The Project Gutenberg eBook of La Caza de La Perdiz Con Escopeta, Al Vuelo y con Perro de Muestra

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Title: La Caza de La Perdiz Con Escopeta, Al Vuelo y con Perro de Muestra

Author: Manuel Saurí

Release date: November 6, 2013 [eBook #44120]
Most recently updated: October 23, 2024

Language: Spanish

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The Project Gutenberg eBook, La Caza de La Perdiz Con Escopeta, Al Vuelo y con Perro de Muestra, by Manuel Saurí

 

 

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LA CAZA DE LA PERDIZ

LA CAZA
DE
LA PERDIZ

CON ESCOPETA, AL VUELO

Y CON

PERRO DE MUESTRA

por

MANUEL SAURÍ

El que sabe cazar la perdiz al vuelo, con perro de muestra, debe cazar bien á todo, lo mismo ánade, codorniz ó becacina, que conejo, liebre ó jabalí, etc., etc.

Baron de Córtes, Recuerdos de caza.

BARCELONA
MANUEL SAURÍ, EDITOR
1877

Es propiedad del autor y editor.

Queda hecho el depósito en manos de los cazadores.

BARCELONA.—Imprenta de la Viuda Miró y C.ª, Sobradiel, 10.—1877.

He puesto este epígrafe al prólogo de mi obra, y creo no ando acertado, pues antes debia preguntarme: ¿A qué escribir de caza despues de publicado el libro: Los cazadores, parto del ingenio del fecundo novelista Enrique Pérez Escrich, y el titulado: Recuerdos de caza, escrito por el infatigable émulo de san Eustaquio, señor baron de Córtes?

En esto está el quid de mi osadía; y todo el que haya tenido la fortuna de leer las producciones que acabo de citar, comprenderá el móvil que me ha guiado al dar á la estampa estos apuntes, si es que se toma el trabajo de leer mis dislates.

He dicho y adelante.


[7]

TRAJE DEL CAZADOR.

Aunque parezca secundario ocuparse del traje que debe usar el cazador, únicamente me limitaré á encargar que éste sea sencillo y sin jactancia. Interiormente llevará camiseta de franela, lo cual le evitará muchos resfriados si tiene la prudencia de cambiarla al llegar de la cacería á la casa ó parada. Esto prenda de ropa es más conveniente en verano, aunque parezca improcedente por el excesivo calor que hace. Conviene asimismo acostumbrarse al uso de la alpargata, llevando escarpines de lana: el pié va resguardado y se pisa en blando; así se trepa mejor el monte. En ciertos terrenos debe usarse el zapato claveteado, lo cual evita resbalones; borceguíes y pantalon ancho, para que la rodilla juegue con comodidad: el cuerpo abrigado con blusa ó chaqueta desprovistas de aberturas, ojales y colgajos, ni tampoco conviene llevar leontina en el reloj, pues todas estas cosas ofrecen el inconveniente de que al hacer uso de la escopeta, se enredan con el pié de gato ó bien con el disparador, y esto, además de interrumpir y hacer perder un tiempo precioso para apuntar la pieza de caza, que se va sin poderla saludar, tambien puede acarrear (punto importante que se debe evitar) algun lance desagradable, tal como que se dispare la escopeta sin el beneplácito del cazador. Lo cual, á más del susto que ocasiona, es fuente de lamentables desgracias.

Las camisas se usarán anchas de cuello, sin preten[8]siones ni ridiculeces, cubriéndose la cabeza con un sombrero ligero, de alas regulares, item más, un pañuelo de seda sujeto en la sien; con lo que se evitan los dolores reumáticos de cabeza, y es un gran preservativo contra el frio. En época de calor debe evitarse que el sudor corra por el rostro, cosa tan molesta.


[9]

LA ESCOPETA.

El arma es conveniente que sea de dos cañones, sistema Lafaucheux; su peso poco más ó menos de seis libras y media á siete; inferior á este peso tiene el inconveniente que al salir el tiro hace un pequeño movimiento de vibracion y perjudica la seguridad del mismo, y de más tambien fatiga demasiado al cazador, lo cual no hay que echar en saco roto. El arma de dos cañones tiene la ventaja de poder efectuar lances por duplicado. Muchas veces al primer tiro se yerra la pieza, y se alcanza con el segundo; otras, despues de haber tirado arranca otra pieza cercana y aún se mata, y además (esto es lo principal) el cazador anda por esos mundos de Dios con más garantía contra cualquier eventualidad: en toda querella que se suscite es más respetado.

Basta que el calibre de la escopeta coja el cartucho marca 16. Los gallitos deben caer siempre á voluntad del cazador; así es que los puntos han de estar si no al pelo, entre col y col lechuga.

Gastando 40 á 50 duros en una escopeta, se obtiene una buena arma de caza; lo demás es cuestión de puro lujo, sin ninguna influencia en la precision del tiro.


[10]

MUNICIONES.

La pólvora debe ser escogida, bastando con que el buen probador señale 5 grados. El cartucho se empleará de cartulina fina, para que entre y salga sin necesidad de saca-cartuchos. Una vez haya servido, debe tirarse, pues tiene sus inconvenientes el volver á usarlos. El plomo ó sea los perdigones, en los meses de agosto, setiembre y octubre basta emplearlos del número 6; en noviembre, diciembre, enero y febrero, entre el 4 y el 5. En esta época del año la perdiz se tira á mayor distancia, y como está en su apogeo, necesita el plomo mayor para hacerla dar la voltereta.


[11]

PERRO PERDIGUERO.

El verdadero compañero del cazador es sin disputa el perro; por lo tanto, debe buscarse dócil, obediente é inteligente. Sabido es que, como aquél comparte las glorias y fatigas con tan leal amigo, los dos se reparten cariñosamente el almuerzo, aunque sea á trueque de quedarse el amo con apetito.

Las castas del perro seter-pointers no han dado en nuestro país los resultados que eran de esperar, de suerte que los cazadores hánse fijado en los perros perdigueros, ampurdaneses, mallorquines y navarros, los cuales han producido mejores resultados por su obediencia y por no adelantarse tanto como los seters y pointers. Como éstos recorren el terreno que debe seguir el cazador, quítanle la ilusion al indicarle la pista.

Hay perro (de castas cruzadas como el podenco-sabueso) que apenas tiene facha de perdiguero, y sin embargo da buenos resultados, pero necesítase mucho rigor para domarlos; una vez logrado esto, son incansables y dóciles, y nunca se aspean.

Exigid del perro que tenga buenos vientos, firme muestra y blanda boca, y con estas circunstancias, si el cazador sabe cazar y matar, de seguro tendrá un excelente compañero que seguirá bien á un peon, y cobrará las aliquebradas. En tal caso dejad para otros la casta y la hermosura, pues esto es secundario.

Las perras son generalmente más dóciles y finas,[12] pero tienen cierto inconveniente que la naturaleza no ha querido evitar, por cuyo motivo los cazadores prefieren el macho.

Es conveniente cortar el rabo al perro, pues al moverse agita las matas, se estropea hasta el punto de ensangrentarse con los zarzales, echa á perder las uvas y bate las mieses; si bien esta operacion de cortarles el rabo les afea, porque no hay duda que es más bello y sublime cuando está de muestra con la cola paralela al horizonte.

Se observará que cuando arquean el rabo los perros de raza pura, indica liebre; un poco inclinado pero recto, conejo; con la punta al horizonte, perdiz; recto y un poco levantado, codorniz. Al perro bien castizo le repugna traer la becada, guiones, las pollas de agua, y sobre todo los sabocs, y algunos hasta los palomos.

Hay cazador que para lograr un perro de primo cartello, págalo á cualquier precio, creyendo que depende del can si mata más ó menos perdices; y éste conoce á tal punto el cambio de dueño, que se han dado casos de demostrar su agrado al nuevo amo abandonándole en el mismo momento que se hace la prueba. Sobre esto pudiera llenar unas cuantas cuartillas, mas sólo me limitaré á aconsejar que el que quiera un buen perro que se lo haga.


[13]

MODO DE TIRAR A LAS PERDICES.

Esta es la parte más comprometida para dar una sucinta esplicacion del modo cómo deben matarse al vuelo las perdices, por la sencilla razon de que es difícil iniciar en el asunto á aquellos que no han tenido la satisfaccion en su vida de matar media docena de perdices al vuelo.

El cazador que en sus correrías anuales puede contar con un promedio de por cada tres tiros una perdiz, hay que proclamarle buen tirador. Aunque en salidas determinadas cuente triunfos tales como hacer dar la voltereta á todas las que tire, acontece asimismo (y bien á menudo) que se dispara diez ó doce veces la escopeta y sólo se matan un par de piezas, de manera que, por cálculo aproximado, á un buen tirador le sale la proporcion mencionada.

Al arrancar del suelo y al echarse al vuelo la perdiz, el cazador debe estar sereno, hacer una pequeña suspension y con ligereza echarse la escopeta á la cara; seguir á la perdiz en su rápida carrera, encañonarla, y cuando se interpone con el punto de la escopeta, entonces sin calcular distancias debe efectuarse la presion del dedo sobre el disparador; y seguro que obrando así cae la pieza.

La perdiz que marcha de frente ó sea de cola es la fácil de matar: las que van atravesadas debe comprenderse la velocidad que llevan, para apuntarlas á la cabeza, y haciendo un insignificante movimiento con el brazo[14] izquierdo (que es el timon), se las toma la delantera. Así hay probabilidades de matarlas. Lo mismo requiere la perdiz que viene de arriba ó sea de frente, é indispensablemente pasa por encima de la cabeza del cazador: segun se presenta este lance, la regla mejor es volverse rápidamente y tirar cuando haya pasado; no obrando así y disparando cuando viene de frente, este tiro si se acierta es de chamba, pues á veces se requiere tomarla un metro por delante y la misma pieza acude á la muerte, dando un tumbo, y con la velocidad y el choque de la caida, se abre.

