de los niños.
La sociedad religiosa á que pertenecia Mr. Star, tenia de deudas á su ingreso en la Iglesia, más de veinte mil pesos.
Al año habia pagado todas las deudas y comenzó á construir la actual Iglesia Unitaria, que tuvo de costo noventa mil pesos, y se ve como un monumento elevado á su tierna memoria.
—Ya que para biografías estamos, pemítame vd., Fidel, que le refiera la de James Lick, aunque de otro tipo, pero tambien es característica.
—Ya escucho á vd.
—James Lick nació en Frederisckburg de Pensilvania: en sus primeros años apénas pudo recibir la educacion que se daba entónces en las escuelas públicas de primera enseñanza.
Muy muchacho, entró de aprendiz en una fábrica de órganos, en donde no solo aprendió el oficio, sino que adquirió[295] vastos conocimientos en el comercio de pianos, que siguió despues con tan buen éxito.
En 1819, ocupaba Lick un puesto distinguido en una fábrica de pianos de Baltimore.
Al siguiente año se separó de Baltimore y se dirigió á Buenos Aires, donde su habilidad financiera, su constancia y su honradez, le procuraron una fortuna de cuarenta mil pesos al cabo de doce años, con la que regresó á establecerse como fabricante de pianos en Filadelfia. Pero apénas se habia instalado en su país natal, cuando la espectativa de lucrativos negocios, lo llamó á Buenos Aires de nuevo.
Entónces conoció California, viajó por Buenos Aires, Valparaiso, Chile, el Perú y México, y en 1847 se fijó definitivamente en San Francisco.
Su génio lucidísimo fungió como de adivinacion de la suerte, que á poco deparó á San Francisco el descubrimiento de los placeres de oro.
Compró un lote en estos ántes vastos arenales, en cinco mil pesos, en la calle de Montgomery, que vendió despues á la Compañía de Seguros en treinta mil pesos.
Era el año de 1848; la fiebre del oro estaba en todo su auge. Lick se entrega á atrevidas especulaciones, engrandeciéndose su génio á medida que los negocios se hacian más cuantiosos.
En el naciente pueblo de San José establece en ese tiempo un molino de harina, de tal magnificencia, de tan grandiosas proporciones, que se le dió el nombre de la “Locura de Lick,” porque no podia presumirse que aquel pueblo correspondiese á los costos de la maquinaria y de la fábrica, que fueron de doscientos mil pesos.
Casi al mismo tiempo edificaba este trabajador ardiente, el “Lick House,” en la calle de Montgomery, hotel que fué el más lujoso de San Francisco, y cuyo comedor, de que ya hemos hablado, no tiene rival hasta el dia en todos los Estados-Unidos.
Pero en lo que Lick realmente sobresale; lo que le ha concitado la admiracion y le ha ganado la justa estimacion y el renombre de que disfruta, es en sus legados para establecimientos de ciencias, de artes y de beneficencia.
Parece increible que un obrero oscuro, que un hombre de educacion casi rudimental, y que persona dedicada á fatigosos trabajos, tuviera y supiera realizar ideas tan grandiosas en bien del pueblo á que debia su fortuna. Escuchen vdes. algunos de sus legados testamentarios, y servirá de paso para que haga vd. conocimiento, Sr. Fidel, con algunas instituciones y establecimientos de San Francisco.
—Oigamos los legados.
A los regentes de la Universidad de California, 700,000 pesos para la construccion de un gran telescopio que se colocará en un observatorio que se denominará: “Departamento Astronómico de Lick, en la Universidad de California.”
Para la escuela de artes y oficios en que se eduquen y aprendan hombres y mujeres, 540,000 pesos.
Para la fabricacion y sostenimiento de baños públicos, 150,000 pesos.
Para la ereccion de un monumento de bronce á Francis Scott-Key, autor de la cancion titulada: “Star Spingled Banner,” 60,000 pesos.
Para un grupo de bronce que represente la ciudad de California[297] y deberá colocarse al frente de la Casa Municipal, 100,000 pesos.
Para el establecimiento de un asilo de huérfanos, sea la que fuere su nacionalidad, 25,000 pesos.
Para la Sociedad Bienhechora de los animales, 10,000 pesos.
Para el hospital de mujeres ancianas, 100,000 pesos.
Conozca vd. al hombre, y dígame si tiene razon de amarlo California.
—Para la galería que hemos comenzado á formar á vd., permítame que, aunque muy en bosquejo, le dé el retrato de dos personajes célebres de California, me dijo otro amigo. Nada ménos que de dos cuadrúpedos.
—Que no se agote la paciencia de vd., porque no será larga mi biografía.
—¿De dos cuadrúpedos? repliqué yo.
—Sí, señor, de dos cuadrúpedos: así como ha visto vd. llamar á los caballos con los nombres de los héroes, y á las yeguas, nombrárseles señoritas, mis personajes son dos perros.
—¡Hombre de Dios!!
—Dos perros, adoptados como hijos protegidos y mantenidos por la ciudad, con su comida, su casa y consideraciones entre toda clase de personas.
—Ya oigo á vd.
—Este era un bar-room de esos en que se paga lo que se bebe, de que ya tiene vd. prolijas noticias; á este bar-room, á la misma hora, pero con infalible asiduidad, concurria un perro, el más considerado y pulcro que vd. puede imaginarse. Sus buenas maneras hacian que no faltara quien[298] le arrojase un buen pedazo de carne. Apénas se proveia, cuando se salia el perro corriendo á todo escape, sin probar bocado, y desaparecia.
La singular conducta del perro atrajo al cabo de tiempo la atencion de muchos de los concurrentes al bar-room, y se propusieron hacer indagaciones sobre su vida.
En efecto, despues de muchas diligencias, supieron que el perro tomaba su carne, corria, salia de la ciudad y se perdia en una especie de cueva que estaba al pié de una colina.
Irritada con esto la curiosidad, propagada la noticia y desfigurada con los fingidos accidentes de una leyenda, estuvieron algunos en acecho de la cueva: entró á ella el perro con su carne, se acercaron los curiosos, y vieron que llevaba aquel alimento á otro perro herido de una mano, tendido en un rincon de la cueva, que recibia al amigo generoso con muestras de tierna gratitud. Era aquella pareja, Pílades y Orestes en cuatro piés.
La historia de los perros conmovió todos los ánimos; el ayuntamiento de la ciudad se hizo eco del sentimiento popular, sacaron á los perros de la cueva, los condujeron en triunfo á una casa de la municipalidad, llamada del incendio, y se dió especial acuerdo por el municipio, adoptando por hijos aquellos canes, manteniéndolos y recomendándolos á la bondad del pueblo.
Pronto se restableció de sus males el perro enfermo; les lavaron y compusieron, pusiéronles ricos collares para distinguirlos, y desde entónces los perros fueron objeto del aprecio general.
Los dos canes amigos eran inseparables; visitaban los[299] paseos, penetraban en todas las casas, y en todas partes eran atendidos y agasajados.
Por fin, dieron los perros en visitar la bahía, y manifestaron deseos de viajar.
Acogidos en todos los buques y con pasajes grátis, fueron á China, á Australia, á Valparaiso y á donde querian, siendo á su regreso perfectamente recibidos en su casa, donde los esperaban las atenciones de la ciudad.
—Singular historia, dije yo, comparando la suerte de aquellos perros con la de algunos heróicos servidores de mi patria.
Al salir de la tabaquería, ví varios coches como detenidos en una bocacalle....
—¿De qué se trata?
—Está pasando un entierro: vea vd. la fila de coches, y los cocheros se detienen no solo por respeto, sino porque está muy extendida la supersticion de que el que corta un entierro muere sin remedio.
—¿Pero esos coches son los del duelo?
—Sí, señor; ¿por qué lo pregunta vd.?
—Porque veo á los concurrentes vestidos de color y adornados como para una fiesta: además, van mujeres y niños.
—Esa es la costumbre; no hay diferencia, en efecto, entre una comitiva de paseo y la de un entierro. Las cortinitas de los coches se echan para librarse del sol, ó cuando los que van dentro del coche no quieren que los vean; pero en los entierros es otra cosa.
—¡Rarezas! ¡rarezas de los yankees!
Las criadas.—Los chinos.—Los alemanes.—Casas ambulantes.
ENTRE las casas de mexicanos que me favorecian con su amistad, habia una que visitaba con particular complacencia.
Era una señora venerable, con tres hijas, modelos de virtud y de hermosura.
El padre de la familia fué á California con objeto de establecer un comercio: le halagó la fortuna uno ó dos años, murió repentinamente, y la familia, inexperta en los negocios, se encontró pereciendo de miseria al cabo de algun tiempo.
Las jóvenes, perfectamente educadas, se persuadieron de su posicion, tomaron sobre sí el cargo de la subsistencia de la familia, y cada cual utilizó su aptitud, no solo conservando[302] la casa como ántes, sino con mayor decencia, rodeándose de toda clase de consideraciones.
Una de las jóvenes se dedicó á dar lecciones de piano, lo que hacia con el mejor éxito; otra entró como dependiente á una casa de modas, y estaba encargada de los libros y de los grandes negocios del almacen, y la otra, como maestra de idiomas, contribuia á la subsistencia de la familia.
La señora gobernaba la casa, y en las noches se disfrutaba en ella de la mejor sociedad á que yo haya concurrido.
Una noche encontré á Guadalupita de mucho mal humor, y cada vez que la acentuaba con cualquier signo, reia la mamá y le decian todas.... “neta mexicana, mexicana completa.”
Al fin se descubrió el motivo del mal humor.
En la casa estaban con la necesidad de una recamarera. Se presentó una jóven á quien se le impuso de sus obligaciones, y parecia con todo conforme.
—¿Cuánto es lo que quiere vd. de salario? le preguntó Guadalupe.
—Yo, señorita, nada.
—Cómo nada! eso no puede ser!
—Sí puede ser. Yo trabajaré todo el dia, como vd. me dice; pero luego que termine yo mi trabajo, vd. me dará durante una hora mi leccion de piano, porque yo quiero ser artista: con mi trabajo pago á mi maestra.
—Yo, dijo Guadalupe, le volví la espalda, y ella replicó:
—Es que acepta muy gustosa mi propuesta una paisana mia que lo hace muy bien; pero su método de vd. es mejor.
—¿Me dará vd. insolencia? repetia colérica Guadalupe.
Y la mamá y las otras dos jóvenes reian, llamándola “muy mexicana.”
—Fidel, me decia un viejo frances visita de la casa, que me profesaba particular cariño. Aquí los criados son trabajadores como los artesanos; aquí, propiamente hablando, no hay servidumbre á la manera que vdes. lo comprenden.
Un criado se contrata para determinados quehaceres, asiste á la casa como á su oficina á desempeñar sus obligaciones, llena éstas y queda en libertad para otros trabajos ó sus placeres en la calle.
Es muy frecuente que su cocinero de vd. le tome la delantera en un teatro, ó se siente en un bar-room á tomar ostiones.
—Pero eso es repugnantísimo.
—¿Por qué? le choca á vd. un pintor? un músico? pues yo no sé que tenga más importancia que un cocinero. Todo es cambio de servicios. Todo es el mismo proloquio: dinero por mi pan, nada me dan; pan por mi dinero, nada agradezco al panadero.
—Todo estará muy bueno; pero ese igualamiento no puede ser; ese criado un dia tira á vd. con un trasto en la cabeza, le replicará á todo, será insoportable.
—Nada de eso, porque á la primera falta le pondrá vd. en la calle. Su interes, por otra parte, le obliga á cumplir con exactitud, concurre á la casa como á su taller ó á su oficina: lo que hay de cierto es que el amo no ultraja al criado, no le quiere corregir en su vida íntima, ni se mete en las poridades de su conciencia; en las noches es libre, y hace de su tiempo lo que le parece. Estas casas, que son una prision para las criadas; esa comunicacion de carácter clandestino[304] con niños y niñas, trae inconvenientes de otro género; tal vez se priva uno de esos criados viejos que se identifican con los amos y son modelos de lealtad y amigos llenos de abnegacion en sus infortunios; pero en cambio, pocas veces aquí el criado es el cómplice de una maldad; en fin, tendrá su pro y su contra la servidumbre constante en el interior de la familia; pero sí aseguro á vd. que con el sistema americano, gana mucho la dignidad humana.
—Fidel, vd. se ha ayankado, vd. no discurre como mexicano.
—No, señora; si apruebo lo que el señor dice, es porque no veo inconveniente en que luzca su trabajo el lacayo, en que si es instruido, se abra camino y ocupe un asiento en el congreso; ¿por qué no?
Yo conozco lacayos mucho más ameritados é instruidos que muchos próceres de alfanje al cinto, que no tienen más méritos que extorsionar á los pueblos y oprimir á los infelices.
No obstante lo expuesto, el americano es poco afecto al servicio doméstico; aquí los chinos desempeñan esas tareas; excelentes cocineros, buenos y dedicados jardineros, peones del campo y trabajadores asíduos, se concitan el odio de los yankees, cabalmente por la competencia terrible de sus menores salarios; pero esto mismo los hace acreedores á mil consideraciones.
Los chinos han sido los grandes obreros de los caminos de fierro; su sobriedad y su decision para el trabajo, los hace apreciables. En los negocios, los comerciantes han hecho muy considerables fortunas.
Hay más de cien mil chinos en todo California, la mayor[305] parte de ellos, hombres. Las mujeres, que llegan en corto número, se dedican á la prostitucion, y se acusa á muchos de los hombres de vicios infames.
Pero el chino, con generalidad hablando, es perseverante, económico, sufrido y de gran flexibilidad para toda clase de ocupaciones.
Reservado y astuto, siempre que puede engaña á las personas con quienes trata, y espía el medio de descargar sobre otro su responsabilidad.
Gran parte de los chinos que llegan á San Francisco dependen de las compañías formadas expresamente con el objeto de proteger la emigracion. Dícese que estas compañías tienen ostensiblemente objetos caritativos y de beneficencia, y que realmente hacen poderosas especulaciones.
Las compañías se denominan y tienen de fondo:
Wing Yung | $ | 75,000 |
Hop-Wo | ” | 10,200 |
Sam Yup | ” | 10,100 |
Yan Wo | ” | 4,300 |
Kong Chow | ” | 15,000 |
Cada compañía tiene un presidente elegido por los comerciantes y los ricos únicamente.
Los alemanes, aunque en gran número, pocas veces se dedican á la servidumbre, establecen á los cuatro vientos sus chozas ó tiendas, guareciéndose algunas ocasiones bajo una carreta; de los primeros cuatro palos que tienen á mano, construyen un bar-room, en que se expende cerveza; sin esa circunstancia, la iniciativa de poblacion es como trunca y defectuosa. En pos del tonel viene la Biblia. El templo[306] protestante y el bar-room son como las piedras angulares de la futura poblacion.
El aleman se instala con familia y trabajan todos los miembros de ella asíduamente: sóbrio, económico, previsivo y constante en el trabajo, no aventura un paso sin sentir muy firme el terreno.
Admira la audacia del yankee, elogia los arranques de su génio emprendedor; pero él no abandona sus prácticas; modesto, reservado con el americano, expansivo y servicial con sus paisanos. El aleman es como ciertos insectos, no se perciben hasta que no se trasforman en mariposas, ó más propiamente, el aleman es la araña de la mosca del yankee.
El uno audaz, pero frívolo; el otro, cauto y reflexivo; el yankee es el hombre de hoy; el aleman el de mañana: el yankee en una empresa entrega muchas probabilidades al acaso; el aleman ninguna. Diez alemanes se hacen ricos con las locuras de un yankee; el yankee pocas veces explota á un aleman. En sus juegos de astucia, el aleman semeja á esos gatos que dormitan sobre una silla al parecer, que se descuidan y no se aperciben del raton que va, vuelve y se solaza á sus piés; pero en el momento ménos pensado, cae el raton, rendido de fatiga, en las garras del gato papalon.
Por este estilo fué la plática de la casa de Guadalupita, que disipó su mal humor con los chistes y con el agrado de sus apreciables hermanas.
Serian las once de la noche cuando nos retiramos de la agradable tertulia: la noche era hermosa, la mitad de la calle estaba alumbrada por la luna: en la otra mitad se proyectaba la sombra, abriendo claros de trecho en trecho, en las puertas y ventanas, la luz artificial.
De pronto, detuve á mis compañeros, porque me pareció que torciamos por una calle cerrada: un gran edificio nos obstruia el paso.
—Vamos bien, esta es la calle.
—¿Cómo ha de ser? ¿No ven vdes. que vamos á dar de narices contra esas paredes?
—Esa es una casa que anda.... acércate, me dijeron.
Y yo, con estupor, me acerqué. En efecto, venian varios trabajadores conduciendo una casa en forma, con todas sus cosas: la habian sacado de su quicio, y por medio de rodillos, cables y palancas, la trasladaban á otro lugar de la ciudad.
La casa era de tres pisos; pero lo que me sorprendió fué que en esos pisos habia gente, se veian las recámaras con unas criadas, y las camas hechas y en tren de no interrumpirse los quehaceres comunes.
—¡Esto es singular! singular! decia yo.
—Singular para vd.: aquí no hay cosa más comun.
—Pues mucho más le sorprenderia á vd., me decia otro amigo, lo que sucedió hace pocos dias en la calle de Washington. Un propietario queria aumentar su casa. Vió á uno de nuestros célebres ingenieros, y éste hizo de modo que independió un piso del otro, suspendiendo realmente en el aire una seccion de la casa: intercaló el nuevo piso y volvieron las cosas á su estado normal, sin que se hubiese desarreglado nada, ni interrumpido la familia sus costumbres: por ese estilo se verificó una ampliacion de terreno en la calle del Mercado.
—Es verdad que se trata de casas de palo; pero siempre tienen fierro y ladrillo, y el conjunto compone moles inmensas.
Yo seguí gran trecho viendo andar la casa y admirando la tranquilidad, mejor dicho, la indiferencia que mostraban en el interior de ella los habitantes.
Despues, en las colonias nacientes, en los caminos desiertos, me he encontrado verdaderas habitaciones y aun oficinas sobre carros, con sus rubros:—Gran Galería de Pinturas.—Fotografía.—Sastrería.—Dentista.
Una de esas habitaciones que encontré en otro tiempo en Tejas, era de hoja de lata: las personas formales iban entregadas á sus ocupaciones, en medio del ruido infernal que producian los juegos de los niños; pero estos edificios ambulantes en California fué la primera vez que los ví, y me dejó estupefacto el espectáculo.
Hábitos íntimos.—Los niños.—La muñeca.—Artistas.—Compañías de buques.—Tráfico marítimo.—Escuela de ciegos y sordo-mudos.
AUNQUE mis relaciones, en su mayor parte, adolecian de una novedad muy poco á propósito para interiorizarme en las costumbres íntimas de las casas, no obstante, procuraba observar con la mayor atencion las costumbres, y expongo mis impresiones, sin poder asegurar si bosquejo retratos ó trazo particulares cuadros.
La configuracion de las casas, el espacio limitado que ocupan y su falta de patio, hacen que los niños vivan en la calle, y yo no sé si en ella recogen sus primeras semillas de independencia, si allí adquieren el hábito de la vida exterior y vagamunda, y si esa separacion del hogar contribuye á laxar los vínculos de familia que positivamente son muy débiles.
Dan no solo los americanos, sino todos los habitantes de los Estados-Unidos, grande importancia á los ejercicios corporales; la quietud preceptiva del niño se veria como un atentado contra su salud.
En los juegos, en las conversaciones, en las reprimendas, se cuida mucho de no humillar al niño ni familiarizarlo con dictados infamantes, como ladron, sin vergüenza, holgazan, come de balde, tragon, etc., como hace entre nosotros gente que se tiene por bien educada.
Cuando un niño aprende casualmente una palabra inconveniente, no se fija en ello la atencion, se deja correr sin reprension y así se consigue que la olvide.
Tampoco se hacen otras correcciones á título de honestidad, y acaso este es el secreto de que niñas mayores, bien educadas, conserven su pureza.
En los juegos se cuida mucho de la imitacion del trabajo: acarreo de tercios en carros, exportaciones de efectos, importaciones, son objetos de su divertimiento.
Multitud de juguetes no son sino lecciones disfrazadas, sobre ferrocarriles, telégrafos, teléfonos, mecánica, etc., etc.
Abundan en cantidades asombrosas los cuentos morales ilustrados, fábulas, máximas, y cuanto puede hacer amable la sólida moral. En este punto, creemos no sobresale ningun pueblo al lado de los Estados-Unidos.
En las tertulias familiares, en la vida íntima, casi nunca se rechaza ni se expulsa á un niño, creyendo los padres que precisamente es bueno asistan al centro de las buenas maneras, de la educacion esmerada y del puro y correcto lenguaje.
En las grandes procesiones los niños ocupan el primer[311] lugar. En los buques los niños son los primeros llamados á la mesa. En las líneas de ferrocarriles, un niño está seguro de tener todo género de consideraciones.
Desde la edad más temprana, el niño asume la responsabilidad de sus acciones; se le deja el desarrollo de sus fuerzas y su inteligencia; se le enseña el ahorro, siendo muy comunes las alcancías, y en algunas casas labra su tierra y goza del fruto de su trabajo.
Luego que tiene siete años, se lava por sí mismo, cepilla su ropa y va y viene solo á su escuela ó su quehacer.
Respecto de las niñas, la dedicacion es más esmerada. La cuerda, el arco, los ejercicios gimnásticos de salon, desarrollan y embellecen sus formas.
La muñeca grande es digna de estudio.
Una muñeca grande es un instrumento de enseñanzas.
Ella sirve de figurin: el túnico, el gorro, el entallar, el bien parecer, son ejercicios á que se habitúa la niña cuidando á su muñeca.
La muñeca grande se sienta en alto, remeda la visita, alecciona á la niña en los hábitos de buena sociedad, al andar, sentarse y mantener la debida compostura.
La muñeca chica busca el suelo, el vestido es el frunzon, y el bodrio y la tertulia que provoca, es el escondrijo y las maneras degradantes é impropias.
El sentimiento de la dignidad se inculca en la última niña con el mayor cuidado, y la ciencia y las artes se hacen niñas para que los niños y niñas las llamen á sus juegos y obtengan su conocimiento benéfico.
La esmerada pulcritud en el vestir de los niños, hace que se convierta en ellos en hábito la elegancia en años más[312] entrados, y que se relegue la suciedad, como corteza del vicio, á las clases realmente abandonadas.
La mentira, el ocio, la degradacion, se combaten desde que el niño abre los ojos, dando suma importancia á todo lo que nos parecen á nosotros pequeñeces en materia de educacion.
El niño, aun para sus juegos, se enseña á buscar el ahorro del trabajo, utilizando la maquinaria y la mecánica; por esta razon, al frente de un obstáculo cualquiera recurren á su navaja, que es su sexto dedo, ó á una palanca, ó á una polea.
Al frente de un tercio, para removerlo un mexicano se lanzará sobre él, le meterá los puños, se doblará para alzarlo y ponerlo en sus hombros: el yankee correrá en busca de un morillo ó de unos rodillos, ó rodará ó hará girar el tercio, sin pensar, sino en último extremo, en cargarlo.
Más que el trabajo, el negocio es lo que seduce al americano, siendo para él la misma vida una especie de juego de azar.
Volviendo al niño, su ideal desde la escuela, es depender de sí mismo y ser dueño de sus acciones; esa responsabilidad individual le cria el instinto del propio gobierno y reduce la accion del poder público, sin interrumpir sus legítimas funciones. De todas maneras, los grandes principios conservadores de la sociedad, están en la escuela.
Constantemente se ha hecho la observacion, mejor dicho, se ha convertido en una tradicion de rutina, la de que los americanos tienen poca aptitud y mal gusto para las bellas artes. Yo carezco de datos para asegurar cuál sea el estado de las artes en California, pero en general, se me han ocurrido las siguientes consideraciones.
La poblacion heterogénea de California, es de gente que va en busca de fortuna: en los dias del descubrimiento del oro, como se ha visto, se buscaban con ahinco los elementos de subsistencia, los artículos de primera necesidad, y en aquel tragin y en aquella existencia agitada, hubiera sido un positivo estorbo una estatua ó un cuadro precioso.
Pudo el capitalista ostentoso, despues de establecido, adquirir un milagro del arte; pero no educado, y solo por fátuo, ha preferido la compra de un original de cualquiera pintor ó estatuario de reconocida reputacion; y de esto hay ejemplos.
El americano no se provee de cosas de lujo hasta que no posee todo lo necesario: de ahí es que en materia de útiles domésticos, dudamos que tenga competidores un americano.
Los cuidados higiénicos en la habitacion, las bombas ventiladoras y caloríferos, los lechos, los medios de la purificacion del aire y del agua, y hasta lo más imperceptible, está atendido con esmerada delicadeza.
La prosperidad de los Estados-Unidos está manifestada, ménos en los opulentos capitales que en la subdivision inmensa de fortunas, y entre esta mayoría se conoce mucho la movilizacion del dinero: ellos juzgarian una locura, tener inactivo su dinero en una famosa galería de pinturas.
La generalidad de la demanda es la verdadera proteccion del arte, y en los Estados-Unidos los hábitos se oponen á esta cultura.
Figuras llenas de oropeles en actitudes provocativas cromolitográficas más ó ménos vergonzosas, fotografías excelentes, suplen á las necesidades reducidas de esos negociantes.
No obstante, en la pintura de paisajes cuentan los californios artistas de gran mérito.
Acuerda el voto público la palma á M. Hill, decano de los pintores, quien más que pintar calca con vehemente colorido las vistas de los tendidos valles, los gigantescos árboles y los torrentes impetuosos.
El valle de “Yosemita,” tan célebre por su hermosura apasionada, ha sido la mina inagotable de su inspiracion. En sus cuadros se ve suplantada, sorprendida la naturaleza; no atraviesa sus horizontes el aura vivificadora del arte. La parte mecánica no deja que desear; parece que distingue uno á la naturaleza por una cámara oscura.
Kecth, paisajista, tambien tiene mayor intencion poética: hay algun celaje que recoge las sonrisas del sol; hay una rama que se inclina enamorada á verse en la corriente; hay una ave que tiende su vuelo al infinito de las sombras y que dora sus alas un furtivo rayo de sol.
Aunque sobresaliente el mérito de Mr. Virgilio Williams, parte de su celebridad la debe á su carácter fino y caballeroso, á su buen gusto y al empeño de fomentar la escuela de dibujo, de que es digno maestro.
Marple, Rosenthal, Jobe-Irwing, son retratistas notables, lo mismo que Tojetti, retratista italiano muy jóven, que hace grandes progresos.
Entre estos artistas, que un dia elevarán al rango que merece su escuela, merecen especial mencion Couller y Books, el primero pintor de marina, el segundo de costumbres.
Y á fé que cada uno en su género necesita muy especial aptitud.
Esos grandes espectáculos que todos tenemos la facultad de asimilárnoslos y engrandecerlos con nuestros propios sentimientos, con nuestro modo peculiar de concebir lo grande y lo bello, son de dificultad extrema; porque siempre hay más poesía en el alma que la que puede verter la palabra y remedar el pincel; siempre lo más sublime de esos espectáculos queda dentro del espíritu del que los admira.
El pájaro perdido que vuela sobre las olas; el celaje que flota perdido en el horizonte tempestuoso; la barquilla solitaria alumbrada en la inmensidad de las aguas por los últimos rayos de la luz; la feria alegre; la querida que espera ansiosa la llegada de aquella barca que viene en lucha con las olas enfurecidas, todo necesita por intérprete un gran poeta, para que florezca un pintor excelente.
¿Y el cuadro de costumbres? ese Fígaro del colorido, ese pincel proteo que travesea con el muchacho, cuchichea con la vieja, y sabe reir malicioso con el viejo caricato y su cuidadora gazmoña, pintores son estos que confunden al filósofo y al poeta y merecen doble corona cuando logran el acierto.
Por lo demás, el establecimiento de la sociedad artística y de la escuela de dibujo, cuenta con pocos años de existencia, y en esos pocos años ha producido ópimos frutos.
Obra de la iniciativa particular, se instaló bajo la direccion de Mr. Brunel, con solos veinte mil pesos: asociáronse al pensamiento benéfico cuatro ó cinco mil personas con suscriciones de á uno y dos pesos, y en seis años es un establecimiento que no desdice de los mejores de los Estados-Unidos.
Ocupábame en mis anteriores apuntaciones, cuando se entró[316] de rondon en mi cuarto Joaquin Alcalde, vibrante aún de la expedicion que habia hecho á Oakland y su visita á la escuela de sordo-mudos y ciegos.
Iba y volvia del uno al otro extremo de la pieza, hacia el ciego, gesticulaba como los sordo-mudos; en una palabra, su rica imaginacion, su sensibilidad y su facultad mímica inimitable, estaban en accion por las poderosas impresiones que acababa de recibir.
—Cuénteme vd. en órden, refiérame por partes lo que ha visto.
—¿Vd. conoce el muelle de Oakland? me preguntó.
—Le he visto de léjos, contesté; me parece muy grande.
—Sépase vd., continuó, que como muelle de madera acaso es el primero del mundo; tiene capacidad para cargar y descargar á la vez ocho buques, mantiene en depósito constantemente veintiuna locomotoras, y además, transitan por él constantemente un sinnúmero de carruajes.
—¿Y esa es la causa de la admiracion de vd.?
—No, señor, ese es un incidente; mis impresiones han sido en el colegio de sordo-mudos y ciegos de Oakland.
—Por eso digo á vd. que me haga favor de imponerme en órden.
—Como vd. sabe, la Sra. Ramirez, tan servicial, tan generosa y buena con todos nosotros, se dignó invitarnos para este paseo.
Atravesamos el muelle de Oakland, cruzamos la bahía y tomamos el ferrocarril. Nuestra primera sorpresa al entrar en los wagones, atravesar en toda su extension la naciente ciudad, llena en sus alrededores de ricas sementeras, viñedos y jardines, fué no pagar por nuestro trasporte.
—¡Eso es una ganga!
—Sí, señor; los propietarios de las tierras, para valorizarlas y crear la necesidad del tránsito, dan por ahora grátis el pasaje, y es uno de los grandes estímulos que ha tenido para su pronto desarrollo la poblacion.
Caminamos sobre cuatro millas y me fijé en las ruinas que habia dejado el incendio entre unos campos, los más risueños y mejor cultivados de la comarca.
—“Esa era la escuela, me dijo la señora que nos conducia; esos altos muros surcados por la llama; esas ventanas sin objeto como los huecos de una calavera, eran grandes salones, animados talleres y lugares de instruccion y recreo.
“La noche del 17 de Junio de 1875, durante una espantosa tempestad, se declaró el fuego en torrentes de llamas con una voracidad inextinguible.
“Antes que todo, amigos, vecinos y transeuntes acudieron al lugar del siniestro, y sin distincion de personas, abrieron sus puertas y pusieron en salvo á los niños en poco más de diez minutos.
“Humeantes aún esas ruinas, la caridad pública acudia al desastre y se reunian cerca de cien mil pesos para la reparacion de la obra.”
Corria el coche por entre sombrías arboledas, con jardines de uno al otro lado del camino; los que fungian de peones eran jóvenes sordo-mudos, sencilla, pero decentemente vestidos, que suspendian sus tareas para saludar á la Sra. Ramirez, con alegría y con amor, como que es de las bienhechoras más asíduas de la escuela.
Detúvose al fin el carruaje y entramos al edificio provisional que está sirviendo de escuela, en donde, como es de[318] suponerse, no hay la amplitud y propiedad que habia en el edificio incendiado. Algunas cátedras están unidas, en otras no se completan los muebles y todas se resienten de lo transitorio de su situacion.
M. Warrin Wilkson, que es el director de la escuela, y que nos hizo con exquisita finura los honores de la casa, nos mostró sus departamentos, en que unidas á la limpieza y al buen órden, se percibian las atenciones de un padre solícito y amante.
En el establecimiento, y acomodándose á las necesidades especiales de los alumnos, se dan la educacion elemental y la que se comprende en lo que se llama grammar schools, no echándose de ménos ningunos de los sagaces procedimientos que se emplean en ese género de educacion, en los establecimientos de Lóndres y Paris.
En uno de los salones de estudio hicimos conocimiento con los alumnos sordo-mudos.
Aseados, despiertos, destrísimos en su lenguaje de signos, y con aquella mirada centellante, indagadora, maliciosa del sordo-mudo, nos examinaban atentos.
Hicimos á algunos niños preguntas sobre la historia de México, y contestaban escribiendo en el pizarron, con tal certidumbre, exactitud y aplomo, que quedamos sobremanera complacidos.
Por sus propias inspiraciones, una de las alumnas, al hablar de la historia contemporánea, concluyó deseando paz y prosperidad á esta tierra mexicana, bendecida por el cielo.
Los ciegos, con aquellas fisonomías de exhumados, con aquellos rostros dejados á guardar en la tierra, miéntras sus[319] almas vagan en lo desconocido; los ciegos, digo, mostraron adelantos sorprendentes.
Entre todos los que se educan en la escuela, llamó mi atencion y captó mis simpatías una jóven sordo-muda como de diez y seis años.
—Vd. no tiene idea de una fisonomía más expansiva, de una alegría más ingénua y de facciones más movibles y elocuentes.
Preguntáronle á qué nacion habia pertenecido California, y con su manecita primorosa escribió “México,” no sin dirigirnos una mirada llena de expresion delicadísima.
Deseando alguno de los concurrentes borrar alguna nube sombría que acaso creyó percibir en nuestros semblantes, invitó á la preciosa criatura á que imitase con la fisonomía á algunos de los animales que conocia: yo no puedo decir á vd. cómo se verificó la trasformacion aquella; con el cabello fingió las orejas hácia atrás, aguzó su boquita, hizo saltones sus ojos, tendió el cuello, encogió las piernas.... yo no sé, era un perro perseguido que huia alebrestado y se volvia.... y se embarraba en la pared temblando.... despues imitó una liebre, luego un zorro, atisbando y persiguiendo gallinas: aquella fisonomía era todo un espectáculo encantador, cómico, lleno de gracia.... por último, le dijeron se despidiera de nosotros remedando á un jorobado, y no puedo decir á vd. cómo desquició su pecho, levantó su espalda, hundió entre los hombros el cuello y dió á su fisonomía el mirar malicioso, la sonrisa irónica y el conjunto sarcástico de los jorobados. Divina muchacha.... y tan pura y tan infantil, que aplaudimos todos y ella se pavoneaba, andando en las puntas de los piés y representando un guajolote[320] que hacia la pompa y cimbraba sus alas, arrancando nuevos aplausos.
Preguntamos al fin el nombre de la adorable suplantadora del arca de Noé, y con la máquina de escribir puso en varios papelitos: “Mi nombre es MAGGIE AITKEN.”
En el establecimiento de ciegos, poco llamó nuestra atencion, porque el de México está á la altura de los adelantos que allí se notan, aunque siempre en inferior escala.
A nuestro regreso encontramos sola en su pequeño vogue á la directora, que venia por aquellos caminos, como haciendo alarde de la envidiable seguridad que se disfruta en aquella comarca.
La escuela cuenta con ciento cincuenta discípulos, y es una de las más florecientes, y que dan mejores frutos en los Estados-Unidos.
Primeros rumores de partida.—Pájaros.—Viajes desde mi cuarto.—El Monte Parnaso.—Romance de un soldado.
COMENZABASE á susurrar nuestra partida: nuestros compañeros la veian y la deseaban; yo no cesaba en mi acopio de apuntaciones, preguntando aquí, inquiriendo allá, y formando al fin tal guirigay de notas, que no las he podido desenmarañar despues.
Una mañana entera pasé en un almacen de pájaros, de tan ricos plumajes, de tan variadas formas y de cantos tan armoniosos, que pasé las horas con positivo embeleso.
Tucanes con sus pechos airosos; guacamayas colosales ostentando por trages el azul de los cielos y la púrpura; águilas audaces, de férrea garra, ojos de llama y encorvados picos, y colibrís hermosos, ostentando matices y reverberaciones de todas las piedras preciosas y de todos los caprichos del íris.
La China, la Australia, las Islas de Sandwich, la América del Centro, México y los mares, habian dado su contingente para la alabada exposicion, y de todas partes del mundo tenian demanda los hechiceros habitantes del aire.
Al presenciar mi sincera admiracion, me decia el general Vallejo que me acompañaba:
—Es imperdonable en vd. marcha tan próxima: no puede vd., aunque quiera, formarse ni dar idea de los tesoros que encierra este Estado.
No conoce vd. ese tendido Valle de Napa, compuesto de paisajes deslumbradores, los pórticos de sus casitas blancas entre cortinajes de enredaderas, en medio de las olas de oro de sus feraces trigales.
No se le ha mencionado á vd. siquiera á Calistoya, entre bosques en cuyos árboles parecen dormir y reposarse las blancas nubes. Sus manantiales son de aguas más calientes que las del Peñon de los Baños, cerca de México.
No ha querido vd. honrar mi casa yendo á Sonoma, llamado por los indios el Valle de la Luna, y cuyo pueblo lo habria representado la mitología griega, coronado de pámpanos, con una copa de oro en la mano.
Sonoma es un valle risueño, salpicado de quintas como palacios, dividido en alegres sementeras, ceñido de feraces campos en que pastan los ganados más robustos y más bellos que se puede imaginar.
Santa Rosa es la capital del condado, y se persigue, que no se mira, entre bosques intrincados de alisos, madroños y sándalo, formando alfombra como un tapiz de oro los trigales, que como que inundan los piés de los árboles y forman cambiantes de luz divina entre las sombras y los rayos[323] de sol que filtran por entre las hojas de los madroños y de las lianas que se columpian en los aires.
Esos valles han llegado á producir de cuatro á cinco millones de galones de vino, que se conoce con los nombres de Clarete, Tockay, Susfaudel, etc., á más el riquísimo aguardiente, del que no he podido hacer cálculo.
El cultivo del Valle de San José nació ayer: entre sus alegres casas circundadas por barandales que limitan los jardines, crecen la uva y el olivo y nos sorprenden galanos árboles con frutas semitropicales. Cruzan los campos los ferrocarriles, y como si los rieles fueran surcos que contuvieran hombres, la poblacion ha subido á 60,000 almas en ménos de diez años.
San Leandro y Alameda cuentan 80,000 almas en igual período, y hasta los lugares desiertos parecen preparados por génios invisibles para esperar y enriquecer á la humanidad desheredada.
Del Valle de Yosemita no hablo á vd., porque hace poco ha visto en mi compañía la descripcion del árbol monstruoso que tiene más de quinientos piés de altura; es decir, los más altos árboles de Chapultepec, no llegan á la tercera parte de la altura de ese gigante inverosímil.
Puede vd. asegurar, sin ser desmentido, que se conserva en ese valle, á raíz del suelo, el tronco de un árbol que es del tamaño de la parte alta del zócalo de la Plaza de Armas de México.
Por cierto que los americanos que derribaron ese árbol, queriendo dar idea de él á los pueblos del Este, usaron de un procedimiento que me pareció ingenioso.
Ahuecaron el tronco, dividieron la corteza y la encajonaron;[324] despues la armaron y quedó un conjunto que daba idea perfecta del grueso del árbol.
Santa Bárbara sorprenderia á vd. con sus minerales de azogue. En su seno le halagarian las auras perfumadas de sus tierras calientes, y el naranjo le brindaria sus frutos de oro, bajo las tendidas hojas de sus exuberantes platanares.
En San Clemente hallaria minas de petróleo que compiten en riquezas con las de plata, y por último, en San Diego, veria realizado todo un Olimpo de deidades, porque es sacrilegio llamar mujeres á aquellas hermosuras.
A propósito, voy á relatar á vd. el romance de un viejo soldado presidial, que quiso dar idea del Monte Parnaso.
No se fije vd. ni en la rima ni en el giro del verso: es un romance tosco y descuidado como los primitivos de nuestro idioma, pero que da idea de aquellos hombres y de su manera de sentir. Oido á la copla:
El Monte Parnaso de Monterey Cal
Al más mexicano de los mexicanos que conozco,
A “FIDEL”
Majestoso y soberbio,
Sobre el mundo apoyado,
Se percibe el gigante
Que se llama el Parnaso.
Los bosques le circundan,
Su pompa custodiando,
Y los jardines tienden
Tapices esmaltados
A todo el que de cerca
[325]Pretende contemplarlo.
Allá están los pinares
De follaje gallardo,
Verdes como esmeraldas,
Umbrosos.... sosegados,
De los extensos mares
Las olas contemplando.
La encina está más léjos
Junto al roble lozano,
Haciendo pabellones
A los enamorados,
Que á sus ninfas les cantan
Canciones como Bardos.
Este monte es más lindo
Que aquel otro Parnaso,
Todo con embelesos
Y todo con arcanos,
Y con sus nueve musas
Y nueve mil resabios.
Aquí se ve patente
Al Dios de lo creado,
El que á la luz da vida
Y mieses á los campos.
De lo alto de este monte
¡Qué lindo es el Océano,
Cómo en tropel sus olas
Van corriendo al ocaso!
Rielando con la luna
Que gira en el espacio,
En posesion grandiosa,
Seguida de sus astros!
Miro á “Punta de Pinos,”
Al poderoso Faro
Del navegante amigo,
[326]Y amparo de los barcos;
Allí ostentan sus gracias,
Cuando llega el verano,
Las bellas que produce
El suelo afortunado.
De lona alegres tiendas
Bordan los verdes campos,
Y se pueblan los aires
De músicas y cantos.
En vistosas carreras
Compiten los caballos,
Y hay damas y convites
En medio de los campos.
Monterey á la falda
Del excelso Parnaso,
Parece hermosa niña
En maternal regazo.
¡Oh qué bello es su puerto
De pueblos circundado!
Y las sierras del “Toro,”
El “Gavilán” mentado,
Huerta del “Rey Saucito,”
“Cañada de los Gatos,”
“Huerta vieja,” “Cayuelas,”
Muy cerca “Los Berracos,”
“Cañada del Teniente,”
“El pocito del Blanco,”
“Cañada de los Hornos,”
“Picadero”.... y me callo,
Porque al fin esta sarta
De nombres tan extraños,
Tan solo los conocen
Los soldados de antaño.
¿Qué fueron de las casas
[327]De adobes y enjarrados?
¿De dónde nos vinieron
Jardines y palacios?
Silencio, que no hay huella
De los pasados años,
Que desde aquí al olvido
Corriendo se marcharon.
¿Dónde está la capilla,
Iglesia de soldados,
Que hicieron á su costa
Como buenos cristianos?
¿En dónde está el castillo,
Cuyo fuerte artillaron
Los hombres más valientes
Que este suelo pisaron?
Triste está la Bahía
De Monterey ufano,
Dió tono á California
Por más de sesenta años.
¡Salve, Monte Carmelo!
Con tu templo arruinado,
Cuya cúpula miro
Como en mis verdes años.
¿Por qué no detuviste
Los tiempos que pasaron?
Viendo estoy á tus puertas
A los viejos soldados,
Hablando reverentes
Con frailes franciscanos,
Con sus espadas unos
Y otros con sus breviarios.
En bella lontananza
Con la vista cruzando
La bahía, se mira
[328]Santa Cruz, la de Mayo,
Cuyos valles y montes
Desde tiempos lejanos
Están siempre cubiertos
De palos colorados,
De Laureles, Madroños,
De esbelto encino blanco,
De fresnos y de Alisos
Y grandes Avellanos.
El rio San Lorenzo
Camina serpenteando,
Llevando entre montañas
Su curso manso y claro.
Allí de Branciforte
Los ricos hacendados,
Cogen pingües cosechas
De flores y de granos.
Allí “Soquiel ameno,”
“Corralitos” y el “Pájaro,”
Se enlazan con sus valles
Al de San Cayetano,
Y se unen á Salinas
Con el Montereyano,
Orgullo de sus hijos
Do descuella el Parnaso,
Realidad portentosa
Del artífice Magno.
¡Qué escena tan grandiosa
Oh, y cuán sublime cuadro!
No en el antiguo mundo,
Aquí es dó está el Paraiso.
——
Si alguno este romance
[329]Quisiere criticarlo,
Le suplico que lo haga
Subiendo á lo más alto
Del monte que describo,
Con calma, paso á paso,
Llevando de Champaña
Lo ménos un canasto,
Y diga, cual yo digo:
“¡Salud, Monte Parnaso!”
Recitaba el general con tal entusiasmo su romance, que aunque me aseguró que era de un viejo presidial, yo me atrevo á afirmar que es hijo de su númen, y así se lo hice presente, convenciéndome cada vez más de que la sangre estira.
Como he dicho en otra parte, el general es la encarnacion de la historia de California, y en esta última entrevista, me relató biografías, leyendas y rectificaciones históricas, que siento mucho que mi mala memoria se niegue á recordar.
Hablóme de los gobernadores Rivera, Moncada, Fajes, Arrillaga, Sola, Tamariz y Echandía.
Me describió con vivísimos colores la expedicion rusa para la pesca de nutrias, en 1831.
Hablando de tradiciones, se remontó al año de 1817: me representó la expedicion de los piratas, y cómo en el estrecho de Karkines, se desfiguraron los indios espantosamente para librar una tremenda batalla que dió su nombre al Monte del Diablo.
Por último, como cuento de niños, me relató el descubrimiento del oro, en estos ó semejantes términos:
—Ha de estar vd. para bien saber, y yo para mal contar, que en aquellas tierras invadidas por los rusos, que despues se llamaron Sacramento, vivia y bebia un capitan Sutter, dueño de una máquina de aserrar madera: la máquina resistente y el capitan resignado, hubieron de ponerse de acuerdo en trabajar poca cosa con el asentimiento de un Mr. Marshall, soldado divertido, buen fumador de pipa como Sutter, y amigo de la contesta y del trago, como soldado viejo.
Terciaba en tan buena sociedad la esposa de Sutter, señorona expedita, rolliza, cejijunta y de resueltos movimientos, con un lunar en un carrillo como una tarántula.
Yendo dias y viniendo dias, en una calurosa siesta, en que entre dormitando y durmiendo creia departir muy formal el terceto descrito, un peon del campo, con cierto desgaire que se parecia á la indiferencia, allegóse al grupo, con un puñado de tierra en la mano y le dijo á Sutter: “Vea, señor; ¿de qué serán estas chispitas?” Abrieron los tres personajes tamaños ojos con la noticia de las chispitas.... las chispitas eran oro, oro purísimo....
Pidieron más chispitas, y aquel era inagotable manantial.
La madama iba y venia alborotando el cotarro, arrojó líquidos, vació botellas, y á poco, todos los trastos de la casa estaban rebosando en brillantes chispitas....
La cosa no tuvo gran publicidad; pero ha de saber vd. que el capitan Sutter debia cierto piquillo que le molestaba, y los acreedores, ignorantes de lo de las chispas, cayeron sobre él y sus posesiones, con tan resuelta furia, que á la primera negativa querian dar con el bravo militar en la cárcel.[331] “Eso no en mis dias,” dijo la arrebatada esposa de Sutter, y les metió por los ojos unas botellas de chispitas, que los dejó aturdidos: aquellas botellas cayeron como áscuas sobre pólvora en el público, y en el mundo entero tocaron á rebato con el maravilloso descubrimiento del oro.
Muy gratas y muy instructivas para mí fueron las conversaciones del Sr. Vallejo, á quien consigno agradecido este recuerdo.
Delaciones de un perdido.— Exposicion singular.—El cuarto negro.—Jodlums.— Embaucadores.—Los vidrios azules.
TAN color de rosa ha pintado vd. á California, que de repente la desconozco en las páginas de vd., me decia un amigo.
—Pero vd. lo que me ha de decir es en dónde están las inexactitudes para corregirlas.
—Inexactitudes no hay, replicaba; pero á ese cuadro le faltan sombras: sépase vd., que no faltan en California cosas curiosas en materia de diabluras.
—Lo supongo, continuaba yo, y aun lo sé; pero, en primer lugar, no tengo aptitud para hacer rectificaciones por mí mismo, y por otra parte, yo no pretendo escribir un Manual de gente perdularia, sino simples impresiones de viaje.
—Vd. diga lo que le parezca; pero con el sistema de vd., solo se conocerá el anverso de la medalla.
—¿Y quién me garantiza la verdad de cuentos y consejas que unos afirman y otros desmienten? Ya ha oido vd. lo de la exposicion que nos contó el españolito: eso no es creible.
—Yo no sé si aquí en San Francisco existirá; pero en Nueva-York, yo he sido objeto de exposicion.
—Véamos cómo.
—Aseguráronme algunos amigos calaveras que varias damas, ofendidas del desden de sus compañeros á quienes absorben totalmente los negocios, formaron sigilosamente una asociacion para proveerse de novios.
La asociacion costea una casa magnífica, á cuyos corredores, llenos de flores, estancias deliciosas y retirados gabinetes, se atraen por medio de agentes, diestros viajeros de la más alta distincion y hermosura; allí pasean los galanes, miéntras por una entrada subterránea penetran aisladas, á miradores con espesas celosías, damas opulentas: allí ven y examinan á los paseantes, haciendo conducir cuando conviene, á la presencia de la hermosa, al objeto de su eleccion.
—Hombre, calle vd., clamé; calle vd., por el amor de Dios: eso, dado caso que fuera cierto, no me lo creerian en mi tierra, aunque me pusiera en cruz.
—Pues ménos habrán de creer lo que se platica, muy en secreto, pero en todas partes, del Blak room.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir el cuarto negro.
—¿Y qué?
—Es una asociacion de mujeres caprichosas. Se invita al[335] caballero para una visita, absolutamente á oscuras. Se penetra en las tinieblas, se introduce al galan á una espantosa caverna, y no sabe jamás quiénes son las personas que le dan hospitalidad.
—Sabe vd. que eso es tremendo. Esa será una asociacion de viejas, ó por lo ménos de lisiadas.
—Yo no sabré decir á vd.; pero la cosa tiene tanto de romancesco y de fantástico, que hay viajeros excéntricos que lo primero porque preguntan es por el Blak room, haciendo grandes desembolsos para encontrar un guía que los lleve al imperio de las tinieblas.
—Vd. lo ve. ¿Cómo habia de poner esas atrocidades en mi viaje?
—Pues ponga vd. siquiera á los Jodlums (Judloms), que están á la vista de todo el mundo.
—Instrúyame vd. acerca de esos animalejos.
—Los Jodlums son esos muchachos vagabundos que se pudieran llamar aerolitos, porque parecen llover de lo alto, sin padre ni madre.
Estos chicos nacen ébrios al parecer y con el tabaco en la boca: se ocupan en robos, en seducciones y en cuanto malo puede imaginarse. Los diablos estos, de 18 á 20 años, son los más perniciosos.
Propiamente hablando, el tipo que me propongo describir, es una especie de calavera temeron, novel, un calavera en agraz, más atrevido, más impertinente y más escandaloso que el calavera aguerrido.
Seria el ideal el Jodlums de nuestros advenedizos desordenados de la escuela materialista, que ni estudian ni comprenden, de rivolver y aventuras soeces: en el periodismo[336] traficantes; en la amistad rastreros y desleales; en el amor abyectos y asquerosos; vagos de profesion, llevando sus mercancías de desvergüenzas y calumnias al primer receptador de infamias que aparece como al frente de un gran partido político, como él mismo cacarea modestamente.
El Jodlums no es así, se fija especialmente en no respetar lo que se respeta en público, más religiosamente en los Estados-Unidos: la mujer.
No solo emprende, para jactarse, criminales seducciones, sino que se congrega en compañías que en el despoblado, en los lotes mal cercados con latas, se embosca y asalta á la mujer honrada y abusa de ella algunas veces, arrancándola de los brazos del marido y del amante.
En el año de 74 hubo un lance en una de las calles más conocidas de estos asaltos: el esposo riñó hasta rendirse; á la esposa la pasaron al interior de la cerca; pero aquella robusta Lucrecia, repelió á los unos, perniquebró á los otros, magulló á todos y dió tales gritos y armó tal escándalo, que la perezosa policía hubo de acudir al fin, y la cuasi víctima, desmelenada, desgarrada, inmirable, pudo exclamar como Francisco I y sus atrasados plagiarios: “Todo se ha perdido, ménos el honor.”
Los calaveras de que me ocupo, suelen organizarse y prestarse admirablemente al incendio, á los asesinatos contra los chinos y á romper vidrios ó carruajes, de acuerdo con hojalateros y carroceros, para proteger la industria del país.
El teatro de las hazañas de estos malvados, son los muelles, y suelen extender sus correrías hasta lo que se llama la contracosta.
Allí suelen verificarse esos asaltos con chorizos de arena, cuyo golpe certero en el cerebro, no deja rastro del crímen que se perpetra. A veces detienen á un viandante: uno le oprime con los dedos abajo de las orejas, hasta dejarlo sin respiracion; el otro le quita entre tanto cuanto lleva, y tal parece el grupo un corrillo de amigos; pero estas son las hazañas del calavera vulgar.
El Jodlums pur sang percibe un labriego bonachon, un viajero aturdido; á esto le llama, un green, es decir, un verde, y ó bien le echa los brazos, dizque confundiéndolo con un pariente ó con un bienhechor, ó bien le propone un negocio pingüe, una posada cómoda, etc.
Domesticado el Green, se le lleva á una posada de mala ley, en que hay generalmente cantadoras y bailarinas; el pobre labriego siente palpitar su corazon; el cantinero, cómplice casi siempre del calavera, mezcla un ingrediente adecuado al vino del hombre de los campos, y allí es Troya: se le desbalija en un abrir y cerrar de ojos, y se tiene por bien librado en el desenlace del drama, si logra, con los restos de su fortuna, interesar á la inflexible policía.
El calavera que nos ocupa, aunque tenga domicilio conocido, flota en las calles y se guarece en los sótanos de las casas arruinadas ó de las que están por construir. Muchas veces sus guaridas se encuentran en las cuevas de las colinas que rodean la ciudad; aquellos antros tenebrosos son verdaderamente infernales; la orgía impera en toda su desnudez, y lo que hemos leido de peor, respecto de bohemios, de lazzaronis y gitanos, no es ni sombra comparado con esos sepulcros de la honra, de la decencia, de la honestidad y de todas las virtudes sociales.
El género femenino de esta especie es verdaderamente espantoso: niñas en la flor de la vida, deshojando sus encantos en la embriaguez y la locura; quejas como aullidos; besos como cáusticos; alegrías que estremecen y horrorizan, y llega á tal extremo la perversidad, que aun cuando á aquella precoz decrepitud se ofrezca un arrimo; aun cuando la fortuna le brinde luz y bienestar, él ó ella se apegan á sus compañeros, contraen sus enlaces y forman su mundo aparte, en el corazon mismo de la sociedad.
El Jodlums siempre es jóven, siempre temerario y arriesgado; va en la popa de la vida desafiando las tempestades; el calavera no muere, se pierde ó se borra de un modo insensible; una misma alma parece trasmigrar á varias personalidades.
El aumento del cuerpo de policía, los ejemplares castigos aplicados á personajes que se habian burlado de la justicia, y otras causas, han disminuido la importancia del Jodlums; pero cuando se le cree perdido, reaparece tremendo, y un grande escándalo sirve como de aviso de su existencia turbulenta.
El salon subterráneo, la casa de juego, son como las oficinas de este dañino personaje; la noticia de un envenenamiento, la suministracion de bebidas con brebajes que ponen á las víctimas á discrecion de los malvados; la extincion de la luz en los juegos; los enmascarados y otras fechorías, son los solaces de estos verdaderos demonios.
—Realmente espantado me ha dejado vd. con su relacion, dije á mi amigo; yo ni sospechaba siquiera en la existencia de esa aberracion social, en vista del órden, del bienestar y de la superficie tranquila de esta poblacion afortunada.
—Para completar el cuadro de estas curiosidades, deberia yo hablar á vd. de gitanos decidores de la buena ventura, de espiritistas, sobre todo, que hacen su agosto, avasallan voluntades y gozan en aquel país de números, de inmensa popularidad.
Entre los adivinadores no olvide vd. mencionar al Dr. Koern.
—Pues bien, dícteme vd.
—El Dr. Koern, vive en ese callejon sucio y oscuro que corre entre las calles de Bush y de Sutter.
Su tipo es el tipo neto del judío: gran melena, narigudo, ojo pequeño y cuerpo corcovado. El retrete en que despacha tiene el aspecto de aquellas oficinas de alquimistas que ha inmortalizado la pluma de Walter Scot, y no precisamente por hornos y retortas, lagartos disecados, y cráneos humanos, sino por el aspecto del mago ó nigromante y por el carácter de misterio que sabe comunicar á cuanto le rodea. Tiene muy numerosa clientela, recibe como un potentado, y se cree que ha reunido un inmenso caudal.
De King ya ha hablado vd. extensamente, pero no de Foster.
Del primero se dice que con perseverancia inaudita, y hace muchos años, lleva libros en que están inscritas mil particularidades, sucesos notables y nombres de personas que se hacen un tanto visibles. Para resolver una consulta se da dos ó tres dias, y en ese tiempo hace sus indagaciones, valiéndose de agentes diestrísimos.
La especialidad de Foster es la adivinacion: se cuentan de él cosas que rayan en prodigios. Se le escribia un nombre y se le decia que adivinase; para esto el doctor suministraba[340] el lápiz ó tenia en el círculo un corresponsal, que por medio de signos imperceptibles le ponia al tanto de lo escrito. Sus manejos fueron denunciados.