La perdiz que, sorprendida entre el cazador y el perro, no le queda fácil salida y empieza con aquel canto alarmante que aturde, llegando á echar excrementos, y se remonta repullada, á ésta el cazador debe con serenidad seguirla apuntando, y al hacer la suspension para extender el vuelo en la direccion que se le antoja, entonces hay que disparar, pues es la mejor oportunidad de matarla. El tiro es fácil.

Cuando el perro pone muestra, la satisfaccion es tan importante, que afecta la parte física de un modo notable. El corazon late tan agradablemente, que no se puede describir, y no recuerdo que tan singular impresion me la haya evitado un segundo, dejando de imitar á muchos que dan gritos al perro, y tocándole con el pié le excitan para que rompa la muestra.

Este lance debe resolverse siempre por sí solo; y mientras se admira la sublimidad del perro, se va el cazador colocando de manera que pueda tirar á la perdiz sin que le estorben los árboles. Ésta arranca de un modo desesperado; el cazador, por poco que lo sea, goza y disfruta dando gusto al dedo á las mil maravi[15]llas, y debe matar la pieza. Es un caso indispensable; el perro lo exige por la leccion que recibe, y el cazador tiene un disgusto si la yerra: en todo el dia caza de mal humor, á no ser que muy luego alcance victorioso desquite: de lo contrario pasa un dia de perros.

Para tirar al vuelo á las perdices se necesita calma y serenidad. Los grabados franceses nos quieren demostrar eso pintando á cazadores que cuando les sale al vuelo una pieza, abren tranquilamente la caja del rapé, toman un polvo, y luego apuntan y matan. Cualquier cazador práctico comprenderá que ésta es la manera gráfica de demostrarle que no debe precipitarse, pues la precipitacion es causa de que se vaya la caza; sin embargo, es preciso un término medio. En nuestro país las perdices no permiten tomar rapé, ni siquiera fumar en pipa.

Sucede al más pintado que yerra la mejor pieza, y eso depende muchas veces de estarse mirando la perdiz sin cuidar del guia de la escopeta, que generalmente se dispara sin apuntar. Acontece lo expuesto cuando la perdiz sale de sorpresa y se va desprevenido y absorto en importantes meditaciones.

Tampoco debe olvidar el aficionado á caza que el apuntar bien depende mucho del brazo izquierdo, el cual juega un principal papel en el arte de tirar con precision al vuelo. Al colocar la escopeta á la espalda, si bien este movimiento debe ser suave, en cambio requiérese soltura, apoyando en seguida la cara á la culata para entreguardar bien al encañonar la caza y seguir la rapidez y el más leve movimiento de la pieza, haciendo importante papel el brazo izquierdo que acompaña el encañoneo; y cuando el cazador comprende la[16] oportunidad, entonces el dedo cumple con su obligacion y se palpan los buenos resultados, pues infaliblemente la pieza cae herida ó muerta. El disparador de la escopeta debe siempre caer á voluntad del tirador; el inconveniente más leve hace errar la caza, y no por ser un mal tirador sino por efectos materiales del arma, que deben corregirse.

He cazado con amigos que no saben matar de otro modo que por medio del tiro á tenazon, y no obstante, algunas veces me han dejado asombrado por su destreza en despachar las piezas; pero confieso que jamás me han satisfecho, y he tenido ocasion de manifestárselo. El aficionado acostumbrado á esta clase de tiro, el dia que tiene la buena hace prodigios. Aún la perdiz no ha arrancado un metro del suelo, cuando ya está tendida en él, y si la caza les sale de cerca la destrozan: como no tienen espera, tiran aunque sea á cuatro pasos de distancia; si la pieza recoge la flor del tiro, queda en disposicion de echarla al muladar. Por lo demás, si tienen la mala, en una cacería de cinco ó seis dias no matan ni una pieza, á pesar de ser los que tiran más. Atendido lo cual aconsejo á todo cazador que se corrija de este vicio y haga un estudio para tirar despues de encañonear y seguir bien la pieza: si así lo hace, encontrará un verdadero placer al matar en buena regla una pieza de caza.


[17]

1.º DE AGOSTO.

Memorable fecha, y sin embargo para muchos pasa desapercibida, mientras que los cazadores aguárdanla con tanta impaciencia, que casi raya en locura. Se cuentan las semanas y hasta las horas que faltan para llegar al dia ansiado, el 1.º de agosto, en que la ley de caza autoriza á los españoles poder hacer uso del derecho que les ha estado vedado durante cinco meses, prohibicion justa é indispensable para que las perdices estén en amores y la naturaleza nos dé en cambio la fecundidad, es á saber: que de un par de perdices salga un bando de 18 á 21.

El cazador deberia tener en su gabinete, entre los objetos de caza, un cuadro adornado de precioso marco, destacándose en el fondo una inscripcion en letras de oro que le recordara perennemente el dia 1.º de agosto.


No cabe duda que ese dia le tienen fijo en la memoria más de cien mil españoles, si no todos cazadores, á lo menos muchos que creen serlo, por el mero hecho de tener escopeta, perro y licencia de caza. Por mi parte puedo afirmar que hace veinte años que en tal fecha no he faltado al monte: pues se experimentan muchas impresiones, queriendo uno multiplicarse para hacer descubrimientos; la imaginacion acude á todas partes; se está cazando, pongo por caso en Moncada, [18] se ha descubierto el terreno, y uno dice para su coleto: «mejor me habria ido á la Torre dels frares, allí dejé bastantes pares; pero... ¿y si me hubiese dirigido á Roca de droc?... no, el tren sale demasiado tarde, y cuando se llega al cazadero, ya molesta mucho el rubicundo Febo; además, habrán ido los de Molins de Rey.» Por último, reflexiona que los puntos mencionados debe reservarlos para otro dia, y caminando con calma en busca de agua cristalina y alguna sombra, dispónese á ir pasando el dia para no estropearse y hacer piés, preparándolos para las futuras salidas, que deben ser, seguramente, de más provecho que las primeras.

Las perdices en el mes de agosto.—La caza de la perdiz en el mes de agosto se diferencia completamente de las demás épocas del año. La ley deberia, con rigor, á lo menos no permitir cazar hasta el 15 de dicho mes. Si bien es verdad que por razon del clima hay comarcas en que las perdices son más crecidas, como por ejemplo en el litoral, en cambio en la alta montaña van muy atrasadas, hallándose muchas cluecas empollando aún sus huevos: de ahí resulta que algunos cazadores inexpertos, cuando el perro les queda de muestra y al salir la perdiz, que apenas se remonta un palmo del suelo, le encajan el tiro, y pueden irse ufanos á su casa con el trofeo de una clueca sin plumas en la panza, é indirectamente dejando desamparadas á veinte ó más perdices que iban á salir del huevo, lo cual causa un perjuicio irreparable y reprensible.

Basta ya de digresion, y volvamos al modo cómo deben cazarse las perdices en agosto.

[19] Mucha ventaja llevará el cazador y se ahorrará no pocas subidas y bajadas, si muy temprano, antes de la salida del sol, se coloca en un cerro. El canto del perdigon bravo anuncia á los perdigachos que se han recodado y pasado á joc la noche; mueven la cabeza y guiados por la perdiz van subiendo al cerro, haciendo piu, piu, piu. Cuando aperciba el cazador ese canto, debe huir del cerro y no volver á él hasta que pasen á lo menos quince dias, pues las perdices que mataria apenas tendrian el tamaño de las codornices: todo cazador decente debe ir en busca de otro lance, y sólo le es permitido hacerlas volar para saber si el bando está completo; ensayo muy peligroso, por lo que voy á expresar. Cuando sale el bando ¿quién se detiene? es bastante difícil, y esto produce consecuencias fatales.—Los padres, permítaseme la expresion, en defensa de sus hijuelos van peonando y guiando el bando adelante por la inseguridad que tienen en el vuelo de los pollitos; el perdigon con un movimiento rápido divide el bando, y la perdiz con la otra mitad aproximadamente y á retaguardia, haciendo chac, chac, chac, hasta que el perro se les viene encima; entonces vuelan, y la pobre perdiz que en defensa de sus hijos quedó á retaguardia, paga con la vida su amor filial. Cometida tal hazaña por el cazador, muy fácil le es acabar con el bando, pues los jóvenes con su piu, piu, se descubren muy fácilmente y se dejan matar á mansalva, y las pocas que quedan echan de menos á la madre, de suerte que cuando viene la noche (estas siempre son frias) mueren por faltarles el calor natural que les da el regazo materno.

Este es uno de los inconvenientes que tiene el cazar [20] la perdiz en la época citada. Discutiendo algunas veces sobre si es mejor ó no que el bando lleve el macho, sólo me han sostenido lo contrario los aficionados al reclamo, pero jamás me han dado una razon sólida, mientras les he podido objetar el auxiliar que es del bando el perdigon. Éste, en la época del celo y en la de la cria, se defiende admirablemente del gavilan, garzas, gaig, mochuelo, y hasta de los perros, saliendo casi siempre victorioso cuando menos de las aves citadas, y en las demás épocas del año se deja agarrar sin oponer la menor resistencia. ¡Lo que puede el amor paternal!