Un competidor suyo, disfrazado, le preguntó dónde estaba su hermano. Foster le designó un punto del Este con particularidades especiales.... despues de oirlo el rival, le dijo que no tenia hermano y que Foster era un embaucador; la prensa se apoderó del suceso, y Foster emigró de San Francisco.
Las originalidades del yankee, su supersticion, en nada se han dado á conocer como en el uso de los vidrios azules.
Lancaster Jones escribia con este motivo á uno de sus amigos de México:
“Es muy general en algunos pueblos de los Estados-Unidos la preocupacion de que el vidrio azul ejerce un influjo tan favorable á la salud, que la preserva de casi todas las afecciones. El antídoto no puede ser más sencillo en su aplicacion, ni más barato, pues basta para el objeto recibir de vez en cuando los rayos del sol al través de un vidrio de aquel color, cualquiera que sean su tamaño, y la manera de colocarlo. Deben ser muchas las víctimas de esta superchería, puesto que en New-York existen almacenes de importancia, cuyo principal negocio consiste en vender el encantado talisman. Los poseedores de él, miéntras no se enferman, viven contentos y tranquilos con la idea de que han adquirido, en cambio de algunos centavos, la invulnerabilidad contra todas las enfermedades, excepto la última; así es que no se puede negar por completo la virtud del vidrio azul, una vez que sirve al ménos para aquietar á las personas aprensivas.
“Si nuestros frailes ó sacristanes vinieran aquí á vender sus medidas, su tierra de Chalma y sus aguas milagrosas, hombres, mujeres y niños de estos pueblos se les reirian á las barbas; pero en cambio, es la cosa más fácil del mundo engañar á un yankee en estas materias, atribuyendo calumniosamente el mayor absurdo á cualquiera ley de la naturaleza. No se les debe decir nunca la palabra milagro, sino simplemente: una invencion, un descubrimiento debido á la profunda sabiduría; con esto, y el sello de la oficina de patentes, tienen pasaporte las mayores barbaridades.
“Respecto de los vidrios azules, debo decir que las personas ilustradas se burlan de ese Aquiles de la salud, que todo se vuelve talon y aun suele servir de asunto para epígramas y chistes. En una comedia de Ministrils, por ejemplo, aparece el presidente Grant quejándose de sus padecimientos físicos, en conversacion con uno de sus amigos. Este le dice:—“General, ¿por qué no ensaya vd. los vidrios azules?”—Grant contesta: “Es inútil, amigo mio: por que el Sol está en mi contra.” Es sabido que en New-York se publica un periódico con el nombre de El Sol, que hacia la oposicion á Grant.
“Esta facilidad y llaneza con que para divertir al público toman los histriones por tema los más sérios y respetables negocios de la vida política y hacer la caricatura animada de los más eminentes funcionarios de la nacion, me recuerda, aunque no viene al caso, otra ocurrencia de Ministrils.
“Asistia el presidente Jhonson á un espectáculo de este género, en que figuraba un perro sabio haciendo gracias y manifestando sorprendente habilidad. El payaso excitaba los aplausos del público, y en uno de sus raptos de entusiasmo,[342] exclamó: “Este perro no tiene nombre: yo quisiera ponerle uno con que se inmortalizara.”
—“¿Qué nombre le pondremos? preguntó el empresario.
—“Washington, Washington, dijo el payaso.
—“Eso no será; yo reverencio y amo demasiado ese nombre, para ponerlo á un perro, por más gracioso y estimable que sea el animal....
—“¿Le pondremos Aníbal?
“El empresario hacia que nó con la cabeza.
—“¿Carlo Magno?
—“No.
—“¿Napoleon?
—“No, tampoco.... ¡Ah! ya caigo, le pondremos.... Jhonson.
—“Eso no puede ser; yo tengo en mucho la importancia y habilidad de mi perro, para consentir en ponerle el nombre de Jhonson....
“A estas palabras, el público estalló en ruidosos aplausos, y Jhonson aplaudia tambien, celebrando el llamado chiste.”
Casas de habitacion.—Baños turcos y rusos.—Una aventura de wagon.
AUNQUE he hablado con mucha repeticion de las casas americanas, insistiendo en su uniformidad, haciendo comprender que calles enteras parecen hechas con molde, mejor dicho, que se tiran ejemplares de casas, como de un aviso ó de un retrato fotográfico, quiero ahora que he penetrado en el interior de varias de esas casas, consignar mis recuerdos.
La casa americana ocupa un cuadrilongo, dividido en dos terceras partes para la habitacion y otra para corral ó seccion interior á la espalda de la habitacion, en que se deposita la leña y el carbon, se solazan pollos y gallinas, y por lo comun se hacinan toda clase de trebejos: allí suele existir el depósito de la agua.
Entremos á la habitacion. En su parte interior, corre del uno al otro extremo un angosto pasadizo, á donde dan por un lado las puertas de las piezas del primer piso y por el otro da la escalera al piso ó los pisos superiores.
A la entrada de la calle existe siempre, en uno de los costados del pasadizo, un mueble como tocador con su armazon, para depositar bastones y paraguas, y su perchero, pues así deberia llamarse donde se colocan sombreros y abrigos y puede asearse la visita para presentarse come il faut: debajo de la escalera está imperturbablemente la despensa, en que se guardan las provisiones todas de la familia.
El pasadizo descrito conduce al salon. Este, en general, es extenso: en su centro se levanta un arco y ese arco sustenta un cancel de tablas corredizo, que divide, cuando se requiere, el salon en dos salones pequeños, segun las distribuciones de la casa.
Siguen al salon dos ó tres cuartos, y en el fondo del pasadizo están ubicados el baño y el comun (water closer), departamento con agua corriente, perfectamente aseado, y al que se dan siempre nombres que no despierten ideas desagradables.
Del pasadizo parten dos escaleras; una ascendente, la otra descendente: la primera conduce á las recámaras, con sus ventanas, su comun inglés y su closer ó perchero para la ropa. En esas habitaciones hay tambien su baño.
La escalera que desciende lleva al comedor, en el bassement ó subterráneo, porque está hundido medio cuerpo y solo asoma los ojos de sus ventanas al jardin exterior ó la banqueta de la calle.
En el comedor se ve una alacena, que no es propiamente[345] sino ventana ó punto de comunicacion con la cocina, lugar por donde se sirve, sin percibirse desde la primera pieza el tragin de la oficina culinaria, ni dar lugar á las disputas de los criados.
Las piezas de los varios pisos, en su espalda, se comunican con el corral.
Pero en todo esto no hay un claro de luz, ni un pedazo de cielo, sino el que se ve por las ventanas: cada casa es un estuche; con una asa en la azotea, se podria trasportar como una portavianda: es una construccion como de buque; son cajones de madera más bien para empaque que para habitacion: de ahí nace la tendencia á la vida exterior y al aire libre. En esas pichoneras nos asfixiariamos los mexicanos.
En las construcciones de San Francisco y en casi todas las de los Estados-Unidos, hay una singularidad. Puertas y ventanas, sin excepcion alguna, son del mismo tamaño, las mismas dimensiones para marcos y vidrios, el mismo herraje y hasta el propio color, de suerte que pérdidas y deterioros se reparan con la mayor facilidad, y las casas enteras están en fracciones, de suerte que no es más que armarlas. Las improvisaciones son muy comunes.
Los artesanos trabajan centuplicados ejemplares de celosías, de goznes, de todos los artículos de carpintería y herrería, y aun familias hay que parece tienen una especie de balero para reproducir individualidades exactamente iguales.
Cuando salen del órden comun las habitaciones, entónces esas cajas que hemos descrito cobran mayores dimensiones; ostenta en ellas sus primores la arquitectura, y están ubicadas en el centro de un jardin delicioso en que se admiran[346] estatuas soberbias, se deleita la vista con fuentes y cascadas, y se recrea con la competencia de los primores de la naturaleza y del arte.
Ocupábame de las apuntaciones anteriores, para dar á conocer las casas de habitacion de San Francisco y de la mayor parte de las ciudades de los Estados-Unidos, cuando, como lo tenian de costumbre mis amigos, que se esmeraban en prepararme diariamente una nueva sorpresa, llegaron, no obstante que corria un cierzo cruel, con la peregrina ocurrencia de llevarme á tomar un baño turco.
—Hombre, vdes. se han vuelto locos! Si en mi tierra, y con su aire amoroso y las aguas dulcemente templadas, esto del baño lo veo como asunto de pensarse sériamente, ¿qué será aquí? Vayan vdes. con la música á otra parte.
Instaron, resistí; persuadió Alatorre, forzó Ibarra, espiaron todos mis lados débiles, y dí al traste con mis propósitos, no sin ofrecer y cumplir que seria simple espectador en el lance de aprender de condenado, con que me brindaban.
Hicimos la excursion: contaria maravillas si la describiese puntualmente. Despues que los bañadores salieron frescos y rozagantes, tuvieron la bondad de mostrarme el establecimiento, que tiene el nombre de “Hamman” y está en la conjuncion de las calles de Dupont y del Mercado.
Los baños turcos de que hablo se construyeron bajo la direccion del Dr. Loryea, quien ántes de poner mano á la obra habia recorrido por todo el universo mundo los más famosos establecimientos de su género.
Proponíame hacer la descripcion lo mejor que pudiese,[347] cuando cayó en mis manos la traduccion que del inglés hizo mi amado amigo y hermano Francisco Urquidi, del periódico Overland Montly, que conservaba inédito entre sus papeles, y que yo me tomé la libertad de extractar y acomodar al tono de esta obrilla. Oigamos:
“Subiendo la calle de Dupont, el viajero se detiene ante una hermosa fuente de bronce, cuyos elevados chorros brillan con el sol.
“Sobre la puerta que da entrada al establecimiento que vamos á describir, hay una inscripcion primorosamente ejecutada, que dice en árabe: “Bismi Uah Allá il Allá.”
“A la derecha de la entrada se ve un departamento provisto de refrescos y de estimulantes adecuados: á la izquierda está el despacho, que se comunica por medio de tubos con los diferentes departamentos del “Hamman.” Allí es donde el bañador deposita sus prendas, inscribe su nombre y recibe su boleto. Despues de estos preliminares, penetra al mustaby ó cuarto fresco, cuyo centro está ocupado por una especie de tina de mármol blanco, de seis piés de profundidad, seis de ancho y como seis varas de largo. En ese departamento derrama sus purísimas aguas una hermosa fuente de plata.
“A cada lado de la fuente hay piezas para descansar y para fumar, espléndidamente amuebladas y separadas cada una de ellas por cortinajes y tableros de madera calada y labrada, por donde penetra, como adelgazándose y refrescándose, el aire.
“Los techos y paredes están magníficamente pintados al fresco. El dia penetra en aquellas estancias por dos grandes tragaluces circulares cubiertos de vidrios de colores,[348] cuyos matices están graduados de manera que impresionen con la sensacion de frescura que se experimenta en aquel recinto.
“Sobre todas las puertas y algunas paredes, hay sentencias tomadas del Koran y preces que se dirigen al consuelo de las buenas almas de Moslen.
“Inmensos espejos reproducen por todas partes los objetos, y el visitador, con aquella luz ténue, aquel murmurar de la fuente, aquel sosiego y frescura, se siente dominado por una languidez soñolienta, voluptuosa, esencialmente oriental, viendo, al mismo tiempo que crece su ilusion de lo turco, lo pérsico y lo asiático que le rodea.
“Con precaucion científica, se han cubierto los suelos de una hermosa estera de la India, para que no se conserve el menor calor.
“El mustaby ó pieza del fresco y del frio, es el opodyterium, cónclave ó spoliatorum de los romanos.
“Contiguo al mustaby está el tepideryum, correspondiente al “mas” de los indios y al piscinium de los romanos. Este es el cuarto ó la cámara caliente que con constancia se mantiene de 120° á 130° Fharenheit.
“En este departamento todo corresponde al nombre que lo anuncia, y concurre á producir el calor.
“La inmediata en el órden de las piezas es el calidarium ó sudatorium, que corresponde á los baños de piedra caliente de los rusos, irlandeses y algunas tribus de América. El calor de esta pieza es de 160° á 180° y puede aumentarse á discrecion del superintendente. Aquí tambien cada cosa está en relacion con el nombre y uso del departamento. Toda la pieza es de mármol, y de mármol la gran mesa[349] que se halla en el centro, rodeada de sillones de mármol tambien, destinada para el procedimiento sudatorio, que es muy singular.
“Todos los empleados de los baños son turcos, educados en aquel oficio desde la edad de ocho años.
“Los dependientes trabajan generalmente ocho años en los baños, y si se debilitasen por estar expuestos tanto tiempo á tan alta temperatura, se notaria en su apariencia, lo cual no sucede.
“El hermoso cielo arqueado del calidarium, refleja é irradia el calor con igualdad por toda la pieza, iluminada por soberbios candelabros de exquisito gusto y en perfecta armonía con sus accesorios.
“Separados de esta pieza por gruesas cortinas de fieltro, hechas é importadas especialmente para su objeto, hay otros tres departamentos más chicos, en dos de los cuales la temperatura es mucho más alta que en la pieza principal. Habiendo pasado por el calidarium y sus auxiliares, el visitante encuentra la entrada de las señoras en Bagley Place, donde una escalera volada une el segundo y tercer piso, estando destinado el segundo al uso de ellas y el tercero á toda clase de baños medicinales.
“Las piezas de las señoras están suntuosamente amuebladas y profusamente provistas de cuanto puede conducir al deleite.
“La pieza destinada á los baños de vapor mercurial, está toda compuesta de espejos trasparentes, de manera que quien se baña pueda ser visto por el facultativo; esta es una nueva y valiosa idea introducida por el Dr. Loryea.
“Sin emprender una descripcion de los departamentos de[350] las señoras, los cuales solo vistos se les puede hacer justicia, inspira una gran admiracion la manera con que las investigaciones de la ciencia han sido utilizadas y combinadas para hacer el “Hamman” tan perfecto como es posible.
“Es un hecho establecido, que la química suministra el modo de extraer los ingredientes activos de las aguas medicinales, por medio de lo cual pueden ser trasportadas, en pequeño volúmen, disueltas de nuevo y reproducidas las aguas, sin pérdida alguna de sus efectos, sino ántes bien, con el poder de remediar algunos defectos existentes en las aguas originales, y asegurando por tanto la certeza en su operacion, que no se obtiene siempre en su estado primitivo.
“El Dr. Loryea se ha servido felizmente de la ayuda que proporciona la química, y despues de haber examinado á fondo los principios activos de las más célebres aguas sanitarias de Europa, ha condensado aquellos principios y está preparado para administrar los baños de más nota en el mundo. Puede uno allí tomar los baños de mar del Mediterráneo, sin pasar el estrecho de Gibraltar; los baños de carbonato ó alcalinos de Vichy, están á nuestras puertas; los famosos baños de la serpiente de Schlaugenbad, han sido trasportados á la ciudad; los de Kesselbrunen, Swalbash, Mariembad y Bareges, se han establecido aquí.
“Baños eléctricos administrados por diestros operadores, y hasta baños cosméticos perfumados, para entonar la complexion delicada, encontramos entre estos prodigios neptunianos.
“Las cuasi fabulosas virtudes de Bethesda, Siloam y el[351] Jordan, han sido restauradas y concentradas para nuestro regalo.”
Tal es la descripcion de los famosos baños turcos.
Miéntras los tomaban mis compañeros, yo conversaba en la pieza de la entrada con un amateur, que disertó conmigo de lo lindo sobre las excelencias del remojo humano.
El amateur tenia sus puntas de erudito y de médico; disertaba sobre las excelencias de los baños de aire para conservar libres los poros.
Yo, que deseaba no quedar en mal concepto con aquel personaje tan entendido, y á la vez tan obsequioso, emprendí una disertacion sobre el Temascalli azteca, que yo mismo por dentro me dí coraje de verme tan charlatan: despues me he persuadido de que es enfermedad que acomete sin sentir al viajero.
Aquella indiezuela doliente que quiere vivificar su sangre y su existencia, para renovar, despues de ser madre, sus gracias para presentarse al esposo.
El local, especie de horno con su depósito de agua interior, en que hace sus abluciones la jóven para exponerse á las devorantes caricias de un aire como llama; el lienzo que se agita y con el aire que despide refresca sus formas como envolviéndola en deliciosas emociones; las ramas de árbol empapadas en agua helada y sacudidas sobre la piel, tostada casi por la temperatura del horno.... yo no sé como expresé todo esto, que el desconocido compañero, primero escuchó atónito, despues tomó apuntes, renovó sus obsequios y me ofreció muy formalmente que pronto tendria la dicha de participarme el establecimiento del Temascalli azteca en San Francisco.
Mis compañeros salieron complacidos al extremo de los baños turcos; no así un español cejijunto y de alborotado cabello sobre la frente, que aseguraba haber pasado las penas del purgatorio, y que al sentirse en el cuarto caliente, echó á correr, desnudo como estaba, golpeando las puertas y pidiendo socorro por haber caido en el mismo infierno!
Separéme de mis compañeros, y como de costumbre, me metí al acaso en el primer wagon que atravesaba, sin cuidarme de la direccion que llevaba, y como lugar cómodo para ir haciendo mis apuntaciones. El wagoncito urbano la llevaba larga.
Quedamos gran trecho de tiempo, y casi á la salida de la ciudad, dos pasajeros que nos espiábamos sobre nuestros respectivos libros.
Uno de estos transeuntes no era pasajero, era pasajera; pero la hembra más excitadora del mundo para esto de la conversacion.
La señorita era francesa, ó por lo ménos sabia francés, á dar crédito al libro que llevaba abierto en las manos; este descubrimiento ya era algo para aquel á quien iba sabiendo la boca á medalla.
Yo veia, tosia.... dejaba escapar una que otra palabra como hablando á solas.... y recordaba los usos de la tierra.... y me estaba fuerte.... al fin, ella, dizque entregada á su lectura, alzó la voz.... leia el “Viaje á Oriente” de Lamartine, con acento tan dulce y con tan apasionada modulacion, que yo, sin que al caso viniese, ni saber precisamente de lo que se trataba.... me acerqué, como enajenado con la lectura, diciendo:—“¡Oh: señorita, eso es divino,[353] divino, Lamartine es mi poeta....!” Por supuesto que tales exclamaciones requerian cierto acortamiento de distancias....
Así se entabló la conversacion, primero desconfiada y curiosa, despues franca y cordial, haciendo la señorita la debida justicia á mis años, y dando esto soltura á nuestra naciente relacion.
En frente de la parte despoblada de la calle de Franklin, se detuvo, cambiamos nuestras tarjetas y me invitó para su tertulia en la calle de Washington; tertulia que se verificaba los miércoles y á la que asistia Mr. Lestalié, jóven comerciante á quien profeso particular cariño, que me habia presentado á la mejor sociedad francesa de San Francisco.
Como es de suponerse, acudí puntual á la cita.
El tabique de la sala de la tertulia Washington se habia corrido: en una de las secciones se charlaba, se tomaban refrescos, bizcochos y dulces: la otra seccion estaba consagrada á los artistas que ocupaban el piano, cantaban y hacian ostentacion de sus notables habilidades.
En el rol de los artistas unas jóvenes italianas, las Sritas. Rotanzi, deslumbradoras de gracia y sentimiento, rodearon el piano, reclamando su nombre la atencion universal.
Interrumpióse el cuchicheo delicioso de viajes, de modas, de amores y de bromas sabrosas, y las tres artistas preludiaron un canto en medio del silencio más profundo.
Si á mí me hubiera tocado en suerte bautizar á las tres señoritas, que sin pretenderlo se imponian á nuestra admiracion, á una hubiera llamado Ensueño, á la otra Pasion é Inocencia á la tercera.
Ensueño soltó sobre las teclas las deliciosas armonías[354] que estaban escondidas entre sus dedos, y dejó flotar en el éter invisible, la inspiracion divina que se anidaba en su mente.
Alentadas con aquel ensayo, piando primero, despues en torbellino de notas estusiastas, al último, en requiebro apasionado de desesperacion, de locura y gemidos, se seguian las voces como cuando á dos aves en el espacio separa el viento y luchan por reunirse, y ráfagas tempestuosas las dividen, hasta juntarse y guarecerse bajo una rama amiga, reprimiendo los sollozos para dar vuelo á las emociones del placer.
La concurrencia entera se agolpó al rededor de las artistas: yo veia reproducidos los grupos en los espejos, pareciendo cuadros allí fijados, ó más bien vistas fotográficas de otros países. Aquellos viejos de anchas y relucientes calvas y cabellos canos colgando sobre los hombros; aquellas jóvenes como estampas de un periódico de modas; el perro junto á la chimenea; el jarron con flores sobre la consola; el retrato de Napoleon I en su caballo blanco cruzando los Alpes, todo me parecia que eran recuerdos que animaban en aquel instante mi fantasía.
Redobles continuados de aplausos ardientes, acogieron las notas de aquel terceto en que la música fué el pretexto, la ejecucion un accesorio, y la vida y el drama de pasion estaba en las animadas fisonomías de aquellas celestiales hijas del Adriático.
El gozo dejó caer su lluvia de hojas de rosa y sus rayos de oro, y tomó la concurrencia el carácter más agradable del mundo.
Disputábanse las muchachas el piano y los cantos; americanos,[355] rusos, ingleses, hebráicos y de todo el mundo, encontraron intérprete.
Hay en México una cancion que tiene su fecha: no se conoce su autor, ni dos personas cantan los mismos versos. Es una cancioncilla que ni cruza dorados salones, ni se anida entre el populacho; vive como paloma consentida al calor de los corazones sensibles.
Esa cancion que me parece es de mi amigo el apasionado Antonio Plaza, la arrullamos, la escondemos, es una confidencia y una duda; se exhala caliente con un beso; muere como un sollozo entre los labios de quien canta.
La cancion evoca el recuerdo de la adorable clase media de mi patria; la polluela obstinada y heróica para el sacrificio, el galan rendido y esperando su ingreso al presupuesto para la realizacion de sus ensueños; lirio escondido para el escribiente de oficina; albor de luz risueña para el colegial que está al romper el huevo de la preparatoria y pretende volar á jurisprudencia ó medicina; desahogo del teniente, en las altas horas de la noche, que vela en su guardia, y éxtasis para el ranchero que va desde la hacienda á pasar el domingo en una ciudad de tierra adentro con su novia; esa cancion, cuyo nombre no recuerdo, pero dice en uno de sus versos, remendados como han querido los cantantes:
Pero mi amor aun al delirio excede;
Pero mi anhelo vence el cruel dolor;
Mi corazon sufrir ya más no puede:
Quiero morir, pero morir de amor,
esa la cantó Pasion en su castellano peculiar, con tal ternura, con tan intenso sentimiento, que la cancion vino á mí como[356] una querida que se lanza á nuestro cuello y nos envuelve en ella é inunda con sus cabellos nuestro rostro, y esculpe su semblante sobre nuestro abrasado corazon.
México, sus guitarras, sus pollas, sus enamorados, su zócalo, sus noches de luna, todo vivia en aquella voz, y me requebraba y me enloquecia.... “Quíteme vd. de aquí, le dije á mi compañero, porque de fijo cometo una barbaridad si sigue ese canto.”
La misma dificultad de la pronunciacion española; vamos! ¿para qué lo he de negar? me caia en gracia y me tenia trastornado el cerebro.
Yo quiere mucho mi morir damore.
Terminó la cancion: la Srita. Rotanzi recibió con suma amabilidad mis cumplimientos, y mi compañera de wagon, á quien llamaremos Clara, dijo: “La señorita dice, que quiere obtener de vd. un favor, M. Guillermo.
—¡Favor! ¿quién no lo recibe sirviendo á la señorita?
—Lo vamos á ver.
—La señorita canta una cancion italiana, cuyos versos ha olvidado; quiere que vd. improvise los versos: nosotros haremos coro.
A este anuncio, la concurrencia toda se puso en pié, Pasion ensayó las primeras notas y en un momento estuvo en corriente el coro.
Yo, sobre el piano, iba improvisando lo que Pasion cantaba.
Antes dijeron que me dieran el asunto de la cancion.
Clarita dijo: “Figúrese vd. la vista del mar, la playa, el[357] muelle; el buque que se ve, está pronto á partir.... un jóven se despide de su patria, y de su amor....”
Mil aplausos celebraron el asunto de Clarita.
Comenzó la música....
Pasion, inclinada, veia sobre mi hombro lo que yo iba escribiendo, y nacia en la voz de Pasion, viva en mi oido, la idea que acababa de depositar en el papel mi corazon.
El asunto, el compás acelerado y vehemente de los coros, la voz vibrante de Pasion, la luz, la animacion de las fisonomías, todo realzaba el cuadro y lo hacia interesante.
A medida que yo iba improvisando, tomaban parte todos en el coro y me estimulaban á continuar.
Yo no sé de dónde aparecieron funcionando una flauta y un violin, despues un piston que clamaba sus sonoras notas con acentos apasionados.
Yo, aunque hago esfuerzo, no puedo recordar lo que improvisaba; era el estallar de mis propios dolores; dejar su quejido á mis penas, guardando su revelacion en el misterio; eran alusiones á esos hondos infortunios que lloran dentro de nuestra alma y encuentran simpatías en todos los corazones.
¡Oh patria! ¡oh sagrado nombre! ¿quién te pronuncia indiferente cuando teme perderte?
Al último, viejos, mujeres, muchachos, todos cantábamos agolpados al piano y teniamos los ojos llenos de lágrimas.
Pues, señor, no puedo recordar ni una estrofa de los tales versos, y ahora que no los puedo recordar, creo que estaban bonitos; ¡qué diantre de cosa!
Miéntras nosotros componiamos y cantábamos, un viejo coronel italiano, de calva frente, frac con cinta en el ojal[358] del holgado redingote, y pierna de palo, habia mandado por unas botellas de Champaña, y al terminar el canto, entre hurras y palmadas, estalló una salva de taponazos para resucitar á los muertos.
Por de contado, que yo era el amigo de todo el mundo, y vino aquello de los Albums, y los encargos de epitafios, y todo lo que ya saben los copleros que esto lean, que acaso sean pocos.
Clarita estaba ufana con su presentacion, como con un gorrillo nuevo: me llenó de agasajos, me presentó á su novio, me dijo que le habia hablado mucho de mí M. Lestalier, y que estaba cierta, cuando le hablé en el wagon, que yo era el viejo Fidel, siempre amigo de las muchachas alegres y de las buenas mozas.
Esto explica su fácil amabilidad con mi persona, en el encuentro del wagon.
Aquella familia y aquella Clarita me dieron dias verdaderamente agradables.
En una de mis visitas á Clarita, la hallé á la entrada de la casa, frente al jardin, bajo el pórtico cubierto de enredaderas, blanqueando entre los huecos del cortinaje de yerba.
Vinieron á nosotros como aves parleras que buscan sus nidos, los recuerdos infantiles: me refirió Clarita sus dias de pobreza, y cómo debió su fortuna á una tia que tenia en gran veneracion, y de quien me contó la anécdota que van vdes. á saber:
“Como digo de mi tia, era una mujer de humilde nacimiento, robusta como un carretero irlandés y con un buen sentido que ya envidiarian más de cuatro gobernantes de naciones.
“La santa señora era viuda y solo me tenia á mí en el mundo; á mí que perdí á mis padres desde mi tierna infancia y quedé á sus expensas, porque ella era hermana de mi padre.
“Luchando á brazo partido con la miseria, se hundia su buque y ella sobrenadaba dejando media vida en la lucha.
“Algunos de los amigos más íntimos de mi tia, sumidos como ella en la desgracia, pensaron en alzar el vuelo, seducidos no sé por qué leyendas de ventura, y situarse en las inmediaciones de San Francisco California.
“Omito decir á vd. cuántos fueron los trabajos para disponer la partida, las despedidas y lágrimas de los viejos, el contento de los muchachos y lo romancesco que es lanzarse sin un cuarto á correr aventuras en tierras desconocidas.
“El terror á los peligros, la esperanza de la adquisicion de una fortuna y una posicion, los proyectos frustrados, las ilusiones deslumbradoras.
“Despues de establecidos en Oakland, y no sé al cabo de cuántas fatigas, mi tia hacia sus pequeños acopios de carne salada, y se contrató en una línea de vapores para hacer su tráfico á la Baja California y Guaymas.
“Parece que la estoy viendo con su gran falla de lienzo blanco, los rizos de sus canas saliendo sobre sus sienes, su pañolon de madraz, su burdo vestido negro y sus chinelas de gruesas suelas, como un marino. Ella era sin embargo fresca, derecha y hermosa.
“Su honradez, su comedimiento, y su desembarazo para servir en cuanto se ofrecia, la hicieron muy querida, especialmente del capitan, jóven americano, franco, alegre, valiente, liberal y comedido con las mujeres.
“Mi tia fué como la madre de aquella tripulacion: ella veia al capitan como á su hijo, y acrecia su fortuna, al punto de que ya Mme. Peplier conducia, no un barril de salazon, sino barriles, y se hallaba al frente de un tráfico respetable.
“Yo estaba, aunque niña, al frente de los trabajos de la casa.
“El capitalito de mi tia seria de unos 10,000 pesos: ella contrataba los cerdos, compraba semillas, regañaba, escribia y navegaba como un Nelson.
“Cuando nuestra fortuna parecia más propicia, cátese vd. que se va poniendo una línea de vapores y establece la competencia á la línea de M. Prittson, protector de mi tia.
“Los vapores de nuestra línea eran hermosísimos y andadores; los de la competencia les igualaron: dispusieron los contrarios que hubiese á bordo de sus barcos soberbias músicas que atrajeran el concurso; las músicas que nosotros llamamos á bordo eran de más renombre: anunció entónces la Compañía competidora pasajes grátis; la nuestra prometió grátis el pasaje y la comida: entónces, grandes carteles llamaron á bailes suntuosos en los vapores de la Compañía enemiga; y parvadas de lindas muchachas poblaron las cubiertas de nuestros barcos.
“Fijóse, pues, la competencia en la celeridad, sin que en tres viajes consecutivos se pudiese sacar la ventaja una á otra línea.
“Tratábase de una guerra en forma, hacíanse cuantiosas apuestas, la gente de mar se dividió en bandos, y las tripulaciones de los buques, de mil amores habrian convertido en naval batalla, aquella porfiada competencia.
“Al partir los buques de los muelles y al llegar á su destino,[361] millares de espectadores agitaban sus pañuelos, alzaban en alto sus sombreros y saludaban con hurras y palmadas á los campeones marítimos.
“En uno de esos viajes, acaso el más empeñado, en medio de la travesía faltó carbon á la línea de M. Prittson, en que iba mi tia; la congoja fué inmensa, la desesperacion tocaba á su colmo, la tripulacion acarreaba de sobre cubierta cuanto podia servir de combustible, y todo lo devoraba en instantes la llama, levantándose remolinos de humo en la agonía del fuego, que anunciaba vergüenza y derrota.
“Mi tia, con el valor de Juana de Arco, con una intrepidez digna de los tiempos fabulosos, se puso al frente de la desesperada situacion.
“Mandó que se arrojase al fuego cuanto habia en las bodegas, excitaba á los marinos, alentaba los ánimos caidos, predecia la victoria, anticipando su entusiasmo; pero faltaba el combustible: entónces, y sin esfuerzo, como por una inspiracion salvadora, mandó atizar las calderas con su barrilaje de lardo; la llama, alimentada, revive; el vapor cobra demasiado empuje; la tripulacion se alienta; el buque se reanima, y volando sobre las aguas, llega triunfal al puerto, con la valerosa matrona en la popa, que se habia apoderado y revoleaba la bandera americana.
“La línea competidora no sobrevivió á su derrota; á mi tia le hicieron grandes obsequios: no obstante que en sus barriles de lardos cifraba su fortuna, rehusó que se los pagasen, diciendo que cuando la Compañía estuviese en fondos, repartiese el valor de sus barriles entre los bravos marinos que habian alcanzado aquella victoria.
“La prensa, con sus mil trompetas, publicó estos sucesos,[362] y del fondo del Kentuky vino un riquísimo banquero, hizo la corte á mi tia y se casó con ella, declarándola poseedora de una opulenta fortuna.
“De esa fortuna participé yo, y ve vd. que mis títulos de nobleza son tan buenos, como los de cualquier potentado europeo.”
Clarita fué de las personas más queridas para mí.
Al separarme esa noche de la tertulia, dejé escritos en su Album estos versos, que no puedo decir que improvisé, porque yo jamás hago otra cosa:
A CLARA
——
¿Habrá una cosa más rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer?
Cuanto más miro tu cara,
La miro con más placer.
——
Es hermoso hallar el dia
En el limpio azul del cielo,
Cuando sin un solo velo
La aurora su luz envía....
Pero pasa esa alegría....
¿Y habrá una cosa más rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer?
Miéntras más miro tu cara,
La miro con más placer.[363]
——
Dios mismo quiso adunar
En tu nacer, jóven bella,
Lo apacible de la estrella
A lo grandioso del mar.
Podrá su encanto pasar;
Pero, ¿habrá cosa más rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer?
Miéntras más miro tu cara,
La miro con más placer.
——
En ella brilla el contento,
En ella el alma más pura,
Sabe realzar la hermosura
Con las gracias del talento....
Así es momento á momento,
Porque, ¿habrá cosa más rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer?
Miéntras más miro tu cara,
Mucho más la quiero ver.
——
Se tiembla de que haya un dia
Que nuble tus negros ojos
Y provoque tus enojos
Voluble, la suerte impía.
Yo niego tal tiranía,
Porque, ¿habrá cosa más rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer?
Miéntras más miro tu cara,
Mucho más la quiero ver.[364]
——
Es un festin de hermosura
Ese mirar y ese cuello,
Y esas ondas de cabello
Contraste de tu blancura.
El mirarlo da ventura;
Por eso no es cosa rara,
Clara,
Aunque no lo quieras creer,
Que mirándote la cara,
Mucho más la quiero ver.
——
Voy á partir, y te dejo,
No mis recuerdos de amores,
Sí de mi patria unas flores
Para adorno de tu espejo.
Porque, por más que estoy viejo,
Es una cosa muy rara,
Clara:
Aunque no lo quieras creer,
Siento haber visto tu cara,
Porque no la vuelvo á ver.
Alta California, Marzo 29 de 1877.
Guillermo Prieto.
Colegio de Corredores.—Ojeada retrospectiva.—Las costas del Pacífico.
“AUNQUE vdes. lo pidan con memorial; aunque me cueste un ojo de la cara desarrugar el ceño de vdes., ni por una de estas nueve cosas pongo números en mis viajes. Será interesante, será lo que se quiera. ¿Tienen por ahí sus mercedes algo de crónica escandalosa? ¿un cuento de hadas? ¿un romance de amor? cualquiera de esos cachivaches me conviene más que las bolsas y los Stokes, y todo ese arsenal de guarismos que barrunto traen vdes. entre pecho y espalda.”
Tal y tan enérgico lenguaje empleé con unos amigos que vinieron nada ménos que á seducirme para que llenase algunas páginas con estados de importacion y exportacion, y cálculos sobre la melaza y el café, la lana y los cueros de res.
—¿Están vdes. locos? proseguia yo casi colérico: ¿no ven que para charla eso es muy soporífero, y para estudio muy superficial y diminuto? Señores, no puedo complacer á vdes.
—Le faltará á vd., me dijo un sonorense, tirante como un riel de fierro y exacto como un acreedor avaro, uno de los rasgos fisonómicos de esta sociedad. ¿Vd. no ha visto siquiera nuestro Colegio de Corredores?
—No, señor, ni el cementerio, contesté: el primero, porque en mi vida, pienso que me corran más que de la casa que no pague; y el segundo, porque un viejo en un cementerio parece que va á buscar hospedaje, y yo no deseo quedarme por aquí.
—No, dijo un aleman que se desentelaraña los labios para soltar un monosílabo, hay cosas de números muy divertidas.
—Ya lo creo: vd. tiene cara de tenderse de risa con un arancel, y acudir á una tabla de logaritmos para disipar su mal humor.
—Déjese vd. de bromas, me dijo un amigo corredor que siempre está en movimiento: cuando no canta, silba; y cuando no trastorna los útiles todos del escritorio, es porque alborota al perico, hace desesperar al perro, ó lucha por dar rapé al gato.
—¿Vd. ve ese gentío, dijo mi amigo Seis por ciento, que inunda mañana y tarde las calles de California y contiguas? Pues lo produce exclusivamente el Colegio de Corredores.
—Los corredores, añadió D. Pedro Decimal, forman una corporacion muy respetable: el oficio se compra á elevados precios, cuando hay vacante en el número, que es limitado.[367] Yo conozco corredor á quien ha costado su oficio veinte mil pesos.
Las sesiones de la cámara de corredores se verifican en un gran local en la calle de California, muy semejante en estructura y tamaño, á la antigua cámara de diputados de México.
Dos horas por la mañana y dos por la tarde acuden á ese local los corredores, para el remate de los Stokes ó acciones de minas.
Ocupan los corredores, á guisa de los diputados de por estas tierras, el salon, cada uno en su asiento y con su mesita al frente, dejando una calle central para tránsito, que comunica con la gran mesa que se halla á la cabecera del salon, donde fungen el presidente y cuatro secretarios, que tienen altísimas dotaciones: no se usa campana; se sirven de un enorme martillo que golpea el presidente sobre una piedra, cada vez que lo requieren las circunstancias: diga vd. ahora á Fidel el modo de proceder en las sesiones, dijo D. Pedro á Seis por ciento.
—El procedimiento es muy sencillo: uno de los secretarios anuncia, por ejemplo, que se trata de rematar acciones de la mina Alfa, que las personas que tengan acciones avisen á los secretarios.
A esta voz, se levanta espantoso tumulto: todos los que tienen acciones brincan de sus asientos y se precipitan, agitando sus papeles, al camino central, empujándose, escurriéndose, alzándose sobre los hombros del que estorba; en una palabra, como una manada de potros brutos.
En instantes, inscriben los secretarios acciones y propuestas y se impone silencio. Establecido el silencio, los secretarios[368] proclaman los remates hechos y su término medio, para dar á la operacion la debida publicidad, porque es de advertir que estas sesiones son privadas del colegio; el público no tiene derecho á asistir á ellas, pero sí los extranjeros que, como se sabe, tienen acceso á todas partes, en medio de particulares consideraciones.
Como es de suponerse entre yankees, y tratándose de cuestiones de dinero, no son raras las disputas en el Colegio de Corredores. Cuando esas disputas se enardecen, el presidente manda á uno de sus secretarios que haga una informacion sumarísima y verbal; se improvisa una especie de jurado y se multa al culpable. Este queda renegando y dice pestes; pero entónces son las palmadas, las risas, los desahogos del buen humor, que hacen que por fin el mismo multado siga la gresca.
Si el alboroto tiene visos de seriedad, entónces, á un solo golpe del formidable martillo, se restablece la calma y siguen en órden los negocios: para que se forme idea de las operaciones de comercio, aquí traigo la lista de las que se verificaron ayer.
Sacó, en efecto, mi amigo una tirita de papel impreso de su bolsillo, y me dijo: “Vea vd.: sesion de la mañana. Se jugaron Stokes de 57 minas: ya vd. ve los nombres: Alfa, Belcher, Chollar, Crown, Juha, Bryant, Nevada, Imperial, etc.... estos guarismos indican el número de acciones: así al vuelo, serán sobre quince mil acciones.... en esta columna están los precios de Alfa: de 90 á 98 pesos, 300 acciones: 1,410 acciones Caledonia, de 35 á 40.... ¿calcula vd.?....”
Hizo mi amigo varios números en su cartera, y resultaron más de 600,000 pesos de transacciones en las dos horas[369] de la mañana. Ha habido épocas de dos y tres millones al dia.
—Aquí tiene vd. el movimiento de la tarde: son más de 100,000 pesos.
En 1874 el valor de las operaciones de minas fué de 260.471,915 pesos: ya vd. verá que aunque estos son números, tienen su poesía, al tratarse de la prosperidad de un pueblo, doscientos sesenta millones.
—Fíjese vd. además, me dijo otro amigo, en que esta es la simple base de los negocios: con esa suma se enlazan otras y otras combinaciones, y lo que aparece doscientos en el movimiento y circulacion, afecta muchos valiosos negocios en nacimiento y refaccion perpétua.
Además, en ese movimiento se cria el juego de los Stokes, que es peligrosísimo; exige prevision y destreza, y al que, por lo mismo, son afectísimos los americanos.
Por ejemplo: ¿conviene aparecer que se deprecian las acciones de una mina para comprar á bajo precio? se hacen ligas sumamente reservadas, aparecen las acciones ofrecidas por unos corredores, compradas por otros; de los tenedores inocentes de la intriga se apodera el terror, ofrecen sus acciones y tienen los depreciados ganancias locas: en esto se ha dado caso, no en San Francisco, ni en negocio de minas, que un comerciante se finja quebrado para comprar por trasmano sus mismos créditos con gran descuento, y reaparecer despues doblando su fortuna. Tal rasgo ha parecido de suma habilidad, sin lastimar la reputacion del prestidigitador.
Por el contrario, se hacen subir artificialmente los valores, parecen comprar acciones los confabulados, y este es un anzuelo para que otros compren y se estrellen, así como en un[370] juego de azar se ven aparecer y desaparecer fortunas; y esos tahures de nuevo género, ni se envanecen con la opulencia, ni se abaten con la adversidad.
La fiebre del Stoke acomete al artesano y al labrador, al padre de familia pacífico y al jóven aturdido: el yankee sale de su vida habitual, persigue la quimera, se embriaga con sus conjeturas y sus cálculos, y cuenta como una página de las más interesantes de su existencia, esa alucinacion de la que muchas veces despierta en la miseria, ó se duerme para siempre con el suicidio.
El corredor es el sabueso destrísimo en esta caza de fortunas: hay Stokes llamados con márgen, que interesan al corredor, y entónces se amplían las operaciones, y es más complicado, y exige mayor destreza de los que entran en esas campañas.
—Nada de esto habia en los tiempos en que vine yo la primera vez aquí, dijo mi compañero sonorense, fino, generoso, servicial, de ojos centellantes, abierto reir y tez morena, á quien por cariño llamábamos El Negro; nada de esto, y cuidado que eran los dias del oro. Entónces el albur embriagaba la gente y corria como agua la fortuna, deteniéndose ó escapándose del modo más caprichoso del mundo.
—Que traigan unas copas y le remojaremos al Negro la garganta para que nos cuente sus aventuras.
—Cerveza.
—Ajenjo.
—Un coptail.
—Señores, felicidades.
Tocaron las copas la obertura de la narracion, y el Negro dijo así:
—Como es sabido, los primitivos pobladores de California fueron de Sonora, Sinaloa y Horcasitas, y aunque tibias y tardías las relaciones, el árbol ama su raíz, y siempre se mantenian amistades.
Cuando la fiebre del oro, en 1848, llevaron á nuestras tierras la noticia, aquellos hombres llenos de asombro y de riquezas, Juan, que era comerciante del tres al cuarto, Pedro el vaquero, Fulano el arriero, el mozo de mandados, el quídam que pedia limosna, llegaron ostentando grandes trenes, ricos relojes, armas hermosísimas, y contando maravillas: el oro, segun ellos, brotaba por todas partes, inundaba; habia lagos y montañas del precioso metal, y en los placeres, vino corriendo como en Jauja, muchachas deliciosas, y hombres compartiendo su riqueza con todo el género humano.
Yo tenia quince años, la sangre hervia en mis venas, y la espectativa de aventuras inauditas, de aquellas fabulosas fortunas, y el volver derramando onzas de oro, haciendo la dicha de cuantos me rodeaban, como el héroe de una leyenda de las “Mil y una noches,” me enloqueció realmente.
Reuní hasta treinta mulas, me proveí de caballos y de mozos valientes y diestros ginetes, y se me unieron algunos amigos, con los cuales formé una de tantas caravanas que, con temerario arrojo, se lanzaron á atravesar aquellos espantosos desiertos.
Así salió en són de conquista nuestra caravana del Altar, entre las bendiciones de nuestros padres, las señales de envidia de nuestros amigos y las lágrimas de nuestras novias, con las que nos haciamos los importantes, dándonos el aire de que íbamos á la conquista del Vellocino de oro.
Pasamos con felicidad al frente de los Papagos y Pimas,[372] terror de aquellos desiertos; dejamos á un lado los indios areneños, que son feroces y se mantienen de ratones, ratas y víboras, porque no hay idea de lugares más sombríos y más estériles, y llegamos al fin á la confluencia de los rios Colorado y Gila, que formando, aunque imperfectamente, como los dos brazos de la parte superior de una Y griega, invade en todas direcciones nuestro territorio, despues de los tratados, siempre irreflexivos y funestos de Guadalupe y la Mesilla, conocido este segundo con el nombre de Tratado de Gasden. A esa confluencia llega hoy el ferrocarril, tocando el fuerte Yuma, situado en la union de aquellos rios.
Despues de haber llegado al punto descrito, venciendo mil penalidades, nos internamos en otro desierto, más sombrío y más peligroso que el anterior.
Allí aumentó el espanto que llevábamos, el espectáculo de caravanas perdidas, de carros, herramientas y despojos de trenes regados por el suelo, y de esqueletos de animales, que parecian dar testimonio, en aquellas soledades, de la imposibilidad de la vida.
Rendidos de fatiga, agotadas las fuerzas de nuestros animales, temerosos de haber perdido el rumbo, y al entregarnos á la desesperacion, pernoctamos en una espantosa llanura en que el desamparo parecia tener su asiento, y la muerte su terrible dominio.
Los criados que vigilaban nuestras béstias, con los primeros albores del dia descubrieron al Norte, y como asomando entre árboles y montones de tierra, unas casitas blancas. Era el pueblo de los Angeles, hoy de tanto renombre. Gritaron los criados, corrió la gente, estallamos en demostraciones de contento, y regocijados y risueños, partimos y llegamos[373] á la pequeña poblacion, que tendria habitualmente cuatro mil almas, pero que en aquellos momentos era como un vasto hotel en que se alojaban gentes de todas las naciones.
No habia ni rastros de autoridad, ni de órden, ni de nada.
Todas las accesorias eran fondas, juegos ó casas de baile; en medio de las calles, bajo toldos formados de estera y lienzos, habia tambien juegos, bailes y cantinas, y era aquello una bola tumultuosa en que se hablaban todas las lenguas, se ostentaban todas las costumbres y se proclamaba por el mismo demonio, que se tendia de risa, el triunfo de los siete pecados capitales.
Entre esta hervidora invasion, en la que se veia brotar el oro, como el agua entre las piedras de un torrente, aparecian los tipos característicos de la antigua poblacion, conservando nuestras antiguas tradiciones de colonia.
Los californios, altos, morenos, con sus grandes trenzas, muy bien formados; las mujeres macizas, corpulentas, de ojos divinos, de infinita gracia.
Vestian los hombres pantalon ajustado de punto, chaleco y chaqueton ó chupa de seda, y calzaban zapatos morunos.
Las señoras usaban túnicos escurridos, de alto talle y ruedo que daba sobre sus tabas, calzadas como las señoras de México á principios del siglo. Algunas llevaban peineton.
Las mujeres eran escasas, y solian algunos pagar, por el honor de visitarlas, diez onzas de oro.
Puede formarse idea de los Angeles de aquella época, quien conozca los pueblos de Atzcapotzalco, San Juanico,[374] Mixcoac y otros de los alrededores de México, ó algunas villas de tercer órden del interior.
Al Sur de la pequeña poblacion de los Angeles corre el rio de su nombre, y en sus vegas y llanuras se producen uvas, peras y duraznos, que enriquecen las huertas de lo que se llama el barrio de Sonora.
Hoy aquella es una ciudad americana, con treinta mil habitantes, su magnífico puerto de San Pedro, y por las orillas de la ciudad atraviesa el ferrocarril, que se liga con el del fuerte Yuma, que ya hemos dicho está en la confluencia de los rios Gila y Colorado.
Como potros sin rienda nos desatamos en los Angeles: todos eran amigos, nos llamaban de todas las casas, comiamos y bebiamos con todo el mundo, y nos brindaban dinero por todas partes.
Un ranchero á quien caí en gracia solo por su querer, me dijo que íbamos en vaca de los albures que estaba jugando, y al dia siguiente, sin más ni más, me puso en posesion de veinte libras de oro que dizque habia yo ganado, sin saber por qué regla.
Mi fortuna fué tan loca, que por un caballo que compré en Sonora en cincuenta pesos, me dieron quinientos, y vendí á trescientos pesos cada una de las treinta mulas que saqué de mi tierra, y me costaron á cuarenta pesos.
Los placeres del oro estaban situados en la Sierra, que en todas sus crestas, cañadas y accidentes, se vió sembrada de habitaciones y tiendas que blanqueaban entre las rocas y al través de los gigantescos pinos, alisos, madroños y encinas, que bordan riachuelos y cascadas.
Aun no se entronizaba el crímen en aquellos lugares en[375] los primeros momentos; aun presentaban las campiñas algo parecido á la edad de oro; aun no se bañaba el metal, árbitro de la fortuna humana, con la sangre de los que en pos de la opulencia y la dicha, encontraron la persecucion y la muerte.
Me hizo partir de los Angeles un incidente que tiene sus puntas de sentimental, que parecerá á vdes. importuno referir aquí, y que, sin embargo, me impresionó muchísimo: ó más bien, dijo vacilando el Negro, lo pasaremos por alto....
—No, no, cuéntalo, dijimos todos á una voz.
—Habla todo lo que quieras.
Entre tanto el Negro echaba un buen trago, y dejando su copa sobre la mesa, continuó:
—Entre las gentes que reclamaban la piedad pública en aquella orgía estupenda, habia una jóven italiana de 17 á 18 años, cubierta de un garzolé blanco como la nieve, erguida, rubia, de ojos de cielo, y de dentadura que iluminaba las sonrisas que jugaban entre sus labios, como un manantial de luz.
Su trage denunciaba excesiva pobreza: era de lanilla rayada, deslavazado y con remiendos, pero muy limpio.
La niña tocaba el armónico, que obedecia dulcísimo á sus presiones hábiles, y así imploraba la caridad á la entrada de las fondas, de los juegos y de las casas de huéspedes.
No obstante el desórden que por todas partes reinaba, pocas ó ningunas veces era aquella niña molestada ni con una mirada.
Y era justo: se descubria tan pura inocencia al través de su mirada melancólica, denunciaba tan hondo dolor su actitud digna y llena de sencilla naturalidad, y tenia dulzura tan[376] angélica su voz, que parecia imposible que la perversidad misma atropellase tantos encantos.
Además, no faltó quien dijese á la colonia mexicana, de que era favorita, que Eva (este era el nombre de la niña), tenia un padre anciano tullido y demente á quien mantenia con sus limosnas, que su conducta era angelical y que su descanso lo empleaba en atender á su padre y tocarle y cantarle, porque con eso encontraban alivio las penas del anciano.
Como tengo dicho, la niña recibia toda especie de atenciones en el grupo mexicano, donde no solo tocaba su armónico, sino que se acompañaba á veces canciones tan vaporosas, tan llenas de sentimiento, tan empapadas en lágrimas, que eran el contrasentido, la aberracion y la inconsecuencia seductora del tumultuoso concurso.
Entre todos nuestros amigos, uno á quien llamaremos Espinosa, porque así lo exige la discrecion, la socorria con más asiduidad y delicadeza que los otros: álguien decia que porque le inspiraba amoroso afecto; pero habia quien atribuyese tal preferencia al pago del tributo á un recuerdo apasionado de una jóven adorable de nuestra tierra.
Pero ni la maledicencia ni nada pudo empañar la pureza de Eva, que pasaba solitaria á su morada en las altas horas de la noche, al rayo de la luna, tarareando esas canciones hijas de las olas del Adriático, que besan y acarician cuando llegan á nuestros oidos.
Eva, reconocida sin duda á la respetuosa conducta de Espinosa, le mostraba cierta preferencia de gran señora, que á todo el mundo agradaba.
Y era justa de parte de Eva semejante distincion; aquel[377] muchacho maniroto, atrevido, no muy cauto al esgrimir la sin hueso, á la presencia de Eva tenia cierta compostura, y la niña entónces le pagaba en melodías dulcísimas sus caballerosos cuidados.
Un dia estaba Espinosa en el juego, sin tomar parte en él; algo se fastidiaba, cuando apareció Eva tocando su armónico.
Invitóla el jóven á que siguiese; lo hizo de buena voluntad; pero no era, como otras veces, la queja ni la súplica; era la golondrina parlera que saluda su pensil y las aguas de la fuente, en que se ha contemplado enamorada, y humedecido su pico charlador....
Espinosa mostró buen humor, sacó un puñado de onzas de la bolsa, y le dijo á Eva: “¿A cuál apostamos de tres y caballo?” La niña dijo: “Al tres,” y siguió gorgeando su cancion. El incidente aquel, por insignificante que fuese, produjo vivo interes.... el albur era hondo, no sé por qué todos tenian el alma en un hilo, querian que Eva acertara.... una carta.... no, no era caballo, era sota.
—Tres de oros viejo, gritó el montero, y se oyó una respiracion colectiva, como si todos hubieran contenido el aliento.
El montero pagó treinta y tres onzas, que era la apuesta de Espinosa; pero éste no tocó el dinero.... todos lo veian.
—Eva, dijo entónces el muchacho, ese dinero es tuyo.
Eva abrió los ojos como una insensata.
—Es tuyo, repitió Espinosa con naturalidad, pero con cierta energía: llévalo á tu padre.
La niña estaba indecisa, se puso encendida como la llama, y al fin prorumpió en sollozos.
—Canario! yo tambien tenia un nudo en la garganta; toma niña tu dinero, y ¡Viva México!
—¡Viva México! gritaron todos, recogiendo el dinero y poniéndolo en el delantal de la niña.
—¡Cómo! dijo uno, ¿las sesenta y seis onzas?
—Todo, dijo Espinosa.
Unos amigos acompañaron á la niña á su casa, y dicen que allí pasó una escena, junto al lecho del anciano, capaz de conmover corazones de bronce.
En cuanto á Espinosa, siguió de excelente humor, jugó, ganó, y no se volvió á hablar de la tocaya de la madre del género humano.
Eva, bien aconsejada, depositó su dinero y siguió con su armónico ganando la vida.
Espinosa no cambió en lo más leve de conducta; siempre atento, siempre respetuoso, al extremo de sufrir algunas bromas por insensible con Eva.
Quien hubiera sondeado el alma diáfana de la pobre niña, la habria hallado ménos tranquila; quien se hubiese fijado en sus cantos, habria sorprendido trémulos sollozos en las notas, que parecian solamente expresivas; y quien hubiera seguido los rayos furtivos de aquella mirada límpida, los habria visto deslizarse apasionados entre los rizos de cabellos que caian bajo el ala del galoneado sombrero de Espinosa.... pero todo esto pasaba inapercibido.... Eva era tan pobre.... Espinosa parecia tan preocupado con el placer y los negocios, que nadie siguió las peripecias del drama que se estaba representando al aire libre.
Los negocios exigieron la pronta salida de Espinosa, y éste, sin reserva alguna, hizo sus preparativos de marcha.
La víspera del dia de la partida, que recuerdo que era un miércoles, regresábamos á nuestro hospedaje, despues de las doce de la noche. El cielo se veia oscurísimo, nuestra casa estaba al comenzar el llano; apénas doblamos la esquina, oimos en lo profundo de las sombras el canto de Eva, tan dolorido, que heló nuestras palabras y suspendió nuestros pasos: no comprendiamos ni se percibia con claridad la letra; pero los ángeles que dejaron para siempre el cielo, deben haber llorado así el dia que fueron sepultados en la condenacion eterna.
—Adelántate, dijo Espinosa, dale algo á esa niña y que se vaya á su casa, ó acompáñala.
Yo obedecí maquinalmente; pero por más que busqué, no encontré á nadie....
Al siguiente dia partió Espinosa, sin que volviésemos á mencionar á Eva; le fuimos á dejar hasta la orilla de la poblacion.
Cuando regresamos de encaminar á nuestro amigo, la colonia mexicana estaba hundida en espantoso duelo.
Eva supo la hora de la salida de Espinosa, se subió á la torre de la iglesia para.... verlo partir.... y al torcer el carruaje entre unos pinos, y perderse de vista envuelto en polvo.... se vió, ¡qué horror! precipitarse de la torre á la niña.... y hacerse mil pedazos en el empedrado del cementerio.
—¡Horrible! horrible! exclamó el Negro con el cabello erizado y los ojos queriéndosele saltar de sus órbitas.
Reinó profundo silencio....
—Este fué, continuó con esfuerzo el Negro, el motivo porque abandoné los Angeles, dirigiéndome aquel mismo dia á San José y perdiendo realmente una fortuna.
San José era entónces una aldehuela: ahora es una poblacion con campos perfectamente cultivados y un ferrocarril de mucha importancia.
En San Francisco permanecí poco tiempo; era un gran bazar y un gran proyecto de ciudad: la calle de Dupont, en que se construyó la primera casa, estaba desierta, nos sombreamos bajo las copas exíguas de unos árboles que habia en un arenal.... ese arenal está hoy convertido en las calles de palacios que se llaman Kearny y Montgomery.... ya ve vd., de esto no hace ni veinte años.
—Pues señor, perfectamente lo han hecho vdes., exclamé yo, despues de que cesó de hablar el Negro: venian muy preparados para que hablásemos de comercio, y hemos salido con relaciones de viajes y con leyendas de amores; mejor para mí, así hemos pasado el tiempo más entretenidos.