Volviendo ahora á entrar en materia diré, que para cazar en el mes de agosto se requiere una táctica generalmente diferente de las demás épocas del año. En primer lugar, debe madrugarse mucho, ir ligero de ropa, llevando siempre una camisa de repuesto en el zurron. Las perdices se hallan en los cerros á la salida del sol, pero al cuarto de hora ya descienden á las querencias, métense en los rastrojos y comen los granos de trigo que despues de la siega han quedado desparramados por el suelo: si por casualidad aún están en el campo las gavillas, de seguro que las perdices se hallan cerca. Si se notan por el camino las señales que las aves retozando han dejado en el suelo, el cazador puede hacerse cargo por ellas si el bando está á punto de darle una leccion: se ha de fijar en si hay excrementos, y si son tiernos, no debe moverse de aquella querencia, porque en el alto (segun la hora), en el centro ó bajos estarán las perdices. El perro principia á dar señales y sale el bando, generalmente todas á la vez: entonces el cazador debe observar, primero si [21] están buenas para apeonar, luego contarlas aproximadamente, y además, y esto es lo más esencial, comprender á dónde se dirigen. Una vez echado el cálculo obsérvese bien el terreno (si es desconocido) para poderlas salir de modo que vayan allá donde las destina aproximadamente el cazador. El vuelo que han dado, de seguro es corto, pero hay que tener presente que el poder que les falta en las alas, en cambio súplenlo peonando, dándose el caso que muchas y muchas veces se pierda el bando entero, que no se hallan en ninguna parte aún viéndolas la parada, y se pierden miserablemente las horas más frescas de la mañana sin dar con ellas, resultando que en algunas ocasiones de peon han vuelto poco más ó menos de allí donde habian salido la primera vez. Generalmente eso sucede cuando uno se empeña en querer saber más que el perro: éste, por ejemplo, coge vientos, quiere inclinarse á los bajos, y uno le llama arriba ó vice-versa; y, cuántas y cuántas veces por no haber querido creer al perro, se ha ido una pieza que se la habria tirado á tout plaisir, y uno se queda contemplando con un palmo de narices y diciendo para sí: «¡qué mal has hecho en no seguir la tendencia del perro!»

Si el cazador halla el bando en esta época, debe estar convencido de que tirará, por lo cual es preciso ir con mucha calma y sin precipitacion, observando el más leve movimiento del perro. Cuando se dispara y cae la pieza, estarse quieto, que se va á disparar el otro cañon, y efectivamente así sucede: las perdices ya no se levantan todas; al segundo vuelo obsérvese bien que si la vez primera fueron quince, ahora sólo han salido ocho ó nueve. ¿Dónde están las otras? Cargue [22] el cazador y tenga paciencia, llame al perro; quieto y cartuchos otra vez, faltan seis ó siete perdices; calma, que son de usted, señor cazador. Siga apuntando bien que matará; ha llegado su cuarto de hora, y verá V. como á veinte ó treinta metros una de otra y dos á la vez y en un pequeño círculo, dispara algunos tiros bien provechosos.—Cuando esté persuadido el cazador de que en dicho terreno, ya por las que ha muerto ó bien por las que ha errado, no queda ninguna, diríjase sin pérdida de momento hácia donde se ha ido el resto del bando. ¡Cómo late el corazon en el trayecto que media del punto donde han salido las perdices al que se las ha visto parar! Usted echa sus cálculos: «he muerto cuatro; vamos, esta mañana llegaré á seis, porque... ahora sabiendo dónde están bien mataré un par.» Y así entretenido el cazador, sale de la hondonada otra bandada de perdices: fijándose en ellas, como es natural, para ver á dónde se dirigen, una vez en autos debe hacer caso omiso de ellas é ir siempre á las mismas del primer bando. Nunca ha de ilusionarse el cazador por la abundancia: éstas ya las encontrará otro dia. Valen más las menos, que se han de dejar pisar la tercera vez que se tienen en juego. Que haya tiento y se coloquen bien los piés; domínese bien el terreno, no precipitarse, que cuando arranque la pieza se cansará V. de apuntar, y al disparo mídase el terreno, que aún no hay diez metros de distancia al sitio en que cayó.

El matar perdices en esta época, sobre todo al arranque del tercer vuelo, es más fácil que tirar á las codornices, por ser mayor la pieza y salir generalmente de cola y con poca velocidad: siga, pues, el cazador el [23] terreno con cuidado, y tire á todas; pero si observa que el perro saca un palmo la lengua afuera gracias al calor, entonces conviene tocar retirada, buscar plácida sombra, descansar media horita, fumar un cigarrillo de papel y volver en seguida al mismo sitio, describir un semicírculo, cruzarlo por derecha é izquierda, y se verá como el perro vuelve á coger vientos. Con el tiempo trascurrrido las perdices se han llamado unas á otras con sus cantos, han salido de su escondrijo, y el perro las señala á las mil maravillas, recreándose el cazador tirando un par de tiros. Se mira el reloj: son, por ejemplo, las diez; el sol achicharra, apenas se mueve una hoja, y si se está cerca de la posada ó hacienda, lo mejor es irse á casa á descansar: el perro se rehace y al dia siguiente el cazador se encuentra más entero y dispuesto á volver á la lid mejor que el dia anterior. El cazar requiere calma, pero en el mes de agosto calma y astucia, saber serpentear los terrenos, buscar los frescales, que es donde las perdices tienen querencia. Jamás se busque á la parte que da el sol y sí en las umbrías, y en los viñedos frondosos, y en los torrentes.

Todo lo que no sea seguir este consejo es perder el tiempo, atropellar el perro y fatigarse inútilmente, y lo que se ha tomado como recreo, sirve de molestia y puede acarrear una enfermedad.

La caza de la perdiz en esta época del año diferencíase completamente de la de los demás meses. El bando de perdices está siempre á la órden de las viejas, y éstas comprenden hasta dónde llega el poder de sus hijuelos para el vuelo, y pocas veces intentan cruzar el sendero y van quedándose á la misma ladera ó mano [24] que se ha escogido para cazar; el vuelo es tan corto que apenas alargan á 300 metros, pero en cambio peonando al tocar el suelo cambian de direccion tan fácilmente, que al llegar al sitio donde se han visto echar, no se halla ninguna, y de peon han pasado la sierra y de otro vuelo se han quedado en una querencia en direccion contraria, sucediendo que uno pierde el tiempo tan miserablemente en conjeturas, que la rabieta va haciendo su efecto y el aburrimiento se apodera del cazador y hasta del perro. Esta es la parte infeliz del cazador que ha trocado el bienestar de su casa para ir á sudar el kilo sin poder disparar la escopeta, abandonando algunas veces quehaceres de importancia; pero tal es la ley del cazador, y para llegar á matar algo en buena regla se necesita: aficion, aficion, aficion.


[25]

SETIEMBRE.

Buena fecha, pero no la mejor. Si bien entran las perdices en la edad de la pubertad y dan más juego, aún no están del todo emancipadas de quien les dió el sér, aún no han pasado la muda, no obstante de ser todas pintadas, conservando tan sólo dos ó tres plumas en el arranque de las alas, plumas que en Cataluña llamamos mussolas.

En esa época del año la perdiz satisface más los goces del cazador y el perro las señala mejor, tal vez porque el terreno generalmente es más fresco, por cuyo motivo nota más los rastros, quedando muy á menudo de muestra. Ya las perdices han abandonado aquel canto tan empalagoso piu, piu, piu, y principian á hombrear imitando á las viejas, pero sin poder dar aún sus timbres. Su carne ya no siente á hormigas y á langostas; al contrario, en la época del año que nos ocupa es cuando constituyen el mejor bocado, pudiendo recomendarse á toda persona falta de apetito.

Para cazar las perdices en setiembre, si hay viñedos en el terreno que se escoge, búsquelas siempre el cazador en dichos sitios, pues tienen grande aficion á la uva. Jamás dejan aquel pasto, y como el sol aún molesta con sus rayos, sucede que se mantienen quietas en los pámpanos. Si se encuentran por primera vez en las viñas de diez á doce del dia, esperan mucho, pero[26] ya salidas de allí no vuelven aquel mismo dia, hasta que las reclaman las viejas, yéndose á otras querencias.

En esa época ya intenta la perdiz pasar al vuelo una hondonada, quedándose á la parte opuesta del cazador, y cuando se ve que trasponen el cerro, hay que fijarse bien en la inclinación que escogen, pues la buena vista ahorra muchos pasos inútiles, dando el resultado de abreviar el tiempo, que en estas circunstancias es oro. Que ande ligero el cazador, pero sin precipitarse, pues el pulso y los latidos del corazon jamás han de ser más fuertes de lo natural, á fin de que al llegar el ansiado momento se aprovechen los tiros y pueda hacerse doblete y hasta carambola. El lance de la carambola es el que halaga más al cazador, y motivo hay para ello. Muchos confunden con la carambola el matar una pieza con cada cañon; la carambola es lo que saben y hacen con frecuencia algunos buenos tiradores, es decir, arrancar al vuelo dos perdices á la vez, yendo una por ejemplo hácia la derecha y la otra hácia la izquierda. En este caso el cazador consumado ya comprende la velocidad y alcance de entrambas, apunta á la que le parece más cercana y sin precipitarse dispara; se vuelve, apunta á la otra, pero listo, y dispara haciendo dar á las dos la voltereta, ó á lo menos así lo cree. Entonces debe dirigir el perro á la aliquebrada ó que le parece que lo está, para que la cobre, y si lo acierta, seguro que se cuelga las dos perdices al zurron. Esta suerte es la que requiere más serenidad y calma, pues algunos con el goce que produce la carambola alborotan el perro llamándole á derecha é izquierda, en cuyo caso hay bastantes probabilidades de perder alguna de las piezas; y aun he visto á cazado[27]res perder las dos por ser aliquebradas y el perro de pocos sentidos.

La carambola que acabo de explanar es la de más mérito, y se hacen pocas, sobre todo en diciembre y enero. En setiembre es más fácil, pues no es tan rápido el vuelo. Efectúanse otras carambolas, si bien no de mérito superior. Cuando el bando marcha describiendo un semicírculo, y se les disparan de cola, los dos cañones, matándose dos piezas, esto tambien se llama carambola; el cazador queda satisfecho y basta, porque de todos modos son episodios que complacen.

Hay que perdonarme mis contínuas digresiones, pues son hijas del entusiasmo que en mí produce el recuerdo de lances inolvidables.