—Yo traia á vd., me dijo Decimal, los estados del movimiento mercantil de nuestros puertos del Pacífico con México.
Esos estados yo los copié del archivo del Sr. Lic. D. Manuel Azpiroz, cónsul mexicano en California, y uno de los hombres más dedicados al desempeño de su encargo, más patriota y más benéfico.
Los estados pertenecen al año de 1874. Vea vd., aunque sea muy por encima, el de exportacion.
—Ave María Purísima! ese es un laberinto de guarismos.
—No lo voy á leer todo; pero permítame vd. una que otra reflexion.
—Que hable! que hable! dijeron los amigos.
—El comercio de exportacion de California á México, importó 1.134,364 pesos, como ve vd. al fin del estado.
Note vd., que los efectos más valiosos son procedentes de California, como el azogue, que figura por 3,773 frascos.
En otros artículos ve vd. la relacion de intereses del Sur y el Oeste de los Estados-Unidos, como en los aceites procedentes de Pensylvania, el azúcar que figura por 122,468 libras.
Lo singular es en este artículo, que se da perfectamente la caña en las costas y aun se fabrica panocha; pero ó no costea la elaboracion del azúcar, ó la panocha satisface la ambicion del fabricante.
Hay artículos curiosos. Vea vd. el café: la importacion á México es de 277,909 libras, y Colima puede decirse que está en nuestras costas, y en Michoacan puede producirse todo lo que se quiera: el café que se importa en el Occidente de México, procede de Costa-rica y de Java, y este solo renglon hace nacer varias reflexiones.
Los medios de comunicacion son más difíciles y costosos, de Uruapan y los terrenos de Colima al puerto, que de Java al mismo punto.
La comunicacion directa entre esos puntos y México, tendria mil ventajas para el tráfico, por los cambios que provocaria: no es concebible tanta indolencia y tanto abandono.
—De eso ni platique vd., dijo Seis por ciento.
—Aquí tiene vd. cáñamo que viene desde Manila; cebollas, vea vd. bien; cebollas en la cantidad de 63,200 libras, y sépase que en Sonora las cebollas son de más peso y de mejor gusto que las de California: preguntando yo cómo era posible esa competencia, me dijeron que no querian sembrar muchos, porque no tenian cercas sus tierras y les robaban.
Aquí consta la introduccion de chocolate procedente de San Francisco, donde existe una fábrica magnífica para proveer á pueblos mexicanos.
Ya vd. ve: frijol, mantequilla, rollos de estera, fideos y otros artículos de primera necesidad, nos hacen depender de San Francisco; ¿qué más? aquí ve vd. 2,727 cajas de velas importadas á México.
Hay efectos, como por ejemplo, los calzados, que figuran por 87 cajas, y son más del triple lo que se introduce de contrabando.
Nuestra tarifa para proteger á los artesanos de México ha querido que anden descalzos en las costas: aquellos pueblos no se han conformado y han hecho santamente: botas magníficas á cuatro pesos, botines claveteados á tres, vienen de California y se consumen con gran placer de los interesados.
Lo más singular es que los pocos zapateros que hay en las costas, han consumido veinticinco cajas de hormas y diez de herramientas; de suerte que si para proteger á los hormeros y herreros mexicanos logra un círculo que se alcen los derechos, quedan lucidos aquellos zapateros.
Otro tanto sucede con los carruajes: se han introducido veinticinco bultos con derechos exorbitantes; puede decirse que el contrabando ha sido cuadruplicado.
¿Pero es posible que para proteger á las carrocerías de México, carguen como béstias los hombres de las fronteras y de las costas?
Un carro mexicano de cuatro ruedas costaria en Guaymas quinientos ó seiscientos pesos, llegando destartalado y en mala posicion á su destino: un carro importado de San[383] Francisco puede costar doscientos pesos. ¡Bestial sistema protector!
Ya vdes. han visto: maíz, jabon, velas, frijol, mantequilla, jarcia, de todo nos surte el extranjero: la prohibicion ha hecho nacer una sola de esas industrias que son genuinas del país. ¿La proteccion ha sido á la industria ó al abandono y la pereza?
Lo singular es que esas prohibiciones son las que han creado la poblacion del Tucson en terreno americano; poblaciones nacientes, pero vigorosas, que deben su existencia al contrabando: así se ha logrado la despoblacion del país, la ruina del erario y el poder y dominio en los mares del Sur del elemento americano.
De 98 buques que hicieron el tráfico entre San Francisco y nuestros puertos, fueron:
Americanos | 91 |
Mexicanos | 2 |
Ingleses | 1 |
Colombianos | 2 |
Alemanes | 1 |
Franceses | 1 |
—— | |
98 |
¿No parecen á vdes. muy elocuentes esas cifras?
—En materia de contrabando, dijo Decimal, como yo lo he visto hacer es del modo siguiente.
El importador saca sus guías en San Francisco, en toda forma, anunciando que unos artículos lleva para puertos mexicanos que determina, y los otros para las otras Américas.
Ancla frente de la aduana, practican la visita y todo se encuentra en órden: miéntras se verifica la descarga se hace el conchavo de lo de las otras Américas, con quien se puede, y así se verifica el negocio sin riesgo y de un modo inevitable.
Véamos ahora á las exportaciones de México.
—Hombre, vdes. quieren que acabemos por dormirnos: ya vd. ve con la obstinacion que huyo á las pláticas de M. Law, que quiere ajuararme la cabeza con lo relativo á policía, municipio y otros primores, que yo de muy buena voluntad dejo á la gente séria.
Cuatro palabras nada más. Vea vd. el estado y note los artículos más importantes:
Cedro, piés | 91,000 |
Cueros de res | 12,073 |
Juguetes, cajas | 72 |
Loza corriente, cajas | 10 |
Orchilla, fardos | 3,636 |
Perlas, cajas | 4 |
Valor, 30,000 pesos. |
Piedra mineral, sacos | 2,435 |
Tabaco, bultos | 3 |
Sal, toneladas | 999 |
Hé ahí los artículos más importantes.
Las maderas dicen concesiones hechas, ó mejor dicho, abusos de concesiones en que se ha extorsionado al erario.
Los cueros no constituyen un comercio: son accesorios de otro que no tiene fijeza.
Los juguetes son pedidos aislados á Guadalajara, para la[385] poblacion mexicana de California, que gasta tambien chile, frijol y loza corriente.
En este punto es muy notable lo que ocurre en nuestras dos fronteras.
Por la frontera del Norte se introduce loza de Aguascalientes: es comun encontrarse en los desiertos, carros de alto toldo, á los que forman orla en el arco exterior, ollitas, jarros, cantimploras y cazuelas; el trayecto que tienen que atravesar es de más de cuatrocientas leguas, el viaje dura meses enteros, el cargamento del carro se compra por quince pesos ó veinte en el punto de la procedencia, y se realiza en ciento veinte pesos, poco más ó ménos, en las Villas del Norte.
Como vd. ha visto, los artículos realmente importantes son la orchilla, la perla y la piedra mineral.
Cuando vd. inició la exportacion, me dijo, se le vino el mundo encima, se le inculpó de mal mexicano, y en los círculos de obreros se escarneció su nombre y se ha borrado de su afecto.
La piedra se estaba en la playa como la basura.
Ahora la exportacion ocupa muchos brazos, se ha atraido poblacion á lugares casi desiertos y se han levantado establecimientos alemanes de importancia, ingresando muchos capitales al país....
Pero no entremos en honduras, porque los veo bostezando.
—A beber, dijimos todos, y que se levante la sesion de números.
—Don Guillermo, me dijo el Negro, véamos su cartera de vd.: siempre en ella hay un versito fresco, de los forjados[386] en el escalon de una calle ó en un simon, miéntras está inmóvil en el Parque, ó miéntras espera vd. al fantástico jorobado de la fonda, que le sirve el té por las mañanas.
—Véamos la cartera.
—Aquí está.
Tomó la cartera el Negro en sus manos.... la hojeó.....
—¿No lo dije? Aquí está acabadito de salir del cuño.... maldito lápiz y diabólica letra. ¿Cómo dice aquí?
—Un Encuentro, leí yo.
—El título promete: carguemos las copas.
—Ya estamos listos.
—Lea vd.
—Pues allá va.
Repasé en medio del silencio los garabatos escritos, y despues leí lo que sigue:
UN ENCUENTRO.
——
“Ve, china, que te conozco
“Al través del velo verde,
“Y que ese mirar me pierde
“Porque habla, como hablo yo.
“Ve, que se me seca el alma
“Y que estoy en tierra ajena;
“Y que esa tu tez morena,
“Es de mi tierra de amor.
——
“¿Callas y marchas resuelta
“Esgrimiendo el abanico?
“Mírame, que soy buen chico,
[387]“Vuelve la cara, mi bien!
“No porque vas arrestada
“En esa maldita funda,
“Tu corazon me confunda
“Con los que pican inglés.
——
“No porque llevas sombrilla,
“Y pañuelo blanco, y gorro,
“Me tengas por tan modorro
“Que no conozca el frijol.
“Si al cabo la sangre estira;
“Si al fin sin chistar palabra,
“Al monte tira la cabra,
“Y al puchero va la col.
——
“Risita....? te vas, garbosa?
“Y al cabo dices no entende?
“Mira indina que te vende
“Ese tu hablar al revés.
“Hazte el ánimo, mi vida,
“Y oye mi ruego encendido:
“Ese yankee desabrido
“No sabe lo que es querer.
——
“¿Vuelas?.... ya.... vamos solitos,
“No temas el atropello,
“Mira que estoy de un cabello
“Pendiente, con inquietú.
“Mira que si en este instante
“Me dejas de hacer la guerra,
“Veremos de nuestra tierra
[388]“Pedazos de cielo azul.”
——
Y levantando su velo
Y alumbrando dos luceros
Tan lindos y zalameros,
Hasta ya más no poder....
Exclamó: “Diga qué quiere,
“No me tenga por canalla.”—
“Pus.... por sabido se calla,
“Mi vida, ¿qué he de querer?....”
——
Yo no sé; pero en el barrio
De la Iglesia de Vallejo,
La del gorro y su cortejo
Se fueron llenos de amor.
Yo cauto saber no quise
Lo que tiernos se decian,
Ni indagar á dónde irian....
Allá que los juzgue Dios.
Fidel.
Varios amigos.—Otra mirada restrospectiva.—Rectificaciones.—Ferrocarriles urbanos.—Los carritos que andan solos.
ENTRE las personas á quienes merecí servicios y consideraciones, debo mencionar varios amigos de que hasta ahora no he tenido ocasion de hablar especialmente, pero que de omitirlos, faltarian sus estrellas á la clara noche de mis recuerdos. Estos amigos son José María Sleidem, el Dr. Rodger, el Capitan Hagen, David Guarin y D. J. Ahumada.
Sleidem es mexicano de nacimiento, y sus recuerdos de la capital y de Mixcoac, matizan agradablemente su conversacion.
Su ocupacion es de comerciante comisionista, tiene su despacho, como suele acontecer, en compañía de un relojero, sin que se rocen ni estorben los giros.
Hijo de aleman, Sleidem posee ese idioma, el inglés, el[390] frances, y habla con los mismos modismos y la misma sal y pimienta que nosotros. Honradez, instruccion y buen humor, son las divisas del carácter de Sleidem.
En el cálculo más que yankee, con las damas más rendido que mexicano y que frances, y al trabajar y beber le llama la sangre tedesca que bulle en sus venas.
Sleidem lo sabe todo. Confecciona una factura en tres trancos, se alista para un baile en un decir Jesus, y en un abrir y cerrar de ojos hace servicios importantes á sus amigos, siempre alegre y siempre dando á entender que le produce contento servirnos.
Sleidem me instruyó en todos los inconvenientes de los trámites que exige el arancel en las copias de las hojas de despachos, juegos de facturas y tanto requisito impuesto, que hacen onerosísima la preparacion de salida de un cargamento mexicano.
En lo familiar, no hay más que decir sino que Sleidem es un excelente amigo y que nada sorprende más, sino ver salir relámpagos de sensibilidad exquisita y de tiernos afectos, de aquella locomotora de cálculos y de negocios.
Sleidem es miembro de varias sociedades y clubs mercantiles, pulsa el piano, bebe alegre y es oportuno en sus acciones y palabras.
Es de advertir, que para hacerse lugar un mexicano entre yankees, se necesita su sal y pimienta, por la codicia de éstos, por el desden con que en general nos miran y el concepto que tienen de nuestra indolencia y orgullo.
De la escuela de Sleidem son Loaeza, Gutte, Lohse, Newman y otros extranjeros y mexicanos, entre quienes tiene nuestra patria generosos apologistas.
El Dr. Rodger es americano, casado con una mexicana de dulcísimo carácter y á quien el doctor adora; seco, meditabundo, frio, á primera vista parece inaccesible.
Pero posee esta singularidad: habiendo vivido en Mazatlan y en otros puntos de México, es ya más mexicano que nosotros y hace el papel de un verdadero desterrado de su país; nuestros defectos le han contagiado, y se han vuelto genuinas y nativas para él nuestras buenas cualidades.
Esto del monay y del bisness (negocio), lo ahoga y lo hace renegar del mundo americano. Generoso, caritativo y llevando al extremo el desinteres, no se aviene con las especulaciones de los unos, con la charla de los otros, ni con la tominera escuela de los más.
Los médicos tienen sus despachos fuera de sus casas, se encargan de curaciones en casas que sostienen ó improvisan, y todo es negocio.
Por nada de esto entra el doctor, aunque esté reconocido por eminente en su profesion y le ocupe numerosa clientela: él ejerce á la mexicana, y arma con los yankees campaña en que los deja tirrios.
Debajo de la áspera corteza que reviste al hijo de Esculapio, es un verdadero colegial á nuestra usanza, picante, travieso, condescendiente y bueno como él solo.
Escribe español elegantemente, y sus escritos sobre ciencias, á pesar de mi ignorancia, me parecieron de mucho mérito.
Paso, señores! tengo el honor de presentar á vdes. al capitan Hagen: ¿no le ven vdes.? Ahí viene. Es aquel alto, de largos brazos, cabello rubio lacio y una fisonomía pálida, pero franca y generosa.
Hé ahí el marino pur sang, dócil y sufrido como un niño, resuelto hasta la temeridad en un caso dado, con aquel sello de bonhomie y de pureza que tienen los semblantes, cuando posee el alma la naturalizacion de la mar.
O se concentra aquel carácter, ó estalla en explosiones de contento; narra fácil, escucha curioso y como en accion, y ríe como quien está acostumbrado á jugar sobre una tabla el albur precioso de la vida.
En los dias en que hicimos conocimiento con él, estaba reciente uno de sus naufragios: el buque que mandaba y era de su propiedad, cargaba algodon. Una noche, inesperadamente gritaron: ¡fuego! Decia él y continuaba: “Las bodegas eran los mismos infiernos, y el buque, que era de un génio terrible, pegaba saltos como un desesperado.
“Era fuerza escaparlo todo; por ahí van llevando chiquitos, despues viejos.... yo decia á mi buque: hombre, espera que se van todos, aquí me tienes.... me estaba asando vivo.—Capitan, vd. se va....—Oh! no me va, primero se va la última rata; el buque no quiere, se sume y se sume: ¡pobrecito! ya se está sumiendo.... él se va para siempre, yo me va nadando con mis compañeros é queda muy contenta.”
Alma hermosa del capitan Hagen, valiente hijo de las olas, á quien el corazon ama, respeta el peligro y admira la amistad.
Franco, enamorado, tierno y sincero como un niño.
El capitan Hagen nos mostraba la bahía como un cazador sus bosques, como una coqueta su tocador; nos explicaba las regatas, hacia justicia á las mejoras de las otras naciones, y era como un viajero singular que habia tenido por rutas los mares y por posadas las naciones.
Hagen era nuestro inseparable compañero, y á Lancaster, que mucho le queria, profesaba especial cariño.
David Guarin es un escritor eminente de Bogotá, cultiva la poesía pulsando las delicadas cuerdas de la lira de Beker y de Lamartine, á la vez que Mesonero Romanos y Santos López Pellegrin, parecen haberle prestado sus privilegiados pinceles.
Soy deudor á David del conocimiento de varios poetas y hombres eminentes de las otras Américas.
La carrera diplomática ha aprovechado en su patria sus talentos, las sociedades literarias han tributado honores á su pluma; pero como sobresale David, es como buen amigo.
No ví jamás corazon más sinceramente modesto. ¡Cómo sabe admirar á sus mismos émulos! ¡cómo desconoce la envidia, mancha y carcoma de los hombres dados á las letras, donde quiera que se habla español!
David no se contentó con ser mi amigo, sino que me procuró conocimiento con periodistas muy entendidos y hombres de verdadero mérito.
Si la naturaleza de este escrito lo permitiese, hablaria de la literatura en las otras Américas; copiaria aquí con verdadero contento las sabrosas letrillas de David, y artículos de costumbres que como Regaños al corazon, La casa nueva, Por andar á oscuras, Un dia de fiesta en San Victorino, y otros en que abundan los delicados chistes de Jouy, la fidelidad de pinturas de Mesonero y la intencion profunda de Addison y de Fígaro.
¿Quién es ese señor, enjuto de carnes, delgado de cuerpo, modesto y atento, que no se atreve á pasar el quicio de la puerta?
Es el Sr. Ahumada, mexicano, persona cuya dedicacion es servir y atender á los paisanos que llegan á aquella tierra, no solo con gran desinteres, sino gastando de su peculio para cumplir con esos deberes de bondad que él solo se ha impuesto.
Hay en San Francisco, como en todos los Estados-Unidos, un tipo altamente repugnante: el mexicano ayankado. Usa bota fuerte, esgrime estupenda navaja, con la que pule y aguza sus uñas, labra palos y se limpia los dientes; habla poco y siempre en inglés, casi se acuesta boca arriba y fija los piés en una mesa, ó un barrote, ó la pared, bebe wiskey, masca tabaco, da sendos apretones de mano al primero que le habla y salpica con desvergüenzas desde el saludo, llamándose á los ojos su machucado y desgobernado sombrero.
El reverso de ese tipo es el Sr. Ahumada, siempre mexicano, aunque amigo de muchos americanos apreciables.
El Sr. Ahumada me procuró el conocimiento de M. Hithell, uno de los primeros pobladores de California en la época americana.
M. Hithell despacha en un cuartito de tablas contiguo á una casa de comisiones, calle de Sacramento: es afable, habla bien español, y en su fuerte contestura y en su rostro abierto, campean la inteligencia y la franqueza.
Lo más notable y sesudo que se ha escrito sobre California, se debe á la pluma de M. Hithell.
Yo le mostré mis apuntaciones, y se dignó hacerme delicados cumplimientos.
—Le faltó á vd. algo.
—Mucho me debe faltar, le dije: figúrese vd. que estas[395] realmente son primeras impresiones, impresiones de dos meses, impresiones á todo vapor.
—Siendo así, es mucho, replicó.
—Yo queria referirme á los primeros pobladores despues de 1848, es decir, de la época del Negro.
—Vd. ha pintado las expediciones aisladas y novelescas de la parte de México, y falta pintar lo que sucedia en los Estados del Oeste, padres de California.
—Mucho me agradaria, dije, pero no he podido encontrar los datos que deseo.
Se levantó de su asiento mi cariñoso amigo, revolvió montañas de papeles, y me dijo:
—Aquí tiene vd. mi obra; ha quedado por fortuna un ejemplar: en el prólogo hallará vd. mis impresiones, y serán de un Blanco, con lo que se completa vd.
Dí las gracias á M. Hithell y envié mi libro á mi querido amigo F. U., para que lo hojease y me apuntase lo notable para ahorrarme trabajo.
Mi amigo me volvió el libro á los pocos dias, con anotaciones mejores que las que esperaba, y el extracto que van á conocer mis lectores:
“Mr. Jhon S. Hithell, en el prólogo de la 6.ª edicion de su interesante libro titulado “Recursos de California,” hace un bosquejo á grandes rasgos de la historia de este país, en un estilo entusiasta y elegante, con toda la pasion de un americano de los primeros que se establecieron allí, despues de que dejó de pertenecer á México aquel importante territorio.
“Juzga poco probable, así la tradicion de que los aztecas vinieron de aquella costa, como la teoría de que los indios[396] norteamericanos son descendientes de los asiáticos; y de esa éra primitiva dice que no quedan hoy más que unos cuantos nombres propios, como Sonoma, Napa, Potaluma, etc.
“La segunda éra, que es la de la dominacion española, la cuenta desde el 11 de Abril de 1769 en que llegó á San Diego el bergantin “San Antonio,” con los primeros hombres blancos que iban á establecerse allí, y eran frailes franciscanos misioneros y unos cuantos soldados que los acompañaban.
“Pone por término de esta segunda éra y principio de la tercera la proclamacion oficial de nuestra independencia en Monterey, capital del territorio, el 9 de Abril de 1822. Da una idea general del estado del país durante esta éra, bajo el dominio de México, y hace mencion de los nombres de los cabezas de familias principales en aquella época; familias, en su concepto, demasiado numerosas, siendo en efecto notable, entre otros, el ejemplo que cita de una anciana llamada Juana Cota, que dejó vivos al morir, quinientos descendientes. Los demás nombres que cita y que bien merecen recordarse entre nosotros, por el interes especial que inspiran aquellos antiguos hermanos nuestros, son los de Ignacio Vallejo, Joaquin Carrillo, José Noriega, José María Pico, Francisco Sepúlveda, José María Ortega, Juan Bandini y otros descendientes de éstos en una segunda generacion. Esta éra del dominio de México termina con la ocupacion por los americanos de la que nosotros llamábamos Alta California, respecto de cuyo suceso dice nuestro autor, que poco despues de la primer batalla en el Rio Grande, se ordenó por el gobierno americano se levantase en Nueva-York un regimiento[397] de hombres comprometidos á permanecer en California despues de la guerra, como fundadores de un nuevo país, sin cuyo requisito no debian ser admitidos. Esto prueba la muy deliberada intencion de aquel gobierno, desde el principio de la guerra, de apropiarse aquel país decididamente.
“El 6 de Marzo de 1847 llegó á él aquella expedicion militar, y el 19 de Enero de 1848 se hizo el descubrimiento del oro, un mes ántes de que se firmase el tratado de Guadalupe, y cinco y medio meses ántes de que la paz fuese finalmente proclamada, y reconocido por México el título americano de California. En Noviembre de ese mismo año se formaron en los Estados-Unidos las expediciones que, de cerca del Atlántico por el Cabo de Hornos, y del Valle del Mississippí á través de las Montañas Rocallosas, se lanzaron á buscar oro, dice Hithell, en aquel remoto Eldorado, en una tierra desconocida á la geografía, en un océano desconocido al comercio.”
Hé aquí á continuacion cómo habla de una de esas expediciones:
“Yo fuí uno de los que formaban aquel ejército de 20,000 hombres, sin organizacion, que en Mayo de 1849 acampaba en las orillas del Rio Missouri, entre Councill Bluffs é Independencia, en marcha para la tierra del oro. Pocos tenian animales de carga ó mulas de tiro: la mayor parte teniamos tres yuntas de bueyes, y tres hombres y un carro con provisiones para un año, como que no habia entónces capital para las minas, ni sabiamos cuándo llegariamos á encontrar alguna refaccion. En cuanto á los hombres, éramos la flor y nata del Oeste, casi todos jóvenes, activos,[398] sanos; muchos, bien educados: todos llenos de esperanzas y entusiasmo. En nuestras ilusiones durante el dia y en nuestros sueños en la noche, nos imaginábamos dueños de tesoros más espléndidos que aquellos que deslumbraban la vista de Aladino. Nos comparábamos á los Argonautas, al ejército de Alejandro al marchar á conquistar la Persia, ó á aquellos hombres de las Cruzadas. Nuestro entusiasmo estaba sostenido por nuestro número. El camino, en toda la extension que podia abarcar la vista desde las más altas montañas, era una línea de hombres y de carros: en la noche las fogatas parecian como las luces de una ciudad situada sobre una colina. Nuestras más brillantes esperanzas en nada disminuian, á medida que avanzábamos en nuestro viaje: no olvidábamos, ni dudábamos alcanzar la recompensa de las molestias y el cansancio que sufriamos diariamente. La extensa marcha de dos mil millas que casi todos haciamos á pié, porque no habia lugar en los carros; el paso á vado de frias y rápidas corrientes; los contínuos preparativos de defensa por las falsas alarmas de ataques de los indios; la fastidiosa guardia del ganado en la noche; las largas travesías por el desierto; el calor sofocante y más sofocante todavía el polvo de aquellos llanos alcalinos; la fatigosa subida á las montañas, que parecian tan escarpadas que ni sabiamos cómo podian traspasarlas nuestros bueyes, todo esto era sobrellevado por nosotros, si no alegremente, al ménos sin pesar de haberlo arrostrado. Yo puedo mencionar, pero no describir, la ansiedad que nos causó el que un tramo de desierto que creiamos de cuarenta millas, resultase mucho más largo, y que un hombre que encontramos nos asegurase que él habia penetrado[399] más allá de aquel punto treinta millas y no habia hallado ni muestras de agua ni de pasto. Nuestros bueyes estaban rendidos y recorrer tal ditancia era impracticable. Nadie, que nosotros supiéramos, habia pasado jamás por aquel camino, ni teniamos guía alguno. Continuamos, sin embargo, y encontramos dos familias: llorando los hombres, las mujeres y los niños, sus bueyes muertos y ellos mismos sin esperanza de socorro; pero apresurando nuestra marcha, á la mañana siguiente, nosotros y aquellas desgraciadas familias acampábamos en un oasis, y se jugaba y se bailaba despues de tanto sufrimiento. Tampoco puedo describir la delicia con que desde la cumbre de la Sierra Nevada descubrimos el lejano Valle de Sacramento, entre los rayos de oro del sol poniente.
“Nosotros habiamos venido en busca del oro, y casi todos los que vinieron por tierra se dedicaron á las minas. Aunque no hicimos tanto como esperábamos, encontramos, sin embargo, los placeres admirablemente ricos. No era raro que un hombre solo sacase quinientos pesos en un dia, ó que dos ó tres trabajando juntos, dividiesen el polvo que habian juntado en la semana, midiéndolo en bandejas. Pero no estábamos satisfechos: otros habian ganado más: nosotros no habiamos ganado lo suficiente. Penetramos en los terrenos ocupados por indios de guerra, y encontramos placeres que podrian habernos hecho millonarios; pero en medio de nuestro negocio quedamos sin provisiones, teniendo que vivir por algunos dias con yerbas y bellotas sacadas de los agujeros de los árboles en que las habian puesto los pájaros picamaderos. Por algunos meses no dormimos bajo de techo ni vimos casa alguna,[400] y lo peor de todo fué que nuestros placeres, que tan léjos y con tanto peligro fuimos á encontrar, nos dieron al fin un desengaño. No eran tan ricos como imaginábamos, la agua faltaba y no éramos suficientes en número para sostener una guardia en todos aquellos puntos contra los indios. Todas estas cosas las sufrí en mi persona, y mi experiencia quizá fué ménos llena de accidentes que la de la mayor parte de los trabajadores mineros. Los gastos, el tiempo empleado en viajar y emprender, y la privacion de las dulzuras y de las comodidades de la vida, hicieron pensar á muchos de nosotros en que era preferible ganar el oro por otros medios, que trabajando en los placeres. Abandonamos las minas. Nuestros brillantes sueños de hacernos millonarios lavando las tierras de la Sierra Nevada, se disiparon totalmente, y tampoco habiamos hecho gran fortuna en otra línea segun nuestra clase; y de aquellos que la habian logrado, no pocos volvieron á perderla. Sin embargo, cuando volvemos la vista veinte años atrás, no nos lamentamos de haber sido peones trabajadores. Pedimos á California que nos llenase á todos las bolsas de oro; y si bien no accedió á nuestra demanda, nos dió en cambio un hogar querido, un alegre y brillante cielo, un suelo fértil, un país delicioso, un clima propio para todo vigoroso desarrollo, la sociedad del pueblo más emprendedor é inteligente y un sitio adecuado para una gran ciudad y para la concentracion del comercio y la riqueza de la costa. Nos dió la mayor abundancia relativa de oro conocida en el mundo: presentó en unos cuantos años un progreso que en cualquiera otra parte hubiera requerido un siglo: nuestros negocios han tenido una actividad sin igual y nuestra[401] vida ha sido una rápida série de fuertes sensaciones. Una gran riqueza nos ha rodeado á todos, sin haberla alcanzado; y si muchos de nosotros no hemos sabido el momento preciso de lograrla, hemos estado sin embargo por algunos años interesados en cazarla, y quizá la activa excitacion de la empresa nos ha proporcionado más placer que el que hubiéramos gozado en poseerla. Muchos de nosotros han vuelto á los Estados del Este con la intencion de hacer allí sus casas; pero ha fallado completamente su empresa. La vida allá era una rutina vulgar é insípida: una vez acostumbrados al movimiento de especulacion de California y á la cordialidad de esta sociedad, no podiamos vivir sin ella.
“Por algun tiempo no pudimos pensar ni hablar de esto en familia. Habiamos partido con la espectativa y la promesa de un pronto regreso. Cuando por primera vez vimos las oscuras montañas y los desnudos llanos de California en 1849, no nos ocurrió que jamás nos fuera preciso vivir allí. Nada habia aquí que excitase la ambicion mas que el oro. Nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras esposas, todas nuestras prendas del alma, permanecian en los “Estados” y de año en año diferiamos volver á su lado. Ellas, privadas por las injustas y opresivas reglas sociales de una suerte semejante en el curso de la vida, esperaban que volviésemos á acompañarlas y asistirlas. El afecto de un millon de familias á través del mundo civilizado, estaba fijo sobre California por tales lazos. El pesar causado por estas separaciones y los disgustos que resultaban de muchas causas, eran demasiado grandes....”
Aquí inserta el autor una composicion poética escrita[402] por Mr. Akers, expresion de las ideas y sentimientos que acaba de indicar y que prosigue explayando despues de esta insercion, y luego añade:
“La alza repentina de la produccion del oro hasta la cantidad de sesenta millones de pesos; la excitacion en Kern River, Fraser River, Washoe y White-Pine; el comité de vigilancia; los grandes incendios é inundaciones; el desarrollo de nuestra agricultura y horticultura sobresaliendo por su excelencia en algunos ramos; la introduccion del Panamá y de los estimbotes del rio; la construccion del ferrocarril de Panamá; el establecimiento del poni express, de la línea de diligencias, del telégrafo tras-continental y de la línea de vapores tras-Pacífico, y al último de todos la conclusion del ferrocarril del Pacífico, todo esto hace época en nuestra vida. En la conciencia y en la memoria de todos los trabajadores, por pequeña que sea para otros su importancia, la historia del “Estado” desde su llegada á él, es una parte importante de su historia personal. Difícilmente podian ver algunos de nosotros la prominente mojonera entre Shasta y San Bernardino, sin recordar que está asociada á algunos interesantes accidentes de su propia vida.”
“Despues de dar una idea de los atractivos de la vida en California y de enumerar las ventajas que progresivamente ha adquirido, concluye Mr. Hithell su prólogo citado, con una entusiasta apología de aquel país y de los trabajadores ó peoneers que lo poblaron despues del descubrimiento del oro, y compara á éstos ventajosamente con los conquistadores de México, llama á aquel suelo “la Italia del Nuevo Mundo,” y dice que los descendientes de los Godos, de los Vándalos[403] y los Hunos que aniquilaron la civilizacion de Italia bajo su barbarie, y de los Germanos, los Francos y los Españoles, cuyos campos de batalla favoritos fueron por algunos siglos las llanuras de Lombardía y de Nápoles, vendrán, no á pelear con las armas con los californienses, sino á competir con ellos en las artes.”
Ufano al extremo quedé con las apuntaciones sobre el libro de M. Hithell, las comuniqué á Gomez del Palacio, mi consejero predilecto y mi maestro en mucho, y me dijo:
—Yo habia notado esa falta, y aquí tengo otras apuntadas; pero tú has emprendido la tarea de escribir sobre el lomo de un venado cuando va corriendo á todo escape. Mira este apuntito.
Y sacó una tira de papel de su cartera; leyéndola, me dijo:
—Te falta amplificar lo que escribiste sobre los carritos de la calle de Clay.... los que andan solos.... decir algo de Bancos.... ver el templo chino, porque tú no has visto más que un adoratorio cualquiera, y sobre todo, volver á visitar el cementerio.
—Hombre! ¿pues no me llevaste tú con la Sra. A***?
—Ni me lo recuerdes: te llevé con todos mis años.... y á la mejor te dormiste como.... no quiero recordar.... como es tu costumbre.
—Tienes mucha razon; ¡qué vergüenza! voy á enmendarme y á hacer lo que me dices.... venga acá la tirita de papel.
—La vas á perder.
—Hombre, no tengas cuidado.
Vamos para la calle de Clay y estudiemos los carritos.
Al pasar por la calle de Kearny, frente á las casas del Ayuntamiento ó City-Hall, encontré á un amigo á quién comuniqué mi intento de ir á ver cuidadosamente los carritos que andan solos.
El amigo me ofreció su compañía, porque yo no he visto en mi vida persona más entusiasta por los ferrocarriles urbanos.
—Ellos, me decia, aceleran los negocios, porque son calles que andan y van al encuentro de ellos, permiten al pobre comodidades, porque sin alejarse de los negocios, ponen á su alcance habitaciones cómodas y baratas, siendo esto un gran elemento para la salubridad; ellos son su abrigo en el invierno, su seguridad en la noche y su recreacion en los dias de descanso.
Ellos han trasformado en jardines los arenales, los lugares desiertos en paseos y plazas, y los antros de malhechores en quintas risueñas, de que se han apoderado las modestas fortunas. Vd. ve, me decia: el ferrocarril urbano es el carruaje comun, es el nivel por elevacion, que es lo que engrandece á los pueblos.
—Segun eso, repliqué yo, es decir, segun la acogida del público, debe tener cierta riqueza ese tráfico.
—Le diré á vd. lo que yo sé, me dijo mi indulgente amigo. Por ahora, digo por ahora, porque aquí son los cambios diarios en todas materias; por ahora, hay ocho compañías que emplean ochocientos hombres y mil quinientos caballos.
Están en movimiento constantemente desde que sale la luz hasta más de media noche, doscientos carros, recorriendo una extension, en todas direcciones, que se ha calculado[405] en cincuenta millas. Se gradúa en más de un millon de pesos el capital circulante, y el movimiento de pasajeros en más de veinte millones, advirtiéndose que la capital tiene doscientos cincuenta mil habitantes y gira el género de los negocios en un círculo en que no se hace uso de carruaje.
Los wagones son de varias clases, teniendo algunos notable elegancia: presentan cabida para veinticuatro y doce personas; generalmente van tirados por dos caballos; los más económicos son conducidos por un caballo, encargándose el conductor de recoger la paga á los pasajeros.
En esta conversacion llegamos á la calle de Clay.
En la esquina que da á la de Kearny esperamos los wagones, que son como los comunes, sin más diferencia que la de que la plataforma se extiende como un pequeño portal sostenido en delgadas varillas, y aquellos asientos al aire libre son muy codiciados y comunican al tren cierto aspecto de alegría muy agradable. Por supuesto que en los dias de lluvia y en el rigor del invierno, son ménos solicitados los asientos de plataforma.
Los coches no tienen mulas ni se percibe á primera vista conductor en el interior del carro, ni en la parte exterior visible hay manubrio, ni nada que parezca comunicarse con el carruaje. Rueda éste sobre sus rieles como un wagon comun, y solo se percibe en el espacio de riel á riel una canal ó zanja muy angosta.
—Para que vd. tenga idea perfecta de lo que desea saber, subamos en los carruajes.
La calle de Clay está situada en la pendiente de una colina de bastante elevacion, y en la colina se percibe el rápido descenso.
La colina está en el centro de una localidad, no solo la más bella, sino la más salubre de la ciudad: de ahí es que, como por encanto, brotaron á la falda y á los alrededores de la colina, preciosas quintas, jardines perfectamente cultivados, fábricas y talleres que hicieron ese rumbo de la ciudad de lo más interesante.
Proyectóse, en cuanto se notó el desarrollo de esa parte de la poblacion, el ferrocarril; pero no se pudieron vencer los obstáculos que oponia el terreno, ya para la traccion por caballos, ya para la locomotora.
A M. A. S. Hallidie se reservó el triunfo sobre esas dificultades, que parecian insuperables.
M. Hallidie es un excelente ingeniero que ha obtenido por sus talentos mecánicos notables triunfos: á él se debe el éxito brillante de los ferrocarriles de la calle de Clay.
Descendimos de los wagones mágicos: estábamos en lo alto de la colina.
Vimos una gran máquina de vapor dando vuelta á una gran rueda dentada. A la rueda la circuye una cadena sin fin, que corre en toda la extension de los rieles por el canal ó abertura, en el intermedio de los rieles de que hablamos; por medio de una fuerte polea se une la cadena con el extremo de la grada del wagon, á una uña de acero; así se comunica el impulso de subir ó bajar con la celeridad que se quiera.
La uña suelta ó afianza la cadena por medio de un resorte.
Cuando se quiere detener el carro, la uña suelta la cadena, levantando á la vez unas palancas que suspenden en alto[407] el wagon, miéntras la cadena sigue girando, y para continuar el camino afianza la uña la cadena: esto se hace instantáneamente, sin el menor peligro ni inconveniente.
El sistema, segun el dicho de M. Hallidie, no es nuevo, pero tiene algo de mejor, y es que es muy bueno, y tanto, que varias compañías se habian propuesto adoptarlo, por las inmensas ventajas que produce, entre otras, la de prestarse á una baratura positivamente fabulosa.
Cuando volví al hotel, dije á Francisco:
—Mira estas apuntaciones; ya verás que soy obediente chico.
—Me parece bien: en cambio, yo te he guardado una anédocta que me acaba de contar un paisano recien llegado de New-York, que ha acontecido á un mexicano, que en este momento estará en nuestra patria en paz y en gracia de Dios....
—Venga el cuento....
—Alto, hermano, dijo Francisco, será despues de visitar al Jorobado, tu favorito de la fonda; volveremos aquí y te ayudará á conciliar el sueño la relacion que sabrás por boca del testigo presencial, que quedó de volver á las tres de la tarde.
Comimos nuestra rutinaria alimentacion: la sopa con apio, los pescadillos de carton, los riñones cotidianos de gutta perca barnizados, el dulce de pintura de bermellon ó cosa muy parecida.
Cuando regresamos al cuarto, nos hallamos al paisano de holgado paletó, sorbete como de cantería, tremendas botas, guante de lana, baston como rama de árbol y dos ráfagas de bigote que parecian salir de sus narices y entrar en sus[408] orejas, teniendo como en columpio su nariz, del tamaño de un muchachito desnudo volteado de espaldas.
Bramaba el paisano contra los yankees.
—¡Qué modales! decia. Cambian á la madre que los parió por un greenbak! Y las mujeres.... esas no son mujeres, son tenazas, son garfios.... no conozco pegamento más obstinado que esas arpías.... son alguaciles y guardas de resguardo....
Por tan fácil camino llegamos al cuento anunciado por Francisco, teniendo no obstante la discrecion de cambiar los nombres para no herir susceptibilidades.
—Venimos á los Estados-Unidos Lucio y yo, en comision de una riquísima casa de comercio, hace dos años. Nada nos faltaba, teniamos dinero, buenas relaciones, salud y juventud.
Nos soltamos por aquellas calles de New-York, como toros: los prácticos nos rodearon, los paisanos nos hicieron la corte, y á muy poco conociamos á todas las actrices, nos hombreábamos con los calaveras, recorriamos como nuestras casas las calles de Green y la 26, los cafés cantantes y el Restaurant de las Sultanas.
Teniamos nuestro peluquero servil, nuestro sastre condescendiente, nuestras modistas de confianza y nuestros valientes y endemoniados por amigos.
Al principio nos instalamos en un grande hotel, despues preferimos un cuarto independiente y comer á la carte, y por último, nos radicamos en una casa de huéspedes, que presentaba mil comodidades.
Se comia en familia, se nos proveyó de una llavecita para penetrar á todas horas de la noche en nuestro departamento[409] y se nos presentó en el parlor á visitas de la casa, comme il faut, es decir, como las podiamos apetecer.
La familia hospedadora se componia de una señora aun no retirada á inválidos, un señor taciturno, gloton y más indiferente al parecer á la familia que cualquier huésped, y unas dos ó tres criadas, fortachonas, blancas y muy expertas en esto de cuidar solteros; esto, unido al perro dormilon y al gato travieso, eran el personal de la casa de huéspedes.
A los tres ó cuatro dias de instalados, me dijo Lucio:
—Chico, amores tenemos: la Ernestina se ha sonreido conmigo.... y mira, voy á la casa de mi maestro de inglés para que me traduzca esta carta....
Era una declaracion incendiaria.
En efecto, la niña hacia avances, se apoderó á la hora de la mesa del asiento cercano á Lucio.
—Julian, me dijo, la niña está flechada; ¿no oiste? le dije que cómo le habia yo de nombrar, y me dijo: My wif.
—¿Qué quiere decir eso?
—Clarito: mi esposa.
—Y creerás? gente de buen trato, no aquellas gazmoñerías de nuestra tierra. Julian, ya podias decirle cuatro palabras á esa Emma que viene aquí, me harias lado, podriamos pasear juntos.
—¡Excelente idea! Incontinenti, le disparé á la tal Emma una descarga de visajes que la dejé fria.
Lucio no estaba enamorado, pero sí orgulloso: regaló á la chica un anillo con su fecha y un “tuyo hasta la muerte,” que hacia temblar las carnes.
En la noche del obsequio hubo no sé qué juego de prendas,[410] y no diré á vd. por qué carambola; pero en cierta penitencia, cuando yo volví la cara, Ernestina habia plantado un beso retronado á Lucio, que se quedó con cara de tonto.... el viejo clamó: Oll rihgt, y pasó aquello como inapercibido.
Al fin Ernestina combinó las salidas con Emma, y á poco, coche arriba, coche abajo, y paseos y teatros van y vienen.... y Emma y yo les establecimos competencia, por supuesto sin faltar en lo más leve al órden legal.
Una noche, á deshora, la Ernestina salió de su cuarto, y sin gran reserva, y como si nadie la sintiese, vino á visitar el nuestro, porque dizque tenia miedo....
Confieso á vd. que yo fuí quien me asusté, y le dije á Lucio:
—Hermano, aquí espantan, y yo me largo....
Con efecto, pretextamos ocupaciones, necesidad de estar al otro extremo de la ciudad en nuestros negocios, etc.... Los viejos hicieron en todo esto un papel como si fueran de palo......
Las correrías en la calle fueron más frecuentes y costosas.
—Hermano, le decia yo á Lucio, acuérdate de aquella Guadalupe que está gimiendo y llorando en el Valle de México por tí, y que ya mero queda calva de los mechones de cabello que te incluye en sus cartas....
—No seas bárbaro, me contestaba, aquella es la mujer del corazon: esta es la de la civilizacion....
Y luego, aquellas mujercitas de México tan chiquitas, y tan de mal génio, y tan celosas, y tan escurridas.... no, hombre, si esto es divino! me parece que estoy enamorado[411] de una Catedral.... cada beso suyo me alza un moreton.
El dia ménos pensado, y cuando ménos lo esperaba, recibió una carta Lucio, á raja tablas, llamándole para nuestra tierra.... yo debia permanecer en New-York.
Mi amigo pagó sus cuentas, hizo sus aprestos y dió parte á la familia de Ernestina de su partida.
—Well, Well, dijo el viejo, que repito era un mastodonte brusco y taciturno como él solo. Well, mañana á las siete espero á vd. á tomar el the por despedida.
—Aquí estaré sin falta.
—Ya lo ves, me decia el amigo al salir; ahora solo pienso en mi Lupe.... tendremos nervios, habrá éxtasis.... yo seré feliz....
En cuanto á mí, me quedaba el recurso de convertir en crónico el amor de Emma, y con calmantes de otra especie, consolarme de la ausencia de mi amigo.
Al siguiente dia fuimos puntuales al the; Lucio estaba guapo: guantes, corbata blanca, elegante sobretodo, raya abierta en medio de la cabeza.
Yo me compuse lo mejor que pude.
Algunos amigos de la casa asistieron, las criadas estaban de gala, el comedor muy alumbrado.
Carnes frias, lenguas de Sandwich, quesos, pickles, frutas en su jugo, keks.... vamos, se habia portado nuestra antigua patrona.
La señora presidia: de un lado de ella estaba el viejo; del otro, Lucio. Se comió con alegría, se bebió mucho, y se dijeron bríndis entusiastas.
Cuando estábamos al concluir, M. Horace, que así se llamaba el viejo, dijo á Lucio:
—Por fin, resueltamente marcha vd. mañana?
—Sí, señor, mañana sin falta.
—Oh, bien! bien! yo creo que partirá vd. con su mujer....
—¿Cómo con mi mujer? yo no soy casado.
—O Well, lo será vd. Ahí está su mujer de vd. (señalando á su hija), y ó se va vd. con ella, ó se va por otra parte.
Y diciendo esto, con la mayor sangre fria del mundo, sacó de las hondas bolsas de su paletó dos pistolas; puso una de ellas frente á Lucio, y la otra, despues de requerir el gatillo, la colocó frente á sí....
El espanto fué universal; todos quedaron como petrificados en sus asientos; quiso hablar Lucio, el viejo le impuso silencio: estaba espantoso; yo.... quise mediar.... pero callé.... sin darme cuenta, porque la escena, sin el menor aparato, cobró un aspecto horroroso.
—Como un hombre que va á morir puede tener algo que disponer, doy á vd. por plazo lo que tarde en arder este purito.... fume vd. tambien....
El viejo, tan silencioso, tan frio aparentemente, tenia bajo su máscara de hielo un aspecto terrible; á su lado habia cartas de Lucio y el anillo aquel de tuyo hasta la muerte. La concurrencia era como de estatuas.
Lucio estaba perdido....
—Que venga el notario, dijo al fin....
—¡Hurra!.... clamó la concurrencia, levantando las copas y dando así tregua á su agonía.
Al dia siguiente, salia mi amigo casado de New-York para México, cargando envoltorios, llevando del brazo á Ernestina y hecho un modelo de padres de familia.
—¿Y vd., dije yo al narrador de aquella aventura, qué hizo?
—Yo! pues aquí estoy.... dí tal estampida al dia siguiente, que no paré sino hasta aquí, donde tengo unos parientes que me proveerán de recursos para volver á mi patria.... y me voy á vivir á un pueblo de indios, para no ver Ernestinas, ni Emmas.... ni nada que trascienda á gringo. Lances por este estilo son frecuentes; habrá quien me reproche mi actitud impasible en lo de la escena del viejo; pero en esto de valentías sucede como con las malas jugadas del ajedrez: los mirones siempre ganan....
Despedidas.—Charla.—El ahorro.—Las Matinés.
DESDE los primeros dias de nuestra permanencia en San Francisco partieron por los desiertos, rumbo al puerto Yuma, los Sres. Emilio Velasco y Estéban Benitez, á quienes estimaba mucho la colonia mexicana, por su alto mérito, y el grupo de sus compañeros, por todas las cualidades que les adornan.
Como el pensamiento del Sr. Iglesias era partir directamente para Orleans, y eso importaba para algunos el sacrificio de no visitar el Niágara, los que tuvieron medios de hacerlo, emprendieron su marcha por ese camino; y estos amigos fueron Joaquin Alcalde, Francisco G. Prieto, Iglesias, Calderon, Alvarez Rul, y no recuerdo si algun otro.
Estas despedidas mucho nos entristecieron; por otra parte,[416] los dias eran sombríos y lluviosos, los paseos cesaron y no dominaba otro pensamiento que el de la marcha.
Para ser franco y no aparecer con mi corona de víctima, porque es papel que lo resisten mi cara redonda y mis siete arrobas de peso, yo no cesaba en mis correrías; seguia trasconejando wagones, frecuentando mis visitas, concurriendo á teatros y cumpliendo la única mision dulce y envidiable en la tierra: hacer cada quisque su soberana voluntad.
A mi regreso al hotel, en el cuartito de Iglesias, solia encontrar excelente sociedad.
Hombres sesudos y estudiosos, personas instruidas á quienes promovia conversacion sobre los asuntos que yo ignoraba, que eran muchos, y las que me sacaban de dudas ó me metian en otras nuevas, porque todo solia suceder.
Hablando de Bancos, por ejemplo, yo estaba palpando su influencia benéfica, el vuelo inmenso que ellos comunican á todos los negocios; pero me parecia resbaladizo su terreno, porque es infalible la regla de que el crédito sigue la posibilidad del pago: esto es, el fondo del Banco debe ser contante y sonante, y para esto no se presta la incertidumbre de la explotacion de minas.
—No, amigo, me decia uno, no se responde con lo que está debajo de la tierra. Rolston estableció el Banco de California con seis millones de pesos sonantes.
—El Nevada, dijo otro, hace grandes especulaciones; pero Flot y O’Briend, que son los banqueros, pusieron en caja diez millones, como capital del Banco.
De suerte que hay Bancos por compañías, Bancos de cierto carácter privado, y Bancos con carácter nacional, y de éste es el Ferit National Gold Bank.
Los propietarios depositaron en poder del gobierno un millon de pesos que ganan interes; el gobierno expide su garantía por tal suma, y con esa garantía, que es muy sólida, se hacen todas las operaciones.
El London San Francisco, que tiene ocho millones de pesos, tambien es un Banco de capital limitado.
Del modo explicado, las operaciones de crédito son por cantidades inmensas.
Además, los comerciantes tienen abiertas sus cuentas con el Banco, dan y reciben valores, liquidando cada dos ó tres meses que refrendan su crédito.
Además, en cada calle tiene vd. lo que se llaman Monay Broker, es decir, cambistas de monedas de todo el mundo; y no vaya vd. á pensar, esto constituye un comercio muy lucrativo. Los pobres depositan en los Bancos de depósito con toda seguridad sus ahorros.
Porque no hay que andarse por las ramas; la movilizacion de la riqueza, los cambios, la formacion y difusion de capitales, hé ahí el secreto de ese movimiento sorprendente.
—Se persuade vd., continuó el caballero que me instruia, de lo que es esta sociedad, el dia que quiera, yendo á la oficina de contribuciones.
Verá vd. llegar á pagar sus cuotas, como propietarios, á las verduleras, al carnicero, al curtidor, al limpiabotas, á la criada, al policía, al peon del campo, á todo el mundo, y estos propietarios son la conciencia de la paz, la dignidad nacional, la independencia del pueblo y el bienestar y prosperidad de la nacion. El ahorro es lo característico del hombre civilizado: entre los salvajes, los más dañinos é indomables son los que viven con el dia.
Y lo notable es que el limpiabotas sigue en su oficio, y el zapatero en el suyo, y la verdulera con sus lechugas y sus coles, sin abandonar sus talleres para hacerse grandes próceres y criar hijos libertinos, holgazanes y colgados á la teta del erario....
Todo esto me decia.... el amigo: un mexicano que esto oia decia quedo:
—Patanes! estos yankees se pierden, mejor lo hacemos nosotros.... pan para hoy y hambre para mañana.... y Dios proveerá....
Increibles son los milagros del ahorro, y en San Francisco, como en todos los Estados-Unidos, se citan con orgullo ejemplos de esa faz preciosa de la prevision y de la probidad.
Como para recomendarse un individuo, como su hoja de servicios social está lo humilde de la fortuna con que comenzaron Flood y O’Briend, banqueros que acabamos de mencionar.
Comenzaron estos caballeros su fortuna en una humilde cantina, con las mangas de la camisa remangadas y limpiando vasos; despues se hicieron accionistas de la mina Virginia, y ambos cuentan hoy con un capital de sesenta millones.
Muller y Luchs, ambos carniceros, cuentan una fortuna de cincuenta millones de pesos.
Muller deja por temporadas su rica estancia, para ir entre sus ganados, dormir en el suelo y comer su carne asada como en sus dias juveniles.
Es muy frecuente ver á Luchs en una casa de matanza, que se quita su levita, esgrime su cuchillo, destaza una res, para dar pruebas de que está listo y conoce bien su ejercicio.
Por supuesto que todo esto escarapela el cuerpo de un[419] fidalgo español, de un caballero frances, de un niño fino de México.
Es cierto que la buena sociedad americana pule sus maneras, les comunica barniz europeo é imita y adopta ciertas costumbres; pero no desprecia ni le causa extrañeza el hombre del trabajo, ni le repugna que se ingiera en los negocios, ni le lastima que concurra con él á la eleccion, ni que se le sobreponga en la guardia nacional, ni atenerse á una misma ley, porque la democracia es práctica y tiene sus raíces en el valor intrínseco del pueblo.... en su trabajo. Pero entendámonos, en su trabajo.... no en pretexto de trabajo para farsas.
En estas conversaciones solia asomarme á la ventana: ¡qué desgracia! precisamente cuando en raudales, las mujeres divinas, los grandes trenes, los caballos arrogantísimos pasaban por la calle de Kearny.
Era la matiné, es decir, las diversiones teatrales desde las dos de la tarde del sábado, y el pretexto para las salidas de toda clase de personas, en todo el esplendor del lujo.
El amor sagaz aprovecha todas estas coyunturas para las entrevistas, para los obsequios, para las citas; y como la simple aglomeracion de gente ya es un festin, cualquiera incidente da movimiento al tráfico y los especuladores aprovechan las ocasiones.
La matiné es, como si dijéramos, una fiesta dominguera, y se codicia y solicita en casi todas las ciudades americanas.
Señores.... para servir á vdes., esas matinés están lindísimas, y yo de puro sabio me estoy sintiendo con sueño. Hasta la vista.
El Templo chino.—Confucio.—Fábrica de vinos.—El Bwilden Hotel.
SEÑOR Don Francisco, dije á Gomez del Palacio, aquí me tienes con mi librillo y con mi lápiz en regla, para ir á obsequiar tus consejos; me siento chino hasta la médula de los huesos, y si á mano viniese, para cobrar mi naturalizacion en el celeste imperio, me hallo en disposicion de almorzarme una rata con el mayor desplante.
—Vé, hombre, vé y no dejes de buscar la compañía del policía aquel, tan conocedor y tan atento con nosotros.
—Voy en su busca, clamé, cerrando la puerta con tiento, porque le enojan mucho los puertazos, y dejándolo, como pasaba las horas enteras, sin despegar los ojos de su libro.
En tres brincos subí á la calle de Dupont, con sus cuestas y hondonadas, sus arboledas, sus casitas provocativas,[422] sus tarjas de metal en las puertas:—Mis Adeline.—Madamoisel Printemps.—Carlotita.—Lola,—y otros nombres de personas que saben saludar con un para servir á vd., que allá para los biencriados dicen que tiene mucho chiste.
Como lo esperaba, en medio del barullo inmenso del mercado chino, me encontré á mi policía, tieso como un pilar, esperándome impasible.
Me parece que indiqué cuando visité el barrio chino que el policía de que se trata es un cumplido caballero, que sirvió como coronel en el ejército invasor de México, que habla perfectamente castellano y que ha hecho especial estudio de las costumbres chinas.
Agreguen vdes. á todo esto, que M. M*** es de trato franco y alegre, y pocas veces me habrán visto en mejor compañía.
—Oll rihgt, me dijo al verme, á tres pasos tenemos uno de los grandes templos chinos.... perderá vd. poco tiempo.
—Se lo quitaré á vd., debia decir.... que mi sola ocupacion es perder tiempo; pero yo no veo, continué, entre estos balcones salientes y entre esas tupidas celosías, nada que indique un templo.
—Ni lo veria vd., si á eso se atuviese, aunque recorriera toda la ciudad: los templos están por dentro; por fuera son casas como todas.
—¿Lo mismo será en China?
—Allá es otra cosa; pero aquí tienen carácter muy provisional los templos, sin duda por las hostilidades de que son objeto los chinos, ó por la desconfianza que tienen de amalgamarse con la raza anglo-sajona.
—¿Y es una misma la secta ó religion dominante?
—Diré á vd., que por lo poco que he podido comprender en San Francisco, las sectas chinas de más prestigio son dos: la de Confucio y la de los Teonistas ó Buddistas; esta última es la que tiene más privanza.
—Me saca vd. de un error: yo creia que Confucio no tenia rival.
—Como es aceptado, en efecto, por muchos, como el divino maestro de los hombres, el mecanismo gubernativo está basado en sus máximas, y los sabios se dedican á la lectura de sus obras para comprender bien sus instituciones.
El Libro de los Ritos de los chinos, es, como si dijéramos, ley suprema aun para los discípulos de Budda ó del divino Lao-Tsze.
—Y vd., que habrá leido algo, dígame lo que sepa de la vida de Confucio.
—Si mal no recuerdo, continuó el coronel mi guía, Confucio nació el 19 de Junio, 551 años ántes de J. C., en la pequeña provincia de Lu; su nombre era Kong; pero sus discípulos y admiradores le llamaban Kong-fu-tzi, que significa maestro de los maestros, de cuyo nombre, latinizado por los misioneros jesuitas, viene el de Confucio.
Confucio no se dió jamás tono de sabio ni de gran filósofo; se contentaba con predicar su doctrina, sin armar campaña con alma viviente. El enseñó á los hombres el cómo debian vivir, y dejó el cuidado de morirse á cada cual, como negocio muy privado.
En sus obras no habla de Dios; pero en cuanto al hombre, le creia capaz de llegar al más alto grado de perfeccion moral é intelectual.
Sus obras tienen un carácter moral marcadísimo, y en mi[424] juicio, son admirables sus doctrinas: recae todo sobre las relaciones:
1ª.—Del soberano y el súbdito.
2ª.—Del padre y del hijo.
3ª.—Del marido y la mujer.
Proclama como capitales, cinco virtudes:—Caridad universal,—Justicia,—Conformidad en el infortunio,—Rectitud,—y Sinceridad en pensamiento, palabra y obra.
Dicen que se ocupó mucho de la conmemoracion de los muertos, y que sus preceptos se siguen hasta el dia.
Confucio desempeñó con integridad é inteligencia notables, cargos públicos; fué legislador sapientísimo y se le recuerda como introductor de utilísimas reformas. Murió á la edad de 70 años, 479 años ántes de J. C.... vd. me perdone, esto lo puede vd. ver en cualquier catecismo de biografía.
—Prosiga vd., dije á mi guía; en eso tengo mucho interes y estoy avergonzado de mi ignorancia.... ya se ve, el vulgo es muy estúpido; yo tengo un amigo muy querido á quien han valido en mi patria sátiras y ridículo, su indisputable instruccion en estas materias: el Sr. Caravantes, á quien guardo un lugar muy privilegiado en mi estimacion.
—La doctrina de Confucio es muy digna de estudiarse, y los que ensalzan la escuela positivista, deberian no atribuir á Comte y á otros, méritos que no les pertenecen.
¡Qué sencillez de principios! ¡qué esplendor de la moral universal, conservadora de las sociedades!
Lao-Tsze, fundador de la escuela Taonista, de la razon mística, floreció 604 años ántes de J. C.: fué contemporáneo[425] de Confucio, con quien no se avino en las pocas conferencias que sostuvieron.
Con la doctrina Taonista especularon multitud de farsantes alquimistas y adivinadores: atribuyéronle longevidad fabulosa, y al fin fingieron sus adeptos una ascension al cielo, montado el apóstol en un búfalo.
—Soberbio! dije yo: ese viaje en búfalo me agrada. ¿Y no dice más el repertorio religioso de vd.?
—Mi escasísimo repertorio acaba en Budda el inspirado; las creencias del Indostan de que habla tan elocuentemente Jacoliot, que sé que le es á vd. conocido: lo curioso de este dogma es lo referente á la trasmigracion; hay muchos cielos para estos creyentes chinos, y la friolera de 136 infiernos...
En San Francisco hay seis grandes templos de las diferentes sectas de que hemos dado idea.
Como dije al principio, la vista del templo que visitábamos, era de apariencia comun.
La entrada al templo, es una galera oscura y angosta; de distancia en distancia hay sobre una especie de altares, toscos nichos y en ellos unos ídolos, que verdaderamente faltan á la gente al respeto, de puro feos.
Los vestidos de esos ídolos son magníficos; sedas deslumbradoras de riqueza, bordados, afrenta del pincel, y ramajes, aves y flores, de embebecer de encanto y admiracion.
Al frente de alguno de los dioses, dentro de bombillas de cristal, habia pequeños, pero robustos cirios de cera, y al pié de su altar, braseros en donde á fuego lento se quemaban dia y noche granos de incienso y astillas de sándalo, que tienen no poco tiznados, ojos y narices de aquellas divinidades.
Contra las paredes se ven aquí y allá mesas con ramilletes[426] semejantes á los de los altares de los pueblos de indios de nuestra tierra, y regados en las mismas mesas pedacitos de bambou, que es una especie de carrizo flexible, varitas, astillas y menudos fragmentos de papel, cuyo objeto no supieron explicarme.
Entre ese pintoresco basurero veíanse figurillas humanas y de animales, muy quitados de la pena: sin duda eran de la comitiva de los dioses ó de los héroes.... pero nadie me sacó de dudas.
En un marco de palo habia suspendida una gran campana y á su lado una tambora....
—¿Qué significan esos dos instrumentos de dulce música? dije á mi guía.
—Son para despertar á los dioses, me dijo con mucha seriedad el coronel.
Frente á los dioses principales se veian varias mesas para que los fieles coloquen las ofrendas.... esto es, la tesorería general, porque sus divinas majestades quieren ver sin duda con la que pierden.
En esas mesas hay siempre buen thé y bizcochos, porque los dioses saben lo que es una necesidad.... y á cada momento.... esto es, en cuanto los dejan solos, toman un tente en pié, como lo puede hacer cualquiera persona decente.
La parte interior del dosel de los principales dioses, así como las paredes, pilastras y artesones, están pintados de color morado, y escrito en letras de oro sobre los altares:
Ching-Ti-Ling-Zoi,
que me dijeron que queria decir: Galería espiritual de los dioses omnipotentes, y adelante
Ching-Cham-Mo-Keung,
ó sea: Dioses cuya santa edad es perpétua. Y con ese par de rengloncitos, siento inclinado el cuerpo por hablar chino.
Por otra parte, ¿quién quita que sea verdad eso que me dijo tan formal el coronel?
Las principales imágenes que en aquel templo se adoran, son:
Young-Zen-Tin.—Dios de los cielos sombríos.
Koban-Tai.—Dios de la guerra.
Gua-Tau.—Dios de la medicina.
En fin, dios que se encarga de remediar en algo las averías del compañero de poder, y Tsot-Pah-Sheing, dios de la riqueza, que aunque puesto en último término, ha de ser en último resultado el que mueva los alambres; pero como no sé chino, nada puedo decir. Bastante trabajo me ha costado ver multitud de librejos para explicarme lo mismo que veia. Esta relacion la ilustré principalmente con los libros titulados “Luces y Sombras.”—“César Cantú.”—“Jacoliot”—y “Joseph Ferrari.”
Diré sí que los creyentes me parecieron los hombres de más confianza con sus dioses: entran al templo conversando, cubiertos con sus bonetes, fumando sus pipas, se pasean y no gastan ceremonias.
Hay no obstante algunos que hacen profundas reverencias.... y otros más fervorosos que se postran de remate y como quien se va á dormir.... No obstante, por lo poco que ví, las ofrendas no escasean y el presupuesto de los siervos de los dioses no arroja deficiente....
Salia medio mareado por el humo del templo chino, cuando á tres pasos oí la voz de Francisco G. del Palacio.
—¿No se los dije á vdes? decia; yo sabia que por aquí andaba Fidel.... ¡Hola! eh! por aquí, Guillermo.
Eran Francisco, M. Collen y otros amigos que andaban en mi busca.
—¿Qué se ofrece? estoy á la disposicion de vdes., dije á mis amigos.
—Aquí hacemos á vd. prisionero, dijo con excelente humor M. Collen. De frente, marchen!
Me despedí á toda prisa del coronel, mi guía, y seguí obediente la voz de mando.
Anduvimos no sé cuántas cuadras, dimos vuelta por callejones y vericuetos embarazados con carros, cajones vacíos y no sé cuántos despojos más, y nos detuvimos en una especie de bodega, toda travesaños y escaleras, cordeles de elevadores y signos de tragin extraordinario.
En uno de los lados de la bodega, formado de latas, habia un departamento dividido en dos secciones: en uno, gran caja de fierro, mostrador para contar dinero y grande aparato de escritorio; en el otro, mesas, sillas, bitoques, canillas y varios instrumentos de esos que extraen los vinos de los barriles, y que no recuerdo cómo se llaman, y no soy yo quien me he de estar diez minutos con la mano en la mejilla para atinar con el nombre.
Por negada que sea la persona, conoce con esas señas que se trata de empinar el codo.... Así era en efecto.... y para quitar dudas, el dueño, á nuestra entrada, nos recibió con sendas charolas repletas de copas, con vinos de todos colores y de todos los nombres conocidos.
Acogióse aquel recibimiento con regocijo, no porque hubiese copólogos en nuestra comitiva, sino por los sacerdotes de aquel templo, esto es, adeptos apasionados, de nariz escarlata, ojos llorosos y alegrones, franco reir y vientres prominentes.
Aquel era el jubileo de los vinos; la California del licor del Tokay al Jerez y al Chacoli; desde el Burdeos y el Champaña, hasta el Joanisbert y el Lacrimæ Christi. ¡Qué magnificencia de beberecua, como diria un pelado de mi tierra! Por supuesto todo era allí técnico: por aquí se hablaba del buen bouquet; por allí de que estaba muy cabeceado; más adelante de la preeminencia del Jerez; de la excelencia del Burdeos para las familias; de la virtud del Rhin, porque dizque no ataca al cerebro. Hicimos los honores á las copas, y nos dispusimos á visitar la riquísima fábrica.
Eran océanos, que no pipas ni tanques de vinos, colocados en secciones, los que nos iban enseñando, explicándonos peculiarmente cada elaboracion al pié del edificio, porque así podia llamarse cada una de aquellas tinas.
Entre los que se agregaron de la calle, sin saberse cómo, á nuestra comitiva, y se entraron con nosotros á la fábrica, iba un jóven de poco ménos de veinticinco años, blanco, robusto, sin ser obeso, de tez femenil, de hermosos ojos azules, de desordenado y delgado cabello rubio sobre la angosta frente.
Tenia sombrero ancho á la mexicana, chaleco de lienzo, una mascada azul detenida por un anillo de diamantes por corbata, ajustado pantalon y zapato de gamuza: era el yankee neto; pero, segun me dijeron, estaba perdidamente enamorado de una mexicana, y Coelupaita (Guadalupita), lo volvia loco.
Este chico, por otra parte muy servicial y amable, aunque bobalicon y sincerote, se apoderó de mí y no me dejó imponer de todos los grandes misterios del templo de Baco.
—Cuando vienes tú por mi casa, me decia, yo prepara mis botella de pulque por tu chocolata.
—Muchas gracias!
—Tú nos vende los mecsicana Sonora, y yo voy allá por Coelupaita....
—Excelente idea....
—¿Está cierta que las señorita de Mecsico tienen navaca por el amor....
—Hombre! qué me está vd. diciendo? las señoritas mexicanas son de lo que vdes. ni sospechan de finura y amabilidad.
—Oll rihgt, ¿cuando baila su palomito?
—Hombre! ¿pues qué no ve vd. aquí que las mexicanas dan el tono de buen trato y delicadeza?
—Esas está ya americana, and habla yo de la casa de tu tiera....
—¿Y todos vdes. andan en dos piés? me dieron ganas de decirle.
La comitiva proseguia: íbamos por dilatadísimos subterráneos, alumbrados por gas; las paredes del subterráneo las componian grandes armazones llenos de cientos de miles de botellas.
—En tu tiera, me decia M. Foolisch, que este es su nombre, toda la lampara está ocota....
—Toda, le decia yo, y está bruta.... (me iba amoscando aquel maldito que se moria por mí).
Llegamos á un punto donde unos chinos estaban fabricando el Champaña: llegar los cascos, llenarlos, revolver el dedo en el vino del cuello, taparlo con unas maquinitas y volverlos al carro conductor, era obra de un instante.
—Dicen que todo lo suegro é suegra de tu tiera está como un pero de rabias.... ¿é por qué están robadoras las señoritas mecsicanas?
—Yo veo que vd. es incapaz de ofendernos; pero ni vd. conoce México, ni sabe lo que está diciendo, y le solté un espiche que lo dejé espantado.
Entónces medió uno de los que venian con M. Collen, y nos dijo que aquel jóven era del Kentuky, hijo de buena familia, que se habia apasionado de una mexicana y que no tenia más noticias de México que las comunes á la gente vulgar de los Estados-Unidos, que es mucha.
Así, estaba creido en que nos desayunábamos con tortillas con chile.... que hombres y señoras pasan el dia sentados al sol con sus guitarritas, en el bosque de Chapultepec.... que en los ridículos cargan los tamalitos y que son capaces de robarle la dentadura postiza á cualquiera que pasa con la boca cerrada. Sobre todo, él delira con ser padrecita ó general, que le parece que es lo único que puede llenar el ojo á Coelupaita.
Despues de hacer las paces con M. Foolisch, á quien fué forzoso considerar como una especie de salvaje blanco, nos unimos á nuestros compañeros que estaban en una verdadera oficina.... de nuevo género.
En grandes estantes, con cuidadoso esmero, habia tapones, alambres, lacres, sellos, y sobre todo, variadísimas etiquetas para hacer los pasaportes de la falsificacion de todos[432] los licores, porque realmente se trataba de una gran negociacion de falsificaciones.
—Aquí tiene vd. todos los sacramentos del Burdeos: nada le falta para Chateau Laffite: esta marca, este lacre, estos tapones.... para San Vicente esta imprenta más tosca; para el Champaña esta cubierta, estas botellas, este estaño; y vea vd., el cometa Cliquot, exactísimo. Aquí tiene vd. el Jerez que enloquece á los ingleses....
Y todo se decia con tal desenfado, en tono de tan plena legalidad, que yo estaba, lo mismo que mis compañeros, aturdido.
—Las ventas son locas, decia el dueño; muchos prefieren el Champaña de aquí al de por allá.
Despues de nuestra excursion, volvimos al despacho.
Allí volvieron las copas á despedirnos con mayor ostentacion.
M. Foolisch, que trataba de desenojarme, me dijo:
—Toma este vinito dulce y haz cuenta de que está Tlachico, del que te bebe en Mecsico con tus señoritas.
—Así bebiera vd. arsénico, para no decir tanta atrocidad.
Despedímonos del dueño de la fábrica y de los sacerdotes del templo de Baco.
Durante nuestra monótona comida promoví la cuestion china, que me traia profundamente preocupado.
—Pero, véamos, me decia uno de los compañeros, tú cómo consideras la cuestion?
—Yo, así en extracto, les diré que la veo como cuestion de concurrencia de salario; el chino trabaja más barato, quita el trabajo al yankee.
—Pero bien, esa baratura cede en beneficio público; sin[433] los chinos no se habrian efectuado las grandes obras de que se vanagloría California; por otra parte, ese odio es consecuente con la doctrina proteccionista; nada más perjudicial á una industria atrasada que un obrero adelantado.
—Entónces, échele vd. un galgo á las cuestiones de colonizacion.
—Yo aborrezco á los chinos, porque los chinos no tienen mujeres.... ya vdes. lo ven, chinas perdidas es todo lo que aquí se conoce.
—Pues todo eso tengan vdes. en cuenta: el chino se incrusta en un pueblo, sin asimilarse jamás, ni perder su tipo, ni consumir nada.... ya lo ven vdes.: vestidos, zapatos, frutas, legumbres, trastos, lienzos, dioses, todo se trae de China, y habitantes así, sin cohesion, más bien son un elemento disolvente en un pueblo....
—Eso lo produce la persecucion: otra cosa seria con la paz......
Hablábamos en estos términos, poco más ó ménos, cuando me dijeron que un caballero que habia preguntado por mí, se paseaba al frente de mi cuarto.
Subí precipitado: era el finísimo Sr. Gaxiola.
—Ha concluido vd.? yo no deseo molestarle, puedo esperar.
—Vd. no puede molestarme jamás, pase vd.: no quiere vd. tomar café con nosotros?
—No, Fidel querido, mil gracias; como los tiempos se acercan, he querido que vea vd., aunque no está concluido, el “Bwilden Hotel” ántes de nacer, anunciado como el rey de los hoteles de San Francisco.
—Vamos allá, dije.... y salimos á la calle.
—Ya tendrá vd. noticia, me dijo el Sr. Gaxiola, de que Mr. Baldwin es uno de los pocos hombres de mérito con quien ha sido justa la fortuna.
—No estoy en pormenores, repliqué, de la vida de este caballero; sé que es del Ohio; que desde 1853 reside en California y que ha sido tan atinado y feliz en sus negocios, que siempre se le menciona con el sobrenombre del “afortunado Baldwin.”
Llegamos á la calle del Mercado, en la union de las de Ellis, Powel.... de luego á luego me pareció el edificio de rara grandiosidad.
—Su frente, me dijo G*** en esta calle, es de 210 piés, y en la Porwel, por donde está la entrada, 275.
Volteamos á la calle de Powel, y abracé entónces en su conjunto el monstruoso edificio.
El Hotel Baldwin tiene seis pisos, y 162 piés de alto; es una manzana como de una pieza, alta como las torres de Catedral, y con sus cuatro fajas de nichos ó ventanas á los cuatro vientos.
Y si he dicho seis pisos, es porque las cuatro fajas de ventanas, descansan en esas portalerías de cristales, que tienen sus columnas y pórticos salientes y que hacen aparecer como en el aire el edificio.
Además, el subterráneo es un piso en forma, y ese, como se deja suponer, no está á la vista.
Pero lo que se ve es, en las alturas del hotel monstruo, otra especie de ciudad en las nubes, con sus edificios, sus torres, sus rotondas, sus linternillas, sus cúpulas, un verdadero tumulto de prominencias, que se las disputan con acueductos y con extensos lagos, pues no pueden llamarse tanques los[435] depósitos que existen verdaderamente en la region de las aves.
Las cúpulas son de tal magnificencia, como la de nuestra iglesia de Santo Domingo y Loreto, y pudiera dar ligera idea de su forma, la cúpula del Señor de Santa Teresa de México, ó la del Cármen de Celaya.
Penetramos al interior del hotel; pero ¡qué! si aquello era una Babilonia incapaz de dejar que se juntaran dos ideas.
Suspendidos en los aires, brotando del suelo, embarrados á las paredes, encaramados en escaleras, colgando de los techos, por todas partes habia carpinteros, herreros, hojalateros, pintores, tapiceros, cargadores y traficantes, entre un ruido, superior á toda ponderacion, al redoble de tambores y al repique, á un altercado de costeños y á un ¡al hígado! de muchachos desaforados.
Virutas, pedruscos, retazos de lienzos, cubetas, carrillos, obstruian el aire y el piso, y sin embargo, se perdia la vista en corredores espaciosos, salones, rotondas y bóvedas de una grandiosidad indescriptible.
G*** me decia:
—No nos engañaron: la arquitectura es del estilo frances del renacimiento. Esas columnas corintias, esas cornisas del gusto clásico, son airosas y correctas.
En este primer piso, como vd. lo ve, revestido de mármol, está el despacho, la biblioteca, los bar-roms. Esta escalera que va del primero al segundo piso, como vd. ve, toda es de mármol; tendrá poco ménos de diez varas; las balaustradas son de maderas finísimas de varios colores.
Subimos la escalera, y en el segundo piso me dijo, al frente de un salon con grandes ventanas y columnas:
—Este es el comedor: tiene más de cincuenta varas de largo, por doce de ancho. Como vd. ve, está dividido en varios departamentos. Hay otro comedor preciosísimo para los niños.
Todo ese laberinto de salones de este segundo piso son piezas de recepcion, para negocios, tertulias y solaz de los huéspedes.
—Y los pisos superiores?
—Los pisos superiores son viviendas, porque este propiamente es un hotel para familias.
Cada una de las viviendas de esos pisos, continuó mi amigo, tiene cinco piezas, que son: dos recámaras, una sala, un cuarto para vestirse y un riquísimo tocador. Comunican extensos corredores todo el edificio y se concentran en la escalera principal, escaleras privadas y elevadores haciendo calle por los aires, de arriba para abajo y de abajo para arriba.
En cada grupo de piezas hay sus linternillas, que dan luz, aire y sol á todas y cada una de las piezas.
Tomamos uno de aquellos elevadores ó simones del aire, y subimos al techo.
A mí se me volteó el mundo al revés, porque me encontré en una inmensa calzada y tenia á mis piés la ciudad, la bahía y los paisajes deliciosos de los alrededores de San Francisco.
Cuando ménos lo esperaba, y en lo más alto de una torre, ¡señores de mi alma! que me voy encontrando una pequeña pieza, elegantemente tapizada, con primorosos muebles, y en medio de todo esto, dos ó tres mesas de billar, ¡adivinen!.... para las ladies (ya aprendí á escribir el plural),[437] para ellas, y tacos á propósito para sus.... ya iba yo á decir manecitas; pero no, para sus manos de marfil.
Al rededor de la estancia etérea, prisioneras en sus jarrones las más exquisitas flores, envían sus suspiros de perfume á los campos y á los mares, y el sol poniente, rompiendo sus reflejos en los cristales de las cúpulas, centuplica su luz como para caer en lluvias de centellas en aquella mansion de las hadas.
Preguntando por el subterráneo donde no quise descender, me dijo G*** que allí están las piezas de los almacenes, carnicerías, lavaderos, máquinas de vapor, bombas y calderas.
Un elevador particular comunica la cocina con el segundo piso, y así se hace el servicio perfectamente.
La proteccion contra el incendio es completa; hay telégrafos para dar toques de alarma, luego que se eleva la temperatura de un modo desusado en cualquier departamento: cruzan tubos enormes en todas direcciones, y en un momento dado, cúpulas, torres, acueductos, etc., pueden convertirse en caudalosas cataratas, é impetuosos rios, que sin comprometer la vida de los habitantes del hotel, vierten 100,000 galones de agua, que son los que acopian dia á dia los pozos y los tanques.
Estos son de una magnitud tal, que me llamó la atencion de cómo no los han hecho navegables aquellos caballeros para recreacion de las señoritas.
Mr. Alexander Macabee es el superintendente del edificio, y coadyuva con gran inteligencia á las ideas de Mr. Baldwin.
Hay una particularidad en este hotel, y es que cada departamento[438] tiene su provision de gas separada, y bajo una sola y constante inspeccion.
La campana para llamar á todos los cuartos de cada piso, está colocada en una estacion central del corredor, que comunica con el despacho por medio de un pequeño elevador particular.
Hay una persona en constante espectativa de esta campana, para hacer acudir al llamamiento de los huéspedes.
Haciendo observaciones á mi amigo sobre lo muy costosa que deberia ser la vida en aquella mansion, me aseguró que el cálculo estaba hecho de manera que el costo fuese menor de lo que seria en una habitacion comun.
Por supuesto, que solo he podido describir el cuerpo muerto del hotel: cuando se tendrá verdadera idea de su magnificencia será cuando palpite en él la vida y surja una poblacion entera en el auge de la opulencia, y por decirlo así, en el corazon de una gran ciudad.
Al salir del hotel volví á fijarme en el Conservatorio de Música de Baldwin, que está inmediato al hotel y que es un ornamento de la ciudad. El teatro, porque eso es propiamente, puede contener 1,700 personas.
El arquitecto que ideó y dirigió el hotel y el teatro, es M. Jhon A. Renier, y el pintor de todos los hermosos frescos es un artista de New-York, llamado Garriboldi. La obra de pintura costó treinta mil pesos.
El importe total de la obra del Conservatorio excede de dos millones de pesos, habiéndose pagado solamente por la pintura de la cúpula del teatro diez mil pesos; por uno de los telones, seis mil, y por cada uno de los dos candiles que están á los lados del palco escénico, tres mil cuatrocientos pesos.
Segun estos antecedentes, el auge y la preponderancia de la música deberian ser extraordinarios; y aunque en todas las casas hay pianos y es ramo de educacion el conocimiento del arte divino, no se hace sensible el buen gusto como en México, ni se habla de compositores de alta nombradía, como hay novelistas y poetas.
Ahora, si dicen vdes. que tanto trabajo y tanto apunte es paseo.... me calumnian cruelmente mis lectores.
Cosas que á muchos dan sueño y yo pasaré á carrera.—El amor.
CIERTO es, me decia un amigo sesudo y bien intencionado, que no entra en tu plan hacer un estudio de las instituciones de estos pueblos, ni mucho ménos comparar su práctica con la nuestra; pero dí una palabra siquiera para despertar la curiosidad de la gente.
—Hombre, si de eso se ocupa todo el mundo, con la particularidad, que nosotros todo nos volvemos teorías sobre la constitucion; los americanos no la razonan, pero la practican: un yankee nace constitucional, por la misma razon que nace rubio ó con los piés grandes.
—Note vd., si hace ese estudio, que aunque en el comité de vigilancia y en el restablecimiento de la paz hubo hombres de todas las nacionalidades, los constituyentes de California[442] fueron en su mayoría americanos, y americanos que comenzaron aboliendo la esclavitud, cosa que algo escoció á los abuelos de Washington.
—Hay parrafillos en esa constitucion que me saben á merengue, decia mi amigo. Dice uno:
“El poder militar estará subordinado al poder civil. Ningun ejército permanente será pagado por el Estado en tiempo de paz. Ningun soldado será alojado en una casa sin el consentimiento del propietario.”
Zúrrales á esos yankees que se la dan de civilizados, continuaba mi amigo; ya los ves con cosas de licenciados; quieren que esté sujeto un general á un alcalde.... y que al primero que se le antoje impida la entrada en su casa á un servidor de la nacion.... despues que los van á cuidar.... y no solo á él, sino á su mujer y á sus hijos....
Hay en la constitucion un inspector de instruccion pública nombrado por el pueblo. La legislatura tiene el deber de proteger todo lo que concierne á las mejoras materiales y á los descubrimientos, en el órden moral, científico y agrícola.
Ahí tiene vd. otra série de barbaridades; ¿y entónces el gobierno general para qué sirve? ¿No es más puesto en razon, que el puente, que la calzada, que el pozo y hasta los faroles para una plaza, ó el candil para un teatro, lo apreste el gobierno?
Bueno es que un casado se mantenga; pero es mejor casarse y que nos siga manteniendo papá.
Por otra parte, los muchachos que no necesitan, se vuelven voluntariosos: bueno es tenerlos sujetos de la soga del favor.
Pero, por último; ¿qué importancia tendrian varios diputados[443] que ni entienden ni hablan, si no llevasen entre pecho y pulmon un decreto para un puente, para un camino ó para que se declare ciudad cualquier cortijo en que tiene sus finquitas el gobernador?....
—Hombre, pero eso será lo que vd. quiera; esa no es federacion....
—Bueno, aquella es de los yankees.... y la otra es la nuestra: cada pueblo es aparte....
Un artículo expreso de la constitucion prohibe el duelo, y este artículo es eludido, como en todas partes; dígalo si no, el desafío, de Broderik y David Terry, ante más de cien espectadores.
—Lee, Guillermo, lee la constitucion, y dínos cuatro palabras.
—Pues, aunque me pierda, y aunque me llamen insustancial y para nada.... y aunque tengan en cuenta este arrebato los árbitros de todas las elecciones futuras, no escribo más.
—Dí siquiera, que los ciudadanos son muy celosos de intervenir en las funciones públicas, porque saben que todos deben entender en lo que á todos importa.
—No insistas en que diga lo que todo el mundo sabe, y es, que la organizacion de los Estados es lo mismo que entre nosotros; esto es, tienen su gobernador, su legislatura, con cámara de diputados y senadores, sus autoridades judiciales nombradas por el pueblo.
—Los oficiales municipales son nombrados tambien popularmente: el asesor, el recaudador de contribuciones, el constable ó encargado de la policía, el recorder ó juez de lo civil, el tesorero y el juez de paz....
La poblacion entera del Estado nombra gobernador, vice gobernador y empleados judiciales, secretario de Estado, el controller, especie de ministro del interior, tesorero ó ministro de Hacienda, porque aquí no hay la distincion de México, que duplica y embrolla las operaciones de Hacienda; el attorney general ó procurador general, el surveyor general ó inspector de trabajos públicos, el superintendente ó inspector de la instruccion pública y el ayudante general.
—Alto! alto! por Dios; te tengo dicho que no quiero nada sério ni emperingonotado, ni empedrado de nombres ingleses, en que me turbo y me descompongo como un animal.
—¿No ves que han empleado tomos enteros, Toqueville, Laboulay, Chevalier y otros para desembrollar esas cuestiones, guisándolas siempre á la francesa?
¿No ves que la igualdad, y la igualdad práctica por las relaciones sociales es lo que mantiene en órden toda aquella máquina, y que esa igualdad no la conocemos ni la conocen aquellos?
¿No ves que aunque haya intrigas y corrupcion y todo lo que quieras, se contrabalancea con el conocimiento que el pueblo tiene de sus derechos y por los medios que posee para hacerlos efectivos?
¿No notas toda la filosofía, toda la conveniencia práctica de que el extranjero figure en el municipio, si es posible, desde el dia siguiente de su arribo?
El tiene interes por la paz, porque es un elemento de su fortuna; á él, puesto que paga su agua, su alumbrado, su piso y sus condiciones de vida, se le llama para que intervenga, se le asimila y así deja de ser extranjero.
Y ese extranjero, y esa masa de trabajadores, y ese cúmulo de propiedades, y esa ley imperando siempre, y ese soldado á quien no se le ve en las calles sino en formacion, uno que otro dia, porque su residencia es fuera de las ciudades, hacen dos cosas muy importantes, vitales, que es necesario no olvidar, porque nosotros no nos fijamos en ello: que la democracia sea un hecho y que las leyes sean una verdad....
—Hombre, no me busques la boca, porque con el opio derramado en estas páginas, hay para dormir á una generacion; si me sigues hablando de esto, grito ¡socorro! por la ventana.....
Ya era tiempo: varios de mis amigos llegaron, como siempre, alegres y sedientos de diversion.
—Fidel, nos están esperando: la Pepita sonorense quiere á toda costa los versos que le ofreciste, y hemos quedado en llevarte.... dáte por preso!
—Espérenme un poco.... voy á entregarme á la penosa tarea de buscar mi corbata, mis botines y mi sombrero....
—Ese es cuento de nunca acabar.
—La corbata parece que me ve chuela; la tengo delante de los ojos y no la miro, y cuando me fijo en ella, le quisiera decir una mala razon; de los botines siempre hallo uno: ¿andaré dormido en un pié? jamás veo los dos juntos, parecen matrimonio mal avenido.... el sombrero está de gresca siempre, ó se me aparece sobre un ropero ó bajo de una silla.... ó hecho una indignidad debajo de toda la ropa.
—¿Acabas, Fidel? me dijo Manuel, que es el jóven más entusiasta por todo lo americano, y más listo.
—A la órden, mis amigos.
En dos brincos ya estábamos en la tertulia.
Habia en el saloncito de la casa de Pepita, su grupo de políticos, diciendo por supuesto que los Estados-Unidos tienen en su seno mil elementos disolventes; que no se hace sensible el influjo del centro de los Estados lejanos, que el Sur, el Este y California, estaban llamados á formar una nueva entidad.
Allí exponia sus dudas un aleman frenton, de ojos azules, leviton hasta los tajones, y de pausado hablar, diciendo que unas veces creia en que aquel era el pueblo más justificado del mundo, y otras, el más corrompido de la tierra.
Citaba en apoyo de la severidad que encomiaba, la grave pena que se impone á los que en la calle dicen insolencias; aludió á la prision de una sirvienta, porque en un dia de baile se puso un trage de su ama, y otras anécdotas por el estilo, y traia á cuento asesinatos perdonados de la manera más cínica, y burlas á la justicia, en que no se respetaba ni la apariencia del rubor.
En otro grupo se jugaba ajedrez, con aquellos espectadores estáticos, aquellos contendientes ensimismados y aquella atencion sostenida como si algo se hiciese de provecho.
Y en un rinconcito con sofaes y poltronas amontonadas, habia chicos y chicas al amor del piano, alegres, burlones, ungiendo la palabra con el chiste ó la pasion.
Jóvenes de todas las nacionalidades, muchachos del gran mundo y cotorronas desengañadas, decidoras y malignas, al dejar como forzadas el terreno florido de los ensueños y de las gracias.
Ni que preguntar, allí nos instalamos: se hablaba de todo;[447] tenia campo la charla de Juvenal y las melodías de Peza, los arrebatos de Justo Sierra y la incisiva malicia del Nigromante.
Algunas parejas como que se andaban en apartes íntimos, sin soltar del todo el hilo de la conversacion.
La conversacion sobre el amor imperó, con aplauso universal; allí los epígramas; allí las alusiones picantes; allí la polémica eterna, que viene sin solucion desde Adan y Eva.
—Esta independencia de la mujer, decia Sussy, repugna á vdes. porque el español siempre remeda al árabe, y vdes. quieren esclavas, no mujeres.
—Queremos, señora, decia Ramon, sonorense de buen criterio y querido de las americanas, porque los morenos de ojos negros tienen gran salida en aquel mercado; queremos madres para nuestros hijos, no que se vuelva el juego tablas; la vida del hogar, no la del hotel.
—Pues en los Estados-Unidos se vive esa vida del hogar, y entre las familias de los antiguos pobladores, sobre todo en el campo.
—Eso seria ántes, decia Ramon: ahora, ya vd. lo ve, M. Stanton acaba de instituir y se hace propaganda para que las mujeres sean admitidas al voto y á los cargos públicos; el free lowe (amor libre), da un tipo masculino á la mujer, y en Filadelfia acaban de verificarse escenas escandalosas; sobre todo, las leyes del divorcio abren la puerta de par en par á la disolucion de todo vínculo.
—Vean vdes., decia Manuel, esto es magnífico; aquí en este libro (tomando un libro de sobre la mesa), tienen vdes. las causas que se admiten como legítimas para el divorcio.... son nada ménos que diez y seis.
Oigan vdes.:
1.— | Bigamia. |
2.— | Adulterio de la mujer. |
3.— | Desercion voluntaria. |
4.— | Ausencia por cinco años. |
5.— | Estado de locura ó imbecilidad. |
6.— | Relaciones del marido con mujer de color. |
7.— | Vagamundería del marido. |
8.— | Sevicia ó violencia. |
9.— | Injurias graves. |
10.— | Embriaguez. |
11.— | Prision por determinados delitos. |
12.— | Incapacidad conyugal. |
13.— | No proveer el marido á la subsistencia de la mujer. |
14.— | Que la mujer rehuse seguir al marido. |
15.— | Desórdenes de la conducta de uno de los esposos. |
16.— | Adhesion de uno de ellos á la secta de los Shakers, ó sea alejamiento de la mujer.... |
—Pues lo que son las cosas, dijo un mexicano; creo que no son tan descabellados como pintan, los motivos que considera la ley; aunque en nuestra legislacion me parece que hay más moralidad y filosofía. ¿Qué razon hay para que se abandone al marido porque de resultas de una enfermedad se enloqueció?
—Aquí, decia Ramon, se debe ver la situacion de la mujer, no en las atenciones del wagon ni en los rendimientos de la calle.
—La situacion de la americana, con todo y esa libertad, es infeliz, decia una Sra. Doña Sofía, española muy afecta á las mexicanas: como vdes. solo tratan con americanas jóvenes, hablan de otro modo.
Esa mujer aventurera y errante, ese mueble que ha pasado de mano en mano, sin asiento, sin hijos, con una vejez en que deja sus heces, todo lo que más repugna á la naturaleza, con razon suele tener por desenlace la embriaguez y el suicidio.
—Bien! Bien, Doña Sofía! dijimos á una voz los mexicanos.
Entónces una americana que ha vivido mucho tiempo en México, herida sin duda por la pintura de Doña Sofía, nos dijo:
—Todos los pueblos tienen sus manchas. ¿Les parece á vdes. bien que la mujer de su país, se crea oprimida siempre y sacrificada porque un hombre identificó con ella su suerte y la hizo madre de sus hijos? La mujer es la que pierde casándose, dicen en general las mexicanas: el marido es un mingo, ó un papanatas, ó se le acusa de tirano y opresor: ¿cuándo se vanagloría una mexicana de trabajar á la par del esposo para hacer la felicidad del hijo? ¿Y qué me dicen vdes. de esos indisolubles matrimonios, siempre en riña, en que forman partidos los hijos, en que es un infierno el hogar, y en que por lo indisoluble, contraen los consortes vínculos bastardos que manchan y envilecen generaciones enteras?
—Señores, no hay que acalorarse, dijo el viejo, se trata de dos razas, de dos puntos de partida: el americano ama á su modo; nosotros al nuestro; no hay más ni ménos; son distintos los modos.
—La paloma arrulla, el perro retoza; el yankee calcula, nosotros nos vamos de bruces.
—Que hable Fidel!
Entónces yo, tomando la entonacion de Pedraza, que es la figura que más me gusta de cuantas recuerdo en materias oratorias, entre pretensioso y amable, dije:
—No nos cansemos: el americano, en general, se surte de novia; se procura una mujer, como un paraguas para la lluvia ó un capote para el frio: deja de llover y deja de nevar, y el chico no haya qué hacer del estorbo.
El mexicano solicita novia; ama el prólogo; los trámites le encantan.
El americano se ajusta, el mexicano ama.
Sale un caballerete de su almacen ó su taller, y en el Tívoli, en el teatro, en el baile público ó en la calle, hace su provision de muchacha; es por una hora, ó por un dia; beben alegres, bailan sin chistar y se agasajan mútuamente. El amor platónico les preocupa poco: hay incidentes.
En nosotros todo es drama.
El muchacho ve y se enloquece; suelta una primera carta, por negado que sea, que escarapela el cuerpo.
La niña desde ese momento perdió el sosiego, llora y busca cómplice, esto es, una amiga que arde de compasion; suele ser presa de un amor desdichado.
Si le sacuden los nervios, es de desesperarse.... El padre recela, una anciana entrometida, para descargo de la conciencia, atiza la discordia.... el tendero de la esquina, y la anciana del estanquillo, dan hospitalidad al novio.... allí es ello.... otra carta como lumbre, y una declaracion de balcon.
—Yo no puedo responder.... se lo diré á papá.
—Mi bien, alma mia, es que vd. no me quiere.
—Fije vd. sus ojos en otra persona.
—Vd. va á hacer que me vuele la tapa de los sesos....
—No hable vd. así!
—Me ama vd.?
—¿Qué? (poniendo el oido).
—¿Me ama vd.?
Ella, (colgándose fuera del balcon)—Sí.
—No, no así: “sí te amo, mi Arturo.”
—Qué cosas tiene vd.!.... Mi mamá!....
Puertazo.... ¡tableau!
El chico tira el sombrero contra el suelo y se mesa los cabellos.
Confiese vd. que todo eso es delicioso; sobre todo, por los trámites.
Póngala vd. de otro modo: está vd. en visita; una niña que se quedó á comer, le flecha á vd. Miéntras los otros cantan.... vd. la dice que es muy hermosa y que ha lucido para vd. la felicidad.
La niña sonríe y quiere llevar las cosas á la broma.
El novio, que ve que ese camino le perjudica, se enséria, habla de su orfandad, aunque tenga más padres que el coro de Catedral, de su porvenir tempestuoso y.... tu amor ó la muerte.
La polla escucha cabizbaja.... con la relacion de aquellos infortunios, han venido á sus ojos las lágrimas.
—No me ame vd., yo soy muy exigente.
—Prueba que sabes amar....
Y no.... y sí.... y nos están viendo, y de una conferencia de esas de baños eléctricos, queda la gente con las coyunturas descompuestas.
Póngala vd. de otro modo:
La dama.
El escribiente.
Un padre rehacio.
Un seductor hipócrita.
Una causa política sin éxito.
Un clérigo despreocupado.
Entrometidos, valientes, chismosos y demás animales dañinos.
Estos dramas son de cajeta: ella se emberrinchina, él se aferra, el padre persigue, el seductor arma intrigas y provoca celos, y hay carreras y palizas, y se complica el sereno.... y triunfa la buena causa, y entre los vítores del pueblo, se celebran las nupcias.... prévio aquello de: En atencion á los méritos y servicios.....
Mejor se las cuento á vdes. Dos pollos, pollo y polla por supuesto, se enamoran precisamente porque no se pueden ver, y se abre una estupenda série de campañas, de chuparse los dedos. Menudean las jaquecas, llueven los ataques.... los celos tienen en peso la casa, y al fin, se verifica el enlace, para abrirse otra sucesion de pleitos bajo el órden constitucional.
Pero en todos esos incidentes, cuánto rasgo de infinita ternura y de heroismo.
Aquella polluela pendiente del cambio de fortuna, sin una queja, ni un desahogo, perseguida por sus padres, agasajada por un novio opulento, y ella, remachada á su esperanza que florece entre la última yerba del presupuesto, ó colgada de una charretera de teniente.
Aquella jóven que pasa de la fortuna opulenta á la miseria, que se desnuda de dijes y joyas, y que miéntras más persigue la fortuna al amante, se muestra ella más amartelada y consecuente.
Aquel “no te aflijas, bien mio, Dios nos abrirá camino. Dios aprieta, pero no ahoga....”
Y aquel decir una madre: “yo no quiero para mi hija.... ricos ni potentados; quiero un hombre de bien que la ame mucho, mucho....” eso es divino, y esa es fruta que solo se da bajo el lindo cielo de México....
Los palmoteos, los ¡hurras! las copas, vinieron á coronar mi discurso; pero la americana no se dió por vencida: púsose en pié, y exclamaba, esforzándose por darse á entender....
—Vdes. mucho mimo á los hijos, no se emancipan, no costean su alimento, se guarecen bajo el ala de paloma de la madre.
Pero ese niño, es vago de profesion, bebe sus copita y enamora y se jacta de la perdicion de las señoritas, es pendenciero, y aun casado, quiere le mantenga papá á la mujer, y siempre sin trabajar.... se hace empleado ó militar.... ó le pone pleito á sus padres por la herencia.... ¡oh! mucho se hace con ese grande amor en que la vergüenza.... no entra por nada....
—Señora, calle vd., calle, ó le cito pormenores del Club, para la frustracion de la maternidad, que es el oprobio y la vergüenza del linaje humano.
—Con decir que la americana llama estorbos á sus hijos.
—Esa es una llaga mortal del pueblo americano; pero anatematizada por las muchas gentes honradas de esa nacion.
—Cierto, en México no concebimos esa iniquidad, dijo el[454] viejo imparcial, y sin seguir en este camino de inculpaciones, contaré á vdes. una anécdota cuya verdad puedo certificar. Atencion:
Una jóven encantadora y recatada de mi país (Guadalajara), fué seducida y desapareció de la casa, para ocultar el fruto de sus ilegítimos amores.
En vano el padre hizo pezquisas por hallar á la jóven; en vano gastó gruesas sumas en que la rastrearan.... pasó más de un año, cuando la casualidad hizo que el padre descubriese el paradero de su hija, que era una hacienda del Estado de Zacatecas.
Acude el ofendido padre, frenético, al lugar de refugio de su hija; penetra, ciego de furor, en el aposento; la hija se arrodilla, implora su perdon con tan viva elocuencia, con tal ternura, que el ofendido padre, duda, vacila, se agolpan las lágrimas á sus ojos y se arroja en brazos de su hija, pronunciando la palabra redentora: “Estas perdonada....” Pero ese (señalando la cuna del niño) testimonio de tu afrenta y de mi agravio, ese, se separará de tí: irá á la cuna (la inclusa), donde yo le socorreré.
Miéntras decia estas palabras el padre de Julia (este era el nombre de la jóven), ella se contraia, su cabello se erizaba, sus ojos se le saltaban de las órbitas, y como leona que ve acometidos á sus cachorros, cubre al niño con su cuerpo, lo esconde en su seno, se lo incorpora, y fuera de sí exclama: “No, no; maldicion y miseria.... y todo en el mundo; pero mi hijo!.... mi hijo!....”
A estos gritos, el padre, radiante de júbilo, exclamaba: “Bien, bien, hija mia, tu hijo contigo: yo te dije que lo dejases, para saber si se habia corrompido tu corazon: tú eres[455] mi hija, y es de vdes. cuanto soy y cuanto valgo....” y el viejo inundaba de lágrimas y besos el rostro del niño..... ¡¡¡Ese es México!!!
Por supuesto que aquello fué el delirio.... las ladies.... sí.... las ladies lloraban, porque al fin son mujeres.... y la mujer en todas partes se llama sentimiento y corazon....
Yo sentia como gorda la garganta, como radiante el alma.... Qué ancho me sentia, como dicen en mi tierra, con aquella Julia y su viejo padre!....
—Ahora, me dijo mi amigo, entremos en explicaciones más sérias sobre el divorcio.
—Pues.... estás fresco.... ya te pondré en comunicacion con muchos sabios que hormiguean en mi tierra, y que te echarán sermones que te dejen con tanta boca...... Abur, chico.
Lo de enántes.—La marina.—El Cementerio.
MUY conmovidas encontré á Pepa y á Sofía por nuestra conversacion del dia anterior; cuando llegué á la casa, aun se ocupaban de ella con D. Antonio, que es el nombre del viejo, sesudo representante de la imparcialidad la noche anterior.
Don Pedro, que es el nombre del otro estimable viejo, decia:
—¡Ojalá no hubiera sido la conversacion entre señoras; por eso callaba yo: si hubiera sido entre hombres de mundo, yo habria mostrado que la prostitucion llega á un grado inverosímil. Yo habria dicho de las casas ó establecimientos para dejar sin nuissance (sin estorbos), á las jóvenes desdichadas; habria pintado, con los colores á que se presta, la[458] colosal fortuna hecha por una charlatana para procurar la soledad permanente de las jóvenes.
Y Doña Sofía, continuaba, ya recordarán lo que acontecia en Indiana, donde el divorcio solo requeria la simple manifestacion de discordancia de génios. Llegaba por el ferrocarril un matrimonio, se presentaba, y al volver á partir el tren, estaban desligados para siempre los más sagrados vínculos.
Muchos cócoras, en las estaciones de Indiana, gritaban al llegar los wagones: “¡Veinte minutos para divorciarse!”
—Varios anuncios de abogados habrá vd. visto, añadió D. Pedro, que dicen: Fulano,—Licenciado,—Con especialidad para el divorcio, con causa ó sin ella, cinco pesos.—Consultas grátis.
Lo que espanta es que aun en la sociedad puritana, como en Vermont, Maine, New-Hampshire, Filadelfia y otros pueblos, se muestre ese disgusto por la duracion de la vida conyugal y ese horror por los niños, como decia M. Dirou, y que más bien en el Oeste y en las poblaciones más sencillas, se hayan refugiado los más puros sentimientos de la naturaleza.
Mr. Jannet, en su obra titulada: “Los Estados-Unidos contemporáneos,” publicada en 1876, dice:
“Los últimos censos tienen demostrado que en los Estados del Este, la poblacion no crece con especialidad, sino en los distritos manufactureros, donde afluyen los inmigrantes. En los distritos rurales, ó permanece estacionaria, ó disminuye. Los últimos datos sobre la poblacion de Rhode-Island, prueban que cien americanos tienen por término medio dos hijos por año, miéntras seis emigrados tienen seis.[459] Si este desórden continúa, no habrá dentro de cincuenta años un solo habitante de la raza anglo-sajona.”
—Contaré á vdes., interrumpió un jóven guatemalteco, que nos escuchaba, una anécdota que es característica, y que reasume, por decirlo así, cuanto hemos hablado sobre el particular.
Julio Martinez llamaremos al jóven. Contrajo matrimonio con una lindísima lady, que pudiéramos llamar una de las más ricas joyas de la 5.ª avenida, porque Esther era no solo hermosa, sino que su padre poseia opulenta fortuna.
Los primeros albores de la luna de miel los hallaron como dos tórtolas; eran la envidia y el modelo de los amantes entusiastas.
Julio es nativo de la Habana, hermoso, perfectamente educado y de riquísimo caudal. Emigró de su país por causas políticas, se enamoró de Esther, fué correspondido y se creia el más feliz de los mortales con su enlace.
Un dia, y cuando no se sospechaba siquiera, llegaron á Julio cartas de la Habana en que le participaban que su familia estaba perseguida, que sus bienes los habia confiscado el gobierno y que no contase con auxilio alguno.
El jóven participó el acontecimiento á la esposa, lleno de consternacion, y como consecuencia le propuso la reduccion de gastos y su cambio á una modesta habitacion.
La jóven escuchó con suma frialdad, casi con indiferencia, aquel relato, y le dijo con cierto tono de superficialidad:
—A la modesta habitacion, te vas solo.
—¡Cómo! replicó sorprendido el marido, ¿no me sigues?
—Oh! á ese barrio de obreras?.... vas tú solito.
Quiso el marido esforzarse y obligar á su consorte; pero[460] todo fué en vano. No habia pasado una hora de esta conversacion, cuando Esther estaba en un hotel y el matrimonio en realidad disuelto.
Julio.... abandonó la casa en que vivia.... y no se volvió á saber de él......
Esther se dirigió á la casa de su padre.
—Vengo á decir á vd., le expuso, que Julio me quiere llevar á una casa indigna de nosotros, muy pobre.
—Oh! esa es tu cuenta.... dijo el padre.
—Yo he resistido, y me vengo á mi casa.
—Oh! tú irás con tu marido ó por tu lado; esa es tu cuenta.... Esta no es tu casa.
—La beldad no se dió por derrotada: se encerró en su cuarto del hotel á calcular, y se encontró con que tenia un obstáculo (¡un hijo!) que le impedia discurrir con libertad.
Nada más sencillo.... como proemio de sus planes, hizo desaparecer el obstáculo y quedó como soltera.
Entónces, exhumó sus correspondencias amorosas, pasó una especie de circular á sus antiguos pretendientes, y la tiene vd. instalada de nuevo en su 5.ª avenida, merced á la prodigalidad de un judío millonario, que fué el mejor postor.
—Eso es espantoso, exclamé yo.
—Será lo que vd. guste, me dijo D. Pedro; pero en esa foja arrancada del Album de la vida íntima, tiene vd. la facilidad de romper las relaciones más estrechas, los vínculos más sagrados, el horror á los niños y la subasta y el remate al martillo.
················································
Uno de mis compañeros llegó en aquel momento, y tomó otro giro la conversacion.
Habia hecho, en union de los Sres. Iglesias, Gomez del Palacio y otros mexicanos, un hermoso paseo en la Bahía, invitados y obsequiados por el Sr. D. Romualdo Pacheco, una de las personas más distinguidas y amables que tratamos en California.
Antes de ceder la palabra á mi amigo, en lo que ganarán sin duda mis lectores, para la relacion de su paseo, me la concedo yo para hacer la presentacion del Sr. Pacheco en toda regla.
El Sr. D. Romualdo Pacheco nació en el pueblo de Santa Bárbara, donde tenia ricas posesiones y numerosos ganados su familia.
Quince años tenia el jóven Pacheco cuando se verificó la guerra americana, y de sus resultas, su cambio de nacionalidad.
Pacheco partió para Paris, donde perfeccionó su educacion, y vino á ejercer, como juez de su condado, las primeras funciones públicas, con aplauso universal.
Abrazó el partido republicano, se le nombró tesorero del Estado: sus talentos y virtudes le granjearon la estimacion pública, y en 1871 le hizo el voto popular teniente gobernador, y quedó al fin ejerciendo el mando como gobernador, por renuncia que hizo Mr. Booth, nombrado para ese encargo.
Hé aquí los términos en que habló entónces del Sr. Pacheco, el periódico más acreditado de California:
“En su carrera pública, el gobernador Pacheco ha sido probo entre los probos y honrado entre los honrados. Jamás[462] se le ha atribuido un hecho que pudiera empañar el escudo de un hidalgo en aquellos dias. El gobernador Pacheco heredó los extensos terrenos de su familia, así como sus ganados. Durante los años de sequía, se deshizo de todo eso, que ahora constituiria la fortuna de un príncipe, para socorrer á los pobres. A Pacheco pertenece la honra de haber atravesado una série de pingües destinos, sin haberse enriquecido por ello.
“Personalmente posee cualidades que tienen mucho mérito para el pueblo.
“Es considerado como el hombre de mejor figura y de más finos modales del Estado.
“Laza un oso con la propia facilidad que un becerro, maneja un yate como el más diestro marino, es un tirador de primera fuerza, y como cocinero, no le conocemos rival.”
Esto dice el periódico americano.
Nosotros podemos asegurar que ninguno de esos elogios es exagerado, y que el cariño que profesa á México nos lo hizo recomendable en alto grado.
El amigo que venia de disfrutar de la buena compañía del Sr. Pacheco, estaba encantado con los recuerdos de su paseo.
Contábame regocijado mi amigo, que el Sr. Pacheco llevó en su compañía al paseo á su hijita, niña encantadora en cuya fisonomía y modales parece que se habian dado cita las dos razas, sajona y española, para ostentar sus gracias: además, se reunieron al caballero obsequiante unos americanos, tan francos, tan alegres, que sin la denuncia impertinente de los años, se habria semejado el paseo á una salada de colegiales.
—Vimos la Bahía, me dijo el amigo, con sus muchos muelles, su tragin y su riqueza deslumbradora.
Por una parte, el the que llega del Oriente, entre la algarabía de los chinos; por otro lado, montones de tercios de trigo, esperando buques para un puerto extranjero.
Pacas, costales, barriles, maquinaria de fierro, pianos, cuanto sueña la necesidad, cuanto inventa el lujo, cuanto solicita el trabajo, cuanto imagina la gula.
Pasamos por enfrente de San Quintin, que es una isla en que está la prision, y es al mismo tiempo escuela de artes y oficios, cuyos talleres trabajan con la mayor actividad.
Allí, me dijo mi amigo, como en otras partes, no ha tenido solucion satisfactoria la cuestion de talleres; el gobierno paga seis reales por la manutencion de cada preso; pero en otras épocas se han apoderado de ellos especuladores, que despues de exprimir su jugo, sueltan al preso casi en la miseria cuando termina su condena.
Además, el auxilio del gobierno produce una baratura forzada, que da superioridad á los efectos hechos por los presos, y esto sacrifica al artesano honrado que no tiene más auxilio que su esfuerzo personal.
La prision de San Quintin está citada como modelo; pero yo creo que hay instituciones mejores y más humanitarias en Europa.
Entre la multitud de asociaciones marítimas de Express comisionistas y traficantes de mar, descuella poderosa la Compañía que dirigen MM. Goodall, Nelson y Pekin, titulada: “Compañía de vapores de la Mala del Pacífico,” relacionada con otras compañías que recorren las islas del Pacífico,[464] China, Japon, los principales puertos de América, Europa, Asia, Africa y Australia, haciendo de fácil acceso á California todos los pueblos del mundo.
La seguridad, la baratura y las comodidades todas de la vida, se han trasladado á esos buques, al punto que familias enteras se estacionan en ellos.
Los negocios de la Compañía requieren, en movimiento perpétuo, 35 agencias colocadas en los puntos más importantes de las costas de los Estados-Unidos, México, Sur, Centro América, el Canadá, Inglaterra, Japon, China y las Indias Occidentales. La capacidad de su flota excede de 70,000 toneladas, y la distancia entre los puertos de salida y entrada que los vapores atraviesan en viajes regulares, es de más de 25,000 millas por viaje.
Uno de nuestros complacientes compañeros de paseo, continuó mi amigo, nos hizo una descripcion animadísima del vapor conocido con el nombre de “Ciudad de Pekin,” llamado por los marinos “El Palacio Flotante.”
Los salones, decia, refiriéndose á M. Lloyd, escritor americano de gran mérito, son tan espaciosos y elegantes como los de los millonarios de la 5.ª avenida en Nueva-York.
Grandes espejos, deliciosas pinturas, jarrones con flores y cuantos primores ha derramado la estética en las estancias de los próceres europeos.
La cocina parece dirigida por Brillat de Savary y por Alejandro Dumas á competencia, es un paraíso en donde las seducciones no son manzanas, sino los manjares más exquisitos; seria el orgullo de Manuel Payno, haria las delicias de Morquecho, ese par de amigos de tan exquisito gusto para sus comidas.
Cada camarote parece preparado por una novia solícita á un solteron comodino.
Solo el “Grande Oriental” es superior en tamaño á la “Ciudad de Pekin,” que mide 5,080 toneladas, es de fierro y hélice y hace el tráfico con China.
La flota de la Compañía se compone de 16 buques de fierro y hélice, y 9 de madera de ruedas laterales.
Los buques de primera clase tienen los nombres de “Pekin,” “Tokio,” “Gran República,” “Colorado,” “Ciudad de San Francisco,” “New-York,” “Australia,” etc., etc.; miden de 3 á 5,000 toneladas; los de 2.ª y 3.ª clase, de 1 á 3,000.
Diez de esos buques, los de primera clase, hacen el tráfico de China y Australia; seis el de New-York y Panamá, y los demás los de las islas y la América Central.
Por la brevísima idea que hemos procurado dar de la Mala del Pacífico, se vendrá en conocimiento del movimiento de sus muelles, del tragin de sus almacenes, de la multiplicidad de sus cambios, de la extension de sus relaciones y del impulso que esa sola Compañía comunica á todos los ramos de la riqueza pública.
—Volviendo al Sr. Pacheco, dijo mi amigo, es persona altamente considerada, no obstante manifestar su adhesion por México; nosotros le debemos mil atenciones y le estamos profundamente obligados.
—¿Creerán vdes. que he pensado muy detenidamente en lo que acontece, no con el Sr. Pacheco, sino con otros mexicanos que conservan con heroismo su nacionalidad? Ellos son tratados como cualquier otro extranjero; léjos de recibir ofensas, son acogidos en la mejor sociedad, y sin[466] embargo, se tiene por nuestra raza sumo desprecio y se siente algo en la atmósfera, que nos sofoca.
—Eso depende de dos cosas: primero, de que no se distingue bien entre la gente bien educada y la que no lo es, y en que no es lo mismo las ciudades que los campos.
La gente de las fronteras se cree sin fundamento que es, en general, como el sedimento de lo que tienen de peor los dos pueblos; y como el americano tiene la fuerza, y los testigos, y los medios de superioridad; y como de nuestra parte la representacion es tan débil, llevamos la peor parte en todo.
—Yo, dije, he estado en Tejas en 1865. La poblacion americana invadia dia por dia la parte central de la ciudad; á sus orillas, bajo las lonas, como la ramazon y los despojos que empujan á la tierra los grandes lagos, se iba aglomerando la poblacion mexicana, sucia, desnuda, corrupta, bajo girones de lienzo, ó bajo cueros de res, apiñándose como gusanos, formando como costras y grumos repugnantes. El cólera imperaba devastando. Se cebó en el barrio mexicano. Cuando iba desapareciendo la plaga, se publicaba: “Demos gracias á Dios. El cólera se va: ya solo mueren algunos negros y muchos mexicanos.”