Volvamos, pues, á esas perdices que con su vuelo han traspuesto el cerro y que el cazador hábil ha adivinado el sitio escogido para su descanso. ¿Le gustaria á V. que el puesto elegido fuese un pequeño torrente con hermosa campiña en ambos lados y abundancia de piedras á mano? Seguro de una contestacion afirmativa, allí coloco á mi cazador, quien antes de llegar ya ve marcharse una perdiz. Mejor fuera que se hubiese esperado, pero no debe hacerse caso, pues dicha perdiz iba de peon; hay otras. Fíjese el cazador en la que ha tenido la poca vergüenza de marcharse sin decir adios y por lo tanto sin podérsela hacer los honores de ordenanza. Se ve parar á alguna distancia en el mismo torrente, donde hay un árbol como señal. Allí debe V. encaminarse, pero... el perro se queda de muestra á la ladera de torrente; magnífico. Vuela una perdiz de la parte opuesta; si es larga no la tire V.; observe y verá que poco más ó menos va donde ha ido la primera, y[28] con el ruido que mueve al marchar salen tres ó cuatro del mismo lado donde está V.; estas son las que olfateaba el perro. Ahora es ocasion de disparar la escopeta y de matar ó dejar de matar; pero está V. en regla y debe seguir, pues faltan otras. Eche V. alguna piedrecita, porque con el tiro las compañeras han quedado aturdidas, esperando ocasion propicia para largarse; y como el perro trabaja entusiasmado por los bajos del torrente, las perdices salen de las matas, tan bajas que casi el perro las alcanza con el hocico, y en ese estado arrancan con un miedo cerval. Piñac, piñac, piñac, óyese momentáneamente. Estas perdices dan tiempo al cazador para todo; para prepararse, apuntar bien y dar gusto al dedo. Cuando se esté convencido de que todas han salido, hay que dirigirse sin pérdida de momento hácia las que se han visto marchar al asomarse al torrente, y de seguro se tirará bien á estas. Obrando así y con tino es como se consigue buena provision de piezas. Cuando un bando ha tenido la desgracia de elegir como guarida un torrente, no desperdicie la ocasion el cazador afortunado que por allí transite, pues se divierte envidiablemente un par de horas.

Todo cazador verdadero que se encuentra con un bando de perdices y con su buen cazar las conduzca á sitios que tienen mataderos, no debe abandonarlas para ir en busca de otras, pues las que nuevamente halle le harán luchar y perder un tiempo siempre precioso, además que no todos los bandos obedecen al plan preconcebido por el cazador. Nunca hay que olvidarse de las que todavía no han volado, pues siempre la perezosa es el mejor tiro.


[29]

OCTUBRE Y NOVIEMBRE.

La mejor época del año para gozar cazando y matando perdices, es octubre y noviembre. El calor ya no molesta, y el perro caza todo el dia perfectamente. Si en ese tiempo el perro no rastrea bien y no encuentra las aliquebradas, hay que deshacerse de él, pues es dar pan á quien no lo merece.

En dichos meses el cazador se siente más ágil y las cuestas no son tan amargas, pudiendo hacer bien ocho horas de jornada. La salida de casa debe ser á las 8 y retirarse á las 5 de la tarde. Es muy importante encontrar á la perdiz que ya haya comido, y esto se logra entrando de lleno en el cazadero á las ocho de la mañana. Se caza á esa hora para evitar las humedades que generalmente deja el rocío, y porque mientras no estén secas las matas el perro siente muy poco.

Para cazar las perdices en esa época del año se requieren más conocimientos, y el cazador consumado saca mucho partido de las que encuentra, dándose juego todo el dia, pues ya las perdices que han perdido el carácter de pollas, se fraccionan y van por su cuenta y riesgo. De suerte que el cazador debe, despues de elegido el terreno, formarse un plan y calcular bien las horas del dia que con su conocimiento y destreza puede colocar las perdices en terrenos bien escogidos de antemano para tirarles á su gusto y para que las salidas sean mortales.

[30]

Ante todo ha de recorrer las mesetas de los cerros, buscar minuciosamente los comederos y esquivar un poco en las laderas; lo cual ahorra muchos pasos, bajadas y subidas, ahorro que no es de despreciar.

Supongamos que vayan saliendo perdices á medida que se ejecute ese paseo; hay que despreciarlas y no impacientarse. Si tuviese el cazador el mal gusto de correr tras ellas, echaria á perder la jornada. Siga, pues, su tarea, que ya irán volando otras, como efectivamente sucede, y una vez recorridos los cerros que el cazador se habia propuesto, siendo poco más ó menos las diez de la mañana sin que se haya disparado un tiro, entonces llama al perro, toma un bocadito, fuma un cigarrillo, y mientras, se hace cargo del terreno, tranquilamente y sin olvidar el más pequeño detalle. Luego se vuelve á emprender la marcha, desandando el camino andado, tomando los senderos del promedio del cerro; de esta suerte va indemnizándose el cazador del rato que ha estado sin tirar, pues las perdices, escamadas de sus querencias, principian á resistir la muestra del perro, saliendo una tras otra, y con tino y buena puntería, el perro va trayendo las que se matan. A éste le da el cazador la tripa de la perdiz, empero si caen muchas bajo el plomo de la escopeta no es prudente regalar al perro con todas las tripas, pues les producen indigestiones: de consiguiente se le distrae dándole un poquito de pan y pasándole la mano cariñosamente por el lomo. El perro necesita ser bien acariciado, porque todo lo comprende y cumple de este modo mejor, y está á la obediencia de la más leve indicación del cazador.

Seguiremos, pues, tranquilamente el camino indi[31]cado, llamando al perro si se adelanta: no conviene que vaya arrancando perdices si el cazador no puede tirar. Si se conoce el terreno, casi todas han de oir silbar los perdigones. Al encontrarse el cazador á ese punto de la cacería, no le aconsejo el descanso, pero sí que no le abandone la calma: el descanso no conviene, pues las perdices van saliendo de su asombro, y algunas de peon, otras de un vuelo, huyen de la ladera en que se ha propuesto cazarlas, perdiéndose inútilmente el tiempo empleado si se dejan cuando están cansadas; del segundo ó tercer vuelo apenas queda ninguna: de modo que la persecucion requiere actividad. Recórranse todas las matas, y donde no se pueda bajar, se arroja alguna piedra. Cuando se cree limpia materialmente la ladera, váyase en busca de las que se han visto retroceder, con la seguridad de encontrarlas y tirar todos los tiros á muestra del perro.

Si se observa que las perdices van de pecho á tomar los cerros, y son por ejemplo las cuatro de la tarde, no hay que molestarse en perseguirlas, pues poco daño se las hará. Por tanto, dejarse de nuevas fatigas, y pausadamente abandónanse los bajos, se traspone la parte opuesta de la senda que se ha seguido por la mañana, recogiéndose para descansar y comer, que en ese caso bien necesitado está de reposo el cazador.

De esta manera cazan las perdices los que se precian de cazar con arte, esto es, tomando siempre los altos. Cuando á uno le da por ser caprichoso y contra todas las reglas de la caza se empeña en principiar la cacería por los bajos y hondonadas, aunque halle las perdices, éstas se van de un vuelo á las cimas, y entonces poco daño se las hace. Sólo se puede tomar el cazadero por[32] la mano baja cuando sopla con fuerza el viento, pues las perdices están á redoso; mas en este caso lo mejor es no salir á caza, pues el perro tampoco apercibe nada y se pierde miserablemente el tiempo.

En el mes de octubre prepara el cazador la diversion para el resto de la temporada. En agosto descubre las crias, pero en octubre conoce ya fijamente dónde escogen sus querencias y tambien dónde las ha de dar la muerte. De manera que cuando hace el halagador descubrimiento de que en tal ó cual comarca hay perdices, debe ir allí á estudiar sus vuelos, y si los acierta, de fijo tiene asegurada una buena campaña de invierno.


[33]

DICIEMBRE Y ENERO.

Época poco agradable para dejar la cama; dias cortos, frios, lluviosos y fuertes heladas. Apenas la perdiz nota el menor ruido, ya vuela; en ninguna parte está bien. En este periodo del año come bellotas y las carnes se le vuelven acorazadas. La pólvora debe ser de primera y el perdigon granadito, número cinco. Se caza como se ha descrito anteriormente, con la sola diferencia de que los vuelos de las perdices son más largos y las horas de provecho de doce á dos de la tarde. Fuera de estas apenas podrá el cazador disparar un tiro. Si ha helado y se mantiene la escarcha, las perdices se encuentran en los raseros y metidas en las hondonadas ó barrancos, al abrigo del cierzo. No obstante estos inconvenientes, es la época del año en que queda más satisfecho el cazador cuando mata una perdiz, puesto que están en toda su pujanza y fuerza de vuelo: al momento de dar su tan acelerado brinco apenas dan tiempo de seguirlas ni un segundo; al instante se hallan fuera del alcance del tiro. Generalmente en estos meses la carambola está vedada para el cazador. El que cuelga al morral media docena de perdices, matadas en buena ley, se le puede con justicia darle el dictado de buen cazador y tirador.


[34]

FEBRERO.

En este mes el cazador no debe desperdiciar un solo dia. ¡Cuántas reflexiones acuden á la mente, y por cierto algunas muy tristes! Con los años entra el cálculo; y ¿quién sabe? Aunque todavía no peinemos canas, tal vez el año próximo habremos dejado de pertenecer al mundo de los vivos. ¿Si será mi destino que por última vez recorra el monte en que me encuentro? Mas, al diablo las ideas tétricas; todo en este mundo tiene su lado malo. Ocupémonos, pues, de las agradables impresiones que se experimentan cazando los pares.

La naturaleza, que anuncia la proximidad de la primavera y que en todo es fecunda, hace que las perdices entren en amoríos y cada par se vaya ya fijando en sitios á propósito para el logro tranquilo de su objeto. El cazador hábil y que conoce lo que es el mundo, al internarse en un valle observando minuciosamente el país que se propone recorrer, debe echarse la cuenta del sitio que él escogeria si tuviese que requerir de amores á alguna aldeanita, esto es, reservado y al abrigo de todo airecillo, libre de visitas importunas. Aunque parezca extraño, en esos sitios que tu imaginacion poetiza debes ir á sorprender á las enamoradas perdices y darles cruel muerte, ó bien un susto mayúsculo. Esta es la ley del mundo, no respetar ni aun las cosas más sagradas.