En los jurados generalmente resultaban condenados los mexicanos: los nombres de mugrosos y de ladrones les designaban al castigo: yo jamás me he sentido tan humillado como entre aquellas gentes.
—Habia mil razones, replicó mi amigo: los usurpadores de las tierras, pintaban á los mexicanos como bandidos y citaban hechos atroces: los mexicanos, que no tenian justicia ni apoyo alguno, recurrian á la fuerza, se exacerbaban[467] los odios y siempre el juez decidia en favor de los suyos.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta que tambien de nuestra parte ha habido violencias.
Pero el hecho es que se pueden citar matanzas atroces por órden de las autoridades, robos injustificables, incendios y todo lo que no seria lícito emplear ni para el exterminio de fieras.
Pero los hechos que hemos palpado y de los que hemos sido víctimas, son no tener quien hiciera justicia á un mexicano, sino condenarle por la primera delacion; en Brownsvill, no se permitia á un mexicano galopar á caballo, ni tener vela encendida, y la más leve sospecha provocaba ejecuciones espantosas..................................................
Pepa, que observó que el terreno en que nos estábamos colocando era muy resbaladizo, cambió de conversacion y me trajo su Album, empeñada en que escribiese en él cualquier cosa que no fuera séria.
La conversacion séria voló hecha girones, los concurrentes se rodearon del piano y á mí me dejaron con el Album y un tintero en la mesita del centro de la sala.
Allí, al querer ó no, hilvané, en ménos que canta un gallo, unas coplas festivas, que por fortuna de mis lectores no recuerdo.
La circunstancia de ser víspera de partida, y la intimidad de mis relaciones con la estimable mamá de Pepita, hicieron pasable la improvisacion, que se hubiera calificado de llaneza, si no estuviera autorizada por la confianza y por la broma.
Al siguiente dia de esta entrevista me desprendí de todo compromiso para hacer en la mañana mi paseo solitario al Cementerio, ya que era preciso verlo todo.
Al Oeste de la ciudad, entre la árida playa y el Océano, en medio de un hervidero de caprichosas colinas, se levanta entre un grupo de pinos silenciosos, una gigantesca cruz rústica, recuerdo de los primeros misioneros españoles, propagadores de la civilizacion y el Evangelio, en aquellas remotas regiones.
La sombra del signo de la redencion se proyecta gigantesca con la luz vespertina, como para abrigar los restos queridos de aquellos que encendieron audaces la doctrina del Evangelio en aquellos dominios de la barbarie; y algo de religioso y de sublime hay en aquel triunfo de las conquistas del espiritu, frente al mar, representacion de lo eterno, y la playa, símbolo del principio y del fin de la vida.
Lone-Mountain es el nombre de la ciudad de los muertos, y sus blancas columnas y sus estatuas, sus cúpulas y campanarios, parecian cadáveres de edificios, en que en otro tiempo se habia refugiado la vida.
No sabemos por qué, si no es por seguir alguna vulgar imitacion del Este, se ha querido sustituir al nombre de Lon-Mountain el de Laurel-Hill, por mil títulos más adecuado.
Sea como fuere, posee el cementerio una grandeza imponente, la soledad y el silencio le revisten de extraña majestad.
Desde el pié de la cruz se distinguen, por una parte, las tendidas olas del Océano, y por el otro, el tumulto de casas de la ciudad, corriendo entre las arboledas de las calles, apiñándose en las azoteas, con sus puertas y ventanas como[469] fisonomías, y extendiéndose en las plazas, abriendo campo como en espera de otra comitiva de edificios.
Entrando al cercado del cementerio, se ven anchas avenidas de árboles sombríos, calles regulares, tramos de césped y jardines esmeradamente cultivados, rodeando, ya monumentos, ya sencillos sepulcros en que parecen confiadas á las regiones desconocidas, las memorias de los que lloran en este suelo.
Templetes, arcos, bóvedas de granito y de mármol, proclamando la opulencia, cruces de piedra denunciando la miseria: tambien allí se ve la desigualdad en la cubierta del polvo.
Recorria las inscripciones, muchas sin entenderlas, como si yo fuese instrumento del castigo de la vanidad mundana, como si tambien en la muerte hubiese extranjería!
Una flor aislada y marchita, una corona comenzada á destruir por el tiempo, hablaban más alto á mi corazon que los esfuerzos que sin duda habia hecho el talento para protestar contra lo implacable de la nada.
Para un extranjero, para uno que viaja, un cementerio es la aparicion de la patria comun, es el aviso de que todos los caminos tienen un fin único, y de que el sueño eterno, lo mismo se concilia bajo todas las zonas del globo.... ¡Qué pequeño es el hombre! ¡qué miserable la existencia!
Todos los epitafios son lo mismo: la queja del bien perdido, la protesta contra lo imposible, el ahinco de defraudar al olvido una partícula de lo que tiene de desaparecer para siempre. ¿Pero por qué siente uno morirse más definitivamente en un país extranjero?
En la parte más elevada de Lon-Mountain hay un monumento[470] de mármol erigido á una que fué persona muy estimable en California: por un lado del monumento se lee: “Mecánico;” por el otro: “Senador.” Ese epitafio tiene el mérito de que con dos palabras pinta á un yankee.
El epitafio que produjo en mí más honda impresion, fué el de Arturo French, muerto en 1860 en el naufragio del vapor “Norterner,” cerca del Cabo Mendocino. French era el primer oficial del buque; parece que habia venido varias veces á la playa para procurar la salvacion de sus compañeros. Contestó á los que trataban de disuadirlo que volviese al buque náufrago: “Yo debo vivir como cualquiera otro; pero mi vida pertenece á los que se hallan á bordo de aquel navío, y así, iré y permaneceré allí con el capitan. Si muero, decid á mi esposa y á mis hijos, que despues que hice siete inútiles tentativas, he muerto cumpliendo con mi deber.”
Un mástil solo señala su tumba, emblema significativo de los peligros de su vida y de su heróica muerte.
En un lugar apartado del cementerio, sin monumentos ni inscripciones, está el lugar concedido á los extranjeros.
Crece allí espontánea la yerba; en piedras humildes están depositadas algunas fechas y algunos nombres; de vez en cuando salpican frescas flores sitios que no tienen inscripcion alguna; lágrimas, confidencias íntimas, desconocidos misterios de amor y quebranto....
El murmullo de los árboles en aquel sitio, parece remedar los acentos del hogar distante..........
Yo no sé por qué en aquel lugar tuve como la aparicion de todo cuanto amo en el mundo.... La tumba en tierra extraña.... ¿qué más da?.... Oh, no! es horrible morir sin patria!........................................
La sensacion que acababa de recibir, no me dejó fijarme en otros suntuosos monumentos ... ni en una seccion destinada á los sepulcros de los individuos de las Compañías de apagar incendios, que es muy bella.
Poco me detuve en el Cementerio Chino, que está cerca de Lon-Mountain, ó mejor dicho, que como el Cementerio Católico, son secciones separadas de él.
El Cementerio Chino, realmente son depósitos de cadáveres encajonados, que hacen las Compañías para conducirlos al Japon ó China, como es sabido y está pactado: frente á los sepulcros hay hoyos en que se queman lo que ellos llaman perfumes.
En estos lugares suele insultar el odio público á los cadáveres, arrojándoles piedras y suciedades; no hay para qué encarecer lo que tiene de sucio y repugnante aquel lugar.
En el Cementerio Católico descuella el del Sr. Labiaga, que costó más de cincuenta mil pesos.
Aquella tarde fué de honda tristeza.... parece que algo de mí mismo quedó allí sepultado. ¿A qué caminar? ¿á qué vivir? si al fin todos los caminos conducen á la muerte!!!
Preparativos de salida.—Compra.—El Express.—Visitas.—Albums.
SINGULAR condicion de la humanidad y notable desengaño para los materialistas! Apénas sobre el modo de existir comun cae una idea; apénas se le adhiere un recuerdo, cuando realmente se trasforma y tiene significacion distinta para nosotros.
Tenemos en la mano una pluma, estamos prontos á tirarla como una basura, una voz nos dice al oido: “Con esa pluma escribió Heredia sus odas inmortales.” Entónces la vemos como una precea y la conservamos como una reliquia. Como que á la pluma descendió una alma; como que es un sér con quien nos queremos relacionar.
Así, en la partida de un lugar, las calles como que se embellecen y como que nos confian secretos que se habian reservado,[474] las fuentes corren de otro modo, la luz como que se vuelve diferente, aquello que se va á perder se ama más.
Nunca me pareció San Francisco más seductor que el 3 de Marzo, víspera de nuestra partida. Iba como daguerreotipando en mi memoria calles y plazas; queria como calcar en mi cerebro aquella casa, con su enverjado de hierro, sus macetones y estatuas en el jardin; aquellos niños corriendo tras de sus aros al rededor de la fuente; aquella pareja perdiéndose en la distante arboleda en su elegante vogue; ella, indolente, acurrucándose al lado del yankee colorado, frio y preocupado solo del trotar desembarazado de su caballo.
En el saloncito que ocupaba Iglesias, habia personas de las más distinguidas, despidiéndose y prodigándole atenciones, más que relacionadas con su posicion, con su mérito real, con su sabiduría y virtudes.
En cada uno de los cuartos habia un totum revolutum infernal, baúles abiertos, sombreros regados aquí y acullá, botas y botines estorbosos, esperando colocacion, camisas, calcetines, pantalones, y con predileccion el cajon para los regalos á México, denunciando los afectos y el estado de los fondos del viajero.
En medio de este baratillo estaban los amigos libando en mi cuarto sendas copas, haciendo itinerarios, dando recomendaciones y encargos y comidiéndose á desempeñar comisiones, de la manera más servicial.
Por supuesto que no faltaba, sentada en un baúl con su canasto al frente y su chico sentado en el suelo, la lavandera, primer doliente en la partida de un soltero, ni la costurera con su mamá, que por primera vez se aparece, ni criados y[475] conocidos que van hacinando lo inútil y dejan traslucir las satisfacciones y las envidias que provoca la herencia.
Los criados andan más listos que nunca, como que se acerca la hora de la propina extraordinaria; encuéntrase uno con afectos que le eran desconocidos, por supuesto de gente menesterosa y con cualidades que nunca sospechó tener.
Aquello de las peticiones de retratos, ni se cuente, que yo los repartí por docenas y recogí muchos, siendo para mí reliquias muy queridas algunos de ellos. A propósito:
Cuando un tonto es de pur sang me deleita, es tonto de ley de oro, como algunas piedras minerales.
Así habia en la colonia italiana una dama que tenia una hija hermosísima, de la que varios deseábamos el retrato; requerimos á la jóven, instamos á la mamá, y por fin, la víspera de mi partida, corrimos varios en tumulto á que se retratase Adelina.
La mamá fué con nosotros á la casa de Housewort y C.ª, establecimiento espléndido, N.º 12 Montgomery Street Market, donde se ejecutan con toda perfeccion las operaciones fotográficas.
Entrar, colocarse Adelina y poner en nuestras manos ejemplares primorosamente acabados, fué obra de ménos de tres cuartos de hora.
Yo no pude dejar de mostrar mi asombro, no solo por lo acabado del retrato, sino por la prodigiosa celeridad con que se habia verificado la operacion.
Recordaba los pasados tiempos de la pintura al óleo, las dificultades del parecido, etc., y la deuda que teniamos con la ciencia por descubrimientos tan sorprendentes y fecundos como el daguerreotipo.
—¿Y á vd. qué le parece de ese retrato, señora? dijo á la mamá uno de los circunstantes.
—A mí, nada, dijo la señora con aplomo, porque como los señores ya conocian á mi niña......
—Vd. tiene mil razones, señora, repuse yo (vd. es una asna, dije aparte), yo no habia tenido presente esa circunstancia.
Volviendo á los preparativos de marcha, Gomez del Palacio, que siempre se distingue donde quiera que se halla, por lo servicial y lo caballeroso, se habia encargado de la compra de boletos, ajuste del carro de dormir y del Express.
Pocas instituciones hay más benéficas que el Express, para la comodidad, no solo de los viajeros, sino de todo el mundo.
En la oficina del Express, perfectamente dotada, escrupulosamente servida y que posee con justicia la confianza universal, deposita el viajero el bulto ó bultos que desea se trasporten á cualquier lugar del mundo y sean del valor que fueren.
Se depositan los bultos, recibe su constancia el interesado, y el dia convenido encuentra el depositario en el lugar pactado su caja ó su fardo, sin la menor lesion, y como si hubiera sido trasportado por mágia.
En cuanto á los equipajes que van en el mismo tren que el viajero, llueven comisionados y agentes que se encargan de enfardelar, trasportar y depositar en manos del empleado del tren, sin más cuidados de parte del interesado que recoger el check ó boleto con un número igual al que tiene la petaca ó baúl.
Al acercarse el viajero al punto de su destino, vuelven á[477] presentarse agentes de casas y hoteles conocidos que se encargan de los equipajes, los recogen, los colocan en el hotel en el lugar que se les designa, y el propietario se ve servido como con las manos blancas que se movian en el aire de sus cuentos de niño.
Y todo esto se hace por tan módica retribucion, que está realmente al alcance de todas las fortunas y se verifica del modo más natural.
Arreglados, ó mejor dicho, á medio arreglar los equipajes, salí, en union de varios amigos, á hacer compras para los obsequios de familia.
Conmovedor es realmente ese balance y esos conflictos entre las inspiraciones de la ternura y la tirantez del presupuesto.
Yo queria abarcarlo todo: gorritas, saquitos, zapatitos chinos, juguetes milagrosos, de objetos mil, que presumia iban á enloquecer de contento á mis nietecitos.
Representábame la imaginacion, la llegada del baúl á la casa, prévios anuncios incitadores y halagos referentes á los juguetes, y amenazas, segun la buena ó mala conducta de los niños.
Que llegará el baúl como en procesion, que se irán congregando curiosos los criados y criadas, pilmemes y nodrizas.
Colocaráse el baúl en medio de la pieza: el papá y la mamá de la casa llevarán la batuta; agruparánse los chicos; subiránse en los hombros de los autores de sus dias, armando algazara, apartándolos y revolviéndose, miéntras el cargador y los criados forcejean por desenfardelar.... Atencion general.....
Ya se abrió la tapa.... ya se desembaraza de los papeles[478] un objeto que se ve en alto.... es un polichinela que mueve los ojos, que anda solo.... que repica sus cascabeles y que abre y cierra las piernas intempestivo, miéntras suena los platillos con sus manitas. El asombro, las risas, las disputas se suceden. Los chicos se desmorecen, todos lo quieren para sí.
Un cochecito de cuerda, una locomotora, unas cajitas de música, un ratoncito que corre, prodigios, primores; los chicos bailan, ríen, hacen caricias á sus padres, queriéndolo todo.... pero han salido á luz unos saquitos, unos casquetes chinos, unos zapatitos bordados con lentejuelas de oro.
Aquello es mucho: se visten los chicos, se prueban los zapatos, se hunden los casquetes á los ojos; los desconoce el perro y ladra, dan su voto las criadas y llevan á los niños frente al espejo.... y aquello es una bola de placer.... los papás, con la carta en las manos y los ojos inundados en lágrimas, hablan del Papati (así me llaman mis nietecitos), y tiemblan á la idea de no volverle á ver......
Las personas pudientes compraban capotas de pieles, y joyas exquisitas; los ménos favorecidos de la suerte, juguetes y fruslerías, y álguien, pundonoroso y maltratado por la fortuna, esperaba á que todos saliesen para comprar unos aretes humildes, una mascadita china ó una pelota de hule, para la esposa, para la hija infeliz, ó para el niño amado del corazon. ¡Oh, cuánto amo yo á esos pobres, me muero por ellos!
Apénas nos desembarazamos de las compras, cuando tomé un carruajito de dos asientos y un caballo, que cuestan la mitad ménos que los comunes; me puse en contacto con mi cochero favorito, Dionis, que no sabia palabra de español y[479] á quien con mi diabólico inglés le pegaba mil chascos, y me eché á volar por aquellos mundos de Dios.
Como he dicho ántes de las calles, las visitas cobraron para mí desusado atractivo; como que me veian con mayor interes; como que, aunque aparentemente festiva la conversacion, guardaba algo de lágrimas; como que entre los rayos de la fugaz alegría, pasaba gimiendo la ave negra de la ausencia. Y sin duda, cosa análoga debe pasar entre los que quedan contemplando el vacío que va á dejar nuestra desaparicion.
Una de mis primeras visitas de despedida, fué una casa que podremos llamar incrustacion mexicana.
Allí todo respira México: las muchachas, que son lindísimas, tienen en la sala cuadros con el paseo de la Viga, el de Bucareli, la calle de Roldan y el Santuario de Guadalupe.
Detestan á americanos y americanas, haciendo de ellos injustas, pero graciosísimas caricaturas: se cantan canciones sentimentales de las que forman el repertorio de la clase media en mi tierra; se brinda á las visitas chocolate; se las obsequia con atole de leche y tamales cernidos; se juegan juegos de prendas, y se disponen dias de campo á nuestra usanza.
—Ni se vuelve vd. á acordar de nosotros, Sr. Fidel. El que se va se divierte con lo verde del camino.
Y cosas por ese estilo se decian....
Una Pepita, burlona, chancera, chancera con talento y finura, con unos ojazos negros que levantan en peso al que los mira, y con una sensibilidad que se exalta fácilmente hasta las lágrimas, me presentó su Album....
Es el caso que Pepita es novia de un jóven, muy jóven,[480] á quien yo amo mucho, por pertenecer á mi familia, y que el jóven aludido habia escrito en su Album unos versos para que yo los glosara, que dicen:
Pepa, tú lo sabes bien.
Escribir aquí es error;
Aunque me dé gran contento,
Pepa, lo que por ti siento,
No es amor y es más que amor.
—¡Hola! Como en mis tiempos, dije al frente del Album; como cuando se glosaba aquello de Aprended flores de mí.
Tomé la pluma, las señoras siguieron hablando en voz baja, y yo escribí, sin abandonar la conversacion:
Ni su arco-íris la esperanza,
Ni, negras sombras el celo,
Me muestran, al ver tu cielo,
Que es de grata bienandanza.
Los dos esta adivinanza,
Acogemos sin desden;
Yo me doy el parabien;
Díme lo que pasa en tí,
Que lo que me pasa á mí,
Pepa, tú lo sabes bien.
——
Es, niña, poco discreto
Que mi confidencia escriba,
Cuando es forzoso que viva
En la cárcel del secreto.
Es como raro amuleto
[481]Que encierra gozo y temor;
No lo muestres, por favor,
Que acaso te pondrá triste;
Y si ya en tu pecho existe,
Escribir aquí, es error.
——
De tu mirar de gacela,
De tus dientes de marfil,
De tu frescura de Abril,
Que á más de un galan desvela,
Ser el poseedor no anhela
Mi paternal sentimiento,
Y cuando tu blando acento
Me diriges con ternura,
No codicio tu hermosura
Aunque me dé gran contento.
——
Miro tu rostro halagüeño
Y te contemplo en mi hogar,
Como sobre de un altar,
Como realizando un sueño.
Miro nacer con empeño
Entre flores de contento,
La linfa de un pensamiento,
Que guardas en tu alma oculto,
Y entónces es casi un culto,
Pepa, lo que por tí siento.
——
A tus ojos celestiales,
Tesoros de amor envío,
Si dicen: “amigo mio”
[482]Esos labios de corales.
Si acaso entre negros males,
Se desvanece el albor
De tu ensueño encantador,
No me castigue tu olvido,
Pues lo que por tí he sentido,
No es amor, y es más que amor....
Las palmadas, las lágrimas, los encargos á México de las muchachas, las recomendaciones de misas á la Virgen de Guadalupe, á la de la Soledad de Santa Cruz y á la Divina Infantita de las ancianas, y los pedidos de juguetes de los niños, terminaron la escena.
Díjele al cochero que me llevase á la calle de Franklin, casa opulenta de distinguida educacion.
En medio del jardin está la casa blanqueando, con su pórtico de ligeras columnas. Cerca el jardin un pulido barandal de fierro. Grandes y frondosos árboles se agrupan á la entrada y al rededor de la casa. Hay su fuente con pescados de colores y su kiosko para las lecturas solitarias.
La casa es, con poca diferencia, como las ya descritas; con la circunstancia que de un lado del pasadizo hay un extenso y elegante salon, y del otro, la asistencia y el comedor, divididos por el tabique corredizo que ya conocemos.
La familia es mexicana, la señora de la casa conserva culto profundo por México y acoge y mima con su amistad á personas mexicanas.
La niña, que es un encanto de virtud y hermosura, conserva el tipo de México, pero como desvaneciéndose entre nieblas alemanas y perdiéndose en la bruma del Niágara.
Lo más seductor en T*** es su inocencia, inocencia alegre, franca, ingénua: la gentil doncella, juega con las niñas,[483] monta á caballo y maneja las riendas de su carretela, y no va á más; ni tira la pistola, ni tiene aspiraciones á invadir la educacion masculina.
La señora, repetimos, es mexicana; la niña rinde culto á los recuerdos de la mamá; pero nacida en California y educada en Alemania, sus relaciones son en mucha parte de americanos, ingleses, alemanes, siempre, por supuesto, imperando nuestra tierra en la casa.
Las tendencias y tradiciones que hemos apuntado, producen encuentros deliciosos: yo he visto en una rinconera el busto de Escobedo, mano á mano con Bismark; casi del brazo á Zaragoza con el baron de Humboldt, y departiendo en una consola á Juarez, nada ménos que con San Patricio, como si fueran los mejores amigos del mundo.
A mi llegada, un jóven Arrillaga, eminente artista, tocaba el piano; varias jóvenes, con sus delantales albeando, fabricaban bizcochos, y la señora iba y venia, teniendo sobre la mesa canastos, botiquines y un precioso neceser de viaje.
Un polaco amabilísimo y de vasta instruccion, era el ayudante de campo, en union de Ferrer, el artista celebrado del Club Hispano-Americano.
A mi llegada, tocó diana el piano y la señora se adelantó á recibirnos.
—Vea vd. en lo que nos han metido vdes.: todas trabajamos.
—Pero, señora, por nosotros!
—¿Cómo es eso? ir á pasar esos desiertos, sin un trago que beber, cuando muchas veces no se puede uno apear en la estacion, eso no era posible.... vea vd., estas son carnitas[484] frias, este garrafon contiene Jerez; vea vd., aquí pan, mantequilla....
—Pero....
Y sin dejarme concluir, me dijo:
—Esta botellita es árnica, aquí tiene vd. su letrero; esta es álcali; vea vd., aquí, carbonato, polvos de Sedlitz: vea vd., con este aparatito se calienta agua, este es el alcohol para la lamparilla. En todo esto deben ir los bizcochos que están haciendo las niñas; pero economicen vdes.: cuando haya qué comer, no apelen al repuesto.
Y todo estaba previsto, todo era tan oportuno, tan cuidadoso, tan tiernamente delicado, que parece que nuestra misma madre se habia encargado de aquellos cuidados.
Era forzoso volverse todo corazon y amar, amar mucho á quienes así nos amaban, porque la gratitud, la simple gratitud, es la contribucion oficial de los tontos y el hilo sin anzuelo que queda en las manos de los ingratos.
Amar es otra cosa.
Incorporéme á los trabajadores: Tulita mandó el coche por sus amigas, y se instaló, sin quererlo, una tertulia, sin pretensiones de tal, de las más agradables, miento, de las más deliciosas que se puede imaginar.
Alternaban Arrillaga y Ferrer tocando divinidades; el polaco y un hermano de la señora distribuian obsequios, respetando el haber de los viajeros, y las chicas, realmente con la masa en las manos, se acercaban al piano á interpretar á Verdi, á Mozart y á Wagner.
Por supuesto, frente á mí llovieron los Albums, y aunque supliqué á las señoritas me diesen copia de mis versos, solo dos de ellas lo hicieron, y allá van:
A TULITA.
¿A qué perturbar tu sueño
Y tu sonreir halagüeño,
Con mi doliente cantar?
Ni tu existir que se mira,
Que entre alegres flores gira
Con tranquilo murmurar?
——
Sigue viendo embelesada
De tu vida la alborada
En el limpio cielo azul.
Y entre celajes de gasa,
Como blanca estrella pasa
Con tu corona de luz.
——
Vive erguida, fresca rosa,
A la sombra deliciosa
Del amparo maternal.
Y como segura nave,
Deslízate en vaiven suave
Sobre lagos de cristal.
——
Piensa en hermosos jardines
De azucenas y jazmines,
En palacios de zafir.
Y los cielos contemplando,
Vé los párpados cerrando
Y sonriéndote al dormir.[486]
——
¡Oh! qué dulce es la existencia
Cuando la dulce inocencia
Abre de armiño su flor,
Y en el horizonte bello
Vemos el primer destello
De nuestro primer amor.
——
Ya que te pinto dormida,
Responde: ¿es cierto, mi vida,
Que se sueña en la niñez,
Con un mundo de ilusiones
En el que no hay nubarrones
De espantosa lobreguez?
——
¿Es cierto que nunca el daño
Percibimos, ni el engaño
En amor y en amistad?
¿Y creemos que eternamente
Hay juventud en la frente
Y en el corazon bondad?
——
¿Que si angustias nos desvelan
Hay almas que nos consuelan
Con encantador afan?
¿Y no falta techo amigo,
Que nos dé amparo y abrigo
Cuando ruge el huracan?[487]
——
Si es verdad, guarda tu sueño
Y no pidas con empeño
Sus notas á mi cantar.
Que si mis trovas oyeras,
Tal vez, ¡oh niña! supieras
Que se llora al despertar.
EN EL ALBUM DE MARIA PISIS.
Luciente apareciste en mi existencia:
Como pasa fosfórica la luz
Que deja la ola en la desierta playa,
Así pasaste tú.
——
Y fué tan puro su fulgente brillo,
Y tan feliz me ví con su fulgor,
Que al hundirme en la sombra de la ausencia
Desgarra mi alma tu doliente “adios.”
A la algazara sucedió el silencio, la respiracion tenia humedad de llanto, queria sagaz el ingenio distraernos y caia en frio el chiste más agudo, y las notas alegres de la música eran como cantos de febricitante, que más atormentan miéntras calumnian á la felicidad.
Sombras de muerte proyecta tras de sí la ausencia; lo que nos rodea deja de existir, se va, se borra, no vive de[488] nuestra vida, no flota nuestro yo en esa atmósfera. Extraemos nuestro cadáver del seno de los que amamos, y el recuerdo no es más sino el esqueleto tambien de la vida real: es lo que el humo á la llama......
················································
················································
—Cochero, calle de Fulson.
Era la casa del Sr. Andrade un rincon de México, mejor dicho, un oasis de México.
El Sr. Andrade, como la familia Carrascosa, como los Sres. Gaxiolas, Labiagas, como muchos, conservan por México vírgenes sus afectos, cuidan su nacionalidad intacta, espían los acontecimientos de la patria, enorgulleciéndose con sus glorias, llorando sus infortunios, fanatizándose por ella, porque amar á los padres y á la patria es persuadirnos de que la que nos dió el sér es la más grande, la más bella, la más adorable de las patrias. Todo lo demás son cuentos, como diria el amigo Carrascosa.
En la casa del Sr. Andrade se forma patria á todos los mexicanos que llegan á San Francisco, y se disfruta de la más cordial acogida.
Andrade y su familia se saben convertir en servidores de cuantos favorecen su casa, y para todo el mundo tienen agasajos y finezas.
Allí pude contemplar á las mujeres privilegiadas de Sonora y Sinaloa, espléndidas como sus mares, dulces y melancólicas como el crepúsculo de su cielo occidental.
Pálidas y amorosas como elegidas para recoger las últimas miradas del padre de la luz. Sobre que son lindas, ¿para qué me he de devanar los sesos haciendo inventarios?
La casa de mi tocayo estaba literalmente invadida por sus amigos, y él, verdaderamente en sus glorias.
Los hombres bebiamos en el comedor, disputábamos en el cuarto para fumar y nos agolpábamos á los tránsitos; las señoras cantaban, tocaban excelentes artistas y reinaba por todas partes esa finura desembarazada y generosa que tanto halaga y como que perfuma y ennoblece todas nuestras acciones.
Volvieron á aparecer las señoritas Rotanzis á mi vista deslumbrada, y volví á admirar sus gracias; la única sombra que para mí tuvo el cuadro, fué la ausencia de Chonita Ramirez, de Virginia Sleiden y de unas judías. ¡Oh, qué judías!.... Solo Dios, Dios nuestro Señor, pudo haber estado en aquellas tierras, sin apasionarse como un desesperado, y dejar al género humano que se lo llevase el demonio: al fin, para el pago que sacó......
Nada de disparates; pero quién está en sus cabales con aquellas judías?
¡Qué breves pasaron aquellas horas! ¡qué rastro de luz producen en mi alma aquellos recuerdos!......
Y á propósito: ya se deja entender, la mitad del tiempo lo pasé yo frente á los Albums, que eran mi tormento.
Habia en aquella familia á quien debí tantas finezas, una señorita, dije mal, un arcángel amantísimo á la poesía.
No era una mujer, era la vibracion de una queja; era un sollozo que temblaba en los labios de la vida, para desvanecerse en una sonrisa de muerte.
Era como la oscilacion de un rayo de luna entre las inclinadas ramas de un sauce, y parecia su rostro reflejar la agonía de una llama perdiéndose en un horizonte lejano.
No sé por qué me finqué con obstinacion en que consumia aquella existencia, además del veneno implacable de la tísis, algun dolor intenso producido por la orfandad ó por un amor infeliz.... ¡pobre niña! llena de mimos y cuidados, la llevaba la corriente á la muerte, y ella se asia al muro de rosas de la juventud, que desgarraba sus manecitas con sus espinas.
Habia comprado un Album, solo para que escribiera yo en él, y nadie más: la muerte selló la fidelidad de su promesa.
Esa noche espió con timidez un momento, y me presentó el libro. Nos uniamos dos viajeros: ella debia partir para la eternidad. Yo me aislé en un cuarto, y sin poder dominar mis emociones, escribí:
EN LA PRIMERA PAGINA
DEL
ALBUM DE EMILIA.
¡Oh! cuando voy viajero fatigado
Sembrando quejas y vertiendo llanto,
¿A qué pedir al pecho desgarrado
Ecos sentidos de amoroso canto?
Tu alma requiere acento regalado,
No el gemir ronco de íntimo quebranto;
Puedes hallar aquí, dándote enojos,
Tristes huellas del llanto de mis ojos.
[491]
——
Si esta fuera la entrada de tu vida
Yo la sembrara de jazmin y rosas:
Como fuente purísima escondida
Entre sombras de acacias y mimosas,
La ingrata suerte hallárate dormida
Viendo en tu seno estrellas luminosas,
Y el límpido cristal creyendo cielo
A distante region torciera el vuelo.
——
Ave inexperta, tiemblas en la rama
Que en inquieto vibrar te lanza al viento:
¿No ves, mi bien, que el huracan rebrama
Entre nubes preñadas de tormento?
¿No oyes, mi amor, que la razon te llama
Como una madre, y que con tierno acento
Quietud le pide á tu existir querido
Entre las flores del materno nido?
——
¡Pobre niña! que sueña la existencia
Vertiendo risas y pisando flores,
Entreabriendo su cáliz la inocencia
Al beso de los cándidos amores,
La alma exhalando su divina esencia
Al trinar de los pájaros cantores,
Y reflejando la risueña aurora
La frente pura de quien la alma adora.
——
Pobre nave que anhela en la bahía
Cruzar soberbia los inciertos mares;
Que de las hondas la inquietud bravía
[492]Piensa en su loco error que son cantares.
¡Oh! no dejes el puerto, vida mia;
No te entregues del viento á los azares;
No provoques las iras de la suerte
Cerca el escollo ves, que da la muerte.
——
Al amor abres la existencia pura
Y dejas que se escapen en raudales
De tu alma los tesoros de ternura;
Pródiga desparramas sus cristales
En seca arena, y en la roca dura,
Y cuando en vez de amor, te cerquen males,
En estéril desierto y entre abrojos
Agotarse el raudal verán tus ojos.
——
Triste es, muy triste, en insensato empeño
Brindar caricias y encontrar quebranto,
Y despertarnos del placer del sueño
Para inundarnos en eterno llanto;
Triste es buscar el porvenir risueño
Y encontrar donde quiera negro espanto,
Sed devorarnos, y empapar el labio
En la hiel quemadora del agravio.
——
Pobre mujer, tu angustia es nuestro juego,
Y tu llorar de amor, es nuestro hastio;
El que te dice que te adora ciego,
Te hiere aleve con engaño impío:
Niña inocente, del amor el fuego
Será tal vez de lágrimas un rio.
Duerme, duérmete en paz, y no mi canto
Tu faz anuble con temprano llanto.[493]
——
Oh! si estas fojas fueran los encajes
Que cayeran profusos en tu cuna,
Y te dejasen ver como celajes
La blanca faz de la apacible luna,
Yo alejara del mundo los ultrajes
Y el amago falaz de la fortuna;
Yo evocara con cantos halagüeños,
Al querubin de los dorados sueños.
——
Yo arrullara felice tu inocencia
Con cantos tan sentidos de ternura,
Que te hicieran sonreir de complacencia
En dulce arrobamiento de ventura.
Alejando tus sombras mi experiencia,
Entónce apareciera tu hermosura,
Como tiembla en el lago casta y bella
En cielo azul la matutina estrella.
——
Este libro es tu altar, niña inocente,
Yo olvidé al contemplarlo mis dolores
Y en él pegué mi atormentada frente.
No tiene el alma ya cantos de amores,
Perdió mi lira el resonar ardiente:
A mi existir desierto pedí flores....
Una sola me otorga mi quebranto,
Ponla en tu corazon: tiene mi llanto.
Guillermo Prieto.
Estos versos, disparatados como son, tienen su disculpa, por la manera con que se escribieron, en reducido cuarto, entre el bullicio y con frecuentes distracciones, para corresponder á los bríndis de los amigos.
Al fin, ví la cara del último de los Albums, y escribí en la última de las hojas, porque habia personas de verdadero mérito que se disponian á escribir:
A CARMELITA ANDRADE.
El fin del libro aquí está,
Yo lo asalto con valor,
Que el libro, como mi amor,
Ya no tiene más allá.
Y tan bien pensado está
Lo que yo supe elegir,
Que en el grande ir y venir
Del mundo, el quid suele estar
No en cómo hemos de empezar,
Sí, cómo hemos de concluir.
——
¿Qué importa á la mariposa
Nacer como en dulce nido
En el clavel encendido
O en el cáliz de la rosa?
En el aura vagarosa
Como en inconstante juego,
Se ve girar sin sosiego
Y el dolor no la reclama,
Despues adora en la llama
Y la devora su fuego.
——
Nace cristalina fuente
En el otero sombrío,
Corre despues manso rio
[495]Como el cristal trasparente.
Pero tal vez en torrente
Se torna, y al rebramar,
Su vida suele acabar,
Extraviando su camino,
En el pantano mezquino
Y no en el inmenso mar.
——
Casi todas las auroras
Prometen risueños dias,
Y hay tempestades sombrías
Tras de las alegres horas.
Se miran nubes traidoras
Que envuelven en negro velo
El límpido azul del cielo:
Yo no quiero, vida mia,
Para tí, un sol de alegría,
Que muera en sombras de duelo.
——
Es enojosa rutina
Que lloremos flores muertas,
Que alumbre tumbas abiertas
El sol que nos ilumina.
Esa escala que asesina
Y se llama del vivir,
No la quisiera seguir....
Aunque la he de recorrer....
¡Qué hermoso fuera nacer
Mucho despues de morir!
——
Yo te miré, y al momento
Sentí en el pecho alegría,
Y fué, Cármen, que vivia
[496]Del placer de tu contento.
Que siga el gozo en aumento
En el seno de tu hogar,
Y que goces sin pensar
Si en dudoso porvenir,
El dolor puede venir,
Y la dicha ha de volar.
——
Entusiastas trovadores
Y tambien sesudos sabios,
Pintan con sombras de agravios
Las alas de los amores.
Dicen que siguen dolores
A la delicia de amar;
Si tal pudiera pasar,
Y si tal pudiera ser
La conclusion del querer,
Más valiera no empezar.
——
¿Por qué ensalzar el arbusto
Que encierra traidor veneno
Y da fruto en cuyo seno
Hay gusanos de disgusto?
¿Por qué quiere el hado injusto
A las almas encender;
Que deliren de placer,
Y despues que en su gemir
Digan: ¡qué triste es vivir!
Más valiera no nacer?
——
Que á tu virginal cabeza,
Como hoy, adorada niña,
Siempre engalanada ciña
[497]La auréola de la pureza.
No dé sombra la tristeza,
Cármen, á tu dulce hogar,
Que en el duro batallar
De la suerte, al fin rendida,
Haga más feliz tu vida
Que lo que fué al comenzar.
Guillermo Prieto.
Omito la relacion de mis visitas á mis amigos Carrascosa, Gaxiola, Dr. Rodger, Schleidem y otros amigos, porque las flores de la ternura se conservan mejor á la sombra.
Por una razon análoga no menciono á mis amigos de la prensa, á quienes merecí distinguidos favores, y los que supieron conquistar lugar distinguido en mi corazon.
Cuando volví á mi hotel, dormian todos profundamente: las puertas estaban entreabiertas, esperando el aviso de los criados.
Yo me tiré vestido en la cama, y oia el despertar de la ciudad entre las tinieblas, percibiendo á lo léjos el agudo clamor de los ferrocarriles y vapores.
El 4 de Marzo.—El muelle.—El ferry.—Amigos cariñosos.—Ibarra y Alatorre.—Capitan Hagen.—La estacion.—El tren.
AMANECIÓ al fin el 4 de Marzo, reinando aún cruelísimo el invierno.—No obstante los preparativos de viaje y el buen arreglo de los equipajes, expeditados desde la víspera, quedaron como adheridos á nosotros, flotantes y sin colocacion, canastos, abrigos, sombreros, paraguas y todo aquello á que se le ha dado el significativo nombre de triquis, no obstante proclamar todo viajero, que estorba hasta el rosario á los que tienen la costumbre de usarlo.
A mí me condujo hasta el muelle el coche de un caballo, mi vehículo constante, el confidente, por decirlo así, de todas mis impresiones de San Francisco.
Ya hemos dado idea del muelle de Oakland y ya conocemos esos ferrys ó vapores de rios, encargados en tragin[500] constante del acarreo de viajeros de uno al otro lado de la bahía.
Las aguas estaban un tanto inquietas, pero como encadenadas y obedeciendo al timon y viendo subordinadas las maniobras de los buques.
Al entrar en nuestro vapor, á las seis de la mañana, encontramos arropados á varios de nuestros amigos, y á algunas señoritas vestidas elegantemente y desafiando el ventisco helado, que azotaba sus hermosos rostros.
Entre los favorecedores que acabo de mencionar, se contaban los Sres. Andrade, Ferrer, Ahumada, Gaxiola, Coroella, y las Sritas. Gutierrez, de lo más inteligente y virtuoso que cuenta la colonia mexicana.
Dos ó tres dias ántes de nuestra partida, un amigo veracruzano, á quien soy deudor de mil finezas, me invitó á una visita por una de las calles más accidentadas y embrionarias, por decirlo así, de San Francisco: la calle de Green.
No hacia mucho, en una de mis descarriladas por falta de direccion, me encontré en el término de los ferrocarriles urbanos del N. E. de la ciudad: apéeme resuelto para seguir á pié; interceptó mi vista un barranco profundo; descendí casi rodando; á poco me salió al paso una montaña y la escalé decidido: entónces me quisieron envolver marañas de casas, escaleras escurriéndose y asaltando las rocas, ventanillas como los ojos de un buho en las eminencias, tendederos de ropa, juegos de coche botados en el suelo, vacas pastando tranquilas en la llanura tendida entre dos casas, hondonadas con sus árboles, sus jardines floridos y sus graciosas fuentes, todo á los lados de una cuesta; yo descendia entretenido, cuando ví en un farol escrito el nombre de Green. Estaba en la calle de Green, indicando la resurreccion de la ciudad.
A la calle de Green fuí conducido por mi amigo el veracruzano, una noche oscurísima. Llegamos á un punto en que estaba obstruido el paso; era una casa en obra: atravesamos por entre escombros y como en un subterráneo; yo llamaba á mi guía á cada momento, porque perdia el piso: me dijo “suba vd.” y comencé mi ascension por una escalerita de palo que casi flotaba como una cinta con nudos, que no tendrá una vara de ancho; dí vuelta, y entónces me embarraba á la pared por una verdadera cornisa con su barandal, todo trémulo y amenazante. Saliónos al paso una puertecita pequeña. Estábamos á grande altura, causaba pavor la consideracion de los muchos escalones que habiamos subido.
Abrióse la puertecita y nos hallamos en el sacramental pasadizo americano, con sus guarda-sombreros, como es de rigor.
Podria caber la casita en la palma de la mano; pero qué limpieza! qué elegancia! qué exquisitos adornos! siendo para mí el de más precio las banderas nacionales y los retratos de Juarez, Zaragoza y Ocampo.
Esa es la casita de las Sritas. Gutierrez, entre quienes se mantiene dudoso el sólido mérito, sin decidirse por la hermosura, por las gracias ó las virtudes.
Saben encargarse de nuestra felicidad miéntras estamos bajo su techo, olvidamos nuestras penas y va nuestra admiracion de sorpresa en sorpresa, enorgulleciéndonos de lo que vale la mujer mexicana.
Una de las señoritas me enseñó sus versos, llena de timidez y de bondad.
Lindísimos versos, alma pura de mujer, cantos de ave melodiosa que enajenan por su elevacion y su pureza cristalina.
Estas Sritas. Gutierrez estaban tambien formando grupo cerca de nuestro noble marino el capitan Hagen y de Schleidem, ambos sombríos, y el primero con brusco aspecto y brillantes los ojos de llanto reprimido.
Nuestros amigos Ibarra y Alatorre, que quedaban en San Francisco, se disponian á acompañarnos con M. Hagen hasta la primera estacion del tren.
La conversacion fué animada, casi alegre, durante los primeros momentos; entónces, en tiras de papel, escribí algunos versos; en cuanto partió el vapor, se hizo entrecortada y difícil la palabra; al tocar el muelle de Oakland, unos amigos se arrojaron en nuestros brazos, los otros se alejaron, llevándose sus pañuelos á los ojos.
La estacion ó punto de partida del ferrocarril, con la grandiosidad del edificio, los rieles y ruedas en los suelos, las máquinas, los talleres y el inmenso agolpamiento de gente, presentaba aspecto singularísimo.
Los grupos de viajeros se ordenan como por sí mismos: el viajero aguerrido se relaciona con el conductor, recorre los asientos para apoderarse del mejor, y cuando suena la campana, está instalado.
Hablemos de los trenes.
Los diversos trenes corren por sus cuerdas separadas, aunque dependan de una misma empresa.
Así es que hay trenes de efectos, de semillas, de ganados, y de pasajeros con sus equipajes.
Los carros de semillas son verdaderas trojes rodantes de[503] tablas, con sus grandes puertas en el medio ó en los extremos.
Los carros de ganado son como grandes jaulas exteriormente, y en la parte interior como corrales y caballerizas; hay carros descubiertos totalmente, en que se conduce carbon, y otros, como tanques ó grandes cajones para el petróleo.
El tren de pasajeros tiene dos grandes divisiones: una de carros que pertenecen á la Compañía empresaria, y otra de carros accesorios y especiales (los de Pullman), que pagan á la Compañía un tanto por recorrer el trayecto.
Entre los carros de la empresa, los hay de primera y segunda clase, division que marca más bien el precio para hacer más escogida la concurrencia.
Los carros de primera clase tienen sus asientos traveseros de dos en dos, con sus cojines, su alfombra y sus departamentos cuidados y limpios.
Los de segunda, están llenos de sofacitos de bejuco; en uno de los extremos de ese carro se ve la estufa y el depósito de la leña que la alimenta.
Al extremo opuesto hay oficinas de desahogo y de aseo, y un aparato que contiene agua con hielo para la provision comun.
La gente que se aloja en las secciones más baratas, es pobrísima y de maneras las más bruscas; patanes, con pisones tremendos llenos de clavos, por piés; racimos de plátanos, por manos; sobrecargados de trapos y de chirlos, y con unos sombreros obtusos, inverosímiles, escurridizos y sin figura determinada, como al derretirse, como al pasar á líquidos. En esos carros se fuma con libertad, y eso quiere decir[504] el imperio de la pipa, esa hornilla adherida á un tubo y dependiente de unos labios como claraboyas, y de unos pulmones como fuelles, que soplan torbellinos de humo pestilente....
Y ese incidente es el menor; los que mascan tabaco, en los muladares, en las zahurdas, en las cloacas, en donde la asafétida seria perfume y la putrefaccion campea, pueden llevar el estandarte de la suciedad repugnante.
El tabaco de mascar es un panecillo negro y meloso, compacto como una tabla: las astillas de ese tabaco, que son las que se mascan, producen raudales de saliva negra, que todo lo inunda, dejando por donde quiera rastros asquerosos.
En esos carros, en que el que puede duerme sentado, se ostenta el tipo del yankee ordinario, en toda su desnudez. El yankee en quietud, se echa, se rueda, se empina, se para de cabeza; pero pocas ó ningunas veces atina á sentarse como la gente, y el pandemonium aquel del carro, es una de cuadriles, de codos, de patazas enarboladas, de gañanes patiabiertos, que es una delicia.
El yankee es invasor por excelencia, y declara respaldo, cojin, ó colchon, ó silla, al primero que se le presenta; cuando uno vuelve la cara, ya un rinoceronte de esos se le reclinó en el pecho, como si le hubiesen visto á uno cara de sofá: cuando ménos siente, puja oprimido por una torre que se le vino encima; y cuando está más descuidado, un brazo pesado y velludo le está enlazando el cuello como una serpiente, si no es que se ha instalado con el mayor desplante en las rodillas de cualquiera.
Por su parte, la mamá de baja estofa, protege con todas sus fuerzas la independencia del nene, y el nene, en mangas[505] de camisa, salta sobre las gentes, invade tambien, y es un encanto pasar unas horas con los renuevos de los titanes de la América.
En cuanto al Pullman car, hay el carro-salon, el carro-comedor, con cocina, y el carro de pasajeros, secciones que constituyen el departamento de un palacio andante, con cuanto el esplendor, el lujo, la grandeza y la comodidad pueden inventar.
Me ceñiré por ahora á la descripcion del carro de dormir ó de pasajeros, porque los otros se habian suprimido en el ferrocarril central del Pacífico en que yo hice el viaje.
El carro todo es de madera exquisita, y en su interior, de chapeados y embutidos de madera de rosa, con adornos y molduras riquísimas de plata alemana.
Al entrar al carro, perfectamente alfombrado de alfombras, imitacion de las turcas, se pasa por un callejon con sus ventanas de cristales cincelados, que da al gabinete de aseo de las señoras.
Ese gabinete es un precioso camarin, con su tocador, con su mesa de mármol, agua corriente, jabones, pomadas, cepillos, toallas y cuanto puede desearse para el aseo.
Contiguo al tocador, y dando uno de sus costados al tránsito que ya describimos, existe un cuarto pequeño para familias que desean estar aisladas, y el que se incomunica del resto del carro, quedando con su luz y todas sus comodidades.
Al extremo opuesto hay tres departamentos para los hombres, uno de aseo, el Water Closset, y el cuarto de fumar, porque en el interior de estos carros no se fuma.
La seccion de aseo la compone un gran mostrador, con[506] tres ó cuatro lavamanos bajo sus llaves, de metal blanco, que arrojan agua en abundancia, requeridos por sus respectivas bombas; junto á cada lavamanos, hay en sus trastos grandes trozos de jabon, una que otra vez con esponjas; no se conoce el zacate, y á los extremos, toallas que podrian llamarse fajas que giran contínuas en un perchero, y donde litografía su rostro y se limpia todo bicho viviente.
El yankee zabulle su cabeza, escupe, hace diabluras, y deja las más veces su agua inmunda como herencia al sucesor. En una especie de nicho embutido en la pared, está un vaso y hay agua con hielo.
Por supuesto, las escenas de ese departamento son en paños menores, y nada hay más repugnante que el estado en que dejan jabones y toalla giratoria, los hijos de Guillermo Pen.
El Water Closset y el Smoking car (carro de fumar), son cuartos adaptados á su objeto. Este último da á la plataforma, con completa separacion del carro interior.
Veamos ahora lo que constituye el Sleepen car (carro de dormir), que se elogia como una invencion de las más felices.
Figuremos un salon, poco más ó ménos de doce varas de largo, lleno de pequeños sofacitos de dos asientos, unos frente á los otros, pero con goznes en el respaldo, de modo que se presten á la trasformacion en lecho cuando conviene.
Los viajeros quedan durante el dia en secciones de cuatro en cuatro con dos ventanillas disponibles. En el intermedio de las ventanas hay un hueco donde se coloca una pequeña lámpara en las noches, y de dia se afianza una mesita[507] muy cómoda para escribir ó para comer los que llevan provisiones y no quieren salir del carro.
En la parte superior del carro se abulta un adorno ó cómoda corrida que lo corona lateralmente, y siguiendo una especie de órden gótico, toca el cielo, de donde penden de trecho en trecho grandes lámparas dentro de globos de cristal apagado, en sus sustentáculos elegantes de plata alemana.
Al frente del adorno que describimos, corre una gruesa varilla de metal blanco y reluciente.
Los pequeños sofaes ó asientos están forrados en terciopelo carmesí. Los cristales de las ventanas son hermosísimos.
La concurrencia es selecta, generalmente se aisla, jamás importunan á una señora, prodigan á los niños cariñosos cuidados, y un yankee bien educado, es de lo mejor y más caballeroso.
Fino sin afectacion, consecuente y franco sin llaneza.
Ríe con bonhomie y estrepitosamente, manifiesta ingénua admiracion por lo que cree bueno y no comprende, y se apasiona de las gracias y de la dulzura de nuestras damas.
Sobre todo, el respeto á las señoras es de todos ellos, y eso explica esa intimidad y esas grandes travesías sin accidentes, que no, no pasarian con gente de nuestros hábitos; se puede jurar esto que digo, no hay que acusarme de parcialidad.
En las noches, los asientos de los sofacitos se corren y extienden: el adorno cae como una tapa, sirviéndoles de techo, de esa tapa se hace otra alcoba y se convierte aquella seccion en dos camas: dentro de la caja superior está la ropa[508] de las dos camas, que quedan con sus colchones, sus cobertores, sus respaldos, su lámpara y cuanto puede apetecerse, ménos cierto adminículo que en esos casos quisiera uno llevar colgado como un arete.
Dispuestas así las cosas, se corre una cortina por las varillas superiores, se afianza de trecho en trecho de grandes clavos de metal, y quedan formadas alcobas perfectamente iguales, donde se pasa la noche muy cómodamente, cuando todo marcha en regla.
El exterior de las alcobas queda como un callejon angosto entre dos altas paredes de lienzo grueso.
El servicio está sobrevigilado por caballerosos y atentos inspectores, á quienes se recomiendan las mejores maneras, y los que son despedidos á cualquiera falta.
Se ocupan del aseo y sirven á los viajeros, negros muy elegantes y bien vestidos de azul, con sus cachuchas en que está escrito el oficio á que se les destina. Estos negros asean, preparan el agua, cepillan la ropa, limpian las botas, y en la carga y descarga de los trenes se encargan de los equipajes, haciendo mandados en las estaciones y siendo en general útiles y honrados.
En el interior de los carros, y á los piés de los asientos, corren tubos caloríferos que los mantienen á la temperatura que se quiere, de suerte que está azotando la nieve los cristales, á la vez que corren los niños en el saloncito con sus vestidos de lienzo, y las damas ostentan sus trages de primavera.
Por los tránsitos interiores de todo el tren pasa, con más frecuencia que lo que se quisiera, álguien que ofrece en venta á los viajeros libros y folletos á propósito para los ferrocarriles,[509] guías de viaje, vistas, itinerarios y cuadernos con novelas maravillosas y patibularias.
Acaba su primera excursion el vendedor y á poco vuelve á pasar con su canasto de naranjas, peras, dulces y juguetes; en otro paseo ofrece las curiosidades de la localidad que se recorre.
Los libros y cuadernos los deja en los asientos.... despues recoge los que no se han vendido, y cobra.
Pero tanto éstos como los servidores, si bien no hablan sino pocas palabras, dan en cambio sendos puertazos, que aturden cuando se cierran y abren varias puertas á la vez.
Por la parte exterior de todos los carros, y saliente sobre las ruedas, hay una andadera ó pasadizo por donde transita la servidumbre, con tal desembarazo y rapidez, como si fueran en un corredor.
Corren, suben, bajan, se escurren, se acurrucan, se encaraman y se estacionan como unos zopilotes horas enteras, asidos á la rueda de que pende el garrote, en lo más alto de los trenes, con sus blusas cortas y sus cachuchas, cuyas viseras se ven á lo léjos como anchos picos de grandes pájaros.
El conjunto de la concurrencia que partió con nosotros era hermoso é iba alegre como á un paseo, en el carro de dormir que ocupaba la primera clase.
En lo alto del interior del carro veíanse, bien colocados, sombreros, neceseres, paraguas y bastones, y bajo los asientos, petaquillas manuables, sacos de noche, licoreros, botiquines, porta-ropas, neceseres de viaje y esos mil utilísimos adminículos del viajero, que están al alcance de todo el mundo en los Estados-Unidos, y donde se confeccionan con increible baratura.
Hay baúles desde veinte reales hasta cuarenta y cincuenta pesos, con cuanto se puede desear para un viajero, y lo mismo puede decirse de los artículos manuables.
El interior del carro, lleno de luz, presentaba un bello conjunto. Ladies con sus sombrerillos con flores y plumas, sus grandes sobretodos de nutria ó de paño, caballeros con paletós riquísimos de las mismas materias y sus cubiertas de dril para conservar siempre el aseo, y niños angelicales con increible gorrillos, encajes, sedas y pieles.
Como deciamos, nos acompañaban nuestros amigos Ibarra, Alatorre y Hagen.
Nada puede compararse en fertilidad y animacion á los campos que recorriamos. En los caminos se encontraban ómnibus y carruajes, y carretas que chirriaban conduciendo mieses y granos; en el suelo formaban alfombra las sementeras; bajo grupos de árboles gigantes tendia la viña sus toldos caprichosos; sobresalian entre los sembrados los discos de los molinos de viento, las chimeneas de las fábricas y las puntiagudas torres de los templos; y á lo léjos, al pié de las montañas, veíanse pastando los ganados ó corriendo en hileras al lago en que reverberaba, tiñéndolo de azul y grana, la risueña luz matutina.
En la estacion de Lanthroop, ántes de Sacramento, recibimos los adioses de nuestros amigos.............................
De aquella estacion parten varios caminos; pero dos me atraian por su fama: el de los Angeles y el del Valle de Yo-semite. El primero conserva mil recuerdos de México: en medio de la corriente de la colonizacion; donde hay una leyenda sentida; donde se balancea una ave canora; donde[511] tiende el amor sus alas de oro, allí se invoca á México, como si el sentimiento concediera nuestra nacionalizacion á todo lo bello y á todo lo poético.
En cuanto al Valle de Yo-semite, llenos están los Albums y las guías de viaje con las relaciones de aquella naturaleza magnífica sobre toda comparacion.
Arboles á los que se ha tenido que llamar monstruosos, porque ha parecido vulgar y fria la denominacion de gigantescos, rocas cuyo conjunto ha merecido el dictado de catedrales y de las que una sola fungiria como montaña. Cataratas cayendo como en tropel y precipitándose por gradas de inmensa altura, valles apacibles y sombríos limitados por alturas inconmensurables, y lagos entre follajes y arboledas, que como que se esconden avaros para guardar pedazos de cielo en sus entrañas, y comprender en un sentimiento único de admiracion tierna, las más espléndidas manifestaciones de Dios....
Pero no era posible detenerse: el wagon tiene algo de fatal en su marcha; sigamos contemplando lo que nos rodea, á vuelo de pájaro.
Dejando por uno y otro lado sembradas estancias y chozas, que como que brotaban al borde de las ventanillas del carro, abriendo sus bocas y sus ojos para vernos pasar y desaparecer veloces, los conocedores nos hacian notar la proximidad de una grande estacion.... leña apilada por dos y tres millas.... ruedas y rieles aquí y acullá.... grandes pipas con agua.... carbon amontonado en colinas.... despues cruceros de rieles en todas direcciones.... luego como una ciudad desbaratándose y andando sus aceras cada una con su locomotora.
La estacion, cuando es de alguna importancia, está bajo grandes jacalones que cubren el despacho, el telégrafo, los depósitos para la carga, caminos para coches y carros, fondas y cantinas, depósitos de ropa hecha, sombreros, zapatos, baúles y todo género de útiles de viaje.
Antes de llegar el tren á la estacion, repica á vuelo su sonora campana; el mugir de la locomotora se hace vibrante y agudísimo, jadea la máquina, el sonar de las ruedas parece remedar la carrera contenida del monstruo.
A ese espectáculo corren en bandadas los vendedores y asaltan el tren con periódicos, tarjetas y vendimias á millares; suena á la vez el gongo ó la campana del restaurant; la voz del conductor anuncia que hay diez ó veinte minutos de descanso: entónces, como una catarata, descienden los pasajeros y corren á las mesas del restaurant, esto es, los pasajeros acomodados: los de escasa fortuna, vuelan á la cantina ó restaurant de puro mostrador.
Luego que han entrado los viajeros al restaurant decente, se cierran las puertas, quedando una salida única, donde se paga cuota fija, cómase lo que se comiere, ó no se coma nada.
El arrastrar de sillas, el sonar de platos y cubiertos, los gritos y el afan de engullir lo mejor y más pronto, preocupa la voracidad de esta raza humana, que en ciertos momentos se las puede disputar á los buitres y á los lobos.
En cuanto á las comidas, plan americano neto: maíces, papas, huevos, trozos de carne como para jaula de fieras, melaza, cakes, jamon, polvos y salsa de lumbre y aguarrás.
Aunque á veces el tiempo concedido de diez á veinte minutos sea el necesario para sorber unos tragos de café y devorar[513] un trozo de carne, la preocupacion de la marcha es tal, que las mismas horas parecerian instantes.
Se come ladeado, con la vista fija en la puerta, con el oido atento al más leve ruido.
Hay quien diga que esa situacion la explotan maravillosamente los dueños de las fondas: de uno se contaba que hacia servir la sopa de tal manera caliente, que entre un sorbo y un soplido y cien maldiciones, por la tostada del esófago, se iba el tiempo sin que casi probaran bocado los transeuntes: hacia así su negocio, porque el resto de la comida quedaba intacto; pero despues notó que en las bolsas se sacaban muchos la carne y las papas, etc., que el café y el caldo lo enfriaban con trozos de hielo, y celebró una especie de transaccion.
Como tengo dicho, desde el anuncio del tren se agolpa la gente á la estacion: nosotros estábamos en Lanhtroop. El ferrocarril tiene allí ramales para Yo-semite, por Visalia y San Joaquin.
Partió por fin el tren por entre campos cultivados y caminos que parecian escaparse de debajo de nuestros wagones, llenos de movimiento.
La personalidad se concentraba: cada uno queria acomodar lo mejor posible sus cachivaches; cada cual buscaba medio de hacerse agradable á los sirvientes.
El viajero aguerrido cuidaba su canasto con comestibles, sus neceseres y sus babuchas.
El tétrico sacaba su libro, incomunicándose con todo el mundo.
Las simpatías y antipatías se manifestaban como por explosion, formando grupos, aunque saludándose apénas.
Entre los viajeros, habia dos que desde luego me impresionaron.
Era el uno pelon, barbilampiño, rubio, de azules ojos, y de desembarazados movimientos.
En todas partes habia estado y todo lo sabia, posee cuatro ó cinco idiomas, es capaz de hacer una tortilla de huevos en la uña del dedo meñique, lleva botiquin, hace prodigios con su navaja, lo mismo engulle dulces que sorbe wiskey, parece diestro en las armas, habla de música como un filarmónico consumado, tiene retratos de todos los artistas célebres, que son sus amigos, y no hay suceso notable que no haya presenciado y cuyos resortes íntimos no conozca del pé al pá.
Y no obstante esa pluralidad de aptitudes, á nadie molesta, sirve á todo el mundo y de todo el mundo se hace querer: llámase Mr. Gland, é iba para Missouri.
El otro era un viajero realmente de leyenda.
Encapotado, taciturno, á quien mejor deberia llamarse bulto que persona.
Le cubria hasta los ojos, escurriéndose como un lienzo, un sombrero negro, de anchas alas, bajo de las cuales relumbraban los vidrios de sus anteojos verdes, ocultaba su barba y su boca tosco cachenéz de lana, mal embutido en la solapa de su paletó, que caia sobre gruesas botas de enormes suelas.
Unos guantes grises de lana forraban sus manos, haciéndolas de tamaño desproporcionado con su cuerpo.
Pero el cabello que ocultaba el disparatado sombrero y se escapaba en sutiles hebras sobre sus hombros, era de rayos de sol, y el cútis, que solia verse por entre el gollete de groseros[515] trapos en que se embutia su cuello, tenia la tersura y la delicadeza de un cáliz de azucena.
Era evidente: tratábase de un jóven de alta distincion, que viajaba de incógnito; no se oyó su voz una sola vez; de dia estaba como clavado en su asiento, con su libro al frente, del que no despegaba los ojos. En la noche solia descender en alguna estacion; pero salia ántes que todos y volvia á su puesto primero que nadie.
En la noche, cuando todo el mundo se habia recogido, pasaba solitario horas enteras en el cuarto de fumar.
Yo, que estaba como Hércules III, deseosísimo que algo me sucediera para tener qué contar, me forjé una novela con aquel personaje desconocido: pero por más intruso que me mostré, no conseguí saber nada absolutamente.
A un amigo que nos acompañaba, y que por su desgracia sabia inglés perfectamente, le iba agobiando á preguntas sobre los sitios que recorriamos.
—Esta poblacion se llama Stockton, en memoria del célebre comodoro de ese nombre, uno de los conquistadores de California.
—Qué alegre es! y parece de importancia por sus muchos edificios, sus torres, sus plazas y el tragin que se nota.
—Este pueblo es la cabecera de San Joaquin.... vea vd. los ligeros vaporcitos de su rio.... al principio, el único comercio eran las minas; ahora, los granos hacen competencia á aquel comercio. Hace diez años, continuó Lorenzo, que este es el nombre del amigo, esto era casi desierto; ahora tiene trece iglesias de todos los cultos, catorce escuelas públicas y particulares, está alumbrado con gas y tiene[516] un pozo artesiano de mil dos piés de profundidad, que produce 360,000 galones de agua.
Vea vd. esos grandes edificios: aquel que ve vd. al frente es Yo-semite; más adelante tiene vd. á Lafayette, por entre aquellos pinos, adelante de esos jardines.
Se publican varios periódicos: aquí han traido los tres principales, que son: El Independiente, La Gaceta, El Observador........
Relinchó el vapor, sonó la campana.... trac, trac...... adelante.
El propio esmerado cultivo, las mismas sementeras; tras de las yuntas, en apariencia señores decentes, con sus gruesos levitones de paño, sus botas hasta la rodilla, alguno su sorbete muy catrin.... ¡diantre de cosa! decia yo.... aquí no hay peones como en México.
—Sí, hombre; pero los peones de aquí son ciudadanos como los demás, todos esos comen con tenedor y cuchillo, y leen su periódico, y tienen su mujercita de gorro y de guantes cuando va á la ciudad.
—Hombre, ni me lo diga vd.; esas parejuras, por fuerza los han de molestar.
Casi todos los campos que cruzábamos estaban cercados y atravesados por pequeños caminos y multitud de carros de todos tamaños y hechuras: un hombre con una carga á cuestas, ni para un remedio; mulas de carga, ni por un ojo de la cara.... ¿y los burros?.... ¿los burros?....
—Pero venga vd. acá. ¿Vd. se puede imaginar siquiera á un yankee arreando un burro? La gradacion tiene de ser forzosa: en una invasion americana, los que no combatieran, que por fortuna serian los ménos, bajarian al rango[517] de indios, los indios al de burros y los burros desaparecerian....
—Pues oiga vd., á palos muera el pronóstico, y no me ande con esas bromas, si quiere que las amistades se conserven.
—Quieto, Fidel, que hemos llegado á Sacramento.
Desde luego conocimos que estábamos en una poblacion de alta importancia: la capital nada ménos del poderoso Estado de California.
El gentío agolpado en la estacion era inmenso y de personas distinguidas; negreaba de sombreros, casacas y sobretodos aquel espacio; los mil vendedores de toda clase de efectos, circundaron el carruaje, los muchachos repartidores de periódicos invadieron el interior de los wagones, proclamando desaforados sus diarios.
El Sr. Iglesias recibió en el wagon la visita de las autoridades y personas notables del Estado, quienes se particularizaron en finura y atenciones.
Miéntras se verificaban esas presentaciones, Lorenzo me sacó á la plataforma, dando espalda al bullicio, y me dijo:
—Aunque sea á tiro de fusil, vea vd. el Sacramento. Este era el término del ferrocarril en 1870: desde San Francisco á Ogden solamente tiene este ferrocarril 882 millas de largo, ó sean 294 leguas, es decir, como desde México hasta cerca de Matamoros.
Vea vd. la ciudad como sobre una peana entre bosques de pinos: á esa altura llaman el Banco de Sacramento: fíjese vd. en sus emparrados y jardines; las calles son muy amplias, las plazas hermosísimas.
Los hoteles son excelentes: por aquí tiene vd. á Orleans:[518] allí está vd. viendo el Aguila de Oro; en aquel extremo se distingue el Hotel del Capitolio.
Y no es el todo la mucha poblacion, sino la poblacion industriosa y moralizada. Sacramento tiene 18,000 habitantes solamente, y hay más energía de vida que en México comparativamente.
Serán 18 iglesias de varias religiones, hay dos orfanatorios, gas y agua por todas partes. Se publican aquí cinco periódicos.
—Bien; ¿pero á qué se debe la extraordinaria altura á que está colocada la ciudad?
—Se debe á la lucha que se tuvo que sostener con las corrientes impetuosas del rio: en 1851 y 52 fueron esas inundaciones espantosas; no dejaban rastros de construccion, pusiéronse murallas y barreras que paliaron el inconveniente: en 1861 y 1862, repitiéronse las inundaciones, hasta ahogar la ciudad: entónces se levantó el piso sobre el mayor nivel que pudieron alcanzar las aguas, se desgarraron las montañas, se levantó un dique poderoso á la corriente, que vino á estrellarse contra este obstáculo invencible.
Una parte de la ciudad quedaba descubierta. Alzóse un muro fuertísimo y se coronó con un ferrocarril.
Entónces á la ciudad se le dijo: “Florece.” Se tendió el rio á sus piés como un lebrel, y ella, descuidada y tranquila, desplegó todos sus encantos.... toda esa algarabía de alturas que está vd. viendo y parten del centro y circundan la ciudad, son molinos, talleres, fundiciones y fábricas de maquinaria.
Ese gran edificio es el hospital, que sostiene la Compañía[519] del ferrocarril, y en que se atiende á los enfermos como á príncipes. Tuvo de costo el edificio, 60,000 pesos.
Nos quedan pocos, minutos, me dijo Lorenzo. Vea vd. la maravilla de Sacramento: su Capitolio.
—El edificio, segun he leido en las guías, continuó Lorenzo, ocupa como cuatro de nuestras manzanas regulares.
Se ven primero como tres terrados uno sobre otro en gradacion: á cada uno de esos terrados, que son otros tantos deliciosos jardines en ascenso, se sube por escaleras tendidas.... á los lados de las escaleras centrales hay dos grandes alas de edificios suntuosos.
Como trepando á lo más alto, se ve como en el aire otra escalera de granito, de 25 piés de alto por 80 de ancho, que conduce al pórtico.
Este pórtico tiene diez columnas de frente.... y se entra al salon de la rotonda que tiene 72 piés de altura.
En el frente y alas del edificio hay distribuidas cinco colosales estatuas que representan: á California, la Guerra, la Ciencia, la Agricultura y la Minería.
Las alas son de 164 piés sobre el cimiento; los lados Norte y Sur contienen las Cámaras de diputados y senadores.
A la espalda del edificio central, hay una extensísima proyeccion circular, que contiene la librería.
La cúpula es, como lo está vd. viendo, grandiosísima.
Sobre ese pedestal circular que parece descansar en la parte alta del edificio, se eleva esa gigantesca tribuna formada en círculo de 24 columnas histriadas: sobre ellas, como engastado más reducido círculo, se alzan otros 24 pilares circuidos en su base de una balconería corrida: allí[520] se redondea la gran cúpula metálica y cierran su amplia bóveda, 12 columnas corintias que sustentan la coronilla sobre que se levanta la estatua olímpica de California.
—Ya se deja entender, dije aturdido, la profusion de cristales, marcos, cuadros y todo lo consiguiente á ese embutimiento de palacios, á esa hipérbole de fierros, cristales, ladrillos, para cubrir esa superficie de 60,000 piés que reza la guía......
—Juuú!!.... Ju-ú!.... hizo la locomotora; y adelante....
El sueño, que escolta á la gula satisfecha, puso en silencio el carro, silencio que dejaba escuchar el compasado galopar del tren y los puertazos con que anunciaba su presencia la servidumbre de los wagones.
Sentado, solitario en el cuarto destinado para fumar, saqué mi carterita, y consagrando mis primeras apuntaciones á la locomotora, escribí lo siguiente:
EL TREN DE VAPOR.
Va cruzando en las llanuras,
Va corriendo en las montañas,
Con sus músculos de fierro,
Con su penacho de llamas,
Con su estridor que remeda
El retumbar de las aguas,
El intrépido gigante
Que devora las distancias;
Parece que en su carrera
Muros rompe y velos rasga,
Que extiende verdes campiñas,
[521]Que engendra las sierras altas,
Y va soltando los rios
Que cantan en las cañadas:
Las alegres sementeras
Le saludan cuando pasa,
Y repite sus acentos
Pavorosa la barranca.
Parece que lleva un vítor
Cuando corre entre las casas,
Y que al contento congrega
En el campo á las cabañas,
Que alzan sus plumeros de humo
Sobre sus techos de tablas.
A su paso se detienen
Los caballos y las vacas,
Y curiosas al principio
A su encuentro se adelantan,
Y cuando le miran cerca
Retroceden y se escapan.
Va despertando la noche
El rumor de sus pisadas,
Y á modo de sol viajero
Su ojo fijo lanza llamas.
Ruge y vibran los espacios
Como si en lo alto á las almas
Dijera: “haced los honores
A la humanidad que pasa.”
Y así corrientes de pueblos
Se conocen y se enlazan,
Y en el seno del Progreso
Con santa efusion se abrazan,
Los que entre los hielos nacen
Y los que hacen en Africa.
Tú, imperando, vendrá un dia
[522]Que el hombre en comunion santa
A tus clamores de bronce
Responda con mil hosannas....
Siendo los pueblos familias....
Y el mundo, la comun patria.
Fidel.
Marzo 5 de 1877.
Las casuquitas que ya de trecho en trecho, ya dispersas, ya agrupándose, veiamos, todas como que se dirigian á nuestro encuentro, como que venian á buscar los rieles, como se dirigen los ganados á la corriente.
Detrás de esas casitas aparecian los sembrados, despues los árboles, que en hileras como soldados ó como frailes, parecian andar descaminados ascendiendo á la montaña, donde en filas ó en grupos les esperaban sus compañeros.... alguna vez se tendia la llanura amarillenta y salpicada de nieve, ascendia revistiendo la loma, formaba muro la Sierra, coronada de sus picos desiguales, los brazos abiertos de los pinos y sus figuras fantásticas, y tras este muro se aislaba grandiosa y solitaria, una montaña de cristales, que tal parecia, revestida por el hielo, trasparentando las hondas grietas, los espantosos derrumbes, las rocas gigantescas.
Esto, visto entre esos calados de las ramas, entre esos pabellones de las copas sin hojas, es el paisaje que presenta el monte Shasta de California, donde parece decir en la Sierra Nevada, sus últimos adioses la vegetacion.
El camino sigue ascendiendo: la serranía forma muros y se abre, se apiña, se aglomera y trepa tumultuosa; á su pié negrea, culebreando, el hondo abismo; el tren va como equilibrándose en la cresta que se forma en el borde de la hondonada....[523] del lado opuesto; no se percibe un árbol, ni una choza; el horizonte como que se abate doliente sobre la nieve.
Las sombras bajaban lentas de lo alto de los montes, y como que se apiñaban el el fondo de los valles.... en el vacío.... como que se iniciaba la nada .... ¡qué triste es el alma de la noche cuando pasea por esos desiertos!!
Los conocedores del terreno nos anunciaban que pasábamos por precipicios horrorosos, cortábamos aquella Sierra que describe con tanta valentía Bulnes, que parece despedazada por los huracanes y las erupciones volcánicas, y es por el cataclismo producido por la pólvora y el fierro, dirigidos por el hombre.
En medio de las sombras atravesábamos alturas levantadísimas y aisladas rocas, en cuya cima abrió una como ceja el camino sobre una pared lisa, y por aquella ceja, balanceándose; sobre el abismo, pasa la locomotora y el tren poderoso.... las luces de los faroles como que se descuelgan para alumbrar la inmensidad del abismo, muriendo en sus sombras pavorosas....
Gemia con prolongados ecos el viento, caia la nieve azotando los vidrios del wagon, los pasajeros guardaban profundo silencio.
Varios amigos nos refugiamos al cuarto de fumar: la conversacion giró incierta sobre varios asuntos, fijándose al último en la historia del ferrocarril del Pacífico y en los progresos del vapor.
—Parece increible, dije yo, que un invento planteado apénas en 1831, haya producido tan estupendos resultados.
—Pero los obstáculos que aquí se amontonaron, dijo M.[524] Gland, exceden á toda ponderacion; parece que se trataba de un duelo á muerte entre la audacia del yankee y las dificultades de la naturaleza.
—Si hubiéramos podido disponer en Sacramento, me dijo Lorenzo, de media hora siquiera, ya habria llevado á vd. y le habria colocado en frente de la casa núm. 54.
Veria vd. una tienda de aspecto sencillo con un rótulo maltratado por el tiempo; que dice simplemente: “Hunkington y Hop-Kins.” El establecimiento es una ferreterría y sus propietarios lograron, á fuerza de actividad y de honradez, acumular una fortuna regular. En esa casa se proyectó el ferrocarril del Pacífico.
Aunque simples comerciantes aquellos propietarios, se ocupaban de la política: fueron primero Free soilers y despues republicanos: la casa era punto de reunion de sus correligionarios; con ese motivo asistian frecuentemente Stanford, despues popular gobernador de California, y los dos Crokers, uno de ellos juez y ambos hombres inteligentes y de empresa.
Vaso de cerveza en mano, y al amor de la chimenea, se discutia sobre política, recayendo siempre la conversacion sobre las ventajas inmensas de un ferrocarril que atravesase aquellos desiertos, comunicando el Atlántico con el Pacífico.
—Ya vd. sabe, interrumpió uno de los circunstantes, cómo comienzan aquí estos negocios: dos ó tres arbitristas, con un nombre que dé algun viso á su frente, logran una concesion, forman su fondo (stock), cierto ó imaginario, y quiebran.
Los capitalistas machuchos, que conocen este juego, acechan y esperan, se muestran los trazos del camino, se ha[525] vulgarizado el negocio. Los capitalistas hacen propuestas desastradas, que al fin se aceptan, gritando entusiasmados: “Al vencedor pertenecen los despojos.”
Este juego se ha hecho ó intentado en México; pero la inocencia de nuestros gobiernos ha hecho de modo que todas las pérdidas hayan sido para la nacion, siendo los arbitristas dueños y señores del campo.... todavía hoy....
—No fué así el ferrocarril del Pacífico: los cinco comerciantes que hemos mencionado, apechugaron el negocio y no lo soltaron de la mano, á pesar de la conjuracion de los hombres y de los elementos.
Es de advertir que los cinco comerciantes de que hablamos eran hombres desconocidos en todos los mercados monetarios; que el proyecto se calificó de imposible por ingenieros de renombre; que se apoderó de él la caricatura y el ridículo sangriento: zaherido por los políticos, dice la historia; combatido por la prensa; despreciado por los capitalistas, y por mucho tiempo tan desprestigiado, que un banquero se desacreditaba por el solo hecho de suscribirse al stok.
Ya tenemos presente que se trataba de un camino de cerca de ochocientas leguas, con trechos ardientes como el Africa, ó helados como la Siberia, y con desiertos más inclementes que los de Arabia, y por todas partes salvajes contra quienes se tenian que sostener luchas encarnizadas y sangrientas.
No solo habia que crear crédito para la empresa contra todas estas dificultades, sino que cuando se tuvo dinero, el material para el camino, el fierro, las espigas ó clavos, las herramientas, la pólvora, las locomotoras, los carros, tenian[526] que embarcarse en New-York y rodear el Cabo de Hornos en viajes de ocho meses para llevarse á San Francisco, desde donde atravesando 120 millas llegaba á Sacramento. Ni un pié de fierro fué puesto en el camino en las 300 millas que hay á Ogden, ni una espiga clavada que no hubiese atravesado el Cabo de Hornos.
Los operarios tuvieron que hacerse venir á largas distancias con el material.
Escasamente poblada California en aquel tiempo, los jornales eran muy subidos.
Vinieron operarios de New-York, y por último, diez mil chinos fueron trasportados al través del Océano Pacífico, y su trabajo completó la obra.
Cuando un tal Judah, ingeniero, comenzó por construir el primer tramo de ferrocarril del Valle de Sacramento, las gentes dijeron que se habia vuelto loco.
Este individuo consiguió, no obstante, algun dinero: se internó en la Sierra, y volvió con la noticia de que habia descubierto puntos por donde hacer practicable el camino.
Una ley del Estado de California declaró que para que una Compañía tuviera derecho al permiso, debia pagar mil pesos por cada milla que se propusiese construir.
Esto desesperó casi á los cinco empresarios; pero léjos de desalentarse, formaron la Compañía en estos términos:
Stanford,—Presidente.
Hunkington,—Vicepresidente.
Mark,—Secretario.
Hop-Kins,—Tesorero.
Hunkington fué á Washington y logró la concesion, comunicando la fausta noticia á sus compañeros, en estos términos: “El bill pasó. Nos sacamos el elefante.”
Con la concesion se solicitaron nuevos accionistas, y el primer momento de entusiasmo.... produjo.... la suma miserable de 600 pesos.
—No, dijo Mr. Gland á Lorenzo; aunque exacta, está vd. haciendo muy á la ligera la historia de este ferrocarril. Oigan vdes. lo que yo sé y recuerdo haber leido en Laboulaye y en Simonin, uno de los viajeros más ilustres de los Estados-Unidos.
El decreto de concesion fué de 1.º de Julio de 1862, es decir, en plena guerra de Secesion: á Lincoln cupo la gloria de firmar la union de los Océanos, con la misma pluma tal vez con que abolió la esclavitud.
Dividió la concesion en dos secciones; una comprendiendo la Sierra Nevada, y es la Compañía Central Pacifique, y la otra, la de las Montañas Rocallosas, y es Union Pacifique que llega hasta Omaha.... las conquistas de la nieve y del fuego, para ponerlos al servicio de la humanidad.
Esta division produjo la competencia consiguiente, y forma dos séries de leyendas interesantes, que tienen por móviles la emulacion y la temeridad.
Cada Compañía queria mayores avances y verificaba más milagrosas empresas.
La Compañía del Este, tendia sus rieles, disciplinaba á su gente de un modo estricto, improvisaba ciudades, salvaba abismos, abria pozos para procurarse agua.
La del Oeste acarreaba gente del Japon, contenia las avalanches de las nieves con palizadas, con Snow-Sheeds (jacalones),[528] ó mejor dicho, grandiosos edificios de madera, sostenidos por robustas vigas, galeras inmensas con sus paredes de tablas puestas en los grandes descensos para impedir la acumulacion de la nieve.
En el Este, por los grandes desfiladeros, se lanzaba la locomotora, se ponian los rieles sobre las rocas desiguales, cruzaba el vapor dejando el peligro, y la temeridad el trazo, despues se avanzaba....
En el Oeste porfiaba la nieve por obstruir el paso y se amontonaban metros sobre metros. Entónces afrontaba la locomotora la situacion, agregando á su frente despejadores del terreno, como rejas de arado; la nieve resistia como un muro de bronce: entónces se ponian dos locomotoras y tres; crugia el hielo, gemia como herida la locomotora y muros enteros de nieve se derrumbaban, pasando, sobre sus entrañas dispersas, triunfante el vapor.
El gobierno, al presenciar la formalidad de las construcciones, acudió al auxilio de las dos Compañías, y les dió en calidad de subvencion, cincuenta millones de pesos.
Diré á vd. algo sobre la construccion científica.
—No, por el amor de Dios; así como así, ya está vd. viendo las distracciones de su auditorio.
—Dicen que el plazo para la construccion de la vía fué el de ocho años.
—Sí, señor, me replicó Mr. Gland; pero ántes de siete años, el 10 de Mayo de 1869, estaba concluida.
Al principio se marchó con bastante rapidez; pero al fin, una especie de fiebre, de rabia, se habia apoderado de ambas Compañías.
En Abril de 1869, una de las Compañías construyó diez[529] millas en un dia (más de tres leguas). Lo más notable es que solo ocho hombres colocaron y manejaron todos los rieles. Estos ocho gigantes trasportaron cada uno 8,000 arrobas de fierro en el dia!!
En la parte de las Montañas Rocallosas, el general Dodge, que dirigia los trabajos como ingeniero en jefe, dió á sus obreros organizacion militar.
Salvajes y animales feroces corrian despavoridos á la proximidad de los trabajadores.
Los primeros obreros hicieron pié en Julesburgo.
Los irlandeses terraplenaban; gritones, batalladores, afectos al trago, vivian en casas rodantes de madera. Cada cual tenia su revolver al cinto para defenderse de los indios y para armar campaña.
Entre estos obreros y sus secuaces, habia la gente más perdida del mundo: aventureros de todas las naciones, figuras siniestras, fachas patibularias, arpías desechadas de la cárcel y los hospitales.
Los salones danzantes eran teatro de asaltos cuotidianos y batallas en forma, que apaciguaba el terrible juez Linch, que solia funcionar activamente. Al general Dodge cupo la honra de domesticar estas fieras.
Avanzó el camino á Chayene: desaparecieron las fieras de que hemos hablado, y una ciudad floreciente, industriosa y feliz, brotó en el desierto de aquella levadura de veneno, de víboras y de guano de vicios.
En el Oeste, los chinos hacian casi todo el trabajo; sóbrios, disciplinados, inteligentes, rompieron esa muralla de granito que se llama la Sierra Nevada, cuya mayor altura es de dos mil metros sobre el nivel del mar.
En los descensos se hacia y se hace marchar el tren sin locomotora, por efecto de su propia gravedad, retenido y moderado por los frenos: en las subidas se ponen dos locomotoras, que se oyen como jadear y sofocarse, agotando su titánico impulso.
Si hubiera luz, me decia M. Gland, distinguiria vd. desde las alturas que vamos cruzando, allá muy abajo, llanuras cubiertas de nieve, y en el confin del horizonte, como serranías de cristales apagados, formando pliegues sus ondulaciones, alzándose como en olas petrificadas sus colinas superpuestas: es un mar sorprendido y encadenado en medio de su hervor, por las nieves eternas.
En algunas eminencias suelen verse en alto los brazos de los árboles, como luchando por salvarse de un estupendo naufragio.... y grupos de pinos, como señores consternados que lamentaran con espanto aquel aniquilamiento silencioso y terrible.
Uno de nuestros compañeros sacó el reloj.... eran las once de la noche. A dormir....
El interior del Slepen car era un triste dormitorio con sus lámparas de trecho en trecho.
Mis compañeros, muy habituados á los viajes, tuvieron pronta colocacion.
M. Gland, habia conversado y obsequiado á un sirviente que le tenia preparado su cómodo lecho.
Yo quedé solitario, sin colocacion alguna, aunque cierto de que me esperaba allí una cama con los brazos abiertos.
El sueño me vencia; pero los departamentos estaban cubiertos totalmente, y son tan iguales, tan difíciles de distinguir,[531] que me temia uno de esos encuentros, que no me fuera en manera alguna agradable.
Al fin, logré instalarme; pero tan mal y con tales inconvenientes, que con notoria injusticia, porque en ninguna parte del mundo se camina con mayores comodidades que en los Estados-Unidos, forjé ántes de que alumbrase la luz, el siguiente calumnioso romance:
MALA NOCHE.
Ven pronto, luz de los cielos,
Para mirar por mis ojos
Que soy el mismo sugeto
Con mi piel y con mi rostro;
No me hagan creer mis sentidos
Que estoy habitando en otro,
Ligero para tortuga,
Muy obeso para mono.
Y lo digo porque siento
Que me morí como un pollo
En las contiendas de anoche,
En este Eslip del demonio:
Eslip, sangrienta asechanza,
Eslip, sobrenombre irónico,
Cual si dormir se pudiese
En medio de un terremoto,
O al que se mece colgado
En las dos astas de un toro;
O al que va haciendo columpio
En la barquilla de un globo.
Era un carro intercadente;
[532]Era el retozar de un cojo;
Era un brusco zarandeo,
Como de Pane el birlocho;
Era un carro como estuche,
Do íbamos unos tras otros,
Como en cuello de botella
Tapones de hinchado corcho.
Tan tartamudo de ruedas,
Y de unos muelles tan flojos,
Como tras el si adorado
Se queda voluble novio.
Era por fuera una artesa
Con sus puertas y cerrojos,
Y por dentro gallinero,
Jaula, cómoda, sarcófago,
Todo, ménos una estancia
De gente de tomo y lomo.
Llega la noche, se torna
La prision en dormitorio,
Y es un salon de profundis
El Pullman Palace lóbrego:
(Yo digo en el que me encuentro,
Dicen que hay mejores otros).
Hambriento porque no quise
Desafiar al fiero noto
Que les dió tal safacoca
A mis compañeros mozos,
Que yacen enteleridos
Y duermen desde las ocho.
Resuelto por fin me empaco
Al uso, debajo de otro,
Que si no ronca, rechina,
Y puede, al descender tosco,
Aplastarme las narices
[533]Si salen con bien mis ojos.
Me empaco en cinco dobleces,
Que aunque tengo el cuello corto,
Cuando pienso levantarme,
De cada sosquin me doblo:
Antes de entregarse al sueño
Quiere mi cuerpo reposo;
Mas quietud en este carro
Es pedir peras al olmo.
Prescindo de sus vaivenes
Y del tufo del petróleo,
Y del viento que se cuela
Hasta taladrar los poros,
Y del ruido que en cien millas
De correr, me tiene sordo;
Pero los rieles son cuerdas
Y el wagon holgado choclo,
Que gobierna el maquinista
Con tan temerario arrojo,
Que cada vaiven nos pone
Entre este mundo y el otro.
En vano viajes emprendo
Allende del dormitorio:
Al regresar entumido
Y dando un diente contra otro,
Los nichos de los durmientes
Por lo iguales equivoco.
Uno me despide airado,
El otro me gruñe fosco:
Y al cielo rindo mil gracias
De no encontrar un celoso,
Que me rompa tres costillas
Porque con su esposa topo,
Diciéndole: “compañero,
[534]¿Tiene usted á mano fósforos?”
Así, subiendo y bajando,
Sin poder cerrar los ojos,
Me halló la luz de la aurora
Dando vueltas como un loco.
Fidel.
Marzo 5 de 1877.
No obstante la extension de la nieve, el dia amaneció hermoso y el sol apareció espléndido, convirtiendo aquellas atrevidas alturas, aquellos despeñaderos, aquellas ramas de los árboles, en paisajes de cristales, en quiebras de luz, en reverberaciones de íris y en todo lo que puede soñar de más fantástico la imaginacion.
Al Sur se extendian las llanuras y se agrupaban las montañas, como de cristal.
El carro verificó su trasformacion, y quedó convertido en la sala elegante que ya conocemos.
El previsivo M. Gland me invitó al carro de fumar, á que echásemos un trago por vía de abrigo contra la intemperie.
A cada cuarto de hora, á cada media hora, nos sorprendia una casita medio hundida en la nieve, ó grupos de chozas en que parecia imposible la vida, y allá volaba desde la plataforma del tren, una balija con correspondencia, y veiamos descolgarse el alambre telegráfico, vínculo poderoso de los hombres en la sublime comunicacion de sus espíritus.
Yo no perdia ocasion de manifestar á M. Gland mi asombro por el ferrocarril del Pacífico.
—Oh! me decia M. Gland, le han contado á vd. una puntita solamente: estos indios que vd. vió ayer, mansos, degradados como un toro que monta un muchacho, fueron tremendos enemigos del camino.
Ya amontonaban piedras enormes para descarrilar el wagon, precipitándose ellos en la avalanche de peñascos; ya sorprendian á los viajeros y entablaban sangrientas campañas, saltando como furias por esas quiebras; ya un indio en un descenso se abalanzaba al tren, rompia sus frenos y en espantoso remolino, locomotora, tren y pasajeros se hundian en los abismos; ya se proveian mañosos de pólvora, petróleo y brea con que untaban los árboles, y al pasar el tren por un peligroso desfiladero, el relámpago, la explosion, el incendio, detenian al reptil gigante.
La vez que sucedió eso se destacaba la locomotora en un mar de llamas, aullando como un monstruo en agonia; vaciló.... pero el goehed yankee le dió tremendo empuje, voló sobre el abismo de fuego con impetuosidad, los muros de llama se barrieron y cruzó el vapor.... que habia separado con su empuje el peligro y dejaba tras de sí la estupefaccion y el escarmiento.
Yo escuchaba todo esto como una leyenda, muy superior á las de las “Mil y una noches.” Me parecia aquel un país encantado, temia que á la hora ménos pensada se abriese la tierra, se desgajaran rocas y montañas, se partiesen los árboles, se hundiesen los muros y corriesen los hielos, dejando al descubierto una ciudad con sus catedrales, sus torres, sus palacios, sus rios, y saliendo de los troncos de los árboles y las abiertas rocas, damas y caballeros vestidos con primor, saludando la locomotora, que ya era un carro de oro cuya chimenea, trasformada en sitial de diamantes, sustentaba como respaldo á una divinidad que derramaba por donde quiera la vida y la felicidad de los mortales.
—No crea vd., me decia M. Gland, á quien algo participaba[536] de mis sueños, los indios tienen tambien sus leyendas poéticas que vd. no desdeñaria si yo se las pudiese contar.
—Haga vd. un esfuerzo.
—En las luchas que han sostenido los indios en los fuertes, en las paces ajustadas y destruidas, no faltaron sus entrevistas poéticas.
Una jóven, hija de un jefe de tribu, garrida, airosa, soberbia, amazona de los desiertos, en sus encuentros con las caras pálidas, se enamoró de uno de ellos, oficial americano. En uno de los combates murió el oficial y fué sepultado en el lugar destinado á los blancos.
Desde entónces, en las noches de luna se veia descender de las montañas, aéreo y flotando las profusas crines, un caballo blanco, montado por una verdadera deidad.
El caballo se detenia cerca de las tumbas, y la jóven que lo montaba descendia y entonaba sobre la tumba del oficial muerto, cantos tan doloridos, que parecia que hacian gemir el viento y que se derretian de dolor los hielos.
Despues de algun tiempo, conducia casi un esqueleto el caballo de nieve.
La jóven, próxima á su muerte, llamó á su padre, le hizo confidente de su amor; pero le dijo que no guerrease con las caras pálidas, que eran las almas de sus antepasados que venian del Oeste; por último, rogó al jefe le diese sepultura en el panteon de los blancos, junto al amado de su corazon.
El jefe de la tribu cumplió las disposiciones de su hija, se hicieron solemnes honras á la hermosa india; el comandante de las fuerzas americanas se quitó sus guantes y los puso sobre la niña, para que en su travesia por los desiertos sin[537] término, no la hiriese el frio. Así se selló la paz con la tribu india.
—Es sencilla, pero hermosa esa leyenda, Mr. Gland: ¿no sabe vd. otra?
—La va vd. á oir, me dijo.
Como he dicho á vd., continuó, los indios creen que despues de su muerte sus almas se dirigen al Oeste, sin duda conservando la tradicion de las primeras emigraciones de sus antepasados.
Tras esas montañas del Oeste está para ellos el país de la bienaventuranza.
Un jóven cazador perdió á su amada, y su casa se destruyó, sus bienes se aniquilaron, y su consuelo único era dirigir sus pasos por el principio de la vía que conduce al otro lado de las montañas, ó sea al país de las almas.
Descuidando sus correrías, triste, consumiéndose, decidióse á marchar al lugar donde se encontraba el encanto de su corazon.
Absorbido hondamente en esta idea, un dia se sintió como trasportado á un reducido lugar que estaba en la quiebra de la Sierra: allí vió unos picos de rocas que como que se alargaban hasta tomar la figura de cuellos de serpiente, enlazándose para cerrarle el paso. El cazador avanzó resueltamente, y entónces cada serpiente vomitó chorros de agua, que formaba remolinos tremendos, que lo arrebataban, subiéndole al espacio; allí veia como trasparente su vestidura mortal; por su espalda y en sus entrañas se jugaban los rayos del íris como entre cristales.
Abrió sus brazos como las alas de un pájaro y se lanzó al espacio; pero cayó blandamente á la orilla de un lago, donde[538] un anciano pálido de blanca barba, le metió en una barca; la barca avanzaba, y tras ella se evaporaban las aguas, quedando un vacío inmenso: llegaron al pié de una Sierra semejante á la Sierra natal. Abandonaron la barca, y vió que montes, árboles y rocas, flotaban en el espacio, y él atravesaba todos esos objetos como si fueran figuras formadas por las nieblas.
De cuando en cuando se oia un eco poderoso, tremendo como el trueno; pero que al repercutirse moria en deliciosas melodías: entónces, al estampido, se desprendian de las ramas de los árboles y de las crestas de las rocas, trozos como de cristal, verdaderos prismas que al cruzar los aires, producian los colores y volaba la verdura á los prados, el íris á las nubes, los celajes imitaban el topacio y se suspendia la púrpura, como un dosel, sobre una encantadora pradera circuida por una faja de estrellas.
Allí distinguió á las almas con figuras que él comprendia que palpaba, pero de que no pudo jamás dar cuenta en el lenguaje del mortal.
De entre un grupo de esos espíritus, bella sobre toda belleza concebible, y hechizadora del espíritu sobre todo encanto, oyó el mismo requiebro de ternura y la misma voz amada, porque para el hombre ni en el país de las almas hay otra de más dulzura y melodía, esa voz le dijo: “Vuelve á tu país natal, y deja que el dolor y las lágrimas rompan y destrocen tu vestido humano: entónces vendrás á mí y viviremos en la eterna dicha....” La alma del cazador estaba ébria de felicidad.... tendió su mano.... creyó que asia su manto luminoso........ y volvió en sí.... junto á su cabaña medio destruida.... un viejo, con remota semejanza, estaba á[539] su lado.... “¿Qué es de mí? dijo, ¿qué me queda despues de este desencanto......?”
—Alza la frente, dijo el viejo... álzala y bendice á tu Dios.... te queda la esperanza....
El viejo se desvaneció entre las nubes que arrastraba una ráfaga de viento......
Yo quedé sumergido en hondas reflexiones.
—Vea vd., me dijo Mr. Gland, hemos pasado lugares muy interesantes sin habernos fijado en ellos. New-Castle, Clips Gaf Mill, Cisco.... posas, paraderos del camino, pueblos en gérmen, con sus historias interesantes.
Cisco está á 5,939 piés sobre el nivel del mar, tres millas al Oeste de Tamarak: hay aquí como 400 habitantes, en esas colmenas de palo que está vd. viendo.
El wagon avanzaba sobre negras masas de roca que sobresalen de las lomas.
—¿Ve vd., me dijo mi guía, esas pilas de madera, esas tablazones, esas vigas? Vea vd. esas hileras como de cucuruchos de payaso: son las casas de Truekee. La ciudad está al Norte, tiene como 2,000 habitantes y pertenece al condado de la Nevada: de aquí parten los caminos para el Oregon y Sacramento; hay tres hoteles, tienen un periódico y por todas partes hay escuelas.
Rastros de cercas, establos, carruajes.... mucha madera á la orilla del rio.... ese lugar se llama “Boca:” está cinco mil quinientos piés sobre el nivel del mar.
Vea vd. ahora correr el tren haciendo zig-zag sobre las aguas del rio: le atraviesa, como que lo persigue y sorprende, como el juego de un monstruo marino, de un gigantesco caiman.... todo entre árboles tronchados, entre rocas despedazadas,[540] sobre aguas que caen en cascadas á incorporarse con las aguas del rio.
Hemos pasado varios grupos de chocillas. Son Bronco y Verdi.
¿Ve vd. esas llanuras como de mármol blanco? ¿Ve vd. esos horizontes tranquilos que redondean el suelo y como que le forman borde en un infinito de claridad magnífica?
En este lugar se produce muy frecuentemente el fenómeno llamado miraje. Es decir, al viajero rendido de fatiga en estas soledades, se le presentan de repente, y á corta distancia, fértiles llanos cruzados por rios cristalinos, arboledas sombrías, edificios, torres y todos los atractivos del descanso.... y aquello es una ilusion.... el viajero corre ansioso y la ilusion se retira y se desvanece como un sueño de felicidad que trae en pos de sí el desengaño y el abatimiento.... Ese es el Miraje tan celebrado por los viajeros.
Vamos ahora á llegar á Winremuca: véala vd. naciente en el desierto y se fijará en sus hoteles.... nos saldrán á recibir sus periódicos, nos señalarán en la fonda los lugares ántes ocupados por los indios Pinkas.... despues sigue Golconda y lo que llaman Iron Point, que está situado en una cañada profundísima, lo mismo que la Palizada y Cartin, donde se hace el consumo de madera.
Todos estos lugares son accidentados al extremo: el tren hace evoluciones que solo viéndose se pueden comprender. A veces como que asciende aéreo y vuela, dejando á sus piés despeñaderos y cascadas: otras como que se sumerge entre las peñas y va soltando á su espalda los rieles, que se tienden sobre crujías de palizadas, tejidos de alambre, ó como que se va asiendo á barretones de fierro.
En los desfiladeros se multiplican los galerones, que son inmensos, y sus armazones de bóvedas, y sus vigas, nos hacen creer como que vamos dentro del esqueleto de un gran monstruo al chocar con sus costillares, que hacen barras de luz y sombra al ir corriendo....
Desde Cartin cobra el paisaje el aspecto de los desiertos mineros, y así es Elko, condado de la Nevada, Peco Disth y Toano.
Tierra aridísima, montones de los terreros de las minas tristes y verdiosos.
Por donde quiera que se vuelven los ojos hay minas de plata y oro, hasta deslumbrar, hasta fatigar la atencion.
En Toano se hace el camino más quebrado; pero de entre las hendeduras de las rocas, en las quiebras, en algunas alturas, sonríe la vegetacion, anunciando la Cañada de Keclton, que tiene grandes lagos y pintorescas colinas: en Keclton hay estacion en forma, en contacto con los caminos y líneas de vapor del Oregon.
Abundan en este territorio las minas de cuarzo y oro.
El país minero es de 150 millas: allí cerca tiene vd. al Condado Hada, con 6,000 habitantes; hay más de 500 casas de ladrillo. Más adelante está la poblacion....
Esas grandes rocas como columnas, cuyas cimas apénas alcanza la vista, es el Monument Point, los lagos que están á su pié se llaman Alcalinos, el aire en estos lugares es sofocante y malsano.
Desde las alturas de esas rocas se percibe el gran Lago Salado.
No se fije vd. en ese grupo de casucas: es Rosel.
Este gran conjunto de rocas, me dijo mi guía, siempre al[542] avanzar rapidísimo del tren, es Promontory: aquí se verificó la union de los caminos en Mayo de 1862. Vamos adelante.
—No adelante, dijo Lorenzo, que bien vale la pena refiera vd. á Fidel algo de aquella solemnidad que completó la comunicacion rápida de los polos, uniendo al Atlántico con el Pacífico.
—Yo no recuerdo bien, replicó Mr. Gland; pero vd. podria referirnos algunos pormenores de aquel grande acontecimiento.
—Escuche vd. lo que recuerdo, aunque muy confusamente, continuó Lorenzo, y eso porque hace poco refresqué mis ideas con la más popular Guía de viajeros titulada: “Crofutt’s Tras-Continental Tourist.” Despues de recapacitar algunos instantes, así habló Lorenzo:
“El lúnes 10 de Mayo de 1869, en este punto se fijó el último clavo, ó como si dijésemos, el amarre de los lazos que unen al Atlántico con el Pacífico.
En este lugar parece que se habian dado cita los representantes de todos los pueblos del globo, bajo arcos y bóvedas de banderas de todas las naciones.
Se terminaba aquí la construccion de 1,774 millas, que era el trayecto del camino.
La agitación era inmensa: al tropel de las gentes, á los ecos de las músicas, como que se despertaba y salia de sus soledades el desierto. Era el gran jubileo de la confraternidad de los pueblos, las nupcias de los antípodas, la alianza santa de todos los hombres.
En aquel mar de gente que en oleadas llegaba á las orillas del camino, sobresalian lonas haciendo sombra, edificios portátiles, ómnibus, diligencias, guayines y carros como zozobrando[543] en aquellos oleajes en que todos los ruidos brotaban entre todos los colores y se repercutian en todos los ecos.
El punto en que se iban á unir los caminos, dejaba ver un claro con los durmientes preparados y los rieles á un lado, para fijarse en el instante que el sol tocase en el zenit.
En San Francisco se habian reunido á las campanas, por medio de alambres telegráficos, los alambres con que se toca á fuego, poniéndose en conexión con el alambre principal, comunicando Baltimore, Filadelfia, Chicago y Cincinati, con el objeto de que en un solo instante llevase el rayo á pueblos lejanos la noticia de aquella gran victoria de la humanidad.
El sol estaba próximo á marcar el instante de la gran solemnidad; el presidente Stanford apareció representando al Ferrocarril Central; el H. M. Durand representaba el Ferrocarril de la Union, con el carácter de vice-presidente.
Millares de voces invocaron la asistencia divina al colocarse los últimos rieles: entónces se dejaron ver tres personajes, cada uno con un clavo en la mano: dos clavos de oro de California y la Arizona, uno de plata de la Nevada.
Vióse tambien á otro personaje con un martillo de plata, de que pendia un alambre unido al telégrafo.
A cierto momento surgieron de entre el concurso, por lados opuestos, dos hermosísimas locomotoras: el “Júpiter,” del Ferrocarril Central, y la “116” del Pacífico: vieron llegarse como dos paladines armados de punta en blanco.... como que hablaron, como que se estrecharon, mugiendo potentes.
Por fin brilló el sol, dando la gran señal del regocijo: se fijan los rieles, clamorean las máquinas, el mundo prorumpe[544] en aclamaciones, y al primer martillazo dado por Stanford al clavo de oro, lleva el telégrafo la noticia á los más remotos pueblos, donde repite el entusiasmo, el himno de triunfo sobre el tiempo y la distancia.
Multitud de personas, subiéndose en las máquinas, tocaron sus copas y estallaron mil ¡vivas! corria el vino á torrentes, y nunca júbilo mayor fué más legítimo que el que despertó los ecos de estos desiertos y estremeció las eternas nieves de estas montañas......
Varias veces en cortísimo tiempo se tuvieron que reponer los rieles, porque las gentes arrancaban fragmentos, para guardarlos como reliquias de aquel gran suceso y de aquel gran dia....”
Cesó de hablar Lorenzo: M. Gland aplaudió, certificando su exacta relacion.
Habiamos pasado entre tanto los campos solitarios cubiertos de nieve de Blue Crecks.
El tiempo era muy inclemente y se hacia sentir el frio, no obstante que los tubos funcionaban á nuestros piés.
Soplaba el huracan, se desataba una tempestad de nieve espantosa.... los gemidos del viento y los aullidos de la máquina se perdian en aquellas soledades, en que no quedaba un solo resquicio, un fragmento el más ligero de vida.
En el interior del wagon parecia hacerse el duelo de la naturaleza, por una reunion de cadáveres.
De repente me pareció escuchar algo como un canto, como los acentos de una música que más bien eran ayes doloridos.
Asoméme á una ventanilla, en un alto que hizo el wagon, y al borde de aquel camino lúgubre, en aquella soledad sin arrimo alguno, ví de pié.... un ciego con su barba blanca,[545] apoyado en un báculo, y una niña, bella como un ángel, medio desnuda, á su lado, reclamando con sus cantos el ciego, la piedad de los pasajeros.
El horizonte sombrío, la nieve, la soledad terrible: estos eran los componentes del cuadro más conmovedor y patético que yo haya visto en mi vida.
Varios pasajeros arrojaron monedas al ciego; éste, por medio de la niña, hizo circular sentidísimos versos impresos, de que siento no haber guardado copia.....
Estábamos á corta distancia de Ogden, lugar en que termina el Ferrocarril Central y se cambian los trenes.
Las sombras caian sobre los llanos cubiertos de nieve.
Yo me retiré solitario al cuarto de fumar, y en el libro de mis apuntaciones dejé el recuerdo que sigue de la escena que tenia ante mis ojos:
CAMPOS DE NIEVE.
Ni una ave cruza los vientos,
Ni hay en la tierra una planta,
Blanco sudario de nieve
Cubre el valle y las montañas,
Donde osamentas remedan
Del árbol las secas ramas
Que en la nieve sobresalen,
Y que con esfuerzo se alzan
Como pidiendo socorro,
Porque míseras naufragan.
Cual cadáveres parecen
De edificios, las cabañas,
Con los postigos cerrados
[546]De sus amarillas tablas.
Esas mansiones parecen
O de muertos, ó de estatuas,
Porque casi es imposible
Que cruce la voz humana.
¡Oh y cuán pérfida la nieve
Nuestras miradas encanta,
Miéntras que tristes sentimos
Hielo y muerte en nuestras almas!
Como una mujer hermosa
Que con sus pérfidas gracias,
Embelesa los sentidos
Miéntras traidora nos mata.
Ni hay arroyos que murmuren,
Ni aves amorosas cantan....
Se oye gemir á lo léjos....
Es el huracan que pasa
Como huyendo del demonio
De la muerte y de la nada....
¡Oh montes encantadores!
¡Oh verjeles de mi patria!
Fidel.
Marzo de 1877.
El personaje misterioso de bota fuerte y cabellos de oro siguió llamando mi atencion. Generalmente esperaba á que todo estuviese en profundo silencio y se deslizaba como una sombra al cuarto de fumar.
La noche que llegamos á Ogden brillaba la luna intermitente, cruzando por entre grupos de negras nubes, deslizándose despues entre leves celajes y volviéndose á hundir como en mansos y claros lagos de un extenso bosque.
Yo, espiando siempre al desconocido ó desconocida que burlaba sin pretenderlo mis pesquisas, me escurrí hácia la[547] plataforma que daba al cuarto de fumar. Pegado á los cristales de su ventanilla, se veia su rostro, verdaderamente hermoso, como un bajo relieve de la plegaria ó del éxtasis... Era divina.... Me pareció que murmuraba un canto; yo me colgaba por la parte exterior.... Sí, cantaba.... y podia yo seguir la medida del canto.... Pero la aparicion se apercibió de mi presencia, sacó del bolsillo una enorme pipa.... y yo no sé cómo se escapó de mis labios esta exclamacion: Maldito yankee!.... Cuando quise contener mis palabras, ya habian salido de mis labios.... me volví azorado y me pareció ver una alegre sonrisa culebrear sobre la dentadura de marfil del hombre de la pipa....
La noche fué tranquila y agradable.
Al siguiente dia, como el bulto de la cabellera de oro se lavaba ántes que nadie y se retiraba despues al cuarto de fumar, yo allí me instalé.
El personaje, con el cachenéz sobre la nariz y el sombrero á los ojos, estaba en un rincon.
Yo, con la detestable é indómita voz que me ha valido ignominiosas expulsiones de los círculos musicales, comencé á tararear la cancion que habia escuchado la noche anterior, saqué mi libro de apuntaciones y comencé á escribir, recitando y cantando mis versos en el tono de la cancion...: por supuesto, fingiéndome distraido y en total independencia del de las botas fuertes....
En uno de mis gorgoreos desastrados, alcé la voz y ví á la del cabello de oro inclinada hácia mí con una expresion de inteligencia y de satisfaccion indescribible: entendia lo que yo escribia, sabia español, era.... una beldad perseguida.... era la heroina de una novela mexicana.... A pesar[548] de mis años.... ¿eh?.... leí entónces, como para mí solo, mis versos....
Oiganlos vdes., ya que aquel patan los oyó como un zoquete, cruzando frente á mí con sus patazas de á vara y su brusquedad de carretero.... ¡y yo que me habia enternecido tan de veras!.... Maldito yankee!
CANCION.
Tierna memoria
Del bien querido,
Que al pecho herido
Consuelo dás.
Ay! no abandones,
Blanco lucero,
Al extranjero
Que errante va.
——
Sentido arrullo
Que busco en vano,
Porque lejano
Vibrando está.
Dulce consuelo
Da en su camino,
Al peregrino
Que errante va.
——
Nítida estrella
Del Occidente,
Sobre mi frente
[549]Miré lucir.
Oh! no le ocultes
Tu faz brillante,
Al bardo errante
Que adora en tí.
——
Pasé rendido
Por la fatiga,
Tu sombra amiga
Me consoló.
En tí luz halla
Mi incierto paso,
Cuando á mi ocaso
Llorando voy.
——
Sobre mi abismo
De inmenso duelo,
Tendiste un cielo
De inmenso amor.
En los desiertos,
Sobre los mares,
No desampares
A tu cantor.
Guillermo Prieto.
Marzo de 1877.
Estábamos á la orilla del Lago Salado, cruzábamos lo que se llama el Cañon del Diablo, profundísima barranca que parece formada á pico: trozándose una inmensa montaña que se abre en su cima, se cuelga y precipita en un abismo espantoso.
Por allí asoman, y se extienden, y se inclinan los rieles,[550] sobre tejidos de barras de hierro, que á lo léjos forman caprichosos calados por entre los cuales se ven cruzar las aguas despedazando su corriente.
Al Sur se ven las cercas de madera, las palizadas, las sementeras y los edificios de Utah, del país de los Mormones, de que tanto se habla, y que son ciertamente dignos de profundo estudio.
El tren hizo alto un momento: de entre las chocillas salian corriendo primorosas muchachitas, que con sus piernitas desnudas, sus zapatitos de lana y sus cestillos y trastos, subieron al tren alegres y juguetonas, á ofrecernos café caliente, leche, bizcochos y dulces.
La niña que nos servia era deliciosa de hermosura y alegría: iba, venia, atendia á todos y mostraba complacencia en servirnos. Los mexicanos hicimos una colecta de algunos pesos para gratificarla.... cuando la recibió.... mostró extraordinaria sorpresa, incredulidad suma; pero la persuadimos que aquello era suyo y para sus padres: entónces.... saltaba, nos daba á todos las manos, y se fué corriendo y brincando sobre la nieve, derramandola felicidad....
El tren continuó su marcha.... íbamos por un terreno en que la vegetacion, la vida, triunfaban de la nieve.... verdes pinos.... risueños trigales, el sol reflejando en los lagos, los ganados en la ladera del monte, los becerros atravesando en fuerza de carrera por el llano, espantados con los bufidos de la locomotora....
En el interior de la locomotora, todos hablábamos de Mormones.
Un viajero frances cautivó nuestra atencion, diciéndonos que él habia visitado la ciudad del Lago Salado. Casi todos[551] nos agrupamos al rededor de su asiento, y él, con la mayor amabilidad y compostura, habló de esta manera:
“De Ogden hay ferrocarril hasta la ciudad de Lago Salado, y recorren esa distancia los pasajeros, en dos horas y media.
“Al camino lo hace muy pintoresco el hermoso lago que va á la derecha, con sus infinitas montañas al Oeste, que le sirven como de muro y se reflejan en sus cristalinas aguas, inversas, de una manera gigantesca y caprichosa.
“No existen peces en el lago, porque su agua es extremadamente salobre; pero sí patos de gran tamaño y color negro, que me sorprendió verlos allí, por la razon de que no tienen de qué alimentarse.
“Llegué á la ciudad á las ocho y media de la noche, habiendo salido de Ogden á las seis, y desde luego descansé en un elegante y bien servido hotel, situado en la calle principal de la ciudad.
“Era por este tiempo: hacia un frio que se sentia en los huesos; caia en copos tupidos la nieve é invadia las aceras hasta hacerlas intransitables.
“La costumbre es limpiar las aceras diariamente y amontonar, ó mejor dicho, formar murallas á sus orillas, de modo que se camina como por cañadas formadas, por las paredes de las casas de un lado, y por el otro, de la nieve. Cuando brilla el sol, aparece una ciudad encerrada en muros de cristal.
“Las calles son amplias y rectas, todas ellas con hileras de árboles por sus dos lados y una corriente de agua potable á su pié, en acueducto aseado y á propósito para que se surtan todas las casas de la ciudad.
“Al siguiente dia de mi permanencia en Utah, me acompañó, en calidad de cicerone, un dependiente del hotel.
“El gran Tabernáculo ó templo Mormon es el edificio que más sobresale: es como una inmensa cúpula sostenida por innumerables columnas y abierta á todos los vientos.
“Se distingue á lo léjos como una media naranja, sobre los otros edificios de la ciudad: puede contener el edificio, que tiene el aspecto de un perol boca abajo, doce mil personas, y en caso de incendio, se desocuparia instantáneamente.
“Las condiciones acústicas del edificio son tan excelentes, que no obstante su extension, desde cualquiera de sus extremos la voz del opuesto lado se escucha, sin perderse una sílaba, aunque no se esfuerce.
“El órgano del templo es como otro edificio, tiene tres mil tubos y los hay de cinco y seis piés de altura.
“El Hno. Mormon, encargado del templo, nos dijo que allí mismo se construyó el órgano, en un taller que nos mostró.