[35]

En esa época es muy fácil matar las perdices, porque resisten firmemente la muestra del perro. La hembra vuela primero, y caso de que el cazador la tire, no se mueva, pues aún falta el macho, el cual queda en el terreno muy preocupado buscando á su dulcinea: en este caso arranca poco menos que de los piés; le apunta el cazador y casi casi puede decir que el negocio es seguro. Por esta circunstancia es preciso, cuando sale la perdiz, recorrer bien el terreno en un corto ruedo, y de fijo se mata el macho. Si las dos salen á un tiempo, se observa que la hembra va con la cabeza erguida y el macho la lleva baja, erizando las plumas y dejando colgar un poco las alas. Si se fija bien el cazador, jamás se equivocará tocante á este punto tan importante. Es preferible matar los machos, que abundan.

¡Y cuántas veces se matan los dos! En tal caso, ¡qué alegría é impresion más agradable! El cazador se cree un sér privilegiado; mira á derecha é izquierda, todo ufano, pensando para sus adentros que nadie le aventaja en eso de tirar bien. ¡Vana ilusion! lo que hace uno lo hacen cien mil, pero no todos lo aprecian del mismo modo.

Los pares no hacen los vuelos tan largos, y fijándose bien el cazador en la direccion que toman á poca distancia del cerro que trasponen, allí se hallarán. En la época que nos ocupa dejan mucho rastro, así es que el perro guia perfectamente hácia el sitio de su querencia. Algunas veces, de mí sé decir, sobre todo, que en el último tercio del mes de febrero he perdonado á la hembra. ¿Y por qué? se me preguntará. Porque me acude la idea de que en el terreno en que estoy dando la última mano, tal vez faltaria el bando en agosto, y[36] hay sitios tan privilegiados que es muy sensible no queden en ellos perdices.

Todo cazador debe dar por religiosamente terminada la campaña de la temporada, el último dia de febrero. Y supuesto que hemos llegado á él en nuestra descripcion cinegética, pasemos ahora á exponer las reglas generales y consejos que la experiencia nos ha sugerido.


[37]

VENTAJAS Y DESVENTAJAS DE CAZAR SOLO Ó ACOMPAÑADO.

Hasta el presente el lector-cazador habrá observado (y digo lector-cazador porque al que no sea aficionado á la caza poco le agradezco que fije la vista en mis apuntes), que únicamente me he ocupado del modo de cazar cuando se va solo al monte en busca de perdices.

Cazar solo, tiene el inconveniente de que uno se vuelve salvaje é insociable, pues esto de enmudecer todo el santo dia es muy poco halagüeño. Sin embargo, el cazador se aburre, y no más, cuando trascurren horas enteras sin ver una pieza; si salen éstas al paso, la cosa varía de aspecto.

Fácil es suplir la soledad llevando un criado, quien además de cargar con el peso, prepara el gaudeamus: con todo, no basta semejante compañía, ya que la conversacion jamás puede elevarse á grande altura.

El mejor modo de cazar es con un compañero simpático, no formando los dos más que una sola voluntad; y aunque al llegar á las posadas no se hace la misma bromita que cuando van juntos varios, en cambio, cazando bien pueden sacarse grandes ventajas de la expedicion si son dos los tiradores. Ya en el terreno, el uno aguarda al otro, y se tiene ocasion de admirar y aplaudir un buen tiro; además, se puede seguir con tiento al perro que le rastrea un peon; se consulta el órden de caza, y dos votos condescendientes no tardan en estar conformes, cediendo un poco cada uno en sus pretensiones. ¿Sucede lo mismo siendo cinco ó seis [38] cazadores en el monte, aunque sea gran maestro y conocedor del terreno el que guie la cacería? No, pues es muy difícil la ciega obediencia á la voz del jefe; á lo mejor uno se queda rezagado, al otro se le ha dejado al tiempo de pasar un arroyo, otro no quiere cambiar de lado sin consideracion al que todo el dia le ha tocado un mal sendero. Esto y mucho más sucede cuando se caza con varios compañeros. ¿Y los perros? He aquí otro inconveniente. Al primer tiro, caiga ó no caiga la pieza, dan tal embestida que baten el terreno á doscientos metros de distancia, y los cazadores, ya sea con el silbato ó bien á grandes voces, ó llamándolos por su nombre les reprenden; de suerte que, tan bien preparado queda el terreno, que ya puede estarse tranquilo el cazador, liar un cigarrillo y fumárselo, despues de lo cual puede tambien pasarse la escopeta al hombro y seguir andando; de seguro que no tendrá que hacer uso de ella. Más extenso seria sobre este particular, pero suponiendo que lo que acabo de manifestar está al alcance de cualquier cazador experimentado, mis reflexiones sólo van dirigidas á los importunos que quieren siempre salir á cazar formando guerrillas y órden de parada.

El señor baron de Córtes trata del mismo asunto en sus Recuerdos de caza, y si yo fuese á describir los inconvenientes que ofrece el cazar cinco ó seis á mano gallega, convertiríame en plagiario de dicho señor, además de que no sabria expresarlo con tanta lucidez.

Añadiré, para concluir, que todo el que tenga un buen perro no lo lleve á ninguna cacería en que los compañeros pasen de tres, pues de seguro que el can adquirirá resabios difíciles de remediar.


[39]

TERRENOS Y RECUERDOS AGRADABLES.

Todos los cazadores muestran preferencia y predileccion por aquellos cazaderos donde más víctimas han hecho. La caza de la perdiz en Cataluña, generalmente, hácese por terrenos penosos y montes bastante elevados. En este caso se encuentran las montañas de los alrededores de Barcelona, y como tanto se ha ido poblando y la aficion á la caza va en aumento, sucede que á los domingueros les queda muy poco recurso para cazar, resultando que muchos regresan á su casa sin haber podido disparar la escopeta. Esta falta de caza motiva que gran número de aficionados se metan en el ferro-carril, largándose en busca de mejor fortuna, y sólo se detienen, ya sea entre Martorell y Gelida, ó bien bajan en Molins de Rey y llegan hasta Vallirana, en cuyos puntos hay excelentes cazaderos, pero muy quebrados; y como la caza se va extinguiendo, ya por la grande aficion que se ha despertado, ya por la poca vigilancia en dejar cazar en tiempo de veda y con ardides, esto hace que las cacerías den muy pobres resultados, y que el que regresa á su casa con un par de perdices se da por muy dichoso, pues ahora en los terrenos indicados no siempre se mata.

Otros escogen la salida por la parte de Moncada, alargándose algunos hasta Montmeló, cazando por Sant Fost, Martoreyas y Rexachs, terrenos malos, si bien en ellos siempre hay perdices, y en el bosque y[40] malezas puede tirarse á alguna becada, las cuales huyen de las vernedas cuando hay fuertes heladas. El que tiene la voluntad de cazar en los mencionados terrenos va mojado todo el dia, pues allí la neblina es muy pertinaz. Si afortunadamente se logra hacer bajar las perdices hácia el Besós, á pesar de que hay mucha maleza, puede dispararse con provecho alguna vez la escopeta á muestra de perro. Esos terrenos son muy penosos, ya por la topografía del país, así como por las humedades, por cuyo motivo la experiencia aconseja no ir con frecuencia á dicho sitio.

Otro cazadero hay, tal vez el más predilecto por parte de las perdices para hacer sus crias; refiérome al monte de Moncada, en cuyo cerro descuellan las ruinas del ex-telégrafo y cuerpo de guardias. El cazador barcelonés que no haya cazado en ese cerro, cuente que le falta algo por ver, pues además de la perspectiva que desde él se descubre, hay ricos manantiales de agua, inclusa la célebre Font del ferro, que da frente al Besós, y por la parte opuesta la no menos renombrada Font de mitja Costa (hoy dia bastante abandonada), en cuyo sitio los cazadores han echado muchas chuletadas. Tales son las ventajas que ofrece el cazar en ese monte, porque si la caza no va bien, en cambio se indemniza con el almuerzo y el bello panorama que disfruta la vista, olvidándose del cansancio que produce la llegada hasta el telégrafo, por cuyo punto es indispensable tomar la mano del cazadero, y de seguro que á la mañanita siempre se encontrarán perdices, las cuales dan juego al cazador todo el dia: hay sorpresas buenas y por la mano baja se caza bien.

Hoy dia tales salidas figuran en la categoría de las [41] llamadas de recurso, ya que los ferro-carriles han acortado prodigiosamente las distancias, de suerte que los que pueden disponer de algun tiempo lo emplean en ir en busca de cazaderos lejanos, ya sea al confin de la provincia ó á otra lindante con la nuestra.

En las estaciones de Calaf, San Guim, Tárrega, no pasa tren sin que bajen de él algunos cazadores procedentes de Barcelona. Los que se apean en Calaf se dirigen á los cazaderos distantes tres ó cuatro leguas, dándoles tales batidas en los primeros meses, que luego quedan pocas y escamadas, por cuyo motivo se caza bien en Calonje, Prats de Rey, Coletas, Torá, Biosca, etc.

Los que bajan en San Guim... ¡oh! esa ya es harina de otro costal. De este punto y de su campiña hablaré apasionadamente, bien lo sé; pues se me figura que voy á hacer el elogio de un hijo de mis entrañas. Con la benevolencia del lector-cazador, que espero me conceda, me tomaré la libertad de ser algo extenso en este párrafo. Es terreno aquel que conozco palmo á palmo. Desde San Guim á Calaf, de la Rabasa á Cervera, y por otro lado de Pujal y Santa Fé y de Rubiñan á Talavera, cuadrilátero de diez leguas, hay un sinnúmero de cazaderos tan bellos y agradables, que nada mejor puede exigir el cazador. La primera vez que cazé en dicho sitio era bisoño en el arte, yendo agregado á la cuadrilla de los cazadores de Gracia, todos honrados menestrales. Agustin Cusí siempre era el que llevaba la batuta en la cacería y merecia el puesto de director, pues sabia cazar, y matar mejor, hallándose además dotado de un conocimiento especial para decir: allí están las perdices. Este buen amigo, sea por simpatía ó por lo que fuere (lo cual le agra[42]dezco en el alma), dióme muy buenas lecciones, lástima que no las aprovechara. Como por falta de salud tiempo hace que Cusí no puede salir á la caza, han trascurrido algunos años desde que campo por mis respetos, pero de mi pecho no se ha borrado el agradecimiento y el grato recuerdo de mi excelente maestro.