“Otro de los grandes edificios es el Museo, especulacion de un viejo que muestra con gran prosopopeya petrificaciones vulgares, pájaros disecados, vestidos y armas de indios. Nosotros lo recorrimos de prisa, para visitar la gran casa de comercio de Bringam Young.
“Ropa, sedería, armas, instrumentos de labranza, muebles, todos los inventos de las ciencias y de las artes, se encuentran en aquel espléndido bazar.
“Los dependientes serán de treinta á cuarenta, entre hombres y mujeres, todos hijos de Bringam Young.
“El teatro, aunque edificio de grande magnitud, no tiene nada de extraordinario.
“El templo de que hice mencion anteriormente es de madera y fierro: ahora se construye uno nuevo de granito, de una magnificencia superior á todo encarecimiento: es costumbre que los viajeros den su limosna para la construccion del nuevo templo.”
Cesó de hablar el caballero frances, y ví á mis compañeros poco satisfechos de su narracion. Se ha pintado á los Mormones de un modo tan fantástico; la circunstancia de poseer cada uno de esos chicos cinco y seis mujeres, y vivir, segun dicen, en paz, cuando por mi tierra muchos no se la pueden entender con una, exigia algo de crónica, algo de cuchicheo y de chisme, que no se encontraba en la relacion del frances, ó algun estudio sobre el particular.
Entónces yo dije que poseia una carta sobre el particular, de mi erudito y sabio hermano y amigo, Ignacio Ramirez.
Mostraron los circunstantes mexicanos interes por conocer mi carta, y yo dí lectura á la siguiente, que veo como la mayor gala y como el más valioso ornamento de mis pobres Viajes, aprovechando la ocasion de hacer pública mi gratitud, á aquel cuyo talento admiro más cada dia, y cuyas virtudes y patriotismo son honra de mi patria.
Oigamos al ilustre Nigromante, miéntras llegamos á Ogden:
“Sr. D. Guillermo Prieto.
“Querido Fidel:
“Voy á referirte todo lo que he leido con relacion á los Mormones, procurando, con este trabajo, satisfacer tus deseos, y estudiar, al mismo tiempo, cómo se forma una religion[554] verdadera, supuesto que la revelacion de Smith es, segun éste pretende, la única fidedigna.
“Salomon Spaulding, eclesiástico, doctor y comerciante, fué desgraciado en todas sus profesiones; para agravar sus penas se metió á erudito. Los yankees, como asíduos lectores de la Biblia, son propensos á resolver el problema sobre los primeros pobladores de la América, por medio de un dilatado viaje que se supone hicieron en otro tiempo varias tribus judías; así es que Spaulding hizo fácilmente su Exodo americano. En su entusiasmo, para acreditar su teoría, escribió una obra, suponiéndola traduccion de otra, donde en estilo bíblico se cuenta que Lehi, con sus hijos Laman, Lemuel, Sam y Nephi y con las esposas de éstos, en el reinado de Zedekias, salió de Jerusalem y vino á dar al nuevo continente. Figuran tambien en el libro otros nombres como los de Mormon, Moroni, Mosiah y Helam, héroes, profetas y personas distinguidas, siempre necesarias en un dilatado drama. Establecidas las tribus semíticas en la América Setentrional, sobrevinieron los disgustos y las guerras consiguientes, hasta haberse declarado Dios en favor de los Nepitas, que por lo mismo fueron destruidos por los feroces é impíos Lamanitas: de éstos descienden los actuales pieles rojas.
“El caviloso anticuario trató de publicar la Odisea, pero no encontró un socio capitalista; se murió dejando en ajenas manos su mujer y su manuscrito. La viuda, en tiempo oportuno, hizo la revelacion verdadera de la falsa revelacion de su consorte difunto; y el manuscrito paró en manos de Sidney Rigdon, impresor, teólogo, versátil en sus creencias religiosas, grande ergotista y más amigo de esta vida transitoria[555] que de la eterna: era uno de tantos que se afanan por encontrar la religion verdadera para los otros, partiendo de la conviccion de que ellos no necesitan ninguna.
“Dueño Rigdon de este tesoro, no sabia cómo emplearlo, cuando la Providencia le deparó un mozalbete que ella habia destinado para trastornar el mundo. Joseph Smith, primer profeta de los Mormones, nació en 13 de Diciembre de 1805, en Sharon, condado de Windsor; y en 1816 pasó con sus padres, hermanos y hermanas á Palmira, lugarejo perteneciente á Nueva-York. Smith, padre, se dedicó á varias humildes profesiones, por no tener ninguna; fué principalmente cervecero, varillero, cavador de pozos y buscador de tesoros. Smith, hijo, trabajaba lo ménos que podia. Elegante de aldea, aborrecia por igual su estado humilde y los medios comunes para mejorarlo. Sensual, misterioso en sus palabras y acciones, pasaba sus ocios pescando en el rio y cazando ratas almizcladas. Ignorante hasta apénas saber leer y escribir, se dedicó sin embargo á repetir de memoria numerosos versículos de la Biblia. Ese mozuelo, con ocasion de que su padre y hermanos abrian un pozo, se apoderó de una piedra trasparente que tenia la figura de un pié; hallazgo que en vano le reclamaron los dueños del terreno: esa piedra sirvió de base á su pedestal de profeta.
“Esto pasaba en 1819, cuando tú habias entrado en tu segundo año de edad. Intencionalmente aproximo tales nombres y tales fechas. Pocos años despues, segun refieres en el bellísimo prólogo de tu “Viaje á los Estados-Unidos,” inventabas unos cristalitos por medio de los cuales se veian campos, mares y cielos, completándose el encanto por la maravilla de un cajoncito que, sin agotarse, producia onzas de[556] oro. Tu infantil invencion revelaba al mundo un poeta; pero el vidrito de Smith, mejorado despues con otros vidritos, iba á convertir todas tus ilusiones en sorprendentes realidades. Armado el mozalbete haragan con su curiosidad geológica, dió y tomó en que á través de ella descubria lo pasado y lo futuro; positivistas los yankees, solicitaron al zahorí para que les enseñase, no de dónde vinieron los indígenas al Nuevo Mundo, ni si la tierra fué criada en siete dias, ni á dónde irán á parar sus almas, ni ningun problema científico, sino pura y simplemente dónde habia dinero enterrado.
“Entónces ya tuvo el jóven Smith una profesion tan nueva como preciosa; muchos, muchos tesoros buscó sin descubrir ninguno, porque siempre el encanto se deshacia á causa de que alguno de los concurrentes hablaba mal á propósito; pero ganaba el importe de las buscas, y la numerosa familia de su padre pudo vivir con algun desahogo.
“Creció tanto la fama del vidente, que llegó á los oidos de Rigdon; éste, pues, cargó con su misterioso manuscrito, y despues de muchas conferencias secretas, se publicó solemnemente la primera página del mormonismo. Hé aquí en extracto lo que esa historia contiene:
“Un ángel, con todo el aparato escénico que acostumbran los ángeles, se apareció repetidas veces á José Smith: despues de haberlo sometido á las pruebas convenientes, le llevó á un montículo, y le dijo: “Escarba.” Smith, que era un escarbador hereditario, comenzó á profundizar la tierra y á levantar piedras, hasta que formada por varias de éstas, descubrió una caja donde se encerraban, figurando un libro, varias láminas que el profeta unas veces llama de bronce y[557] otras de oro. Sobre ese libro aparecieron unos anteojos propios para el más agigantado de los gigantes; uno de sus cristales sirve para ver lo pasado, y el otro, para el porvenir: tales vidritos se llaman: el “Urim” y el “Zhummim.” Ya ves cómo la revelacion ha derrotado completamente á la poesía.
“Amigo de proceder con órden, José Smith comenzó aplicando uno de los extensos lentes, no sé si el “Urim” ó el “Zhummim,” á la lectura del libro que el cielo le habia entregado.
“La Biblia mormónica, lo mismo que el “Manuscrito descubierto” de Spaulding, se ocupa del viaje que varias tribus judías hicieron desde hace más de tres mil años al nuevo continente, y de la destruccion de los Nefitas por los degenerados Lamanitas; ese libro nos revela que la brújula ha sido descubierta y usada desde, por lo ménos, hace cuatro mil años; que los geroglíficos egipcios se han usado desde entónces en la América, desfigurándose con el tiempo hasta convertirse en la escritura azteca y maya; que los mahometanos no inventaron ni la voz ni el instrumento cimitarra; que ya desde entónces la voz Biblia, que designa la coleccion del Antiguo, y Nuevo Testamento, era tan conocida, que Cristo y su crucifixion se mencionan como acontecimientos sabidos desde la dispersion de Babilonia; y que el Señor Dios siempre ha aborrecido la poligamia; pero en el fondo esa obra contiene lo que todo libro revelado: la Moral saliendo de los brazos de la Fé.
“Smith, más afortunado que Spaulding, encontró, no sin alguna dificultad, quien le costease los gastos de imprenta. Martin Harris, anciano de frente levantada, cabellera alisada cayendo en bucles sobre la oreja, y con todas las arrugas[558] que caracterizan á la vejez; medio teólogo, lleno de supersticion y fatigado por ingénita codicia; usurero y mal casado, solo por contradecir á su esposa y ganar un ciento cincuenta por ciento, aceptó la empresa de publicar á su costa el libro revelado: publicólo, se arruinó, pero quedó divorciado.
“Cuando Harris vacilaba en sus compromisos, se le dieron por Smith, en copia, algunas páginas del libro milagroso. Harris consultó con varias personas, cuya opinion no le fué favorable. Una circunstancia hizo que ántes de conocer los fragmentos de la obra, vacilasen algunos inteligentes. El profesor Rafinesque llamó la atencion de los sabios sobre algunas láminas de oro encontradas en nuestra República, y que contenian extrañas inscripciones; recordáronse entónces hallazgos semejantes en diversas planchas metálicas, y se renovaron todas las antiguas teorías sobre el orígen de los indios; para los hebreo-maniacos aparecia muy natural que se descubriese algo semítico y que en pos de las inscripciones saliesen de las entrañas de la tierra los libros sagrados de los judíos. Cuando muchos sabios se dicen: “Esto es posible,” la muchedumbre clama: Esto se ha realizado!
“El profesor Anthon, citado como testigo del monumento egipcio por la opinion pública, desmintió la especie burlándose de los pretendidos caractéres geroglíficos, y de la doctrina mormónica, y de Martin Harris. Este, entónces, como buen creyente, se confirmó en la fé mormónica, aprontó sus ahorros y fué el primer editor de la Biblia del Siglo XIX, tan fecundo en biblias.
“La sociedad mormónica quedó solemnemente establecida. Ya, desde entónces, la formaban los hermanos y hermanas y los padres de José Smith; Olivier Cowdery, secretario del[559] profeta; Sidney Rigdon, que tuvo derecho y autoridad para publicar despues el apéndice bíblico, titulado: “Doctrinas y pactos;” Martin Harris, satisfecho de haber compensado todas sus pérdidas con un divorcio que le permitió intervenir en una milagrosa concepcion segun los rumores que corrieron sobre una hermana de Smith, y muchos otros que pronto fueron potentados de la Iglesia.
“La concordia entre el profeta y sus primeros apóstoles, duró poco, así lo quiso el Señor. En prueba de ello, en 1831, Smith tuvo una revelacion del tenor siguiente: “Escúchame, dijo el Señor Dios, en lo que concierne á mi servidor Olivier Cowdery. No conviene á mi sabiduría que le confíe el dinero que debe llevar á Sion, si no es que lo acompañe una persona segura y fiel.”
“El gobierno de Smith, fué una série no interrumpida de revelaciones; te mencionaré las más importantes: “Conviene, dijo una revelacion del Señor, que se fabrique una casa para mi servidor, José Smith.” En otra revelacion, quiso el Señor que se construyese un palacio para Smith y sus esposas. Y por fin, el Señor se resolvió á que su pueblo aceptase la poligamia, no dando para tanta inconsecuencia otra razon, sino esta: “Yo soy alfa y omega.”
“Los habitantes de Palmira no se vieron en tan extraños acontecimientos, por no tener á su disposicion el “Urim” y el “Zhummim,” un conjunto de maravillas y la renovacion del mundo, sino la audacia en la mentira, la santificacion del escándalo y un peligro contínuo para la seguridad de sus bienes; multiplicaron, pues, de tal suerte sus hostilidades, que Smith y su Iglesia tuvieron que trasladarse á Kirtland en el Ohio. Aquí reinó la “efusion del espíritu,” y todos los habitantes[560] se convirtieron en profetas; fué necesario que el Señor prescribiese que Smith tenia concedido el monopolio de las revelaciones.
“Poco despues, para libertarse de la accion inmediata de toda autoridad, resolvió el legislador trasladar su pueblo á las fronteras occidentales, que tenia entónces la poblacion de los Estados-Unidos; emprendióse, pues, una marcha atrevida hasta Independencia, en el condado de Jackson. Así pinta la localidad el mismo Smith: “La temperatura es deliciosa durante nueve meses del año; la nueva Sion, la ciudad que estableceremos, quedará situada á igual distancia del Atlántico y del Pacífico, en el grado 39 de latitud y entre los 10º y 20º de longitud occidental; será, por lo mismo, uno de los lugares más afortunados del mundo.”
“Ese establecimiento no duró mucho tiempo. Smith tuvo que ausentarse para volver á Kirtland, donde fué emplumado y donde la suerte le fué adversa en toda clase de negocios; y cuando regresó á Sion, sosteniendo una nueva lucha contra la fortuna, se vió expulsado del Estado de Missouri, y aceptó un asilo en el Illinois, donde fundaron á Nauvoo, “La Biblia.” Aquí fué donde se desarrollaron admirablemente la prosperidad material y la organizacion característica de la secta.
“Bajo el nombre de diezmo, los Mormones contribuyen para los gastos públicos con todo lo que les sobra de sus gastos privados, á juicio del profeta. La institucion es una mezcla de la propiedad individual y del comunismo. Así, el gobierno disfruta de influencia y de recursos poderosos. Vióse Smith derepente con la múltiple investidura de revelador, jefe de la Iglesia, de prefecto y de general, y con autorizacion,[561] por parte del gobierno de la Union, para levantar una fuerza respetable. Habitó un magnífico palacio, edificó un templo monumental, y pudo pasar revista á cuatro mil hombres, acompañado de un brillante estado mayor, donde figuraban diez damas.
“Pero Satanás y sus secuaces no se cansaban en perseguir al santo y á su Iglesia; José Smith, candidato para la presidencia de la República, murió á manos de infames asesinos, y los Mormones tuvieron que abandonar á Nauvoo para refugiarse en Utah, desierto que entónces pertenecia á la Nacion Mexicana. La historia de tan audaz y dilatada peregrinacion, es conmovedora. Doscientas mil personas abandonaron sus comodidades, y á pié, á caballo y en carros, atraviesan vastas soledades, donde sus pasos levantan sal en vez de polvo; donde el silencio es importunado por el aullido del lobo; donde el mosquito, como los héroes, nace del fango y se alimenta de sangre; donde la vegetacion se arrepiente de su nacimiento y se oculta entre las desnudas rocas; donde el manto de la nieve dura seis meses sobre el suelo; y donde los vientos no corren, sino patinan. Las jóvenes, orgullo de Nauvoo, lavando sus vestidos en una fuente extraviada y sin más adorno que su hermosura, celebraban las fiestas religiosas, entonando los himnos de las tribus judías, cuando marcharon al cautiverio de Babilonia. La nieve era lecho nupcial, cuna y sepulcro.
“En esos dias, el yankee se apoderaba de la Alta California, se descubrian los placeres de oro, y los Mormones podian improvisar una maravilla en el Lago Salado. Pero, muerto Smith, ¿quién ha podido recoger su herencia, presentarse como profeta, dirigir la inaudita expedicion é imponer[562] su voluntad á los creyentes y á los gentiles? Ese hombre extraordinario ha sido Brigham Young, que acaba de entregarse al eterno reposo.
“Brigham Young, adoptó el mormonismo en Kirtland, el año de 1832. Nació en Veomont, cuatro años ántes que José Smith. Era audaz, astuto y gran conocedor del corazon humano. Urbano en su trato y de buen gusto en sus placeres. Comprendia fácilmente toda clase de negocios y se expresaba con facilidad y elocuencia. Su organizacion atlética le inclinaba á rivalizar con Hércules, en algunas de sus hazañas escandalosas. Y su incontestable superioridad le dió la mano para elevarlo á una altura en que se ha sostenido hasta su muerte.
“Brigham Young asaltó el poder, luchando con poderosos rivales; derrotó en la opinion pública y expulsó á un hermano del primer profeta; excluyó de la herencia pontifical al hijo mayor de Smith, haciendo notoria la incredulidad del jóven y de su madre Emma, en lo relativo al orígen divino de la revelacion sobre la poligamia, y excomulgó solemnemente al tremendo Rigdon, que era acaso el verdadero padre del mormonismo.
“Brigham Young, por medio de sábias y minuciosas precauciones, hizo posible la peregrinacion de doscientas mil personas por el desierto; y arrancó de entre los bancos de sal, en Utah, una ciudad con sus palacios, sus jardines, su movimiento industrial y mercantil, y su templo.
“Brigham Young ha visto caer bajo el puñal de los celos á los principales jefes del mormonismo, y siéndoles superior en intemperancia erótica, ha podido dominar las tempestades públicas y privadas que á cada paso levanta la poligamia.[563] Los disturbios domésticos ocupan una página extensa y curiosa en la historia de los santos del último dia, y la intervencion de Brigham Young, se hace á veces tan necesaria, como la intervencion de nuestro gobierno en los pronunciamientos locales, y esa mediacion es tan desinteresada como la nuestra. Por lo comun, las riñas conyugales terminan con una paliza.
“La sobrevigilancia de Brigham Young, dice Rocheford, desciende á veces hasta los últimos pormenores domésticos y hasta los más fútiles adornos del tocado. Así, ha predicado en el templo, contra los abultadores: “Hace algun tiempo que observo en vuestros talles algunas hinchazones insólitas. ¿Qué significan esas modas ridículas? Salid y volved sin ese aparato mundano. No es hácia las espaldas donde debeis lucir vuestras protuberancias. Veo, no sin ira, que de seis meses á esta parte, en la ciudad santa, nacen muy pocos muchachos.”
“Muerto Young, ¿qué será del mormonismo? yo no tengo el “Urim” ni el “Zhummim” para revelarlo; puede ser que tú descubras algo con tus cristalitos. Pero la prosperidad actual de esa tribu es la encarnacion de una verdad importante; así en la sociedad como en el individuo, los estados de barbarie y de civilizacion no son sucesivos sino simultáneos. En la república-modelo coexisten la libertad y la lucha de razas, la monogamia y la poligamia, la libertad individual y el comunismo, y la teocracia y la democracia. Algunos escritores consideran la poblacion de Utah como un remolino; pero los mismos Estados-Unidos, ¿no son una vorágine?
“La única leccion que para mi uso he sacado de estos estudios, se reduce á que la religion verdadera del Lago Salado se ha concebido y formado lo mismo que las falsas; pero no[564] terminaré sin hacerte notar que los Mormones, por medio del trabajo, han desterrado del Desierto dos plagas de los países más favorecidos por la naturaleza; la mendicidad y el infanticidio.
“En verdad te lo digo, hermano mio, la poligamia es un acto de barbarie. Esclavizarse toda la vida á una mujer por amor, se concibe y tiene su utilidad y su poesía; los pesares entónces son las espinas de la flor. Pero solo por incontinencia, alumbrar numerosos hogares, pagar numerosos caseros, luchar con innumerables suegros, fastidiarse en todos los lechos y sacrificar á las queridas la esposa, es pagar muy caro el vicio; sobre todo en este siglo en que la Vénus de lance, muy diversa de la Vénus vaga, está de tal suerte acreditada, que no hay marido de esos que lloran en el teatro, que no desee poseer una mujer infiel por el placer de perdonarla. Sin embargo, yo creo que las señoras Mormonas disfrutan alguna compensacion, supuesto que cuando en Utah algun pequeñuelo afirma que conoce á su padre, todo el mundo exclama: Este niño es más sabio que su madre!
“En cuanto á la iniciativa individual, es seguro que los Mormones hubieran desaparecido desde que llegaron á Utah, si en vez de confiarse al trabajo hubieran pretendido subvenciones ó derechos protectivos: los ignorantes y perezosos han inventado la proteccion y las subvenciones, que son hijas de los caballeros de industria.
“Yo te presento un mundo helado: anímalo con el sol de tu inteligencia; sepan los Mormones algun dia, que por el Lago Salado pasó el año de 1877 un poeta.
“Tu hermano,
El Nigromante.
“Posdata.—Yo no conozco á ningun Mormon; pero he tratado á muchos amigos, que por intuicion han seguido el sistema de Smiht: en sus riñas conyugales, tú harias tal vez el papel de Brigham Young.—Vale.”
La lectura del manuscrito que dejo copiado, de tal manera nos preocupó, que pasamos por Ogden sin fijarnos en él convenientemente.
La poblacion tendrá 3,500 habitantes: sobresalen entre las casitas de madera las iglesias, las escuelas y los hoteles: se ven al rededor de las casas jardines cultivados con esmero, y en el fondo del paisaje riseñas sementeras.
El cañon de Ogden, que tiene de largo cinco millas, se ve como una inmensa galería de altas y negras rocas, que parecen unirse luego que pasa el tren: del corazon de estas paredes hendidas, desiguales, como que se arrancan y están como al caer, peñascos estupendos que encallejonan y dan aspecto caprichoso al horizonte.
Gigantescas masas de roca decoran la salida de ese cañon, y despues de un trecho accidentado se precipita el tren en Devils Gate (La Puerta del Diablo), que es imponente y pintoresca.
Colosales peñascos derrumbados de uno y otro lado de los rieles, fragmentos de piedra que remedan ruinas estupendas, forzan el curso impetuoso de un verdadero torrente, y en aquellos desfiladeros y sobre las crestas de esas rocas parece que se han desafiado como para un duelo á muerte la naturaleza y el arte.... se interpone el promontorio de piedra, lo supera el arco.... quiere hundirse, y robustas columnas le detienen.... como que intenta una desviacion,[566] y la malla de fierro sujeta el camino, ó un tejido de alambre resiste los vaivenes que parecen empujar al abismo la locomotora.... en el fondo de esas rocas, y abriéndose como un pórtico espléndido, se ven los campos de esmeralda y los sembrados de oro.... alegrando el espíritu y ofreciendo al mortal, en medio de los desiertos, la prosperidad y la abundancia.
Con la misma distraccion pasé frente á Eco, y á Pulpit-Rocks, con sus bosques de abundante caza y sus rios de riquísima pesca.
Nos detuvimos en Green-River (Rio verde), cabecera del Condado de Sweet Watter, y que tendrá una poblacion como de 200 almas.
Pero realmente en iniciativa estas poblaciones, tienen aspiraciones extraordinarias: son niños hercúleos, que poblarán de gigantes esta parte de las Montañas Rocallosas.
Al pasar por Point-Rocks me dijo uno de los compañeros, que en aquel punto existe un abundante pozo artesiano y ricos criaderos de carbon de piedra, que explotan las compañías.
La noche fué tremenda; aullaba el viento, la nieve azotaba las ventanillas del wagon.... El dudoso viajero de los cabellos de oro se encerró en el cuarto de fumar....
De trecho en trecho se detenia la máquina: en las profundidades del camino, veia yo, á la luz de linternas que proyectaban su claridad en la nieve, rompiendo muros de tinieblas, trabajadores infelices, con sus altas capuchas, ocupados en barrer los rieles.
En cada detencion, la máquina era objeto, lo mismo que los trenes, de escrupuloso reconocimiento.
La luz del dia 7 fué tristísima: caia como doliente y llorosa sobre tendidas y monótonas llanuras.
Ninguna huella de la humanidad; era como una navegacion de un género tristísimo, en que no habia esa majestad del mar, esa comunicacion con el infinito, que engrandece el espíritu.
Los pasajeros permanecian en sus lechos como sin acabarse de persuadir que era del dia la luz que se deslizaba por entre los empañados cristales, á visitarlos.
¿Qué hacer?.... Tomé mi lápiz, y haciendo mesa de mi almohada, escribí lo que leerá, si gusta, el piadoso lector:
UN SUEÑO.
Soñé que el manto de plata
Que del sol quebró los rizos,
Como sembrando diamantes
Y salpicando de brillo
El primor de los cristales
Y las galas del armiño,
Dejaba ver tras sus pliegues
Con sus perfiles distintos,
A los montes gigantescos
Y á los soberbios encinos,
A risueñas sementeras,
Y á murmuradores rios.
Y yo soñando esperaba,
Tras una roca escondido,
Del sol la primer sonrisa,
Porque dulce voz me dijo,
Que del sol al primer rayo,
[568]Miraria de improviso
La nieve desvanecerse,
Romper el hielo sus vidrios,
Y brotar árboles verdes,
Y correr alegres rios,
Y renovarse la vida
En el monte y el bajío,
A los cantos de las aves,
De las gentes al bullicio,
Y al saltar de los ganados
Con soltura y regocijo.
Yo esperaba, y poco á poco
Sentí del terror el frio,
Porque tras el blanco manto
Pensé ver, claro y distinto,
El hogar porque yo anhelo
Y do me esperan los mios.
Y del sol espiaba entónces
Con honda ansiedad el brillo
Porque me asaltó la duda,
Del augurio, é indeciso
Ya la muerte me amagaba,
Ya el gozo me daba brío,
Y del problema de mi alma
Estaba al romperse el hilo.
La luz plegaba sus alas
Tras un celaje sombrío,
Cual mirada de quien llora
Y en la sombra busca alivio;
Y á medida que avanzaba
Como con incierto giro
La luz, y sobre la nieve
Se derramaba su brillo,
Se exhumaban de la tierra,
[569]Tristes y descoloridos,
Como fantasmas los montes,
Como esqueletos los pinos,
Alzando sus secos brazos
Y dando al viento gemidos.
Y la luz adelantaba,
Y su semblante amarillo,
De cadáver, sacó el campo
Y apareció muerto el rio,
Como fallece una madre
Sobre el sepulcro de su hijo.
Y la luz se iba extendiendo,
Y al dar en el caserío,
Alumbrando un cementerio
Y á la entrada de sus nichos,
De pié tristes esqueletos
Que con los brazos tendidos
Inmóviles señalaban
Nuestro lúgubre camino.
Hondo terror me embargaba,
Sentí el corazon herido:
Era como luz enferma,
Erase un cráneo el sol mismo
Despojado de sus rayos,
Escuálido y amarillo.
Dejaba en el negro suelo
El hielo medio fundido,
Como de huesos humanos
Los fragmentos esparcidos.
La luz doliente avanzaba;
Reconocí con delirio,
El lúgubre cementerio,
Y en los huesos sentí frio,
Ví avanzar la luz terrible,
[570]Avanzar.... llegar sus visos
A un punto.... donde se encuentra
Cuanto adora el pecho mio....
Y creí morir.... de repente,
Y de un relámpago al brillo,
La tumba corrió á mi encuentro
Dando agudos alaridos.
····························
Ví al monstruo que me llevaba,
Y llevaba mi destino,
Que me arrancó de mi sueño
Con sus intensos gemidos.
Guillermo Prieto.
Marzo 7 de 1877.
Estamos en Laramie, tan célebre en las relaciones de los viajeros, tan encarecido en la leyenda.
El aspecto de la naturaleza cambia; la nieve, adelgazándose y derritiéndose, deja ver de trecho en trecho amarillenta yerba y sonríe el verde césped en alguna hondonada, como tímida promesa de la pronta llegada de la primavera. Algunos árboles, como viajeros recien llegados, parece que inspeccionan el campo desde las orillas del camino.... trenes, oficinas, transeuntes, como que anuncian de léjos el fin del desierto, como los indicios de tierra en el mar.
Hace muy poco, cerca de la poblacion estaba el fuerte, perfectamente guarnecido por tropas americanas.
Algunos soldados se instalaban en aquel ingrato suelo con sus familias, pugnaban por conquistar las comodidades de la vida, y tenia algo de la detencion de la caravana, los grupos de mulas y caballos, las tiendas de campaña y los depósitos de provisiones.
Laramie, cabecera del Condado de Albany, tiene más de[571] mil habitantes; la ciudad está paralela al camino, una ancha y clara corriente atraviesa las calles principales.
Hay muchas elegantes iglesias y cómodos hoteles; el edificio municipal es digno de una gran ciudad.
Se publican en Laramie dos periódicos: El Centinela y El Independiente. El telégrafo y el buen servicio del correo hace que los habitantes de Laramie y los pasajeros estén al tanto, como donde quiera que se publica un periódico, de cuanto ocurre dia á dia en todos los Estados de la Union.
A la salida del pueblo hay un molino, cuyo costo ha sido ciento veinte mil pesos. Es magnífico.
En los alrededores de la ciudad, y como agrupándose á la vía férrea, están situadas las oficinas de maquinaria y los talleres del ferrocarril, entre leña apilada, rieles amontonados en los suelos, grandes pipas con agua y colinas de carbon que hacen negrear el suelo con su polvo.
Laramie, segun reza la leyenda, fué el primer lugar del mundo en que se reunió un jurado de mujeres.
Sucedíanse las tremendas nevadas: los altos picos de las Montañas Rocallosas, las tendidas llanuras á sus piés, las negras rocas, los impetuosos torrentes, la luz como despedazada sobre las peñas, y en las hondas cañadas formaban paisajes ásperos, sombríos, que sin embargo poseian cierta grandeza que me cautivaba.
Los viajeros, acurrucados en sus asientos ó hundidos en sus abrigos, dormitaban. M. Gland mismo, habia dejado de hablar.
Yo soñaba con los ojos abiertos, me parecia atravesar una region desconocida, como que esperaba que tierra, rieles y trenes, se hundiesen de repente, por una fundicion repentina[572] del suelo, y seguir corriendo bajo tierra, bajo bóvedas iluminadas á la luz de rojas llamas, y que fuesen una sucesion de salones con caballeros y paladines, damas y dueñas, enanos y gigantes.... tan excéntrico, tan inesperado así era cuanto me rodeaba.
Saltando de su asiento y como si hubiese tenido aviso en medio de su sueño, volvióse á mí M. Gland, y me dijo:
—Chayene. ¿No ha oido vd. hablar de Chayene?
Chayene, continuó, es la más grande ciudad entre Ogden y Omaha; desde aquí se siente la influencia del Colorado, que está llamado á un gran porvenir.
Estamos, siguió alegremente M. Gland, sobre mantos de plata y oro: desde aquí hasta Omaha comienza la série de aventuras romancescas de los Apaches, Kayoways, Comanches, Arrapaos y Chayenes, de donde tomó su nombre esa gran ciudad que parece ir corriendo en los inmensos llanos, por el movimiento de nuestro carruaje.
En 1859, esto era desierto, tendido en inmensas llanuras.
Se anunció la corriente del camino, llegaron empacados y en su estado primitivo de fierros y tablas, iglesias, hoteles, almacenes, y al concluirse el desempaque, quedó una ciudad, como si se sacara de una cajita de juguetes.
Héla ahí, con sus acueductos y sus arboledas, sus edificios uniformes y sus grandes plazas.
Atrás quedaba Dember, capital del Colorado, que es como otro grande embrion de donde ha salido un territorio que pronto se convertirá en grande Estado de la Union, y aparecerá otra estrella en el firmamento de Washington.
Es de advertir que aquí no fué, como en otras partes, la poblacion, conjunto de hombres de varios pueblos, luchas[573] de costumbres diferentes, fusiones y trasformaciones y productos de esas entidades heterogéneas, no, señor; la casi totalidad de estos hombres era del Oeste: el móvil, los metales preciosos.
Por todas partes se veian hombres sujetándose á las mayores privaciones y peligros, extraviarse adrede en busca de aventuras; unos se perdian entre las nieves; los otros desaparecian en las entrañas de la tierra: allí, á manera de cazadores, espiaban la huella de una veta, la seguian en alturas y en profundidades, la sorprendian y se publicaba la bonanza: así adquirió el renombre de Golden City la capital del Colorado.
Un tumulto, un incendio, ó no sé qué, parecian estos campos.
Montañas de ropa hecha, fondas brotando como hongos de la tierra, hoteles como regados á mano por todas partes.
Comer, vestir, dormir: hé ahí cubiertas las primeras necesidades.
Chillaba la carreta, porfiaba ruidoso el martillo, la sierra armaba escándalo, la garrucha chirriaba levantando piedras, y tercios, y muebles á las nubes; todo en el suelo eran escombros, todo ruido en derredor: así lanzó sus primeros vagidos Chayene, y así el Colorado y Omaha brotaron de la tierra, como los personajes de los cuentos, al herirla la indomable audacia del yankee......
Durante la travesía de Ogden á Omaha, los dias habian sido pésimos, y las noches fatales. Mi único entretenimiento fué observar al ambiguo aquel de la cabellera rubia, que advertido sin duda de mi diligencia en observarlo, era á cada[574] momento más caprichoso ó caprichosa, porque aquello era una condenacion.
Su rostro, como ya hemos dicho, lo conservaba obstinadamente cubierto, y sus modales eran tan bruscos, que parecian afectados; alguna vez desnudó una mano de su guante, y era una mano alabastrina, aristocrática, de una mujer distinguida; pero aquel estirar las piernas, aquellos piés que parecian falúas.... esas no eran pertenencias femeninas, era un patan que provocaba mis rencores.... Cuando sacaba su pipa, que era rara vez, se le notaba, aunque muy imperceptiblemente, la repugnancia con que apelaba á aquel accesorio de su disfraz.... era, no hay duda, una bella lanzada á lo desconocido, en alas del infortunio, é inundada en lágrimas.... ¿Era tal vez una jóven que queria ocultarse á las miradas del zelo, y que creia oir tras de sí los pasos de un asesino.... era una mujer criminal que envenenó al amante infiel é iba á ocultar su quebranto y sus remordimientos entre el tumulto de las ciudades del Este?
La noche anterior á la en que llegamos á Omaha, en las paradas del tránsito subian y bajaban viajeros sin cesar.
El personaje comun de dos se encerró en el cuarto de fumar.... yo penetré, en las altas horas de la noche, y permanecimos como dos estatuas.
La luna descolgaba dispersos rayos del borde de una nube lóbrega, el huracan gemia.... en la Sierra se veian dudosas claridades sobre la cima de los montes, y se extendian como corrientes de sombra que se precipitaban en las cañadas.
El cuarto de fumar es pequeño y angosto; en el centro hay dos banquillas, una frente á otra, como los asientos de[575] un coche; en la pared de tabla existe uno como farol incrustado en el carro, que contiene una rojiza lámpara: á los lados de aquella especie de nicho están dos ventanillas del carruaje: una era del misterioso personaje, la otra mia. A cada avance de mi mirada, á cada indagacion, se sustraia el desconocido en la sombra, ó bien pegaba el rostro al cristal del postigo: á mí á veces me parecia que sonreia mujer angélica; á veces que se disponia carretero feroz á descargarme un puñetazo.
Fingí dormir, y entónces, suponiéndome, él ó ella, distraido, cantó clara y distintamente el “Adios” de Shubert; pero tan sentido, tan hondamente sentido, que me subyugó, me empujó á la region de mis recuerdos más dolorosos, y sentí lágrimas en mis ojos.
Entónces, como de costumbre, recurrí á mi lápiz, y escribí y declamé con toda energía lo siguiente, que puede acomodarse á los compases de aquel canto delicioso:
CANCION.
Alma que mi alma adora
Con íntima pasion,
Por tí doliente llora
Mi triste corazon.
——
Aislado en mi tormento
Mi voz te aclamará,
Y sin eco mi acento....
En sombras morirá.[576]
——
Se alzó cual llama pura
Por tí mi ardiente amor;
Mas yo soy noche oscura
Y tú, radiante sol.
——
Dulce rayo de luna
Entre las ruinas fué
Tu amor, en mi fortuna
Y en mi hondo padecer.
——
Sin rumbo y sin abrigo
En mi dolor te ví;
Tú fuiste faro amigo
Del náufrago infeliz.
——
Yo soy, mi bien, tu templo,
Mi corazon, tu altar,
Y tu incienso el más puro,
Mi férvido cantar.
——
Fuiste del alma mia
Las auras y la luz,
Y el sol de mi alegría
Tu hermosa juventud.
——
Un punto cruzó el cielo
Tu ráfaga fugaz:
Pasó.... y en negro duelo
Por siempre me hallarás.[577]
——
Ya escucho el tierno acento
De tu amoroso “Adios:”
La eternidad horrible
Los ecos repitió......
——
Adios....! adios! mi encanto,
Sangre de mi alma, adios!
Será eterno mi llanto,
Como mi eterno amor.
——
Será mi llanto eterno,
Eterno mi dolor....
Adios, cielo de mi alma!
Luz de mi vida.... Adios!
Guillermo Prieto.
A medida que yo leia, la persona misteriosa desprendia el rostro del grosero cachenéz que la cubria y dejaba al descubierto un cuello de cisne, émulo de la nieve herida por el sol.... ella habia comprendido.... casi era una revelacion la que me hizo el cachenéz.
Habiamos tocado la estacion anterior á Omaha: á los lados del paradero del tren, que despedia luz vivísima, se distinguia una diligencia y varios bogues; de uno de estos bogues se apeó un arrogante caballero, moreno, de cabello negro, de maneras desembarazadas y ojos negros hermosísimos: detúvose el tren, el jóven saltó y se colocó al pié de la escalerilla del wagon. El viajero comun de dos, con la velocidad del relámpago, recogió su saco de viaje y se precipitó fuera del coche; apénas salido, se lanzó á los brazos[578] del dueño del bogue.... al hacer este movimiento, se le cayó el sombrero, y una catarata de rizos de oro inundó los hombros y el cuello del jóven de los ojos negros......
Yo habia seguido maquinalmente al viajero y estaba estupefacto con la trasformacion.... quise darme de cachetadas.... cuando estaba suspendida en los brazos del viajero afortunado, se volvió á mí, y con una sonrisa angélica, me dijo: “Adios, Sr. Prieto!.... Adios!”
Tan linda!.... y sabe español.... Soy un asno, soy un rinoceronte.... ¡pecador de mí!
A poco se detuvo el tren en Omaha, y miéntras mis compañeros comian, yo apunté en mi cartera:
Omaha: Término del ferrocarril de la Union, está á la orilla occidental del Missouri y al lado del famoso puente que se cita como un grandioso monumento. Es extraordinario el movimiento que se nota por todas partes: vienen á agolparse á nuestro alrededor, ómnibus, coches, quitrines y carros de todos tamaños, para conducir pasajeros, equipajes y efectos. La poblacion, sin embargo, solo tiene diez y ocho mil habitantes. El edificio más notable que percibo por aquí cerca es Claim House (Casa de reclamaciones).
En 1854 este era un punto casi desierto: la oficina de correos era el sombrero del administrador, porque en él recogia y despachaba la correspondencia.
La poblacion tiene hoy 18,000 habitantes, y la oficina de correos, así como las del Estado, se encuentran en edificios magníficos.
Al principio los hoteles de Omaha eran de segundo órden; pero se organizó una Compañía y se edificó el Gran[579] Hotel Central, que puede figurar, y es mucho decir, entre los buenos hoteles de los Estados-Unidos.
Por todas partes se ven hornos de fundicion; por todas partes hay regada maquinaria; se suceden las fábricas, y la plata y el oro beneficiados se calculan en más de un millon de pesos anuales.
Los principales periódicos que se publican en la ciudad, son: El Heraldo, La Tribuna, El Republicano, y La Abeja. Además, hay un periódico Bohemio, otro Escandinavo, otro Aleman y un Semanario de Agricultura, que goza de merecida nombradía.
Por entre las verdes arboledas que atraviesan en todas direcciones la ciudad, se ven blanquear fábricas y edificios: hay multitud de escuelas, dos institutos, diez y nueve iglesias, cuatro bancos, cuarenta factorías y grandes depósitos de carbon y leña, y almacenes en que se agencian fletes.
Para asilo y proteccion de los emigrantes, se encuentra en este punto un inmenso edificio, en que se les procura, por veinticinco centavos al dia, habitacion y comida.
La Compañía del Ferrocarril de la Union, sostiene en este lugar sus valiosísimas fábricas y se jactan los carroceros de ser este el punto del Oeste en que se construyen mejores wagones.
Sin duda la ciudad fué trazada, previendo que un dia ocupara un lugar eminente entre las mejores ciudades del Oeste.
El trazo la divide en ocho cuarteles, capaces entre todos de contener un millon de habitantes.
En esa proporcion son las plazas y los paseos, de los que algunos son muy frecuentados.
Mis compañeros lamentaban que no hubiésemos tenido tiempo de que viese yo el Puente, que se cita como una verdadera maravilla de la ciencia. En la historia del Puente hace ostentacion de su tenacidad y ardimiento el pueblo americano.
Decretada en 1866, se presentaron obstáculos que parecian insuperables, y se suspendió en 1868. En 1870 se hicieron esfuerzos que no dieron resultado satisfactorio; pero en 1871, se autorizó especialmente á la Compañía para continuar, auxiliándole con dos millones y medio de pesos.
El Condado de Douglass, en Nebraska, se suscribió con 250,000 pesos, y con más de 200 el Potawatoma.
Tiene el puente, con las obras adyacentes, una milla de largo, y sus alrededores los forman calzadas y parques que sirven de vistosísimos paseos.
De Omaha tomamos el tren para San Luis Missouri.
—Hénos aquí, me dijo Lorenzo, atrayéndome al cuarto de fumar, en terrenos que serán futuras naciones, porque esta region americana amamanta leones.
Los Estados del Oeste, incluyendo en ellos el Sur, son los proveedores inmensos de la América: de su conjunto surgen destellos de emancipacion; su acrecimiento rápido es el anuncio de que está por nacer una gigantesca nacionalidad en esta parte del Nuevo Mundo.
La tierra, herida por la azada del colono, derrama sus mieses con prodigalidad, sin más proteccion que la del cielo; los grandes depósitos del Oeste llaman á sus mercados á los hombres de todo el globo, y miéntras la Europa, en las aguas del Atlántico, la corteja, el Japon y la China le tienden los[581] brazos sobre la peana de oro que erigió California como un tálamo á la confraternidad universal.
He dicho que no son pueblos sino naciones las que se perciben desde aquí en embrion: el Oregon es más grande que la Inglaterra; Tejas más que la Francia; California más que España.
En estas inmensas zonas que florecen solas bajo un mismo pabellon, se reunen y dan cita los productos todos del globo, y hacen imposible cualquiera exclusion: los artículos favorecidos en un punto dañarian al opuesto, y esto relajaria todo vínculo, convirtiendo en nominal el poder del centro.
Los elementos de vida propios de cada pueblo son tales, que Chicago, propiamente llamada la Reina de los lagos, era apénas en 1830 un punto militar atascado en un pantano.
Hoy cuenta la ciudad 300,000 habitantes.
Se encadenó la ciénega y se le hizo desaparecer bajo cimientos de palacios; en la guarida de la putrefaccion y de la fiebre, tendieron sus doseles de ramas los árboles y brotaron las flores; se dirigió la corriente de las aguas á los labios de la capital sedienta, por acueductos que ponen en olvido las inmortales obras de los romanos.
Apénas se anuncia la industria de la salazon de cerdos, cuando más de un millon se trasforman en un año en sabrosos manjares.
El cultivo del maíz hace que por millones se cuenten sus rendimientos, y que un frances diga que deberia servir de emblema de esa nacionalidad una mazorca, así como Chicago deberia dejar su nombre para llamarse Porcopolis, como se denominaba á Cincinatti.
—Sin embargo, dije yo, Chicago aun no se restablece de su último asolador incendio.
—Creo que padece vd. una equivocacion. Chicago está más floreciente que nunca.
Chicago fué presa del incendio la noche del 9 de Octubre de 1871: 17,500 edificios se sepultaron en el mar de llamas.
En 1872, la nueva ciudad habia resucitado de entre escombros y cenizas, y contaba 41 bancos y 201 iglesias, 35 grandes hoteles, entre ellos Palmer-house, que es de primer órden, calles, plazas, edificios y paseos en mayor número y mejores que ántes del incendio. Chicago, como vd. ha oido, cuenta apénas 47 años de existencia, y su poblacion es de 500,000 almas. Es sin duda el primer mercado del mundo por los granos, el ganado y las viandas saladas. Más al interior, su territorio es como el centro de todos los pueblos bañados por el Atlántico; 17 caminos de fierro conducen á esta gran metrópoli del Illinois; cada línea se esfuerza por conducir á Chicago con mayor baratura y en ménos tiempo que las otras: hoy de New-York á Chicago se hace el camino en ménos de treinta horas y hay 1,600 kilómetros de distancia, es decir, como de México á Chihuahua, poco más ó ménos.
A medida que avanzaba el tren, redoblaba la locomotora sus gritos, prolongándolos más y más, para evitar un choque con los trenes que sin cesar se cruzan.
Los campos cultivados, los ganados, las casas rústicas, los jardines y los carros, anunciaban la proximidad de la gran poblacion de San Luis.
—Es de sentirse, me decia Lorenzo, que no pueda vd. hacer[583] un estudio detenido de esos lugares, en que se verifica la alianza del Mississippí y el Missouri, que traen como en gérmen en sus aguas las mayores riquezas de la tierra.
Inmensas llanuras divididas por fértiles sementeras; las corrientes conduciendo y trasportando pueblos; las trojes henchidas brindando goces al hombre y creces al comercio, y la preponderancia del trabajo presentándose, desde la iniciativa de la colonia con el aventurero con su hacha al hombro, seguido de su familia llena de harapos, hasta el opulento propietario que trasporta el lujo de las grandes ciudades y hace que le rinda homenaje en la tierra, que él, el primero, arrancó á la barbarie, desembarazándola de malezas y ahuyentando con su rifle á los animales feroces.
Al ruido cercano de la locomotora; al traqueteo de fierro de su galopar afanoso; á la vista de las embarcaciones del rio; bajo los hermosos árboles de la quinta opulenta, refieren los ancianos las luchas con los Pieles Rojas, las torturas á que sujetaban al blanco ántes de inmolarlo, y esas escenas de horror y de sangre de los primitivos tiempos del Oeste.
Por lo demás, la historia aun no desplega sus labios de una manera clara y distinta, sobre esos restos de murallas, esos esqueletos de ciudades perdidas en los tiempos, esos resíduos de grandes poblaciones que se encuentran en el Ohio, Illinois, la Indiana, Kentuky, Michigan y la Luisiana.
Tocábamos, en estas pláticas, en la estacion de San Luis.
Aunque allí habia carruajes, un senador que se hizo muy nuestro amigo en el viaje, nos dijo que el Hotel del Sur, que era el mejor, estaba muy cerca y que podriamos ir á pié.
La noche era oscurísima, el alumbrado parecia encomendado á un ayuntamiento de los de por acá, caminábamos en medio de una oscuridad completa, rompiendo la nieve con nuestro calzado.
El senador, nuestro guía, es robusto como atleta y ligero como un venado; tomó del brazo al Sr. Iglesias, y eso fué correr: yo me resbalaba, me hundia, me tropezaba con mi propio aliento, y hubiera sucumbido sin el auxilio de Lorenzo, que casi me llevaba en peso.
Por aquí torcemos, por allá nos descrismamos; de repente nos detenemos porque un amigo se habia dejado un botin en un atascadero y porfiaba por encender un fósforo para buscarlo.
Así corrimos más de una milla, empapándonos, tropezando á cada paso, y oyendo, con la bílis derramada, la charla del senador, que estaba, con nuestras inquietudes, nuestras resbaladas y equilibrios, como una pascua.
Al fin tocamos en el Hotel del Sur, empujamos la puerta y nos deslumbró un salon magnífico, de sesenta varas de extension, con altísimas columnas, pavimento de mármol y una magnificencia superior á todo encarecimiento.
Miéntras Gomez del Palacio arreglaba lo correspondiente á nuestro hospedaje, yo me encargué de examinar el salon espléndido que funge como patio del hotel.
A mi derecha se veian las oficinas de recepcion de los equipajes, el despacho al pié de la amplísima escalera, correo, telégrafo y expendios de periódicos.
A la izquierda, gabinete de periódicos, expendios de tabacos y dilatadas sillerías, cerca de una gran chimenea.
Por todas partes se agolpaba la gente, hablando de negocios,[585] leyendo periódicos, y en perpétuo movimiento, á todos los departamentos del hotel.
Sobre la escalera soberbia de mármol, se arrancaba, sobre pilares colocados circularmente, la cúpula del edificio, alta y grandiosa, ceñida de trecho en trecho por anchos corredores que conducian á suntuosos salones, de los que cada uno era lugar de tertulia en que se tocaba, se cantaba y las hermosas hacian ostentacion de sus gracias. Las paredes eran espejos, el suelo alfombras, y en los aires, la claridad del gas no permitia el recuerdo del sol.
Despues de instalados varios compañeros, fuimos presentados á M. Ca-hill, redactor de un periódico en español, titulado: El Comercio del Valle, quien tiene noticias bastante exactas sobre el tráfico de México, y sostiene con calor y copia de datos, las ventajas de la estrechez de relaciones mercantiles.
Pequeño de cuerpo, de ojos vivos, de fácil palabra, aunque con dejo inglés, M. Ca-hill era un precioso cicerone.
Nos dijo que tocando San Luis en el golfo de México, nuestra República está llamada á estrechar sus vínculos con esta parte de la Union, fundando una ventajosa reciprocidad.
San Luis, decia M. Ca-hill, en rigorosa exactitud geográfica, está situado casi en el centro del gran valle de Mississippí, y participa de las ventajas de suelo tan fértil y de punto de comunicacion tan poderoso.
La ciudad está delineada con toda regularidad, y como vd. sabe, contiene medio millon de habitantes. Por lo general, las calles, partiendo de la orilla del rio, corren al Occidente. Los edificios más notables son de fierro, piedra y ladrillo.
—Es lástima, dijo un compañero de M. Ca-hill que solo permanezcan vdes. aquí unas cuantas horas, en cuyo tiempo no pueden formarse idea de nuestra sociedad.
Esta sociedad, que tuvo nacimiento de la Luisiana, mejor dicho, que en calidad de cesion de ella, se hizo la concesion cuando todavía era Colonia Francesa, en 1762, á Liguest Laclede y á sus socios, conserva algunos tintes de su orígen. En el fondo de sus costumbres, hay algo del pulimento de la raza latina, se tiene en mucho la sociedad culta, las artes merecen atencion y encuentra analogías la raza de vdes., que no encontraria en el Norte.
El acrecimiento de la ciudad en poco más de cien años de fundada, ha sido estupendo. Vea vd. solo en poco más de cincuenta años:
En 1811 | tenia | 1,400 | habitantes. |
En 1850 | ” | 74,439 | ” |
En 1860 | ” | 160,773 | ” |
En 1870 | ” | 310,864 | ” |
En 1875 | ” | 490,000 | ” |
Los ramos principales de comercio, son: algodon, plomo de las minas del Missouri, heno, sal, lana, maderas de construccion, tabaco y especias y granos.
En 1874, la importacion del grano ascendió á 30.674,504 fanegas, y la exportacion á 24.417,411.
San Luis es la primera ciudad de la Union en la elaboracion de harina. En 1874 habia 24 molinos en actividad, los cuales producian 1.573,202 barriles.
No obstante desarrollo tan prodigioso en la agricultura, se calculan 40,850 hombres dedicados á las manufacturas,[587] y la riqueza que representan se valúa en 240.000,000 de pesos.
Miéntras disertaban muy sérios los señores formales en la sobremesa de la fonda, otros amigos, en un santiamen, habian contraido relaciones y las calentaban con sabrosos ponches en el restaurant frances, comunicado con el hotel.
Contaba uno lo familiar que es aquí á los americanos el idioma de Racine, y apoyaba su aserto en varias anécdotas.
En una botica, por cierto muy próxima, cuyo propietario es cubano, charlaba un compatriota de la brusquedad de los yankees y de la antipatía de las razas.
Un yankee se presentó pidiendo una bebida: el imprudente cubano seguia su charla, y por vía de paréntesis, dijo al boticario; “Oh! si estos son unos béstias.... póngale vd. á ese unas gotitas de estrignina en ese brebaje, á ver si revienta.” Eso lo decia en broma, por supuesto.
El yankee no se dió por entendido de la conversacion.
Confeccionáronle su bebida, tomóla el yankee, pagó, y al salir, con mucha amabilidad dijo al cubano en correcto español:
—Dígame vd., caballero: ¿cuál es la causa de que desee vd. que yo reviente?
El cubano quedó estático, respondiendo confuso y aturdido:
—Yo he dicho al señor “revente,” es decir, que vuelva á venir conmigo, para que demos un paseo....
El yankee se retiró riendo á carcajadas.
La conversacion continuó animada, hasta que nos retiramos á nuestros cuartos, deseosos de aprovechar el siguiente dia para dar un paseo por San Luis.
Yo dormí mal, porqué me tocó un alojamiento en el quinto cielo, y la preocupacion de los incendios se apodera de tal modo de la imaginacion, que constituye un verdadero tormento: presentir convertido el local que nos abriga en inmensa hoguera; verse rodeado de abismos; escuchar el desplome de los techos; oir los alaridos de las víctimas.... todo eso me espantaba, considerándome como condenado á muerte.
Un francecillo muy simpático, llamado Arture, que me habia conocido en México, estaba en mi cuarto á las auroras de Dios, invitándome á pasear.
Arture es el hombre de sociedad por excelencia; sabe un poco de todo y se amolda á todas las situaciones y á todos los caractéres; tira la pistola, canta, diserta sobre ciencias y artes con buen sentido, conoce á las notabilidades de Europa y América; galante con las damas, audaz con aventureros, marinos y soldados, circunspecto con hombres de respeto, y alegre, servicial y campechano con todo el mundo. Era otro Mr. Gland en tafilete frances.
—Ha venido vd. al mejor hotel, me decia, y esto que en la ciudad los hay magníficos.
Lindell-Hotel, sin ir más léjos, compite con este; tiene seis pisos, es de piedra arenisco, costó 800,000 pesos. Está aquí cerca, en la avenida de Washington.
Plander’s-Hotel, Hotel-Barnim-Lacled, y hasta el Gran-Central, que cuesta un peso diario, son establecimientos que no desdeñarian las mejores capitales de Europa.
—Plan americano por supuesto, observé yo aludiendo á las comidas.
—Hay de todo: ya ha visto vd. anoche una excelente fonda francesa.
—Excelente, Arture: yo sentí no cenar, porque todo me pareció muy bien.
—Por ese estilo es la fonda Sincler y C.ª, de Olive-Street, Garner, Cafferitta, Garmi-Restaurant, Nicholas-Cantine, y otras muchas, la mayor parte al estilo frances.
Miéntras hablaba Arture, yo me vestia á toda prisa y hablaba á Lancaster, que estaba en un cuarto contiguo, para que hiciese lo mismo.
Alfonso, como lo tenia de costumbre, en cuanto llegó, y en el propio hotel, se habia provisto de guías, de mapas y de lo necesario para sus sesudos estudios, dedicándose á ellos en las noches y al levantarse.
—Vamos A***, aprovechemos la bondad de nuestro cicerone: quiere que primero recorramos algunas calles, visitemos algunos edificios, y desea que concurramos en la tarde á un concierto que dan unas señoritas, para el fomento de una Biblioteca.
—¿De qué te ocupabas tú? dije á Alfonso.
—Me ocupaba, me dijo, del estudio de este comercio en sus relaciones con el nuestro. Estos Estados brindan mil facilidades, así como Orleans, por muchos motivos que explaya perfectamente el periódico en español que nos facilitaron anoche.
—Pero en estas relaciones mercantiles, en su modo espontáneo, y con total independencia de los gobiernos, es en donde yo creo ver, dije, el quid de nuestras difíciles cuestiones de los Estados-Unidos, y á ello dirijo yo mi mira: el acrecimiento prodigioso de la Union Americana presenta estos sorprendentes resultados. La creciente preponderancia del Oeste que es entidad autonómica, tan independiente[590] del Norte como del Sur, formando espontáneos vínculos, convierte en privativos sus intereses y debilita la influencia del gobierno central.
Este acrecimiento tendrá por fuerza su representacion en el congreso, y al punto que esa representacion se aumente, la lucha tiene de iniciarse y poner en peligro las conveniencias del Norte.
La adquisicion de tierra, el fomento de las ideas de conquista, la intervencion por la fuerza, en mi juicio no las intentará el Norte; pero no puede ser indiferente á la marcha de México ni á sus tendencias á la libertad mercantil; así, no le queda más recurso que influir en sus negocios, sea por medio de tratados, sea considerando á México como colonia ó brindándole con un protectorado; pero esto mismo ofrece graves dificultades. El ideal de la gente ambiciosa del Norte, es hacer de México la India de los Estados-Unidos.
—Señores.... el tiempo vuela, dijo nuestro cicerone. Veamos aunque sea algunas calles y volvamos por los compañeros. Si pudieran vdes. detenerse siquiera un dia, tendria el gusto de presentarlos al Club Germania ó al de la Universidad, centros en que se reune lo más selecto de la sociedad de San Luis.
Para que vdes. se formen muy somera idea del movimiento de San Luis, iriamos á los depósitos de los ferrocarriles: el de San Luis y Kansas; el del Atlántico, Pacífico, Kansas, Tejas y el Gran Depósito de la Union, en que parece que el mundo entero se da cita para activar el tráfico.