El cazador que en San Guim pueda disponer de una semana redonda cuenta con grandes recursos, ya que cada dia le es dado cazar en terrenos nuevos y de buenas querencias; y advertiremos á los de Madrid, por si alguna vez quieren visitarnos, que aunque no podemos ofrecerles el Pardo ni Viñuelas, tenemos en cambio La Panadella, El Bosch d'en Carbasa y otros sitios. Aunque sea á riesgo de disgustar á algun amigo, no puedo con aquello de tente lengua... dejar de mencionar como le es fácil á uno gozar una semana enterita en San Guim, cazando cada dia en terrenos diferentes.

El tren llega al medio dia, y por consiguiente, aunque se esté afanoso de escopetear las perdices, por necesidad (bien que por poco tiempo) hay que limitarse á cazar en los alrededores de la estacion, donde nunca faltan un par de bandos que, tomándolas bien en mano, condúcelas el cazador á las cercanías de Freixanet ó bien á San Domí, y aprovechando los tiros aún se lleva uno señales de caza á la posada. He aquí poco más ó menos lo que puede hacerse en la tarde del primer dia. Recomiendo á los cazadores para alojarse, el hostal situado á tiro de pistola de la estacion, ó bien, no estando demasiado fatigados y con humor de andar un cuarto de hora, se acomodarán bien y como en familia en casa Riera, de Amorós,[43] grupo de tres casas. Allí vamos á parar con mi amigo Suñol (Paco), y es tanto el cariño que profesamos á los de la casa y éstos nos corresponden tan bien, que solemos sacrificar el siguiente dia de nuestro arribo, no acudiendo hasta el venidero á los cazaderos que in mente hemos destinado como teatro de nuestras proezas.

Al otro dia ya uno puede tomar por el monte dejando á su espalda el pueblo de Freixanet y dando la cara á Cervera. A simple vista el cazador quedará sorprendido del hermoso terreno que pisa, querencioso para la caza. A ambos lados, montañas de tres horas de extension, en medio de fértil valle cubierto de campos de trigo, viñedos y alguna que otra hortaliza. Si bien en este terreno las perdices se van largas, se las conduce á las últimas estribaciones del monte, ó sea en los bajos, y como siempre ahí es donde se las hace daño, aconsejamos al cazador que al término de esta jornada, agradabilísima por los lances que sucesivamente se presentan, descanse y pida asilo en Montpalau, pueblecito situado en una eminencia. Allí moran los Vilaplana, sencillos labradores que se desviven por dar buena pitanza y mejor cama á todos los cazadores que se presentan. Si durante esta jornada, como es muy probable, sólo se ha logrado recorrer una parte del cazadero, conviene emplear el dia siguiente para batir el resto. Al salir del pueblo se irán siguiendo los montes que quedan á la izquierda, y corriéndose siempre hácia Cervera, se van llevando las perdices adelante; al tercer vuelo intentan éstas retroceder para volver á sus querencias, y entonces es cuando se las castiga. Semejante cacería concluye siempre á medio[44] dia, enfrente del pueblo de Santa Fé; y á la sazon ha de calcular el cazador si le conviene retroceder por los bajos hasta el punto de partida, ó atravesar la hondonada y cazar de regreso en la solana que hay entre Santa Fé, Vergós y Altadill. Para esta parte de la cacería casi más vale emplear otra jornada, pero si los cazadores son dos ó tres y saben cazar, aunque hay pocas perdices se las conduce bien y se las escopetea mucho. El monte presenta infinitas sesgaduras y hay bastantes matas, por cuyo motivo la caza resiste bien la muestra del perro. El término de esta jornada es Altadill, pueblecito de cuatro casas paralelo al norte de Montpalau y que sólo dista un cuarto de hora de él.

El siguiente dia se toman providencias para cambiar de cazadero; y éste debe ser el de La Aygua escampada, distante una legua escasa del pueblo de Montpalau, y como por lo regular el término de la cacería es Timó, la experiencia aconseja que el cazador se encamine al Mas d' en Jaumet, situado á la derecha de la carretera y dos horas lejos de Cervera y quince minutos de Timó. La cacería ha de principiar por la mañana, en las estribaciones del pueblo de la Rabasa, y desde este punto ya el cazador sabe lo que debe hacer todo el dia. Descúbrese á la izquierda otro pueblo, el de Montbrió, y en los cerros de la derecha pasa el tren de Zaragoza, donde está emplazada la via. A lo lejos se divisa Timó, rodeado de montecillos cubiertos de matas de tomillo, y si las perdices vánse por aquel lado, se las zurra de lo lindo, pues esperan mucho. Los terrenos que acabo de describir llevan el nombre de Aygua escampada. Los montes tienen bastante base, pero escasos desaguaderos, por[45] cuyo motivo las lluvias se han abierto cauces, y sin ser quebrado el terreno se hace penoso para el cazador á causa de las muchas subidas y bajadas; mas, si se logra meter las perdices en estos sitios, arrancan todas arrepulladas y se las tira bien. En los terrenos que acabo de citar, aunque no he hablado de la liebre, por no ser este mi objeto, las hay abundantes y se tiran bien, no pasándose dia que no se vean cuatro ó cinco, lo cual presta nuevo aliciente al cazador que se mete por tales andurriales.

Penetremos ya en el célebre Mas d'en Jaumet y vamos á ver cómo nos trata la Antonia, á quien han dejado sola, pues su hija (Antonieta) enlazóse con un rico propietario dels Hostalets, pueblo que dista media hora del Mas. La casa está que ni pintada para los cazadores: espaciosa sala, buenas alcobas y camas blandas, mesa muy regular, pues hasta saben presentar un buen puchero, alimento muy conveniente al cazador para reponerse de las fatigas del dia. De esta casa, cuya fama voló algun dia por el mundo de los cazadores (estilo cajetillesco), van desapareciendo sus antiguos dueños, á medida que va ausentándose la caza de sus contornos. Muchos cazadores han dejado de frecuentarla por lo tristes que allí se hallan, y sólo impenitentes, tales como mis amigos y excelentes cazadores Suñol (Paco), el rebelde Vilaseca y un servidor de ustedes, acudimos allí con frecuencia, pues conocemos bien las querencias de la caza y el sitio en que podremos matar las piezas, con la certeza de asegurar hasta el número de disparos que debemos efectuar segun el punto adonde conduzcamos las perdices.

Mas, al pensar el cazador que quince años atrás siem[46]pre se llevaba en movimiento una cincuentena de perdices, mientras que ahora en llegando á noviembre cuando se encuentra un bando de seis ó siete es un acontecimiento, apenas tiene calma para escuchar á los idiotas pastores y rabadanes que dicen: Este año á lo menos hemos cogido en el término de Montbrió unos cuatrocientos huevos y más de veinte hembras en sus nidos, con el lazo (histórico). Y no se crea que se necesita mucho tiempo para recorrer el término citado, pues basta media hora escasa. Sólo cito á Montbrió como ejemplo; los pastores se alaban en todas partes de hacer lo mismo, aunque esté presente el alcalde del pueblo, y hasta se lo contarán á la primera pareja de la guardia civil que encuentren.

Abandonemos, pues, el hostal d'en Jaumet con el corazon dolorido por no poderlo visitar más á menudo, ya que en sus alrededores falta el principal aliciente del cazador, la caza, y emprendamos la jornada llamada de la Carretera hasta la Panadella.

Esta cacería, constitúyela el terreno mejor del mundo. Figuraos (me dirijo al cazador que no haya estado) una red de montecillos (tal vez ascienden á cien), que un par de cazadores inteligentes recorren en una jornada: cada uno de estos montes forma una pequeña meseta donde juguetean las perdices comiendo alguna bellota, al par que con el paso de las carretas que transitan á doscientos metros de allí se entretienen y acechan los excrementos que van dejando las caballerías en el camino, pues esas aves son aficionadas al grano que encuentran entre el estiércol. Serpentea la carretera por entre dichos montecillos, y desde la Panadella, ya provincia de Lérida, hasta Cervera, forma un plano incli[47]nado encajonado entre dos angostos rierales, que llevaron la desolacion á Tárrega, en setiembre del 74, hinchados por las grandes lluvias de aquellos dias. El cazador que sabe lo que hacen las perdices en estos terrenos, ha de seguir por la mañana los lindes de la carretera, si bien son tan querenciosas de dichos sitios las aves, que hay dia que de arriba á abajo se pierde el tiempo sin poderse salir de allí, y esto trabajándolas bien, en cuyo caso lo que más disgusta son los testigos, pues para cazar cómodamente se necesita estar solo.

Cuando las perdices atraviesan al vuelo la carretera, no hay que molestarse en perseguirlas. El cazador que conoce este juego debe cazar de modo que las obligue á quedarse en la misma ladera, y que de ésta pasen á los bajos de Palamós, preciosa ribera de zanjas: allí quedan pegadas como con obleas y por la tarde reciben una zurra de padre y señor mio.

En todas estas cacerías conviene ir acompañado de un mozo que cargue con las liebres, pues éstas se matan á menudo: hay bastantes, salen bien y en limpio.

Podria contar muchos lances de las liebres que se encuentran en este terreno, pero ya he manifestado que me apartaria del objeto de este libro. Diré sí, para inteligencia de los aficionados, que se matan en abundancia.

Hora es ya de regresar al punto de donde salimos al emprender nuestra cacería, es decir, San Guim, y entremos otra vez en casa Riera de Amorós, donde seremos recibidos con agrado.

El cazador, cazando cuatro dias seguidos ya tiene suficiente, máxime cuando uno observa que el perro sigue aspeado y casi de mala gana, pero... queda otro[48] terreno que todo conocedor de él no puede dejar de recorrer; me refiero al célebre Bosch d'en Carbasa, llano de mas de una legua en cuadro, donde se encuentran buenos bandos de perdices, liebres y en invierno becadas. En ese terreno se fusilan muchos árboles, aunque las perdices arranquen de cerca, pues es tal la espesura de la arboleda que sólo se las tira bien aprovechando un claro. Conviene, pues, dar una fuerte batida y cruzar por todos lados para sacarlas de la dehesa y llevarlas á los márgenes de los montes vecinos, ya que allí se dejan parar por el perro. Demos fin á este capítulo, porque nos llaman otros asuntos importantes relativos al noble arte cinegético.


[49]

CAZAR DE MALA LEY.

Los verdaderos cazadores dicen que caza de mala ley todo aquel que va con el reclamo y forma con el ramaje un tollo, y en el cerro ó en sitio á propósito para su objeto emplaza su jaula, y con el cuchichí, cuchichí atrae al perdigon, dejándole muerto en el terreno.

Este modo de cazar tan en boga en Madrid, segun nos describe el señor Escrich en su obra Los Cazadores, donde aparecen las maravillas de sus reclamos Chaparro y D. Juan, me ha hecho en verdad muy poca gracia. El mal ejemplo es contagioso, y si éste dimana de un cazador aficionado á la escopeta y al perro, aún es menos excusable. No basta citar en apoyo del reclamo la obra Arte de cazar la perdiz, impresa en Sevilla en 1855, en la cual, fundándose su autor en que todos los cazadores son unos traidores, declara que cualquier medio empleado para matar la caza es justificable. Si este argumento se pusiera en práctica, no habria caza posible; el reclamo tampoco serviria. Era lo que bastaba para concluir con toda clase de volatería, en cuyo caso la escopeta podria emplearse en cazar ranas y murciélagos, que bien valdria la pena de tirar á estos dos bichos á falta de cosa mejor.

En Cataluña hay poca aficion al reclamo, pero los que así cazan no llevan el título de cazadores, y hasta en su propia casa ocultan el arma-farol homicida si ven entrar un cazador de escopeta; les avergüenza su [50] método de caza. En Cataluña sólo van al monte á fijar el reclamo los cazadores panzudos.

Otros medios muy repugnantes se emplean para exterminar la caza, tales como los lazos, el caldero y cerquilla, la rameta y las corridas que la dan en varias comarcas, cuyo nombre es á la cansada..... pero todos los que emplean estos ardides, son conocidos entre los cazadores, con el nombre de rateros.

Si los gobernadores de provincia pudiesen ocuparse más de la administracion, pasando severas circulares á los alcaldes de los pueblos para que denunciaran estos abusos á cuantos faltan á la ley de caza, no tendríamos que deplorar su completo exterminio. El mal es grave, y urge poner coto á tantos desmanes.

Hace tiempo sólo se pide la licencia de caza á la vista de Barcelona. En los demás puntos nadie repara quien lleva escopeta y á lo que va. De seguir así, la caza en España sólo será un recuerdo legendario.


[51]

NUESTROS CAZADORES.

Es justo que dedique un capítulo de mi obrita como recuerdo á nuestros émulos de san Eustaquio. Los viejos cazadores de esta provincia van desapareciendo para no volver. La sencillez de sus costumbres, la poca importancia que daban al mérito y fama que en su tiempo conquistaran de excelentes cazadores, sus escopetas de chispa, los cañones Ripollenses, de los tres sietes, sus cacerías en los alrededores de Barcelona, la mortandad de perdices que continuamente hacian en lo que hoy llamamos el Putxet[1], sus salidas á los fosos de las murallas con traillas de perros, matando á la sazon más conejos allí donde ahora se levantan los mejores edificios de la capital, que actualmente en cualquiera salida á la distancia de veinte y cinco kilómetros, todo esto es digno de recordacion. ¡Y con cuánto placer se escuchan aún tan agradables conversaciones! ¿Quién no se deleita al oirles? Aún quedan restos de tan honrosa pléyade, disminuida por los achaques y la vejez, abriéndose paso los contemporáneos, para quienes se ha simplificado mucho la diversion, merced á los últimos adelantos, y sobre todo á las vías férreas, que permiten recorrer en poco tiempo la provincia de uno á otro confin.

[52]

Entre nosotros viven los Mateus, los Angladas, los Anfruns, los Torras, los Sandiumenges, los Martorells, los Suñols y muchos otros tan diestros como los mencionados, cuya aficion á la caza raya en delirio, lamentándose de verla desaparecer por las causas indicadas.

Lástima es que habiendo tanta predileccion en Barcelona por el ejercicio de la caza, carezcan los cazadores de un punto de reunion. Años atrás se abrió un casino con el objeto de hablar de cacerías y hasta para reclamar colectivamente sobre cualquiera infraccion de la ley de caza; pero... tuvo que cerrarse por algunas pequeñeces y miserias. Resultado de esto es, que el que quiere saber algo de las salidas debe acudir á los establecimientos de los amigos Anfruns y Maciá, y allí siempre se coge algo al vuelo.

Algun tiempo servian para el caso algunos establecimientos; pero como la política lo invade todo, ésta tiene siempre la palabra, y los cazadores que no están por música, poco á poco han dejado de frecuentar aquellos centros.

Esto ha contribuido á que el noble arte de la caza se haya elevado á poca altura en Barcelona y á que muchas de las buenas cacerías que todavía se llevan á cabo pasen completamente desapercibidas para el mercado de los cazadores.


[53]

MÁXIMAS Y CONSEJOS.

Los cañones de la escopeta deben mirar siempre al cielo.


Aunque se tenga la seguridad de que está descargada la escopeta, cuando se está en actitud de descanso jamás deben apoyarse los codos en la boca de los cañones, ni dirigirlos nunca en direccion á ningun compañero.


Si una pieza marcha en direccion á algun punto que haya la más remota probabilidad de hacer daño, no se le tira.


En los sitios de pasos peligrosos para las caidas, se pondrá el disparador de la escopeta al seguro.


Antes de pasar los umbrales de tu casa ó la de cualquiera, se descargará la escopeta.


Buscarás la caza en verano en los umbriles, y en invierno en las solanas.


Se cazará siempre contra el viento, para evitar que la caza se [54] aperciba de las pisadas del cazador y ser más favorable al perro que recibe los vientos de ella.


Si te has propuesto cazar varios dias seguidos, el primer dia debes retirarte temprano, para acostumbrarte á la fatiga.


No bebas mucha agua, pues hasta cierto punto ésta no apaga la sed, y sí quita las ganas de andar. Lo mejor es tragos de vino aguado.


Cuando yerres muchas piezas, entonces descansa un poco, y de este modo la excitacion se calma y se tira mejor.


La caza cansada es la que se debe perseguir. No tengas capricho de ir en busca de nueva.


Cuando obsequies á algun amigo á cacería, en terreno desconocido para él, cédele siempre los sitios de preferencia.


En las cacerías se conoce la buena educacion de las personas.


Cuando se vaya á alguna cacería en compañía de varios amigos y se pregunte al regreso por quién ha muerto más ó menos piezas, la contestacion debe ser: tantas piezas en total.

[55] Jamás lleves al entrar en los pueblos la caza colgada fuera del morral, pues hace muy niño.


Si no quieres deshonrar el buen nombre de cazador, no debes, en cualquier caso que te encuentres, comprar ninguna pieza de caza.


No creas que sean buenos cazadores los que todos los dias cambian de escopeta y perro.


Cazador que use anteojos, pocas perdices matará.


No lleves el perro perdiguero en las cacerías de conejos.


Si en algo estimas el perro, no lo prestes á nadie.


Si alguna vez tienes alguna querella en el monte por asunto de caza, transige siempre á favor del dueño ó colono.


Siguiendo las máximas y consejos indicados, puedes lanzarte por esos mundos de Dios, amigo cazador, con toda la tranquilidad y satisfaccion que requiere el cazar, con escopeta, al vuelo y perro de muestra.

[56]

Escrita la presente obrita ó lo que quiera llamarse, llega á mis manos el libro que V. acaba de publicar, titulado: La Caza. Utilidad de su conservacion. Doy á V. la más cordial enhorabuena por su nueva elucubracion y por el fin laudable que en ella se propone, es á saber: la conservacion de la caza por medio de una ley previsora que evite su exterminio.

Cuando leí el libro Los Cazadores, su autor D. Enrique Pérez Escrich, admiré el gracejo con que está escrito; mas ¡con cuánta amargura víle hacer la apología de los reclamos y dar á los que los usan el título de cazadores! En mi concepto los tales no son más que unos fusileros.

Despues el señor baron de Córtes, en su libro Recuerdos de caza, sale indirectamente á la defensa del cazador de buena ley, es decir, con escopeta, al vuelo y perro de muestra, y por deferencia (no puede ser otra cosa) transige con el reclamo; empero á condicion y como recurso de la edad madura, pues parece que al señor baron ya le fatigan los repechos. Con todo, estoy convencido, atendida la valía de ese cazador, que[57] no deshonrará las glorias conquistadas en su larga carrera cinegética.

Su libro, señor Milans, vale mucho, y los cazadores lo han de reconocer así. La caza va desapareciendo de nuestras fértiles comarcas, siendo tanto lo que se abusa en el asunto que, como dice V. muy bien, ésta pronto será un mito.