Por lo demás, las ciudades de los Estados-Unidos se parecen como gotas de agua: dilatadas arboledas, anchas plazas, generalidad de edificios hechos como con panes de jabon,[591] techos de caballete, largas chimeneas, coches, carretones, carros y carritos por todas partes.
Vacilábamos sobre el rumbo que tomariamos á la puerta del hotel, cuando burla, burlando, no obstante el pésimo dia, salian nuestros compañeros á ver la Lonja del Comercio, y nos antellevaron, como se dice por nuestra tierra.
Yo me dejé conducir por M. G. A. Hayward, cumplido caballero á quien merecí especiales atenciones, y quien me encantó por la mezcla de sabiduría y buen humor de su conversacion: á mí los sabios adustos.... me cargan, no los puedo tolerar.
Fuimos á la Lonja de Comercio, que es un edificio como una catedral: soberbio pórtico con robustas columnas, amplios corredores con ventanas rasgadas y lujosos departamentos, y en el templo, un salon como una iglesia, de forma elíptica, lo ménos de ochenta varas de extension.
El centro del salon está despejado para el tráfico, y hay gente que va y viene como en una gran plaza.
En una de las cabeceras y en los costados, hay extensas mesas que corresponden á los diferentes bancos; al pié del salon se ven como aparadores con toda clase de semillas y artículos de comercio, como un depósito inmenso de muestras, al cuidado de corredores y agentes mercantiles.
La techumbre es una alta y extensa cúpula con una cornisa saliente en su arranque, que le forma cintura, y la guarnece una amplia balconería, desde donde asiste el público á aquel espectáculo lleno de ruido, de movimiento febril y de cierta alegría, de que no es fácil dar idea.
No es fácil describir, en efecto, aquellas caras rubicundas, con sus dentaduras blancas y su piel restirada; aquellas inmensas[592] botas de suelas de á dos dedos de grueso; aquellos hombres intrusos, de camisetas encarnadas, y aquellos flacos escurridizos que parece que llevan una locomotora en cada corva.
Este gentío, que es inmenso, se agrupa en el centro del salon, corre, alterca, disputa, improvisa remates, transa, y sale y entra, como si se tratase de apagar un incendio.
Adviértase que este tragin se verificaba estando las calles inandables de lodo y de nieve, entrando algunos empapados con la lluvia, con sus pantalones remangados hasta la mitad de las botas, ó hundidos en la parte superior de ellas.
A medio dia el salon se despeja, se establece silencio profundo y se hacen las operaciones de Clearing-House, ó sea casa de liquidaciones, ó como si dijéramos, traduciendo la palabrita en lépero, (aclarar paradas).
Como se sabe, cada banco emite sus billetes que fungen como dinero: de esos papelitos hemos visto en México y sabemos cómo se manejan.
Pues bien, con los tales papelitos, éstos y aquellos han hecho sus compras. A tal hora, cada banquero recoge sus billetes y da en cambio los de los otros bancos, quedando cada quien con lo suyo. Así se hacen cambios y negocios por millones, sin necesidad de que ande el dinero de aquí para allá, y en un abrir y cerrar de ojos. Toma tus billetes, dáme los mios, y tan amigos como siempre....
El crédito, el crédito es una gran cosa; pero no estamos para sermones.
Nosotros habiamos asistido al espectáculo descrito al principio, desde la balconería superior.
Salimos de allí y nos condujeron á la parte superior del[593] edificio, desde donde se distinguia la opulentísima ciudad, las llanuras que la circundan cuajadas de vistosas sementeras, y ese mar subordinado y grandioso que tiene por nombre “El Padre de las Aguas,” y que lleva en su seno ciudades de embarcaciones, que hacen marchar sobre la corriente, sementeras, ganados, bosques y montañas.
M. Hayward me decia, satisfecho de mi sincera admiracion:
—Oh! es un dolor que vd. no vea el puente para que vd. se forme idea de ese puente: le referiré, poco más ó menos, lo que dice de él un ilustre viajero frances (Simonin), á quien tal vez habrá vd. leido.
El largo del rio, dice, en aquel punto es de quinientos metros, el lecho es profundísimo, la corriente cambiante, y movibles los bancos de arena de las orillas.
Fué necesario para establecer el cimiento del puente descender hasta la roca sólida que está situada á treinta metros bajo el nivel medio de las aguas. Cuando se proyectó al principio este trabajo, se juzgó imposible.
Se llegó á la roca por medio de cestos y cajones en que descendian los obreros, proveyéndoseles de aire desde sobre las aguas. Así se quitaron por medio de bombas de vapor las arenas y se evitaron las infiltraciones que pasaban, á pesar de la presion de muchas atmósferas mantenidas en el aparato.
De esta manera se empezaron á construir los cimientos, venciendo, con esfuerzo hercúleo, obstáculos inmensos.
Despues se elevaron los pilares, ó mejor dicho, las torres en que descansa el puente. Estos pilares, en número de cuatro, son de granito y parecen construidos para la eternidad: dos á los extremos y dos en el centro del rio.
Los arcos que se apoyan sobre estas torres están formados[594] de enormes tubos de acero, abiertos en el interior, y empalmados de dos en dos. Los dos arcos exteriores tienen de luz 150 metros, el del medio 158, tanto y medio de la distancia del Sena á Paris.
La altura del arco principal, sobre el nivel de las aguas, y midiendo desde la clave, es de cerca de cuarenta varas, de tal manera, que los más grandes buques de vapor pueden pasar por debajo, inclinando sus chimeneas, lo que ejecutan fácilmente por medio de una palanca.
Así correspondió esta obra grandiosa á la obligacion que se impuso á los ingenieros de que no estorbasen la navegacion del rio.
El puente tiene dos corredores ó tránsitos, uno superior para la gente, los caballos y los coches, y uno inferior para el tránsito de los trenes de los ferrocarriles. Estos entran en la ciudad por un túnel abierto donde termina el puente. Catorce líneas férreas tocan en el puente monumental. El corredor ó tránsito superior tiene bastante espacio para que se haya formado en él un paseo público.
En el pilar central del puente se fabricó una plataforma, en que se reune por las noches la música militar.
Desde aquel sitio se disfruta la vista de un panorama magnífico: el rio cuajado de embarcaciones, las fértiles llanuras del Illinois á corta distancia, y en el fondo, hasta el horizonte, se percibe, se ve, un bordado de alegres sementeras, cortado de Norte á Sur por una ancha faja de plata, con ligeras sinuosidades, que parece una mansa corriente, y que conduce á la mar, como dice Simonin, una de las más grandes masas líquidas que corren sobre el globo.
Descendimos de la Lonja y nos dirigimos á la oficina de[595] apagar incendios. Allí nos recibió un caballero chaparro, de una fisonomía alegre como una sonaja, de dentadura blanquísima y de unas mejillas escarlatas que reventaban de gordura.
Reia de todo, nos apretaba las manos hasta hacernos desesperar, iba, venia, y se manifestaba, no con intimidad, sino casi con parentesco, con sus caballos.
La oficina tiene el mismo ó mayor esplendor que en San Francisco, con la diferencia de que cada caballo es un prodigio de hermosura, y que haria una buena compra quien consiguiese cada uno en mil quinientos pesos.
El cicerone escarlata de que acabo de hacer mencion, afable, obsequioso, semibrusco, pero atento y franco, es un personaje popularísimo en la ciudad entera, por su nobleza y generosidad.
No solo enseñó á mis compañeros todas las oficinas, sino que ofreció hacer, como lo hizo en la tarde, un simulacro de apagar un incendio en nuestro propio hotel, para que viésemos funcionar las máquinas.
El escarlata y yo fuimos los hombres más amigos del mundo, y apuramos sendos vasos de cerveza en el breve espacio de nuestro conocimiento.
Miéntras descansaba el Sr. Iglesias y recibia personas de las más notables de la ciudad que le presentaba el senador y el distinguido periodista que ya conocemos, yo, sacudiendo la albarda de la etiqueta, me lancé á recorrer la animadísima ciudad.
Como era mi costumbre, entré en dos ó tres tabaquerias, cierto como estaba de encontrar en alguna de ellas gente de la tierra de María Santísima.
En una de ellas, que tenia por muestra la estatua grotesca de un marino patilludo, de piernas abiertas, puro en boca; volteado cuello y sombrerillo con sendos listones, percibí un conjunto que me atrajo, porque trascendia á tierra de cristianos, como manojito de flores.
Un viejecillo de sombrero alto á la Pipelet, chupiturco de lienzo rayado y con más arrugas el pantalon tirando á blanco, que carrillos de vieja histérica, estaba repantigado en una butaca, con un párvulo panzudo en camison entre las rodillas; un gato y un perro dormitaban á distancia, desmintiendo aquello de “Como perros y gatos.”
Las paredes del estanquillo están tapizadas de anuncios: en el aparador del mostrador hay sus chácharas: bolsitas para tabaco, pipas, fósforos, tijeras para cortar las cabezas de los puros, mecheros, bolsas de budruz y atadillos de papel, para improvisaciones de cigarros.
La dama que despachaba en el interior del mostrador es nariguda, rígida, biliosa, con el peineton ladeado, un tápalo como colcha cruzado al pecho, y un purillo entre los labios, que la enseria y masculiniza lo que no es decible.
Entré al estanquillo de La Perla de las Antillas pidiendo cigarros de Cabañas, y soltando cien palabras más, para dar á conocer que era de casa, y al punto, de debajo del mostrador y tras de las vidrieras, asomaron caritas de ángeles de ojazos negros, boquitas de flor de granado y aquella endenidá de la raza española que me agarabata materialmente.
—¡Hola! hola! dijo la señora saliendo del mostrador y fijándose en mí.... Isabela!.... Paquita!.... Tula! (gritando) vengan vdes. acá. ¿Cuál es su gracia de vd.?
—Guillermo Prieto, servidor de vd.
—Oh! si no lo podrá decir.... ¿lo ven? el mismo empaque, la propia manera de reir.
—Veanle vdes..... (á sus hijas).
—Vamos, despáchate.... dale un abrazo.
—Denos vd. un abrazo.
Yo tenia cara de simple; pero tratándose de bonitas, en abrazar no hay engaño.... abracé á las muchachas, á la vieja, al viejo.... y me disponia á seguir con todo el mundo.
—No, vd. por fuerza es pariente muy cercano de D. Felipe de la Cueva: si tiene vd. toda su cara.... veanle vdes. ahora que se ríe.... y aquello fué agasajarme y llevarme al interior de la habitacion, en medio del regocijo mayor.... excepto Tulita, á quien se anublaban los ojos y soltaba cada suspiro que me erizaba el cabello.
Don Felipe de la Cueva, que debe ser buen chico y á quien en su casa conocen, habia hecho mil favores á aquella excelente familia y era el prometido de Tulita. Yo me encontré con los honores de la fotografía, y no me pesaba.... procuraba adivinar hasta dónde llegaban las confianzas del venturoso D. Felipe con Tulita, para perfeccionar mi asimilacion....
—Tula.... ¿ven vdes.? decia, y su propio buen humor; ahí se sentaba, yo aquí....
—Debe haber sido más cerca de mi silla.
En cinco minutos fuí dueño de la casa.
Regalé al viejo D. Pablito un lapicero, á las muchachas unos anillos y mis mancuernas á Tulita, que me hacia probar los placeres de la semejanza.... Yo, que en mi país me parezco á todos los decidores, á todos los padres de hijos[598] de contrabando y á todos los políticos derrotados, gozaba de deliciosas sorpresas....
En la casa almorcé y pasé parte de la tarde oyendo tocar la guitarra.
De todo me hablaban, todo me consultaban; yo encarecí á Doña Salomé las inmensas ventajas de que se estableciese en México: allí, le decia, nos desayunamos con cajetas de la Habana; por poco que una gente se respete, fuma puro habano; el cigarro habano es de toda gente bien educada, y desde el salon al templo, una danza habanera disipa los pesares y refresca y anima los más adoloridos corazones....
Don Pablito me habló de negocios; echó pestes contra los yankees, y cuando vino su hijo Leopoldo del colegio, porfió porque me enseñase la traduccion que estaba haciendo del inglés, porque es un muchacho como el demonio y con un talentazo más lindo que Jesus del Monte.
Leopoldo ya tenia sus toques de yankee; su saco holgado, su sombrero de fieltro y su zapato bajo con hebilla de acero.
Las muchachas estaban acurrucadas, por mi dicha, al rededor del retrato de D. Felipe....
—Vea vd. mi traduccion, me dijo, es un simple Book notes sobre Missouri.
—Lee tú, Leopoldo, para que el señor se haga el cargo de tu sindéresis.
Y leyó Leopoldo:
“El Missouri, desde los tiempos que pueden distinguirse á la luz de la historia, era del dominio de los hombres de Piel Roja, que vivian en aduares y formaban bandas ó tribus errantes sobre el territorio que hoy forma el Estado de[599] aquel nombre. Vivian los pieles rojas de la caza y la pesca. Tenian perros, pero no otros animales domésticos; hablaban diferentes idiomas incultos, y á veces se hacian cruda guerra los unos á los otros.
Tal era la condicion de aquellos hombres, cuando el 7 de Julio de 1683, una pequeña banda de europeos y canadienses, procedentes de Quebec y conducida por el fraile Marquete y el comerciante Zohet, llegó con todos á las orillas del Mississippí.
Está comprobado que los pieles rojas no hostilizaron á los extranjeros y que los dejaron internarse rio abajo hasta la reunion con el Arkansas, y volver de allí á remontar el rio para ocupar su punto de partida á publicar ante el mundo la admirable descripcion del rio más grande é imponente conocido hasta entónces, ya por el caudal de sus aguas, la extension de su curso, su magnificencia, la majestad de sus tributarios y la riqueza de sus márgenes.
En 1688, Lasalle navegó por el Mississippí hasta la desembocadura, sin hallar obstáculo alguno ni resistencia de parte de los indios, y desde entónces hasta hoy, los aborígenas del Missouri han mostrado gran confianza en toda clase de extranjeros.
Por la causa enunciada, esta region ha sido siempre de paz, donde no se han sentado jamás las discordias y las guerras, que en otras comarcas de los Estados-Unidos han sembrado por todas partes la ruina y la desolacion.
El Missouri ha sido siempre una tierra de asilo. En 1755 fundaron á Santa Genoveva los franceses, atraidos allí por las minas de plomo encontradas en sus inmediaciones. Este fué el primer establecimiento fundado por europeos en el[600] Estado. No hay memoria de que los fundadores compraran tierra alguna á los habitantes primitivos, ni que éstos los viesen como enemigos; aunque es cosa sabida que los indios del Illinois eran reconocidos como los dueños de aquellas tierras por los pieles rojas. Pero en aquellos dias, ni se conocia el nombre de indios, ni se les habian dado leyes algunas para protegerlos, de manera que se les invadian sus tierras impunemente y se les despojaba de ellas para todos los que las codiciaban.
La paz de Paris fijó, en 1763, el Mississippí como límite de las posesiones de Francia é Inglaterra. Esto cambió el tráfico y relaciones de los indios con los franceses, continuando aquellos su comercio en las poblaciones de Cahokia y Kaskaskia, hasta que Pedro Laclede trasladó sus almacenes del fuerte Chartres hasta el sitio donde hoy está la ciudad de San Luis.
El 15 de Febrero de 1764, un lugar-teniente, el coronel Chouteau, comenzó á trabajar en el lago, cerca del rio, al Sur de donde hoy está la casa del cambio, y ha sido el único mercado en forma que tuvo la ciudad durante sesenta años.
Laclede construyó edificios pasajeros para abrigar á sus trabajadores y herramientas, con las abundantes maderas que habia en las márgenes del rio y de que estaba cubierta aquella orilla, bastando para esas construcciones y para el fuego de los vivaques de los nuevos pobladores, durante la rigurosa estacion del invierno. En Marzo volvió allí Pedro Laclede, llevando consigo el plan del nuevo pueblo, que debió llamarse San Luis, en honor de Luis XV, rey de Francia.
Lisquet manifestó en la fundacion de la ciudad un gran respeto por la religion y las cosas sagradas. Al lado de la calle del Mercado destinó un lote de más de cien yardas por lado cuadrado, para una iglesia católica y un cementerio que sirviera para su objeto, durante el cual fueron sepultados allí cuantos acompañaron á Pedro Laclede Lisquet.
Todos estos restos se conservan en la Catedral y en la Casa del Obispo, que ocupa la mayor parte de la calle del Nogal.
Lisquet era un hombre activo y perspicaz; se dedicó á varias empresas, instalado en la que hoy es calle de Main, frente al mercado. Donde hoy se encuentra el Hotel Barnim y otros magníficos, estaba la casa habitacion de Lisquet y sus almacenes.”
Miéntras el jóven estudiante nos leia entusiasmado su traduccion, las chicas, primero tímidas, despues ménos consideradas, cuchicheaban y me llamaban la atencion, haciéndome la jóven llorosa, confidente de las penas por la ausencia de mi parecido, á quien en otra edad hubiera querido semejarme en todo y por todo.
La bulla era tal, que al lector apénas se escuchaba, quedándole por todo auditorio su amante padre.
Mis amigos fueron á buscarme: unos estaban citados para ver fungir las bombas en el simulacro de un incendio figurado en el hotel Southern, y otros debiamos ir al concierto musical cuyos productos deberian ser para una biblioteca particular.
Despedíme de la tabaquería, no sin dar las gracias por la generosa acogida á que habia dado lugar mi semejanza con D. Felipe de la Cueva.
Mis compañeros se dispusieron á ver el gran simulacro del incendio, yo me dirigí al concierto.
Allí ví, como entre nosotros, y no sé con cuántas exageraciones más, aquellos socios ceremoniosos y encendidos por el afan de figurar, que apartan curiosos, conceden gracias, suben de brinquito las escaleras y llevan triunfales de su brazo á las notabilidades artísticas.
No faltaban sus donas acatarradas, siempre envidiosas y poniendo peros á sus compañeras, que lo hacen divinamente; no escaseaban esos figurines que ven con el lente, tararean distraidos, y desde la altura de una cromática, apénas nos distinguen á los míseros mortales.
Como tengo indicado, á mí me llevó al concierto una persona amabilísima que tenia un amigo, mi acompañante, conocedor de todos los artistas, confidente de todas las poridades de los teatros, dilletanti encarnizado, que sabe todos los motivos, impone silencio en las reuniones, lleva pastillas de pino marítimo para obsequiar á los virtuosi, y para quien los asuntos de bastidores son como el primero de todos los deberes y la más séria de todas las ocupaciones.
Algunas frases de buena educacion le hicieron creer, yo no sé con qué motivo, que yo era (¡bárbaro!) un amateur de primera fuerza.
Aquel era un concierto de mucha importancia.
El elegante teatrito, los pianos, todo me trasportó al Conservatorio Mexicano.
La tarde era lluviosa: el salon estaba amorosamente calentado por bien repartidos tubos.... la música era clásica hasta en sus últimas notas; imperaban Mozart, Hayden, Bethoven; todo era recogimiento y atencion.
Yo comencé á sentir pesada la cabeza, tiesos los párpados, á sufrir un muelleo desconocido en mis quijadas; cuando quise evitarlo, habia topado con mi frente á una respetable señora que estaba delante de mí; quise reponerme, con esa afectada gravedad de los dormilones, pero á poco me sentí sacudido con cierta brusquedad por un caballero de cuyo hombro habia hecho mi reclinatorio.
Entre tanto, los sacerdotes de la armonía estaban en el éxtasis.... mi compañero vino á decirme al oido que roncaba yo de un modo estúpido, de llamar la atencion, de hacer el descrédito de México.... mi amigo queria devorarme, y me sacó de aquel lugar, sonrojado y queriéndome pedir una satisfaccion.
Cuando volvimos al hotel, nuestros compañeros nos describieron el simulacro del incendio, altamente complacidos de la precision y celeridad de las maniobras, de la inteligencia de los caballos y de la bondad y riqueza de máquinas, escalas y útiles de todas clases para la extincion de los incendios.
Gomez del Palacio, á quien muchas bondades merecí, siempre habia recogido para mí algunos datos sobre el comercio de Missouri, que yo me entretuve en ordenar, miéntras llegaba la hora de la marcha, no obstante el tragin y el aire de fiesta que reinaba en el hotel.
¿Quién me habia de decir que á los diez dias habia de quedar convertido aquel alcázar del descanso y del lujo, en un monton de cenizas, despues de los horrores del incendio?...................
Pero no anticipemos los sucesos........
Las apuntaciones anteriores las hice en verdadera tortura,[604] porque han de estar vdes. que un amigo de San Luis me proporcionó un chiquitin, como un monito, para que me acompañase. Este diminuto cicerone á quien llamaban Petit-Courrier era un rehilete, y para mí, un verdadero tabardillo: no me dejaba quieto un instante, á cada movimiento me decia: “¿se ofrece algo?” Veia yo para una tabaquería, él me decia al momento: “¿qué usa vd.? ¿trabucos?”—Hombre, si soy un pollo.—¿Damas?—No me ve vd. viejo?—¿Coraceros?—Esos los usan conmigo cuando me ponen preso. Volteaba como examinando una cantina:—Tomamos lague? ¿coptail? ¿unos amargos? ¿menta? Y aquel demonio no me dejaba un instante, haciendo diez mil caravanas en un ladrillo.
—Hermosa mujer! clamaba yo.... ¿Eh? je!.... repetia el chiquitin.... ese es el lado flaco de todos.... iremos á una visita.... se habla español.... buen Champaña; hay una andaluza que canta el torito de la castainuela....—¡Hombre, si estamos con el pié en el estribo! yo quisiera.... un libro cualquiera......
—¡Oh, la bella literatura! para eso, la francesa, centro del mundo.... ¿Vd. conoce algo de Feuillet? ¿de Droz?.... Oh, quell filosofie!.... Y con semejante chicharra pegada á la oreja, he escrito esos números, que parece que cada uno de ellos me picaba los dedos con un alfiler.
Las diez de la noche fué la hora designada para nuestra marcha á Orleans.
Soplaba un viento cortante y destemplado; á la estacion marchábamos hundiéndonos en el lodo y rompiendo fragmentos de hielo: un policía, alto como torre, fornido como un Sanson, y del que cada bota podria servir de funda á[605] un pilar de Catedral, arrojaba al vuelo tercios y baúles al carro de los equipajes; nosotros nos acomodamos lo mejor que pudimos en el wagon, y partió el tren.
En los momentos en que partiamos para Orleans, estaba la cuestion política en su mayor efervescencia; demócratas y republicanos se tiraban con las gamarras á la cara, y no fijaba uno los ojos por parte alguna, por donde no viera saltar un politicastro vivaz y escurridizo como una rata.
Los programas que circulaban, corrian parejas con sus avisos para curar toda clase de enfermedades, con la sola diferencia que la competencia era en cinismo en cuanto á abalanzarse rabiosos á los destinos públicos.
No puede ser de otra manera: los partidos beligerantes son como empresas mercantiles, con sus ramificaciones perfectas hasta las últimas aldeas; ahí está la intriga, la corrupcion; ahí se apuran hasta los últimos términos la influencia y el soborno; pero esto afecta poco el modo de ser social, que sigue el rumbo de los grandes intereses de aquella sociedad.
Hablando de tarifas de aduanas, decia la plat form (programa) de los demócratas:
“La tarifa actual empobrece multitud de industrias para subvencionar un pequeño número, prohibe la importacion que podria comprar el trabajo americano, ha degradado al comercio americano, ha detenido la venta de los productos del trabajo entorpeciendo los cambios; una industria que ocupa la mitad de la poblacion y cuesta al pueblo cinco veces más de lo que produce el Tesoro, impide los progresos de la produccion y es nociva al trabajo. Queremos que la aduana se reduzca á su purísimo carácter fiscal. Tal como[606] está la tarifa, solo sirve para alentar el contrabando, enriquecer empleados pícaros y precipitar en la bancarota á los negociantes honrados.”
No obstante las recriminaciones que se hacian al partido republicano, éste decia en su favor:
“Durante el último año fiscal que terminó en 30 de Julio de 1876, el excedente de los ingresos fué 29.249,000 pesos, que fueron aplicados á la reduccion de la deuda. En los diez últimos años, el reembolso ha sido 579.423,284 pesos de nuestra deuda. En 30 de Junio de 1866, la deuda nacional era de 2,640.348,000 pesos. En 1866, el ingreso producido por las contribuciones interiores era de 309.226,813 pesos. En 1876, se redujo en 200.000,000 para aliviar al pueblo.”
Veamos ahora la situacion del Sur pintada por un republicano:
“Cinco, diez ó veinte negros han sido muertos, y á veces tambien algun blanco segun se nos dice diariamente; pero cada anuncio de un hecho de este género, es seguido de la mentira de estampilla de que los negros han comenzado el ataque ó los blancos se han limitado á defenderse. Los negros, pobres ignorantes, casi desarmados ó sabiendo apénas servirse de sus armas, son representados como precipitándose sobre sus adversarios, bien armados, ejercitados é intrépidos, haciéndose matar con el único objeto de preparar un pequeño suplemento de capital político á sus amigos del Norte.
Los asesinatos cometidos de diez negros en Hamburgo, con las particularidades de una atrocidad extraordinaria, no son sino el prólogo de la campaña en favor de Tilden en aquel Estado.
Ese es el principio de la obra de intimidacion. Bajo un pretexto fútil y escandaloso, como trescientos hombres blancos invaden aquella pequeña aldea habitada por gente de color, y ejecutan allí sus asesinatos, lanzan á los bosques á las mujeres y á los niños, y saquean sus infelices habitaciones.”
—No se apure vd., decia yo al entusiasta mexicano que me hablaba de estos pormenores: si le cogemos la embocadura al sufragio, como estos caribes, armaremos cada zambra de perecernos de risa.... No se puede decir que estemos del todo atrasados...................................
—No, no es para dar idea, á galope, de la situacion de los partidos en los Estados-Unidos, y mucho ménos despues de la guerra. Cuando vd. profundice sus estudios, verá que en la vida privada, el americano es inteligente, racional y modesto; pero en cuanto se trata de la cosa pública, nada conoce vd. de más fátuo, de más pretensioso é intolerante.
Se elogia su sentido práctico, porque todo lo quiere reducir á la mecánica y al número; el derecho, la economía política, la diplomacia, todo se subordina á la conveniencia del momento, aunque esto les produzca terribles desengaños.
En la guerra pasada se ha perdido un millon de hombres, se han gastado catorce mil millones de pesos; pero la emision del papel aumentaba el negocio, y se decia que casi era un bien la guerra.
Pero las quiebras se sucedieron, huyeron los capitales espantados, y en el fondo de la reorganizacion, quedan vivos los gérmenes de lucha entre el Este y el Sur.
No puede ser de otra manera: la masa del pueblo trabaja y se entrega á sus negocios; cosa de trescientos mil politiqueros tienen á su cargo, ó mejor dicho, profesan como industria[608] la cosa pública: éstos están divididos en republicanos y demócratas, partidos irreconciliables, porque no caben en una propia especulacion: la lid se entabla; el partido vencido sigue explotando en corta escala á sus adeptos; el vencedor se apodera de los destinos públicos, y anda la anderga.
Vea vd. cómo pinta Molinari á los partidarios de Tilden, con motivo de la convencion de San Luis. Se habla del partido demócrata:
“Allí se encuentra, dice, el viejo propietario de esclavos, con el corazon henchido de amargos recuerdos, convencido de que la emancipacion era el robo, y de quien la única esperanza es la indemnizacion que puede arrancarse al gobierno.
“Allí se encuentra el viejo agitador separatista que precipitó á los Estados á la rebelion y redactó las actas de sesecion. Allí están los oficiales y soldados que hicieron flotar la bandera confederada sobre campos de batalla teñidos de sangre de sus compatriotas, y que se vanagloriaban de sus expediciones como títulos legítimos para los honores y los empleos. Allí están los nombres del congreso rebelde de Richmond, que debatieron á puerta cerrada la cuestion de la bandera negra....”
—No, decia mi amigo, la cuestion en muchos puntos está intacta ahora como ántes; es preciso armonizar por medio de la libertad intereses que aun están encontrados. Hoy puede decirse á Hayes como se decia á Grant:
“Los productos que alimentan las manufacturas del Norte y sostienen las relaciones con el extranjero, se recolectan en el Sur; el Oeste cuenta con los mercados de la Luisiana, de la Florida y de la Carolina, para la salida de sus cereales,[609] en cambio de lo que recibe azúcar y tejidos. De esos intereses comerciales depende todavía la conservacion y tranquilidad de la Union.”
Durante la travesía en que me ocupo, se hablaba de la série de batallas conocida en la última guerra con el nombre de la “Campaña del Mississippí,” y se repetian nombres que, aunque nos eran familiares, oiamos figurar con cierto carácter de novedad.
Lincoln, Farragust, Rosecrans, venian á nuestro encuentro como viejos conocidos.
Yo aproveché aquella ocasion para hacer algunas apuntaciones acerca de esos personajes, que tambien cobraron nuestro conocimiento en los dias de la intervencion francesa.
Hé aquí algunas de mis apuntaciones:
“Lincoln nació en 12 de Febrero de 1809, de unos padres tan oscuros, que Tomás Lincoln, que le dió el sér, apénas sabia firmar.
A los siete años, y ya frecuentando la escuela Abraham, el padre abandonó el Kentuky y se trasladó al condado de Spencer, en Indiana, donde se dedicó al cultivo de la tierra, de suerte que hasta los veintidos ó veintitres años, no dejó la azada de la mano.
Hasta 1830, Lincoln no era otra cosa que un buen peon de campo.
Honradísimo, robusto, constante en el trabajo Abraham Lincoln, la única aventura que interrumpió la tranquilidad de su vida, fué un encuentro con siete negros que quisieron asaltarlo en compañía de un amigo suyo, yendo á Orleans, y en que el intrépido labriego del Kentuky salió victorioso.
En 1830, emigró de nuevo Abraham con su padre al Illinois, dirigiendo él mismo las carretas que conducian á su familia.
En la nueva residencia, se distinguió Lincoln como leñador, manejando el hacha con más destreza que la hoz y el azadon.
En 1831, un tal Denton Offat, que traficaba con Nueva-Orleans, le propuso una expedicion, unido á dos de sus amigos; para ello fué preciso construir una barca: dedicáronse al trabajo Lincoln y sus amigos con la remuneracion de doce pesos diarios, y se efectuó la expedicion.
Al volver Lincoln de su viaje, se encontró con que su padre se habia mudado al condado de Coles, á la orilla del rio Sangamon.
En aquel lugar quiso continuar Abraham su educacion: comenzó por procurarse una gramática inglesa, y no habiéndola, hizo un viaje de ocho millas para ir á copiar el libro requerido, que aprendió en un mes, con sorprendente tenacidad.
El presidente Jackson nombró por este tiempo á Lincoln administrador de correos de la Nueva Salem. Sin duda el nombramiento de Lincoln se debió á lo muy despoblado de aquellos lugares. Lincoln, sin embargo del cortísimo sueldo de administrador, recorria aquellos lugares, dando pábulo á la inclinacion que tenia á los debates políticos.
Ascendió Lincoln á escribiente de los almacenes de Offat, y de ahí nacieron sus relaciones con Douglas.
En 1834, fué elegido representante de la legislatura, y en 1836, fué reelecto.
En 1834, le aconsejó Juan D. Stuart que estudiase leyes;[611] le facilitó libros, otros amigos influyentes le favorecieron y se hizo al fin abogado.
Acreditado su bufete más de lo que él mismo esperaba, se trasladó á Sprierfield, se unió primero á Stuart y despues al juez Longan.
En la campaña de 1844, Lincoln fué de los más celosos é infatigables partidarios de los whigs, se opuso enérgicamente á la anexion de Tejas y compartió la derrota del famoso orador Enrique Clay, derrota que debia precipitar la guerra con México.
En 1846, se le eligió para tomar asiento en el congreso general, siendo el único whig que ganó la votacion.
Cuando se verificó la eleccion presidencial en 1848, Lincoln apoyó la candidatura de Taylor, pronunciando en su favor elocuentísimos discursos.
En 1849, se retiró Lincoln del congreso para dedicarse á su profesion, y reapareció en 1852 en la escena política, propalando la presidencia de Scott.
En la convencion nacional republicana de 1856, Lincoln obtuvo ciento dos votos para el cargo de vice-presidente, si bien no alcanzó entónces la victoria, y en 1858 se le proclamó como el primer campeon del partido.
En 1860, la convencion republicana formada en Chicago dió todos sus votos á Lincoln para la presidencia, y en 1861, el 13 de Febrero, fué proclamado presidente de los Estados-Unidos.
Estéban Douglas fué de los más ardientes partidarios de Lincoln. En uno de sus más notables discursos decia:
“Hace veinticinco años que conozco á Lincoln, nos tratamos los dos, siendo muy pobres ambos; yo era maestro de[612] escuela, él tenia una tiendecita cualquiera en Nueva Salem; era él más afortunado que yo, y tuve lugar de admirar su perseverancia, su honradez sin tacha, su inteligencia y sus buenos sentimientos.”
Morris, al mismo tiempo, emitia conceptos respecto de Lincoln, en que se le representaba como una medianía en el foro y en la tribuna. Decia Morris tambien:
“Cuando se comunicó á Lincoln que la convencion republicana de Chicago le habia elegido presidente de la Union, estaba jugando un partido de pelota con los muchachos, y no dejó el juego. Elegidle, anunciad despues que ha desembarcado algun enemigo en nuestras costas ó que algunos Estados se niegan á reconocer al gobierno general, y es muy probable que vaya á terminar alguna partida empezada, ántes de averiguar si el hecho es cierto.”
Estos eran los juicios sobre Lincoln en los momentos de su eleccion; el triunfo de Lincoln determinó la separacion de la Carolina, siguiendo su ejemplo Virginia, Georgia, Carolina del Norte, Luisiana, Alabama, Florida, Tennessee, Kentucky, Missouri, Tejas, Mississippí y Arkansas. Al advenimiento de Lincoln al poder, tronaba la guerra civil y estaba destrozada la Union.
Durante cuatro años, se sucedieron los combates: las masas de hombres que se chocaron ensangrentando el suelo americano, oscurecen todo lo conocido en los tiempos antiguos y modernos.
El tercer año de la guerra fué inaugurado por Lincoln con la proclama de emancipacion, fecha 1.º de Enero de 1863. En 1864, el Norte contaba con más de un millon de hombres á su servicio.
La Guerra, que hasta entónces le habia sido adversa, comenzó á sonreirle, y conquistando palmo á palmo un terreno que se podia calcular en extension como la mitad de la Europa, penetró al interior del Sur, y encerró, por decirlo así, en la fortificacion de Richmond, al general Lee, que ántes habia sido el terror de Pensylvania, miéntras los formidables monitores en el mar, se apoderaban, despues de sangrientas luchas, de todos los fuertes sublevados.
El Norte entero, como un solo hombre, secundaba las miras de Lincoln; abrió la mano con liberalidad inaudita para toda clase de recursos, contándose por millones diarios. Se escucharon rumores de paz, pero las primeras proposiciones fueron inadmisibles.
Lincoln se habia trasladado á Haptom para facilitar las negociaciones, y al fin, el 9 de Abril, las fuerzas del general Lee se rindieron al general Grant en Appomata Court House, despues de una honrosa capitulacion.
La guerra habia durado cuatro años, dia por dia.
Con el fin de celebrar tan fausto suceso, los habitantes de la capital se reunieron al frente de la Casa Blanca, y Lincoln les dirigió una arenga llena de moderacion y compostura, evitando toda alusion que pudiese herir susceptibilidades.
Tres dias despues, aunque era el aniversario del bombardeo del fuerte Sumter, se evitó todo recuerdo; pero en la noche asistió Lincoln al teatro con su familia.
Poco despues, dice uno de sus biógrafos, de terminado el tercer acto del drama que se representaba, y á eso de las nueve de la noche, la detonacion de una pistola hacia estremecer al público, y el presidente Lincoln, que se hallaba[614] apoyado en el antepecho del palco, caia herido mortalmente por la bala que le disparó el asesino John Wilkes Booth, jefe de una partida de conspiradores.
El presidente recibió la herida en la parte inferior de la cabeza, yendo la bala á sepultarse en el cerebro, y quedando el herido insensible hasta su muerte, que fué á las siete y veinte minutos del 18 de Abril.”
Al amanecer del siguiente dia, esto es, del 12 de Marzo, con un cielo espléndido como si se hubiera corrido una cortina, como si se presentase á nuestros ojos deslumbrados el cambio de una decoracion teatral, gozábamos las delicias de un clima templado, y como que nos sorprendia la vegetacion de nuestro país.
Corria el tren entre quiebras y cañadas á los dos lados del camino; dilatadísimos bosques ofrecian á los ojos sus sombras, sus hilos de agua pura cayendo de las rocas, y sus claros en que ya distinguiamos habitaciones risueñas rodeadas de ganados, ya chozas medio destruidas con los rastros del incendio, la tablazon floja y como flotante, y cenizas y desolacion por todas partes.
A veces de entre esas chozas arruinadas salian, colocadas en fila para ver pasar el tren, familias de negros; los niños casi desnudos; las mujeres como arpías, con el seno desnudo y los lanudos montones de cabellos en desórden, y negros con sorbetes desgobernados y rotos, restos de harapos de paño y unas botas incomprensibles, indescribibles, que eran el cataclismo del calzado sobre el pié desnudo.
No es posible describir el efecto que me producian aquellos lugares, algunos de ellos semejantes á nuestras Huastecas. ¡Cómo revivian en mi mente mis impresiones de niño,[615] cuando leyendo á Chateaubriand, me encantaba con aquellos cuadros en donde parece que vibra su voz y se desliza su poderoso espíritu!
Atravesando esos pintorescos rios nos detuvimos algunas horas en Mobila.
Mobila, como dice Molinari, es el gran puerto de embarque del algodon del Alabama y de una parte de la Georgia. En ninguna parte se han hecho más sensibles los estragos que agobiaron á aquella rica y fecunda region del Sur.
Las más hermosas habitaciones se destruyeron ó vendieron á vil precio.
Mobila exportaba ántes de la guerra 900,000 balas de algodon por año: la exportacion, hoy, ha disminuido en más de una mitad.
Al ver las calles de Mobila, involuntariamente se exclama:
“¿Por qué se ha convertido en desierto la ciudad llena de gente?”
Mis compañeros se quedaron descansando en uno de los hoteles; yo me salí á la ventura á recorrer aquella ciudad, que hace esfuerzos titánicos por reconquistar su antiguo esplendor.
En un bar-room, de la manera más inesperada, me hallé un mexicano jóven, aventajadísimo estudiante de medicina, que, como por adivinacion, se dirigió á mí, me tendió la mano del modo más oportuno, y á las cuatro palabras éramos amigos.
El jóven Z*** es natural del Saltillo; su vestir es elegante y su educacion me pareció sobresaliente.
Hacia alarde del habla, de las maneras y de las costumbres de la gente bien educada de la frontera. Apénas hablamos,[616] cuando le invité á que diéramos una vuelta, porque solo cinco horas teniamos disponibles.
Tomó á pechos el chico su mision, y echamos á andar.
A nuestro regreso al hotel, me ayudó á compaginar las siguientes apuntaciones.
Mobila está situado en la parte occidental del rio de su nombre, casi á la entrada de la bahía y á treinta millas del Golfo de México.
La ciudad está como guarecida entre frondosos árboles, como si temiera el arenal que la rodea, y la limitan colinas de poca elevacion.
Tiene grande regularidad la ciudad, por supuesto forjada con el molde americano; el piso es excelente y llaman sobre todo la atencion en el centro las sombrías arboledas y el profuso follaje de los robles, entre cuyas ramas medio aparecen, medio se ocultan los edificios, dando aspecto muy agradable al conjunto.
Dominan la reducida, pero risueña bahía, el fuerte Morgan, antiguamente Bowyer, Mobila, Point y el fuerte Gaine: en la extremidad de la isla del Delfin, descuella sobre todas esas eminencias un faro cuya linterna está elevada á cincuenta y cinco piés sobre el nivel del mar.
En la direccion de la bahía se distinguen restos de las baterías construidas durante la guerra, que destruyeron los vencedores.
Gran número de buques de vela navegan entre Mobila y Nueva-Orleans, y cruzan en el interior el Alabama, el Tombigbe y otros rios, lo que da á la bahía y á las orillas de los rios grande animacion.
Mobila fué el sitio original de la colonizacion francesa, y[617] los que conocen las costumbres de sus habitantes, hacen grandes elogios de su cultura, costumbres y maneras simpáticas con nuestra raza. La fundacion, en el comun sentir, se verificó en 1703.
En 1723, la residencia del gobierno colonial se trasportó á Nueva-Orleans. En 1763, Mobila, con toda la parte de la Luisiana, al Este del Mississippí y al Norte de Bayon, Iberville y los lagos Maurepas y Pontchartrain, pasaron á la posesion de la Gran Bretaña. En 1780, la Inglaterra devolvió á España este territorio, y aquel gobierno, en 1813, entregó la ciudad, que no contenia ni mil personas, á los Estados-Unidos, por el tratado de 1819.
Mobila en la última guerra, se hizo notable por su poderosa resistencia al Norte, tanto que no se rindió sino tres dias despues de la rendicion de Lee (12 de Abril de 1865).
Cuando en 1864, las tropas del general Farragust destrozaron los fuertes y cerraron el puerto, no lograron apoderarse de la ciudad.
Además del comercio del algodon, de cuya extension hemos dado idea, tiene importancia la manufactura de muebles, carruajes, papel, fundiciones, maquinaria, etc.
La calle del Gobierno es de las más hermosas, los jardines de las casas que se perciben bajo los robles pomposos que sombrean la calle, hacen hermosísima la vista.
Bienville park, entre las calles del Delfin y San Francisco, es tambien muy hermoso, y ya se notarán en los nombres las invasiones de la raza americana entre franceses y españoles, y ya se deja entender cuáles serán los matices que tal mezcla produzca en lo más íntimo de las costumbres.
La aduana, en que se encuentra la oficina de correos, es de los más hermosos edificios; está hecha toda de granito y tuvo de costo 250,000 pesos.
El Teatro y la Casa del Mercado, están en la Calle Real.
Dos edificios llamaron, en mi rápido tránsito por Mobila, singularmente mi atencion: el edificio de las Compañías impares, Old fellows Hall, que está al frente de la aduana y es de fierro y ladrillo, y el Banco de Mobila, que tienen columnata y pórtico magníficos.
Las iglesias más notables son la Catedral de la Inmaculada Concepcion (católica romana); la Iglesia de Cristo y la Trinidad (episcopales).
Hay en Mobila suntuosos hospitales, cuatro asilos para huérfanos, un colegio de Medicina á que pertenecia mi simpático fronterizo, muy bien atendido, y multitud de escuelas y academias, entre ellas una escuela hebrea, de mucha fama.
Spring Hill es un agradable suburbio situado al Oeste de la ciudad, al cual se va por los wagones de la calle de San Francisco.
En la ciudad hay seis líneas de wagones.
En Spring Hill está situado el colegio de San José, institucion jesuítica: fué fundada en 1832 por el obispo Portier, y tiene un hermoso edificio de 375 piés de largo, coronado por una torre desde la cual se disfrutan vistas deliciosas.
El colegio contiene una librería de 8,000 volúmenes, y una muy valiosa coleccion de aparatos científicos. En la espalda del edificio hay una magnífica estatua de la Vírgen, llevada de Francia.
A lo largo de la bahía, en una extension de más de dos[619] leguas, se prolonga una magnífica calzada, que puede considerarse como el mejor paseo de la ciudad.
Acababa mis apuntaciones con mi jóven amigo el Sr. Zartuche, le abrazaba, me escribia en un papel algunas palabras afectuosas para su hermano Andrés, que reside en México, cuando tocó la puerta Francisco, que venia á decirme que iba á sonar la hora de partir.
Estábamos á 144 millas de Orleans, é íbamos á ver el Golfo de México, algo de México, por Dios, que yo estaba sudando wiskey hacia tres dias, y á recorrer el camino de fierro más sorprendente de los Estados-Unidos.
Como suena la palabra, es un camino construido sobre un pantano lleno de resumideros y hundiciones; vamos, era como un esfuerzo de patinar sobre una tortilla de huevos.
Lo diré francamente: yo no estoy organizado para ninguna clase de maromas; pero mucho ménos para estas; no las soporto, no hay una cosa que más me encocore, que esos fanfarrones del mar, que dicen que á ellos se les marean los dientes cuando se anuncia una tormenta, ó esos soldaditos de tres al cuarto que se jactan de dormir en el suelo y beberse una botella de aguarrás, porque son hombres.
El camino es un equilibrio perpétuo; se ven los delgados troncos de los pinos como balaustradas y crujías en que salta y se juega la luz, se extienden en soberbios cortinajes enredaderas que flotan rotas por los vientos; y por los claros de aquella crujía de los árboles tupidos, se ven casitas blancas, vegas risueñas en que juegan los niños, ó que atraviesan los carros tirados por caballos, y grupos de hombres blancos y negros, dedicados á unas mismas labores.
Hay en el trayecto muchas estaciones de nombres franceses:[620] Rigollets, Cheft, Menteur, Michaud, Gentilly, y nombres indios como Pascagoula y Biloxi: esta última estacion está habitada por gascones á quienes se conoce al vuelo.
Vayan vdes. á ver una puerilidad singular: aquel coqueteo de las selvas con el Golfo de México, visto por interrupciones como envuelto en un manto de púrpura y oro, me tenia realmente regocijado; pero con un verdadero fandango en las entrañas, me saludaban los árboles, me decian chicoleos las aves, me parecia que tenia el cielo sombrero ancho y que la estrella de la tarde se habia terciado un rebozo para hacerme una muequilla, como cualquiera maldita de estas de los barrios de México.
La tarde caia como para restituirme á la realidad: la sombra descendia lentamente como un párpado que priva al ojo eternamente de la luz.
No cantaban las aves, el viento parece que llegaba fatigado y recogia sus alas sobre las ramas de los árboles.
Hondo silencio reinaba en el interior de nuestro coche; yo, en la plataforma, veia sin ver, me mantenia sin conciencia de la vida, en esa disposicion del espíritu, entre el ensueño y el éxtasis: mi alma no estaba en mí, se paseaba libre en esos espacios que nos deja el olvido.
Repentinamente me pareció que atravesábamos por dentro un mar de llamas; era, en efecto, el resplandor vivísimo de un incendio reverberando en las aguas.
Incendiaban aquellos, como nuestros labradores, el pasto seco; pero la llama caprichosa, ya se recogia como encharcándose entre los árboles, ya se extendia en agitados lagos en los claros sin árboles, ya trepaba á lo más alto de una colina, convirtiéndola en edificio maravilloso y fantástico, y ya, descendiendo en corrientes, perfilaba los bordes de las aguas y culebreaba en direcciones distintas.
Las aguas realzaban y embellecian el espectáculo, corriendo en el filo de las bases de la colina iluminadas por las llamas; presentaban como suspendidas en un éter de oro, colinas y arboledas, destacándose en las sombras, que eran ya espesas, pero que dejaban percibir las figuras monstruosas de las nieves: el espectáculo era al extremo fantástico.
De pronto, el tren se encarriló como entre dos cercas de madera; se escuchó un ruido extraño.... yo saqué espantado la cabeza, y ví como suspendido el inmenso tren sobre las olas hirvientes del Océano, pero á gran altura.
El cimbramiento era horrible, parece que el monstruo de fierro que nos conducia temblaba ante la empresa temeraria de atravesar el puente.
Lancaster, que en situaciones semejantes es impasible, estaba con su libro en la mano, titulado: Los Estados-Unidos y el Canadá, de Molinari: leia con una de las lamparillas del wagon (leyendo): “¿Cómo pasaremos?—En Europa este seria gravísimo negocio. En América la cosa es muy sencilla: se han cortado de las cercanías los pinos más largos y más gruesos, y de dos en dos se han metido y afirmado en las aguas como pilares. En seguida se les ha asegurado con trozos trasversales, sobre los que se han colocado los rieles, y adelante! ¡go ahead! Si uno de estos pilares sepultados sesenta ú ochenta piés de profundidad, cede al peso del convoy, entónces, tomaremos algunos tragos de agua salada.”
Aunque tal es el texto de Molinari al hablar del paso en que nos hallábamos, confieso que no me hizo ninguna gracia la muy adecuada cita de mi querido Alfonso.
El tren se detuvo sobre aquel precipicio, y entónces más bien adivinamos que distinguimos el Golfo de México.
Sea por la disposicion de mi alma, sea por lo inesperado de aquella especie de revelacion, me impresionó profundamente.
Unas veces, como vulgarizándose mi espíritu, queria llamar á mi patria con los nombres de la hija, de la madre, de la querida; otras, no me la podia figurar sin personalidad, con sus ojos, con sus labios trémulos, con su seno palpitante y con su negra cabellera tendida sobre su espalda: era su aparicion en mí, dentro de mi alma, rejuveneciéndola, iluminándola, empapándola en ternura infinita.
Ponia atento el oido, porque creia reconocer en los ecos de las olas, articulaciones de voces amigas.
A veces se me figuraba que de detrás de la curva de las olas, aparecian las cúpulas de las torres de nuestra Catedral, y los templos, las copas encanecidas de los ahuehuetes de Chapultepec y estas serranías que viven, que sienten, que descienden en tropel á las llanuras, como moviéndose, que se aislan como pensativas.
A veces se me figuraba que se hundia el puente, que unos momentos nos envolvian las ondas rugientes, produciéndonos congojas mortales, y que seguia despues el tren corriendo por el poético camino de Maltrata, con sus selvas gigantes, sus hondonadas risueñas, sus quiebras romancescas, bajo un cielo delicioso y envuelto en auras empapadas en aromas.
Despues se desvanecia la ilusion, las olas sin fin del Océano corrian, empujadas por el viento, y venian á morir saltando bajo nuestros piés, donde temblaban melancólicas las luces de las linternas del tren y de los faroles del puente.
No me fué posible percibir el lago de Ponchartrain, porque ya era de noche.
Los aprestos de los viajeros, la llegada de los agentes de ómnibus y hoteles y la vista confusa de sembrados y chozas, nos advirtieron nuestra próxima llegada á Orleans.
En la extendida llanura se veian, ya distantes las luces de las cabañas de los labradores, ya más cercanos los claros de luz de llama de algunas casas, ya entre ramajes y cañas, picos de gas que reverberaban como luceros.
Los gritos de los sirvientes del ferrocarril comenzaron á escucharse, los alaridos de la locomotora fueron más repetidos, y la campana triunfal del tren, sonando á vuelo, anunció nuestra llegada á Orleans.
Antes de arribar á la estacion, que es bien pobre y desmantelada, se habia deliberado concienzudamente sobre dónde deberiamos parar, y nos habiamos fijado en el Hotel Metropolitano; pero no habia allí cuartos y tuvimos que acomodarnos en el City Hotel, uno de los más americanos y favorecidos de la ciudad: Corner Camp and Common Streets.
En efecto, la afluencia de pasajeros es mucha, y el tragin insoportable.
Llovia á cántaros: llegamos sacudiéndonos y buscando en el primer piso en que está el despacho, el salon de recepcion, y en el comedor algun refrigerio; allí amontonaban[624] unos desesperados dependientes baúles y almofrejes, con la tosquedad peculiar á los criados y carreteros.
Corrimos al despacho, donde nos tocó un servidor áspero como almohaza y con ménos palabras que un poste; nos arrojó á la cara nuestras llaves y subimos escaleras que fué un contento.
Estas escaleras eran muchas; por todas partes conducian á callejones, vericuetos, pasillos y escondrijos.
Soliamos topar á nuestro paso negros desastrados y verdaderas arpías de peineta, delantal, brazos apergaminados y amarillos, y unos zapatazos capaces de contener á Vicente Manero, cómodamente sentado dentro de uno de ellos, y es de advertir que Manero es el hombre más gordo de México.
A mis compañeros les dieron habitaciones más ó ménos cómodas. Yo salí de inclinacion á una irlandesa, con más años que el andar en dos piés los llamados racionales, y un malditísimo génio que parecia educada por portero de ministerio ó por guerrillero hecho general; esta animala quiso encaramarme á un último piso, en que materialmente escuchaba los estornudos de los habitantes de la luna.
Como quien quiere y no quiere la cosa, me informé acerca del importante ramo de comidas, y supe, con amargo desconsuelo, que se observaba el plan americano con inquebrantable rigidez.
Tal anuncio me hizo volver á mi undécimo cielo, turbado y descolorido.
Habia lugar en mi cuarto para todo, absolutamente para todo, ménos para el huésped; ese quedaba suprimido ó se suponia de enrollar para meterlo en el ropero ó dejarlo en[625] el barrote de una puerta, ó declararlo en cama luego que entrase.
Alcalde, que llegó dias despues á mi vecindad, tenia que escalar su baúl para llegar á su lecho.
Tendido en un colchon que tenia perfecta semejanza con un globo al desinflarse, me quedé dormido.
FIN DEL TOMO PRIMERO
Páginas. | ||
Prólogo | i | |
Viaje á los Estados-Unidos por Fidel | 1 | |
II.— | Las calles de dia.—De noche.—Los carruajes, wagones y carros | 43 |
III.— | Visitas.—Los reporters.—La poblacion.—Los mexicanos |
53 |
IV.— | Hoteles.—Casas de huéspedes.—Comidas | 65 |
V.— | Bar-rooms.—Salones en que se venden ostiones.—Salones de baile.—Aguas minerales.—Dulcerías | 71 |
VI.— | Visita á la Sra. Godoy.—Sus hijos.—Casa de Moneda.—Album | 75 |
VII.— | Las calles de dia y de noche.—Remates.—Embaucadores.—El parque.—Casas de placer.—Calle de Dupont.—Barrio Chino | 87 |
VIII.— | Las religiones.—Los templos.—Los Clubs.—La asociacion | 107 |
IX.— | El Parque.—Cliff House.—El Woodward’s Garden | 127 |
X.— | Divagaciones.—Visitas.—Convites.—Tipos originales.—Northons.—Casa ambulante | 139 |
XI.— | Depósito de seguridad.—Telégrafo.—¡¡Fuego!! | 157 |
XII.— | Vida externa.—Pick-nic.—Un paseo á la orilla del mar.—La mision de Dolores.—Fort-Point.—El Alcatraz.—La bahía.—El Peñon | 169 |
XIII.— | Un ruso furibundo.—Pregones de vendimias en las calles.—Los teatros.—La Maison Doré.—Los extranjeros y su influencia | 181 |
XIV.— | La librería de Bancroft.—Las escuelas.—La alta sociedad | 207 |
XV.— | El correo.—La aduana.—El Hipódromo.—Caballos trotadores | 235 |
XVI.—[628] | Un viejo.—Comercio.—Recuerdos históricos | 247 |
XVII.— | Laborío de minas.—Un almuerzo | 259 |
XVIII.— | Excursiones.—Prostitucion.—El juego.—Una escena de la vida íntima | 277 |
XIX.— | Tabaquerías.—Personajes célebres.—Salones aristocráticos.—Un entierro | 289 |
XX.— | Las criadas.—Los chinos.—Los alemanes.—Casas ambulantes | 301 |
XXI.— | Hábitos íntimos.—Los niños.—La muñeca.—Artistas.—Compañías de buques.—Tráfico marítimo.—Escuela de ciegos y sordo-mudos | 309 |
XXII.— | Primeros rumores de partida.—Pájaros.—Viajes desde mi cuarto.—El Monte Parnaso.—Romance de un soldado | 321 |
XXIII.— | Delaciones de un perdido.—Exposicion singular.—El cuarto negro.—Jodlums.—Embaucadores.—-Los vidrios azules | 333 |
XXIV.— | Casas de habitacion.—Baños turcos y rusos.—Una aventura de wagon | 343 |
XXV.— | Colegio de Corredores.—Ojeada retrospectiva.—Las costas del Pacífico | 365 |
XXVI.— | Varios amigos.—Otra mirada retrospectiva.—Rectificaciones.—Ferrocarriles urbanos.—Los carritos que andan solos | 389 |
XXVII.— | Despedidas.—Charla.—El ahorro—Las Matinés | 415 |
XXVIII.— | El templo chino.—Confucio.—Fábrica de vinos.—El Bwilden Hotel | 421 |
XXIX.— | Cosas que á muchos dan sueño y yo pasaré á carrera.—El amor | 441 |
XXX.— | Lo de enántes.—La marina.—El Cementerio | 457 |
XXXI.— | Preparativos de salida.—Compras.—El Express.—Visitas.—Albums | 473 |
XXXII.— | El 4 de Marzo.—El muelle.—El ferry.—Amigos cariñosos.—Ibarra y Alatorre.—Capitan Hagen.—La estacion.—El tren | 499 |
End of the Project Gutenberg EBook of Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3), by Fidel Guillermo Prieto *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS *** ***** This file should be named 49354-h.htm or 49354-h.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: http://www.gutenberg.org/4/9/3/5/49354/ Produced by Giovanni Fini, Adrian Mastronardi and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.) Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. 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Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state's laws. The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its volunteers and employees are scattered throughout numerous locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation's web site and official page at www.gutenberg.org/contact For additional contact information: Dr. Gregory B. Newby Chief Executive and Director gbnewby@pglaf.org Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide spread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit www.gutenberg.org/donate While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. International donations are gratefully accepted, but we cannot make any statements concerning tax treatment of donations received from outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation methods and addresses. Donations are accepted in a number of other ways including checks, online payments and credit card donations. To donate, please visit: www.gutenberg.org/donate Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For forty years, he produced and distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper edition. 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