Mientras se permita á los pastores llevar perros de sentido para que á lo mejor se dirijan á la yacija de la liebre y la devoren los gazapos, ó destrocen las polladas de las perdices, y que los rabadanes cojan los huevos comiéndoselos en tortilla; mientras por las fiestas mayores de los pueblos de corto vecindario se tolere que la juventud se reuna y tome posiciones en las eminencias, y, allá va, allá viene, cansen á las perdices cogiendo de una vez dos ó trescientas, para con su producto pagar el gasto de la fiesta, presidida siempre por el señor alcalde; mientras en Cataluña, y sobre todo en la Segarra, haya tantos ramalistas que á mansalva y á engaño, de un tiro maten diez ó doce perdices; mientras en los pueblos de Levante se vean tantos ñiñoleros que á montones las estrangulan; mientras haya el caldero, y la linterna y la jaula con el reclamo, y pueda salir éste en pleno dia á vista y paciencia de las autoridades de la capital de España; mientras existan gobernadores de provincia que telegrafien porque en tal ó cual sitio se ha extraviado un reclamo; mientras un propietario con su jaulita y el cuchichí pueda atraer á su propiedad caza que no le pertenece y matarla en cualquier época del año; mientras á los indivíduos del somaten se les permita sin licencia de caza piratear por todos los mon[58]tes; mientras... ¡esta es la gorda!... anuncien los papeles públicos que en marzo, abril, mayo, junio y julio, el señor presidente del Consejo de ministros, etc., con el conde tal ó cual y el ex-ministro de esa ó de aquella procedencia han salido á cazar á los montes de...; mientras vea V. todo eso, inútil que se canse en escribir libros para la conservacion de la caza. Si se aplicara la ley principiando por los de arriba y por los que han de dar buen ejemplo, no dude V. que los de abajo cumplirian mejor.

Mi humilde opinion es que basta la ley que hoy rige en la materia, con tal de que se cumpliera.

La que V. propone limita la época de caza á cinco meses, y de aprobarse ¿sabe V. lo que sucederia? Que los cazadores que observamos estrictamente la ley, haríamos inútilmente el sacrificio de dos meses, mientras que los rateros de monte, el uno por ser propietario, el otro porque la caza se le come la sembradura (éste la extermina en caso necesario hasta con estrignina), el de más allá para venderla, la perseguirian lo mismo que ahora.

V. no ignora, mi general, que en nuestro querido país sacan en las fondas perdices cluecas en el mes de mayo, y en julio perdices pollas, lo cual consideramos los españoles bocado delicado, sin rechazarlo enérgicamente. Así pues, mientras miremos la cosa con tanta calma y no se respete la ley, sino que, al contrario, hasta por lujo se infrinja; mientras, repito, no se ponga un correctivo á todo esto, sostendré que la ley de caza que rige es buena y retebuena, siempre que se cumplan sus artículos, y en este caso, yo ó cualquiera, sin ser cazador de fama ni mucho menos,[59] como los Pepe Real, Ahumada y otros, admitiria por mi cuenta, en compañía de mi Pito, el noble desafío con que les brinda V. de matar, en noviembre del 77 y en campo libre, las seis perdices que V. les propone.

Dispense V. mi osadía, señor Milans, en dedicarle este epílogo. Si es de su agrado, quedará muy satisfecho,

Su paisano Q. B. S. M.
Manuel Saurí.

Barcelona 15 de diciembre de 1876.

FIN.

NOTAS AL CALCE:

[1] Pueblo situado á cuatro kilómetros de Barcelona.

ÍNDICE.

Págs.
Prólogo.—El porqué de la obra. 5
Traje del cazador. 7
La escopeta. 9
Municiones. 10
Perro Perdiguero. 11
Modo de tirar á las perdices. 13
1.º de Agosto. 17
Setiembre. 25
Octubre y noviembre. 29
Diciembre y enero. 33
Febrero. 34
Ventajas y desventajas de cazar solo ó acompañado. 37
Terrenos y recuerdos agradables. 39
Cazar de mala ley. 49
Nuestros cazadores. 51
Máximas y consejos. 53
Epílogo.—Dedicado al Teniente general D. Lorenzo Milans del Bosch. 56

FIN DEL ÍNDICE.

MANUEL SAURÍ, EDITOR. BARCELONA.

EXTRACTO DEL CATÁLOGO.

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Las plantas industriales. Tratado curioso del cultivo y aprovechamiento de las plantas testiles, oleaginosas, tintóreas y otras que son objeto de la industria; por varios agrónomos. Obra de sumo interés para los tejedores, estampadores, tintoreros y pintores; para los fabricantes de aceites, vinos, aguardientes, licores, sidras, y en fin, para los cosecheros ó cultivadores de dichas plantas.—Un tomo en 8.º mayor, 12 reales.

Manual del diamantísta y del platero. Tratado de las piedras preciosas, finas é imitadas, de los metales, su aleacion, esmalte, soldadura y demás procedimientos relativos á estas artes; segunda edicion. Un tomo en 8.º mayor, 10 reales.

Manual completo del tintorero. Obra teórica y práctica puesta al alcance de los tintoreros, quitamanchas y toda clase de personas, por A. D. Vergnaud; segunda edicion, refundida y considerablemente aumentada segun los adelantos del dia. Un tomo en 8.º mayor, con láminas, 20 rs.

Manual para construir toda clase de relojes de sol, por J. de Arfe, adicionado con un tratado de los relojes de sol horizontales, verticales, laterales. Ilustrado con 28 grabados intercalados en el texto para su mejor inteligencia; segunda edicion. Un tomo en 8.º mayor, 4 rs.

Manual completo del encuadernador y rayador. Nueva edicion corregida y aumentada, con láminas. Un tomo en 8.º, 14 rs.

Fábulas de Esopo, corregidas y aumentadas con las de otros famosos autores. Nueva edicion con grabados sui generis. Un tomo en 8.º, 5 rs.

Historia de la vida y hechos y astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino su hijo, y la de Cacaseno su nieto. Nueva edicion con grabados sui generis. Un tomo en 8.º, 6 rs.

El Buffon de los niños. Compendio de Historia Natural. Arreglado para la enseñanza pública y adoptado en clase de premio, por D. M. Pons y Fuster; tercera edicion con más de cien grabados, 10 rs.

El oráculo de Napoleon, ó sea El libro de los destinos. Un tomo en 4.º, quinta edicion con una gran lámina, 10 rs.

Libro del destino, del amor y de la fortuna. Un tomo en 16.º, 4 rs.

El oráculo de las señoras y señoritas, consejero del bello sexo. Rica impresion en 8.º mayor, 8 rs.

El talisman de los sueños y de visiones nocturnas, por Miguel Nostradamus, famoso astrólogo: tercera edicion. Un tomo en 8.º, 6 rs.

Juegos de manos ó sea arte de hacer diabluras, por Minguet, con grabados. Un tomo en 8.º, 4 rs.

Flores de invierno; coleccion de juegos de manos. Un tomo en 8.º con grabados, 8 rs.

El libro negro ó la mágia, ciencias ocultas, explicaciones de célebres talismanes, el arte de adivinar por los naipes y el de ECHAR LAS CARTAS, llave de sueños é infinidad de grabados: séptima edicion. Un tomo en 8.º, 10 rs.

Nuevo arte de cocina, teórico práctico, adicionado con un tratado de hacer conservas y en forma de apéndice. El Manual del licorista, por D. Juan Altimira: sexta edicion. Un tomo en 16.º, 6 rs.

El lenguaje de las flores y el de las frutas. Un tomo en 8.º mayor, con grabados y cromos, 10 rs.

Secretos de la naturaleza, por Jerónimo Cortés. Nueva edicion refundida y aumentada. Un tomo en 8.º can grabados, 4 rs.

Ramillete de felicitaciones, para todas las ocurrencias de la vida: novena edicion. Un tomo en 16.º, 4 rs.

Cria del conejo doméstico. Sistema celular, con ahorro de tiempo y dinero segun experiencia de muchos años, por Manuel Martorell y Peña. Segunda edicion aumentada. Un cuaderno con láminas, 4 rs.

El estado interesante. Manual de la mujer embarazada, remedios fáciles y seguros para corregir las afecciones del embarazo, por el Doctor D. Antonio Pons y Codinach, segunda edicion, 4 rs.

Manual de la madre de familia. Contiene: afecciones propias de la mujer embarazada y medios de remediarlos, con arreglo al sistema homeopático. Consejos á las madres. Enfermedades de los niños de pecho, y su tratamiento por el mismo sistema, por D. Pedro M. Brun, licenciado en medicina y cirugia. 1 tomo en 16.º 4 rs.

Tesoro de juegos de sociedad. Contiene las reglas y leyes de más de treinta juegos permitidos en toda clase de sociedades, casinos, reuniones particulares y cafés. El tresillo, billar, ajedrez, whist, dómino, lotería, chaquete, damas, solo, cuidadela, malilla, ecarté, batalla, báciga, etc., etc. Segunda edicion corregida y aumentada, 6 rs.

Libro de chistes, chascarrillos y bromazos. Un tomo en 16.º, con grabados, 4 rs.

Enciclopedia higiénica de la belleza. Fisiología descriptiva de las treinta bellezas de la mujer. Análisis histórico de sus cualidades físicas y morales, sus perfecciones é imperfecciones, temperamentos, fisonomías, carácteres, consejos higiénicos para conservar la salud y la hermosura, cuidados del tocador, y ramillete de fórmulas de perfumería higiénica. Obra escrita en francés por el célebre médico é higienista A. Debay; traduccion de Mariano Blanch. Un tomo en 4.º, magnífica impresion, 14 rs.

Víctor Hugo.Último dia de un sentenciado á muerte.El reo de muerte y El verdugo, por Espronceda. Un tomo 8.º mayor, 4 rs.

Víctor Hugo.Hombres célebres. Mirabèau. Voltaire. Lamennais. Imbert. Galloix. Lord Byron. Valter Scott. Un tomo en 8.º mayor, 4 rs.

Víctor Hugo.El año terrible. 1 tomo en 8.º mayor, 8 rs.


Nota del Transcriptor:

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Páginas en blanco han sido eliminadas.

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